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por Ignacio Bellido Mar 15 Dic 2009, 19:45Tendría que doblar los precipicios.
Saber si el tú es un yo.
Obligar a las aguas a que no hablen de unidad
Conservar los imperios que se han atrevido a aceptar nuestras doctrinas
Y conducir al río sobre los muros que delimitan la entrega.
Estos son los pensamientos de mañana y sobre ellos dibujo una cruz de infinitos brazos para que se comprenda que puede ser infinito el numero de redentores.
He aquí mi sangre, pero no como entrega de sacrificio sino como muestra de las limitaciones a las que nos obliga la palabra y el arroyo que ha volcado sus aguas en los albañales del deseo promiscuo.
Hoy tú y yo querido amigo, hemos comprendido la leyenda de la veracidad que se esconde en los párrafos inconclusos;
por lo tanto hemos de completarlos con un movimiento incorpóreo para que puedan ser aceptados
Por esa multitud que continua remando al ritmo de sus dueños
En esa galera de burla, sobre una marejada de penitencia
Sobre los cuerpos de sus hijos
Sobre la melodía inconstante
Y sobre si mismos, abriendo el definitivo surco de la entrega.
¿Cómo podremos evitarlo?
No he de señalaros mi escepticismo
Pero esto no me paraliza, puesto que mis dudas pertenecen a los baptisterios
Y allí deje mis aguas para seguir en el camino de los surcos,
que ha sido elevados a sentimiento entre las hojas,
sobre la entrega del árbol
En el precipicio de las ideas
Sobre la magnitud de un movimiento de labios
Y sobre el calor de los cachorros que nacen sus horas en la roca
En su melodía de silencio
Observando a la madre
Que porta su entrega entre los mismos labios que se unen, en un siempre
En un siempre de claraboyas y colores, que no pertenecen a la densidad que habitamos
Tan sólo ocupan otro núcleo de doctrinas
Y no quieren más sabiduría que el calor de sus cuerpos.
Hoy permanezco de rodillas ante esta imagen de los siglos.
Saber si el tú es un yo.
Obligar a las aguas a que no hablen de unidad
Conservar los imperios que se han atrevido a aceptar nuestras doctrinas
Y conducir al río sobre los muros que delimitan la entrega.
Estos son los pensamientos de mañana y sobre ellos dibujo una cruz de infinitos brazos para que se comprenda que puede ser infinito el numero de redentores.
He aquí mi sangre, pero no como entrega de sacrificio sino como muestra de las limitaciones a las que nos obliga la palabra y el arroyo que ha volcado sus aguas en los albañales del deseo promiscuo.
Hoy tú y yo querido amigo, hemos comprendido la leyenda de la veracidad que se esconde en los párrafos inconclusos;
por lo tanto hemos de completarlos con un movimiento incorpóreo para que puedan ser aceptados
Por esa multitud que continua remando al ritmo de sus dueños
En esa galera de burla, sobre una marejada de penitencia
Sobre los cuerpos de sus hijos
Sobre la melodía inconstante
Y sobre si mismos, abriendo el definitivo surco de la entrega.
¿Cómo podremos evitarlo?
No he de señalaros mi escepticismo
Pero esto no me paraliza, puesto que mis dudas pertenecen a los baptisterios
Y allí deje mis aguas para seguir en el camino de los surcos,
que ha sido elevados a sentimiento entre las hojas,
sobre la entrega del árbol
En el precipicio de las ideas
Sobre la magnitud de un movimiento de labios
Y sobre el calor de los cachorros que nacen sus horas en la roca
En su melodía de silencio
Observando a la madre
Que porta su entrega entre los mismos labios que se unen, en un siempre
En un siempre de claraboyas y colores, que no pertenecen a la densidad que habitamos
Tan sólo ocupan otro núcleo de doctrinas
Y no quieren más sabiduría que el calor de sus cuerpos.
Hoy permanezco de rodillas ante esta imagen de los siglos.
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