Carlos Pujol (1936-2012)

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Carlos Pujol (Barcelona, 1936-ibidem, 16 de enero de 2012),​ fue un escritor, traductor, editor y crítico literario español.

Biografía

Fue alumno del medievalista y filólogo Martín de Riquer, con quien hizo su tesis dedicada a Ezra Pound en 1962. Hasta 1977 fue profesor de Literatura Francesa en la Universidad de Barcelona. Entre 1997 y 2007 fue profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Internacional de Cataluña y formó parte del Consejo Académico Universitario. Doctor en Filología Románica, su dominio de los idiomas francés, inglés, catalán e italiano le permitió ser un prolífico traductor (en un ilustrado abanico, desde los poetas clásicos británicos a un buen paquete de novelas de Simenón, Joan Perucho). Estudió y preparó antologías y ediciones de la obra de clásicos como Balzac, Voltaire, Charles Baudelaire, George Orwell, autores –entre otros– en los que estaba considerado un especialista.​ Fue crítico literario, entre otros medios, de El País, La Vanguardia, El Sol y ABC. Alfil blanco del fundador de la Editorial Planeta, José Manuel Lara Hernández, desde 1972 fue miembro permanente del jurado del Premio Planeta y secretario del mismo desde 2006, y gestor editorial incansable en la selección de los manuscritos que optaban a los Premios "Planeta", Ateneo de Sevilla y Ramon Llull.
Buen amigo del erudito fabulador Joan Perucho, fue en casa de este donde junto con los poetas Alfonso Canales y Pere Gimferrer, fundaron la "Academia de los Ficticios".​
Casado con la pintora Marta Lagarriga, tuvieron cuatro hijos (uno de ellos, Carlos (1966-2020),​ también editor) y 17 nietos.​ Murió en su casa de Barcelona víctima de un derrame cerebral fulminante, a los 75 años de edad.

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Algunos poemas de Carlos Pujol:


De Vidas de los poetas, 1995:


TENÍA BUENA VOZ, Y EL REY DISPUSO...

Tenía buena voz, y el Rey dispuso,
para aliviar su 9insomnio, que leyera
al Ariosto en su alcoba, hasta que el sueño
abatiese sus párpados.
Evoco aquellas noches
de magia, caballeros y proezas,
con el amor jugando a la locura,
y los versos en música toscana,
como fuera del tiempo y de mí mismo.
Su Majestad a veces se reía
de aquellos sueños bellos e imposibles,
apostillaba: ¡Qué
mentiras más gloriosas!
Pero dejaba que en su duermevela
aquel mar de palabras
que iba anegando el alma con dulzura,
le meciera en prodigios
imaginados tan fastuosamente.
Se dormía por fin antes del alba
sin oír el final del episodio
de Marfisa; la luz, de plata sucia,
nacía dilatando los jardines.
Salía de puntillas, el palacio
parecía encantado en el silencio
de su magnificencia.
​En los espejos sólo había sombras
y misteriosas grutas
abiertas a un sinfín de torbellinos
en que poder perderse.
Todo alentaba en paz, el Rey dormía.
Poeta servicial, recuperando
la libertad secreta de mi voz,
murmuré el primer verso
que me acababa de dictar el aire
madrugador para una nueva fábula:
"Las rebeldes provincias de la noche...".

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PARA ENCERRAR LA BREVEDAD DEL TIEMPO

Para encerrar la brevedad del tiempo
en una extravagancia, he cultivado
todos los ismos (sé que el siglo veinte
no merece otra cosa). En la vejez
me aburro de mí mismo, tantos versos
jugando a aparentar que estaba loco
por medio de metáforas,
y compruebo por fin que soy normal.
A estas alturas, ¿quién
puede ser vanguardista?
El hastío es tenaz,
la imposibilidad no me divierte.
Ahora busco un Picasso en el espejo,
y, qué desilusión, sólo hay un tipo
vulgar mal afeitado.



CIERTA TONALIDAD ALGO ELEGÍACA…

Cierta tonalidad algo elegíaca,
yo ya nací otoñal, como noviembre,
el dulce lamentar,
como suele decirse,
la huida melancólica del tiempo,
jardines y crepúsculos
que se agotan sin fin calladamente,
ésta ha sido mi gama.
Yo no soy yo, soy un estado de ánimo.



EN CUALQUIER CASO, CONSEGUÍ LO MÍO…

En cualquier caso, conseguí lo mío,
que en su escasez consuela:
ser célebre a la larga (aunque creí
que la fama sería como el último
retoque del espíritu,
y es lo mismo que un traje embarazoso
y halagador que no deja moverse),
convirtiendo con mi perseverancia
verbal mi propio miedo
en la inmortalidad en lengua inglesa.
O en algo parecido, pues las vidas
de poetas son siempre incertidumbre.



A FUERZA DE PULIR COMO UN DIAMANTE…

A fuerza de pulir como un diamante
espléndidas palabras, sus sentidos,
las sombras que su música sugiere,
se achica el material y se hace raro,
como una ensoñación que desvaría.
En mi juego de espejos ya no sé
a qué remite cada imagen, ni
adónde me conducen
las oscuras verdades de la estética.
Ese polvillo de oro
es un producto cruel de la pericia.
Como sacar del aire perfección,
y el aire nos devuelve su vacío.

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ARTE POÉTICA

La perfección tal vez, o el simulacro
que sirve de consuelo por su ausencia,
no depende jamás del añadir
tal o cual adjetivo,
seguramente todos extravían,
sino de la cordura de no usar
las palabras sobrantes. Casi todas.
Aludiendo a razones
desconocidas, pero imprescindibles,
un poema se teje con silencios
que la voz reconoce como suyos.
Para poder contar lo que sabemos
acerca del amor, de cómo pasa
el tiempo por las vidas.



CUANDO FUI LA MODESTIA MISMA…

Cuando fui la modestia misma,
iba diciendo a todos que yo no era
digno de figurar en una nómina
de poetas ilustres;
tan sólo un aprendiz
que se acercaba humilde,
como un sagrado hobby de weeck-end,
al altar de las musas.
Bien sabe Dios qué estragos la virtud
puede causar en temas literarios,
acabaron por darme la razón,
les convencí de mi insignificancia.
Todavía no sé si entonces pude
engañarlos a todos o engañarme
solamente a mí mismo, ésta es la duda.



TODA PRISA ES CULPABLE

Toda prisa es culpable,
yo trabajo palabras como nubes
inasibles, que cambian de color
y de forma a la luz de la mirada.
Rodeado de silencio, oigo el murmullo
de las cosas; el arte sólo es eso.
No sabría decir qué valor tiene
ese trabajo mío,
voy sorteando mil ripios y obviedades,
dando torpes traspiés en los poemas,
en busca de una esencia escurridiza;
es cuanto sé. Dirán en el futuro
(si es que dicen) lo que haya
que decir de este tema.
Poco a poco, lo mismo que un orfebre
que necesita un pulso segurísimo,
alineo renglones que rehago
una vez y otra vez; ha de excluirse
que la fatiga acorte este proceso.
Porque lo que está en juego es perseguir
imágenes perennes que quisiera
redimiesen de tanta poquedad
mediocre, en miniatura,
esa abreviada vida de poeta
encerrada en sus versos
como en una prisión.
La soledad es cobarde, hablo por mí,
siento miedo de que no sea nada
-o casi nada, que es aún peor-
lo que llevo entre manos.
Entonces, ¿qué me queda?
¿Y si fuese tan sólo lo que soy,
y mi música vana tentativa
de salvar lo perdido?
¡Impensables supuestos!
Pero saber del alma es muy posible
que me enturbie el estilo. No pregunto.



ESTUVIMOS AL BORDE DE ALUMBRAR…

Estuvimos al borde de alumbrar
algún mundo feliz,
y yo contribuí modestamente
a tan noble y tan mítica tarea:
el servicio a la Causa me absorbió.
Y la Revolución se puso en marcha,
yo la seguí jadeante con mis versos
(hicimos con palabras herramientas
que fabricaban la verdad más útil).
Teníamos razón, tan sólo había
que esperar la cosecha de la Historia.
Después vino el naufragio.
Ahora vuelve a mi mente este pasado
de inseguros recuerdos y nostalgia
de lo que nunca fue.

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NO SÉ SI LA FELICIDAD CONSISTE…

No sé si la felicidad consiste
en ser feliz o bien en recordar
un verso afortunado que escribimos
sin saber lo que estábamos diciendo.
La poesía nos quema para nada,
casi ni satisface,
o no se entera nadie del lirismo,
que es de efectos privados solamente.
Y al final ni siquiera nos mencionan
en los nuevos who’s who de nuestras letras,
y en la compilación
tan vasta de Fulano
(que lo ha leído todo consiguiendo
no comprender ni jota)
sólo somos un nombre en una lista:
También cabe citar…
¡Señor, tanta zozobra
y tanta neurastenia a caño suelto
para acabar al borde del olvido!
La paga de los versos es temblor
imperceptible de aire;
con tan leve equipaje, como de humo,
no sé si vamos a llegar muy lejos.



CONVOQUÉ A LAS PALABRAS CON EL RUIDO…

Convoqué a las palabras con el ruido
de blasfemias canoras ,
reté a la sociedad al no afeitarme;
bebí mucha ginebra levantando
en los lugares públicos la voz
para dejar bien claro que aún había
un poeta maldito en la ciudad
que asonaba la patria con sonetos.
Fui cínico y servil a mi manera,
estrepitoso, imitador
del divino marqués en fantasías,
aunque ahora reconozco que el ambiente
era algo chabacano, y que mi estilo
dejaba que desear, pues ser satánico
requiere un muy paciente aprendizaje.
Fue bastante cansado practicar
tanta fornicación y sodomía;
alimentaba así con experiencias
de joven depravado el alambique
del que sale la gran literatura:
de todo lo vivido aprisa y mal
sacar algún furor que redimiese,
aunque en balde, así somos.
Había que pensar en el futuro.
Y después nunca más escribí versos.



COMO ERA OBLIGATORIO SER SUBLIME…

Como era obligatorio ser sublime,
no dejaba de ser embarazoso
escribir buenos versos;
de los atardeceres y el amor
ya estaba todo dicho,
y había repetido de mil formas,
hasta el agotamiento,
lo que daba de sí un alma exquisita.
La poesía es un arte inaccesible
al que tienen acceso
los máximos idiotas,
miro en torno, y el alma
se me cae a los pies.
No sé si retirarme y cultivar
mi pequeño jardín de sueños vanos
sólo para mí mismo.
Quisiera madurar este proyecto
mientras publico nuevas obras líricas.



NO AÑADÍ GRANDES COSAS A LA VIDA…

No añadí grandes cosas a la vida,
ni un tropo de dicción por decir algo,
no domé el infortunio, he sido pobre,
me puso a salvo el tiempo al ignorarme,
y no fui ni académico siquiera;
dije cuanto tenía que decir,
que no fue mucho, creo,
un rimero de páginas con líneas
que no llegaban nunca hasta los bordes;
incompleta también, con muchos blancos
que acolchaban aristas astilladas,
fue la fama que nunca ambicioné
(eso decía al menos,
aunque nunca se sabe lo que albergan
los corazones dados a la lírica).
Ahora nada importa,
sonrío al recordar estos trajines,
porque la eternidad no se parece
en nada a lo que sueñan los poetas.

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De Conversación, 1998:


AL FINAL DE LA GUERRA, AUNQUE CANSADA…

Al final de la guerra, aunque cansada
la gente no juzgaba necesario
vivir de nuevo en paz: las emociones
de los últimos años no debían
concluir tan aprisa. Tiene mérito
ese canibalismo fraternal
rojo y negro, matarse
perseverantemente
con la alegría propia de la raza,
mientras el tiempo pasa sin sentir
y a lo pasado se le llama Historia
(había un amasijo de rencores
cada vez más espeso, como engrudo).
En una mecedora, de vaivén
lento como las horas de estos años,
acaso conocí
solamente destellos de extrañeza.
Lo recordado es una noche inmóvil,
una destartalada
casa de ayer, el corazón en ruinas.
Uno esperaba atónito prodigios,
y se oía el crujir de viejos muebles.



CUANDO ÉRAMOS MÁS JÓVENES, PORQUE ESO…

Cuando éramos más jóvenes, porque eso
sucedió alguna vez, los días eran
de fuego y de cristal, y se vivía
de acuerdo con impulsos obstinados
y sin domesticar.
Tan sólo se pensaba en las locuras
y en una destrucción
que tenía que ser inverosímil
y poco razonable,
para que no quedase de nosotros
más que un fiero ademán de gallardía.
Aunque empiezo a creer que nunca fuimos
aquella juventud que se recuerda,
la memoria quizá sólo devuelve
esas suposiciones arriesgadas
de que perder al fin hace invencible.



YO ESPERABA EL AMOR COMO LOS CIEGOS…

Yo esperaba el amor como los ciegos
esperan poder ver la luz del alba.
Y mientras, resumía torpemente
la sensación de asombro de la vida,
monótona y en clave,
el lento cabeceo del manzano,
las nubes desgarradas
y las horas insomnes del reloj.
En el aire en penumbra los insectos
riman breves, metálicas palabras
de su idioma nocturno.

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De esta verdadera historia, 1999:


ÉRAMOS NIÑOS-LOBO…

Éramos niños-lobo,
con colonia barata y brillantina
(cuando no fijapelo,
porque el cabello era
indómito también),
y feroces manías de ternura
que no llevaban a ninguna parte.
En invierno pesaban los abrigos,
largos hasta los pies, como una losa,
y uno se preguntaba muchas veces:
¡Dónde se ha visto un sheriff
que lleve pantalones
de golf, jerseys caseros y use gafas?
En apariencia todo era normal,
como debía ser,
nadie sabía nada del licántropo.



EN AQUEL TIEMPO ESTÁBAMOS LEJÍSIMOS...

En aquel tiempo estábamos lejísimos
de todo lo posible,
la tierra prometida
no dejaba de ser un disparate.
Creíamos vivir como uno más
(chocolñate terroso, cine, gachas,
los partidos de fútbol en callejas
con paredes de fábricas, y trapos
atados que servían de balón),
pero no era verdad.
No había más verdad que la memoria
de lo que nunca habíamos vivido.



EN SU VETUSTA EDAD, IGUAL QUE REINAS…

En su vetusta edad, igual que reinas
coronadas por su perseverancia
en creerse inmortales,
recibían benignas en sus tronos
de satinado chintz.
En un grabado antiguo, Godofredo
de Bouillon conquistaba Tierra Santa,
y en el bote color aguamarina,
con molinos de viento y holandeses
adictos al cacao,
guardaba unos confites pegajosos
para distribuir con parsimonia
y magnanimidad entre los súbditos.
Su Majestad la tía abuela hablaba
de una vez que de lejos vio en Madrid
a la Reina Regente,
de su reuma y la degeneración
que está claro que siempre va pareja
al paso de los días que no vuelven.
Los niños no sabían conversar,
pedían agua y pis y otros caprichos,
y le daban jaqueca, aturdimiento
y un poco de fastidio. El modo abrupto
con que ponía fin a las audiencias,
Ya debe de ser tarde,
era regio, severo, complacido
de ser quien era y no morirse nunca.



OS APIÑABAIS ORDENADAMENTE…

Os apiñabais ordenadamente
y casi en formación
a la sombra de pinos
un verano cualquiera del pasado,
cuando el tiempo no se iba a terminar,
om así lo parecía.
Aplacada la tarde,
padres, hijos, niñeras y colonos,
vecinos con sombrero panamá,
posabais sonrientes
suponiendo quizá que aquella luz
podía no morir, llegar intacta
con su felicidad
a los oscuros días del futuro.
Después del fogonazo
que esperabais inmóviles,
se vuelve a las costumbres adquiridas
que hacen inexpugnable,
casi sagrado el hecho de vivir;
y reanudan los niños
sus juegos de la guerra
contra el káiser Guillermo.
Todo va a continuar sin una alarma.
Aunque esta cartulina color bistre
será la única herencia que perdure
de aquel día arrasado, que hoy los ojos
levantan de la muerte.

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DE NOCHE SE MOVÍAN LAS PAREDES…

De noche se movían las paredes,
retemblaban de espanto,
y corrían dragones por la calle
desierta. Era forzoso
que uno se echase en brazos de la sombra,
como de una madrastra.
Hasta ahogarse en el sueño.
A veces todavía
la oscuridad recuerda la niñez.



ME ACUERDO QUE DE NIÑO LA MENTIRA...

Me acuerdo que de niño la mentira
era un crimen horrendo.
Como comer galletas a deshora,
comprar cromos a chicos de la calle,
decir inconveniencias (o jolines),
como Canalla vil o Perro infiel,
Sarraceno maldito;
el regaliz, los sueños, los empachos
por gula confitera,
lavarse poco y mal, aborrecer
visitas a parientes.
Y preguntar siempre el porqué de todo.
Fue lo más deseable,
objeto de perpetua frustración,
¿no era posible mejorar el mundo
mintiendo? Contestaban:
Había que dejarlo tal cual era.
Ya en la vejez no dejo de mentir
a ver si encuentro así antiguas verdades.



EN LA BUENAS PELÍCULAS…

En las buenas películas
del Oeste solía haber un hombre
justiciero y sombrío,
con un pasado incierto,
que venía de tierras muy lejanas.
Luego había una chica, los villanos,
indios sioux, muchos tiros, el saloon,
cabalgadas furiosas
y por añadidura algún tahúr
con las cartas marcadas por la muerte.
Pero el mayor misterio
era lo que quedaba por decir.
Su condición errante, aventurera,
como expiando culpas muy antiguas
o en busca de un olvido de cow-boy
que no puede olvidar.
Así, lo que queríamos saber
no era para contarlo,
y eso hacía que el cine fuera el cine.



EN LAS CASAS ANTIGUAS SE GUARDABAN…

En las casas antiguas se guardaban
las más viejas historias.
Lo sucedido en tiempos legendarios,
las muertes por olvido y soledad,
la invasión de tenaces fantasías
que no dejaban piedra sobre piedra
en ningún corazón.
En el cuarto que daba al patinillo
había armarios con espejos ciegos,
arcones de retales y muñecas
y algún que otro fantasma ensangrentado.
La vida no acababa de morir,
se extraviaba en rumores,
fuegos fatuos y visos de oropel
al fondo de pasillos, en alcobas
de ilusoria negrura.
Se aprendía, no obstante,
a aparentar indiferencia, como
si todo aquel horror
fuese vulgar, tediosa placidez.

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EN LAS SONORAS CAJAS DE HOJALATA…

En las sonoras cajas de hojalata
que fueron de galletas
se amontonaron viejos testimonios
de otros días ya dados por perdidos.
Así se eliminaba cualquier duda
de que pasaba el tiempo,
y toda aquella gente
que desapareció no sin dejarnos
su estudiada postura de un instante,
ayudaba a poder reconstruir
lo sabido de oídas, la increible
y verdadera historia de la muerte.



SI MIRABA HACIA ATRÁS LO QUE VEÍA…

Si miraba hacia atrás lo que veía
eran lugares irreconocibles.
La mano descarnada acariciaba
la sien con estupor:
Ya no sé dónde tengo la cabeza…
Algo la sobresalta, como un ruido
que viene de muy lejos,
acaso de sus años de niñez.
Luego cierra los ojos y comprende
lo mismo que una esfinge envejecida
que tiene los secretos bien guardados
por el olvido bienhechor. La tarde
cae sobre los dos, absorta y gris,
y nadie dice nada.



DE NAUFRAGIO EN NAUFRAGIO HASTA AHORA MISMO…

De naufragio en naufragio hasta ahora mismo
se recogen los trozos de la vida
que han llegado a nosotros.
Éste viene del mar de los Sargazos
de la guerra, aquél, mustio y marrón,
de lejanas catástrofes del tiempo.
Esto ya ni se sabe
de dónde coño viene.
La jícara de plata,
el grupo familiar,
postales de verano (Estamos bien,
hoy nos hemos bañado en la caleta),
un medallón, cachitos de agonía,
polvo y cosas de nadie,
esplendores siniestros, melancólicos,
de terciopelos y satenes grises.
Para volver a ser desmemoriados.



ELLA HABLABA DE HERENCIAS Y VENENOS…

Ella hablaba de herencias y venenos,
de joyas de familia,
intereses, codicias y maldad,
mojando unos bizcochos
en el café con leche;
antiguas servilletas con bordadas
iniciales en un azul muy pálido
recogían las extraviadas gotas
en la barbilla, y con delicadeza
borraban de los labios un posible
pecado de acusar sin fundamento.
El honor y la gloria del linaje
eran flema y orgullo,
en el Espasa había antepasados,
y los ignotos crímenes
daban un raro toque original
al apellido nuestro, éramos alguien.
-Suceden cosas, ¿no?, tan peregrinas…

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LOS MALOS Y LOS BUENOS SE MATABAN…

Los malos y los buenos se mataban
satisfechos de ser tal como eran,
y caían las bombas a racimos;
la gente iba escondiéndose en desvanes,
pactaba con la muerte
y leía a Salgari.
Luego, la paz, jugábamos
a ser hermanos corsos, D’Artagnan.
Dick Turpin, la Patrulla del Marfil.
Era hermoso morir ante los sioux
como en Little Big Horn. Roberto Alcázar,
detective español, y Jeb Stuart
también participaban del recreo.
La patria de los niños
eran las guerras de su corazón.



HE OLVIDADO TAL VEZ CUÁL FUE LA HISTORIA…

He olvidado tal vez cuál fue la historia
que viví o me vivió hace muchos años,
pero jamás olvidaré aquel tiempo
en que fui Sherlock Holmes. Era posguerra
y sobraban misterios que aclarar,
quién soy y qué demonios hago aquí,
intrincados asuntos;
Basil Rathbone estaba
sospechando de todos, de mí mismo,
era su profesión. Fue apasionante
buscar un no sé qué no sé bien dónde,
y desde luego no sirvió de nada;
eso sí, nos quedó el convencimiento
de seguir con la búsqueda.
El enigma era el propio detective.
Hay cosas que se aprenden a esa edad.



EL PROPÓSITO ES ÉSTE: ENVEJECER…

El propósito es éste: envejecer
de una manera amable y servicial,
los dos, sin impaciencia,
sencillamente con amor y humor
que no se cansan, algo
de insensatez y voluntad de estilo;
tener hijos y nietos
más guapos y más sabios que nosotros.
Y algún amigo que resista el paso
de los tiempos más crueles.
¿Qué más? Escribir versos, por capricho,
pintar quiero paisajes de aire y nubes,
releer unos libros que se saben
ya casi de memoria;
imaginar que el fútbol
no existe, ni tampoco la política
(mucho menos la vida literaria),
brujulear por la ciudad, oír
de vez en cuando a Mozart,
tener a veces la cabeza a pájaros;
acordarse, olvidar,
París que nunca más será lo que era,
y el cine desde luego,
unas cuantas canciones,
ir soltando las cosas, casi todas,
que no dejan ser libre y ser feliz.
Con la serenidad bien imitada,
lo mismo que una tarde de verano
que se toma su tiempo hasta la noche.

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De Cuarto del alba, 2004:


LO QUE VIMOS FUE LA DESOLACIÓN…

Lo que vimos fue la desolación
después de una lentísima catástrofe.
La gruta de una Virgen
de Lourdes sin la virgen, muchos gatos
devueltos a la selva de su edén,
dos palmeras agónicas.
Y un desvanecimiento de perfumes
terrosos y dulzones que empalagan
(pero el aire de julio
brilla como en un sueño enloquecido).
Hay un exceso de melancolía
vegetal en aquellos abandonos
recordados en forma de jardín
de la memoria lleno de serpientes.



LOS ABUELOS CON FÁBRICAS…

Los abuelos con fábricas,
bigotes erizados, fe en la Bolsa,
lentes de pinza y en la sangre instinto
de negocio textil,
no creían en Dios, pero sí en Wagner,
la Patria Catalana y la República.
Princesa, Trafalgar, Diputación,
más arriba Provenza,
desde el fondo de la ciudad sin límites
subieron con el siglo hasta otros barrios
que aún desconocían el dolor
de heber vivido mucho.
Levantaron montañas de dinero,
se arruinaron y vivieron el final
de la esperanza, noches
muy lentas y de ahogo,
para morir en la melancolía
con que se acaba el tiempo.



AL FONDO DE LA SAGRADA…

A fondo de la Sagrada
Familia, unas mujeres
posan junto a la hierba en un verano
mortal, el de una guerra
que se iba a terminar en pocos días.
La plaza es demasiado grande, en torno
a sus cinco figuras
a la moda del año treinta y seis
se ve un vacío inmenso.



EL TRAPERO GITANO…

El trapero gitano,
aquellas dos hermanas herbolarias
más o menos herejes, para quienes
el sábado era el día del Señor;
la lechería con sus vacas dentro
y el olor derramado por la calle,
Ultramarinos Pérez,
se sirve a domicilio.
El portal de Pilita, la taberna,
la funete con leones,
la fábrica Elizalde,
la viuda no sé qué que almacenaba
máquinas como monstruos;
Corpus Christi y un bar llamado Adonis,
Mercería Mimí (se cogen puntos).
De tanto verlo no se supo ve
hasta que no quedó
nadie para contarlo.

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MI ABUELO EL CORONEL HIZO SUS GUERRAS…

Mi abuelo el coronel hizo sus guerras
de moros y cristianos,
África le dejó fiebres, insomnio
y algo inmóvil, fatal, en la mirada;
un hijo repetía su apellido,
y durante tres meses y dos días
estuvo acariciando el ideal
de un linaje castrense hecho de gloria,
vuecencias y uniformes,
salvador de la patria en el futuro.
Una noche lejana se perdió
en la ciudad d fuego.
No volvieron a verle.



¡HACE YA TANTOS AÑOS, D’ARTAGNAN!

¡Hace ya tantos años, D’Artagnan!,
citabas medio en brom, anticipándote
al tiempo que iba a echársenos encima.
Vivíamos de hipérboles y gestos,
de cine y de poetas,
caminatas nocturnas y café;
y aunque muy impacientes,
con la prisa de que algo se acaba
sin remedio, no sé si deseábamos
que tuviera final.
Nos parece que había mucho ruido
en la vida de entonces,
t ahora al recordar sólo silencio.
Se mira atrás y la distancia es larga,
nos llamaron con nombres que resuenan
en lugares vacíos; pero siempre
-porque eso no se cura-
un poco mosqueteros,
rememorando heridas y batallas
que no importan a nadie,
o la complicidad
en empresas que aún
ninguno de los dos
puede llamar ganadas o perdidas.
¿Qué fue de los herretes de la reina?
Soñamos la aventura, eso fue todo.



SI NO ES POR RECORDAR DE NADA SIRVE…

Si no es por recordar de nada sirve
volver a viejas casas del Ensanche,
con balcones solemnes,
mustias flores de piedra,
postigos empolvados
y una estrella de hierro
encima del portal.
Esta casa se llama la Elegía,
no hay que darle otro nombre.
Los niños eran -opinión unánime-
felices de manera exagerada,
y el tiempo ha sido leve como un soplo.
Los niños siguen siéndolo, no crecen,
nos llevan de regreso a la ciudad
de los días color de la hoja seca.



CUANDO MURIÓ MI PADRE VISITÉ…

Cuando murió mi padre, visité
la casa enn que vivía, y aquel pueblo
que fuera del verano
era espectral. Su herencia
estaba toda allí, despedazada
entre huecos, descuidos y omisiones.
Agendas cartas tristes,
una fonógrafo, valses muy vieneses,
cartulinas con rostros de ciudades
que un día se olvidaron de existir.
Y un velero, perfecto, en miniatura,
metido entre paredes de cristal,
que sólo había visto el mar en sueños.

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DEMASIADOS POETAS…

Demasiados poetas,
repetidos, insomnes, azogados,
víctimas de la incomprensión, atentos
a la escucha de voces
por exigencia de un imperativo
de musas y amor propio;
metafóricos, chinches, irritables,
amantes de palabras como nubes
que no se dejan abrazar, sublimes
en caso necesario,
pararrayos de Dios, según les llaman;
de los que cuando mueren
se derrumban los cielos. Hay que ver
lo que los tropos pueden dar de sí.



EN ESTE CLARO OTOÑO CONVERSAMOS…

En este claro otoño conversamos
tú y yo de nuestras cosas, de hombre a hombre;
te recito poemas que me gustan
o canto el repertorio de Gardel
a media voz, Glenn Miller y la Epístola
moral a Fabio; me sonríes
ante tantas locuras
que no he contado a nadie.
Hago muecas, abuso
de los diminutivos más ridículos,
y como estamos solos
¿quién va a pedirnos cuentas de portarnos
extravagantemente?
Cuando me miras tengo la certeza
de que intuyes cuál es la situación
y de que estás al cabo de la calle.
Te duermes agarrado a mi camisa
para soñar con un gigante bueno
que tararea versos como nanas.



FUE UN OSCURO POETA QUE APARECE…

Fue un oscuro poema que aparece
citado en más de un libro,
pero de él no se sabe casi nada,
salvo que publicó prosas y versos
que hoy son inencontrables.
Aspiraba a una cierta exquisitez
de estilo y de maneras,
y fue un caso elocuente
de lo que por sutil
se esfuma como el gas.
Sus lectores cabían con holgura
en un sofá, lo cual no le impidió
emborronar mucho papel
con la loca esperanza de que así
iba a poder decir lo que ignoraba.



ENTRE UNA GUERRA Y OTRA…

Entre una guerra y otra,
o al final de las guerras,
suponiendo que alguna vez terminen,
existe lo que antaño se llamaba
los cuarteles de invierno.
En la tregua del frío
los soldados se daban a olvidar
lo que era inolvidable:
con sueños, aguardiente y fanfarronas
quimeras se les iba
agrio y moroso el tiempo de las manos.
Alguno cavilaba hasta escribir
el Discurso del método,
y había quien con versos y novelas
parlamentaba con su corazón.
Entre irónicos, sabios y prudentes,
fogueados y aturdidos del tumulto
que seguían llevando en la memoria,
daban la vuelta a todo lo vivido,
sabiendo que faltaba todavía
la más dura campaña,
el sonreír sereno y con encanto
esperando rendirse a discreción.


CARLOS PUJOL, Poemas, Comares, 2007.