Que lindo es soñar, despierto o dormido, sobre sábanas sabrosas,
entre almohadas de seda. Cerrar los ojos o dejarlos abiertos para
pernoctar el sueño, como si fuèsemos viajeros sin escalas, imaginando
que galopamos en una anécdota, con montura de plata llenos de
secretos cubiertos de chocolate. Bebemos el vértigo de la emoción mayor,
recorriéndonos como si nuestra piel se untara de manjares exquisitos,
en un cielo celeste con nubes verdes, y un reparto de DOS muy especiales.
Galopo por las dunas de un desierto modulado y sincopado, en un corcel
blanco que se agita y relincha sus desdichas, agitando sus herraduras de
plata, y encabritándose como si yo fuese un príncipe con alas.
Corro en pos de mi favorita, gran amiga, gran mujer, gran amazona,
Quien me esquiva y me cuesta encontrarla. Claro, ella se hace rogar, nunca le ha creído a los príncipes, más éste en especial la atrae. Como aurora boreal, la enmudece y emociona. Mas lo disimula, como toda fémina que se resiste al asedio de su amado. No es excepción.
Ella es bella. Sufre dolores, del alma sufre, es hermosa, le duele el exilio, le duelen sus hijos, le duele la brisa en su cara, le duele el amor que no tiene, su ausencia es muy sola, tan sola se siente que aprueba a su principe y confiesa que le adora.
Ella sabe que llegará la hora en que deberá convertirse en princesa: Es hermosa la tarde, igual que ella, como también lo es la noche y la aurora,
Pero ella es tan bella, que el desierto al verla se convierte en oasis, y crecen los juncos, muchas flores y un bosque de rosas rojas casi negras.
Sigo galopando, la veo de lejos en su corcel tordillo con un lunar blanco en el pecho, ella va tan rápido, como si la llevase el viento. Su corcel apenas toca con sus herraduras el suelo. Es mágico el sueño, y oigo en los aires una música de Mozart.
No sé que me pasa al cruzar el puente de entrada al oasis; últimamente he sido atacado `por soledades, y me siento nervioso. Escuadriño el después, me detengo en el mañana, vuelco al antes, y me encuentro de frente con mi princesa. No me creo. ¿y será un sueño? Oigo de nuevo a Mozart.
Por la arena caliente, corren peces y guarisapos y bailan alcatraces y gaviotas; estridentan aires marítimos, se retiran los sueños y llegan los alces, gira un carrousel, despierta el amor y todos bailan poemas y sonetos, bailan vida tomados de la mano.
A menudo sentía una espina de rosa clavada en mi frente; fue lo primero que me quitó la princesa, esa espina tan clavada; y clavada tenía ella una rosa roja casi negra en sus ojos de almendra. Y de almendras fueron mis suspiros en mi corazón de chocolate.
Y dicen las Musas que inspiraron éste sueño, que creció en ese desierto un gran amor con forma de Palmeras y se transformó en bosque. Brotó el agua y regó ese amor que se llenó de semillas de crisantemos, cuyas flores amarillas cubrieron las arenas . Borboteó el amor, el cariño. En lluvia de cerezas que al estrellarse en las manos de ambos príncipes, se convirtieron en nubes verdes, tan verdes como los trigales verdes, y el desierto se convirtió en belleza, y en el puente se sientan en las tardes tomados de la mano.
Qué hermosa es la vida. Costó que llegara. Cuando llegó, lo hizo con el Paraíso. Y dicen que cuando volaron un día hacia las nubes, llevaron sus almas en dos canastos de mimbre. Y los dejaron allí arriba, bajo un sauce amarrados con una trenza de oro que la princesa tejió con su pelo, para estar eternamente tomados de la mano.
entre almohadas de seda. Cerrar los ojos o dejarlos abiertos para
pernoctar el sueño, como si fuèsemos viajeros sin escalas, imaginando
que galopamos en una anécdota, con montura de plata llenos de
secretos cubiertos de chocolate. Bebemos el vértigo de la emoción mayor,
recorriéndonos como si nuestra piel se untara de manjares exquisitos,
en un cielo celeste con nubes verdes, y un reparto de DOS muy especiales.
Galopo por las dunas de un desierto modulado y sincopado, en un corcel
blanco que se agita y relincha sus desdichas, agitando sus herraduras de
plata, y encabritándose como si yo fuese un príncipe con alas.
Corro en pos de mi favorita, gran amiga, gran mujer, gran amazona,
Quien me esquiva y me cuesta encontrarla. Claro, ella se hace rogar, nunca le ha creído a los príncipes, más éste en especial la atrae. Como aurora boreal, la enmudece y emociona. Mas lo disimula, como toda fémina que se resiste al asedio de su amado. No es excepción.
Ella es bella. Sufre dolores, del alma sufre, es hermosa, le duele el exilio, le duelen sus hijos, le duele la brisa en su cara, le duele el amor que no tiene, su ausencia es muy sola, tan sola se siente que aprueba a su principe y confiesa que le adora.
Ella sabe que llegará la hora en que deberá convertirse en princesa: Es hermosa la tarde, igual que ella, como también lo es la noche y la aurora,
Pero ella es tan bella, que el desierto al verla se convierte en oasis, y crecen los juncos, muchas flores y un bosque de rosas rojas casi negras.
Sigo galopando, la veo de lejos en su corcel tordillo con un lunar blanco en el pecho, ella va tan rápido, como si la llevase el viento. Su corcel apenas toca con sus herraduras el suelo. Es mágico el sueño, y oigo en los aires una música de Mozart.
No sé que me pasa al cruzar el puente de entrada al oasis; últimamente he sido atacado `por soledades, y me siento nervioso. Escuadriño el después, me detengo en el mañana, vuelco al antes, y me encuentro de frente con mi princesa. No me creo. ¿y será un sueño? Oigo de nuevo a Mozart.
Por la arena caliente, corren peces y guarisapos y bailan alcatraces y gaviotas; estridentan aires marítimos, se retiran los sueños y llegan los alces, gira un carrousel, despierta el amor y todos bailan poemas y sonetos, bailan vida tomados de la mano.
A menudo sentía una espina de rosa clavada en mi frente; fue lo primero que me quitó la princesa, esa espina tan clavada; y clavada tenía ella una rosa roja casi negra en sus ojos de almendra. Y de almendras fueron mis suspiros en mi corazón de chocolate.
Y dicen las Musas que inspiraron éste sueño, que creció en ese desierto un gran amor con forma de Palmeras y se transformó en bosque. Brotó el agua y regó ese amor que se llenó de semillas de crisantemos, cuyas flores amarillas cubrieron las arenas . Borboteó el amor, el cariño. En lluvia de cerezas que al estrellarse en las manos de ambos príncipes, se convirtieron en nubes verdes, tan verdes como los trigales verdes, y el desierto se convirtió en belleza, y en el puente se sientan en las tardes tomados de la mano.
Qué hermosa es la vida. Costó que llegara. Cuando llegó, lo hizo con el Paraíso. Y dicen que cuando volaron un día hacia las nubes, llevaron sus almas en dos canastos de mimbre. Y los dejaron allí arriba, bajo un sauce amarrados con una trenza de oro que la princesa tejió con su pelo, para estar eternamente tomados de la mano.
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