Recibí una invitación a dejar una publicación en el foro sobre nuestro inmortal Miguel
Hernández.
Agradeciendo tal convite, vengo a dejar un pequeño escrito, con un relato corto y verídico. Una pequeña historia más. Una de tantas.
Gracias por la invitación.
Sueños de Libertad
a la memoria de Miguel
HernándezMientras en el patio trasero de la casa de Lucía quemaban los libros que minutos antes habían barrido de su biblioteca, a mil kilómetros de distancia intentaban barrer con los ideales de José Manuel. Tiempos de oscuridad y quebrantos, de miedos y escarnios.
Los inviernos son fríos en el sur y más aún tras los húmedos muros de las cárceles donde intentaban dominar el pensamiento y borrar a fuerza de odios la palabra. Mas la palabra siempre triunfará sobre los odios, las cárceles y las humanas miserias.
Algo así como cuarenta años atrás, en otra ignominiosa prisión, a doce mil kilómetros, Miguel purgaba la culpa de ser patriota, de defender sus ideales, de luchar a punta de pluma. De sentir como se le escapaba la esperanza… la vida.
Lucía expiaba culpas que no tenía. José leía para no perder la cordura, así como Miguel antes, había escrito.
José es trasladado cuando descubren que su relación con el bibliotecario del penal le permite leer no solamente libros sino que tenía, esporádicamente, revistas a su alcance. En el nuevo destino estaría aún más desterrado. Solo. Sin libros. Ni revistas. Ni nada…. Paredes mugrosas, retretes indignos, muerte sin nombre. Cuando por la mañana una escasísima luz penetraba y un sector de la pared era iluminado, José leyó…
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
Cuando leyó recordó y cuando recordó lloró. Pero fueron esos versos los que le dieron fuerza, los memorizó y repitió día tras día, noche tras noche…
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
La sangre seguía corriendo por las calles de país, como regaran ayer las calles de la tierra de Miguel. Miguel dejó sus padres, dejó su mujer, perdió sus hijos. José dejó sus padres, perdió su mujer, perdieron a sus hijos.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
…………………..
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Lucía recitaba a oscuras en la noche los versos que le convirtieran en cenizas aquel día . Ignoraban los cobardes, que la letra puede quemarse, pero ese mismo fuego la graba para siempre en el corazón de las personas. Cuando terminaba de estudiar, a oscuras y en silencio recitaba, como en una letanía
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Los huesos, el cuerpo, los pulmones de Miguel no soportarían por mucho tiempo la tortura de la desolación, el olvido y el hambre. Escribía en cualquier papel que pudiera tener a su alcance…
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Más acá en el tiempo, José comenzaría a escribir y en cada letra recordaba la sangre de aquel alicantino que lo ayudaba, desde el otro lado de la historia. Sin banderías y sin religiones. La voz de Miguel retumbaba en los oídos de José.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Lucía egresaría de la escuela secundaria y no le permitirían acceder a la universidad. Su dolor se transformó en letras… en letras y en poesía. Escribió y declamó, a solas y en guitarreadas. Llevando en su corazón un estandarte
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Pasarían varios años, décadas? Hasta que José y Lucía se encontraron por azar en la vida. Una librería, un libro en común, dos manos en un estante, una poesía…
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
Escríbeme siempre; se repetían, noche a noche en derroche de fantasía. Escríbeme siempre; nunca me olvides. Miguel es nuestro padre: nunca lo olvides.
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