Aires de Libertad

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    POETAS LATINOAMERICANOS

    Maria Lua
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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Mar Oct 29, 2024 7:23 am

    Jorge Rojas



    Poeta colombiano nacido en Santa Rosa de Viterbo en 1911.
    Licenciado en Ciencias Económicas y Jurídicas, dedicó parte de su trabajo a la traducción y al ensayo.
    Inspirado en un verso de Juan Ramón Jiménez, fue el creador y difusor del movimiento «Piedra y cielo».
    Su poesía, al mismo tiempo muy sencilla y muy deslumbradora, tiene una insólita maestría.
    Entre sus obras importantes se cuentan, «Transparente corazón», «La ciudad sumergida», «Soledades»
    y «Rosa de agua».
    Falleció en 1995.


    Acción de gracias por el beso

    Gracias, amor, de nuevo tu criatura
    se inclina al vasallaje de tu peso.
    Encadenado estoy, me tienes preso
    entre la red sin par de tu hermosura.

    Gracias, amor, por esta cosa pura
    que a través de la carne te alza ileso.
    poder la boca convertirse en beso
    es ser el fruto sólo la dulzura.

    No importa, amor, que el labio ante el abismo
    del gozo haya quedado silencioso
    si es casi el pasmo como el verso mismo.

    Gracias, pues tu lenguaje me ha enseñado
    que en el silencio todo es más hermoso
    y lo callado es más que lo cantado.







    Aire de entonces

    El aire de un abrazo de ríos sin deseo.
    Los árboles, un aire vegetal de palomas.
    La tarde era un ligero movimiento del párpado,
    y la escarcha, la espuma fácil de tu sonrisa.

    La veleta era el viento clavado en una espina.
    Tu niñez, la distancia que había entre los lirios.
    Orilla de tu sueño y pestañas de música
    era entonces el ojo limpio de la mañana.

    Venías de más lejos que un hombre de un olvido.
    En tu lejana sangre había brumas y mástiles.
    Entonces yo era triste y miraba el silencio
    creyendo que el silencio era la oscuridad.

    Todo mi afán de viajes ancló sobre tu piel
    que iba bajo el sol sosteniendo la luz;
    proa, el pecho hendía dulcemente los días
    y el corazón sabía cómo es de azul el mar.

    Por cada rosa un sitio en el aire tus hombros
    dejaban redondeado por dónde tú pasabas,
    y el viento en tus cabellos era sólo un pañuelo
    estampado de aromas y soplos de colores.

    Tus ojos no tenían color que yo pudiera
    decir como palabras: «saúz» o «golondrina».
    corrías como el agua y el agua de tu risa
    subía a los tejados a hacer la tarde clara.

    Hoy que ni los espejos saben cómo mirabas
    cuando tu edad de lino te daba a las rodillas;
    yo te recuerdo y digo simplemente las cosas
    como si las sacara de una gota de agua.

    Era entonces el tiempo dulce de nuestro encuentro.
    La saeta era un rumbo sin ¡ay! en la llegada.
    El jazmín, un recuerdo de olor en tu memoria.
    Y el bronce era una brisa con olor de campana.







    Angustia del amor

    Bajo mi piel, ¡qué viento enloquecido,
    por valles de la sangre y sus colinas,
    estremece un rosal, de más espinas
    que de fragantes rosas florecido!

    ¡Qué agreste furia, qué hórrido sonido
    de árbol cayendo y ciegas golondrinas
    convoca su ulular entre las ruinas
    de un efímero beso consumido!

    ¡Qué amargo mar su desatado llanto
    encrespa entre mi ser! ¡Qué tolvanera
    de angustia envuelve el hálito del canto!

    ¡Amor, fugaz Amor! Sin ti no fuera,
    dentro de mí, un vértice de espanto
    la hora, en cada instante pasajera.







    Confidencia

    Somos el uno para el otro, ¡mujer!
    Nuestros corazones se encuentran
    en la misma palabra del libro que leemos,
    va nuestra mano trémula,
    en busca de una misma rosa.

    A veces no me atrevo a mirarte
    pues tus ojos límpidos
    no soportarían el resplandor que me ciega.
    Y de repente nuestros labios se juntan
    y no los separa ni el rayo.

    Y nuestra propia muerte tiene que esperar
    hasta que nuestros cuerpos
    den paso a cualquier otro designio.







    Crepúsculo

    Intuyo tu presencia.
    Silencio de tu voz.
    Vives en el paisaje.
    Pura prolongación.

    Nos llaman. Despertamos.
    Van tus cabellos sueltos
    -estandartes de sol-
    comandando los vientos.

    Los caballos galopan
    y la tarde agoniza.
    ¿Brisa? Ciclón al frente
    de rosas amarillas.







    Cuerpo en la oscuridad

    Te adivino tendida
    bajo la leve túnica
    de aroma que te cubre,
    mientras el sueño mide
    el espacio profundo
    que hay del párpado al alma.

    Respiración y nieve
    hacen bajo el perfume
    invisibles colinas;
    la oscuridad me llena,
    la ansiedad de tus formas:
    montes de lilas pálidas,
    desmayadas palomas.

    Trino de amanecer,
    sombra de arbusto fresco,
    eres nueva en mis manos
    sólo por el milagro
    del mundo en las tinieblas.

    ¡Qué rosas de tu cuerpo
    florecen al hallazgo
    múltiple de mis dedos!
    Te palpo y eres mía
    y mis manos son cestas
    para el fruto del tacto
    maduro ya, en la rama
    trémula del deseo.







    Declaración de amor

    ¡Oh! mi enemiga,
    a medida que me cuentas tu vida
    cómo hierve dentro de mí un veneno dulce,
    un humor amargo, una uva terrible.
    No he debido saber ni de dónde venías.
    ¿Qué más daba, un remoto país
    o un reciente amante?
    Quiero exterminar todos los sitios
    donde estuvo tu corazón o tu piel.

    Mas, oh encadenado, sólo puedo volver añicos
    este mapa de colores que pinté cuando niño.
    ¿Qué más debo destruir? ¿Nada más?

    Sí, también, cada día, morderé en tus labios
    todos los besos que ahí han quedado
    junto a los nombres de las ciudades.







    El agua

    Beso sin labio, novia en tu desvelo
    esperando una boca que te beba;
    y niña aún si un cántaro te lleva
    arrullada en los brazos bajo el cielo.

    Llueve, y el mundo goza de tu vuelo;
    danza la espiga, ábrese la gleba
    y es más dulce cantar cuando se prueba
    tu líquido que sabe a nuestro suelo.

    Saltando entre los juncos extraviada
    en busca de la sed, corza ligera,
    has quedado en mi mano aprisionada.

    No importa que quien te haga prisionera
    te dé su forma, corre alborozada
    persiguiendo tu forma verdadera.







    El amor

    Estar nuestro querer
    gozándose en sí mismo
    al pasmo de un instante
    no soñado. Vivido.

    Sin pedir ni dar nada
    ver mi fondo en tu fondo.
    Ser objeto e imagen
    como el agua del pozo.

    Beatitud de lo cierto:
    aquiescencia de Dios.
    Nescencia de la duda:
    presencia de tu amor.







    Ella

    Poma en sazón. Y el tallo estremecido
    de la vida se alza tan ileso
    que parece tan sólo el claro peso
    de la luz el volumen florecido.

    Nada más dulcemente sometido
    que el aire a su existir, hay algo en eso,
    como de pulpa prodigando el beso
    de aroma su contorno diluido.

    El aroma no es más que la distancia
    entre la fruta y ella. Si muriera,
    ¿ya para qué el perfume? Sin fragancia,

    ¿para qué la manzana? Si pudiera
    ella ocultar su cálida sustancia
    el cuerpo de las frutas no existiera.







    En su clara verdad

    "...porque había derramado mi alma sobre la arena,
    amando a un mortal como si no fuera mortal".
    San Agustín, Confesiones. IV-VIII-13

    Perdóneme el Amor haberlo amado
    en el cuajado sol de los racimos;
    en la pronta vendimia de los labios;
    en el cristal en fuga de los días.

    Perdóneme el Amor haberlo amado
    sobre la rosa que meció su vida
    pendiente de la luz
    y en pétalos de sombra se deshizo.

    Perdóneme el Amor haberlo amado
    en el azoro de pupilas húmedas:
    en fáciles paréntesis de abrazo;
    sobre entregados hombros me llevaron
    sin devoción el peso de mi sangre.
    Perdóneme el Amor, siendo tan puro,
    haberlo amado en la caída sombra
    que limita la piel de las criaturas,
    y haber vertido en sus oscuros ríos
    mi sangre de campanas navegantes
    y mi gozo que abría las mañanas
    azules, en los ojos del rocío,
    para fundar la luz sobre la hierba.

    Y le ofrezco al Amor el tierno tallo
    de sollozo en mi cuello florecido.
    Y la semilla de mi sal doblando
    la espiga horizontal de las pestañas.
    Y mi verdad tan claramente mía,
    oscurecida por buscarla blanda
    hechura de materias derrumbables.
    Y le ofrezco al amor haber tenido
    un transparente corazón de agua
    y haberlo dado pródigo en mis manos
    a la sed de los otros, y dejado
    sólo a mi sed la piedra de su cauce.
    Y le ofrezco al Amor volver al ancho
    lugar de soledad donde me espera
    y dice su silencio, sin garganta
    para expresar su voz que no limita
    ni acento, ni palabra, ni sentido.

    Y prometo borrar bajo mis ojos
    el rostro de mujer que pintó el sueño
    en los lienzos purísimos del alba;
    y su cuerpo de ardidas geometrías
    con su sombra de lirio entre mis brazos;
    y la callada curva de su alma
    que en el maduro instante del encuentro
    pesaba blandamente contra el hombro.

    Y prometo arrancar del leve tacto
    la sensación de fruta que me daba
    la tierna pelusilla de la carne,
    cuando pasaba yo sobre su cuerpo
    la cóncava frecuencia de mis manos;
    y su oculta tibieza y sobresalto,
    y el casi pensamiento de los senos
    en la quietud redonda de sus mieles.

    Y prometo también que los pequeños
    cálices que florecen en su lengua,
    y los racimos de viscosos jugos
    que cogen los sabores y los hacen
    una insistente flora submarina
    donde recuerda el beso los corales,
    no me darán su hiel de verde espada,
    ni sus dulces violines derretidos,
    ni las rendidas sales de su llanto,
    ni el limón sorprendente a que sabía
    la piel bajo los vellos que ocultaban
    su minuciosa red de escalofríos.

    Y prometo arrojar sobre una playa
    -a orillas del silencio y del sollozo-
    el caracol sin mar de mis oídos,
    para olvidar su voz entrecortada
    por sirenas de música y espumas
    de risa en las riberas de su labio.

    Y prometo que el aire que la envuelve
    no dejará que yo bajo la noche,
    pueda medir, basado en el aroma,
    el alto sueño y el profundo abrazo
    de su cuerpo entreabierto dulcemente,
    ni que sus muslos como dos rosales
    en perfumada laxitud me digan
    el olor de sus sangre enamorada.

    Y prometo también no ver la noche
    para abolir la sombra de su sexo;
    y destruir el fondo de mí mismo
    donde crecen columnas en mis huesos
    y el silencio se comba como un templo
    sobre el arco tendido de la sangre.

    Y qué rumor de lienzos desgarrados
    rodará del recuerdo. Qué vitrales
    de partido color mostrará el ojo
    caídos bajo el polvo de las lágrimas.
    Y cuánta dura arista habrá en la dulce
    huida redondez de las imágenes.
    Y cuánta soledad contra los muros
    donde estuvo mi lámpara alumbrando.
    Y cuánto corazón bajo las ruinas
    de tantos corazones destrozados.

    De tal destrozo quedaré yo solo
    de pie, pero tendidos en el alma,
    cuántos alzados ríos de voz clara,
    cuánto dolor caído de mi gozo,
    cuántas vidas marchitas en mi vida,
    cuánta perdida fe y oscura grieta,
    del odio en los cimientos quebrantados.

    Tú solo, Amor, me prestarás tu nuevo
    labio perennemente preparado;
    tu estambre de cristal que clarifica
    con azúcar de soles la mañana,
    tu espacio de milagro donde flota,
    perdido el peso y dolorosamente.
    el corazón del hombre como un barco
    de sollozo en un agua de saetas.
    Te buscaré en el quieto movimiento
    de mi ansiedad que espera tu llegada;
    bajo el caído párpado del sueño
    donde guardas tus luces esenciales;
    en el follaje de la interna noche
    pugnando por cubrir tu inmensidad.
    Sabré de tu presencia, sin sentidos
    que te tiendan espacios, ni volumen
    para medir tu aliento imponderable.
    En el cambio ordenado de las cosas
    el llanto será mar o enredadera,
    vendrás amor, y encontrarás más limpia
    y oreada mi voz en los collados
    de mi eterna esperanza que se abre
    de par en par al «aire de tu vuelo»".

    Tú solo, Amor, me plantarás la rosa
    fuerte, que, con sus pétalos de instante
    temblorosa de júbilo y de esfuerzo,
    detenga y pasme en mágico equilibrio
    la inminente llegada de la muerte.







    Epístola moral a mí mismo

    …tal soy llevado
    al último suspiro de mi vida
    Anónimo. Siglo XVII

    Que fácil es vivir: un ascenso continuo
    sin que nos turbe el viento, la llovizna, las hojas
    que mueven dulcemente los aires del camino,
    e impasibles seguir la cuesta rumorosa.

    Que fácil es vivir: marchar siempre adelante
    dejando los jirones del sueño entre las zarzas;
    no regresar al sitio donde el trino de un ave
    traspasaba la luz virgen de la mañana.

    Que fácil es vivir: no beber del arroyo
    que calmaba mi sed y contuvo sus labios;
    no hallar entre su linfa nuestro antiguo contorno
    y amar más lo presente que todo lo pasado.

    Que fácil es vivir: si al galope del transcurso
    los árboles amados cayeron en el bosque,
    no indagar por los nidos, ni buscar el dibujo
    que en su tronco trazamos de nuestros corazones.

    Que fácil es vivir: no tornar las pupilas
    para ignorar dónde cayeron nuestras lágrimas,
    callar que a nuestro paso quedan sólo cenizas,
    cenizas de minutos, de besos, de manzanas.

    Que fácil es vivir: no vagar en la noche
    solo, bajo las frondas, mientras cae la lluvia
    con un verso insistente en los labios o un nombre
    de mujer que tal vez no conocimos nunca.

    Que fácil es vivir: decir súbitamente
    "Cuan tibia está mi casa" "qué hermosos mis caballos"
    mostrar como los trigos y los honores crecen
    y saber desde ahora qué viene cada año.

    Que fácil es vivir: no perder un instante
    tendido sobre el césped contemplando las nubes
    ni extasiarse mirando la estrella de la tarde
    mientras del campo suben las sombras y el perfume.

    Que fácil es vivir: tallar el pensamiento
    como frío diamante y hacer de las facetas
    puras de la razón, un conjunto perfecto
    más por número y orden que por su iridiscencia.

    Que fácil es vivir: buscar solo la luna
    cuando es noche de luna. Y la perla y la rosa
    tenerlas en la mano. Desechar la locura
    de ambicionar las gracias perdidas o remotas.

    Que fácil es vivir: deshacer las estatuas
    de sal que alzó el recuerdo a espaldas de la vida.
    No dar un paso atrás. Ni una simple palabra
    repita cuanto ayer pudo ser nuestra dicha.

    Que fácil es vivir: llegar a lo más alto
    de la vida y mirar la prometida tierra,
    y ver por fin, o vida, los soles del ocaso
    dorar las yertas torres donde la muerte espera.







    Fragante soledad

    "Huelen hasta tus ojos
    celestes de cristal..." J.R.J.

    Qué fragante soledad ha dejado tu cuerpo
    en este anochecer.

    Regusto el aire.
    Olisqueo la almohada
    donde se desató tu pelo
    Busco tu olor de rosa estrujada,
    me hundo en el recuerdo de tu axila,
    de tu pubis, donde -eterno Narciso-
    persigo la imagen de mis labios.

    Ya es inútil buscarte en el lecho,
    en el vano de las ventanas,
    entre el marco de los espejos,
    entre el dogal de mis brazos.

    Qué fragante soledad.
    Huelo mi propio olfato.

    Deambulo por los senderos crujientes
    detrás del taconeo de la lluvia
    viendo gotas como estrellas
    entre los gajos de las acacias.

    A cada paso
    siento tu nombre debajo de la lengua
    como un granito de azúcar.
    Tu nombre que huele a ti
    hecho de letras como pétalos.

    ¡Aquí no, pienso, todavía no!
    Salgo a la vastedad del campo,
    encuentro lo más redondo del silencio,
    me sitúa en su centro,

    y entonces te llamo a gritos
    para que tu nombre
    se deshoje
    y mi voz se rompa al unísono
    contra cada uno de los puntos
    que limitan el círculo de mi soledad.







    La soledad

    Siempre la soledad está presente
    donde estuvo la voz y fue la rosa,
    en todo lo de ayer su pie se posa
    y le ciñe su sombra dulcemente.

    El recuerdo que está bajo la frente
    tuvo presencia. Fuente rumorosa
    fue su paso en la tierra, cada cosa
    lleva su soledad tras su corriente.

    Es soledad la miel que dora el seno
    y soledad la boca que conoce
    su entregado sabor de fruto pleno.

    Cada instante que pasa, cada roce
    del bien apetecido, queda lleno
    de soledad, al tránsito del goce.







    La última forma de su huida

    El humo de mi pipa ya no es humo
    sino la fuga azul de mi cerebro
    hacia la orilla última del mundo
    y hacia el último mundo en que te pierdo.

    Acabando en el mundo del recuerdo,
    sin olanes de límite en los brazos,
    no nos definen términos los cuerpos,
    y tan solo mi pie mueve tu paso.

    Ya no hay brisa que pase entre el abrazo
    ni mi sangre suspira por tus venas.
    No hay beso que separe nuestros labios,
    ni punteros de instante mientras juegas.

    No hay sombra para dos cuando a mí llegas
    en el desvelo de la madrugada,
    porque el límite interno de mi esencia
    es el límite externo de tu alma.

    Fuiste la desazón, y eres la calma.
    Eras el horizonte, y en el filo
    de mi partida anulas mi llegada.
    De tanto que eras mía te he perdido.

    El humo de mi pipa ya se ha ido
    confundiendo a la niebla del pasado;
    desnuda estabas, de humo te he vestido
    y el humo que te viste te ha llevado.







    Las islas de tu imagen

    ¿Vuelves a mí tal vez?
    Dejemos el dolor,
    vámonos a pasear por tus retratos.
    ¡Cómo hay allí de azules!
    Cielos de azules claros
    que fueron con nosotros de la mano.
    Vientos que no se ven y te despeinan.
    Carreras detenidas en el aire
    te suben los vestidos.
    Y mi gozo
    temblando en los azules, en tu pelo,
    en la sombra de ti,
    sobre las piedras
    mientras tú las pisabas.

    Las horas se quedaron sorprendidas
    como en relojes muertos.
    Como vuelos de pájaros sin alas,
    como un amor delante de mujeres
    que no existieran nunca. Se quedaron
    echadas cara al cielo
    en mi álbum de estampillas de las islas
    borradas de tu imagen.
    Todo quedó allí quieto:
    el movimiento
    desertó de su fin.
    El columpio en el aire bien pudiera
    sin momento de apoyo ni llegada
    devolverse al cenit de tu capricho.
    La cinta que me diste, ecuadora
    la levedad del oro en tu cabeza.
    Estos retratos tuyos te devuelven
    en un itinerario de jardines,
    de la rosa al botón,
    y quedas niña,
    con tu verdad primera,
    con tus trajes de holán adolescente,
    con tu dolor negándose a venir.
    ¿Vuelves a mí tal vez?
    Dejemos el dolor,
    vámonos a pasear por tus retratos.
    ¡Estos retratos tuyos!
    Los de ver con los ojos,
    los que tienen tamaño y se colocan
    en una extensión cierta entre dos vidrios,
    como cruzando un cuerpo entre dos aires,
    conciben el espacio sólo tuyo.
    Aquel espacio,
    que contuvo tu cuerpo una mañana
    al moverte, quedaba esclarecido,
    preciso, limitado, diferente,
    y era extensión sin cuerpo en el espacio
    ese claro dolor de no seguirte,
    como claro dolor de no seguirlo
    los vidrios sin retrato.
    ¿Vuelves a mí tal vez?
    Dejemos el dolor,
    vámonos a pasear por tus retratos.
    El otro que atestigua que en el tiempo
    fuiste potencia y acto
    y rebelde a la gloria en que te vivo,
    te muestra de dos años.
    O el de vientos grumetes que te cercan
    y de tus ojos verdes en el lago,
    el del retrato aquel de las sirenas
    sacado a la memoria de las barcas,
    el de faldas veleras que te ciñen,
    retrato de los lagos.
    Este otro, el preferido, con su fondo
    de silencios llamando,
    con el tren que se va y el alma en tierra
    al borde de las vidas como rieles;
    el de lágrima al fondo, donde escala
    el corazón el muro de los ojos,
    el de la blusa clara
    de telas primordiales que te llevan
    y tu almita lavada de quince años.
    Las horas se quedaron sorprendidas
    como en relojes muertos.
    Como vuelos de pájaros sin alas.
    Como un amor delante de mujeres
    que no existieran nunca. Se quedaron
    echadas cara al cielo
    en mi álbum de estampillas, de las islas,
    borradas de tu imagen.







    Lección del mundo

    Este es el cielo de azulada altura
    y este el lucero y esta la mañana
    y esta la rosa y ésta la manzana
    y esta la madre para la ternura.

    Y esta la abeja para la dulzura
    y este el cordero de la tibia lana
    y estos: la nieve de blancura vana
    y el surtidor de líquida hermosura.

    Y esta la espiga que nos da la harina
    y esta la luz para la mariposa
    y esta la tarde donde el ave trina.

    Te pongo en posesión de cada cosa,
    callándote tal vez que está la espina
    más cerca del dolor que de la rosa.







    Momentos de la doncella

    1. El sueño

    Dormida así, desnuda, no estuviera
    más pura bajo el lino. La guarece
    ese mismo abandono que la ofrece
    en la red de su sangre prisionera.

    Y ese espasmo fugaz de la cadera
    y esa curva del seno que se mece
    con el vaivén del sueño y que parece
    que una miel tibia y tácita lo hinchiera.

    Y esa pulpa del labio que podría
    nombrar un fruto con la voz callada
    pues su propia dulzura lo diría.

    Y esa sombra de ala aprisionada
    que de sus muslos claros volaría
    si fuese la doncella despertada.

    2. El espejo

    Retrata el agua dura su indolencia
    en la quietud sin peces ni sonidos;
    y copian los arroyos detenidos
    sus rodillas sin mancha de violencia.

    Sumida en esa fácil transparencia,
    ve sus frutos apenas florecidos,
    y encima de su alma endurecidos
    por curva miel y cálida presencia.

    Con un afán de olas, blandamente,
    cada rayo de luz quiere primero
    reflejarla en la estática corriente.

    Y el pulso entre sus venas prisionero
    desata su rumor y ella se siente
    a la orilla de un río verdadero.

    3. La muerte

    Igual que por un ámbito cerrado
    donde faltara el aire de repente,
    volaba una paloma por su frente
    y por su sexo apenas sombreado.

    Y por su vientre de cristal -curvado
    como un vaso de lámpara- caliente
    el óleo de su sangre dulcemente,
    quedó de su blancura congelado.

    Sus claras redondeces abolidas,
    bajo la tierra al paladar del suelo,
    entregaron sus mieles escondidas.

    Y alas y velas sin el amplio cielo
    de su mirada azul, destituidas
    fueron del aire y fueron de su vuelo.







    Mujer cerrada

    Plena mujer. La siesta diluía,
    en sus huesos de flauta melodiosa,
    frutos y miel. La arteria rumorosa
    bajo la piel sus cálices corría.

    Un zumbido de abejas circuía
    sus oídos. El vaho de la rosa,
    la movible nariz, en mariposa
    de alillas agitadas convertía.

    Se desvelaba el sueño entre su frente
    cuando el ala del lino le rozaba
    el cuerpo de pereza y de serpiente.

    la sangre la mordía, y si lloraba,
    virgen de abrazos, yerma de simiente,
    con besos de sí misma se besaba.







    Narciso

    Ojos de mar y senos como olas;
    largos muslos de río, y cabellera
    fluvial bajo la espalda, ella era
    toda de agua y líquidas corolas.

    buena para la sed; y verdes colas
    de sirena cruzábanle la esfera
    de la pupila; el sueño se volviera
    delfín para gozar su amor a solas.

    Sexo y canción, yo estuve de rodillas,
    doblado, como un junco, aún me veo
    sobre sus transparentes maravillas.

    El agua se entreabrió y un aleteo
    de cristales cruzó por sus orillas
    y allí cayeron cántico y deseo.







    Niña

    Niña en el tacto de la luz te siento
    diluida en palabras, gesto, risa,
    levemente agitada por la brisa
    que dan las alas de mi pensamiento.

    Niña que pasas con el movimiento
    sin curso de la flor, lleva tu prisa
    un amoroso tiempo de sonrisa
    en cada eternidad de tu momento.

    Niña que traspasándome la frente,
    como flechas de sol un claro río,
    haces pensar en ti tan dulcemente.

    Está tu voz en el espacio mío,
    salvándome el instante, como un puente
    hecho sobre una gota de rocío.







    Nocturno de Adán

    Estoy desde hace siglos despierto sobre el mundo
    mirándote, tendida a mi lado, extenuante
    hoguera de perfumes, de sonrisas, de frutos,
    y si busco tu sombra me vigilan los ángeles.

    La forma de tu rostro es la misma que engendra
    órbitas y estaciones sobre sus claros ejes
    y da normas al sol, la luna y las estrellas,
    y gobierna el transcurso de la rosa y la nieve.

    Te cobija el arbusto de la sabiduría;
    y convocas la luz y te besa la luna
    los pies; y los luceros te forman una cinta
    de claridad que ciñe, temblando, tu cintura.

    Tus ojos escaparon al mandato divino
    que puso en el azul señales de la noche,
    y estás sobre la tierra entre Dios y el rocío,
    turbando con miradas el sosiego del orbe.

    Oh sellada mujer. Hecha del mismo grano
    de mi profundo sueño y mi pobre sustancia
    yo sé que la ternura se reclina en tus brazos
    y el lirio, mientras duermes, con su sombra te guarda.

    Muerdes jugosos frutos que compartes conmigo
    y en su pulpa me das tu saliva y tu aliento;
    y estamos entre el agua, y las ondas del río
    arrastran tu temblor para abrazar mi cuerpo.

    Y en este vivo espacio de cristales y lianas
    también he visto tu desnudez rotunda,
    y en el vaivén del juego, llenar de curvas blancas
    el lugar de las olas hecho para la espuma.

    Parece que del fondo de tu carne naciera
    el sol, con su encendida muchedumbre de rayos,
    y el espacio rutila donde tu piel empieza
    a derrotar las sombras con un temblor dorado.

    Tendida en la ribera, van quedando tus miembros
    inmóviles y tibios a la orilla del agua,
    y sube de ti un vaho y un calor de tus pechos
    que dulcemente doran la piel de las manzanas.

    A veces la mirada he posado en tus muslos,
    y he visto lentamente sobre tu piel cernirse
    la palidez, quedabas igual que un cuarzo húmedo
    cuando el sol va secando su dura superficie.

    Tus cabellos revueltos azotan mis costados;
    y me hieren tus uñas de joven bestezuela,
    entonces en mi espalda crecen flores de espasmo,
    igual a cuando cae sobre el agua una piedra.

    Me turban tus preguntas y prefiero estar solo;
    yo que nombré las cosas que sobre el mundo caben,
    me quedo sin palabras delante de tus ojos
    y si te vas no acierto con qué nombre llamarte.

    Tus hombros que descienden firmemente del cuello,
    dejan caer tus brazos en redonda cascada,
    hombros donde se posan tu mejilla y mi sueño
    con un párpado de humo y una rosa tronchada.

    Qué arco, que compás va a medir tu cadera,
    que la forma construye rica de proporciones
    y en donde el crecimiento de la curva semeja
    el flanco tembloroso de una llama en la noche.

    Tus muslos poderosos como horqueta de árbol,
    fuertes como tenazas, atraen como el abismo;
    y allí el desvelo muestra tu sexo enamorado,
    sus profundos infiernos, sus altos paraísos.

    Qué redondo tu vientre, cuyo límite ordena
    todo cuanto fue caos en torno de su centro;
    la noche lo circunda, y el horizonte queda
    con el cielo encerrando su círculo perfecto.

    Soledad de tu pubis en inmensa blancura
    de la creación sin mancha. Miro su breve vida
    de rosa no deshecha. Su potencia desnuda,
    su acto por llegar de furor y delicia.

    ¿Qué espero que no caigo como un pesado fruto,
    si siento derrumbarse mis hombros en tus hombros?
    ¿Si cada rosa escucha un llamado profundo
    y hasta los astros caen de un cielo a otro más hondo?

    Llámame con tu voz de paloma y colmena,
    con tu voz de resuello, de grito, de palabras.
    Llámame con tu silbo que en el aire me espera
    y hace salir los peces encima de las aguas.

    Oscura, ciegamente, voy llegando a tu boca,
    donde la lengua emerge como un maligno estambre,
    sítiame con tus dientes. Tómame gota a gota.
    Caigan por fin los ángeles malditos de mi sangre.

    II

    "...echémosle de aquí no sea que
    viva para siempre...".
    Génesis, III, 22

    Como un terrible vendaval en el bosque,
    aún tiemblan mis raíces. He caído; un silencio
    igual a la distancia que hay entre Dios y el hombre
    agranda esta tremenda soledad en que muero.

    La destrucción me rinde con su implacable sitio,
    la he visto en las pupilas de palomas y peces
    y en el tiempo y el agua. Mis brazos en el río
    no pueden detener ni su dulce corriente.

    Todo muere. Los besos han quedado en el suelo
    igual que tibios nidos o recientes retoños.
    ¿Tanta palpitación, tanto hermoso deseo
    cómo puede quedar convertido en escombros?

    Todo el azul le he dado por tu sexo sombrío.
    La rosa de indecisos aromas la he cambiado
    por tu piel de agrio clima. Manzano de exterminio
    donde la muerte clava su diente cotidiano.

    Tuve la frente alta, levantada a la pura
    proximidad de Dios. Mis ojos alcanzaban
    a contar las estrellas. Hoy de sus luces últimas
    sólo queda mi rostro salpicado de lágrimas.

    En vano alzo los ojos. Inútilmente clamo.
    La soledad opone su muro silencioso.
    ¡Soy libre!, me repito, y detrás de mis pasos
    un ruido de cadenas agoniza en el polvo.

    Bajo la inmensa noche en la lucha con el cuerpo,
    el alma como un ángel invisible aletea,
    vástago del azul quisiera alzar el vuelo
    mas ¡oh contienda inútil! ¡Oh condición terrena!

    Ya todas las criaturas saben que llevo expuesta
    la sangre como un hilo que pudiera romperse,
    y el hierro me persigue y la espina me acecha,
    y en cada instante un poco de mi vida perece.

    De la inmortal estirpe del cielo me separo,
    por batallar mi pan y beber mi amargura.
    Vengo a enterrar mis alas porque sólo mis brazos
    anuden el amor y desaten la lucha.

    Si ahora es necesario morir, si tuve en vano
    contra mi cuerpo un día desnudo el paraíso,
    ¿qué importa? fueron mías las mieles del pecado,
    antes que labio alguno lo hubiese conocido.

    Mujer que te apareces ondulante y erguida,
    igual que una serpiente cubierta de manzanas.
    Enemiga del cielo. En tus claras rodillas
    conviven dulcemente el pecado y el alma.

    Tu desnudez en balde se rescató en la higuera
    y desde entonces nada puede ocultar tus pechos;
    más altas son tus formas debajo de la seda,
    y en la noche más brilla tu piel bajo el deseo.

    Brota en ti la mentira que embellece tus labios,
    como el pezón en lo alto de la tensa blancura.
    suma de imperfecciones y tesoro de halagos,
    inagotable fuerza donde todo se muda.

    Tu sexo que me enturbia el correr de la sangre
    diluye su negrura más allá de la noche,
    allá donde los sueños súbitamente saben
    cuanto la luz del día ni siquiera conoce.

    Pago en pequeñas muertes tu galope nocturno.
    Eva. Dispensadora del amor y el desmayo,
    mientras el paraíso que compartimos juntos
    otra vez nos destierra de su estéril espacio.

    Huyo de ti deshecho y mi cuerpo disfruta
    su libertad sin rosas y su amor sin cadenas;
    pero siempre el anillo duro de tu cintura
    me encierra en su mandato y a tu ley me regresa.

    Ofréceme el infierno nuevamente en tu mano.
    Déjame tembloroso de pavor sobre el mundo.
    Materia de la llama. Criatura de relámpagos.
    Soy tu rehén de guerra y el pasto de tus triunfos.

    A pesar de que eres dadora de la vida,
    madre de los humanos, por ti todo perece
    y acatas el designio del polvo y la ceniza.
    El ser que de ti nace sólo hereda la muerte.

    Condéname a buscar nuestra alianza en los huesos
    si te esposó el oficio con sortija que daña
    y te lanzó a la muerte como a profundo hueco
    donde el ardiente labio para el beso se acaba.

    Como fruta caída que se pudre en el suelo
    es amargo este beso que me llevo a los labios.
    Cuanto ansiamos es triste y cuanto poseemos
    y más que lo perdido nos da pena lo hallado.

    Aunque el amor no muera con espadas de olvido,
    de cada abrazo un ángel de tedio nos expulsa.
    Con todo, de ti vengo y a ti voy, azar mío,
    oh mujer, dulce monstruo de placer y amargura.

    Destino de mi tacto, claridad de mis ojos,
    aspiro tus axilas y me bebo tus lágrimas,
    y mi oído en la noche recoge tus sollozos
    igual que un caracol en la orilla del alma.

    La sal mide tus labios y la sed te convida
    con su insaciable arena a darme el beso último,
    el que más sabe a llanto, porque toda caricia
    es triste como sombra de un antiguo infortunio.

    Oh criatura de espanto, cómo te pertenezco;
    siendo mi propia hija me señalan tu esposo
    y eras también mi madre. Maldición de mis huesos
    en donde estaban todos los linajes monstruosos.

    También eres yo mismo, por eso cuando te amo
    me miras como un pozo que copiara mi angustia,
    y por borrar mi imagen te deshaces en llanto.
    ¡Oh soledad de amor! ¡Oh imposible ventura!

    III

    "Ella quebrantará tu cabeza..."
    Génesis, III, 15

    Con todo, de ti nace la doncella sin mancha:
    blancura del cordero, misterio de la harina,
    pasmo de la pureza, surtidor de la gracia
    en quien el pacto tiene su esperanza cumplida.

    Oh Eva, señalada por la muerte y el ángel,
    venga el divino pie a posarse en la tierra,
    su huella te sostenga y el amor te levante
    mientras que a la serpiente quebranta la cabeza.







    Preludio de soledad

    Vagaré bajo la sombra y las estrellas
    que conocen mi frente y sus desvelos,
    contaré como pétalos sus rayos
    sin pedir al azar su vaticinio.

    Quiero con mis pisadas
    recorrer hacia atrás,
    horas que se quedaron extasiadas
    en el reloj que el sol eternizaba,
    y repetir: ¡Dios mío! ¡Cuántos nombres!

    Criaturas, norte, sur, sólo viento y ceniza,
    ebrios itinerarios que extraviaron mis brújulas.

    Hay algo indefinible entre el follaje,
    un olor de mujer que no regresa.
    Ya las palabras no tienen el deleite del labio,
    se borran en el aire como saetas de humo,
    caen en la hojarasca
    ajenas a su rumbo y su herida.

    En una escondida copa,
    el alma ha guardado todas las caricias
    y cuando la luna me alarga los brazos
    por sobre los senderos
    y no encuentro a nadie vivo
    acerco sus bordes a mi sed.

    Sin olvidar que un gran silencio
    soporta otros silencios,
    y así se levanta la torre
    donde habitó la soledad.







    Razón de ti

    Fuiste sol, fuiste llama, fuiste lumbre,
    canto en la soledad, como un concierto
    de cristales celestes que no puedo
    fingir en los recuerdos del espacio.
    Cerca de ti también germen y fruto,
    el alma floreció como un retorno
    de eterna eternidad en el minuto,
    y se hizo gozo en el dolor del fruto,
    y se hizo canto en la embriaguez del gozo.

    Y razón suficiente de la vida,
    norma, fin y principio confundidos,
    eras eternidad.
    Y cómo ahora,
    siendo que estabas hecha de presentes,
    podré decir: "¿Tú fuiste"?







    Retozo

    Escucha, no importa que te lo diga
    por teléfono,
    de todos modos son palabras
    a tu oído.

    Te amo.

    ¿Por qué somos así?

    Mientras tú hueles una rosa
    yo gusto un vino.

    Porque somos así
    iguales cada uno
    en la plenitud de su destino.

    Me amas como soy
    si no sería equivocarte.

    Te amo, y me equivoco
    y vuelvo a amarte.

    ¡Cómo te amo!






    Salmo de la desposada

    "Narrabo omnia mirabilia tua".
    David, Psalmo IX-2

    Por la dulzura que hallaste en mi soledad
    te alzaré de los hombros con mi voz de colmena
    abandonada.

    Arrancaré de tus dedos todo lo que te encadena,
    todo signo que oscurezca tu piel
    y no habrá más sortijas que tus venas.

    Entonces vendrás a mí tan nueva
    como si nunca hubieras sentido peso sobre
    tus hombros.

    Y empujaré tu sangre hacia atrás
    para verte de quince años y comiendo cerezas.

    Yo soy el que tú, de niña,
    habías oído navegar entre los caracoles.

    El que refería cuentos de azúcar a las naranjas
    cuando volvías de jugar al aro.

    el que hacía los sueños de lino y ángeles
    sobre las sábanas limpias.

    El que en el día de tu primer espanto
    puso amapolas en tu lecho.

    Yo aún no era poeta
    pero los naranjos ya tenían idea del azahar; y
    pensaba:

    «Cuando te encuentre
    te seguiré buscando día a día.

    te besaré a distinta hora
    para cambiar la llegada de la noche.

    Abandonarás tus ropas con olor de mujer sobre
    los surcos
    para que la tierra sepa que ha de florecer.

    Cuando sea el tiempo de las orquídeas, las prenderé
    de tu pelo
    y tus orejas pequeñitas confundirán la cosecha.

    Comeremos frutas silvestres y andaremos descalzos
    para que nos sepan los labios a rocío.

    No entraremos a las ciudades y a los templos
    para que no haya hechura de hombre entre la piel
    y Dios.

    Serás el regreso para aquel hijo mío
    que está perdido desde el principio del mundo.

    Cuando acunes los brazos y te doble el arrullo
    el mimbre pensará que sobra en las riberas.

    Y tu blancura propiciará la onda
    donde el molino sueña la flor de sus harinas.

    Y cuando haya necesidad de velar por el cocimiento
    del pan
    me llenarás la boca de granizo para apagar los besos.

    Escamparás la lluvia dentro de un caracol
    y mi mano cogerá tu canción y la alzará a mi oído.

    Te arrojarás al fondo de los ríos
    para pasar sin caer de una nube a otra.

    Hundirás las manos en la tierra llovida
    para indicar el sitio de los lirios.

    El primer día que cantes talaremos los árboles
    porque ese día serán inútiles los nidos.

    Y al oír tu voz se verán defraudados los panales
    y no creerán más en las abejas».

    Esto te lo digo yo.
    Ahora escucha esto que sí te digo yo.

    Canta, hasta que sientas
    que te duelen los párpados.

    Piénsame, hasta que el sueño
    te vaya llenando de golondrinas.

    Suéñame hasta que la noche
    tenga que refugiarse en las campanas.

    Quiéreme, hasta que los ojos
    se te llenen de lágrimas.

    Llora, hasta que las lágrimas
    hagan huir los pájaros.

    Llámame hasta que crezcan
    espinas en mi oído.

    Espérame hasta que los peces
    se hayan bebido todos los ríos y canten.

    Porque un día ha de ser.







    Si quieres acercarte más a mi corazón...

    Si quieres acercarte más a mi corazón
    rodea tu casa de árboles.

    Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
    mientras menos lograda más lejos de la muerte.

    Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
    cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.

    El grillo que devana su pequeña madeja
    de soledad y extiende su música en la hierba.

    Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
    la fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.

    Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
    el césped silencioso y el agua cantarina,

    y el quieto surtidor verde de los sauces
    para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.

    El huso de los pinos donde la sombra crece
    que hile la blandura de los atardeceres.

    Y cuando esté maduro el silencio del bosque
    pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.

    Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
    con la misma dulzura con que se toca un arpa.

    Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
    te entregue la delicia de las futuras pomas.

    Y las redondas bayas -madurez y deseo-
    pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.

    Y decoren de plata sus hojas las acacias
    como si amaneciera la luna entre las ramas.

    Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
    un loto te recuerde bajo la luz tranquila.

    Y la savia palpite si grabas en los robles
    el contorno perfecto de nuestros corazones.

    El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde
    a tus manos la ausente materia de mis sienes.

    Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
    como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.

    Despertarán entonces al vaivén de las ramas
    más pájaros que cantos caben en la mañana.

    Y la luz será lira sostenida en el aire,
    iniciación del alba, límite de la tarde.

    Acércate al rumor del viento entre los árboles,
    amada, y sentirás el rumor de mi sangre.







    Sitio de sueño y vida

    ¡Devuélveme la estrella
    donde nos encontrábamos!
    La de los dos, aquella
    con mordisquillos tiernos
    de cielo entre las puntas,
    que una noche inventamos.
    Donde tú me esperabas
    a las nueve, saltando
    de una luz a un reflejo
    o asegurando el vértice
    total de nuestros ángulos

    ¿Y mi vida? ¿En dónde está mi vida?
    ¿Por qué miraré atrás para encontrarla?
    En la muerte delante
    la que marca el camino.
    Lo último que queda.
    La solución del grito.
    Con una estrella roja iré más frío
    -yo mismo haré mi frío-
    que el alma de los hielos
    por la noche del sueño irremediable.
    ¿Ya para qué la estrella?

    Hacíamos del mirar
    maromas, y nos íbamos,
    tú por los hilillos verdes,
    yo por cuerdas oscuras
    a sus playas; de súbito,
    gozosos, con la mano
    puesta aún en el álbum,
    de todos tus retratos
    yo, y en los labios tú,
    la oración de la noche
    porque yo fuera bueno.

    ¿Ya para qué ser bueno si me odio?
    ¿Si quiero hundirme donde nunca encuentre
    ni la estrella, ni el sueño, ni la absurda
    compañía de mí mismo?
    ¿Y para qué ser bueno?

    Tal como si te fueras
    por tu sueño en la alcoba,
    te ibas con el pijama
    azul de hilos marinos
    que guardaba en sus redes
    peces -los de tu piel-
    sueños de rosas tiernas.

    Junto a tu cuello como junto al mío,
    los minutos se aprietan desollados.
    buscan su piel de instante.
    ¿No sientes cómo gritan?

    ¿Y para qué tu piel de rosas tiernas?

    Hoy he vuelto a la estrella
    a las nueve, y no estabas.
    He llamado por todos
    los golfos de la isla,
    -isla de ensueños náufragos
    sobre los caballetes
    de oro donde cuelgan
    los columpios que mecen
    el vuelo de los ángeles,
    y era como el desierto
    sin bocas en el aire
    para decir el eco.

    ¿Y para qué una voz si nadie escucha?
    ¿Si perdiste tu voz?
    ¿si ni la mía puedo ahora encontrar?
    ¿Y para qué una voz?

    He vuelto y ya no estaba
    más que tu ausencia ancha,
    como una nada extensa,
    en donde fracasaran
    los aros de la luz
    y negaran la estrella
    donde nos encontrábamos.
    Di, ¿tal vez la llevaste
    y la tienes debajo
    de la almohada escondida
    con mis versos? ¡Devuélvela!,
    devuélveme la estrella
    donde nos encontrábamos!

    ¿Y para qué la estrella
    si no te iré a buscar?
    Ya no me encontrarás. ¿O acaso puedo
    interrogar yo mismo lo que he sido?

    ¿Hubo acaso una estrella?

    ¡Pensar que era mentira!







    Verdad de ti

    Aquí quedó la forma de tu huida.
    Como la flor tronchada, en el vacío
    queda erguida en perfume, el canto mío
    te levanta en el aire, florecida.

    El tallo de mi voz tiene tu vida
    en su rama invisible, como un río
    levísimo de llanto o de rocío
    la más lejana estrella sostenida.

    Como el mar que se fue queda evidente
    en el empuje manso de la ola
    dibujada en la arena, dulcemente

    te me vas y te quedas -forma sola
    de tu no ser- presente en mi presente
    como erguida en perfume la corola.







    Vida

    Vivir como una isla,
    lleno por todas partes
    de ti, que me rodeas
    ya presente o distante

    con un temblor de luz
    primera, sin pulir,
    sin arista de tarde,
    ni sombra de jardín.

    Y ángeles en espejos
    guardando tu mirada
    para hacerse verdades
    y noches estrelladas.




    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Maria Lua
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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Sáb Nov 02, 2024 1:24 pm

    José Asunción Silva


    Poeta y novelista colombiano nacido en Bogotá en 1865.
    Fue el precursor del modernismo en Colombia y es justamente considerado como el más importante poeta
    de Colombia y uno de los más importantes poetas de Latinoamérica.
    Romántico y modernista, autor de la novela «De sobremesa», perdió parte de su obra literaria en un naufragio,
    un año antes de su trágica muerte.
    Se quitó la vida en 1896


    A Adriana

    Mientras que acaso piensa tu tristeza
    En la patria distante y sientes frío
    Al mirar donde estás, y el desvarío
    De la fiebre conmueve tu cabeza,

    Yo soñando en tu amor y en tu belleza,
    Amor jamás por mi desgracia mío
    De la profundidad de mi alma, envío
    A la pena un saludo de terneza.

    Si cuando va mi pensamiento errante
    A buscarte en parejas de otro mundo
    Con la nostalgia se encontrara a solas

    Sobre las aguas de la mar gigante
    Entre el cielo purísimo y profundo
    Y el vaivén infinito de las olas.

    Abril 11de 1883








    Adriana

    "Double virginité
    Corps où rien n'est immonde
    Ame où rien n'est impure" .
    Victor Hugo ( Feuilles d'automne )

    Noble como la cándida adorada
    Del inmortal poeta florentino,
    Corona de la frente inmaculada
    El dorado cabello
    Que sobre el hombro flota en blondos rizos,
    Perdida en el espacio la mirada
    Como se pierde en su conjunto bello
    La de aquél que contempla sus hechizos.

    Hay infinita luz que reverbera
    En el azul de sus divinos ojos
    Cual de limpio zafiro en los cristales.
    Una expresión de majestad serena
    De pudor y recato virginales
    Vela la gracia de sus labios rojos,
    Y es a la vez misterioso encanto,
    Lumbre, murmullo, vibración y canto!

    Su voz tiene las notas armoniosas
    De la del ave que en blando nido
    de su impotencia de volar se queja,
    Llena de suavidad, llena de calma
    Su cariñosa frase siempre deja
    Una estela de perlas en el alma.

    Tiene la delicada transparencia
    De las húmedas hojas de las lilas
    Y ni una leve mancha en la conciencia
    Y ni una leve sombra en las pupilas.

    Es una reunión encantadora
    De lo más dulce que la vida encierra
    A los rosados rayos de la aurora
    Hecha, del aire en los azules velos,
    Con lo más delicado de la tierra
    Y lo más delicado de los cielos!

    Septiembre de 1882







    Al oído del lector

    No fue pasión aquello,
    Fue una ternura vaga
    Lo que inspiran los niños enfermizos,
    Los tiempos idos y las noches pálidas.

    El espíritu solo
    Al conmoverse canta:
    Cuando el amor lo agita poderoso
    Tiembla, medita, se recoge y calla.

    Pasión hubiera sido
    En verdad; estas páginas
    En otro tiempo más feliz escritas
    No tuvieran estrofas sino lágrimas.








    Asómate a mi alma...

    De G. A. Bécquer

    Asómate a mi alma
    En momentos de calma,
    Y tu imagen verás, sueño divino,
    Temblar allí como en el fondo oscuro
    De un lago cristalino.

    Junio 28 de 1883







    Aurora

    Cuando en las noches pálidas de luna
    Cerca de tu ventana -una por una-
    Me cuentas tus hermosas ilusiones,
    Cuando de tu mirada soñadora
    El rayo como lumbre de una aurora
    Ahuyenta mis enjambres de visiones;

    Cuando reclinas blanda la cabeza
    En mi hombro y disipas mi tristeza
    Y me acompañas en mis locos sueños,
    Cuando de la ventura en el exceso
    Sellas mi dicha con ardiente beso
    De tus labios rosados y risueños-

    Entonces como el náufrago -que asido
    De una frágil tablilla- va perdido
    Y recuerda la plácida ribera
    Mientras la oscura noche negra y fría
    Y la inmensa extensión muda y sombría
    Y el tempestuoso mar halla doquiera

    Y que ve serenarse el horizonte
    Y destacarse el azulado monte
    Sobre la claridad de áureo celaje
    Y aparecer -en vaga lontananza
    Lleno de luz de vida y de bonanza-
    Primaveral, bellísimo paisaje,

    Entre las sombras de la vida mía
    Se levanta la luz de un nuevo día
    Sin albor ni crepúsculo indeciso...
    ¿En la mirada de tus negros ojos,
    En el aliento de tus labios rojos,
    Quién no sabrá forjarse un paraíso?

    Julio 26 de 1882







    Crepúsculo

    Junto a la cuna aún no está encendida
    La lámpara tibia, que alegra y reposa,
    Y se filtra opaca, por entre cortinas
    De la tarde triste la luz azulosa.

    Los niños cansados suspenden los juegos,
    De la calle vienen extraños ruïdos,
    En estos momentos, en todos los cuartos,
    Se van despertando los duendes dormidos.

    La sombra que sube por los cortinajes,
    Para los hermosos oyentes pueriles,
    Se puebla y se llena con los personajes
    De los tenebrosos cuentos infantiles.

    Flota en ella el pobre Rin Rin Renacuajo,
    Corre y huye el triste Ratoncito Pérez,
    Y la entenebrece la forma del trágico
    Barba Azul, que mata sus siete mujeres.

    En unas distancias enormes e ignotas,
    Que por los rincones oscuros suscita,
    Andan por los prados el Gato con Botas,
    Y el Lobo que marcha con Caperucita.

    Y, ágil caballero, cruzando la selva,
    Do vibra el ladrido fúnebre de un gozque,
    A escape tendido va el Príncipe Rubio
    A ver a la Hermosa Durmiente del Bosque.

    Del infantil grupo se levanta leve
    Argentada y pura, una vocecilla,
    Que comienza: «Entonces se fueron al baile
    Y dejaron sola a la Cenicientilla!

    Se quedó la pobre triste en la cocina,
    De llanto de pena nublados los ojos,
    Mirando los juegos extraños que hacían
    En las sombras negras los carbones rojos.

    Pero vino el Hada que era su madrina,
    Le trajo un vestido de encaje y crespones,
    Le hizo un coche de oro de una calabaza,
    Convirtió en caballos unos seis ratones,

    Le dio un ramo enorme de magnolias húmedas,
    Unos zapaticos de vidrio, brillantes,
    Y de un solo golpe de la vara mágica
    Las cenizas grises convirtió en diamantes!»

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Con atento oído las niñas la escuchan,
    Las muñecas duermen, en la blanda alfombra
    Medio abandonadas, y en el aposento
    La luz disminuye, se aumenta la sombra!

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    ¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas,
    Llenos de paisajes y de sugestiones,
    Que abrís a lo lejos amplias perspectivas
    A las infantiles imaginaciones!

    Cuentos que nacisteis en ignotos tiempos
    Y que vais, volando, por entre lo oscuro,
    Desde los potentes Arios primitivos,
    Hasta las enclenques razas del futuro.

    Cuentos que repiten sencillas nodrizas
    Muy paso, a los niños, cuando no se duermen,
    Y que en sí atesoran del sueño poético
    El íntimo encanto, la esencia y el germen.

    Cuentos más durables que las convicciones
    De graves filósofos y sabias escuelas,
    Y que rodeasteis con vuestras ficciones,
    Las cunas doradas de las bisabuelas.

    ¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas
    Que pobláis los sueños confusos del niño,
    El tiempo os sepulta por siempre en el alma
    Y el hombre os evoca, con hondo cariño!







    Edenia

    Melancólica y dulce cual la huella
    Que un sol poniente deja en el azul
    Cuando baña a lo lejos los espacios
    Con los últimos rayos de su luz
    Mientras tiende la noche por los cielos
    De la penumbra el misterioso tul.

    Süave como el canto que el poeta
    En un suspiro involuntario da,
    Pura como las flores entreabiertas
    De la selva en la agreste oscuridad
    Do detenido en las musgosas ramas
    No filtra un rayo de la luz solar.

    Mujer, toda mujer ardiente, casta
    Alumbrada con luz de lo ideal...
    Radiante de virtud y de belleza
    Como mi alma la llegó a soñar,
    ¿En sus sueños de cándida ternura
    Así la encontrará?

    Julio de 1882







    Idilio

    -Ella lo idolatró y Él la adoraba...
    -Se casaron al fin?
    -No, señor, Ella se casó con otro
    -¿Y murió de sufrir?
    -No, señor, de un aborto.
    -¿Y Él, el pobre, puso a su vida fin?
    -No, señor, se casó seis meses antes
    del matrimonio de Ella, y es feliz.








    Juntos los dos

    Juntos los dos reímos cierto día...
    ¡Ay, y reímos tanto
    Que toda aquella risa bulliciosa
    Se tornó pronto en llanto!

    Después, juntos los dos, alguna noche,
    Reímos mucho, tanto,
    Que quedó como huella de las lágrimas
    Un misterioso encanto!

    Nacen hondos suspiros, de la orgía
    Entre las copas cálidas
    Y en el agua salobre de los mares,
    Se forjan perlas pálidas!







    Luz de luna (Primera versión corregida de "Intimidades")

    Ella estaba con él... A su frente
    Pensativa y pálida,
    Penetrando al través de las rejas
    De antigua ventana
    De la luna naciente venían
    Los rayos de plata,
    Él estaba a sus pies, de rodillas,
    Perdido en las vagas
    Visiones que cruzan en horas felices
    Los cielos del alma!
    Con las trémulas manos asidas,
    Con el mudo fervor de los que aman,
    Palpitando en los labios los besos,
    Entrambos hablaban
    El lenguaje mudo
    Sin voz ni palabras
    Que en momentos de dicha suprema,
    Tembloroso el espíritu habla...

    ................................................

    El silencio que crece... la brisa
    Que besa las ramas,
    De seres que tiemblan, la luz de la luna
    Que el paisaje baña,
    ¡Amor, un instante detén allí el vuelo,
    Murmura tus himnos de triunfo y recoge las alas!

    ...........................................................................

    Unos meses después, él dormía
    Bajo de una lápida
    El último sueño de que nadie vuelve
    El último sueño de paz y de calma.

    ........................................................

    Anoche, una fiesta
    Con su grato bullicio animaba
    De ese amor el tranquilo escenario.
    ¡Oh burbujas del rubio champaña!
    ¡Oh perfume de flores abiertas!
    ¡Oh girar de desnudas espaldas!
    ¡Oh cadencias del valse que mueve
    Torbellinos de tules y gasas!
    Allí estuvo, más linda que nunca,
    Por el baile tal vez agitada
    Se apoyó levemente en mi brazo,
    Dejamos las salas
    Y un instante después penetramos
    En la misma estancia
    Que un año antes no más la había visto
    Temblando callada,
    Cerca de él!...
    ...Amorosos recuerdos,
    Tristezas lejanas,
    Cariñosas memorias que vibran,
    Como sones de arpa,
    Tristezas profundas
    Del amor, que en sollozos estallan,
    Presión de sus manos,
    Són de sus palabras,
    Calor de sus besos,
    ¿Porqué no volvisteis a su alma?...

    ........................................................

    A su pecho no vino un suspiro
    A sus ojos no vino una lágrima
    Ni una nube nubló aquella frente
    Pensativa y pálida
    Y mirando los rayos de luna
    Que al través de la reja llegaban,
    Murmuró con su voz donde vibran,
    Como notas y cantos y músicas de campanas vibrantes de plata:
    Qué valses tan lindos!
    ¡Qué noche tan clara!







    Luz de luna (Segunda versión)

    (Pérfida como la onda)
    Shakespeare

    Ella estaba con él... A su frente
    Tan bella y tan pálida,
    Penetrando a través de los vidrios
    De la antigua ventana
    De la luna distante venían
    Los rayos de plata.
    El estaba a sus pies. De rodillas
    Mirando las vagas
    Visiones que cruzan en horas felices
    Los cielos del alma.
    Con las trémulas manos asidas,
    Con el mudo fervor de quien ama,
    Palpitando en los labios los besos,
    Entrambos hablaban
    El mudo lenguaje
    Sin voz ni palabras
    En que, en horas de dicha suprema,
    Tembloroso el espíritu habla...

    ......................................................

    El silencio que crece... la brisa
    Que besa las ramas
    Dos seres que tiemblan... la luz de la luna
    Que el paisaje baña.
    ¡Amor, un momento, detén allá el vuelo,
    Murmura tus himnos y pliega las alas!

    Unos meses después él dormía
    Bajo de una lápida
    Ese sueño del cual nadie vuelve
    El sueño postrero de paz y de calma.
    Anoche una fiesta
    Con su grato rumor animaba
    De ese amor el tranquilo escenario
    En la risueña casa
    Que escuchó sus promesas de amores
    Promesas sagradas!
    Allí estuvo cual nunca de bella...
    Por el baile tal vez agitada
    Se apoyó levemente en mi brazo,
    Dejamos las salas
    Y un momento después penetramos
    En la misma estancia
    Que un año antes no más la había visto
    Temblando callada
    En los brazos de un hombre querido...
    Las nocturnas auras
    Con los rayos de luna venían
    Y al través de la reja llegaban
    Entre vasos de niebla trayendo
    Los perfumes de flores lejanas.
    En un vidrio de la hoja entreabierta
    Muy cerca brillaban
    Con trémula luz diamantina
    Unas líneas raras...
    Miré lentamente
    Las cifras extrañas!
    Aún me parece
    En aquella actitud contemplarla!
    Las cifras aquellas... sus nombres
    En letras grabados
    Por la mano de aquél que hace un año
    De la tierra en el seno descansa,
    Por la mano de aquél que hace un año
    En el mismo lugar la besara..

    .............................................

    Aroma de nardos,
    Risueñas canciones lejanas,
    Cariñosos recuerdos que vibran
    Cual sones de un arpa
    Rumores perdidos,
    Del amor que en sollozos estalla,
    Calor de sus besos,
    ¿Porqué no volvisteis a su alma?...
    A su pecho no vino un suspiro,
    A sus ojos no vino una lágrima,
    Ni una nube cruzó aquella frente
    tan bella y tan pálida,
    Y mirando los rayos de luna
    Que al través del follaje filtraba
    Murmuró con su voz argentina
    ¡Qué noche tan clara!

    Junio 6 de 1883







    Madrigal

    Tu tez rosada y pura, tu formas gráciles
    De estatuas de Tanagra, tu olor de lilas,
    El carmín de tu boca, de labios tersos;
    Las miradas ardientes de tus pupilas,
    El ritmo de tu paso, tu voz velada,
    Tus cabellos que suelen, si los despeina
    Tu mano blanca y fina toda hoyuelada,
    Cubrirte como fino manto de reina;
    Tu voz, tus ademanes, tú... no te asombres;
    Todo eso está ya a gritos pidiendo un hombre.







    Mariposas

    En tu aposento tienes,
    En urna frágil,
    Clavadas mariposas,
    Que, si brillante
    Rayo de sol las toca,
    Parecen nácares
    O pedazos de cielo,
    Cielos de tarde,
    O brillos opalinos
    De alas suaves;
    Y allí están las azules
    Hijas del aire,
    Fijas ya para siempre
    Las alas ágiles,
    Las alas, peregrinas
    De ignotos valles,
    Que como los deseos
    De tu alma amante
    A la aurora parecen
    Resucitarse,
    Cuando de tus ventanas
    Las hojas abres
    Y da el sol en tus ojos
    Y en los cristales!







    Melancolía

    De todo lo velado,
    Tenue, lejana y misteriosa surge
    Vaga melancolía
    Que del ideal al cielo nos conduce.

    He mirado reflejos de ese cielo
    En la brillante lumbre
    Con que ahuyenta las sombras, la mirada
    De sus ojos azules.

    Leve cadena de oro
    Que una alma a otra alma con sus hilos une
    Oculta simpatía,
    Que en lo profundo de lo ignoto bulle,

    Y que en las realidades de la vida
    Se pierde y se consume
    Cual se pierde una gota de rocío
    Sobre las yerbas que el sepulcro cubren.

    Abril 24 de 1883







    Midnight dreams

    Anoche, estando solo y ya medio dormido,
    Mis sueños de otras épocas se me han aparecido.

    Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías
    Y de felicidades que nunca han sido mías,

    Se fueron acercando en lentas procesiones
    Y de la alcoba oscura poblaron los rincones

    Hubo un silencio grave en todo el aposento
    Y en el reloj la péndola detúvose al momento.

    La fragancia indecisa de un olor olvidado,
    Llegó como un fantasma y me habló del pasado.

    Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde,
    Y oí voces oídas ya no recuerdo dónde.

    .............................................................................

    Los sueños se acercaron y me vieron dormido,
    Se fueron alejando, sin hacerme ruido

    Y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra
    Y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra.







    Nocturno

    Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
    de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
    a quien los más audaces, en locos devaneos,
    jamás se han acercado con carnales deseos;
    tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
    en tus ojos velados por sedosas pestañas,
    y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
    jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
    Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
    con esa voz que tiene suavidades de raso:
    si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas,
    tras las horas de baile rápidas y risueñas,
    y sintieras sus labios anidarse en tu boca
    y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca
    besar tus pliegues de tibio aroma llenos
    y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
    si en los locos, ardientes y profundos abrazos
    agonizar soñar de placer en sus brazos,
    por aquel de quien eres todas las alegrías,
    ¡Oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?







    Nocturno I

    A veces, cuando en alta noche tranquila,
    Sobre las teclas vuela tu mano blanca,
    Como una mariposa sobre una lila
    Y al teclado sonoro notas arranca,
    Cruzando del espacio la negra sombra
    Filtran por la ventana rayos de luna,
    Que trazan luces largas sobre la alfombra,
    Y en alas de las notas a otros lugares,
    Vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
    Y en gótico castillo donde en las piedras
    Musgosas por los siglos, crecen las yedras,
    Puestos de codos ambos en tu ventana
    Miramos en las sombras morir el día
    Y subir de los valles la noche umbría
    Y soy tu paje rubio, mi castellana,
    Y cuando en los espacios la noche cierra,
    El fuego de tu estancia los muebles dora,
    Y los dos nos miramos y sonreímos
    Mientras que el viento afuera suspira y llora!
    ....................................................................
    ¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
    cuando sobre las teclas vuelan tus manos!







    Nocturno II

    Poeta!, di paso
    Los furtivos besos!...
    ¡La sombra! Los recuerdos! La luna no vertía
    Allí ni un solo rayo... Temblabas y eras mía.
    Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
    Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
    El contacto furtivo de tus labios de seda...
    La selva negra y mística fue la alcoba sombría...
    En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda...
    Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
    Entre las nieblas pálidas la luna aparecía...

    Poeta, di paso
    Los íntimos besos!

    ¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
    En señorial alcoba, do la tapicería
    Amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
    Desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos;
    Tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
    Tus cabellos dorados y tu melancolía
    Tus frescuras de virgen y tu olor de reseda...
    Apenas alumbraba la lámpara sombría
    Los desteñidos hilos de la tapicería.

    Poeta, di paso
    El último beso!

    ¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
    El ataúd heráldico en el salón yacía,
    Mi oído fatigado por vigilias y excesos,
    Sintió como a distancia los monótonos rezos!
    Tú mustia yerta y pálida entre la negra seda,
    La llama de los cirios temblaba y se movía,
    Perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
    Un crucifijo pálido los brazos extendía
    Y estaba helada y cárdena tu boca fue mía!

    * * *

    Ronda

    (Versión original de "Poeta, di paso")

    Poeta, di paso
    Los furtivos besos...

    ....................................................................


    La ronda... Los recuerdos... La luna no vertía
    Allí ni un solo rayo, temblabas y eras mía
    El aire estaba tibio bajo el follaje espeso,
    Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso...
    El contacto amoroso de tus labios de seda...
    La selva oscura y mística fue la alcoba sombría
    El musgo, en ese sitio tiene olor de reseda...

    ...................................................................

    Filtró luz por las ramas cual si llegara el día
    Entre las nieblas pálidas la luna aparecía.

    Poeta di paso
    Los íntimos besos.

    ¿De las noches más dulces te acuerdas, todavía?
    En señorial alcoba, do la tapicería
    Amortiguaba el ruido, con sus hilos espesos,
    Desnuda tú en mis brazos, fueron míos tus besos,
    Tu cuerpo de veinte años sobre la roja seda,
    Tus cabellos dorados y tu melancolía
    Tus caricias de virgen y tu olor de reseda...

    .........................................................................

    Apenas alumbraba la lámpara sombría
    Las desteñidas sedas de la tapicería

    Poeta di paso
    El último beso...

    De la trágica noche me acuerdo todavía
    El ataúd heráldico en el salón yacía,
    Fatigado mi cuerpo por vigilias y excesos
    Oí, como a distancia, los monótonos rezos,
    Tú, mustia, yerta y rígida entre la negra seda,
    La llama de los cirios temblaba y se movía,
    Perfumaba la atmósfera un olor de reseda...
    Un crucifijo pálido, los brazos extendía,
    Y estaba helada y cárdena la boca que fue mía.

    Poeta, a las sombras
    Temblando me vuelvo.

    24/12/89







    Nocturno III

    Una noche
    Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
    Una noche
    En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
    A mi lado lentamente, contra mí ceñida, toda,
    Muda y pálida
    Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
    Hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
    Por la senda florecida que atraviesa la llanura florecida
    Caminabas,
    Y la luna llena
    Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
    Y tu sombra
    Fina y lánguida,
    Y mi sombra
    Por los rayos de la luna proyectada
    Sobre las arenas tristes
    De la senda se juntaban
    Y eran una
    Y eran una
    Y eran una sola sombra larga!
    Y eran una sola sombra larga!
    Y eran una sola sombra larga!

    Esta noche
    Solo, el alma
    Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
    Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
    Por el infinito negro
    Donde nuestra voz no alcanza,
    Solo y mudo
    Por la senda caminaba,
    Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
    A la luna pálida,
    Y el chillido
    De las ranas,
    Sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
    Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
    Entre las blancuras níveas
    De las mortüorias sábanas!
    Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte
    Era el frío de la nada...
    Y mi sombra
    Por los rayos de la luna proyectada,
    Iba sola,
    Iba sola
    ¡Iba sola por la estepa solitaria!
    Y tu sombra esbelta y ágil
    Fina y lánguida,
    Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
    Como en esa noche llena de murmullos de perfumes y de músicas de alas,
    Se acercó y marchó con ella
    Se acercó y marchó con ella,
    Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
    ¡Oh las sombras que se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!...

    * * *

    Primera versión de "Una noche"

    (Inédita, para la Lectura)

    I
    Una noche,
    Una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas,
    Una noche
    En que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
    A mi lado lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
    Como si un presentimiento de amarguras infinitas
    Hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
    Por la senda florecida que atraviesa la llanura
    Caminabas.
    Y la luna llena
    Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
    Y tu sombra
    Fina y lánguida,
    Y mi sombra
    Por los rayos de la luna proyectadas,
    Sobre las arenas tristes
    De la senda se juntaban,
    Y eran una,
    Y eran una,
    Y eran una sola sombra larga
    Y eran una sola sombra larga
    Y eran una sola sombra larga...

    II
    Esta noche
    Solo, el alma
    Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
    Separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia,
    Por el infinito negro
    Donde nuestra voz no alcanza,
    Mudo y solo
    Por la senda caminaba...
    Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
    A la luna pálida,
    Y el chillido
    De las ranas...
    Sentí frío; era el frío que tenían en tu alcoba
    Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
    Entre las blancuras níveas
    De las mortuorias sábanas,
    Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte
    Era el frío de la nada,
    Y mi sombra,
    Por los rayos de la luna proyectada,
    Iba sola,
    Iba sola,
    Iba sola por la estepa solitaria,
    Y tu sombra esbelta y ágil
    Fina y lánguida,
    Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
    Como en esa noche llena de murmullos, de perfumes, y de músicas de alas,
    Se acercó y marchó con ella
    Se acercó y marchó con ella...
    Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
    ¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas...
    ¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!...









    Realidad

    Para M...

    En el dulce reposo de la tarde
    Cuando al ponerse el sol en occidente
    Su luz dorada, de la vida fuente,
    Como una hoguera en los espacios arde,
    O de la noche en el silencio umbrío
    Cuando la luna con fulgor de plata
    Alumbra a trechos el sonante río
    Y en sus límpidas ondas se retrata,
    Entre las sombras de la vida hay horas
    En que la realidad que nos circuye
    A detener el ímpetu no alcanza
    De nuestra alma que a lo lejos huye
    Y a la región de lo ideal se lanza...

    Y entonces cuando pienso en tus amores
    Nuestras dos vidas deslizarse veo
    No cual la realidad que aja sus flores
    Sino cual la ilusión de tu deseo.
    No por las conveniencias separados,
    Soñando tú conmigo, yo en tus sueños,
    Sino juntos los dos en los collados
    De la Arcadia risueños;
    Asidos por las manos a lo lejos
    Buscando el fin de la campiña amena
    A los pálidos rayos de la luna.
    O del ardiente sol a los reflejos,
    Dejando transcurrir una por una
    Las no contadas horas venturosas
    Que no mancha la sombra de una pena
    Libando amor... y deshojando rosas...
    Del verdor y del musgo en lo sombrío
    Ocultos en lo ignoto del boscaje
    Radiante aún de gotas de rocío
    De virgen fuerza y de vigor salvaje;
    Sentados a la orilla del torrente
    Tú escuchando los ecos del follaje
    Yo acariciando -trémula la mano-
    Tus rizos al caer sobre tu frente...

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Otras veces trayendo a la memoria
    Los fantasmas de un tiempo ya pasado
    Junto con ellos cual sencilla historia
    Los ideales de tu amor soñado.
    Y es entonces un gótico castillo
    De altivas torres de musgosas piedras
    En cuyo muro gris crecen las hiedras
    Teatro de nuestro amor santificado.

    Y en reducida y perfumada estancia
    Cuyos tapices abrillanta y dora
    El fuego de la antigua chimenea,
    Juntos los dos oímos a distancia
    Diciéndonos protestas de ternura
    La voz del agua que al perderse llora
    Y el viento que en los árboles cimbrea
    Entre el silencio de la noche oscura.

    O en frágil barca en plácida mañana
    De lago azul flotando en los cristales
    Con la mirada errantes contemplamos
    El cielo, la ribera, los juncales,
    Y las nieblas que inciertas, vaporosas,
    Van a perderse en la región lejana
    Como se pierde la esperanza humana
    O el postrimer aroma de las rosas.

    Mas cuando el alma en sus ensueños flota,
    La realidad asoma de improviso
    No más resuena la encanta nota...
    Brotan espinas do la rosa brota,
    Y en crüel se torna el paraíso.

    Vuelvo a mirar... y pienso que nacimos
    Para vivir por siempre separados,
    Que no es una la senda que seguimos
    Y que la lumbre que cercana vimos
    Fue visión de tu amor y tus cuidados.

    Y al comparar la realidad penosa
    Con los paisajes de ideal que miro
    En el fondo del alma lastimosa
    Para tu dulce amor -niña piadosa-
    Para tu dulce amor surge un suspiro.

    Octubre 24 de 1882







    ¿Recuerdas?

    ¿Recuerdas?.... Tú no recuerdas
    Aquellas tardes tranquilas
    En que en la vereda angosta
    Que conduce a tu casita
    Plegaban a tu contacto
    Sus hojas las sensitivas
    Como al poder misterioso
    Del amor tu alma de niña...
    En la oscuridad pasaban
    Las luciérnagas cual chispas
    Que bajo la yerba espesa
    Nuestros dedos perseguían
    ¡Así también en las horas
    De mis años de desdicha
    Cruzaban por entre sombras
    Mis esperanzas perdidas!...

    ¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
    La cruz de mayo que hicimos
    Con violetas silvestres
    Y con sonrosados lirios
    Bajo el frondoso ramaje
    De tu árbol favorito.
    Como una lluvia de perlas
    Sobre blanco raso níveo
    Brillaba por los [...]
    En las hojas del rocío!
    Y los pájaros cantores
    Hicieron cerca sus nidos...
    Después pasé una mañana
    Y vi tu ramo marchito
    Como mi pasión ardiente
    Por tu infamia y tus desvíos.

    ¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
    Más de esa noche amorosa,
    La lumbre de tus pupilas,
    El aliento de tu boca
    Entreabierta y perfumada
    Como un botón de magnolia,
    Los murmullos argentinos
    Del agua bajo las frondas,
    El brillo de las estrellas
    Y las esencias ignotas
    Que derramaron los genios
    En las brisas cariñosas,
    Quedaron como una huella
    Que el tiempo aleve no borra
    ¡Ay! para toda la vida
    ¡Escritas en la memoria!

    ¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
    Pero yo, cuando levanta
    El crepúsculo sombrío
    Del fondo de las cañadas
    Y las tristezas inmensas
    De lo profundo del alma
    Al pasado fugitivo
    Tiendo la vista cansada
    Y nuestra historia de amores
    Hacia mí tiende las alas.
    ¡Cuando en las horas nocturnas
    Cabe el esposo que te ama
    Tu agitado pensamiento
    Tenga segundos de calma
    De aquella pasión extinta
    ¡Jamás te acuerdes, ingrata!

    ¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
    La tarde aquella en que juntos
    Bajamos de la colina,
    Tus grandes ojos oscuros
    Se anegaban en los rayos
    Sonrosados del crepúsculo
    Y tu voz trémula y triste
    Como un lejano murmullo
    Me hablaba de los temores
    De tu cuerpo moribundo!
    Si hubieras entonces muerto
    Cómo amara tu sepulcro
    Ahora, cuando te veo
    Feliz gozar de tus triunfos
    Tan sólo asoma a mis labios
    Una sonrisa de orgullo!

    Abril 18 de 1884







    Sub-umbra

    a A. de W.

    Tú no lo sabes... mas yo he soñado
    Entre mis sueños color de armiño,
    Horas de dicha con tus amores,
    Besos ardientes, quedos suspiros...
    Cuando la tarde tiñe de oro
    Esos espacios que juntos vimos,
    Cuando mi alma su vuelo emprende
    A las regiones de lo infinito,
    Aunque me olvides, aunque no me ames,
    Aunque me odies, sueño contigo!

    Mayo de 1881







    Suspiro

    a A. de W.

    Si en tus recuerdos ves algún día
    Entre la niebla de lo pasado
    Surgir la triste memoria mía
    Medio borrada ya por los años,
    Piensa que fuiste siempre mi anhelo
    Y si el recuerdo de amor tan santo
    Mueve tu pecho, nubla tu cielo,
    Llena de lágrimas tus ojos garzos;
    ¡Ah, no me busques aquí en la tierra
    Donde he vivido, donde he luchado,
    Sino en el reino de los sepulcros
    Donde se encuentran paz y descanso!

    Junio 2 de 1881



    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Dom Nov 03, 2024 11:21 am

    Jaime Sabines


    Poeta y ensayista mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez en 1926.
    Se radicó en Ciudad de México desde 1949 cuando inició sus estudios de Filosofía y Letras. Aunque escribió
    sus primeros poemas antes de los dieciocho años, fue allí en la universidad donde publicó «Horal» a la edad de
    veintitrés años. Un recuento de sus poemas fue publicado por la UNAM en 1962.
    En 1965 tras su visita a Cuba para servir como jurado del Premio Casa de las Américas, sufrió un gran desencanto
    con las tendencias izquierdistas, sentimiento que dejó plasmado en su libro «Yuria» publicado en 1967.
    Su obra tiene un marcado acento informal que lo convierte en un poeta de todos los tiempos. Su prosa vehemente
    y su verso sentido y sensual, nos hacen viajar por un mundo de realidades vividas.
    En 1985 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En 1986, con motivo de sus sesenta años, fue homenajeado
    por la UNAM y el INBA. Ese mismo año el Gobierno del Estado de Tabasco le entregó el Premio Juchimán de Plata.
    En 1991, el Consejo Consultivo le otorgó la Presea Ciudad de México y en 1994 el Senado de la República lo condecoró
    con la medalla Belisario Domínguez.
    Por su libro «Pieces of Shadow» («Fragmentos de sombra»), antología de su poesía traducida al inglés y editada en
    edición bilingüe, obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 1996.
    Tras una larga enfermedad falleció en Ciudad de México en 1999




    Allí había una niña

    En las hojas del plátano un pequeño
    hombrecito dormía un sueño.
    En un estanque, luz en agua.
    Yo contaba un cuento.
    Mi madre pasaba interminablemente
    alrededor nuestro.
    En el patio jugaba
    con una rama un perro.
    El sol -qué sol, qué lento
    se tendía, se estaba quieto.
    Nadie sabía qué hacíamos,
    nadie, qué hacemos.
    Estábamos hablando, moviéndonos,
    yendo de un lado a otro,
    las arrieras, la araña, nosotros, el perro.
    Todos estábamos en la casa
    pero no sé porqué. Estábamos. Luego el silencio.
    Ya dije quién contaba un cuento.
    Eso fue alguna vez porque recuerdo
    que fue cierto.






    Amor mío, mi amor, amor hallado...

    Amor mío, mi amor, amor hallado
    de pronto en la ostra de la muerte.
    Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
    quiero tocarte, verte.

    Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
    los hilos de mi sangre acostumbrada,
    lo dice este dolor y mis zapatos
    y mi boca y mi almohada.

    Te quiero, amor, amor absurdamente,
    tontamente, perdido, iluminado,
    soñando rosas e inventando estrellas
    y diciéndote adiós yendo a tu lado.

    Te quiero desde el poste de la esquina,
    desde la alfombra de ese cuarto a solas,
    en las sábanas tibias de tu cuerpo
    donde se duerme un agua de amapolas.

    Cabellera del aire desvelado,
    río de noche, platanar oscuro,
    colmena ciega, amor desenterrado,

    voy a seguir tus pasos hacia arriba,
    de tus pies a tu muslo y tu costado.







    Boca de llanto, me llaman...

    Boca de llanto, me llaman
    tus pupilas negras,
    me reclaman. Tus labios
    sin ti me besan.
    ¡Cómo has podido tener
    la misma mirada negra
    con esos ojos
    que ahora llevas!

    Sonreíste. ¡Qué silencio,
    qué falta de fiesta!
    ¡Cómo me puse a buscarte
    en tu sonrisa, cabeza
    de tierra,
    labios de tristeza!

    No lloras, no llorarías
    aunque quisieras;
    tienes el rostro apagado
    de las ciegas.

    Puedes reír. Yo te dejo
    reír, aunque no puedas.







    Casida de la tentadora

    Todos te desean pero ninguno te ama.
    Nadie puede quererte, serpiente,
    porque no tienes amor,
    porque estás seca como la paja seca
    y no das fruto.
    Tienes el alma como la piel de los viejos.
    Resígnate. No puedes hacer más
    sino encender las manos de los hombres
    y seducirlos con las promesas de tu cuerpo.
    Alégrate. En esa profesión del deseo
    nadie como tú para simular inocencia
    y para hechizar con tus ojos inmensos.







    Codiciada, prohibida....

    Codiciada, prohibida,
    cercana estás, a un paso, hechicera.
    Te ofreces con los ojos al que pasa,
    al que te mira, madura, derramante,
    al que pide tu cuerpo como una tumba.
    Joven maligna, virgen,
    encendida, cerrada,
    te estoy viendo y amando,
    tu sangre alborotada,
    tu cabeza girando y ascendiendo,
    tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
    Eres perfecta, deseada.
    Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
    Ella es hermosa todavía y tiene
    lo que tú no sabes.
    No sé a quién prefiero
    cuando te arregla el vestido
    y te suelta para que busques el amor.







    Cuando estuve en el mar era marino....

    Cuando estuve en el mar era marino
    este dolor sin prisas.
    Dame ahora tu boca:
    me la quiero comer con tu sonrisa.

    Cuando estuve en el cielo era celeste
    este dolor urgente.
    Dame ahora tu alma:
    quiero clavarle el diente.

    No me des nada, amor, no me des nada:
    yo te tomo en el viento,
    te tomo del arroyo de la sombra,
    del giro de la luz y del silencio,

    de la piel de las cosas
    y de la sangre con que subo al tiempo.
    Tú eres un surtidor aunque no quieras
    y yo soy el sediento.

    No me hables, si quieres, no me toques,
    no me conozcas más, yo ya no existo.
    Yo soy sólo la vida que te acosa
    y tú eres la muerte que resisto.







    Después de todo -pero después de todo-...

    Después de todo -pero después de todo-
    sólo se trata de acostarse juntos,
    se trata de la carne,
    de los cuerpos desnudos,
    lámpara de la muerte en el mundo.

    Gloria degollada, sobreviviente
    del tiempo sordomudo,
    mezquina paga de los que mueren juntos.

    A la miseria del placer, eternidad,
    condenaste la búsqueda, al injusto
    fracaso encadenaste sed,
    clavaste el corazón a un muro.

    Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
    contra el que lucho,
    el que ha de darme todo
    en un silencio robusto
    y el que se muere y mata a menudo.

    Soledad, márcame con tu pie desnudo,
    aprieta mi corazón como las uvas
    y lléname la boca con su licor maduro.







    El día

    Amanecí sin ella.
    Apenas si se mueve.
    Recuerda.

    (Mis ojos, mas delgados, la sueñan.)

    ¿Qué fácil es la ausencia?

    En las hojas del tiempo
    esa gota del día
    resbala, tiembla.






    El llanto fracasado

    Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado,
    hueco como un tambor al que golpea la vida,
    sin nadie pero solo,
    respondiendo las mismas palabras para las mismas
    cosas siempre,
    muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.
    He aquí éste que queda, el que me queda todavía.
    Háblenle de esperanza,
    díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran,
    una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe.

    Todos los animales sobre la tierra duermen.
    Sólo el hombre no duerme.
    ¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de
    un loco dormido?
    ¿Han visto un perro soñando con gaviotas?
    ¿Qué han visto?

    Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio.
    Las piedras mueren de muerte natural.
    El agua no muere.
    Sólo el hombre pudo inventar para el día la noche,
    el hambre para el pan,
    las rosas para la poesía.

    Mortalmente triste sólo he visto a un gato, un día,
    agonizando.
    Yo no tengo la culpa de mis manos: es ella.
    Pero no fue escrito:
    Te faltará una mujer para cada día de amor.

    Andarás, te dijeron, de un sitio a otro de la muerte
    buscándote.
    La vida no es fácil.
    Es más fácil llorar, arrepentirse.

    En Dios descansa el hombre.
    Pero mi corazón no descansa,
    no descansa mi muerte,
    el día y la noche no descansan.

    Diariamente se levantan los montes, el cielo se ilumina
    el mar sube hacia el mar
    los árboles llegan hasta los pájaros.
    Sólo yo no me alumbro, no me levanto.

    Háblenle de tragedias a un pescado.
    A mí no me hagan caso.
    Yo me río de ustedes que piensan que soy triste
    como si la soledad o mi zapato
    me apretaran el alma.

    La yugular es la vena de la mujer.
    Allí recibe al hombre.
    Las mujeres se abren bajo el peso del hombre
    como el mar bajo un muerto,
    lo sepultan, lo envuelven,
    lo incrustan en ovarios interminables,
    lo hacen hijos e hijos…
    Ellas quedan de pie,
    paren de pie, esperando.

    No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
    pregunten hacia dónde va mi corazón.

    Les dejaré una cosa el día último,
    la cosa más inútil y más amada de mí mismo,
    la que soy yo y se mueve, inmóvil para entonces,
    rota definitivamente.
    Pero les dejaré también una palabra,
    la que no he dicho aquí, inútil, amada.

    Ahora vuelve el sol a dejarnos.
    La tarde se cansa, descansa sobre el suelo, envejece.
    Trenes distantes, voces, hasta campanas suenan.
    Nada ha pasado.






    Entonces se enviaban suspiros en las rosas...

    Entonces se enviaban suspiros en las rosas,
    besos-palomas de balcón a balcón.
    Pero la sucia noche revolvía alfileres,
    sábanas, rezos, cruces, luto de amor.

    Caras agrias, en sombra, el deseo encendió.
    (Cuántos hijos tirados en paredes,
    pañuelos, muslos, manos, por Dios!)

    muro de agua, la angustia, se levantó.
    Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo.
    De polvo a polvo soy.







    Es la sombra del agua...

    Es la sombra del agua
    y el eco de un suspiro,
    rastro de una mirada,
    memoria de una ausencia,
    desnudo de mujer detrás de un vidrio.

    Está encerrada, muerta -dedo
    del corazón, ella es tu anillo-,
    distante del misterio,
    fácil como un niño.

    Gotas de luz llenaron
    ojos vacíos,
    y un cuerpo de hojas y alas
    se fue al rocío.

    Tómala con los ojos,
    llénala ahora, amor mío.
    Es tuya como de nadie,
    tuya como el suicidio.

    Piedras que hundí en el aire,
    maderas que ahogué en el río,
    ved mi corazón flotando
    sobre su cuerpo sencillo.







    He aquí que tú estás sola y que estoy solo...

    He aquí que tú estás sola y que estoy solo.
    Haces tus cosas diariamente y piensas
    y yo pienso y recuerdo y estoy solo.
    A la misma hora nos recordamos algo
    y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
    somos, y una locura celular nos recorre
    y una sangre rebelde y sin cansancio.
    Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,
    se me caerá la carne trozo a trozo.
    Esto es lejía y muerte.
    El corrosivo estar, el malestar
    muriendo es nuestra muerte.

    Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
    quién eres, dónde estás, cómo te llamas.
    Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
    una mitad apenas, sólo un brazo.
    Te recuerdo en mi boca y en mis manos.
    Con mi lengua y mis ojos y mis manos
    te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
    a siembra , a flor, hueles a amor, a ti,
    hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.
    En mis labios te sé, te reconozco,
    y giras y eres y miras incansable
    y toda tú me suenas
    dentro del corazón como mi sangre.
    Te digo que estoy solo y que me faltas.
    Nos faltamos, amor, y nos morimos
    y nada haremos ya sino morirnos.
    Esto lo sé, amor, esto sabemos.
    Hoy y mañana, así, y cuando estemos
    en nuestros brazos simples y cansados,
    me faltarás, amor, nos faltaremos.







    Los amorosos

    Los amorosos callan.
    El amor es el silencio más fino,
    el más tembloroso, el más insoportable.
    Los amorosos buscan,
    los amorosos son los que abandonan,
    son los que cambian, los que olvidan.

    Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
    no encuentran, buscan.
    Los amorosos andan como locos
    porque están solos, solos, solos,
    entregándose, dándose a cada rato,
    llorando porque no salvan al amor.

    Les preocupa el amor. Los amorosos
    viven al día, no pueden hacer más, no saben.
    Siempre se están yendo,
    siempre, hacia alguna parte.
    Esperan,
    no esperan nada, pero esperan.

    Saben que nunca han de encontrar.
    El amor es la prórroga perpetua,
    siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
    Los amorosos son los insaciables,
    los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
    Los amorosos son la hidra del cuento.

    Tienen serpientes en lugar de brazos.
    Las venas del cuello se les hinchan
    también como serpientes para asfixiarlos.
    Los amorosos no pueden dormir
    porque si se duermen se los comen los gusanos.
    En la oscuridad abren los ojos
    y les cae en ellos el espanto.
    Encuentran alacranes bajo la sábana
    y su cama flota como sobre un lago.

    Los amorosos son locos, sólo locos,
    sin Dios y sin diablo.
    Los amorosos salen de sus cuevas
    temblorosos, hambrientos,
    a cazar fantasmas.
    Se ríen de las gentes que lo saben todo,
    de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
    de las que creen en el amor
    como una lámpara de inagotable aceite.

    Los amorosos juegan a coger el agua,
    a tatuar el humo, a no irse.
    Juegan el largo, el triste juego del amor.
    Nadie ha de resignarse.
    Dicen que nadie ha de resignarse.
    Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
    Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
    la muerte les fermenta detrás de los ojos,
    y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
    en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

    Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
    a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
    complacidas,
    a arroyos de agua tierna y a cocinas.
    Los amorosos se ponen a cantar entre labios
    una canción no aprendida,
    y se van llorando, llorando,
    la hermosa vida.






    Me doy cuenta de que me faltas...

    Me doy cuenta de que me faltas
    y de que te busco entre las gentes, en el ruido,
    pero todo es inútil.
    Cuando me quedo solo
    me quedo más solo
    solo por todas partes y por ti y por mí.
    No hago sino esperar.
    Esperar todo el día hasta que no llegas.
    Hasta que me duermo
    y no estás y no has llegado
    y me quedo dormido
    y terriblemente cansado
    preguntando.
    Amor, todos los días.
    Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.
    Puedes empezar a leer esto
    y cuando llegues aquí empezar de nuevo.
    Cierra estas palabras como un círculo,
    como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.
    Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,
    en mi garganta como moscas en un frasco.
    Yo estoy arruinado.
    Estoy arruinado de mis huesos,
    todo es pesadumbre.







    Me dueles

    Mansamente, insoportablemente, me dueles.
    Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
    Nada queda de mí después de este amor.

    Entre los escombros de mi alma, búscame,
    escúchame.
    En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
    pide tu asombro, tu iluminado silencio.

    Atravesando muros, atmósferas, edades,
    tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
    viene desde la muerte, desde antes
    del primer día que despertara al mundo.

    ¡Qué claridad de rostro, qué ternura
    de luz ensimismada,
    qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

    Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
    Soy como el hijo de tus ojos,
    como una gota de tus ojos soy.
    Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
    del suelo, de la sombra que pisas,
    del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
    Levántame. Porque he caído de tus manos
    y quiero vivir, vivir, vivir.







    Me gustó que lloraras

    ¡Qué blandos ojos
    sobre tu falda!

    No sé. Pero tenías
    de todas partes, largas
    mujeres, negras aguas.

    Quise decirte: hermana.
    Para incestar contigo
    rosas y lágrimas.

    Duele bastante, es cierto,
    todo lo que se alcanza.
    Es cierto, duele
    no tener nada.

    ¡Qué linda estás, tristeza:
    cuando así callas!
    ¡Sácale con un beso
    todas las lágrimas!

    ¡Que el tiempo, ah,
    te hiciera estatua!







    Me tienes en tus manos...

    Me tienes en tus manos
    y me lees lo mismo que un libro.
    Sabes lo que yo ignoro
    y me dices las cosas que no me digo.
    Me aprendo en ti más que en mi mismo.
    Eres como un milagro de todas horas,
    como un dolor sin sitio.
    Si no fueras mujer fueras mi amigo.
    A veces quiero hablarte de mujeres
    que a un lado tuyo persigo.
    Eres como el perdón
    y yo soy como tu hijo.
    ¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
    ¡Qué distante te haces y qué ausente
    cuando a la soledad te sacrifico!
    Dulce como tu nombre, como un higo,
    me esperas en tu amor hasta que arribo.
    Tú eres como mi casa,
    eres como mi muerte, amor mío.







    Mi corazón emprende...

    Mi corazón emprende
    de mi cuerpo a tu cuerpo último viaje.
    Retoño de la luz,
    agua de las edades que en ti, perdida, nace.
    Ven a mi sed. Ahora.
    Después de todo. Antes.
    Ven a mi larga sed entretenida
    en bocas, escasos manantiales.
    quiero esa arpa honda que en tu vientre
    arrulla niños salvajes.
    Quiero esa tensa humedad que te palpita,
    esa humedad de agua que te arde.
    Mujer, músculo suave.
    La piel de un beso entre tus senos
    de oscurecido oleaje
    me navega en la boca
    y mide sangre.
    Tú también. Y no es tarde.
    Aún podemos morirnos uno en otro:
    es tuyo y mío ese lugar de nadie.
    Mujer, ternura de odio, antigua madre,
    quiero entrar, penetrarte,
    veneno, llama, ausencia,
    mar amargo y amargo, atravesarte.
    Cada célula es hembra, tierra abierta,
    agua abierta, cosa que se abre.
    Yo nací para entrarte.
    Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.
    Por conocerte estoy,
    grano de angustia en corazón de ave.
    Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres
    tendrán un hombre encima en todas partes.







    Mi corazón me recuerda que he de llorar...

    Mi corazón me recuerda que he de llorar
    por el tiempo que se ha ido, por el que se va.
    Agua del tiempo que corre, muerte abajo,
    tumba abajo, no volverá.
    Me muero todos los días
    sin darme cuenta, y está
    mi cuerpo girando
    en la palma de la muerte
    como un trompo de verdad.
    Hilo de mi sangre, ¿quién te enrollará?
    Agua soy que tiene cuerpo,
    la tierra la beberá.
    Fuego soy, aire compacto,
    no he de durar .
    El viento sobre la tierra
    tumba muertos, sobre el mar,
    los siembra en hoyos de arena,
    les echa cal.
    Yo soy el tiempo que pasa,
    es mi muerte la que va
    en los relojes andando hacia atrás.







    Miss X

    Miss X, sí, la menuda Miss Equis,
    llegó, por fin, a mi esperanza:
    alrededor de sus ojos,
    breve, infinita, sin saber nada.
    Es ágil y limpia como el viento
    tierno de la madrugada,
    alegre y suave y honda
    como la hierba bajo el agua.
    Se pone triste a veces
    con esa tristeza mural en su cara
    hace ídolos rápidos
    y dibuja preocupados fantasmas.
    Yo creo que es como una niña
    preguntándole cosas a una anciana,
    como un burrito atolondrado
    entrando a una cuidad, lleno de paja.
    Tiene también una mujer madura
    que le asusta de pronto la mirada
    y se le mueve dentro y le deshace
    a mordida de llanto las entrañas.
    Miss X, sí, la que me ríe
    y no quiere decir cómo se llama,
    me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra,
    que me ama pero que no me ama.
    Yo la dejo que mueva la cabeza
    diciendo no y no, que así se cansa,
    y mi beso en su mano le germina
    bajo la piel en paz semilla de alas.

    Ayer la luz estuvo
    todo el día mojada,
    y Miss X salió con una capa
    sobre sus hombros, leve, enamorada.
    Nunca ha sido tan niña, nunca
    amante en el tiempo tan amada.
    El pelo le cayó sobre la frente,
    sobre sus ojos, mi alma.

    La tomé de la mano, y anduvimos
    toda la tarde de agua.

    ¡Ah, Miss X, escondida
    flor del alba!

    Usted no la amará, señor, no sabe.
    Yo la veré mañana.







    No es nada de tu cuerpo...

    No es nada de tu cuerpo
    ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
    ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
    fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
    No es tu boca -tu boca
    que es igual que tu sexo-,
    ni la reunión exacta de tus pechos,
    ni tu espalda dulcísima y suave,
    ni tu ombligo en que bebo.
    Ni son tus muslos duros como el día,
    ni tus rodillas de marfil al fuego,
    ni tus pies diminutos y sangrantes,
    ni tu olor, ni tu pelo.
    No es tu mirada -¿qué es una mirada?-
    triste luz descarriada, paz sin dueño,
    ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
    ni las ojeras que te deja el sueño.
    Ni es tu lengua de víbora tampoco,
    flecha de avispas en el aire ciego,
    ni la humedad caliente de tu asfixia
    que sostiene tu beso.
    No es nada de tu cuerpo,
    ni una brizna, ni un pétalo,
    ni una gota, ni un grano, ni un momento.

    Es sólo este lugar donde estuviste,
    estos mis brazos tercos.







    No es que muera de amor, muero de ti....

    No es que muera de amor, muero de ti.
    Muero de ti, amor, de amor de ti,
    de urgencia mía de mi piel de ti,
    de mi alma, de ti y de mi boca
    y del insoportable que yo soy sin ti.

    Muero de ti y de mi, muero de ambos,
    de nosotros, de ese,
    desgarrado, partido,
    me muero, te muero, lo morimos.

    Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
    en mi cama en que faltas,
    en la calle donde mi brazo va vacío,
    en el cine y los parques, los tranvías,
    los lugares donde mi hombro
    acostumbra tu cabeza
    y mi mano tu mano
    y todo yo te sé como yo mismo.

    Morimos en el sitio que le he prestado al aire
    para que estés fuera de mí,
    y en el lugar en que el aire se acaba
    cuando te echo mi piel encima
    y nos conocemos en nosotros,
    separados del mundo, dichosa, penetrada,
    y cierto , interminable.

    Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
    entre los dos, ahora, separados,
    del uno al otro, diariamente,
    cayéndonos en múltiples estatuas,
    en gestos que no vemos,
    en nuestras manos que nos necesitan.

    Nos morimos, amor, muero en tu vientre
    que no muerdo ni beso,
    en tus muslos dulcísimos y vivos,
    en tu carne sin fin, muero de máscaras,
    de triángulos oscuros e incesantes.
    Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
    de nuestra muerte ,amor, muero, morimos.
    En el pozo de amor a todas horas,
    inconsolable, a gritos,
    dentro de mi, quiero decir, te llamo,
    te llaman los que nacen, los que vienen
    de atrás, de ti, los que a ti llegan.
    Nos morimos, amor, y nada hacemos
    sino morirnos más, hora tras hora,
    y escribirnos y hablarnos y morirnos.







    No hay más. Sólo mujer para alegrarnos...

    No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,
    sólo ojos de mujer para reconfortarnos,
    sólo cuerpos desnudos,
    territorios en que no se cansa el hombre.
    Si no es posible dedicarse a Dios
    en la época del crecimiento,
    ¿qué darle al corazón afligido
    sino el círculo de muerte necesaria
    que es la mujer?

    Estamos en el sexo, belleza pura,
    corazón solo y limpio.







    Pequeña del amor, tú no lo sabes...

    Pequeña del amor, tú no lo sabes,
    tú no puedes saberlo todavía,
    no me conmueve tu voz
    ni el ángel de tu boca fría,
    ni tus reacciones de sándalo
    en que perfumas y expiras,
    ni tu mirada de virgen
    crucificada y ardida.

    No me conmueve tu angustia
    tan bien dicha,
    ni tu sollozar callado
    y sin salida.

    No me conmueven tus gestos
    de melancolía,
    ni tu anhelar, ni tu espera,
    ni la herida
    de que me hablas afligida.

    Me conmueves toda tú
    representando tu vida
    con esa pasión tan torpe
    y tan limpia,
    como el que quiere matarse
    para contar: soy suicida.

    Hoja que apenas se mueve
    ya se siente desprendida:
    voy a seguirte queriendo
    todo el día.







    ¡Qué risueño contacto el de tus ojos...

    ¡Qué risueño contacto el de tus ojos,
    ligeros como palomas asustadas a la orilla
    del agua!
    !Qué rápido contacto el de tus ojos
    con mi mirada!

    ¿Quién eres tú? !Qué importa!
    A pesar de ti misma,
    hay en tus ojos una breve palabra
    enigmática.
    No quiero saberla. Me gustas
    mirándome de lado, escondida, asustada.
    Así puedo pensar que huyes de algo,
    de mí o de ti, de nada,
    de esas tentaciones que dicen que persiguen a la mujer casada.







    Se ha vuelto llanto este dolor ahora...

    Se ha vuelto llanto este dolor ahora
    y es bueno que así sea.
    Bailemos, amemos, Melibea.

    Flor de este viento dulce que me tiene,
    rama de mi congoja:
    desátame, amor mío, hoja por hoja,

    mécete aquí en mis sueños,
    te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna:
    déjame que te bese una por una,

    mujeres tú, mujer, coral de espuma.

    Rosario, sí, Dolores cuando Andrea,
    déjame que te llore y que te vea.

    Me he vuelto llanto nada más ahora
    y te arrullo, mujer, llora que llora.







    Sitio de amor, lugar en que he vivido...

    Sitio de amor, lugar en que he vivido
    de lejos, tú, ignorada,
    amada que he callado, mirada que no he visto,
    mentira que me dije y no he creído:
    en esta hora en que los dos, sin ambos,
    a llanto y odio y muerte nos quisimos,
    estoy, no sé si estoy, ¡si yo estuviera!,
    queriéndote, llorándome, perdido.

    (Esta es la última vez que yo te quiero.
    En serio te lo digo.)

    Cosas que no conozco, que no he aprendido,
    contigo, ahora, aquí, las he aprendido.

    En ti creció mi corazón.
    En ti mi angustia se hizo.
    Amada, lugar en que descanso,
    silencio en que me aflijo.

    ( Cuando miro tus ojos
    pienso en un hijo. )

    Hay horas, horas, horas, en que estás tan ausente
    que todo te lo digo.

    Tu corazón a flor de piel, tus manos,
    tu sonrisa perdida alrededor de un grito,
    ese tu corazón de nuevo, tan pobre, tan sencillo,
    y ese tu andar buscándome por donde yo no he ido:

    todo eso que tu haces y no haces a veces
    es como para estarse peleando contigo.

    Niña de los espantos, mi corazón caído,
    ya ves, amada, niña, que cosas digo.






    Sólo en sueños...

    Sólo en sueños,
    sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
    a ciertas horas, cuando cierro puertas
    detrás de mí.
    ¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
    y ahora estoy preso en su sortilegio,
    atrapado en su red!
    ¡Con qué morboso deleite te introduzco
    en la casa abandonada, y te amo mil veces
    de la misma manera distinta!
    Esos sitios que tú y yo conocemos
    nos esperan todas las noches
    como una vieja cama
    y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
    Me gusta decirte lo de siempre
    y mis manos adoran tu pelo
    y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
    Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
    y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
    A veces lo recuerdo. A veces
    sólo el cuerpo cansado me lo dice.
    Al duro amanecer estás desvaneciéndote
    y entre mis brazos sólo queda tu sombra.







    Te desnudas igual que si estuvieras sola...

    Te desnudas igual que si estuvieras sola
    y de pronto descubres que estás conmigo.
    ¡Cómo te quiero entonces
    entre las sábanas y el frío!

    Te pones a flirtearme como a un desconocido
    y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
    Pienso que soy tu esposo
    y que me engañas conmigo.

    ¡Y como nos queremos entonces en la risa
    de hallarnos solos en el amor prohibido!
    (Después, cuando pasó, te tengo miedo
    y siento un escalofrío.)







    Te quiero porque tienes....

    Te quiero porque tienes
    las partes de la mujer en el lugar preciso
    y estás completa.
    No te falta ni un pétalo,
    ni un olor, ni una sombra.

    Colocada en tu alma,
    dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo,
    leche de luna en las oscuras hojas.
    Quizás me ves,
    tal vez, acaso un día,
    en una lámpara apagada,
    en un rincón del cuarto donde duermes,
    soy la mancha, un punto en la pared,
    alguna raya que tus ojos, sin ti,
    se quedan viendo.

    Quizás me reconoces
    como una hora antigua
    cuando a solas preguntas, te interrogas
    con el cuerpo cerrado y sin respuesta.

    Soy una cicatriz que ya no existe,
    un beso ya lavado por el tiempo,
    un amor y otro amor que ya enterraste.
    Pero estás en mis manos y me tienes
    y en tus manos estoy, brasa, ceniza,
    para secar tus lágrimas que lloro.

    ¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras
    me dirás que te amo? Esto es urgente
    porque la eternidad se nos acaba.
    Recoge mi cabeza. Guarda el brazo
    con que amé tu cintura. No me dejes
    en medio de tu sangre en esa toalla.







    Tu cuerpo está a mi lado...

    Tu cuerpo está a mi lado
    fácil, dulce, callado.
    Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
    con los ojos cerrados
    y yo te miro y fumo
    y acaricio tu pelo enamorado.
    Esta mortal ternura con que callo
    te está abrazando a ti mientras yo tengo
    inmóviles mis brazos.
    Miro mi cuerpo, el muslo
    en que descansa tu cansancio,
    tu blando seno oculto y apretado
    y el bajo y suave respirar de tu vientre
    sin mis labios.
    Te digo a media voz
    cosas que invento a cada rato
    y me pongo de veras triste y solo
    y te beso como si fueras tu retrato.
    Tú, sin hablar, me miras
    y te aprietas a mí y haces tu llanto
    sin lágrimas, sin ojos, sin espanto.
    Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
    se ponen a escuchar lo que no hablamos.







    Tu nombre

    Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
    Trato de escribir que te amo.
    Trato de decir a oscuras todo esto.
    No quiero que nadie se entere,
    que nadie me mire a las tres de la mañana
    paseando de un lado a otro de la estancia,
    loco, lleno de ti, enamorado.
    Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
    Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
    lo grita mi corazón amordazado.
    Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
    lo digo incansablemente,
    y estoy seguro que habrá de amanecer.







    Tú tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo...

    Tú tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo,
    tú lo tienes.
    El puño de mi corazón está golpeando, llamando.
    Te agradezco a los cuentos,
    doy gracias a tu madre y a tu padre,
    y a la muerte que no te ha visto.
    Te agradezco al aire.
    Eres esbelta como el trigo,
    frágil como la línea de tu cuerpo.
    Nunca he amado a una mujer delgada
    pero tú has enamorado mis manos,
    ataste mi deseo,
    cogiste mis ojos como dos peces.
    Por eso estoy a tu puerta, esperando.







    Vamos a guardar este día...

    Vamos a guardar este día
    entre las horas, para siempre,
    el cuarto a oscuras,
    Debussy y la lluvia,
    tú a mi lado, descansando de amar.
    Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
    flotaba densamente, imantado, como una mano
    acariciando.
    Tu espalda como una llanura en el silencio
    y el declive inmóvil de tu costado
    en que trataban de levantarse,
    como de un sueño, mis besos.

    La atmósfera pesada
    de encierro, de amor, de fatiga,
    con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
    todo ese malestar del sexo ahíto,
    esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
    a través de la sombra para reconciliarnos.
    Tu gesto de mujer de piedra,
    última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
    domesticabas tu soledad.
    Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
    Y más tarde tu mano apretando la mía,
    cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
    y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
    Vamos a guardar este día
    entre las horas para siempre.







    Yo no lo sé de cierto, pero supongo....

    Yo no lo sé de cierto, pero supongo
    que una mujer y un hombre
    un día se quieren,
    se van quedando solos poco a poco,
    algo en su corazón les dice que están solos,
    solos sobre la tierra se penetran,
    se van matando el uno al otro.

    Todo se hace en silencio. Como
    se hace la luz dentro del ojo.
    El amor une cuerpos.
    En silencio se van llenando el uno al otro.
    Cualquier día despiertan, sobre brazos;
    piensan entonces que lo saben todo.
    Se ven desnudos y lo saben todo.
    (Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)


    _________________



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Lun Nov 04, 2024 10:48 am

    Maruja Vieira


    Poeta colombiana nacida en Manizales en 1922.
    Catedrática y periodista, ha dedicado su vida a la literatura, sobresaliendo también como crítica literaria.
    De los libros que ha publicado hasta la fecha merecen destacarse:«Sombra del amor», «Palabras de la Ausencia,
    «Mis propias palabras», «Tiempo de vivir», «Campanario de lluvia», y «Los poemas de Enero». ©



    Agresiones

    Defenderé tu rostro
    y tu nombre
    de los años que se amontonan
    como piedras rotas.

    Defenderé tu voz,
    tus palabras,
    de estos largos silencios
    que pesan
    sobre mis labios.

    Defenderé tu luz
    de esta sombra!







    Al final del camino

    Sólo pido
    tu rostro para el sueño.
    Tu nombre dibujado
    en los telones del recuerdo.

    Me iré con ellos lejos,
    a la ciudad tranquila de los lirios,
    de las campanas y de las violetas.

    El tiempo será largo como un río
    y seguirá copiando el mismo cielo
    eternamente.

    Y eternamente clara, casi viva
    tu sombra estará cerca.






    Atardecer del sábado

    Ha llovido en mis manos,
    áspero sol, tu lenta quemadura,
    tu fuego repetido.
    Ahora son más altas
    las montañas azules,
    más altas y se alejan en perfiles
    de cristal y de humo.
    Los rumores del día
    se pierden en la tarde.
    La noche será larga.
    A la orilla del sueño
    veré pasar las horas,
    silenciosas y cálidas.
    Mañana
    vendrán a saludarme
    los ladridos alegres
    de mi perro.
    Le diré que se calle,
    que es domingo.
    No hay que ir al trabajo
    ni al colegio.
    Despertará la niña
    cantando. Nos iremos
    los tres. Hoy es domingo
    y sale la familia de paseo.
    y se me habrá olvidado
    por la noche
    la tristeza.







    Breve poema del encuentro

    Me detengo a la orilla de la tarde
    y busco las palabras olvidadas.
    Los antiguos colores de la tierra,
    la huella luminosa de los árboles.

    Estás aquí. Sonríes a mi lado
    bajo la rama azul que se deshace
    en un pequeño cielo caminante.
    Otra rama -de oro- está en mi mano.

    Hablo contigo como siempre. Cálidas,
    amorosas, las sílabas desgranan
    un lento surtidor de agua tranquila
    sobre el silencio de la piedra blanca.







    Campanario de lluvia

    Te buscaba en la sombra. Lentamente surgía
    tu mirada lejana, leve flor de horizontes.
    Era clara, serena....Con amor la sentía
    transitar el camino de mis ojos insomnes.

    No fue un eco ni un sueño. Fue la brisa en al árbol
    que me trajo tu acento con perfume de savia
    y creció por mis venas y se fue deslizando
    con temblor de caricias al llegar a mis manos.

    Nada más....en la torre desgranó la campana
    un rosario de tiempo claro, fino y distante.
    Como niebla de aroma se quedó entre mis labios
    la dulzura imposible de una frase: te amo.







    Clave mínima

    Déjame tu recuerdo, el de esta hora.
    No importa que te vayas.
    Déjame este recuerdo
    de la última hora del alba.

    Estaba azul el monte esa mañana
    azul. Eras hermoso
    y yo te amaba.







    El nombre de antes

    No es fácil escribir
    el nombre de antes.
    Es como volver a un traje antiguo,
    unas flores, un libro,
    un espejo, amarillos por los años.
    Con aquel otro nombre
    era como tener entre las manos
    toda la luz del aire.
    Ahora vuelvo
    a mi nombre de antes.
    Mi nombre de ceniza,
    el que anduvo conmigo por el tiempo
    y por las soledades.
    Ahora estoy frente a mí, frente a mi nombre,
    con la fría y terrible sensación de regreso
    que conocen los náufragos.
    Pero escucho una risa y unos alegres pasos.
    Todo no se ha perdido.
    Aquí estoy otra vez, frente a la vida,
    con el nombre de antes.







    Esta tarde

    Esta tarde
    todos miran la lluvia.

    Aquí hay un árbol
    y unas columnas blancas.

    Donde va mi recuerdo
    hay flores como espadas de amatista
    y los hombres caminan en silencio.
    Aquí la lluvia lanza
    cada vez más de prisa
    sus dedos transparentes
    para ganar al sol la moneda del tiempo.
    Allá, donde tú olvidas,
    no hay lluvia... sólo flores y un mar verde.







    Exilio

    Mi patria eran tus manos,
    tu mirada,
    el suave temblor de tus labios.

    Ya no tengo tu hombro
    para mi cabeza rendida.

    No tengo nada.

    Veinte años de exilio,
    amor mío,
    veinte años sin patria.







    Huella

    La huella
    de tu mano.
    Apenas una gota
    de rocío.
    suave trazo
    de luz distante y pura
    La huella
    de tu mano.







    Letras de arena

    Háblame. Al fin y al cabo
    mis sueños están hechos de palabras.
    Tus palabras.
    Las que nunca me has dicho y están vivas
    con fuerza de memoria verdadera.
    Vivas como en el fondo transparente
    las estrellas marinas.
    Como el recuerdo tuyo que me sigue
    y voy llevándolo.
    Sin que lo aparte un cielo distinto ni una ola,
    ni siquiera la sombra de otro cuerpo.
    Escucha....El mar enreda
    sus dedos verdes en los arrecifes.
    Es como si tu voz estuviera buscándome
    sin encontrarme y sin que yo la encuentre.
    Desde lejos
    viene a azotarme el rostro tu silencio.







    Lluvia de agosto

    Otra vez tú me tiendes
    tu lento cerco de diamantes.

    contigo estaba escrito
    el nombre del amor sobre la tierra.
    contigo, lluvia de la media noche,
    tierna raíz de astros.

    Y caes
    y me envuelves.
    Eres música,
    estás ciñéndome los pasos
    y el mundo se me pierde,
    porque lo borras tú con la mano invisible
    con que cierras jazmines
    y entreabres luciérnagas.







    Luz de septiembre

    En la luz de septiembre
    estoy buscándote.
    Era una madrugada de campanas
    que me ilumina todavía el alma.

    Todo el amor del mundo
    inundaba tus ojos.
    Era un claro septiembre
    de azahares.

    Tu mano, firme y cálida,
    en mi mano.
    Tus labios en mi frente
    ¡y todo era tan frágil!

    Como un hilo de sol
    entre la lluvia.
    como el perfume
    de una rosa blanca.

    Sobre mi cobardía
    y mi derrota
    gira el mundo implacable.

    Te seguiré buscando,
    con el amor de siempre,
    en mi septiembre
    solitario.







    Luz de tu presencia

    ¿Tú venías buscándome desde playas y sierras?
    ¿Venías presintiéndome por todos los caminos?
    ¿Escuchabas mi voz en los ecos del viento
    y tocabas mis manos en el agua del río?

    Me hallaste en una tarde de soledad y música.
    Suavemente llegabas con tu amor a mi vida.
    Al fondo las montañas heridas por la lluvia
    Y en medio de los muros la lámpara encendida.

    Yo entendí tu presencia porque un fuego de angustia
    destructor y quemante se apagó entre mis venas.
    Porque el agua invasora de una inmensa amargura
    desplegó hacia el olvido sus oscuras mareas.

    Te di mi lejanía de bruma y de silencio
    -la tienes en tus manos como una flor de sombra-,
    en cambio tú me has dado tu claridad sonora
    que resucita muros en mis ciudades rotas.







    Más que nunca

    Porque amarte es así de dulce y hondo
    como esta fiel serenidad del agua
    que corre por la acequia derramando
    su amorosa ternura sobre el campo.

    Te amo en este sitio de campanas y árboles,
    en esta brisa, en estos jazmines y estas dalias.
    La vida y su belleza me llegan claramente
    cuando pienso en tus ojos bajo este cielo pálido.

    Sobre la yerba limpia y húmeda mis pisadas
    no se oyen, no interrumpen el canto de los pájaros.
    Ya la niebla desciende con la luz de la tarde
    y en tu ausencia y mi angustia más que nunca te amo.







    Para ti no hay palabras

    Para ti no hay palabras.
    Hay sólo mudas páginas en blanco
    y este lento caer
    de las manos inútiles
    que olvidaron y hallaron
    letras
    sueños
    y árboles.

    Hubo palabras antes.
    Cuando el mar,
    cuando el grito luminoso
    de los últimos faros.

    Para ti sólo hay tiempo,
    no hay palabras.
    Y el tiempo es infinito
    ahora que te amo.







    Poema del amanecer

    Es la hora de las campanas,
    cuando se cierran los abismos.

    Con la luz de la madrugada
    vuelven al mundo los caminos.

    Vuelve el murmullo de los árboles,
    el silencio de las espigas.

    Vuelven las manos lentamente,
    hacia las páginas del libro.

    Vuelve la realidad perfecta
    de tu presencia sin olvido.







    Raíz eterna

    Tú eres más que un rostro,
    más que un hermoso cuerpo.

    Eres aquel murmullo del río entre la lluvia,
    aquella forma vaga del monte tras la niebla.

    Profundamente asidos al trémulo paisaje
    del sitio de la vida donde habita el recuerdo.

    Tú eres más que un nombre.
    Más que un paso en la tierra.

    Te cerca un bosque denso, de misteriosos árboles.
    con pájaros errantes y canciones sin término.

    Te guarda entre sus ramas de música, te encierra
    lejos de la ceniza destructora del tiempo.

    En ti el amor humano, de raíces eternas,
    me ha entregado su clave profunda y verdadera.







    Siempre

    Siempre regresas.
    Para ti no hay tiempo
    ni tiene oscuros límites la tierra.
    Siempre vuelves.
    Y siempre estoy aquí, esperando tus manos,
    llenándome de sueños como de lluvia un árbol.
    No hay nada diferente. Todo es igual y puro
    cuando vuelves.
    No han pasado los días ni he sufrido. Estoy sola,
    con el corazón limpio como una fuente nueva.
    Tengo otra vez palabras y caminos
    y contigo regresan las brisa y las estrellas.
    Regresan las campanas y los pájaros,
    me devuelves la música, el murmullo
    de los ríos lejanos,
    la claridad del monte,
    la perfecta verdad de que te amo.







    ¿Sola?

    Tus ojos
    vinieron a mirarme
    en esta hora
    oscura y áspera.
    Yo me creía sola
    pero estabas aquí.
    El amor
    le arrancó tu mirada
    a la muerte.







    Tarde, flores y río

    Amor mío...
    Ruedan estas palabras
    en mitad del estruendo
    del agua.
    Amor mío...
    como antes
    deja caer sus flores amarillas
    el árbol, nuestro árbol.

    Por la orilla del río
    camino lentamente,
    buscándote.

    Estás aquí. Lo sé.
    He venido con la certeza de encontrarte
    en la huella de la luz
    sobre la piedra,
    en la canción lejana,
    en la torre encendida
    de la tarde.

    Amor mío
    distante.







    Tiempo definido

    Está bien que la vida de vez en cuando
    nos despoje de todo.
    En la oscuridad los ojos aprenden
    a ver más claramente.
    Cuando la soledad es el vacío intenso
    del cuerpo y de las manos,
    hay caminos abiertos hacia lo más profundo
    y hacia lo más distante.
    En el silencio las amadas voces
    renuevan dulcemente sus palabras
    y los muros custodian el rumor infinito
    de los ausentes pasos.
    Los labios que antes fueran
    sitio de amor en las calladas tardes
    aprenden la grandeza
    de la canción rebelde y angustiada.
    Hay un viento en suspenso sobre los altos árboles,
    un repique de lluvia
    sobre ruinas oscuras y humeantes,
    un gesto en cada rostro
    que dice de amargura y vencimiento.

    Sigue un lento caer de horas inútiles,
    desprendidas del tiempo,
    y más allá de todo lo que formaba
    el círculo pequeñito del mundo,
    "aquel mundo cerrado, con sus vagas estrellas
    y su bruma de sueño",
    despierta inmensamente la herida voz del hombre
    poblador de la tierra.
    Antes estaban lejos, casi desconocidos,
    el combate y el trueno.
    Ahora corre la sangre por los cauces iguales
    del odio y la esperanza,
    sin que nada detenga la invasora corriente
    de las fuerzas eternas.







    Todavía

    Todavía
    la frágil quemadura de una lágrima
    borra la luz del árbol.

    Todavía
    cerca del corazón se detiene la vida
    cuando te nombra alguien.

    Todavía
    rueda el mundo al vacío
    desprendido y errante.

    Todavía
    no encuentro las palabras
    para decir la ausencia de tus manos.

    todavía
    te amo.







    Última llama

    Por qué lloras?

    Porque anoche a mi lámpara
    la apagó un viento amargo.

    Qué buscas en la sombra?
    La sombra de unas manos,
    unas manos desnudas que se alzan
    contra vientos de fuego
    y los enlazan
    y retuercen sus uñas malhirientes.
    Unas manos que nacen
    en el cauce del río de la infancia
    y crecen en los árboles
    y vuelan con el ala de los pájaros.

    Quién apagó tu lámpara?

    No importa.
    Hoy he vuelto a encenderla
    con la última llama.







    Yo te amo

    La sombra. Y el camino interminable.
    El vacío que imita la forma de tus brazos.
    El monótono ruido de la lluvia en el aire.

    Con la espiga y la estrella,
    con la piedra y el árbol,
    con todo lo que guarda la verdad de la tierra
    esta noche te amo.

    Por lo que vive y canta.
    Por los campos arados.
    Por la mano de un niño, por su llanto,
    por su eterno milagro.

    Te amo porque amas el sueño del futuro
    y tiendes al espacio tu nombre como un arco.


    _________________



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Mar Nov 05, 2024 11:45 am

    José Juan Tablada



    Poeta, periodista y diplomático mexicano nacido en Ciudad de México en 1871.
    Realizó sus estudios primarios en un colegio militar incursionando en el campo poético desde muy joven.
    A los diecinueve años viajó a Japón y posteriormente a Paris, países que influyeron notablemente
    en la calidad de su poesía. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y ocupó varios cargos diplomáticos
    en Ecuador, Colombia y Estados Unidos.
    «Florilegio» en 1898, «Al sol y bajo la luna» en 1918, «Poemas sintéticos» en 1919, «Li-Po y otros poemas» en 1920
    y «El jarro de flores» en 1922, forman parte de su importante obra.
    Falleció en Nueva York en 1945




    De poemas de juventud 1892 - 1900



    Abraxa

    Como un diamante sobre el terciopelo
    de un joyero de ébano sombrío,
    abandona tu amor sobre mi hastío
    la diamantina claridad de un cielo.

    Rugió la tempestad...: muerto de frío,
    en ti -jardín en flor- posé mi vuelo,
    y te bañó mi torvo desconsuelo,
    ¡oh lirio! , en vez del matinal rocío.

    ¡Y ni un suspiro de tristeza exhalas!
    y dejas que mi frente pesarosa
    empolve con sus pésames tus galas,

    ¡y que te abrace al fin mi alma tediosa
    como crispa un murciélago sus alas
    sobre el cáliz fragante de una rosa!

    * * *

    En el parque

    Un último sonrojo murió sobre tu frente...
    Caíste sobre el césped; la tarde sucumbía,
    Venus en el brumoso confín aparecía
    y rimando tus ansias sollozaba la fuente.

    ¿Viste acaso aquel lirio y cómo deshacía
    una a una sus hojas en la turbia corriente,
    cuando al eco obstinado de mi súplica ardiente
    respondiste anegando tu mirada en la mía?

    Ya en la actitud rendida que la caricia invoca,
    en la grama tendiste tus blancos brazos flojos
    rendida ante los ruegos de mi palabra loca.

    Y yo sobre tu cuerpo cayendo al fin de hinojos,
    miré todas las rosas sangrando entre tu boca
    ¡y todas las estrellas bajando hasta tus ojos!

    * * *

    En otoño

    La lluvia obstinada y fría
    de aquella tarde brumosa,
    ¡desbarató muchos nidos
    y deshojó muchas rosas!

    Allá en la desierta sala
    frente a la ventana gótica,
    los dos solos. Él callado;
    ella pálida y tediosa
    finge desdén, y sus ojos
    están tristes y no lloran,
    y las crueles palabras
    que de su garganta brotan
    quieren vibrar y acarician,
    quieren herir y sollozan...
    La falta es nube de estío
    y las nubes se evaporan
    cuando surge el sol radiante;
    pero ella piensa orgullosa:
    ¡Cuando al corazón lastiman
    las faltas no se perdonan!
    Él medita que al agravio
    las rodillas no se doblan,
    y ambos callan pensativos
    frente a la ventana gótica...
    ¿Por qué no arrojan la máscara
    si al cabo los ojos lloran?
    ¿Por qué enmudecen los labios
    si las almas están rotas?

    ¡Ay, en vano los recuerdos
    tienden el ala y remontan
    los horizontes azules
    de las horas venturosas!
    En vano recuerda ella
    el despertar en la alcoba,
    cuando de la serenata
    se desprendían las notas
    ¡y sobre del blanco alféizar,
    aparecía en la sombra
    una mano que se alzaba
    con un puñado de rosas!
    En vano el galán medita
    en las palabras ansiosas,
    en la frente pensativa
    y en los besos de su novia.

    Los recuerdos vuelven tristes
    con las alas temblorosas,
    y ateridos se acurrucan
    otra vez en la memoria...
    ¡Ella firme piensa en que
    las faltas no se perdonan,
    y él se obstina en que al agravio
    las rodillas no se doblan!
    Mientras, en alas del viento
    las hojas secas sollozan
    por esa lluvia que sigue
    cayendo en la noche umbrosa,
    ¡desbaratando los nidos
    y deshojando las rosas!

    * * *

    La Venus china

    En su rostro ovalado palidece el marfil,
    la granada en sus labios dejó púrpura y miel,
    son sus cejas el rasgo de un oblicuo pincel
    y sus ojos dos gotas de opio negro y sutil.

    Cual las hojas de nácar de un extraño clavel
    florecieron las uñas de su mano infantil,
    que agitando en la sombra su abanico febril
    hace arder en sus sedas un dorado rondel...

    Arropada en su manto de brocado turquí,
    en la taza de jade bebe sorbos de té,
    mientras arde a sus plantas aromoso benjuí.

    ¡Mas irguióse la Venus y el encanto se fue,
    pues enjuto, en la cárcel de cruel borceguí,
    era un pie de faunesa de la Venus el pie!...

    * * *

    Soneto Watteau

    ¡Manón, la de ebúrnea frente,
    la de cabello empolvado
    y vestidura crujiente,
    tus ojos me han cautivado!

    Eco de mi amor ardiente,
    el clavicordio ha cantado
    la serenata doliente
    y el rondel enamorado...

    ¡Ven! ¡El Amor que aletea
    lanza su flecha dorada,
    y en el mar que azul ondea

    surge ya la empavesada
    galera flordelisada
    que conduce a Citerea!









    De la época media 1901 - 1918

    La bailadora

    ¡Ardores, aromas y ritmos mantienes
    en plural encanto y en prestigio vario,
    y ardes y perfumas, en lentos vaivenes,
    como un incensario!

    * * *

    Lawn-tennis

    Toda de blanco,
    fmge tu traje
    sobre tu flanco
    griego ropaje.

    De la Victoria
    de Samotracia,
    mientes la gloria
    llena de gracia.

    ¡En vano ilusa
    fijas el pie!...
    Que no eres musa
    ni numen, que

    sin que disciernas
    un viento lírico
    sobre tus piernas
    sopla satírico;

    pues aunque fatua
    te alces extática,
    no eres la estatua
    gloria del Atica...

    pisan el suelo
    yanke tus pies. ..
    ¡Y alto es el vuelo
    de las Nikés!

    * * *

    Misa negra

    ¡Noche de sábado! Callada
    está la tierra y negro el cielo;
    late en mi pecho una balada
    de doloroso ritornelo

    El corazón desangra herido
    bajo el cilicio de las penas
    y corre el plomo derretido
    de la neurosis en mis venas

    ¡Amada ven!…¡Dale a mi frente
    el edredón de tu regazo
    y a mi locura dulcemente,
    lleva a la cárcel de tu abrazo!

    ¡Noche de sábado! En tu alcoba
    hay perfume de incensario,
    el oro brilla y la caoba
    tiene penumbras de sagrario.

    Y allá en el lecho do reposa
    tu cuerpo blanco, reverbera
    como custodia esplendorosa
    tu desatada cabellera.

    Toma el aspecto triste y frío
    de la enlutada religiosa
    y con el traje más sombrío
    viste tu carne voluptuosa.

    Con el murmullo de los rezos
    quiero la voz de tu ternura,
    y con el óleo de mis besos
    ungir de diosa tu hermosura.

    Quiero cambiar el grito ardiente
    de mis estrofas de otros días,
    por la salmodia reverente
    de las unciosas letanías;

    quiero en las gradas de tu lecho
    doblar temblando la rodilla
    y hacer del ara de tu lecho
    y de tu alcoba la capilla…

    Y celebrar ferviente y mudo,
    sobre tu cuerpo seductor,
    lleno de esencias y desnudo
    ¡la Misa Negra de mi amor!

    * * *

    Noche del trópico

    En la fúnebre bóveda no brillan las estrellas,
    y sin embargo estriado de tenebrosas huellas

    sobre el profundo abismo la luz es móvil nata
    do apenas un Erebo de sombra se desliza,
    y en esa temblorosa película de plata
    en perlas se deshace la ola que se riza.

    Pero sobre la borda el nauta que se inclina
    teme que finja un sueño su rápido vislumbre
    de incandescentes peces y flora submarina
    y anémonas de fósforo entre árboles de lumbre,

    y -de un pez luminoso al lívido fanal-
    el cadáver de un náufrago, que en la sombra total,
    con los huesos tan blancos que parecen de luz,

    ¡es igual
    a una cruz
    de cristal!...

    * * *

    Nocturno invierno

    Mi inconsolable soledad se asombra,
    pues no sé en la ansiedad con que deliro
    si no te puedo ver por tanta sombra
    o si es de noche porque no te miro...

    ¡Pues siempre que tú llegas, la tiniebla
    disipas, ya tu voz ya tu mirada
    el silencio de músicas se puebla
    y cae sobre la noche la alborada!

    Pasas, y al agitarse tu vestido
    entre rumores y fragancia, exhalas
    tibios aromas de jardín florido,
    brisas que soplan invisibles alas.

    Y tu voz impregnada de misterio
    evoca con sus cálidos murmullos
    musicales sollozos de salterio,
    gargantas de torcaz llenas de arrullos,

    fugitivo gemir de una fontana
    que detenerse en su correr quisiera
    en un remanso, al pie de una ventana
    adonde sufre un alma prisionera...

    Así es tu voz, que trémula y vibrante
    prolonga la tristeza que me inspira,
    y por mística y dulce es la distante
    campana donde un Ángelus suspira...

    O bien cuando la anima la alegría,
    tu boca en flor convierte en un tesoro
    y sus palabras cambia en pedrería
    la Sultana locuaz Boca-de-Oro.

    ¡Surge en la noche mi Sheherazada,
    y ante el milagro que su voz destella,
    parece que en la bóveda estrellada
    cada palabra suya es una estrella!

    ¡Y cuando al fin suspiras y te miro
    suspensa en lo infinito de tu duelo,
    pasa sobre mi alma tu suspiro
    como una estrella errante por el cielo!

    * * *

    Quinta avenida

    ¡Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida
    tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida!...

    ¿Soñáis desnudas que en el baño os cae
    áureo Jove pluvial, como a Danae,
    o por ser impregnadas de un tesoro,
    al asalto de un toro de oro
    tendéis las ancas como Pasifae?

    ¿Sobáis con perversiones de cornac
    de broncíneo elefante la trompa metálica
    o transmutáis, urentes, de Karnak
    la sala hipóstila, en fálica?

    ¡Mujeres fire-proof a la pasión inertes,
    hijas de la mecánica Venus made in América;
    de vuestra fortaleza, la de las cajas fuertes,
    es el secreto... idéntica combinación numérica!







    De la época moderna 1919 - 1945

    Agua fuerte

    Pasas trotando como si huyeras
    y se diría
    que antros de vicio buscando fueras
    con las pupilas ardiendo al día
    entre la sombra de las ojeras...

    Tu cuerpo trémulo se arrebuja
    con turbadores gestos de vicio,
    y vas furtiva como una bruja
    bajo las iras del Santo Oficio.

    Bajo el arco de los tacones
    de tus empinados chapines,
    corren los ríos de ilusiones
    de tus amantes malandrines.

    Cubres tu frente con el mantón
    y macerada por el pecado
    a las campanas de la oración
    tiemblas; el cierzo te ha flagelado
    con anatemas de Inquisición...

    La brasa de los besos
    chirría en tu saliva
    y las ojeras de los excesos
    orlan tu carne de siempreviva.

    De adobos brujos tus carnes untas
    y en fiel consorcio con tu lesbiana,
    sobre una escoba las piernas juntas
    vuelas a un sabat de mariguana...

    En tus ojos alucinados
    por espejismos de vicio,
    queman los siete pecados
    raros fuegos de artificio.

    En tu regazo tienes al diablo,
    bajo tus faldas arde la hoguera;
    hace tres siglos tu sino fuera,
    letra y efigie de algún retablo,
    morir quemada por hechicera. .

    Cuando al toque de oración
    flotando en negro mantón
    en la penumbra apareces
    y tus miradas destellas

    un murciélago pareces
    clavado con dos estrellas.

    * * *

    El ídolo en el atrio

    Una Piedra del Sol
    sobre el cielo de la mañana
    asoma en lo alto
    el ancho rostro de basalto
    a la orilla de un charco de obsidiana
    y parece que su boca vierte
    un reguero de sangre humana
    y zempazúchiles de muerte...

    Es del trigo del sol
    la gran piedra molar
    que hace el pan de los días
    en los molinos de la eternidad.

    Piedra de las cronologías,
    síntesis de los años y los días
    donde se exhala en silencioso canto
    el pertinaz espanto
    de las viejas mitologías...

    Los meses enflorados y agoreros
    en ella ensartan lunas de pálido tecali
    así como los cráneos hueros
    en el zompantli del teocali.

    En torno de esa tabla de la ley
    gladiatorios o místicos agrúpanse los meses
    entre bélicos cantos y rumores de preces
    como en torno de un rey...

    Y al final los días rezagados
    los Nemontemi... ¡Cinco enmascarados
    con pencas de maguey!...

    Días en cuyas noches se derrite
    la luna como turbio chalchihuite;
    en que mancha de sombra luce el oro del sol
    como la piel del tigre o como el girasol...

    Otros días sonoros y ricos
    como el trópico son, y si ruge el jaguar
    y vuelan las parvadas de pericos,
    ¡parece que la selva echó a volar!

    Y el relámpago de las guacamayas
    rasga el cielo -clamor y bandera-
    como si el eco y el vislumbre fuera
    de la legión del dios de las batallas.

    Y en pleno día las caudas de los quetzales
    suben y giran como fuegos artificiales,
    cual si cayeran astros o volaran las flores,
    o las minas de esmeraldas ascendieran en surtidores
    y se abatieran en festones de saucedales...

    El gran boa anaconda se mueve como río
    de sinuosos rastros
    y la espesura escalofría
    su largo dorso tenebroso y frío,
    taraceado de flores e incrustado de astros
    en simétrica geometría.

    Otras tardes inunda la llanura el salvaje
    tropel de los bisontes
    y sus jibas ondulan cual montes
    o proceloso mar de móvil oleaje.

    Y dejando a su paso todo roto
    en terrible crujir,
    se hunde en la selva el terremoto
    del Tapir...

    Los macacos aúllan en el bambú empinado;
    la iguana el tornasol de su iris cambió
    y el armadillo se ha salvado
    pues en su carapacho se escondió.

    Contraído en su concha, hecho un ovillo,
    rodó por la montaña noche y día
    ¡y salvo llegó al valle el armadillo!

    El águila que lo perseguía
    desde el azur adonde se cernía
    lo dio por muerto...
    ¡y a poco el armadillo al sol surgía
    como un santo ermitaño del desierto!

    Burló del águila la garra,
    mas al fin convertido en guitarra
    bajo la mano
    llena de amor patrio
    de un zapatista suriano,
    de la Tierra de Promisión,
    ial pie del Idolo del Atrio
    el armadillo canta la canción!

    * * *

    El jardín está lleno e supiros de luz

    El jardín está lleno
    de supiros de luz


    Y por sus
    frondas escurriendo van
    como

    gri
    mas las últimas gotas
    De la

    lluvia

    lunar. . . . . . .

    * * *

    El ruiseñor

    Bajo el celeste pavor
    delira por la única estrella
    el cántico del ruiseñor.

    * * *

    El sauz

    Tierno saúz
    casi oro, casi ámbar,
    casi luz...

    * * *

    En Liliput

    Hormigas sobre un
    grillo, inerte. Recuerdo
    de Gulliver en Liliput...

    * * *

    Hojas secas

    El jardín está lleno de hojas secas;
    nunca vi tantas hojas en sus árboles
    verdes, en primavera.

    * * *

    Hongo

    Parece la sombrilla
    este hongo policromo
    de un sapo japonista.

    * * *

    Identidad

    Lágrimas que vertía
    la prostituta negra,
    blancas..., ¡como las mías...!

    * * *

    Japón

    ¡Áureo espejismo, sueño de opio,
    fuente de todos mis ideales!
    ¡Jardín que un raro kaleidoscopio
    borda en mi mente con sus cristales!
    Tus teogonías me han exaltado
    y amo ferviente tus glorias todas;
    ¡yo soy el siervo de tu Mikado!
    ¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!

    Por ti mi dicha renace ahora
    y en mi alma escéptica se derrama
    como los rayos de un sol de aurora
    sobre la nieve del Fusiyama.

    Tú eres el opio que narcotiza,
    y al ver que aduermes todas mis penas
    mi sangre -roja sacerdotisa-
    tus alabanzas canta en mis venas.

    ¡Canta! En sus causes corre y se estrella
    mi tumultuosa sangre de Oriente,
    y ése es el canto de tu epopeya,
    mágico Imperio del Sol Naciente.
    En tu arte mágico -raro edificio-
    viven los monstruos, surgen las flores
    es el poema del Artificio
    en la Obertura de los colores.

    ¡Rían los blancos con risa vana!
    Que al fin contemplas indiferente
    desde los cielos de tu Nirvana
    a las Naciones de Occidente.

    Distingue mi alma cuando en ti sueña
    -cuando sombrío y aterrador-
    la inmóvil sombra de la cigüeña
    sobre un sepulcro de emperador.

    Templos grandiosos y seculares
    y en su pesado silencio ignoto,
    Budhas que duermen en los altares
    entre las áureas flores de loto.

    De tus princesas y tus señores
    pasa el cortejo dorado y rico,
    y en ese canto de mil colores
    es una estrofa cada abanico.

    Se van abriendo si reverbera
    el sol y lanza sus tibias olas
    los parasoles, cual Primavera
    de crisantemas y de amapolas.

    Amo tus ríos y tus lagunas,
    tus ciervos blancos y tus faisanes
    y el ampo triste con que tus lunas
    bañan la cumbre de tus volcanes.

    Amo tu extraña mitología,
    los raros monstruos, las claras flores
    que hay en tus biombos de seda umbría
    y en el esmalte de tus tibores.

    ¡Japón! Tus ritos me han exaltado
    y amo ferviente tus glorias todas;
    ¡yo soy el ciervo de tu Mikado!
    ¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!

    Y así quisiera mi ser que te ama,
    mi loco espíritu que te adora,
    ser ese astro de viva llama
    que tierno besa y ardiente dora
    ¡la blanca nieve del Fusiyama!

    * * *

    La araña

    Recorriendo su tela
    esta luna clarísima
    tiene a la araña en vela.

    * * *

    La carta

    Busco en vano en la carta
    de adiós irremediable,
    la huella de una lágrima...

    * * *

    La luna

    Es mar la noche negra;
    la nube es una concha;
    la luna es una perla...

    * * *

    La mujer tatuada

    Las huellas de los pies de sus amantes
    han cubierto su alcoba
    con un tapiz de peregrinaciones.

    La arcilla de su seno
    está llena de huellas digitales,
    y todo su cuerpo de jeroglíficos
    de colibríes, besos
    de sus amantes niños...

    El vuelo de sus cejas
    en su frente admirable
    posa un perfil de zopilote
    sobre los cráneos del zompantli,
    que echa a volar cuando sus ojos
    luminosos se abren...

    Espejo de obsidiana
    del brujo Tezcatlipoca;
    yugo de granito;
    ¡cóncavo
    vaso de sacrificios!

    Cuerpo macerado de inciensos
    como las paredes de los templos.
    Un pasajero amante
    dejó escrito su nombre en un tatuaje
    sobre su carne.

    Su esencial orquídea,
    como las de Mitla,
    surge entre las piedras del templo
    promulgando sangre de víctimas,
    imán de mariposa ilusión
    que flota en claros de luna o tiembla
    en un verde rayo de sol.

    La teoyamique sonríe en sus dientes
    y el jaguar de su ardor abre las fauces
    al través de una enagua de serpientes

    y, hélice del Calendario ancestral,
    su misterio sobre nuestras escamas
    riza elásticas plumas de quetzal.

    De su alma llena de sepulcros
    suben hasta sus ojos
    espectros y vislumbres de tesoros

    y tanta pasión suprimida;
    momias que emparedó el Santo Oficio
    ¡y hoy implacables resucitan...!

    Mientras su carne de cera
    arde con flama de pasión
    como gran cirio de la Inquisición.

    Se siente Emperatriz en las verbenas
    y en la profunda ergástula de sus amantes, Reina,
    y aspira como ídolo copales y alhucemas.

    Caen los besos, de sus ojeras a la sombra,
    en el ávido surco de su boca
    y sus senos se hinchan
    como si fueran a brotar dos rosas...

    En su vientre está la equino-cáctea,
    en su vientre infecundo
    ¡tan blanco como la Vía Láctea
    llena de mundos...!

    Sus pésames aúllan con los coyotes de la sierra
    y su máscara estampada de flores
    cubre una sonrisa de hiena.

    Como submarinas medusas
    en espejismos de Atlántidas
    ruedan sus ojos en blanco

    cuando entre blasfemias roncas
    su hombre se rinde entre sus brazos
    como un ahorcado en una horca.

    Nada hay
    tan semejante a una chinampa florida
    como su carne escondida
    bajo tápalos de Catay...

    Y a ella toda, como la gran curva de luz
    del cohete que en silencio vuela
    y suspende, doblado en festón de saúz,
    un jardín milagroso en la plazuela

    a tiempo que a la vera de la vieja casona
    esquiva la Llorona
    su fluido cuerpo de lémur
    y su quejido doliente y vano

    como de flauta hecha en un fémur
    humano...

    Nueva York, enero de 1922

    * * *

    Las prostitutas...

    Las prostitutas
    Ángeles de la Guarda
    de las tímidas vírgenes;
    ellas detienen la embestida
    de los demonios y sobre el burdel
    se levantan las casas de cristal
    donde sueñan las niñas...

    * * *

    Libélula

    Porfía la libélula
    por emprender su cruz transparente
    en la rama desnuda y trémula

    * * *

    Los gansos

    Por nada los gansos
    tocan alarma
    en sus trompetas de barro.

    * * *

    Los sapos

    Trozos de barro,
    por la senda en penumbra
    saltan los sapos.

    * * *

    Luciérnagas

    La luz
    de las
    Luciérnagas
    es un
    blando suspiro
    Alternado
    con pausas de oscuridad
    Pensamientos
    sombríos que se disuelven
    en gotas
    instantáneas de claridad

    * * *

    Mariposa nocturna

    Devuelve a la desnuda rama,
    mariposa nocturna,
    las hojas secas de tus alas.

    * * *

    Mujer hecha pedazos

    En la morgue del ensueño
    pertinaz ilusión refrigera
    entre prismas de hielo,
    bocas pintadas,
    palabras pintadas,
    ojos azules,
    miradas celestiales
    de mujeres telescopiadas
    en catástrofes de recuerdos.

    Hembra triangulizada
    más acá de la cuarta dimensión
    entre un mañana y un ayer
    y una múltiple intersección.

    Sus pies trotamundos
    vislumbran mis temores de reojo,
    en tremedales profundos,
    cuña de bermellón el tacón rojo.

    Mientras miran de soslayo
    sus ojos de niño en la cuna
    con influencias maléficas de rayo
    de luna.

    El espeso carmín de los labios
    tapió un ansia de comulgar
    y avivó en ellos los resabios
    de besar y de suspirar.

    De su espíritu la penuria
    resplandece y se aladiniza,
    cuando sus lágrimas irisa
    recóndito ardor de lujuria
    bajo un antifaz de sonrisa.

    Sólo ella filaba esa nota
    que como suspiro brota,
    tiembla en ansia entrecortada
    y en un sollozo por fin rota,
    se astilla en una carcajada...

    La llama de la hoguera de Thaís
    crepita una canción de París,
    con fuego sobre el caos rubrica
    la cadera de cierta chica,
    suspira un hipo de pasión
    y, boca llena de pavesas
    y de sangre del corazón,

    tú, mi propia vida, bostezas
    como un horno de cremación...

    * * *

    Nocturno alterno

    Neoyorquina noche dorada
    Fríos muros de cal moruna
    Rectors champaña fox-trot
    Casas mudas y fuertes rejas
    Y volviendo la mirada
    Sobre las silenciosas tejas
    El alma petrificada
    Los gatos blancos de la luna
    Como la mujer de Loth

    Y sin embargo
    es una
    misma
    en New York
    y en Bogotá


    La luna...!

    * * *

    Panorama

    Bajo de mi ventana, la luna en los tejados
    y las sombras chinescas
    y la música china de los gatos.

    * * *

    Peces voladores

    Al golpe del oro solar
    estalla en astillas el vidrio del mar.

    * * *

    Un mono

    El pequeño mono me mira...
    ¡Quisiera decirme
    algo que se le olvida!

    * * *

    Sandía

    ¡Del verano, roja y fría
    carcajada,
    rebanada
    de sandía!

    * * *

    Tríptico sentimental

    Loro idéntico al de mi abuela,
    funambulesca voz de la cocina
    del corredor y de la azotehuela.

    No bien el sol ilumina,
    lanza el loro su grito
    y su áspera canción
    con el asombro del gorrión
    que sólo canta El josefito...

    De la cocinera se mofa
    colérico y gutural,
    y de paso apostrofa
    a la olla del nixtamal.

    Cuando pisándose los pies
    el loro cruza el suelo de ladrillo
    del gato negro hecho un ovillo,
    el ojo de ámbar lo mira
    y un azufre diabólico recela
    contra ese íncubo verde y amarillo,
    ¡la pesadilla de su duermevela!

    ¡Mas de civilización un tesoro
    hay en la voz
    de este super-Ioro
    de 1922!

    Finge del aeroplano el ron-ron
    y la estridencia del klaxón...

    Y ahogar quisiera con su batahola
    la música rival de la victrola...

    En breve teatro proyector de oro,
    de las vigas al suelo, la cocina
    cruza un rayo solar de esquina a esquina
    y afoca y nimba al importante loro...

    Pero a veces, cuando lanza el jilguero
    la canción de la selva en abril,
    el súbito silencio del loro parlero
    y su absorta mirada de perfil,
    recelan una melancolía
    indigna de su plumaje verde...

    ¡Tal vez el gran bosque recuerde
    y la cóncava selva sombría!

    ¡En tregua con la cocinera
    cesa su algarabía chocarrera,
    tórnase hosco y salvaje...

    ¡El loro es sólo un gajo de follaje
    con un poco de sol en la mollera!

    * * *

    Vuelos

    Juntos, en la tarde tranquila
    vuelan notas de Ángelus,
    murciélagos y golondrinas.


    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Miér Nov 06, 2024 9:32 am


    Gonzalo Rojas



    Poeta chileno nacido en Lebu, Arauco, en 1917.
    Estudió Derecho y Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Fue profesor de Estética Literaria
    y Jefe del Departamento de Castellano en la Universidad de Concepción. Ejerció la docencia en Utah, EE.UU., Alemania
    y Venezuela. Organizó a partir de 1958 los famosos Congresos de Escritores en Concepción, reuniendo lo más selecto
    de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y Cuba. Perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la
    Revista Mandrágora, 1938 - 1943.
    Recibió numerosos premios internacionales, entre los que se cuentan: Premio Sociedad de Escritores de Chile por
    «Poesía Inédita» 1946, Premio Reina Sofía de poesía de España, Premio Octavio Paz de México y José Hernández
    de Argentina, además del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992 y del Premio Cervantes de Literatura 2003.
    Luego de una corta enfermedad, falleció el 25 de abril de 2011





    ¿A qué mentirnos?

    Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni
    tropieza, ni vuelve.

    ¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
    de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
    Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
    Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
    Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.

    Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.
    Porque en la tierra hay un regalo para todos:
    los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
    Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
    Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
    Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
    sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.

    Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
    ¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!







    A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro

    Bésense en la boca, lésbicas
    baudelerianas, árdanse, aliméntense
    o no por el tacto rubio de los pelos, largo
    a largo el hueso gozoso, vívanse
    la una a la otra en la sábana
    perversa,
    y
    áureas y serpientes ríanse
    del vicio en el
    encantamiento flexible, total
    está lloviendo peste por todas partes de una costa
    a otra de la Especie, torrencial
    el semen ciego en su granizo mortuorio
    del Este lúgubre
    al Oeste, a juzgar
    por el sonido y la furia del
    espectáculo.
    Así,
    equívocas doncellas, húndanse, acéitense
    locas de alto a bajo, jueguen
    a eso, ábranse al abismo, ciérrense
    como dos grandes orquídeas, diástole y sístole
    de un mismo espejo.
    De ustedes
    se dirá que amaron la trizadura.
    Nadie va a hablar de belleza.







    Acorde clásico

    Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
    como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
    para pasar por el latido precioso
    de la sangre, fluye, fulgura
    en el mármol de las muchachas, sube
    en la majestad de los templos, arde en el número
    aciago de las agujas, dice noviembre
    detrás de las cortinas, parpadea
    en esta página.








    Al silencio

    Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
    todo el hueco del mar no bastaría,
    todo el hueco del cielo,
    toda la cavidad de la hermosura
    no bastaría para contenerte,
    y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
    oh majestad, tú nunca,
    tú nunca cesarías de estar en todas partes,
    porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
    porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
    y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.







    Asma es amor

    A Hilda, mi centaura

    Más que por la A de amor estoy por la A
    de asma, y me ahogo
    de tu no aire, ábreme
    alta mía única anclada ahí, no es bueno
    el avión de palo en el que yaces con
    vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
    de las que ya no estás, tu esbeltez
    ya no está, tus grandes
    pies hermosos, tu espinazo
    de yegua de Faraón, y es tan difícil
    este resuello, tú
    me entiendes: asma
    es amor.







    Baudeleriana

    Astucias que le son y astucias que no le son
    dijera Ovidio: los tacones
    le son, ojalá altos, lo bestial
    visible, los pezones, no importa
    lo exiguo del formato, el beso
    bien pintado, parisino
    el aroma, azulosos
    sin exceso los párpados, sigiloso
    el zarpazo drogo y longilíneo
    de su altivez, visionario
    el fulgor, especialmente eso, visionario el fulgor.

    Y claro, áureos los centímetros
    ciento setenta del encanto
    del tobillo a las hebras
    torrenciales del pelo. -"Piénsese
    irrumpe entonces a esa altura Borges con asfixia, ¿quién
    sino el Aleph pudiera entera esquiza y
    bestia así olfatear, besarla en el hocico,
    durarla, perdurarla en su enigma, airearla,
    mancharla por lo hondo hasta serla, al galope
    tendido del tedio? ¿Quién,
    especialmente eso, la hartara?"

    Especialmente nada, muchachos, ¡videntes
    de otra edad! ¡Borges,
    Publio Ovidio!, nada: lo cierto
    es que no hay nada, salvo
    cada 28, sangre
    de parir y ese es el juego. De ahí vinimos viniendo los
    poetas malheridos aullando
    mujer, gimiendo
    hermosura, Eternidad
    que no se ve: especialmente eso, muchachos,
    que no se ve.

    París, Noviembre 2003







    Carbón

    Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
    mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
    lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
    cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
    como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

    Es él. Está lloviendo.
    Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
    a caballo mojado. Es Juan Antonio
    Rojas sobre un caballo atravesando un río.
    No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
    como mina inundada, y un rayo la estremece.

    Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
    dame esa luz, yo quiero recibirlo
    antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
    para que se reponga, y me estreche en un beso,
    y me clave las púas de su barba.

    Ahí viene el hombre, ahí viene
    embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
    contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
    debajo de su poncho de Castilla.

    Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
    de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
    te he venido a esperar, yo soy el séptimo
    de tus hijos. No importa
    que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
    que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
    porque tú y ella estáis multiplicados. No
    importa que la noche nos haya sido negra
    por igual a los dos.
    -Pasa, no estés ahí
    mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.







    Carmen Cárminis

    -Favor, dónde se fabrican por aquí versos con
    hélade y lujuria
    para que vibren transparentes?
    -Dos
    casas más allá pasado ese hueco
    donde se ve ese otro hueco de aire con
    dalias originales de entonces, ahí
    justo a la izquierda doblando
    detrás del puente
    del que no queda vestigio, ahí mismo a un metro
    hay una carpintería etrusca: de ahí
    -arterias y mármol, alta, los pies
    desnudos- salió la muchacha hace tres mil,
    que no ha muerto.

    Eso me lo dijo personalmente a mí Catulo en Sirmione
    el 95, Garda sul Lago.







    Carta del suicida

    Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
    Por que ella sale y entra como una bala loca,
    Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
    Así sople el verano o el invierno,
    Así viva feliz sentado sobre el triunfo
    Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
    Así padezca el látigo del hambre,
    así me acueste
    O me levante, y me hunda de cabeza en el día
    Como una piedra bajo la corriente cambiante.

    Así toque mi citara para engañarme, así
    Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
    Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
    Unas sobre otras hasta consumirse.

    Juro que ella perdura porque ella sale y entra
    Como una bala loca,
    Me sigue a donde voy y me sirve de hada.







    Carta para volvernos a ver

    Escrita en el mar, el 25-X-58, entre las 2 y las 5 de la mañana, a bordo del "Laennec",
    Navifrance, por la ruta del Atlántico norte. No publicada hasta la fecha.

    Lo feo fue quererte, mi Fea, conociendo cuánta víbora
    era tu sangre, lo monstruoso
    fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
    que eras bestia, y no a besos sino a cruel mordedura
    te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y confuso
    descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo! convertido.

    Porque, vistas las cosas desde el mar, en el frío de la noche oceánica
    y encima de este barco de lujo, con mujeres francesas y espumosas,
    y mucha danza, y todo, no hay ninguna
    cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
    antes de ti, después de ti. No hay ojos verdes
    que se parezcan tanto a la ignominia.

    Ignominia es tu sangre, Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,
    remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
    de todo lo materno que es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
    No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
    donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.

    No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, porque el mar
    -por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja
    como inútil estiércol.
    Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo, dormí con una máquina
    de parir muertos. Nadie podrá lavar mi boca sino el áspero océano,
    Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.

    Lástima de hermosura. Si hoy te falta de madre justo lo que te sobra
    de ramera
    y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
    y sin embargo empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
    es posible, es posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
    del amor, es posible que tanta espuma inútil
    pierda su liviandad, se integre en la corriente, vuelva al coro del Ritmo.

    Tal vez el largo oleaje de esta carta te aburra, todo este aire solemne,
    pero el Ritmo ha de ser océano profundo
    que al hombre y la mujer amarra y desamarra
    nadie sabe por qué y, es curioso, yo mismo
    no sé por qué te escribo con esta mano, y toco
    tu rara desnudez terrible todavía.

    No hablemos ya de mayo ni de junio, ni hablemos
    del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante tu figura
    de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
    de aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
    silenciosos, seguros de ser uno en el vuelo.

    No. Bajemos de ahí, mi Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:
    crucemos los horribles pasadizos
    de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
    que aún estará sonando. Volemos en aviones a salvar
    los restos de Algo, de Alguien que va a morir, mi Dios, descuartizado.

    Digamos bien las cosas. No es justo que metamos a ningún Dios en esto.
    Cínicos y quirúrgicos, los dos, los dos mentimos.
    Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la vida hasta sangrar
    contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas criaturas por hora...?)
    Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
    raíces sigilosas del que quiso venir
    a vemos, y a besamos, y a juntamos en uno.

    Miro el abismo al fondo de este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero
    de tus días rientes y otra vez no eres nada
    sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
    de la vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
    de lo que fuiste un día quemada por el rayo del vidente.

    Mortal contradictorio: cierro esta carta aquí,
    este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
    No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
    Y océano,
    y océano,
    y únicamente océano.






    Celia

    1
    Y nada de lágrimas; esta mujer que cierran hoy
    en su transparencia, ésta que guardan
    en la litera ciega del muro
    de cemento, como loca encadenada
    al catre cruel en el dormitorio sin aire, sin
    barquero ni barca, entre desconocidos sin rostro, ésta
    es
    únicamente la
    Única
    que nos tuvo a todos en el cielo
    de su preñez.
    Alabado
    sea su vientre.

    2
    Y nada, nada más; que me parió y me hizo
    hombre, al séptimo parto
    de su figura de marfil
    y de fuego,
    en el rigor
    de la pobreza y la tristeza,
    y supo
    oír en el silencio de mi niñez el signo,
    el Signo
    sigiloso
    sin decirme
    nunca
    nada.
    Alabado
    sea su parto.

    3
    Que otros vayan por mí ahora
    que no puedo, a ponerte
    ahí los claveles
    colorados de los Rojas míos, tuyos,
    hoy
    trece doloroso de tu martirio,
    los
    de mi casta que nacen al alba
    y renacen; que vayan a ese muro por nosotros, por Rodrigo
    Tomás, por Gonzalo hijo, por Alonso; que vayan
    o no, si prefieren,
    o que oscura te dejen
    sola,
    sola con la ceniza
    de tu belleza
    que es tu resurrección, Celia
    Pizarro,
    hija, nieta de Pizarros
    y Pizarros muertos, Madre;
    y vengas tú
    al exilio con nosotros, a morar como antes en la gracia
    de la fascinación recíproca.
    Alabado
    sea tu nombre para siempre.






    Cítara mía, hermosa...

    Cítara mía, hermosa
    muchacha tantas veces gozada en mis festines
    carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
    toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
    desnudémonos ya, metámonos adentro
    del beso más furioso,
    porque el cielo nos mira y se complace
    en nuestra libertad de animales desnudos.

    Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
    la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
    único cielo que conozco, permíteme
    recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
    para que el mismo Dios vaya con mi semilla
    como un latido múltiple por tus venas preciosas
    y te estalle en los pechos de mármol y destruya
    tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
    de la vida mortal.







    Código del obseso

    1) Busco un pelo; entre lo innumerable de este Mundo
    busco un pelo
    disperso en la quebrazón, longilíneo
    de doncellez correspondiente a grande figura
    de muchacha grande, pies
    castísimos con uñas pintadas
    por el rey, airosos los muslos
    de la esbeltez dual, en ascenso
    más bien secreto, de pubis
    a axila, a cabellera
    torrencial tras lo animal del número
    ronco de ser, busco un pelo

    2) espléndido de mujer
    espléndida, clásica,
    músico
    de tacto preferiblemente intrépido
    de Boticelli, áureo
    y corrupto de exactitud, castaño
    de fulgor, finísimo, de alto a
    bajo busco un pelo

    3) unigénito, seco de aroma,
    entre el aire y el descaro
    del aire, ni rey
    a remolque de esta invención, ni tamaña concubina
    venusina, flaco
    y cínico:
    -Galaxias
    no me quiten el sol. Pajar del cielo:
    lo que busco es un pelo.








    De la liviandad

    Volviendo sobre una línea de Cortázar, las mujeres
    cómo recaen. Man Ray
    hizo la foto: lomo largo
    con todas las vértebras preciosas a la vista y ella cayendo
    flexible en el encantamiento, flaca
    la pelirroja, lista
    para la otra pasarela del placer, los tirantes
    por allá, las medias disparadas, y algo más lejos
    en la otra punta de la alfombra los dos
    zapatos altísimos sin nadie muertos de amor, tristísimos
    y viudísimos de ella pidiéndole frenéticos que no,
    que su cuerpo blanco no, que no se entregue
    a la usurpación, que vuelva
    como en el tango, que
    no. -Cierren
    finas las cortinas.







    Del sentido

    Muslo lo que toco, muslo
    y pétalo de mujer el día, muslo
    lo blanco de lo traslúcido, U
    y mas U, y mas y más U lo último
    debajo de lo último, labio
    el muslo en su latido
    nupcial, y ojo
    el muslo de verlo todo, y Hado,
    sobre todo Hado de nacer, piedra
    de no morir, muslo:
    leopardo tembloroso.







    Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas...

    Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
    gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
    reír, dormir, vivir;
    fealdad y belleza devorándose, azote
    del planeta, una ráfaga
    de arcángel y de hiena
    que nos alumbra y enamora,
    y nos trastorna al mediodía, al golpe
    de un íntimo y riente chorro ardiente.







    Dos sillas a la orilla del mar

    La abruma a la silla la libertad con que la mira
    la otra en la playa, tan adentro
    como escrutándola y
    violándola en lo abierto
    de la arena sucia al amanecer, rotas las copas
    de ayer domingo, la abruma
    a la otra
    la una.

    Palo y lona son de cuanto fueron
    anoche en el festín, palo y lona
    las dos despeinadas que a lo mejor bailaron blancas
    y bellísimas hasta que la otra
    comió en la una y la una
    en la otra por liviandad y vino Zeus
    y las desencarnó como a dos burras
    sin alcurnia y ahí mismo
    las filmó hasta el fin del Mundo tiesas, flacas,
    ociosas.







    El fornicio

    Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones,
    te turbulentamente besara,
    mi vergonzosa, en esos muslos
    de individua blanca, tacara esos pies
    para otro vuelo más aire que ese aire
    felino de tu fragancia, te dijera española
    mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
    nórdica boreal, espuma
    de la diáspora del Génesis... ¿Qué más
    te dijera por dentro?
    ¿griega,
    mi egipcia, romana
    por el mármol?
    ¿fenicia,
    cartaginesa, o loca, locamente andaluza
    en el arco de morir
    con todos los pétalos abiertos,
    tensa
    la cítara de Dios, en la danza
    del fornicio?

    Te oyera aullar,
    te fuera mordiendo hasta las últimas
    amapolas, mi posesa, te todavía
    enloqueciera allí, en el frescor
    ciego, te nadara
    en la inmensidad
    insaciable de la lascivia,
    riera
    frenético el frenesí con tus dientes, me
    arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
    de otra pureza, oyera cantar las esferas
    estallantes como Pitágoras,
    te lamiera,
    te olfateara como el león
    a su leona,
    para el sol,
    fálicamente mía,
    ¡te amara!







    Enigma de la deseosa

    Muchacha imperfecta busca hombre imperfecto
    de 32, exige lectura
    de Ovidio, ofrece: a) dos pechos de paloma,
    b) toda su piel liviana
    para los besos, c) mirada
    verde para desafiar el infortunio
    de las tormentas;
    no va a las casas
    ni tiene teléfono, acepta
    imantación por pensamiento. No es Venus;
    tiene la voracidad de Venus.







    Fax con ventolera...

    Fax con ventolera
    y una rosa, hoy
    salió de esto Rojas
    -Gonzalo como le pusieron en el agua-, iba solo, no hay
    epitafio que escribir en cuanto a su suerte, ni
    cuerpo que respirar, escasamente
    se dirá de él que vino
    rápido y ha salido,
    que ya no está entonces, que
    no hay estrellas para él, que carnalmente
    va encima del vidrio que lo encarcela una rosa
    a modo de instrumento de perdición, que ha salido
    y eso es todo.







    Instantánea

    El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón
    y te amo,
    es decir amo tu nariz, la sorpresa
    del zafiro de tus ojos,
    lo que más amo es el zafiro de tus ojos;

    pero lo que con evidencia me muslifica son tus muslos
    longilíneos cuyo formato me vuela
    sexo y cisne a la vez aclarándome lo perverso
    que puede ser la rosa, si hay rosa
    en la palpación, seda, olfato

    o, más que olfato y seda, traslación
    de un sentido a otro, dado lo inabarcable
    de la pintura entiéndase
    por lo veloz de la tersura
    gloriosa y gozosa que hay en ti, de la mariposa,

    así pasen los años como sonaba bajo el humo el célebre
    piano de marfil en la película; ¿qué fue
    de Humphrey Bogart y aquella alta copa nórdica
    cuya esbeltez era como una trizadura: qué fue
    del vestido blanco?

    Décadas de piel. De repente el hombre es décadas de piel, urna
    de frenesí y
    perdición, y la aorta
    de vivir es tristeza,
    de repente yo mismo soy tristeza;

    entonces es cuando hablo con tus rodillas y me encomiendo
    a un vellocino así más durable
    que el amaranto, y ahondo en tu amapola con
    liturgia y desenfreno,
    entonces es cuando ahondo en tu amapola,
    y entro en la epifanía de la inmediatez
    ventilada por la lozanía, y soy tacto
    de ojo, apresúrate, y escribo fósforo si
    veo simultáneamente de la nuca al pie
    equa y alquimia.







    La concubina

    1. Éste es el diálogo último: hasta aquí
    estoy oyendo el remezón de tu risotada
    con emputecimiento y todo,
    en la guerra
    se gana o se pierde y yo perdí,
    y tú perdiste igual, no hay pelitos recónditos
    que suavicen el enigma: útero es útero y falo es falo, no hay
    aura ni distinción, ni mucho menos Danza,
    haces tu número
    en la feria y te vas, todo es comercio de hombre
    y de mujer, no hay pelitos recónditos y uno es todos sus animales
    a la vez y por lo visto quién engaña a quién, ésta es la bestia
    -tú y yo- que somos.

    2. De esto se pare y se muere, la guerra es ésta,
    dejemos los sentidos para ocasiones más
    olorosas, el beso lo dejemos para el dialecto
    delicado y
    concubino, ésta es la fiereza, mi rey, acuéstese
    de una vez en este hueco de placer:
    de ahí saldrá más entero

    3. que de adentro de su madre. Usted es un arrepentido
    y un lastimado, lo que no corresponde a un rey
    por mucho que haya engendrado en cuanto rey tan alta dinastía:
    tres semanas de arrullo bastan, lo que le falta a usted
    es cuchillo y sangre de cuchillo para cortar abajo
    el tajo,
    de la putrefacción a la ilusión.







    La errata

    Señores del jurado, ahí les mando de vuelta en
    automóvil nupcial a esa mujer
    que no me es, escasa
    de encantamiento, puro pelo
    ronco abajo, ahí van
    las dos ubres testigas ya usadas
    por múltiple palpación
    sucia de otras neutras de su especie
    que no dan para calipigias, la errata
    fue el chorro kármico, la vileza
    de esas dos noches en mis sábanas, ahí también
    van las dos sábanas coloradas de vergüenza, incluyo
    por último 3 o 4 rosas blancas,
    pónganlas
    en el florero de vidrio por mera distinción
    a la fragancia mortuoria. Avísenme
    si fue Zeus el que hiló la torcedura
    de ese hilo o no más la Parca. Firmado:
    Calímaco.







    La loba

    Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
    figura de muchacha, con tu pelo
    torrencial, y el sonido
    de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
    de la tristeza. El mundo
    se me empezó a morir como un niño en la noche,
    y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
    ciego, terrestre, oscuro,
    con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
    sacándome los ojos por haberte mirado.

    Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
    segura, perfumada,
    porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
    salía por tu boca como vertiente pura
    de marfil, y bailabas
    con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
    del día, otra muchacha
    que salía de ti, como otra maravilla
    de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
    porque estábamos lejos, y decías
    que me amabas.

    Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
    en un vuelo sin fin las tempestades,
    pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
    todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
    solos, definitivos, completamente solos.

    Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
    del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
    Quiero seguirte viendo muchos años, venir
    impalpable, profunda,
    girante, así, perfecta, con tu negro vestido
    y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
    y esa cintura.

    Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
    o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
    con éste que ahora te habla de vivir para siempre
    tú subirás al sol, tú volverás
    con él y no con otro, una tarde de junio,
    cada trescientos años, a la orilla del mar,
    eterna, eternamente con él y no con otro.







    La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo...

    La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo
    la palabra placer
    cayendo del destello de tu nuca, fluyendo
    blanquísima por lo vertiginoso oloroso de
    tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas
    de cuyo arco pende el Mundo, cómo lo
    músico vino a ser marmóreo en la
    esplendidez de tus piernas si antes hubo
    dos piernas amorosas así considerando
    claro el encantamiento de los tobillos que son
    goznes que son aire que son
    partícipes de los pies de Isadora
    Duncan la que bailó en la playa
    abierta para Serguei
    Iesénin, cómo
    eras eso y más para mí, la
    danza, la contradanza, el gozo
    de olerte ahí tendida recostada en tu ámbar contra
    el espejo súbito de la Especie cuando te vi
    de golpe, ¡con lo lascivo
    de mis dedos te vi!
    la arruga errónea, por decirlo, trizada en
    lo simultáneo de la serpiente palpándote
    áspera del otro lado otra
    pero tú misma en
    la inmediatez de la sábana, anfibia
    ahora, vieja
    vejez de los párpados abajo, pescado
    sin océano ni
    nada que nadar, contradicción
    siamesa de la figura
    de las hermosas desde el
    paraíso, sin
    nariz entonces rectilínea ni pétalo
    por rostro, pordioseros los pezones, más
    y más pedregosas las rodillas, las costillas:
    -¿Y el parto, Amor, el
    tisú epitelial del parto?

    De él somos, del
    mísero dos partido
    en dos somos, del
    báratro, corrupción
    y lozanía y
    clítoris y éxtasis, ángeles
    y muslos convulsos: todavía
    anda suelto todo, ¿qué
    nos iban a enfriar por eso los tigres
    desbocados de anoche? Placer
    y más placer.
    Olfato, lo primero el olfato de la hermosura, alta
    y esbelta rosa de sangre a cuya vertiente vine, no
    importa el aceite de la locura:
    -Vuélvete, paloma,
    que el ciervo vulnerado
    por el otero asoma...







    La piedra

    Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.

    Habrá dormido en lo aciago
    de su madre esta piedra
    precipicia por
    unimiento cerebral
    al ritmo
    de donde vino llameada
    y apagada, habrá visto
    lo no visto con
    los otros ojos de la música, y
    así, con mansedumbre, acostándose
    en la fragilidad de lo informe, seca
    la opaca habráse anoche sin
    ruido de albatros contra la cerrazón ido.

    Vacilado no habrá por esta decisión
    de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
    porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
    en la excrecencia de una opacidad
    que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
    neutras, amorfas, sin lo airoso
    del mármol ni lo lujoso
    de la turquesa, ¡tan ambiguas
    si se quiere pero por eso mismo tan próximas!

    No, vacilado no; habrá salido
    por demás intacta con su traza ferruginosa
    y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
    árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
    río que hablaste por mí; lluvia, adiós,
    que me mojaste. Adiós,
    mariposa blanca.

    Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.







    La preñez

    Hembra que brama mea amor
    hermoso y entra en Dios, animaliza
    y aceita el seso de su hombre
    torrencial encima, lo
    olorosamente aparta

    y no lo besa más con beso de hembra
    que brama, hasta la otra
    gran fecha ensangrentada y
    tántrica,

    Dios
    quiere dioses, llueve
    lluvia,
    interminablemente llueve lluvia.







    La salvación

    Me enamoré de ti cuando llorabas
    a tu novio, molido por la muerte,
    y eras como la estrella del terror
    que iluminaba al mundo.

    Oh cuánto me arrepiento
    de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,
    mientras sonaba el mar entre la niebla
    y tú estabas eléctrica y llorosa
    bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento
    de haberme conformado con tu rostro,
    con tu voz y tus dedos,
    de no haberte excitado, de no haberte
    tomado y poseído,
    oh cuánto me arrepiento de no haberte
    besado.

    Algo más que tus ojos azules, algo más
    que tu piel de canela,
    algo más que tu voz enriquecida
    de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
    fatídico de tu alma,
    se ha encarnado en mi ser, como animal
    que roe mis espaldas con sus dientes.

    Fácil me hubiera sido morderte entre las flores
    como a las campesinas,
    darte un beso en la nuca, en las orejas,
    y ponerte mi mancha en lo más hondo
    de tu herida.

    Pero fui delicado,
    y lo que vino a ser una obsesión
    habría sido apenas un vestido rasgado,
    unas piernas cansadas de correr y correr
    detrás del instantáneo frenesí, y el sudor
    de una joven y un joven, libres ya de la muerte.

    Oh agujero sin fin, por donde sale y entra
    el mar interminable
    oh deseo terrible que me hace oler tu olor
    a muchacha lasciva y enlutada
    detrás de los vestidos de todas las mujeres.

    ¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé
    de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?
    ¿Por qué no te preñé como varón
    aquella oscura noche de tormenta?







    La sutura

    Piedad entonces por la sutura de su vientre:
    a usted la conocí bíblicamente
    allá por marzo del 98 en la ventolera
    de algún film de antes, ciego y torrencial
    a lo Joan Crawford,
    las cejas en arco,
    cierta versión eléctrica de los ojos,
    el camouflage del no sé,
    el hechizo esquizo,
    el sollozo de una mujer llamada usted
    que aún, pasado los meses,
    se parece a usted en cuanto a aullido secreto
    que pide hombre
    conforme a las dos figuraciones
    que es y será siempre usted,
    mi hembra hembra,
    mi Agua Grande
    a la que los clínicos libertinos
    llaman con liviandad Melancolía,
    como si el tajo de alto abajo no fuera
    lo más sagrado de ese láser incurable
    que es el amor con aroma de laúd,
    y no le importe que las rosas
    bajo el estrago del verano
    que le anden diciendo por ahí fea
    o Arruga,
    ríase, huélalas desde su altivez,
    métase con descaro en lo más adúltero
    de mis sábanas como está escrito
    y conste que fue usted la que saltó por asalto
    el volcán, y no lo niegue,
    ándele airosa entonces pero sin llorar,
    equa mía,
    la Poesía no le sirve, Lebu mata,
    mi posesa flaca de anca,
    mi esdrújula bellísima de 50 kilos,
    vuélele, no se me emperre en ese inglés metalúrgico
    de corral,
    todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga telefónica
    que alguna vez llamamos eternidad:
    usted misma fue esa ráfaga.
    Lacán el rey se lo diría igual: ándele,
    vuélele paloma casi en mexicano,
    no le transe a la depre,
    báñese en alquimia espontánea,
    tire la fármaca a la basura,
    eso engorda,
    déjese de drogas,
    de analistas, de concupiscencia nicotínica,
    y si está loca vuélvase más loca,
    baile en pelotas como la muerte,
    apréndale a la Tierra que baila así,
    ¡y eso que el sol exige la traslación!
    Bueno y, para cerrar, si su juego es irse
    váyase a otro seso menos diabólico,
    elija: culebra, por ejemplo,
    ¿no le da para culebra?
    Eva comió culebra como usted dos veces:
    ahí ve cómo va la Especie desde entonces,
    cómo se arrastra pendenciera
    pidiéndole perdón a las estrellas
    por haber parido peste,
    ¡puro border-line y miedo,
    y rosas, dos rosas venenosas!
    ¿no cree usted?
    ¿quién tiene la culpa si nunca hubo culpa?
    Preferiblemente cuélguese alámbrica
    a todo lo larga y lo preciosa de vértebras
    que es usted y,
    baile ahí pendular en el vacío
    unos diez minutos,
    a ver qué pasa con el estirón,
    para crecimiento y escarmiento.








    Las hermosas

    Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos,
    turgentes, desafiantes, rápida la marea,
    pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
    y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
    y echan su aroma duro verdemente.

    Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
    ni arcángeles: muchachas del país, adivinas
    del hombre, y algo más que el calor centelleante,
    algo más, algo más que estas ramas flexibles
    que saben lo que saben como sabe la tierra.

    Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
    de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile
    de las calles veloces. Hembras, hembras
    en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos
    para sacar apenas el beso de la espuma.







    Las pudibundas

    Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
    frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
    cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
    el encanto, hirondelas, y lo frustrado
    se ha vuelto arruga. Trampa,
    no todo será lujuria pero qué portento
    es la lujuria con su olor a
    lujuria, con su fulgor
    a mujer y hombre nadando
    en la inmensidad de esos dos metros
    crujientes con
    sábanas, o sin, en un solo beso
    que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
    y ellos allí libres. Gloriosos
    y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
    lo que quieran de gravedad menesterosa
    esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
    fuera eternamente cuerpo.







    Latín y jazz

    Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
    en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
    en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
    en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
    de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
    que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
    que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
    en que amarro la ventolera de estas sílabas.

    Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
    del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
    de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
    y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
    del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
    y el infortunio de los imperios, vaticinio
    o estertor: éste es el jazz,
    el éxtasis
    antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
    Catulo mío,
    ¡Tánatos!







    Los amantes

    París, y esto es un día del 59 en el aire.
    Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
    La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
    en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
    dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.

    París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
    Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
    en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
    De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
    y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.

    París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
    Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
    de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
    y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
    y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.

    París, y vamos juntos en el remolino gozoso
    de esto que nace y nace con la revolución de cada día.
    A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre,
    y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura
    de tu preñez, y toco claramente el origen.







    Los cómplices

    Te decía en la carta
    que juntar cuatro versos
    no era tener el pasaporte a la felicidad
    timbrado en el bolsillo,
    y otras cosas más o menos serias
    como dándote a entender
    que desde antiguamente soy tu cómplice
    cuando bajas a los arsenales de la noche
    y pones toda tu alma
    y la respiración
    perfectamente controlada,
    por mantener en pie tus rebeliones
    tus milicias secretas
    a costa de ese tiempo perdido
    en comerte las uñas, en mantener a raya
    tus palpitaciones,
    en golpearte el pecho por los malos sueños,
    y no sé cuántas cosas más
    que, francamente, te gastan la salud
    cuando en el fondo
    sabes que estoy contigo
    aunque no te vea
    ni tome desayuno en tu mesa
    ni mi cabeza amanezca en tu pecho
    como un niño con frío,
    y eso no necesita escribirse.







    Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...

    Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
    se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
    en mis pulmones
    una semana más, los días van tan rápidos
    al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
    y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
    Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
    nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
    donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
    porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
    y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
    y los meses gozosos que espero todavía.
    Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
    de haber entrado en este juego delirante,
    pero el espejo cruel te lo descifra un día
    y palideces y haces como que no lo crees,
    como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá
    en el fondo.
    Si eres mujer te pones la máscara más bella
    para engañarte, si eres varón pones más duro
    el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
    y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
    así es que lo mejor es ver claro el peligro.
    Estemos preparados. Quedémonos desnudos
    con lo que somos, pero quememos, no pudramos
    lo que somos. Ardamos. Respiremos
    sin miedo. Despertemos a la gran realidad
    de estar naciendo ahora, y en la última hora.

    De “Contra la muerte”







    Mariposas para Juan Rulfo

    Cómo fornicarán felices las mariposas en
    el césped oliendo
    de aquí para allá a Dios sin
    que vaca alguna muja encima de
    su transparencia, jugando a jugar
    un juego vertiginoso a unos pasos
    blancos del cementerio con el mar
    del verano zumbando allá abajo ocio y
    maravilla.

    Rulfo habrá soplado en ellas tanta
    locura, Juan Rulfo cuyo Logos
    fue el del Principio; les habrá dicho: -Ahora, hijas,
    nos vamos de una vez
    del páramo.

    ¿Y ellas? Ahora ¿qué harán
    ellas sin Juan que cortó tan lejos
    más allá de Comala en caballo único tan
    invisible? ¿bailarán, seguirán
    bailando para él por si vuelve, por
    si no ha pasado nada y de repente
    estamos todos otra vez?

    Por mi parte nadie va a llorar, ni
    mi cabeza que vuela ni la otra
    que no duerme nunca. Se ha ido
    y se acabó, nadie
    corre peligro así acostado oyendo
    los murmullos aleteantes.
    -Con tal
    de que no sea una nueva noche.







    Mnemosyné

    3 meses entré en la mujer aérea, en un servicio
    gozoso, carta a carta, 3
    la olfateé desnuda en cada pétalo contra
    los motores, me envicié
    de aceite, compuse palomas
    palpitantes en loor
    de un ritmo blanco encima
    de los diez mil hasta la asfixia-crucero y
    dos pezones, ya se sabe: gran rapto
    por Júpiter, de un Heathcliff
    ya viejo, de una Catherine
    a media lozanía,
    de qué,
    de quién, de cuál hermosura,
    tres
    que no sé meses de qué la bese, la entré
    tartamudeante, la anduve, me hice tobillo
    de sus tobillos todo Buenos Aires.







    Morbo y aura del mal

    He cultivado mi histeria con placer y terror,
    ahora tengo siempre vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862,
    he padecido una advertencia: he sentido revolotear sobre mí
    el aire del ala de la imbecilidad. Ch. B.

    Del treponema pallidum que hizo estragos en las estrellas -Nietzsche,
    Hiperión
    y otros pastores del abismo- habrá
    diez volúmenes en la ventolera de las lenguas, con
    o sin ideogramas, la versión
    de los Septuaginta dice producto
    del sol, concupiscencia
    dice la Vulgata,
    lo bueno
    agrega por su parte Baudelaire es que al alma no le da sífilis,
    al cerebro le da
    por comercio directo con la hermosura.







    Muchachas

    Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
    gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
    reír, dormir, vivir;
    fealdad y belleza devorándose, azote
    del planeta, una ráfaga
    de arcángel y de hiena
    que nos alumbra y enamora,
    y nos trastorna al mediodía, al golpe
    de un íntimo y riente chorro ardiente.







    Olfato

    Hombre es baile, mujer
    es igualmente baile, duran
    60, tiran
    diez mil
    noches,
    echan 10
    hijos y en cuanto
    al semen ella
    se lava el corazón
    con semen, huele a los hijos,
    a su hombre remoto lo
    huele con nariz caliente, ya difunto.

    Con nariz de loca lo huele.







    Oriana

    1.Ahora ahí los ojos, los dos ojos de Oriana
    esquiza y órfica, la nariz
    de hembra hembra, la boca:
    os-oris en la lengua madre de cuya vulva genitiva vino el nombre
    de Oriana, las orejas
    sigilosas que oyeron y callaron los enigmas, el ángulo
    facial, el pelo
    bellamente tomado hacia atrás, sin olvidar sus manos
    fuertes y arteriales de remera de lujo en la carretera y esa gracia
    cartaginesa, finamente veneciana, cortando pericoloso el oleaje
    contra el infortunio torrencial, ahora
    y en la hora de mi muerte Oriana

    2. ahí, traslúcida, con además
    sus cuarenta y nueve que me son
    flexiblemente diecinueve por lo fenomenal
    del espinazo y qué me importan las estrellas
    si no hay más estrella que Oriana, ahora allí
    con su decoro y esa sua eleganza, por decirlo en italiano, adentro
    de la turbulencia del mosquerío que será siempre la ordinariez, llámese
    casamiento o cuento de burdel, con chancro y todo, y rencor,
    y pestilencia seca del rencor,

    3. (¡cólera, a callar!), y otra cosa menos abyecta: ni soy
    Heathcliff feo como soy ni ella Catherine
    Earnshaw pero el espejo
    es el espejo y Cumbres Borrascosas sigue siendo el único
    éxtasis: o vivir
    muerto de amor o marcharse del planeta. De ahí
    que todo sea Oriana: el Tiempo
    que apenas dura tres segundos sea Oriana, la luna
    sobre la nieve sea Oriana, Dios
    mismo que me oye sea Oriana,

    4. sólo que hoy no está. A veces
    está pero no está, no ha venido, no ha
    llamado por el teléfono, no anda
    por aquí, estará fumando qué sé yo uno de esos 50
    cigarrillos en los que le gusta arder, total
    le gusta arder y qué más da, se nace para podrirse, o
    para preferiblemente quemarse, ella se quema
    y la amo en su humo de Concepción a Chillán de Chile,
    ¡los pavorosos cien kilómetros
    cuchilleramente cortantes!, me
    atengo entonces a su figura que no hay, y es un viernes
    por ejemplo de algún agosto
    que no hay y la constelación de los violines
    de Brahms puede más que la lluvia, y el caso
    es que el mismísimo Pound la hubiera adorado, por
    loca la hubiera idolatrado a esta Oriana
    de Orión en un sollozo
    seco de hombre la hubiera cuando no hay
    Rapallo, la
    hubiera cuando no hay, y
    sigue la lluvia, y las
    espinas, y
    además está sucio este compáct, no suena,
    porque el zumbido mismo no suena, o
    suena al revés, o
    porque casi todo es otra cosa y
    el pordiosero soy yo, y qué voy a hacer
    con tanto libro, con
    tanta casa hueca sin ella y esta música
    que no suena.
    Llamará
    el día de mi muerte llamará.



    II
    Piedad entonces por la sutura de su vientre: a usted
    la conocí bíblicamente allá por marzo
    del 98 en la ventolera de algún film
    de antes, ciego y
    torrencial a lo Joan Crawford, las cejas
    en el arco, cierta versión eléctrica de los ojos, el camouflage
    del no sé, el hechizo
    esquizo, el sollozo
    de una mujer llamada usted
    que aún, pasados los meses, se parece a usted en cuanto a aullido
    secreto que pide hombre
    conforme a las dos figuraciones
    que es y será siempre usted, mi hembra hembra, mi
    Agua Grande a la que los clínicos libertinos
    llaman con liviandad Melancolía, como si el tajo
    de alto abajo no fuera lo más sagrado
    de ese láser incurable que es el amor
    con aroma de laúd, y no le importe que las rosas
    bajo el estrago del verano le anden diciendo por ahí fea y
    Arruga, ríase, huélalas desde su altivez, métase
    con descaro en lo más adúltero
    de mis sábanas como está escrito y conste que fue usted
    la que saltó por asalto el volcán, y no lo niegue, ándele airosa
    entonces pero sin llorar, equa mía, la
    Poesía no le sirve, Lebu mata, mi
    posesa flaca de anca, mi
    esdrújula bellísima de 50 kilos, vuélele, no
    se me emperre en ese inglés metalúrgico
    de corral, todo
    entre nosotros no pasó de mísera
    ráfaga telefónica que alguna vez llamamos eternidad:
    usted misma fue esa ráfaga. Lacán el rey
    se lo diría igual: ándele, vuélele paloma
    casi en mexicano, no
    le transe a la depre, báñese
    en alquimia espontánea, tire
    la fármaca a la basura, eso engorda, déjese
    de drogas, de analistas, de
    concupiscencia nicotínica, y si está loca
    vuélvase más loca, baile
    en pelotas como la muerte, apréndale a la Tierra
    que baila así, ¡y eso que el sol le exige traslación! Bueno
    y, para cerrar, si su juego es irse váyase
    a otro seso menos diabólico, elija:
    culebra, por ejemplo, ¿no le da para culebra? Eva
    comió culebra como usted dos veces: ahí ve
    cómo va la Especie desde entonces, cómo
    se arrastra pendenciera pidiéndole perdón a las estrellas por
    haber parido peste, ¡puro border-line
    y miedo, y rosas, dos
    rosas venenosas!, ¿no cree usted? ¿quién
    tiene la culpa
    si nunca hubo culpa? Preferiblemente
    cuélguese alámbrica
    a todo lo larga y lo preciosa de vértebras que es usted
    baile ahí pendular en el vacío unos diez
    minutos, a ver qué pasa
    con el estirón, para crecimiento
    y escarmiento:



    III
    A otro con mujer umbilical así: tranca
    del no sé, fulgor y nicotina hasta las pestañas, humo
    y humo, a otro
    que transe, yo no transo
    ni voy a canjear ante los dioses encanto por llanto.
    Patética pide cosmética. Vacío
    exige hombremente vacío.

    A elegir, madame: o el frenesí
    y el éxtasis del amour
    fou que es el único amor
    que habrá habido sobre la tierra, o
    la raja seca de la higuera
    maldita.

    Ay, lo culébrico
    de la situación, no es que la vulva
    misma sea culebra, ni el hueso
    de la esbeltez sea culebra, lo culebrón
    hasta el desgarrón es el argumento
    de la obra: una madre-hermosura, dos
    infanto-fijaciones amarradas a la hermosura
    de la madre, más
    los respectivos escondrijos, un
    psiquiatra confidente, un
    abismo, siempre hay un abismo,
    y yo, ¿qué hago yo
    que no soy Freud en ese abismo?







    Orquídea en el gentío

    Bonito el color del pelo de esta señorita, bonito el olor
    a abeja de su zumbido, bonita la calle,
    bonitos los pies de lujo bajo los dos
    zapatos áureos, bonito el maquillaje
    de las pestañas a las uñas, lo fluvial
    de sus arterias espléndidas, bonita la physis
    y la metaphysis de la ondulación, bonito el metro
    setenta de la armazón, bonito el pacto
    entre hueso y piel, bonito el volumen
    de la madre que la urdió flexible y la
    durmió esos nueve meses, bonito el ocio
    animal que anda en ella.







    Oscuridad hermosa

    Anoche te he tocado y te he sentido
    sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
    sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
    de un modo casi humano
    te he sentido.

    Palpitante,
    no sé si como sangre o como nube
    errante,
    por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
    oscuridad que baja, corriste, centelleante.

    Corriste por mi casa de madera
    sus ventanas abriste
    y te sentí latir la noche entera,
    hija de los abismos, silenciosa,
    guerrera, tan terrible, tan hermosa
    que todo cuanto existe,
    para mí, sin tu llama, no existiera.







    Pareja acostada en esa cama china largamente remota

    1. Hablando de dioptrías, Mafalda era la ciega
    y yo el ciego, compartíamos
    la misma música arterial,
    y cerebral, llorábamos de risa
    ante el espectáculo de los dos espejos, el dolor
    nos hace cínicos, este Mundo
    decíamos no es yámbico sino oceánico por comparar
    farsa y frenesí: gozosa entonces mi desnuda me
    empujaba riente como jugando al límite
    del barranco casi fuera de la cama
    alta de Pekín, como apostando
    a la peripecia de perder de
    dinastía en dinastía, cada vez más y más al borde del camastro
    de palo milenario y por lo visto nupcial, cada vez
    más lejos del paraíso de su costado
    de hembra larga de tobillo a pelo entre exceso
    y exceso de hermosura y todo, ¡claro! por amor
    y más amor, tigresa ella
    en su fijeza de mirarme lúcida, fulgor
    contra fulgor, y yo
    dragón hasta la violación imantante, ¡diez
    minutos sin parar, espiándonos,
    líquidamente fijos, viéndonos por dentro
    como ven los ciegos, de veras, es decir
    nariz contra nariz, soplo
    contra soplo, para inventarnos otro Uno centelleante
    desde el mísero uno de individuo a individua, a tientas,
    costillas abajo!- El que más
    aguanta es el que sabe menos, pudiera acaso
    decir el Tao.
    Este Mundo
    repetíamos y acabamos sin más
    no es yámbico sino oceánico. Otras veces
    llovía duro, lo que más llovía
    eran lágrimas.
    Ma-fal-da, digo ahora entrecortado, y esto
    va en serio, ¿qué
    habrá sido de Mafalda?

    2. Pues de cuantas amé, amé a Mafalda, ¡y que
    me despedacen las estrellas!, la amé
    volandera en la lluvia de la Diagonal, bufanda al viento,
    de una Concepción que yo no más me sé, la esperé
    ahí anclado y desollado hasta que volviera
    la Revelación cuya encarnación
    se da una sola vez, bajé al Infierno
    de la costumbre, a
    mis años de galeote en USA bajé, entre doctos
    y mercaderes, no hubo para mí en el plazo
    más que mi Beatrice Villa sin arcancielo, cumbre
    y cumbre hasta la asfixia, ni
    tersura paridora
    al itálico modo, ni otra ni
    otra, ni esbeltez comparable, ni olorosa
    a la velocidad de ser, ni pensamiento
    de diamante, ni exacta
    de exactitud de mujer, ¡Frida acaso
    que fue Diego hasta el fin!

    3. Otros la amaron pero yo la vi, otros
    la amarán sin alcanzar nunca a verla, otros y otros
    dirán que la durmieron entre las sábanas
    del placer, nadadora y libertina
    en el oleaje de las tormentas, madona
    de las siete lunas dirán por despecho, cambiantes cada 28
    de sus días terrestres, tornadiza y
    veloz, ¡déjenla
    intacta como es, que escriba
    su bitácora de vuelo interminable para mí, que arda y arda
    en mi corazón, que dance
    su danza de danzar, libérrima!

    4. Y en cuanto a mí, ¿cómo lo diría Matta?, consíguete
    una vida de 80 años
    porque la vida empieza a los 70,
    así al morir
    ya se sabe Je m’en fous, Roberto: palabras
    perdedoras, puras palabras, vejeces
    de palabras malheridas. No hubo tiempo
    entre nosotros, nunca hay tiempo
    ni distancia, todo es posible
    entre dos locos que se ven a cada instante. Relámpago
    es lo que hubo esa vez de Concepción de Chile
    y nada más que relámpago, figura
    de lo instantáneo hubo de lo que pende el Mundo,
    y eso está escrito.
    La amo,
    ¿y qué?
    Soy el ciego que ama a su ciega.

    Viernes 21 de junio,
    mes aciago. 1996







    Pareja humana

    Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo
    lirio tronchado
    cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan
    en su blancura última, dos pétalos de nieve
    y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
    y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos
    en la luz sanguinaria de los desnudos:
    un volcán
    que empieza lentamente a hundirse.

    Así el amor en el flujo espontáneo de unas venas
    encendidas por el hambre de no morir, así la muerte:
    la eternidad así del beso, el instante
    concupiscente, la puerta de los locos,
    así el así de todo después del paraíso:
    -Dios,
    ábrenos de una vez.







    Perdí mi juventud en los burdeles...

    Perdí mi juventud en los burdeles
    pero no te he perdido
    ni un instante, mi bestia,
    máquina del placer, mi pobre novia
    reventada en el baile.

    Me acostaba contigo,
    mordía tus pezones furibundo,
    me ahogaba en tu perfume cada noche,
    y al alba te miraba
    dormida en la marea de la alcoba,
    dura como una roca en la tormenta.

    Pasábamos por ti como las olas
    todos los que te amábamos. Dormíamos
    con tu cuerpo sagrado.
    Salíamos de ti paridos nuevamente
    por el placer, al mundo.

    Perdí mi juventud en los burdeles,
    pero daría mi alma
    por besarte a la luz de los espejos
    de aquel salón, sepulcro de la carne,
    el cigarro y el vino.

    Allí, bella entre todas,
    reinabas para mí sobre las nubes
    de la miseria.

    A torrentes tus ojos despedían
    rayos verdes y azules. A torrentes
    tu corazón salía hasta tus labios,
    latía largamente por tu cuerpo,
    por tus piernas hermosas
    y goteaba en el pozo de tu boca profunda.

    Después de la taberna,
    a tientas por la escala,
    maldiciendo la luz del nuevo día,
    demonio a los veinte años,
    entré al salón esa mañana negra.

    Y se me heló la sangre al verte muda,
    rodeada por las otras,
    mudos los instrumentos y las sillas,
    y la alfombra de felpa, y los espejos
    copiaban en vano tu hermosura.

    Un coro de rameras te velaba
    de rodillas, oh hermosa
    llama de mi placer, y hasta diez velas
    honraban con su llanto el sacrificio,
    y allí donde bailaste
    desnuda para mí, todo era olor
    a muerte.

    No he podido saciarme nunca en nadie,
    porque yo iba subiendo, devorado
    por el deseo oscuro de tu cuerpo
    cuando te hallé acostada boca arriba,
    y me dejaste frío en lo caliente,
    y te perdí, y no pude
    nacer de ti otra vez, y ya no pude
    sino bajar terriblemente solo
    a buscar mi cabeza por el mundo.







    Playa con andróginos

    A él se le salía la muchacha y a la muchacha él
    por la piel espontánea, y era poderoso
    ver cuatro en la figura de estos dos
    que se besaban sobre la arena; vicioso
    era lo viscoso o al revés; la escena
    iba de la playa a las nubes.
    ¿Qué después
    pasó?; ¿quién
    entró en quién?, ¿hubo sábana
    con la mancha de ella y él
    fue la presa?
    ¿O atados a la deidad
    del goce ríen ahí
    no más su relincho de vivir, la adolescencia
    de su fragancia?

    Me besa con lujuria
    Tratando de escaparse de la muerte,
    Y cuando caigo al sueño se hospeda en mi columna
    Vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
    Me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
    Empollado en la muerte.







    Qedeshim Qedeshoth*

    Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
    con una en Cádiz belísima
    y no supe de mi horóscopo hasta
    mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
    más y más oleaje; remando
    hacia atrás llegué casi exhausto a la
    duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
    el océano, el amanecer era blanco.

    Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
    puta, pensé, que no diga palabras
    del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
    por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
    50, o nada. Lloró
    convulsa contra el espejo, pintó
    encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
    acuérdate del pez.

    Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
    turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
    rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
    le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
    sin duda era un gramófono milenario
    por el esplendor de la música; palomas, de
    repente aparecieron palomas.

    Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
    su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
    esculpían marmórea y sacra como
    cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
    del puerto, o en Cartago
    donde fue bailarina con derecho a sábana a los
    quince; todo eso.

    Pero ahora, ay, hablando en prosa se
    entenderá que tanto
    espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
    espinazo, y lascivo y
    seminal la violé en su éxtasis como
    si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
    besé áspero, la
    lastimé y ella igual me
    besó en un exceso de pétalos, nos
    manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
    Cádiz adentro en la noche ronca en un
    aceite de hombre y de mujer que no está escrito
    en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
    imaginación me alcanza.

    Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
    loca, bronce, aullido
    de bronce, ni Agustín
    de Hipona que también fue liviano y
    pecador en Africa hubiera
    hurtado por una noche el cuerpo a la
    diáfana fenicia. Yo
    pecador me confieso a Dios.

    * En fenicio: cortesana del templo







    ¿Qué se ama cuando se ama?

    ¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
    o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
    es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
    o este sol colorado que es mi sangre furiosa
    cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

    ¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
    ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
    repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
    de eternidad visible?

    Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
    de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
    trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
    a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.







    Renata

    rojasgonzalo@difícil
    la situación
    tuya
    Ajmátova
    Anna Ajmátova

    Respuesta a ras de arrullo virtual: entendido
    descifrado e-mail hermoso
    a escala de amor hermoso fechado
    hoy en Monterrey, un beso, ¿dónde
    queda Monterrey?

    Alabado sea México
    porque es esdrújulo como el Hado, por
    el gran pétalo convulso
    y blanco de tu cuerpo, Renata, arrebatado por
    el acorde arterial
    del éxtasis, los leones
    de Babilonia adentro, por
    lo animala trémula cuando
    te quedas honda pensando pensamiento, por
    los milenios que hablan fenicio, etrusco, maya en
    ti, mi una única, de hipotálamo
    a pie precioso, sin
    Malcolm Lowry, sin
    Artaud, sin Lawrence, por
    ese violoncello que eres tú y
    nada más, por ese río que eres donde los niños
    miden el fondo de la transparencia. Alabado,
    alabado
    porque es esdrújulo como el Hado.

    Más claro y ya por último fuera
    del ahora, no
    se ha vivido, se ha
    llorado llanto de nacer, se ha, se habrá
    más y más mar nadado
    contra el oleaje
    embravecido.

    No hubo ver, no
    se vio, todo lo más que se vio fue un aullido,
    desde las galaxias, la oreja
    pensó ojo, el ojo
    pensó vagido: tú
    -paridora- sabes cuánto cuesta.

    Por anámnesis, por
    desierta memoria sabes cuánto
    le cuesta al corazón irse
    quitando quereres, cuánto al
    estanque donde suelen flotar los cisnes
    negros, cuánto
    a la propia soledad que ha sido, que
    será, cuánta hermosura
    le cuesta a la hermosura.

    Porque todo es parte,
    Renata, todo es parte, tu
    figura, tu escritura, esa letra que los dioses
    escriben por ti cuando dices su callada
    resurrección, tus
    muslos, tu risa de repente, la
    rugosa realidad que pintó Rimbaud, ese otro
    relámpago con R de rey, lo
    ensangrentado de ti que anda en mí
    arterial, el misterio.

    Todo es parte, se es
    hombre de mujer, mujer
    de hombre, ventolera
    de Dios: ánimula
    vágula blándula, mortala
    de mortal, útero
    de la Tierra, atánatos
    espérmatos se es, mariposa
    y sangre para hilar el pez del
    que vinimos viniendo.
    -Sigue tú:
    el Tao eres tú.







    Requiem de la mariposa

    Sucio fue el día de la mariposa muerta.
    Acerquémonos
    a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
    que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
    sopló la Arruga, y nada
    sino ese precipicio que de golpe,
    y únicamente nada.

    Guárdela el pavimento salobre si la puede
    guardar, entre el aceite y el aullido
    de la rueda mortal.
    O esto es un juego
    que se parece a otro cuando nos echan tierra.
    Porque también la Arruga...

    O no la guarde nadie. O no nos guarde
    larva, y salgamos dónde por último del miedo:
    a ver qué pasa, hermosa.
    Tú que aún duermes ahí
    en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
    o, por lo menos, cuándo.







    Retrato de mujer

    Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
    sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
    con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
    que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
    y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

    Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
    para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
    sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
    que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
    aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

    Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
    y quémame en el último cigarrillo del miedo
    al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
    con la herida visible de tu belleza. Lástima
    de la que llora y llora en la tormenta.

    No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
    tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
    una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
    que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
    mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

    Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
    y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
    de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
    Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
    conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.







    Tacto y error

    Por mucho que la mano se me llene de ti
    para escribirte, para acariciarte
    como cuando te quise

    arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
    donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
    tú con tu corazón y tu hermosura,
    y con tu sangre adentro que te salía blanca,
    reseca, por el polvo del deseo,

    oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
    hasta volverme lengua de tu boca,
    ya todo es imposible.
    Hubo una vez
    un hombre, una vez hubo
    una mujer vestida con la U de tu cuerpo
    que palpitaba adentro de todas mis palabras,
    los vellos, los destellos;
    de lo que hubo aquello
    no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
    para mí ya no quedas sino como la forma
    de una cama que vuela por el mundo.







    Tomad vuestro teléfono...

    Tomad vuestro teléfono
    y preguntad por ella cuando estéis desolados,
    cuando estéis totalmente perdidos en la calle
    con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
    decidle la verdad muy al oído.

    Llamadla al primer número que miréis en el aire
    escrito por la mano del sol que os transfigura.,
    porque ese sol es ella,
    ese sol que no habla,
    ese sol que os escucha
    a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
    descifrando la suerte de la razón, llamadla
    hasta que oigáis su risa
    que os helará la punta
    del ánimo, lo mismo que la primera nieve
    que hace temblar de gozo la nariz del suicida.

    Esa risa lo es todo:
    la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
    los pezones encima del volcán que os abrasa,
    las rodillas que guardan el blanco monumento,
    los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
    su boca deseada, sus orejas
    de cítara, sus manos,
    el calor de sus ojos, lo perverso
    de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
    esa risa lo es todo.







    Tres rosas amarillas

    I
    ¿Sabes cómo escribo cuando escribo? Remo
    en el aire, cierro
    las cortinas del cráneo-mundo, remo
    párrafo tras párrafo, repito el número
    XXI por egipcio, a ver
    si llego ahí cantando, los pies alzados
    hacia las estrellas,

    II
    Del aire corto
    tres rosas amarillas bellísimas, vibro
    en esa transfusión, entro
    águila en la mujer, serpiente y águila,
    paloma y serpiente por no hablar
    de otros animales aéreos que salen de ella: hermosura,
    piel, costado, locura,

    III
    Señal
    gozosa asiria mía que lloverá
    le digo a la sábana
    blanca de la página, fijo
    que lloverá,
    Dios mismo
    que lo sabía lo hizo en siete.

    Aquí empieza entonces la otra figura del agua.







    Vocales para Hilda

    La que duerme ahí, la sagrada,
    la que me besa y me adivina,
    la translúcida, la vibrante,
    la loca
    de amor, la cítara
    alta:

    tú,

    nadie
    sino flexiblemente
    tú,
    la alta,
    en el aire alto
    del aceite
    original
    de la Especie:

    tú,

    la que hila
    en la velocidad
    ciega
    del sol:

    tú,

    la elegancia
    de tu presencia
    natural
    tan próxima
    mi vertiente
    de diamante, mi
    arpa,
    tan portentosamente mía:

    tú,

    paraíso
    o
    nadie
    cuerda
    para oír
    el viento
    sobre el abismo
    sideral:

    tú,

    página
    de piel más allá
    del aire:

    tú,

    manos
    que amé,
    pies
    desnudos
    del ritmo
    de marfil
    donde puse
    mis besos:

    tú,

    volcán
    y pétalos,
    llama;
    lengua
    de amor
    viva:

    tú,

    figura
    espléndida, orquídea
    cuyo carácter aéreo
    me permite
    volar:

    tú,

    muchacha
    mortal, fragancia
    de otra música
    de nieve
    sigilosamente
    andina:

    tú,

    hija del mar
    abierto,
    áureo,
    tú que danzas
    inmóvil
    parada
    ahí
    en
    la transparencia
    desde
    lo hondo
    del principio:



    cordillera, tú,
    crisálida
    sonámbula
    en el fulgor
    impalpable
    de tu corola:

    tú,

    nadie: tú:
    Tú,
    Poesía,
    tú,
    Espíritu,
    nadie:

    tú,

    que soplas
    al viento
    estas vocales
    oscuras,
    estos
    acordes
    pausados
    en el enigma
    de lo terrestre:

    tú:



    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Sáb Nov 09, 2024 10:51 pm

    Lina Zerón


    Poeta y novelista mexicana nacida en Ciudad de México en 1959.
    Estudió Relaciones Internacionales en la ENEP Acatlán, UNAM.
    Colabora en las secciones culturales de los diarios El Financiero, Arena del Excelsior y
    El Semanal de la Jornada de México. Hace parte del Comité organizador del Festival de Poesía de La Habana, Cuba,
    desde el año 2000 y dirige el Comité General del Festival Poetas del Mundo, Voces para la Educación de Toluca, México.
    Ha recibido destacados galardones, entre los que se cuentan: Medalla de Oro a la mejor poeta extranjera en
    Montevideo, Uruguay 2003, Mujer del Año 2002 en el Estado de México por su trayectoria poética en junio de 2005
    y Miembro honorario de Literatura bilingüe por la paz en Estados Unidos.
    Parte de su obra está contenida en las siguientes publicaciones: Luna en abril 1996, Flor y piedra 2001, Rosas Negras
    para un ataúd sin cuerpo 2002, Un cielo crece en el fondo de tus ojos 2004 y Nostalgia de Vida 2005. ©



    Antes de amarnos

    ¿Qué fuimos antes de amarnos?
    ¿Quién eras tú?
    ¿Y yo quien era?
    Fría lumbre en los labios contenida,
    rígido corazón opaco,
    áspero fruto mi vientre,
    ligero ropaje de verano tu mirada.

    Ahora que nos amamos...
    fuego somos donde mariposas se suicidan,
    cuerpos de luz,
    piel ardiendo en rojas llamas,
    hechizo inacabable.

    Unidas en el mismo cuerpo sombras somos,
    sueños revelados en poemas,
    atraídas mareas por la luna,
    enormes olas de amores fatigadas.

    Ahora que te amo...
    un insecto que nace en las mañanas
    y muere por la tarde entre tus muslos soy,
    suspendidas gotas de placer,
    suspiro de Sol en el cenit,
    sirena de agua dulce,
    develada estrella bajo tu cuerpo.

    Ahora que tú me amas...
    eres símbolo de alianza entre los dioses,
    amuleto colgando de mi cuello,
    turbulenta agua con que mis flores riego,
    lámpara que guía a los ciegos soy.

    Ahora que nos amamos...
    somos raíces cálidas de la tierra.

    De "Moradas Mariposas" 2002
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Arpa de sombra

    Asido al cántico del alma
    el amor permanece.
    Como fuego arde en la cumbre,
    más nunca en vino añejo se convierte
    porque es arpa de sombra y lumbre.

    De "Vino Rojo" 2003
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Carbón ardiente

    Borrarme de la tierra es pretensión inútil.
    Ni la fiebre que arrasa por las noches
    ni los gritos que exprime de mi cuerpo
    ni todo su veneno devorándome el vientre,
    iracundo dolor que acecha.

    Me niego a ser un gusano más del césped
    o un trozo de carbón ardiente,
    repleto cráneo de aserrín.

    No soy polvo que vuelve al polvo
    ni inútil obituario en los periódicos.

    Soy más fuerte que las células nefastas
    que se reproducen a diario.

    Soy agua que arrasa los caminos,
    turbulencia de duna en el desierto.

    Conmigo no podrá la muerte.

    De "Vino Rojo" 2003
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Déjalos que hablen

    Del color que sean,
    déjalos que hablen.
    Que hablen
    rojos o azules,
    verdes o canarios.
    ¿Qué saben ellos de mí
    salvo que soy un cuerpo?

    Déjalos que de mí coman
    que me pudra entre sus dientes,
    que sirva de alimento a esta banda
    de gusanos que se adherirán
    a mi piel cuando por fin descanse.

    ¿Qué saben ellos de mí,
    salvo que soy un dócil cuerpo?

    De "Vino Rojo" 2003
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Dime amor

    ¿Qué harás

    Si sobrevivo sin ti a la furia de la noche,
    y desnuda atravieso entre balas
    este campo minado de recuerdos,
    si descubro un aljibe de amor en el desierto
    y a solas bebo en la noria de las ansias?.

    ¿Qué pasará amor
    Si mis pies a seguir tu huella se afanan
    y mis manos en perseguir hojas al viento,
    si convierto atormentadas nubes en llovizna
    y desquebrajadas olas en manso huracán.
    Si mi voz repite que te amo en la penumbra,
    y tus besos es lo único que quiero?.

    Si busco tu nombre en el sueño que se extingue
    y tu aroma de violetas mientras duermo.
    Si al probar la madurez de mis mares
    tus labios enmudecen de ternura
    y de tanto amor se desorientan las gaviotas
    que descubren al vuelo el secreto que nos une.

    ¿Qué ganaría

    Por coser atardeceres al diván de tu regazo
    ofreciendo devorar a besos la nostalgia
    mientras someto torbellinos corazón adentro.
    Si vendiera como espejo mi rostro en el mercado
    y dibujara tu imagen en el corazón de mis entrañas
    para que pueda este poema soportar tanto tormento?.

    ¿Cómo continuar

    Ahora que la ausencia es la única que ama
    en esta soledad congelada de suspiros.
    Si no hay más desiertos ni lluvia en mi alma
    y tu recuerdo es oscuridad sobre mis ojos?.

    ¡Dime amor cómo recuperarte!...

    Tal vez regando mi piel por los caminos
    hasta ser cadáver mezclada con tus huesos.

    De "Nostalgia de Vida" 2005
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    En el desnudo mar

    Duermo en la ondulación de tu cuerpo.
    Besándote despierto y besándote duermo.
    Sueño con el mar desnudo de tu piel.
    Desnuda duermo para tenerte en mí desnudo.

    Te visto con el calor de mis labios
    y mi tibia boca te desviste.
    Mis ojos brillan como el viento
    que sostiene a los pájaros
    que hoy por ti se desgajan.

    Con frescura de campo mis labios muerdes,
    a la orilla de un río sofocas mis calores.
    Tu fuego cultiva gardenias en mis muslos
    y salvaje te ofrezco mis senos
    para en ellos colmes tus delirios.

    En tu espada de hierro vivo
    y como mariposa de tu hechizo
    palpitante
    al fuego vuelo.

    Calor de mi cuerpo develan tus manos,
    siento los dedos de tu estruendosa lengua
    mi vientre saturado de rocío.

    Y entonces te beso.
    Te beso y te digo amor
    con el entrecortado respirar de mi pecho.

    De "Vino Rojo" 2003
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana








    Florescencia

    Para el hombre que amo


    En el eco ojival de mi transparencia
    en tu recuerdo me diluyo...

    Mis húmedos surcos navegables
    afloran
    en el intermitente canto de tus deseos.

    Sumerges pistilos en mis labios abismales,
    produciendo capilares estertores
    me vuelvo tu cómplice
    y convulsiona mi cuerpo en tu lecho.

    En tus manos soy mar incontenible,
    horizontales anhelos,
    hembra previsible ante la presencia
    de innumerables goces.

    Mis secretos escondidos humedeces.
    Poro a poro se bañan mis fuegos seculares,
    tiemblo, grito,
    mareas sucesivas y salvajes
    repertorio de conjunciones fulminantes.
    Embates fragorosos, ¡gemidos!
    Incontrolables pulsaciones
    del conjuro procreador multiplicante.

    Ya sin quejas descanso en tu piel
    despejada de líquidas sorpresas.
    Tranquila,
    serena,
    iluminada.

    De "La spirale du feu" 1999
    Ed. L’Harmattan, París








    La casa

    Llegó el momento de partir
    el hogar en dos.
    Bien:
    comencemos por los rincones donde las arañas
    tejieron también su historia.
    Hablemos de los muros y sus cuadros.
    ¿Cuál eliges?
    ¿El del día de la boda,
    el retrato de la niña
    o el de vacaciones en verano?
    Quiero el antiguo bodegón
    para recordar las comidas familiares.

    Mira la casa:
    permanece ahí de pié
    pero sin alma.

    ¿Con cuál alcoba deseas quedarte?
    ¿Aquella donde los gemidos
    algunas vez fueron música perfecta?
    ¿O el cuarto azul
    donde echó raíces la cuna para siempre?
    ¿O el jardín
    donde todavía se columpian las sonrisas?

    Deseo la terraza,
    esa roja plataforma de minúsculos ladrillos
    donde lluvias y palomas encontraron su refugio,
    donde todavía transpiran las estrellas
    y no hay sombra que oculte los engaños.

    Te regalo los espejos
    saturados de susurros, ecos familiares,
    desfigurados rostros
    que hoy se desangran en reproches.

    Pero tienes razón:
    tal vez aquí ya nada nos retenga.
    A la frontera tal vez llegamos
    entre el amor que vacila y las cenizas.

    Viéndolo bien,
    no puedo partir en dos la casa:
    te la regalo toda
    con todo y promesas de futuros sublimes.

    Como cortinas viejas
    te regalo lo que queda:
    este cielo sombrío
    y este desvencijado viento
    que dejaste al cerrar la puerta principal.

    De "Vino Rojo" 2003
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana








    Mudar de piel

    Lo difícil es mudar de piel
    la primera vez.
    Después…
    Oteas como un diafragma fotográfico
    el cuerpo, su intemperie
    luego las clandestinas caricias
    las voces en murmullo,
    los besos tras la puerta
    que te obligan a buscar una isla blanca
    en marejadas de olvido.

    Al mudar de piel vuelves a sentir,
    te izas como vela.
    En tus sábanas blancas
    el mundo es tuyo otra vez.

    Lo más difícil es arrancar raíces,
    dejar trozos del rompecabezas.
    No colgar el bolso de cuero
    cuando ves la cama vacía...

    Sabes que emigras a una nueva piel.

    De "La spirale du feu" 1999
    Ed. L’Harmattan, París







    Nacida muerta

    El corazón por fuera.

    Me acurruco en las noches con mi sombra,
    duermo entre quejidos muertos,
    inútilmente imagino despertar
    embriagada por los pétalos de tu boca.

    ¡¿Porqué no fui piedra,
    árbol,
    tumulto de olas,
    sangre que fluye en otro cuerpo?

    Sin ondularme a la cavidad de tu silueta
    consumo mi vida esperando las migajas,
    todos los días me arrepiento
    de buscarme en tus ojos,

    Imán de tu nerviosa lengua,
    me arrepiento de extrañar tus besos,
    de tu sexo el fragor.

    Duro,
    insensible,
    indiferente,
    ¿Porqué no fui hombre como tú?

    ¿Porqué no nací muerta
    para poder olvidarte
    cuando tanto te amo?!

    De "Moradas Mariposas" 2002
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana









    Nada sin ti

    Nada es sin ti,
    nada en la nada
    mi nada perdida naufraga
    sin ti.

    La ola nada sobre nada
    sin ti sola la ola nada.

    De "Moradas Mariposas" 2002
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Para negar tu amor

    Para negarte tendría que cortarme las manos,
    pudrirme dulcemente por el sexo…
    Sabes cómo odio negarte.
    Y odio esta sensación de estar atada a tu cuerpo.
    La lluvia de mis ojos es ácida
    si tú no la provocas.

    Para negarte tendría que matar mis sueños,
    apagar la luz casi desnuda de mis párpados
    y arrancar tus arlequines miembros
    dibujados con magia, con movimientos de lluvia.

    Si no estás tú
    grito en el teléfono,
    te nombro, alaridos doy.
    Odio esta orfandad que se apodera de mis sábanas.

    De "La spirale du feu" 1999
    Ed. L’Harmattan, París







    Requiem

    Hoy cerré la casa con un candado de oro remendado,
    regué primero los girasoles que solícitos se erguían
    las dubitativas rosas que conocen el dolor de la defensa.
    Recorrí la luminosa alcoba entre lo oscuro
    y sellé con gruesos listones las indiscretas persianas.

    Hoy abandoné la infinitud de una vida en casa,
    los cimientos de amor a mi espalda quedaron,
    se derrumbó la perfección de una armónica rutina,
    la joya de caricias que entretejió nuestras vidas.

    No volveré a doblar cortinas ni manteles de motivos
    ni a zurcir más trozos de suspiros a la vieja sobrecama,
    ni los paseos de fin de semana esperar con impaciencia,
    no lucharé más por extirpar el olor a humedades
    y besos que cada rincón nos pillaba.

    Debo arrancar de la memoria el polen de tu risa,
    tus manos remolino de nubes esparcidas en mi piel,
    olvidar tus besos -trino de mirlos en la mañana-
    el balanceo perfecto de nuestros cuerpos.

    No volveré a mirar tus ojos de fuego de luna
    ni a esperar en la ventana que aparezca tu figura.
    Ayer debí incinerarte y tragarme las cenizas
    para tenerte dentro aun tu cuerpo fallecido
    en vez de enterrarte en un frío cajón de madera.

    Hoy me encuentro mas sola que un viejo faro de mar.

    De "Nostalgia de Vida" 2005
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana








    Resucitado recuerdo

    Hoy resucitó un dolor maldito.

    Te vi cruzando la calle,
    tranquilo,
    sin prisa.
    Apenas nos separó el aliento,
    busqué tu mirada.
    Casi probé tus caricias.

    Volteaste el rostro,
    ella se acercó suavemente,
    tejió sus dedos entre tus manos
    y una sonrisa en común brilló.

    Retrocedí nerviosa.
    Mi mente voló a otra fecha:
    la misma calle,
    la misma hora...
    Tu, yo. Ella al acecho.

    Alucinaron mis ojos,
    recordé cuando eras buitre volando
    en círculos de aurora tras mi negra cabellera.
    Volví a sentir el fuego de tu sable
    y tu boca hurgando en mi boca.

    El llanto reventó en mi cara,
    congeló mi sangre.
    Se entumieron mis manos...
    Tu, ella. Yo en el olvido.

    Me di la vuelta,
    caminé con prisa.
    vomité tu nombre en la siguiente esquina.

    De "Moradas Mariposas" 2002
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Septenario

    Cómo no amarlo esta noche de álgida tormenta.
    No verlo es tortura eterna para el cuerpo y alma.
    Hoy lo quiero conmigo como aquel cuadro de Matisse,
    como aquellos maduros racimos de días lejanos.

    Cómo no amarlo si sus besos son impecable poema,
    cálida su risa de cálido verano en madrugada,
    caricias, rumor de fuego latiendo en mi piel,
    una copa de vino blanco sostenida por mis piernas.

    Cómo no amarlo si hoy es sábado y está conmigo,
    con ternura mis lágrimas seca con su lengua,
    si traigo tres o cuatro nubes flotando en la cabeza
    y me obsequia cientos de arco iris para iluminar la vida.

    Cómo no amarlo este domingo de citas familiares
    cuando se aventura en cuerda floja sobre el abismo
    utilizando mi amor como alas para guardar el equilibrio
    tomar el teléfono y en secreto escucho que me ama.

    Cómo no amarlo este lunes cuando despierta el alba
    con descomunales ecos de recuerdos compartidos,
    ansiosa sangre hace girar corazones como aspas de molino
    y la noche vestida de aromas palidece ante sus besos.

    Cómo no amarlo este martes de malas noticias:
    ataque terrorista contra incautos niños palestinos,
    inexpertos defensores acribillados en Irak
    una vieja amante abandonada en una casa en ruinas.

    Cómo no amarlo este aburrido miércoles
    cuando todo es posible si recibo una carta
    con enormes palabras que serenen la angustia
    y el silencio se derrite al escuchar su nombre.

    Cómo no amarlo este jueves o aquel viernes
    raíces del fin de semana que tanto espero
    para darle sentido al calor de los cuerpo
    y encontrar una fecha inexistente en el calendario
    para decirle cuánto, cuánto lo amo.

    De "Nostalgia de Vida" 2005
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Taliban II


    ¡Oh!, María iluminada.
    Madre del Hijo del cielo,
    que lavó nuestras culpas con su sangre
    que también es la tuya…
    ruega por las ignoradas de la tierra.

    Si la hechura femenina,
    herencia de Eva, produce trigo
    donde sólo hay hierba,
    y convierte manzanas en veneno.

    Si Dios te concedió la vida y el milagro
    de parir,
    si estás hecha a su imagen y semejanza,
    ¿por qué nos marcas con la absurda ocurrencia
    de hacernos esclavas?

    María,
    Madre del cielo y de todas las hembras,
    manifiesta tu poder en la Tierra:
    Convierte en rosas las heridas de Tu Hijo,
    no dejes que la cruz que lo sostiene
    se transforme en puñal para salvarnos.

    Líbranos de la discriminación de nosotras mismas.

    De "Moradas Mariposas" 2002
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana







    Terra nova

    ¿Qué hay detrás de tu silencio?
    ¿Dónde quedó el mapa de los encuentros?

    Bajo la sombra cobijo el primer beso,
    Sentada
    y luego
    aquí metida en tus olores,
    dentro de la dicha del correr del tiempo
    transporto tu efluvio hasta mi lecho.

    Ahora aborrezco Mi / Tu cuerpo
    mi dolor una vez,
    mis celos otras veces,
    mi dicha de un momento,
    aquí, en este infierno consumida,
    regreso sin regreso
    y sentada bajo la sombra cobijo el último beso.

    De "La spirale du feu" 1999
    Ed. L’Harmattan, París









    Tomemos café

    Ah.
    Y ahora dices que me amas,
    ahora que como tela de araña
    de la cara el pellejo te cuelga,
    que el magnífico color de tus ojos
    ahora lo enmarcan un par de cadavéricas cuencas
    y tu vanidad de macho viste de luto.

    Ah,
    ahora me amas como el primer día,
    hoy que dejaste de ser el más codiciado,
    la nota principal en todos los diarios,
    hoy que famélica se encuentra tu billetera
    y se agotó la cosecha de rubias y trigueñas.

    Bien,
    te agradezco decir que soy todo en tu vida
    - todo lo que te queda -.
    Tus días dejaste bordados en decenas de almohadas
    y los billetes verdes, los grandes,
    repartidos en muchas bocas color ambición.

    Pero ven, tomemos una taza de café,
    noto cuánta falta te hace.
    Hoy tienes mal semblante,
    hueles a abandono,
    a gripe ¿o será a viejo?

    Pero pasa,
    ahora la sala principal es la cocina,
    mi refugio preferido en tantas noches de espera
    las otras habitaciones ya tienen polilla
    y han olvidado sonreír las puertas.

    Acércate,
    toma asiento en la que siempre fue tu silla
    aún sin sentir el peso de tu cuerpo.
    Alégrate, hoy tenemos visitas,
    llegaron aquellos niños que no sabes ni cuándo
    dejaron de serlo;
    una trae consigo al primer nieto
    el otro, como tú, es un gran ejecutivo
    al que casi nunca veo.

    Pero ven, acércate...
    aprovecha este día y diles cuánto los quieres
    tanto como me quieres hoy a mí.

    De "Nostalgia de Vida" 2005
    Ed. Unión y UNEAC, La Habana








    Y sin embargo

    Y sin embargo...
    el amor existe.
    Debemos creer
    que la inmensa serpiente del odio
    está dispuesta a cambiar de piel,
    que Lucifer escampará sus filosas metrallas
    y que todos somos de un mismo color y raza
    porque a pesar de todo,
    por todas partes
    en todos los rincones del mundo
    el amor brota de sus trincheras en Navidad.




    http://amediavoz.com/


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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Mar Nov 12, 2024 12:44 pm

    Álvaro Mutis

    Poeta y novelista colombiano nacido en Bogotá en 1923.
    Parte de su infancia transcurrió en Bélgica donde su padre ejerció como embajador. A su regreso, sin terminar estudios
    secundarios, empezó a colaborar con algunas revistas literarias, trabajó en diversos oficios y publicó su primer libro
    de poemas "La balanza", en 1947. En 1953 apareció por primera vez su personaje Maqroll el Gaviero en el poemario
    "Los elementos del desastre", personaje que se repite a lo largo de toda su obra.
    En 1956 se radicó definitivamente en México, a raíz de una demanda en su contra por parte de la multinacional para
    la que trabajaba. Dedicado por completo al ejercicio literario desde 1986, ha publicado una importante obra de narrativa,
    poesía y novela de la que se destacan especialmente "La mansión de Araucaíma", "Un bel morir", "Iona llega con la lluvia",
    "La nieve del almirante" "Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero", "Summa de Maqroll el Gaviero", La nieve del
    almirante", ''Reseña de los hospitales de Ultramar'', ''Crónica regia'' y ''Cita en Bergen''.
    Entre los galardones obtenidos, se destacan el Premio Nacional de Letras de Colombia en 1974, el Premio de la Crítica
    de Los Abriles de México en 1985, el Premio Médicis Étranger de Francia en 1989, la Orden de las Artes y de las Letras
    de Francia, el Águila Azteca de México, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de España, el Premio Príncipe de Asturias
    de las Letras en 1997, el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Cervantes de Literatura en el año 2001.



    204

    Para Fernando López

    I

    Escucha Escucha Escucha

    la voz de los hoteles,
    de los cuartos aún sin arreglar,
    los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
    por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

    Escucha Escucha Escucha
    los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
    donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
    el ronroneo de los ascensores

    Escucha Escucha Escucha

    a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
    y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
    sale un vaho tibio de campo recién llovido.

    ¡Ay qué tránsito el de sus noches trem0lantes como las banderas en los estadios!

    Escucha Escucha Escucha

    el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que invade un resbaloso y maloliente verdín.
    Nada hay sino una sombra, una tibia y espesa sombra que todo lo cubre.

    Sobre esas losas -cuando el mediodía siembre de monedas el mugriento piso-
    su cuerpo inmenso y blanco sabrá moverse dócil para las lides del tálamo y conocedor
    de los más variados caminos. El agua lavará la impureza y renovará las fuentes del deseo.

    Escucha Escucha Escucha

    la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire queviene de la calle. Un desocupado
    la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.


    II

    De la ortiga al granizo
    del granizo al terciopelo
    del terciopelo a los orinales
    de los orinales al río
    del río a las amargas algas
    de las algas amargas a la ortiga
    de la ortiga al granizo,
    del granizo al terciopelo
    del terciopelo al hotel

    Escucha Escucha Escucha

    la oración matinal de la inquilina
    su grito que recorre los pasillos
    y despierta despavoridos a los durmientes,
    el grito del "204"
    ¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!

    De "Los elementos del desastre"







    Ciudad

    Un llanto
    un llanto de mujer
    interminable,
    sosegado,
    casi tranquilo.
    En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
    Primero un ruido de cerradura,
    después unos pies que vacilan
    y luego, de pronto, el llanto.
    Suspiros intermitentes
    como caídos de un agua interior,
    densa,
    imperiosa,
    inagotable,
    como esclusa que acumula y libera sus aguas
    o como hélice secreta
    que detiene y reanuda su trabajo
    trasegando el blanco tiempo de la noche.
    Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
    hasta los solares donde se amontonan las basuras,
    bajo las cúpulas de los hospitales,
    sobre las terrazas del verano,
    en las discretas celdas de la prostitución,
    en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
    con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
    en las medallas que reposan en joyeros de teca,
    un llanto de mujer que ha llorado largamente
    en el cuarto vecino,
    por todos los que cavan su tumba en el sueño,
    por los que vigilan la mina del tiempo,
    por mí que lo escucho
    sin conocer otra cosa
    que su frágil rodar por la intemperie
    persiguiendo las calladas arenas del alba.

    De "Los trabajos perdidos"







    Diez Lieder

    V. Desciendes por el río...

    Desciendes por el río.
    La barca se abre paso
    entre los juncos.
    El golpe en la orilla
    anuncia el término del viaje.
    Bien es que recuerdes
    que allí esperé,
    vanamente,
    sin pausa ni sueño.
    Allí esperé,
    tiempo suspendido
    gastando su abolida materia.
    Inútil la espera,
    inútiles el viaje
    y el navío.
    Sólo existieron
    el áspero vacío,
    en la improbable vida
    que se nutre
    de la estéril materia
    de otros años.

    * * * * *

    VI. En alguna corte perdida...

    En alguna corte perdida,
    tu nombre,
    tu cuerpo vasto y blanco
    entre dormidos guerreros.
    En alguna corte perdida,
    la red de tus sueños
    meciendo palmeras,
    barriendo terrazas,
    limpiando el cielo.
    En alguna corte perdida,
    el silencio
    de tu rostro antiguo.
    ¡Ay, dónde la corte!
    En cuál de las esquinas del tiempo,
    del precario tiempo
    que se me va dando
    inútil y ajeno.
    En alguna corte perdida
    tus palabras
    decidiendo,
    asombrando,
    cerniendo
    el destino de los mejores.
    En la noche de los bosques
    los zorros buscan
    tu rostro. En el cristal
    de las ventanas
    el vaho de su anhelo.
    Así mis sueños
    contra un presente
    más que imposible
    innecesario.

    * * * * *

    VII. Giran, giran...

    Giran, giran,
    los halcones
    y en el vasto cielo
    al aire de sus alas dan altura.
    Alzas el rostro,
    sigues su vuelo
    y en tu cuello
    nace un azul delta sin salida.
    ¡Ay, lejana!
    Ausente siempre.
    Gira, halcón, gira;
    lo que dure tu vuelo
    durará este sueño en otra vida.

    * * * * *

    VIII. Lied de la noche

    La nuit vient sur un char conduit par le silence.
    La Fontaine

    Y, de repente,
    llega la noche
    como un aceite
    de silencio y pena.
    A su corriente me rindo
    armado apenas
    con la precaria red
    de truncados recuerdos y nostalgias
    que siguen insistiendo
    en recobrar el perdido
    territorio de su reino.
    Como ebrios anzuelos
    giran en la noche
    nombres, quintas,
    ciertas esquinas y plazas,
    alcobas de la infancia,
    rostros del colegio,
    potreros, ríos
    y muchachas
    giran en vano
    en el fresco silencio de la noche
    y nadie acude a su reclamo.
    Quebrantado y vencido
    me rescatan los primeros
    ruidos del alba,
    cotidianos e insípidos
    como la rutina de los días
    que no serán ya
    la febril primavera
    que un día nos prometimos.


    * * * * *

    IX. Lied marino

    Vine a llamarte
    a los acantilados.
    Lancé tu nombre
    y sólo el mar me respondió
    desde la leche instantánea
    y voraz de sus espumas.
    Por el desorden recurrente
    de las aguas cruza tu nombre
    como un pez que se debate y huye
    hacia la vasta lejanía.
    Hacia un horizonte
    de menta y sombra,
    viaja tu nombre
    rodando por el mar del verano.
    Con la noche que llega
    regresan la soledad y su cortejo
    de sueños funerales.







    El deseo

    Hay que inventar una nueva soledad para el deseo. Una vasta soledad de delgadas orillas
    en donde se extienda a sus anchas el ronco sonido del deseo. Abramos de nuevo todas las
    venas del placer. Que salten los altos surtidores no importa hacia dónde.
    Nada se ha hecho aún. Cuando teníamos algo andado, alguien se detuvo en el camino para ordenar sus vestiduras y todos se detuvieron tras él. Sigamos la marcha. Hay cauces secos
    en donde pueden viajar aún aguas magníficas.
    Recordad las bestias de que hablábamos. Ellas pueden ayudarnos antes de que sea tarde
    y torne la charanga a enturbiar el cielo con su música estridente.

    De "Primeros poemas" 1948-1952







    La orquesta
    1
    La primera luz se enciende en el segundo piso de un café. Un
    sirviente sube a cambiarse de ropas. Su voz gasta los tejados y en
    su grasiento delantal trae la noche fría y estrellada.

    2
    Aparte en un tarro de especias vacío, guarda un mechón de pelo.
    Un espeso y oscuro cadejo de color indefinido como el humo de los trenes
    cuando se pierde entre los eucaliptos.

    3
    Vestido de amianto y terciopelo, recorrió la ciudad. Era el pavor disfrazado
    de tendero suburbano. Cuántas historias se tejieron alrededor de sus palabras
    con un sabor de antaño como las nieves del poeta.

    4
    Así a primera vista, no ofrecía belleza alguna. Pero detrás de un cuerpo
    temblaba una llama azul que arrastraba el deseo, como arrastran ciertos ríos
    metales imaginarios.

    5
    Otra luz vino a sumarse a la primera. Una voz agria la apagó como se mata
    un insecto. A dos pasos de allí, el viento golpeaba ciegas hojas contra ciegas estatuas.
    Paz del estanque. ..luz opalina de los gimnasios.

    6
    Sordo peso del corazón. Tenue gemido de un árbol. Ojos llorosos limpiados furtivamente
    en el lavaplatos, mientras el patrón atiende a los clientes con la sonrisa sucia de todos los días.
    Penas de mujer.

    7
    En las aceras, el musgo dócil y las piernas con manchas aceitosas de barro milenario.
    En las aceras, la fe perdida como una moneda o como una colilla. Mercancías.
    Cáscara débil del hollín.

    8
    Polvo suave en la oreja donde brilla una argolla de pirata. Sed y miel de las telas.
    Los maniquíes calculan la edad de los viandantes y un hondo, innominado deseo surge
    de sus pechos de cartón. Mugido clangoroso de una calle vacía. Rocío.

    9
    Como un loco planeta de liquen, anhela la firme baranda del colegio con su campana
    y el fresco olor de los laboratorios. Ruido de las duchas contra las espaldas dormidas.
    Una mujer pasa y deja su perfume de cebra y poleo. Los jefes de la tribu se congregaron después de la última clase
    y celebran el sacrificio.

    10
    Una vida perdida en vanos intentos por hallar un olor o una casa. Un vendedor ambulante
    que insiste hasta cuando oye el último tranvía. Un cuerpo ofrecido en gesto furtivo y ansioso.
    Y el fin, después, cuando comienza a edificarse la morada o se entibia el lecho de ásperas cobijas.

    De "Los elementos del desastre"







    Letanía

    Esta era la letanía recitada por el gaviero mientras se bañaba
    las torrenteras del delta:

    Agonía de los oscuros
    recoge tus frutos.
    Miedo de los mayores
    disuelve la esperanza.
    Ansia de los débiles
    mitiga tus ramas.
    Agua de los muertos
    mide tu cauce.
    Campana de las minas
    modera tus voces.
    Orgullo del deseo
    olvida tus dones.
    Herencia de los fuertes
    rinde tus armas.
    Llanto de las olvidadas
    rescata tus frutos.
    Y así seguía indefinidamente mientras el ruido de las aguas
    ahogaba su voz y la tarde refrescaba sus carnes laceradas por
    los oficios más variados y oscuros.

    Extraído de ciertas visiones memorables de Maqroll El Gaviero
    de la Obra poética.






    Nocturno

    La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino
    y abre caminos a un placer insaciable
    que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
    ¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
    f donde las mujeres ofrecen al viajero
    la fresca balanza de sus senos
    y una extensión de terror en las caderas!
    La piel pálida y tersa del día
    cae como la cáscara de un fruto infame.
    La fiebre atrae el canto de los resumideros
    donde el agua atropella los desperdicios.

    De "Los elementos del desastre"







    Nocturno 2

    Respira la noche,
    bate sus claros espacios,
    sus criaturas en menudos ruidos,
    en el crujido leve de las maderas,
    se traicionan.
    Renueva la noche
    cierta semilla oculta
    en la mina feroz que nos sostiene.
    Con su leche letal
    nos alimenta
    una vida que se prolonga
    más allá de todo matinal despertar
    en las orillas del mundo.
    La noche que respira
    nuestro pausado aliento de vencidos
    nos preserva y protege
    "para más altos destinos".

    De "Los trabajos perdidos"







    Nocturno 3

    Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
    Sobre las hojas de plátano,
    sobre las altas ramas de los cámbulos,
    ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
    que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
    que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
    La lluvia sobre el zinc de los tejados
    canta su presencia y me aleja del sueño
    hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
    en la noche fresquísima que chorrea
    por entre la bóveda de los cafetos
    y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
    Ahora, de repente, en mitad de la noche
    ha regresado la lluvia sobre los cafetales
    y entre el vocerío vegetal de las aguas
    me llega la intacta materia de otros días
    salvada del ajeno trabajo de los años.

    De "Los trabajos perdidos"







    Dos poemas

    1. Si oyes correr el agua

    Si oyes correr el agua en las acequias,
    su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,
    con el apagado sonido de algo
    que tiende a demorarse en la sombra vegetal.
    Si tienes suerte y preservas ese instante
    con el temblor de los helechos que no cesa,
    con el atónito limo que se debate
    en el cauce inmutable y siempre en viaje.
    Si tienes la paciencia del guijarro,
    su voz callada, su gris acento sin aristas,
    y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
    es bueno que sepas que allí van a llamarte
    con un nombre nunca antes pronunciado.
    Toda la ardua armonía del mundo
    es probable que entonces te sea revelada,
    pero sólo por esta vez.
    ¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua
    que se evade sin remedio y para siempre?

    2. Como espadas en desorden

    Mínimo Homenaje a Stéphane Mallarmé

    Como espadas en desorden
    la luz recorre los campos.
    Islas de sombra se desvanecen
    e intentan, en vano, sobrevivir más lejos.
    Allí, de nuevo, las alcanza el fulgor
    del mediodía que ordena sus huestes
    y establece sus dominios.
    El hombre nada sabe de estos callados combates.
    Su vocación de penumbra, su costumbre de olvido,
    sus hábitos, en fin, y sus lacerías,
    le niegan el goce de esa fiesta imprevista
    que sucede por caprichoso designio
    de quienes, en lo alto, lanzan los mudos dados
    cuya cifra jamás conoceremos.
    Los sabios, entretanto, predican la conformidad.
    Sólo los dioses saben que esta virtud incierta
    es otro vano intento de abolir el azar.

    De "Poemas dispersos"







    Sonata

    Otra vez el tiempo te ha traído
    al cerco de mis sueños funerales.
    Tu piel, cierta humedad salina,
    tus ojos asombrados de otros días,
    con tu voz han venido, con tu pelo.
    El tiempo, muchacha, que trabaja
    como loba que entierra a sus cachorros
    como óxido en las armas de caza,
    como alga en la quilla del navío,
    como lengua que lame la sal de los dormidos,
    como el aire que sube de las minas,
    cono tren en la noche de las páramos.
    De su opaco trabajo nos nutrimos
    como pan de cristiano o rancia carne
    que enjuta la fiebre de los ghettos
    a la sombra del tiempo, amiga mía,
    un agua mansa de acequia me devuelve
    lo que guardo de ti para ayudarme
    a llegar hasta el fin de cada día.

    De "Los trabajos perdidos"







    Sonata 2

    Por los árboles quemados después de la tormenta.
    Por las lodosas aguas del delta.
    Por lo que hay de persistente en cada día.
    Por el alba de las oraciones.
    Por lo que tienen ciertas hojas
    en sus venas color de agua
    profunda y en sombra.
    Por el recuerdo de esa breve felicidad
    ya olvidada
    y que fuera alimento de tantos años sin nombre.
    Por tu voz de ronca madreperla.
    Por tus noches por las que pasa la vida
    en un galope de sangre y sueño
    Por lo que eres ahora para mí.
    Por lo que serás en el desorden de la muerte.
    Por eso te guardo a mi lado
    como la sombra de una ilusoria esperanza.

    De "Los trabajos perdidos


    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 10 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Ayer a las 10:23 am


    Alfredo Gangotena

    Poeta ecuatoriano nacido en Quito en 1904.
    Hijo de un rico terrateniente, a los dieciséis años fue enviado a Francia para completar su educación. Permaneció diez años en Paris, donde además de graduarse como Ingeniero de Minas para satisfacer los deseos de su padre, entró en contacto con Jules Supervielle, Max Jacob y Jean Cocteau, quienes propiciaron la publicación de sus primeros poemas en francés.
    Su primera obra, "Origénie", de inclinación netamente vanguardista, fue publicada en 1928. Gran amigo de Henri Michaux, viajó con él por los Andes y la Amazonía, experiencia que dio origen a su obra "Ecuador", publicada en 1929.
    "Absence" 1932, "Yocaste" y "Tempestad secreta", escrita en español y publicada en 1940, representan la mayor parte de su obra.
    A partir de su retorno, y salvo dos estancias en el extranjero, en París como agregado cultural, y en Valparaíso como cónsul, permaneció en Quito hasta su muerte, ocurrida en diciembre de 1944.




    De "Primeros poemas" 1923 - 1927

    El agua
    Los amotinados
    Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia...
    Pero Él



    De "Orogenia" 1928

    Bebida turbia
    El hombre de Trujillo
    El ladrón



    De "La tempestad secreta" 1926 - 1927

    Ausencia 1932
    IV. Estás ahí en medio de la noche, Señora...
    VII. Muchos insectos en torno de un solo pensamiento...
    XIV. Estos muros de sombra, que se los abandona, estos...



    De "Yocasta" 1934

    Y heme aquí la espera ardiente...
    ¡Mi destino en el centro de esta pasión! En las noches de mi violencia...



    De "Crueldades" 1935

    Vestido de púrpura me suspendo perplejo...



    De "Noche" 1938

    II. Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras...



    Poemas escritos en español:

    Tempestad secreta
    Poemas varios:
    1. De lo remoto a lo escondido
    2. Agonías de un Caribú
    3. Perenne luz

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    De "Primeros poemas" 1923 - 1927

    El agua

    Navegante,
    ¡Almendra del navío!
    La mirada acorralada por tantos brillos,
    Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.
    El arco metálico arranca de las ramas astrales
    El lino de las cataratas.
    ¡El hielo de las cabezas sobre la esfera
    Que sonará una voz sin nombre!

    ¡Bah, la luna en su plenitud!
    El asalto guerrero de las llamas
    Que me libra de la sima de espuma
    Y de las jaulas de plata.
    La campana gotea, ¡ay! en la clepsidra:
    En mí las sílabas del otro, virtuales y explosivas.
    Presa total de las bocas de la hidra,
    Rueda también mi hermano hacia el pantano del Atlante.
    Con la sola resaca de la orilla liminar
    ¡Cuán lejana es la osadía del corsario!
    La fauna brota cardinal y ampulosa:
    ¡La manada salvaje
    del Maelstrom!
    ¡Yo me abrazo al mástil como un retoño!

    Versión de Tolomeo Samaniego








    Los amotinados

    ¡Ah, risa loca!
    ¿Henos aquí tus compañeros
    Ilustres en la ciudad de los políperos?
    ¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
    Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
    ¡La tierra para nosotros! ¡Y en nuestra angustia
    Más bien el cieno de los cerdos
    Que el hueso que flota
    Como leño podrido del alud!
    Escucha cómo, avarienta, la oreja ronca,
    Encenegada, después de los calados.
    Pero cuídate, sostén de nuestro amor:
    Los perros que te rodean
    Sabremos allanar los caos y los letargos.
    ¡Ya la uña se aguza en el viento de altamar!

    El cinto y el carbúnculo en la muchedumbre,
    ¡El anillo constrictor para extenuarte!
    Basta de palabras de embrujo
    Y del filtro que extraemos de nosotros mismos.
    ¡Ah! ¡Qué bien se vacía el odre de la sierpe
    En el artificio de tus canciones!

    Versión de Tolomeo Samaniego







    Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia...

    A Gonzalo Zaldumbide

    Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia:
    Dama admirable, ceded a mi alma el esplendor de Vuestra Magnificencia.
    Gritos velados de mis dientes, estertores salvajes del parto,
    Dictad me la orden en los dédalos de mi canto.
    Resortes y fuerzas martillados en los cráteres del sedimento;
    Puertas omnímodas extraviadas en los palacios de diamante;
    Y vosotros, senos del éter, donde se desmayan las fuentes del año,
    Lactad, íntimos, las vías frugales que se derraman en mi pensamiento.
    Bocas amasadas en el éxtasis y en la plenitud del sueño,
    Anunciad al fiel para que escuche el follaje del espíritu.
    El émulo del arquero, por la ruta alisia, apacigua las selvas:
    Id a debatiros en la onda de sus plumas,
    En el instante capital en el que evoco los encantos del mundo.
    El acicate de su inmensa empresa y su gloria de doble filo
    Que yo clame sin par, ¡Oh Legiones! la epopeya del Gran Navegante.

    Versión de Tolomeo Samaniego







    Pero Él

    ¡Amén, Silencio! El paso se inquieta en el suelo de las gamas.
    Recojamos las melódicas flores de la pastoral
    Para nuestras tiernas hermanas.
    Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.
    Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.
    ¡Que el mundo alterado inicie las rutas del relámpago!
    Íntimamente intactos, oh cementerios, de mi fósforo,
    Enrollad vuestro mar deslumbrante, vuestro océano sonoro.
    Entre la inmovilidad de los tallos que el astro confunde
    Están mis labios arrastrándose en esas lágrimas y áureas bebidas.
    Las formas se lanzan a la conquista del viento.
    Alojad a ese anciano, advientos, nitidez,
    La espalda ya no soporta bajo tanta oscuridad.
    ¡Me bastas, cohorte, y me atormentas!
    Maldición, ¿qué vigilancia me sujeta hacia atrás las huellas?
    Ave de infortunio, tú serpenteas, ave
    Implacable, en mi cerebro.
    Brujas, silba el veneno de vuestros dedos;
    ¿No soy acaso digno de vuestras cábalas?
    Un cargado aliento -floración más rara-
    Injuria violentamente a los que viven en las charcas.
    Fuerzas secretas, ¡para mí el magisterio de vuestros cenáculos
    Si desfallezco!
    Sin embargo, tal cálculo
    Era fórmula cierta y hecho de milagro,
    Solemne y bajo vuestras cúpulas protegido,
    ¡Oh lámpara de ceguera!

    Versión de Tolomeo Samaniego







    De "Orogenia" 1928

    A mis:
    Paul A. Bar
    Max Jacob
    Pierre Morhange
    Jules Supervielle
    Gonzalo Zaldumbide

    * * * * *

    Bebida turbia

    A Henry Michaux

    Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del sueño, en mi urbe.
    La oda comienza: que muja en mí la imprenta.
    ¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
    Y que yo palpe las verdes ancas de la pradera.

    La imagen del Espíritu Santo se inflama detrás de las vidrieras;
    Sus bordadas alas de amor penden de las extremidades del dintel,
    Y las umbelíferas sombras de miel se abrasan y me penetran,
    Sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores: pentecostés de mis padres.

    ¡Rocas, como esos frutos
    Madurad, rocas bajo la luna,
    En las salivas del año!
    Ah los paisajes de mi grandeza.
    Y más blancas que todas las nieves,
    Que el iris del moribundo,
    En los hontanares del limpio cielo, mis sienes palpitan.
    Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
    Estoy prendido a los muros del antro como las lágrimas de las madréporas.

    Semejante al gallo en su demencia planetaria,
    Estoy poseído por la sibilina diestra de yeso.
    ¡Oh palabra en el olvido,
    Astro del desierto, alumbra mi desnudez!
    Deja al agua celeste de tus ramas extenderse y fulgurar
    Sobre el paisaje de un solitario.

    El verde grito del sapo se torna líquido en mi alma.
    Y como el topo
    Que mira las bóvedas de la tierra,
    La frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.

    Ambulo ciego y busco los treinta y tres clavos sobre el piso;
    El alfabeto del bosque me restituye las palabras sonoras, ya pronunciadas.
    ¡Os ruego!
    Miembros de la aventura, modelad el limo de nuestro semblante.
    Los párpados se ahuyentan, el cielo se construye.
    Súbita virgen, ¿eres tú como el océano
    Que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?

    En tanto que se eternizan, en la encarnada espera de mi sangre,
    El clamor, el estrépito y la velada voraz de las chinches,
    ¡Levantáos, espadas, en la plata de vuestra fuerza,
    Y arrancadme de este horno!
    ¡Desgarradme, uñas, esta corteza y estas membranas tan pesadas de sueño!

    Las aristas del sílex, la cal y el follaje de las rocas
    Se enarbolan en mis ojos.
    Bajo el peso y el sonido de tu presencia,
    Los muros de mi guarida se yerguen en las raíces de la tormenta,
    ¡Fértil estrato de la noche!
    Y mi sombra se regodea en la soledad de tus muros.

    Se ciñen las llamas de las cortinas a las cañas de mis arterias;
    ¡No es el nimbo sino la huella del duro casco!
    Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo, a mecerme, pájaros;
    A fin de que mi corazón en gozo recuerde la frescura de las aguas.

    Pero, oh Lázaro, ¿quién mojará mis labios en estos parajes?
    ¡Quién de este mundo podrá morder la maleza de mi exilio?
    El infortunio toma en mí las formas del continente;
    ¡Y el alma siniestra de fango
    Macula el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!

    Versión de Gonzalo Escudero







    El hombre de Trujillo

    A Paul A. Bar

    Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
    Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.
    Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia
    En la querencia de tu inocente claridad.

    ¡Salud, mar vegetal!
    Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas argénteas de la aurora.
    No obstante que murmuran en la espuma de su lino
    Las velas desplegadas de las carabelas,
    Escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.
    ¡Aclarad, astros del silencio,
    la paz de las tumbas y la existencia de las flores!
    Religiosamente entre las brisas y las aguas, vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
    Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,
    el ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión,
    Y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla en la tarde.
    ¡No!
    Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
    Ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del cemento,
    Me impedirán, mil ataduras, ausentarme,
    ¡Orinadas rejas!
    Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.

    ¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.
    El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
    En selva de seda
    Y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
    Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
    Ahí renace el alba lustral y salina,
    El alba de los pájaros.
    ¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
    Canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
    Más tarde,
    Más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
    Todas las vasijas y los odres secos,
    Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!

    La sien sonora de mi pensamiento,
    La oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
    El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo desolado.
    Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,
    Tiemblan mis dedos
    Como la savia y como el año.

    Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;
    Palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que se adelanta,
    Oh taciturno,
    Y que desaparezca este harapo sumergido en la onda y las brumas de un suspiro,
    Oh taciturno,
    Como las piedras bajo el peso del futuro.

    ¡Yo profiero este grito tan alto,
    pitanza de las águilas!
    Setenta veces me enfango y me revuelvo
    En los lagares de las landas y los pantanos.
    ¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de terciopelo
    Y extraía su sombra con cuidado
    De los plutónicos haberes de la noche.
    Pero si yerra y se alarga,
    Si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes del invierno,
    Nadie sabe escucharlo
    Sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su planicie helada.

    Piedad, oh piedad, que nos podrirnos en la vitrina de las estaciones.
    Después del gran viento líquido del firmamento,
    Después de esta fontana de eternidad,
    Se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.
    Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad
    Del alma en la grande e implacable violencia que me destruye para siempre!
    ¡Oh cruz!
    Astro de geometría, mi palabra,
    Insignia destellante,
    Cruz oblicua de estos mundos nuevos,
    ¡Mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos cardinales!

    Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la resistencia para el viaje.
    Cohortes
    Bajo mi soplo,
    ¿Hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?
    Sobre la aorta pesa
    Su leche nocturna.
    Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
    ¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,
    Que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!

    ¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,
    El edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
    Purificad lo que hay de permutable en mí,
    Hermanos, amigos, iluminad las sabanas y los corredores,
    Hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la muerte.

    Versión de Gonzalo Escudero







    El ladrón

    A Jules Supervielle

    Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
    En las profundas soledades del invierno,
    Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
    Ya el lobo no escucha en su guarida
    Sino el golpe siniestro de mis años.
    Y cuidado con las llamas de un solsticio soñado:
    En sus claros de bosque,
    Las divinas y vigilantes miradas husmean entre las hojas marchitas.

    Desollándome como Judas el infame
    -El alma en la punta de la lengua helada-
    Me agito en el más bajo fondo del bosque
    Como las entrañas del famélico.

    Mil formas solemnes se precisan en esta sombra oscura y temida,
    Mil formas solemnes que se jactan ante mí del hipócrita contorno de sus encantos.
    El limo de mi sombra aterciopelada
    Me ofusca los sentidos y anuda mis pasos.

    Como el árbol que dolorosamente reprime su cuita
    En el blanco nadir de sus raíces,
    El hombre maldice su destino.
    En la basílica de los pinares,
    El yermo corazón se lamenta:
    «¡Despréndete aceleradamente, río, y sé
    »La cuerda, la siniestra cuerda que me estrangulará!
    »Que las ramas de hierro prendan los hervores de la tempestad.
    »Aunque las frondas del relámpago estallen,
    »No podréis jamás apagarla.
    »Cielos, tristes y sombríos cielos,
    »¡Jamás apagar esta llama de amor que canta dentro de mis ojos!»

    «¡Sobre qué lienzo se imprime mi semblante?
    »Sobre vosotros, charcas de absintio
    »Y putrefactos brazos del río.»

    «En el aire, en el agua mental del firmamento,
    »¡Dónde, en qué onda embrujada, se abrevan mis ojos?
    »¡En las cavernas de la tempestad o en la extrema
    »Soledad del movimiento?»

    «¡Hierbas, adiós!
    »Me he fatigado y saciado con vuestra savia inmóvil.
    »¡Adiós!
    »Me lanzo sobre la punta de mis pies
    »Hacia el meteoro de Belén.
    »Sin hurtaros un día el Paraíso,
    »Al revés de la gota adormecida,
    »Escalo los torreones más altos,
    »Señor,
    »Señor, a fin de ofreceros muscíneas.»

    Versión de Gonzalo Escudero







    De "La tempestad secreta" 1926 - 1927

    A.M.E.



    Ausencia 1932

    A la que fue todo amor,
    embriagadora y cortejada,
    Lucrecia Borgia,
    mi ancestro bienamado.

    Para vosotros, mis compañeros de exilio,
    Henri Michaux, andré de Pardiac de Monlezun,
    Aram D. Mourandian



    Versión de Gonzalo Escudero


    * * * * *

    IV. Estás ahí en medio de la noche, Señora,
    Aparecida en el instante, Señora, en medio del invierno de mi noche.
    Me he dicho entonces: «Si bien recuerdo, Alejandro fue un gran capitán.
    «Y el rey Salomón vivió solemnemente como un gran rey.»
    Mas me tiene sin cuidado Alejandro y no soy el rey Salomón.
    Y no tengo nada, nada que decir de la reina de Saba.
    Pero a vos, alta y bella,
    Señora, ¿tendré la memorable suerte de interrogaros?
    Muchas gentes me rodean: amigos y parientes,
    Yo lo admito,
    Muchas gentes que me desafían.
    Pero ciertamente ellas tienen razón, ciertamente.
    Y esta malla interna de sangre, esta malla de sangre que me lacera los ojos,
    Tienen razón porque esta malla de sangre bien lo prueba.

    No obstante, tranquilizaos, que no siento por vos ni cólera ni tristeza,
    Ningún deseo de morir,
    ¡No! Las atenciones tampoco me afectan.
    Sois libre de hablar y regocijaros, en excelente compañía,
    sobre estos mil pensamientos que permanecerán para
    mí eternamente secretos.

    Y todas estas gentes que os rodean y están ahí, gravitando en torno vuestro,
    Señora, son libres también para comentar mi caída y mi despecho.
    ¿No lo había yo predicho desde hace largo tiempo?
    Señora, entre ellos, parece que se encuentra alguien fuerte y rico en gracias,
    Alguien bien acogido a quien yo le enveneno, le corroo y descompongo
    en todas las digitales de mi rencor y de mi espíritu.
    ¡Así pues, que él desconfíe de mí!
    ¡Cuidado con él! De ningún modo mi venganza se privará de una presa tan bella y tentadora.

    ¡Y que silencie y, si le parece bien, se marche a cualquier parte!
    ¡Que silencie!
    Yo le digo: mis brazos tiemblan extrañamente y mi voz se torna dura, sombría y solemne.
    Yo le prevengo: los días, sí, los días de su espera, lo juro, no serán de gozo fácil.
    ¡Más bien de sangre, de sangre!
    A menos, Señor, que las flores,
    Que las flores dulces y lentas vengan a hablarme de un perfume
    aún más penetrante que los soplos del olvido.

    Días de vergüenza, días de angustia.
    ¿Cómo no le han hablado de ello los astros?
    ¿Dónde se oculta este hombre? , ¿qué hacía él de la luz de los sueños?
    ¿Se demora y se olvida el viento en su pensamiento?
    El viento de la selva me trae obscuras palabras, obscuras amenazas.

    Viento amigo, socórreme, que tu advertencia será el pesado lastre de mi venganza,
    Hazlo de suerte que este ser de elocuencia lo sepa;
    ¡Que advierta mi poder y mi naturaleza de ángel o de condenado,
    poco importa!
    Que advierta, en tiempo oportuno, el terrible color de mis miradas.

    ¿Mas para qué?
    Ciego, viviré en adelante las horas que he vivido.
    Olvida, viento, mis desgarradas palabras,
    Y perdona, te lo ruego,
    A este ser altamente privilegiado,
    A este hombre que aborrezco y envidio
    Tanto y tanto... etc.


    * * * * *


    VII. Muchos insectos en torno de un solo pensamiento,
    Pero el mío está ausente bajo un cielo de lluvia.
    ¡Y tú has venido un día, Pizarro, acicateado por una gran pasión!
    Como tú, fantasma, enciendo mi alma cerca de la extraña floresta,
    Donde tú amabas antes aspirar el tenaz aliento.
    Pero cuántas de estas pupilas nauseabundas me envuelven asimismo,
    Como en la hora de angustia, pesada y mala para tu espíritu,
    Y se demoran en mirarme languidecer.
    ¡Morir! Lejos de aquí los ojos
    Y el noble espíritu tan cerca de las cadenas que mi corazón han ceñido.

    Me llama la sangre.
    La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que la mar.
    La sangre que no olvida jamás y que me invade con su color terrible.
    Que este inútil viaje de los ojos termine pronto!
    Así el paciente corazón anhela volver a ver su sangre
    Y gozar de una codiciada sombra, más dulce y más propicia en su temblor de quejumbre.
    ¡Mas que regrese pronto!
    Porque ella me espera, mi Esposa, con la mirada al viento, allá lejos,
    blanca y secreta como la nieve de una estrella nueva.

    Ah Señor, si he recorrido una patria mala, tened piedad de aquél que os ofende,
    pobre infante olvidado en las espinas de su calvario.
    Os grito: «¡Señor, curadme de la mar inmensa, de mi tristeza grande y del astro
    banal que ilumina la tierra de mi tormento!»

    La noche se torna más grande y más densa,
    buscando perdidamente sus sombras.
    Grande es mi infortunio.
    Abriré mi corazón a las bestias bravías que recorren el mundo como el fuego de las arenas.
    ¿En qué nuevo Espíritu buscaré alojamiento?
    El opio desperdiga mis sombras, derramando sobre todo párpado su melancolía de ausencias.

    Y añade el corazón desesperado:
    «La ausencia!
    «La ausencia sin límite.
    «Oh cómo está lejano mi hogar de gloria.
    «Oh labios amadores, las lágrimas no son tan profundas como para llorar tanto
    vuestro alejamiento.»

    ¡El cielo endurecido no resuena!
    Flores sin tallo que tienen el peso de la sangre.
    Y la noche se vuelve más dulce, más próxima y más estrujadora:
    »¡Abrete!
    »Abre tu sueño a mis alientos,
    »Porque soy la libertad de las brisas.
    »Porque traigo con los siglos la convalecencia de tus pupilas.
    »Está presto el camino, la forma del sueño busca su destino.
    »Oh labios, el tiempo os apresura,
    »Restituidme a mi cielo de inteligencia,
    »Que el solo contacto de irreductible amor lo aseguro en este reino de vida.»


    * * * * *

    XIV. Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros
    de arcilla somnolienta,
    Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,
    Y a su diálogo de polvo.
    Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,
    Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma
    que los envejecerá sin tardanza.
    El umbral se viste con la sombra alerta de mis manantiales y de mi espliego.
    El umbral me llama y solicita.
    ¡Qué ternura en nuestros gestos!
    ¡Oh dulzura y transparencia de nuestras miradas!
    Y el sol no es sino un encarnado soplo en la tarde.

    La brisa, se derrama como un llanto solitario
    A lo largo de las hojas adormecidas.
    Todas las cosas por el mundo se juntan y se estrechan,
    Todas las cosas se estrechan en la profundidad de sus rodillas.
    Oh Tierra, tú gozas
    En la cosecha y la savia de tus frutos.

    Y aquél que se interna en los sueños
    Y devora deleitado los panículos del maíz.
    Pero si el enfermo contempla
    A contraluz la membrana sanguinolenta en el intersticio de sus dedos,
    Ah cómo se lamenta
    Por este indefinible y perpetuo gemido,
    Por el estridente clamor en los vidrios arenosos
    Yen las harinas y la cascada del molino.
    «¡Astros en mi espíritu, él dice, ni vosotros
    »Ni el agua múltiple en la potencia de sus voces,
    »Ni vosotros, palabras bienhechoras de un día,
    »Podréis devolverme la sangre febril de mi amor!»

    Aquí abajo, por lo contrario, la más verde de las moscas,
    Rumorosa reina en el ojo ventoso de la cerradura,
    Se deleita noctámbula en las cavernas umbrosas
    Y en las grutas innumerables de un palacio fastuoso.
    Que retumbe un gran sonido en los lechos sonoros del viento alisio:
    El grillo,
    Por las puertas malvas de su hierba
    Restituye el asilo y la querencia de su morada.

    Versión de Gonzalo Escudero







    De "Yocasta" 1934

    Á Marie Lalou

    Versión de Margarita Guarderas

    * * * * *

    Y heme aquí la espera ardiente
    nacida en la arena del desierto.
    Voy de soslayo como lo hacen las tempestades,
    toda mi sangre recogida en mí mismo.
    Ansioso viajero, en las olas graves,
    Voy hacia ese país, lejos de todo espíritu.
    Viajando por el sendero, por fin reconozco tu voz en un suspiro.

    ¡Oh selva transparente, oh selva, tus vientos primordiales han hecho nacer
    el alba en mi recinto!
    Mil rumores llenan mis sienes
    Ellos son suaves para mi rostro como los alientos del rocío
    alrededor de tantos brotes quemados.
    ¡Adelante, oh alma mía, adelante en el cielo profundo!
    Mientras tras tuyo surgen ya mil injurias y se hincha la maldición.
    Adelante, mi sangre más rica brilla en las llamas elocuentes del espíritu.

    En acecho camino en tus tormentos,
    ¡Oh príncipe de innumerables plantas!
    Seis largos siglos han penetrado ya este licor de abejorros.
    ¡Salud! llego al fin, entre las altas nubes y los torrentes, entre tu séquito.
    Escucha, oh príncipe mi lenguaje impaciente.
    Miradme,
    No habréis visto jamás una soledad y una cara más puras.


    * * * * *


    ¡Mi destino en el centro de esta pasión! En las noches de mi violencia
    crece, en rojo, una exuberante selva.
    Aquí me cubro con las manos.
    Y este horizonte ceniciento del desierto, a mi derecha, que he frecuentado en todo tiempo.
    Sin embargo, cara al viento, partiré esta noche.
    Cara al viento. Y la lluvia afuera como un pensamiento torrencial, afuera sobre la extensión.
    Yo partiré.
    Sin embargo el azul celeste de Mayo estalla en mi espacio de olvido.
    Estos arenales, a mis pies, no han conocido las estaciones y mi palidez se intensifica
    de una tristeza que ni mi misma sangre sabría borrar.
    Yo partiré.
    Mis miradas brillan en la sombra como el rocío tropical.

    Ella acudirá. Ella acudirá, en el resplandor de sus axilas, para darme de beber
    desde las primeras palabras de mi sed.
    ¡Oh dura selva en las raíces del viento!
    Todos mis sufrimientos han fomentado en mí este silencio.
    Me abriré yo entonces así, todo sangrante, a tu fecundidad sangrante,
    A tu espíritu ya tu gracia, de pie en mi espera.
    ¡Yocasta!
    ¡O sexo, o virtud total
    en mi locura de todo tu sexo
    y en la intimidad carnal de mi locura!
    Persisto a brillar en la savia nocturna de este sabor.
    Mi carne recorrida por un aroma de luna se ofrece a las caricias que han sido prometidas.
    ¿Pero vendrás tú algún día?
    Destruyo de golpe las alas de la casa; de los árboles, de los capullos.

    ¡Homogeneidad vaporosa de los astros apartados de mi dolor!
    Escucho acercarse su venida.
    Deslumbrado en mi carne,
    en los latidos de mis entrañas,
    me yergo, desnudo, a esperarle.
    ¡Yocasta!
    En el gran viento de los lobos,
    la gran luna tropical brilla sobre mi destino.

    Amor mío, he aquí entonces mis manos en la blancura nocturna, mis manos líquidas
    y transparentes de la leche filtrante de esta llamada.
    En mis miradas ninguna imagen te interrumpe.
    Amor mío, te espero en la totalidad pura de tu presencia.
    Y la puerta se abrió de improviso.

    Mi amor, desde entonces quiebras toda sujección, todo estado anterior.
    Me riegas en el delirio y los perfumes,
    mi temblor te busca por todas partes,
    en la eternidad triunfal de tus brazos,
    en la blancura sobre mí de toda tu carne sobre mí.

    Aturdida, mi cabeza rueda en la suave sombra de tus manos,
    en las columnas primordiales de tu sangre.
    Amor mío, te llamo,
    giro en el insostenible vértigo,
    muero, esta noche, en la árida fraternidad de los arenales,
    entre esta noche llena de astros y de jardines.
    Y tú, lustral, y de tu desnudez nupcial, oh mi amor,
    el deslumbrante sol jamás se apagará.

    Quito, 1934

    Versión de Margarita Guarderas







    De "Crueldades" 1935

    Á Marie Lalou

    Versión de Cristina Burneo y Verónica Mosquera


    * * * * *

    Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta
    medianoche que zozobra.
    A decir verdad oigo golpear,
    pasos insólitos golpear la pesantez de la sombra.
    Temibles, inesperados, estos pasos
    cuya gravedad sonora me estremece hasta en la
    intimidad más guardada de mi espíritu.
    Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta
    medianoche que zozobra.

    El cielo, en su fluidez mental, persiste en reconstruirme las
    modulaciones de este llamado.
    Mis ojos se empañan de lágrimas.
    ¡Es Ella, pero Ella! sin lugar a dudas.
    ¡Ella!
    Y toda la luna,
    desde lo alto de los viejos bosques,
    desde lo alto de las noches, despliega su helada sobre mi
    pensamiento.

    El recuerdo endurece de negro las puertas,
    Sin embargo, en esta invernal quietud, yo me ciño a
    acechar y esperar -cuando todo alrededor, en la gran
    noche de estrellas heladas,
    todo alrededor desfallece la flora-
    A acechar el sombrío espacio de noche -hasta que el
    último lobo, con trote furtivo, recobra su cubil perdido.

    Muchos pájaros, nacidos de muchas arcanas comarcas,
    Los oigo golpear en la corriente endurecida del cristal
    iluminado.
    Y mi frente se despliega
    en este deseo de las aguas que mecen la diafanidad visual de los sueños.

    El viento del cielo me estremece en el más solemne párpado.
    Y ningún Espíritu errante se mostraría esta noche, por nada del
    mundo, en este lugar desierto en donde mi desastre lo llama.
    Ningún Espíritu, en tanto que la noche se revela maldita y
    pesada y llena de témpanos fúnebres:
    la última estación del polo.

    Yo yacía extendido allí, con todo mi cuerpo, allí en la
    sombría soledad de mis pensamientos,
    Cuando esos pasos, de golpe sentidos en lo invisible, de
    golpe vinieron a definir mi cielo.
    Con gran estrépito abrí entonces la puerta, y la abrí, de
    repente: primera sobre esta comarca nueva que perturbo.

    He aquí pues a la luz mis manos,
    en la blancura nocturna de mi frente.
    En sus alientos, mis manos: líquidas y transparentes de la
    leche filtrante de este llamado.
    Mi Amor, yo te espero en la totalidad pura de tu
    presencia.

    Y la puerta en la noche se abrió, de repente, de un solemne batiente,
    que ella dejó, por esta velada lúgubre, en mi corazón
    derramarse toda la sangre de tu belleza. .
    ¡Y tus senos sobre mí! y sus sedas lunares derramaron tal
    extraña blancura sobre mí,
    En el ala líquida de mi carne, sobre mí:
    para encantar mi espíritu, el espacio y la duración,
    ¡oh lágrimas! a morir.
    De este hecho, mi Amor, vences todo tropiezo, toda atadura,
    todo estado anterior de ley,

    Me respondes en el delirio y los perfumes,
    Mis manos te envuelven en el llamado
    y mi temblor te busca por todos lados en la eternidad
    triunfal de tus brazos,
    en la blancura sobre mi, de toda tu carne sobre mí.

    Mi cabeza aturdida rueda a la sombra dulce de tus miradas.
    Me has tomado en la fuerza tórrida de tu clima,
    ¡Oh Sin par! en la carne misma de tu presencia.
    Tu boca me ha tomado,
    Y caigo pesado y verdadero en las columnas primordiales
    de tu sangre.

    Mi Amor, te llamo,
    y tu vientre ilimitado brilla con el más tierno resplandor
    en la boca ávida de mis caricias.
    Y de tu carne amada, vuelvo,
    ciego vuelvo en el insostenible vértigo.
    Tu carne en el centro abierto de mis entrañas.
    ¡Tu carne en el absoluto de mi exilio!

    Te llamo, Mi Amor, ¡oh Tú!
    Muero, esta noche, en la árida fraternidad de las arenas,
    esta noche colmada de astros y de jardines.
    Pero de tu cuerpo fiel, y de tu sangre en la memoria activa
    de mis pensamientos, pero de Ti lustral, de ti y de tu
    desnudez nupcial en mí,
    Mi Amor, ¡el deslumbrante sol jamás se extinguirá!

    Versión de Cristina Burneo y Verónica Mosquera







    De "Noche" 1938

    Pour mon cher Pierre-Louis Flouquet

    Versión de Gonzalo Escudero


    * * * * *

    II. Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras...

    A Hubert Dubois

    Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras,
    Mis manos esparcidas en el horror.
    Todo en sombras, arisco, fluyente y transido
    De los fríos sudores que he sangrado en mi noche.

    Mis ojos asesinados transpiran su lodo contra los muros.
    Mis fláccidas axilas de ningún modo me han sostenido.
    ¿Para qué frecuentar vuestras opulentas moradas?
    Os dejo en gran duelo, nativos fantasmas.

    Escuchadme: no puedo dejar de ajustarme
    A la onda musical de vuestros sospechosos escarceos.
    Pero pálido en su furor inminente,
    Como el ala erguida bajo sus profundidades de huracán,
    Enhiesto y bien plantado, Él solo me esperaba.
    ¿Y la vejez cercana en torno de mis lágrimas?
    En la canícula de este adormecido vientre-
    Incubo mis entrañas, mi suerte y mi dolor.

    Impelido sobre la tormenta y el pulso de mis venas,
    Respiro hacia adelante y mi destino me precede.
    Con toda mi pesantez, en Él me he sumergido. .

    Estrepitosamente, he gritado los gritos en mi boca:
    ¡Aquí abajo, el Inminente!
    Detenidas por el rumor de su potencia,
    Las heridas aguas vierten los juramentos a sus plantas.

    Señor enhiesto sobre los rayos de su armadura,
    Fulgente en el acero de su inmovilidad,
    Para la batalla en dondequiera, Él solo me esperaba.
    Voces como piedras gruñen bajo la luna.

    Él no me detiene ni menos el ala rumorosa
    Del astro de los muertos, suspendido sobre mi tienda.
    ¡Su ejército? ¿Acaso replegado y sordo en la espera?
    ¡Cómo! ¿Acaso pensaba hurtarlo y arrebatarlo por azar
    A la gran águila de mis miradas?

    ¿Qué calor me asfixia en estos sudores?
    Mis dientes se estremecen, rojos de carne de la posesión.
    ¿Se deshacen mis músculos bajo las rocas implacables?
    La selva me grita: ¡cuidado!
    Sacudiendo de despecho su milenario follaje
    Sobre mi cuerpo jadeante.
    ¡Oh lágrimas, qué hundimiento
    Y qué polos de oprobio alcanzados en esta ruina!

    Él solo me esperaba.
    Sus pájaros carnívoros recorren mi silencio.
    ¡Así sea! Si he sufrido la verde huella de sus ojos.
    .Centella de tormenta, Él se precipita de súbito
    En la ruta escabrosa de su blanco viaje.

    Él partió con el gran viento de alas de la noche .
    Y me he quedado inerme y desnudo en la desesperanza,
    Toda de cal y de ceniza, mi carne, bajo el remolino
    De su vuelo ensordecedor.

    Mi corazón, de soslayo, en la hondura de la Medianoche.
    ¡Helo aquí yacente en la hez y en la vergüenza,
    Sucio de excremento bajo la resina de mis ojos
    Palpitantes, perdido en la tiniebla, la bilis,
    El amarillo polvo y el desprecio!

    Versión de Gonzalo Escudero







    Poemas escritos en español:



    Tempestad secreta

    Para ti, profundamente.
    Para David García Bacca,
    esta «desvergüenza».

    I

    Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.
    Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
    Las consabidas alas de este mirar,
    La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
    Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.

    Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de estos polos.
    Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,
    Allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de mi paso.
    Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
    De ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
    Con el ceño adusto al trasluz de las sienes,
    Toda inquieta en cima de voces,
    De pronto me acusas a deudas, a más rehenes.
    ¡Habrá espacio de cabida
    Junto al labio gota a gota de tus senos?
    ¡Mente, de flores tan vacía!
    Afuera el grito, los deleites;
    A darte encuentro, las brisas relucientes.

    Me mantuve afuera, en suelo de leones:
    Deseando el cumplimiento de tu sexo,
    De cuanto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,
    De cuanto crece en la pendiente.
    Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.
    En trances tales de denuedo como el párpado de los héroes,
    Ya no asiento el calcañar.
    ¡Oh vientre, oh boca en la frontera!
    Pecho absoluto de mis ansias,
    Me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en derredor.
    Y reparos, valladares y provincias
    A cuanto supe desear.
    ¡Abridme! llevo el ala fatigada
    De arrecios tantos, de espumas y de celos.
    Estoy de pena y resonancias,
    Más aún: de gala y esponsales.

    Os diré ayes como un latido de aguas.
    Abridme las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
    ¡Oh vehemencias! mis venas agolpadas en su cúmulo.
    ¡Oh huésped mía de delicias:
    De monte en valle, de noche en claro, de tienda en tienda,
    Cabe el temblor seminal de las rodillas,
    Como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
    ¡Te acrecientas de presencia, -penetrante y temblorosa de substancias seculares!

    Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me está vedado?
    Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.
    ¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta tan deseada!
    Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas de blancura!
    ¡Ay! decidme cuánta savia de mi lecho.
    Más adentro la pupila, las moradas, cuánto lo escondido.
    De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de mis entrañas.
    Ya podrá Ella entonces desnuda luego palpitar.

    ¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las otras potestades?
    En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?

    Ni seda otra, ni tal soporte.
    Me conoces, me presentas en campos desatados.
    Oh primicias de este único menester!
    Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna de salivas!
    De moradas me regalan.
    Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
    E! labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
    ¡A la herida declarada de tus senos!


    II

    ¡Abrid de juntas, de par en par las puertas,
    Y las alas tiernas del encuentro, abridlas!
    De llegada me sorprenden tu latido,
    Las urgencias consabidas de la noche.

    ¡Oh mundo, cuán cargado está mi pecho!
    ¡Ay! tan corto voy de brazos,
    ¡Corto y lento en poquedad de mis primicias,
    Poquedad de las miradas!

    Ni lámparas en zaguanes,
    Ni las flores en su asunto.
    ¡Qué ceñiglos, qué albañales!
    Daos prisa de esponsales, dadme al punto
    Acicalada de umbrales la morada,
    Las delicias de encontrarla
    Toda adentro de jardines y rumores.

    No hay pregón de luz que la compare.
    Ya se cumplen las edades.
    En las huellas de su paso reverberan los leones;
    Ya sus senos encendidos me circundan de inmanencia.
    ¡Heredad tan seca, oh tienda de desierto!
    Acudid, vosotros todos los del soto, con palmeras y cristales,
    Con la fiebre de los ojos y otras tantas claridades.

    ¡Oh ímpetu total de ansias
    En los senos temblorosos de la espera!
    Las manos agobiadas a expensas de este peso duro de los montes.
    Vedme el pecho jadeante,
    Y la boca en su premura.
    Cerrado bosque, atiende unánime al sol de mi llamada,
    Como un solo golpe de alas.
    El velamen se acrecienta
    Yalza vuelos en mi sangre.
    A sien de muros el cortinaje oscuro de la estancia
    Tal se empaña en los alientos
    De un sudor sanguinolento.
    Altas horas de este mundo,
    Dadme aviso: ¿cuánto llega?
    Vuestro péndulo mortal de movimiento
    Únicamente late en la cavidad de mis latidos.

    Con rojo mirar de sentimiento,
    A poco, la veréis:
    Bajo el indijado manto de sus párpados,
    En la oculta transparencia de los muros.
    Dadme esfuerzo.
    ¡Ya en la sed de los ijares
    Un derrame tan profundo
    De estos senos!
    Y aquel rayo de los altos,
    Desnudo y devorante como el tiempo, de parte en parte me atraviesa.

    ¡Perdí, en ascuas, cuánta imagen de la vista?
    Y las puentes alabadas;
    Grandes plazas y caminos, los cerrojos;
    En gonces de alas, las puertas entornadas.
    ¡Oh quejido de mis ansias!
    ¡Qué profundidad de soplo!
    Adentro, tan adentro, me sorprendes, me das caza.
    El mundo está a la mira, la noche en vela,
    Y el espíritu
    Desatado en los arrecios, Adorada, de tu cuerpo.

    ¡Sobrada noche de cuita y menester!
    iOh secretos esponsales de este sumo conocer!
    Ni la sal de mis heridas,
    Ni entrañas éstas como pulso de sangre de otras lágrimas,
    Nada queda de poder si hoy aliño mis enojos:

    ¡Abridme a vida las puertas, los portales,
    Cuantos lechos,
    Los holanes!
    ¡Dadme aliento!
    Es de cena la holganza:
    Ya en mi cauce, a grandes vasos,
    Se desborda, a plena fuente,
    Tan adentro,
    La inaudita, deseada,
    Sangre viva de la Amada.


    III

    Soledad de luces, soledad de alientos.
    ¡Oh lágrimas me dais voces
    De su presencia en solar de mis adentros
    Más remoto!
    Arrobado en tales ansias,
    Ora a vuelta de desmayos,
    Ora en tela de lamentos,
    Pasaré la noche en prenda
    De soledad,
    con el alma ahita, a tientas,
    Con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.

    Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca.
    En todo tu cuerpo te grité mis quejas
    Porque a fuer de tus enojos ni siquiera supísteme escuchar.
    Y no es de pan, ni es de vino el menester;
    Ni sed, ni ganas de aquesta colación.
    En el jugo, fuente y gota de tus senos:
    ¡Oh prueba sin consejos
    del ansia viva!
    ¡Sequedales!

    ¡Cuánto padecer! ¡Cuánta cosa he roto,
    Y cuántos golpes en busca del alivio!
    Manos mías en el huerto,
    Derramad las flores llenas,
    Derramadlas
    Y dad sustento
    a esta sien que palpita en mi costado.
    La pasión que me desangra:
    Un tal querer enclavado en las entrañas.
    Y los muslos entornados, derramando de ellos su cabal fortuna.

    Desde el otero
    acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.
    Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis sentidos?
    ¿Dónde el pecho de mi boca?
    En sus altas horas,
    y en el gozo, en la cima de estambres y deleites,
    Vino el Huésped.
    Abrió cuentas,
    Ya vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,
    A todo ámbito,
    la voz de su desmayo,
    Que gritar:
    ¡desolación, desolación!

    Este cavilar nocturno.
    Esta llaga atroz de su presencia,
    abierta en todo el rostro.
    ¡Soledad de luces, soledad de alientos!
    Ni siquiera en sombra sus miradas me cubren ya.

    Alimañas en mi senda.
    ¡Cuántos cuervos en la noche!
    Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,
    Pronto dormiré mis sueños, bajo el sediento párpado de este insomnio.
    ¡Oh moradas de cal viva!
    Allá vuelo en desatino,
    Con toda la mirada en trances de soslayo, arriba de estos grandes vuelos corporales.

    Vino el Huésped,
    Y desnudo me encontró:
    Los oídos sin respuesta,
    Tan reseco el albihar.
    Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.
    Vino el Huésped, en sazón
    De esperanzas y clamores,
    Y único en las praderas de su huella, no pudo menos que se exclamar,
    -Los ojos encendidos en la prenda de sus ayes-,
    A su vez que se exclamar:
    ¡desolación, desolación!


    IV

    Repitiendo, ora a cuántos muros,
    Mis desmayos de lágrimas, de espesuras,
    Con pupilas de mi sangre velaré
    Tu noche, en prenda de soledades, en paso de tormentas.
    Con el alma ahita,
    A tientas,
    Con voces en lo alto y la vendimia adentro,
    Toda en el lagar.

    Ni de siesta, ni de pan o adobada colación
    Y menos aún de vino me cabe el menester.
    Cuando las piernas tuyas entornadas, cuando el cuadril arriba en la cumbre desnudo se decide,
    Derramando de él primicias contenidas:
    A zaga, atónito, voy de tus enojos.
    En el cuerpo te gritaré mis ansias,
    Porque a fuer de tal caída ni siquiera entonces supísteme escuchar.

    Desatado en la violencia y los arrojos
    De este caudal que me desangra:
    ¡Cuánta cosa he roto!
    ¡Cuántos golpes en busca del alivio!

    A fuente,
    ¡Oh vida!, corres en las aguas tiernas del encuentro.
    Manos mías en el huerto, deshojad las tantas flores llenas,
    Deshojadlas en sustento de esta creciente sien que palpita en mi costado.
    ¡Con el ímpetu de morir,
    Romped el canto de la anchura!
    ¡Oh vida,
    Me retienes en cuarteles de cal viva,
    Cabe la morada que de pronto asedias, y luego fortaleces!

    Las fieras cruentas de Diciembre
    Huyen trasijadas.
    Al trasluz de arteros vientos reverberan los senos míos de la espera,
    De ellos tal, ya del vientre y la junciana, se arranca un grito tal,
    ¿Cuál, decidme? ¿ Y dónde están los senos que apetecen mis sentidos?
    Abridme, ¡oh puertas!, al jugo que divierte,
    Al goce, a zumos del ijar,
    A la boca ésta de su cuerpo, henchida de salivas.

    Tantas salas abultadas en los párpados,
    Cuando el Huésped,
    Con el ala turbulenta de los bosques,
    Llegó airado en sumo enojo de las frutas.
    Majado el puño de la fuerza,
    Tal vertiendo su esplendor de capiteles,
    Con el mando enhiesto de miradas, a solares acudió,
    En praderas de su hacienda se extendió;
    Y dando voces de amargura,

    De heredades semejantes,
    No pudo menos que se exclamar: ¡desolación, desolación!

    Este cavilar
    Nocturno.
    ¡Abridme el pecho! ¡Oh dolencias: su epidermis tan de cerca ataviada en mis contornos!
    Con el párpado ensangrentado me devuelvo a los lamentos de cuantos mis deseos.
    Desnudo, bajo el peso de tu inmanente corazón,
    Desnudo, me devoran las fatídicas sombras de los astros.

    El Huésped recibiendo, ¿qué vida lleva en telas de este mundo?
    ¿Qué fuerza le retrae en la alta ceja de su vuelo?
    Los mares separados, sin dominio, sin respuesta;
    La lluvia golpeando, a noche llena, los cerrojos;
    El desmayo de este labio en las tablas de la muerte,
    Y la espesura ardiente del que llega.

    Sopla un hálito de lúgubres espejos.
    Manos de mi golpe,
    ¡Oh manos desteñidas, como un flujo de la mente!
    ¡Oh tierra abierta a más desastres!
    Amada mía. Los ojos tan de lleno dados a la vista,
    Tal de huestes y celadas compelido,
    Tal el Huésped no pudo menos, del Cenobio
    Y de mi labio conseguido ya en otras cuencas escondidas,
    Que se exclamar a todo ámbito: ¡desolación, desolación!


    V

    Llama adentro, a merced de cimas claras en tu vuelo,
    Va mi sangre herida en busca de un ala de frescura.

    Implacable Esposa, ceñida llegas de trofeos.
    Con el pulso de la fiebre atraviesas cal y canto;
    Anhelante como el fondo de los mares
    Te acuestas en mi noche, en la humedad de mis entrañas.

    Tan duro de reflejos, el peso corpulento de la luna.
    A crecientes de Diciembre se desata el viento cargado de un ave de los polos.
    Tu voz perenne en el pecho de las flores,
    No la acarician ya las altas brisas de rocío,
    Mas el flujo pertinaz de aquellas ondas de belladona y de espesura.
    ¿Qué vigilancia me detuvo:
    La sombra inerte de las armas;
    Acaso un golpe de llamada;
    La densidad de mi garganta?
    Ya los bosques de la tierra se mecen apartados.
    ¡Oh baja frente! sudores semejantes,
    Ni la fiebre de estas sienes los desata,
    Ni en mi talar de sangre la reverberación de las espinas.

    De noche oscura en boca tuya
    ¡Oh peso adentro, sin cabida!
    En el pecho y en la dicha, la pupila en los tendones:
    Adorada, de tus piernas las sumas potestades, y la lengua recóndita en la vera:
    de caída, de reparto y de saliva, en el grito de la entrada, en el jugo abierto de tu seno.
    ¡Oh espacios y venturas tantas de tu cuerpo para siempre en mis entrañas!

    Me dejaste suspenso en ayes
    De estas ansias, con los labios entornados.
    ¿Dónde habré de hallar contornos
    Al propio pecho mío de tu presa, de tu vuelo?
    ¿Perdido en la transparencia de mi retirada desnudez,
    En la ajena noche,
    Harta de vigilias, de espesuras, cuánto más sobrada de banquetes?

    Golpe, este golpe en las sienes, que la mente agrava,
    A despecho de tus muros, ¿no lo escuchas,
    De mi pupila dilatada?
    Chorreando venas de lo alto, me ilumina Venus en el rostro mismo de tu sangre.
    ¡Oh pesada lejanía de los montes!
    ¡Oh labios tiernos de la cita!
    ¿Verá el suelo de estas lágrimas la presión
    De tu inmarcesible cuerpo sobre el mío?

    A tus recintos llegará, en potencias suyas de la selva, el Esposo trashumante.
    ¡Ay!, atada al grito de tu ardiente cabellera,
    El alma atenta a mil sabores,
    Donde te reclama su rojo espacio de él, irás.
    ¿Quién soy yo de este mundo entonces fuera de tu pecho?
    Como el hambre, como el tiempo,
    Los peldaños me conducen de caída.
    Tan henchida de reflejos, de miradas;
    Vuelos de brisa te sostienen;
    ¡Como la luna en holanes, tan creciente!
    De inmanencia permaneces en el centro mío de todo lo creado.
    ¡Oh premura devorante de tu boca, de tu sexo, de los ares, de lo eterno!
    ¡Oh mundo concebido, la avenida en los adentros!
    Adelante bien me guardas en celadas.
    Tan cercana y no me tocas,
    Y tu frente, de su altura, como el alba;
    Y más primicias se estremecen en la acidez de tus entrañas.

    Ventanas perdurables: chorreando venas, me confundo con la espesa arcilla de la noche.
    ¡Oh Esposa mía, de soledad en soledad repercutes en mis golpes!
    Los senos tuyos, leche adentro, tan cargados de mis labios, de mi prenda:
    Me arrancas y me devuelves a esta plaza;
    Me deshaces en sudores, años, mares y otros continentes.
    ¡Oh muerte fiera, oh golpe de ángeles!
    Las bestias gimen, perseguidas;
    El lobo, bajo el cierzo de la luna, se desangra a vista de sus ojos.
    al me implicas, Adorada, en la absoluta permanencia de la Nada.


    VI

    Ni la sed es cosa tanta.
    Ni sudores de la mente me trasijan de manera semejante.
    ¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa, de este anhelante cuerpo mío
    Que desnudas y ensombreces a la vez?

    Apretada, oculta noche.
    ¡Oh vena, venas de mi sangre en la esfera absoluta de los astros!
    Me despierto a toda voz, dando gritos de llamada;
    En tu espacio me despierto, con los ojos agolpados.
    Mi corazón de entrañas y lamentos, como un haz de ensangrentadas cabelleras.

    Cuan clara es la pupila, llega el mundo, ¿dónde estoy?
    Y los mares de esta fuente, llegarán.
    Los cuervos persistentes;
    Entre muros, mi espesura.
    Y te desmandas a merced, como el fuego, de estas órbitas:
    A despecho entonces te hablaré en tu vientre de agitado corazón,
    Con la lengua de mi altura,
    En tu sexo sorprendido,
    A mayores firmamentos con mi voz de noche oscura.
    Mas, a todo lo adelantas.
    ¡Oh Mía de mi celo, pusiste a prueba tanto empeño en el calor de mis sentidos!

    ¿Cuándo me abrirás presente las dulzuras tuyas llenas, de la tierra?
    ¿Cuándo el pecho?, ¡a deshora!, y me detienes con el ímpetu del océano
    sobre el párpado de mi desolada desnudez.

    El espacio de tu fuerza.
    Mis ojos lentos brillarán del fragor de las ciudades.
    Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de este mundo?
    La boca densa, aún llena de la muerte.

    En subidos aires salgo de mi aliento.
    El jardín contiguo, en manos de las flores.
    Y van pasos, desnudos pasos en mi alma;
    Que te busque, toda mía, amén persiga con las ansias consiguientes del desierto.
    Ni la sed es cosa tanta.
    Afuera en claro sestean los leones, corre franca la pradera de los ciervos.








    Poemas varios

    A Alberto Coloma Silva

    1. De lo remoto a lo escondido

    Tanto soy y más la brizna de saturada espina
    A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
    Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
    Como van las tempestades,
    Hacia aquel país cerrado a toda mente,
    País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
    Habré de hablarte,
    Toda en escombros, ciudad de Balk.

    No hay empero reparos de horizontes.
    ¿En dónde estoy, a dónde me conduce lo inaudito?
    ¡Oh Príncipe de innumerables plantas y llanuras,
    A aquella fuerza de soledad me atengo
    De tu nocturna condición!

    Atrás dejé las puertas, las sabanas en aliño.
    Los que sois de presa;
    Magnates, caciques de la tierra, empolvados sobrestantes,
    Velad el campo ausente.
    Profesores y otras huestes,
    vosotros los de la especie cotidiana, ya no vivo de vuestra
    ciencia ensimismada.

    Pronto me acusas,
    Aire desnudo,
    Doblegas mi ceño,
    Me das el pánico de lobos aullando bajo la abrupta claridad lunar.
    Al romper entonces la procesión oscura de esta sangre coagulada,
    A más de la intrínseca solidez de mi sombra y de mis dientes,
    ¡Oh selva transparente,
    Tus vientos primordiales se desprenden de intensa luz
    En mis recintos!

    ¡Oh mía de mis años!
    Las plazas comentadas, los caminos, las edades,
    Cuánto he recorrido en virtudes de tu imagen trascendente.
    Como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas,
    Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu.
    Mis gotas caen.
    El ala irrumpe a través de tus tensos jardines soñolientos.
    La premura aún
    De este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.
    Allá sin tregua
    La extensión continua, el fragor de la conquista.
    El espacio aquél, a brote de epidermis.
    Tal recibe el eco, en vertientes albas de tu cuerpo,
    Mandatos consabidos de luz oculta.
    ¡Oh cuerpo femenino a cuya entrada se extasían las tormentas,
    Los ciclones!

    Al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,
    Aquí te imploro, en la concentración de mis entrañas,
    En las caudalosas lunas de mi adviento.
    Bajo este rotundo cielo atravesado de miradas y de clamores,
    Más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad.
    En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
    Las dulzuras de tu empeño.

    1944

    * * * * *

    2. Agonías de un Caribú

    Bajo el paso incierto y vegetal de angustia,
    Levanto el polvo de la nada.
    Toda pupila emerge
    en esta soledad suspensa,
    Toda concentración oscura,
    En violencia tal
    De hacinamiento y llama pura entre las rocas.

    La luna atenta y circundada
    A su vez aclara
    Aquel espacio de su prenda
    Fluente y nemoroso.
    Atormentados cascos van a mengua
    Redoblando el eco
    En mil contornos de la estéril claridad polar.

    Único en sí repercute el gemido entre la fronda
    De un balido incauto.
    Ventajas cruentas de la selva:
    Desvalidos pasos del garañón herido
    Que ya en las turbias aguas del escajo su condición aplaca
    Su pesar consume.
    Yacentes ojos a su propia luz ocultos
    Bajo el ámbito nocturno de este vuelo.

    Ver adentro, el cazador también escucha
    El retiro alado de tanta lejanía inclusa.
    Y en murmullos que la brisa asume, cuanto más cercanos, se acrecienta el rocío de las fieras.

    A aquellas cuencas vuelvo, al conjunto aquél,
    Saturado y tenso,
    De fragancia y brotes.
    Los continuos árboles
    De vertical sustento, de fiero embate,
    Allí persisten
    Como la postrera vibración del aire.

    Tantas voces en el eco. ¡Oh luna te reflejas en mi mente!
    Como el ave en las alturas de su vuelo contenida,
    Tan solo aún, Noche mía, voy en ti, tan duro de distancias.
    La pradera de tierno espacio en tanto me recibe,
    Que en jugos desbordantes de los aires resplandece.

    ¿Mas, volverá el cedeño pasto
    a brotar de luces?
    De lo remoto el ciervo acude
    A tal empeño de este clamor vedado.

    * * * * *

    3. Perenne luz

    La noche de cerca, y tan desnudo golpe a expensas de mi corazón.
    ¡Dolorosa mano mía no aciertas a caer
    suspensa en aquel trasluz
    de movimiento
    de tu imprescindible exclamación!

    Ya los mares del Oeste como pecho se dilatan:
    Tanto el vuelo de mis sienes, y el velamen de esta lámpara que levanto a firmamentos,
    al paso de aguas, a más decir por la anchura de mis párpados.

    ¡Oh metal tan fresco
    Bajo el calor del epidermis!
    ¡Oh clara huella de su tránsito
    En el campo deseado,
    en las congruentes potestades de tu sexo!
    De clamores y destellos me consuma
    Habiendo de sosegar su desnudez.
    De sosegarla en la noche de la especie,
    En brañas del oasis,
    Con mi aliento cuando en vilo de miradas.

    Todo que te arrima en resplandores
    Que tu condición aplaca de mi ensangrentada consistencia
    Todo aquello que no se ajusta de palenques y de fronteras familiares.
    Soledad cumplida.
    ¡Oh silencio, me retraes
    -como una implacable roca de durezas en el alma!

    ¡Menguada luz de escaso asilo!
    Labios míos, dadme altura en el trance de estas ansias.
    Mas al borde de riberas semejantes
    Cuántas aves de este mundo se incorporan,
    Como el rostro implícito en el fulgor de la visión,
    Que atraviesan de soslayo la magnitud de las esferas...
    Por cuanto asumo de mi cuartel de sangre,
    La baja tierra de brisas se ilumina.
    Mi cuerpo en tanto a vista se desprende de cenizas,
    Gimiendo en hontanares de espeso llanto.

    Premisas todas de la muerte.
    Un ay seguido de tinieblas, de esta gota pertinaz del pensamiento.
    ¡Oh mi sueño entrante en humedad de flores!
    El espíritu denodado
    Se arranca de sus perennes paredes lastimosas.
    Abultados cortinajes, como otras tantas cabelleras de lo oscuro,
    Y la más ardua noche
    De presión continua.

    Entidad fortuita
    Que no habré de hallar sino a merced de escombros,
    En el fragor de la ruptura,
    Cuando este golpe de mi total caída
    Apura entradas en la nada.

    ¡Oh lamento de tu voz en mi espesura!
    Y esa latente réplica, de néctares y de estambres, al placer que me convida.
    ¡Oh Tiempo, me defines de presencia y de universo!
    Hoy cuán bien, ¡oh luz!, aciertas entre tejidos y asperezas, a descontarme espacios,
    A circundarme de vecindades el corazón.

    Vida sin prejuicios cuando de Ella al tanto de sus senos concatenando habré de recibir.
    Me sostengo en vilo, sin huella entonces, a mayor premura de memorias.
    En mi boca de ayes.
    Mi labio amén de vez repercute golpeando lo indecible

    Ésta acendrada concentración del alma,
    ¿En qué cúmulo no obstante de la esfera que me oculta?
    Hoy mi sentencia, a toda prueba.
    De un paso mío al consiguiente, ¿Qué distancia de resuelve?
    Tu propia luz endurecida,
    Como aquella, a expensas de la nada, claridad conjunta de los universos astros.

    Todo vuelo se desprende de tus ansias;
    Tanto así mi faz en los recónditos espejos que la nombran.
    La reverberación así del sexo
    En la extensión de su cabida,
    Como el clamor de los metales
    Bajo el lampo de tus cruentas auroras boreales.

    Ni vectores, ni herramientas de otra fuerza.
    Gota a gota la fría lámpara
    Sobre mi sien persiste.
    ¡Tus miradas desgreñadas!, ya sus íntimos cristales de violencia me golpean
    A merced de tu estatura.
    Vertientes todas de mi lecho.
    El deseado cuerpo a su poder de luz se entrega,
    A sus mejores aguas.
    Tal es mi consumo,
    De transparencias tuyas y señales en el retiro incalculable de los astros.
    Allá en demora, Amada mía,
    Por cuentas y sabores de tu amor que concertar.
    Y los terrestres años se deciden, en trances de mi prenda,
    Hacia el extremo vértice de profundidad apetecido.


    _________________



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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