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    Domingo Rivero (1852-1929)

    Pedro Casas Serra
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    Domingo Rivero (1852-1929) Empty Domingo Rivero (1852-1929)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Ayer a las 3:48 am

    .


    Domingo Rivero (Arucas, Gran Canaria, 23 de marzo de 1852 – Las Palmas de Gran Canaria, 8 de septiembre de 1929) fue un poeta español considerado como el precursor del movimiento modernista en Canarias de principios del siglo XX. Con una obra brevísima, su poema Yo a mi cuerpo está considerado como una de las cimas líricas de la poesía canaria.

    Biografía

    Domingo Rivero era hijo de Juan Rivero Bolaños y Rafaela María González Castellano. Su abuelo materno, Don Francisco González, fue alcalde Real de Arucas y Presidente de la Heredad de Aguas. Perteneciente a una de las familias más importantes de la comarca norteña, fue primo, por la línea materna, de la primera Marquesa consorte de Arucas, doña María del Rosario González y Fernández del Campo, Sra. de don Ramón Mádan, y del escritor Francisco González Díaz.
    En 1864 se traslada a vivir a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, donde inicia sus estudios de bachillerato en el Colegio de San Agustín, institución en la que se habría de formar la intelectualidad isleña del momento. En 1869 supera las pruebas para la obtención del Grado de Bachiller. Entre 1870 y 1873 se traslada a Londres, donde toma contacto con la literatura inglesa, y desde 1873 a 1881 estudia Derecho en Sevilla y Madrid.
    Tras su regreso a Gran Canaria, se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas. A finales de ese año entra en la Junta Directiva del Gabinete Literario de Las Palmas. En 1884 es Registrador de la Propiedad. Un año después se casa con María de las Nieves del Castillo Olivares y Fierro. De la unión nacerán siete hijos: Fernando, Dolores, Juan, Nieves, María del Pino, María Teresa y Fernando. En 1886 obtiene la plaza de Relator de la Audiencia por oposición, puesto que ocupará hasta 1904, en que es nombrado Secretario de Gobierno. En su puesto de Relator conoce al escritor Agustín Millares Cubas, con quien traba amistad. En 1887 muere su primer hijo, Fernando, a la edad de diecisiete meses.
    En 1910 conoce a Miguel de Unamuno con motivo de la llegada de este a Canarias, como mantenedor de los Juegos Florales de Las Palmas. Unamuno ejercerá una notable influencia en su obra. A partir de 1924, ya jubilado, se dedica por completo a ordenar su obra. En 1928 muere su hijo Juan tras una penosa enfermedad, lo que embarca al poeta en una profunda tristeza. Desiste del proyecto de publicar una antología de su obra.
    El 8 de septiembre de 1929 muere en Las Palmas de Gran Canaria. Su obra no aparecerá en libro hasta varias décadas después de su muerte.

    Obra poética

    La dedicación de Domingo Rivero a la poesía es realmente tardía. Hasta 1899 no aparece un poema suyo publicado, cuando el poeta ya contaba con 47 años de edad. A partir de aquí dará a la prensa durante algunos años un número reducido de poemas. Su obra se caracteriza por un extremo rigor, no solo en lo que concierne a la forma poética (sus mejores composiciones son sonetos), sino muy especialmente en el modo de tratar los temas, dotados de un simbolismo que hunde sus raíces en el imaginario colectivo y en profundas reflexiones espirituales.
    Mantuvo una estrecha relación de amistad con los poetas modernistas del núcleo surgido en la isla de Gran Canaria, Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón, en quienes influyó y de quienes, a pesar de la diferencia de edad, tomó algunos principios de la nueva poesía. No obstante, la de Rivero es una obra en la que impera la sobriedad y cierta tendencia al clasicismo, lo que lo convierte en un poeta difícil de ubicar en su tiempo.
    Entre sus poemas más célebres están La silla, A los muebles de mi cuarto, La Victoria sin alas, El muelle viejo, El humilde sendero o Piedra canaria. Su poema Yo a mi cuerpo es, sin embargo, el que mayor celebridad le ha proporcionado.
    Estudió su poesía el profesor y ensayista canario Jorge Rodríguez Padrón en Domingo Rivero, poeta del cuerpo (1967). Su obra completa fue editada gracias a la minuciosa labor del también profesor y poeta canario Eugenio Padorno, bajo el título de En el dolor humano (1998).

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Domingo Rivero, del libro Yo, mi cuerpo y otros poemas, Acantilado, 2006:


    LA SILLA

    Silla de junto al lecho que la figura adquieres
    de mis cansados hombros al sostener mi traje
    sostén de mi fatiga paréceme que eres
    tú me hablas en silencio yo entiendo tu lenguaje.

    La lámpara agoniza y tu piedad escucha
    entre la ropa aún tibia el palpitar del pecho
    yo pienso que mañana ha de volver la lucha
    cuando de ti recoja mi traje junto al lecho.

    Y en la callada noche humilde silla amiga
    mientras de ti pendiente parece mi fatiga
    siento crecer la fuerte virtud de la paciencia
     
    Mirando de la lámpara bajo la triste luz,
    tu sombra que se alarga y evoca mi existencia
    y alcanza los serenos contornos de la Cruz



    A LOS MUEBLES DE MI CUARTO

    Humildes muebles míos, gastados por el uso,
    que a fuerza de servirme ya conocéis mi mano;
    su sello mi existencia sobre vosotros puso,
    y acaso de dejaros el día está cercano.

    Sois toscos como ruda ha sido mi pobreza;
    a nadie serviréis como me habéis servido,
    y al veros casi inútiles aumenta mi tristeza
    pensar en que os aguardan el polvo y el olvido.

    Saldréis, cuando yo muera, del sitio en que estáis puestos
    y quedará en silencio nuestra estancia vacía;
    allí donde os coloquen habréis de ser molestos:
    tal vez más que la muerte la indiferencia es fría.

    En tiempos ya lejanos, que pesan en mis hombros,
    cuando el hogar paterno se convirtió en escombros,
    con mi trabajo os fui comprando año tras año
    como pastor que forma paciente su rebaño.

    Y al cabo del camino de mi existencia triste
    sois todo lo que tengo, humildes cosas viejas;
    y tú, pobre sillón, que el más costoso fuiste,
    pareces el mastín que guarda las ovejas.

    Cuando a buscarme llegue, con paso recatado,
    la muerte, como un lobo dispersará el ganado.
    ¿Qué haréis, pobres ovejas, sin el viejo pastor?
    Donde la suerte os lleve, os faltará mi amor.

    Y tú, viejo sillón, de mi tristeza amigo,
    que crujes al sentarme, quejándote conmigo,
    si a mí gruñirme sueles sabiendo que te quiero,
    ¿qué harás cuando al fin dejes de ser mi compañero?

    Desvencijado y solo, acabará tu historia
    en un lugar sombrío de la que fue mi casa.
    Quizá por que no muera del todo mi memoria
    un clavo tuyo tire del traje del que pasa.


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    Domingo Rivero (1852-1929) Empty Re: Domingo Rivero (1852-1929)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Hoy a las 12:14 am

    .


    DE LA ERMITA PERDIDA

    De la ermita perdida
    en la falda del monte solitario,
    imagen de mi vida
    entre ruinas se eleva el campanario.
    Mi vida fracasó: desvanecidos
    contemplé mis anhelos; y mis hombros
    siento que ya vacilan doloridos
    de sostener escombros.

    Pero en mi pecho se conserva sana,
    como en mi fuerte juventud lejana,
    la recóndita fibra,
    donde cual entre ruinas la campana,
    el ideal aun vibra.



    ESPIGAS

    A Domingo Castellano

    Hay en mis venas angre de aquellos labradores
    de mano encallecida que en lo alto de la sierra,
    mientras en pie estuvieron, tenaces sembradores,
    semillas generosas lanzaron a la tierra.

    Al tráfico del llano me condenó el destino,
    pero mi recia cuna cual arca me salvó:
    aquel lejano gesto me señaló el camino
    y aquel soñar espigas en mí se idealizó.

    Y pobre y solo cruzo el polvoriento llano,
    sintiendo que me guía del sembrador la mano.
    Su fe desde la cumbre de puros manantiales

    desciende a mí y me hace para el dolor más fuerte,
    y pobre y solo espero el sueño de la muerte
    llenando mi almohada de espigas ideales.



    YO, A MI CUERPO

    ¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?;
    ¿por qué con humildad no he de quererte,
    si en ti fui niño, y joven, y en ti arribo,
    viejo, a las tristes playas de la muerte?

    Tu pecho ha sollozado compasivo
    por mí, en los rudos golpes de mi suerte;
    ha jadeado con mi sed, y altivo
    con mi ambición latió cuando era fuerte.

    Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
    extenuada de angustia y de miseria.
    ¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día

    que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
    Sólo sé que en tus hombros hice mía
    mi cruz, mi parte en el dolor humano.


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