CORAZON MANCHADO
Patricio, cotidianamente asiste a la biblioteca central de la ciudad, que está situada en donde convergen cinco calles. Generalmente por las tardes, espera afuera que den las cuatro, y en cuanto abren, de inmediato entra directo a la salita de espera; se arrellana en una de las butacas viejas y gastadas, pero aún cómodas. En la mesita de centro se encuentran esparcidos los principales diarios, y una que otra revista deshojada de tan leída. Patricio se dispone a leer algún periódico, pero más que enterarse de las noticias, lo que él busca es el bullicio de la gente, o sencillamente compañía.
Cuando se aburre en la biblioteca, se va a la central de autobuses o al zócalo. En la central sueña despierto que viaja con cada pasajero, a diferentes destinos, y en el zócalo toma asiento cerca de la fuente, porque ahí revolotean y alborotan los pichones. A veces les lleva palomitas de maíz o les arroja granos de arroz. Así se siente feliz espanta su soledad.
De tanto ir a la biblioteca, está enterado del teje y maneje interno, y hasta de algún chismecito. Conoce superficialmente a la mayoría, y ha trabado amistad con varios de los asiduos asistentes.
Entre los variados programas de ese centro cultural, se abrió un taller literario, dirigido por una joven egresada de la Facultad de Letras. Patricio fue el primero que se inscribió. Después, algunos estudiantes, la esposa de un conocido acuarelista, la viuda de un médico, y dos o tres más, con el mismo gusto por las letras.
Todo empezó perfectamente; pero el taller que había sido planeado para desarrollarse en tres meses, se fue prolongando, hasta que Patricio se empezó a sentir enfermo y como muy obligado a escribir sin descanso, hasta que ya no soportó más.
Sumamente enfadado se dirigió a las oficinas de Averiguaciones Previas, con la intención de poner una demanda.
Eran exactamente las nueve de la noche: lo anunciaban así las campanas del templo cercano.
Se paró, visiblemente fatigado, frente al escritorio indicado por el guardia.
El individuo que atendía, preguntó, deshumanizado:
-¿Qué se le ofrece?
-Vengo a exponer una denuncia-acotó.
-Muy bien; tome asiento mientras hago venir al secretario.
El empleado se levantó parsimonioso, llegó hasta la puerta, y asomándose, chifló como arriero.
Como a los diez minutos se hizo presente el mecanógrafo.
-Bueno, ¿contra quién es la demanda?
-Contra la biblioteca de la ciudad, con quien corresponda, pero apresúrese ¿no ve que se me está escapando la vida?
El secretario tecleaba en la máquina como un autómata, sin mirar siquiera al pobre hombre, cuya respiración se hacia cada vez más angustiosa.
-Diga usted de qué los acusa
-Como podrán observar, traigo el corazón manchado.
Efectivamente, en su camisa blanca aparecía un corazón pintado, e inmediatamente se notaba que era tinta la que escurría de él.
-Me parece- dijo el interlocutor- que eso no es un delito.
-Cómo de que no; hace ya largo tiempo que asisto a dicho centro cultural, y he sido sometido a una serie de presiones, solamente porque me gusta escribir. Me obligan a ello, tanto, que ya brota tinta hasta de mi frente. La mencionada tinta penetra por los poros de la yema de mis dedos, y lentamente ha ido sustituyendo a mi sangre. Es tanta ya, que mi corazón la está derramando, y es por esa razón que lo traigo manchado. Pero no es todo, como bien se ve, mi sudor ya no es el mismo; también se hay vuelto azul. Tal crimen lo deben pagar.
Los dos empleados estaban asombrados; en su largo tiempo allí, jamás se habían topado con otro caso igual. Querían permanecer serios ante lo cómico de la situación. Se miraban uno al otro, aguantándose la risa.
En ese momento el hombre se empezó a poner azul, y con los signos vitales por los suelos, se fue deslizando de la silla hasta caer al piso.
Cuando reaccionaron los empleados, y corrieron a levantarlo, se dieron cuenta que Patricio estaba muerto, y que en sus pálidas mejillas aparecían estáticas dos lágrimas……..de tinta.
Del libro: “¿Fantasmas? ¡Puros cuentos!
Patricio, cotidianamente asiste a la biblioteca central de la ciudad, que está situada en donde convergen cinco calles. Generalmente por las tardes, espera afuera que den las cuatro, y en cuanto abren, de inmediato entra directo a la salita de espera; se arrellana en una de las butacas viejas y gastadas, pero aún cómodas. En la mesita de centro se encuentran esparcidos los principales diarios, y una que otra revista deshojada de tan leída. Patricio se dispone a leer algún periódico, pero más que enterarse de las noticias, lo que él busca es el bullicio de la gente, o sencillamente compañía.
Cuando se aburre en la biblioteca, se va a la central de autobuses o al zócalo. En la central sueña despierto que viaja con cada pasajero, a diferentes destinos, y en el zócalo toma asiento cerca de la fuente, porque ahí revolotean y alborotan los pichones. A veces les lleva palomitas de maíz o les arroja granos de arroz. Así se siente feliz espanta su soledad.
De tanto ir a la biblioteca, está enterado del teje y maneje interno, y hasta de algún chismecito. Conoce superficialmente a la mayoría, y ha trabado amistad con varios de los asiduos asistentes.
Entre los variados programas de ese centro cultural, se abrió un taller literario, dirigido por una joven egresada de la Facultad de Letras. Patricio fue el primero que se inscribió. Después, algunos estudiantes, la esposa de un conocido acuarelista, la viuda de un médico, y dos o tres más, con el mismo gusto por las letras.
Todo empezó perfectamente; pero el taller que había sido planeado para desarrollarse en tres meses, se fue prolongando, hasta que Patricio se empezó a sentir enfermo y como muy obligado a escribir sin descanso, hasta que ya no soportó más.
Sumamente enfadado se dirigió a las oficinas de Averiguaciones Previas, con la intención de poner una demanda.
Eran exactamente las nueve de la noche: lo anunciaban así las campanas del templo cercano.
Se paró, visiblemente fatigado, frente al escritorio indicado por el guardia.
El individuo que atendía, preguntó, deshumanizado:
-¿Qué se le ofrece?
-Vengo a exponer una denuncia-acotó.
-Muy bien; tome asiento mientras hago venir al secretario.
El empleado se levantó parsimonioso, llegó hasta la puerta, y asomándose, chifló como arriero.
Como a los diez minutos se hizo presente el mecanógrafo.
-Bueno, ¿contra quién es la demanda?
-Contra la biblioteca de la ciudad, con quien corresponda, pero apresúrese ¿no ve que se me está escapando la vida?
El secretario tecleaba en la máquina como un autómata, sin mirar siquiera al pobre hombre, cuya respiración se hacia cada vez más angustiosa.
-Diga usted de qué los acusa
-Como podrán observar, traigo el corazón manchado.
Efectivamente, en su camisa blanca aparecía un corazón pintado, e inmediatamente se notaba que era tinta la que escurría de él.
-Me parece- dijo el interlocutor- que eso no es un delito.
-Cómo de que no; hace ya largo tiempo que asisto a dicho centro cultural, y he sido sometido a una serie de presiones, solamente porque me gusta escribir. Me obligan a ello, tanto, que ya brota tinta hasta de mi frente. La mencionada tinta penetra por los poros de la yema de mis dedos, y lentamente ha ido sustituyendo a mi sangre. Es tanta ya, que mi corazón la está derramando, y es por esa razón que lo traigo manchado. Pero no es todo, como bien se ve, mi sudor ya no es el mismo; también se hay vuelto azul. Tal crimen lo deben pagar.
Los dos empleados estaban asombrados; en su largo tiempo allí, jamás se habían topado con otro caso igual. Querían permanecer serios ante lo cómico de la situación. Se miraban uno al otro, aguantándose la risa.
En ese momento el hombre se empezó a poner azul, y con los signos vitales por los suelos, se fue deslizando de la silla hasta caer al piso.
Cuando reaccionaron los empleados, y corrieron a levantarlo, se dieron cuenta que Patricio estaba muerto, y que en sus pálidas mejillas aparecían estáticas dos lágrimas……..de tinta.
Del libro: “¿Fantasmas? ¡Puros cuentos!
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