Tacer non posso, et temo non adopre
contrario effecto la mia lingua al core,
che vorria far honore
a la sua donna, che dal ciel n’ascolta.
Come poss’io, se non m’insegni, Amore,
con parole mortali aguagliar l’opre
divine, et quel che copre
alta humiltate, in se stessa raccolta?
Ne la bella pregione, onde or è sciolta,
poco era stato anchor l’alma gentile,
al tempo che di lei prima m’accorsi:
onde súbito corsi,
ch’era de l’anno et di mi’ etate aprile,
a coglier fiori in quei prati d’intorno,
sperando a li occhi suoi piacer sí addorno.
Muri eran d’alabastro, e ’l tetto d’oro,
d’avorio uscio, et fenestre di zaffiro,
onde ’l primo sospiro
mi giunse al cor, et giugnerà l’extremo:
Inde i messi d’Amor armati usciro
di saette et di foco, ond’io di loro,
coronati d’alloro,
pur come or fusse, ripensando tremo.
D’un bel diamante quadro, et mai non scemo,
vi si vedea nel mezzo un seggio altero
ove, sola, sedea, la bella donna:
dinanzi, una colonna
cristallina, et iv’entro ogni pensero
scritto, et for tralucea sí chiaramente,
che mi fea lieto, et sospirar sovente.
A le pungenti, ardenti et lucide arme,
a la vittorïosa insegna verde,
contra cui in campo perde
Giove et Apollo et Poliphemo et Marte,
ov’è ’l pianto ognor fresco, et si rinverde,
giunto mi vidi: et non possendo aitarme,
preso lassai menarme
ond’or non so d’uscir la via né l’arte.
Ma sí com’uom talor che piange, et parte
vede cosa che li occhi e ’l cor alletta,
cosí colei per ch’io son in pregione,
standosi ad un balcone,
che fu sola a’ suoi dí cosa perfetta,
cominciai a mirar con tal desio
che me stesso e ’l mio mal posi in oblio.
I’ era in terra, e ’l cor in paradiso,
dolcemente oblïando ogni altra cura,
et mia viva figura
far sentia un marmo e ’mpiér di meraviglia,
quando una donna assai pronta et secura,
di tempo anticha, et giovene del viso,
vedendomi sí fiso
a l’atto de la fronte et de le ciglia:
"Meco - mi disse -, meco ti consiglia,
ch’i’ son d’altro poder che tu non credi;
et so far lieti et tristi in un momento,
piú leggiera che ’l vento,
et reggo et volvo quando al mondo vedi.
Tien’ pur li occhi come aquila in quel sole:
parte da’ orecchi a queste mie parole.
Il dí che costei nacque, eran le stelle
che producon fra voi felici effecti
in luoghi alti et electi,
l’una ver’ l’altra con amor converse:
Venere e ’l padre con benigni aspecti
tenean le parti signorili et belle,
et le luci impie et felle
quasi in tutto del ciel eran disperse.
Il sol mai sí bel giorno non aperse:
l’aere et la terra s’allegrava, et l’acque
per lo mar avean pace et per li fiumi.
Fra tanti amici lumi,
una nube lontana mi dispiacque:
la qual temo che ’n pianto si resolve,
se Pietate altramente il ciel non volve.
Com’ella venne in questo viver basso,
ch’a dir il ver non fu degno d’averla,
cosa nova a vederla,
già santissima et dolce anchor acerba,
parea chiusa in òr fin candida perla;
et or carpone, or con tremante passo,
legno, acqua, terra, o sasso
verde facea, chiara, soave, et l’erba
con le palme o co i pie’ fresca et superba,
et fiorir co i belli occhi le campagne,
et acquetar i vènti et le tempeste
con voci anchor non preste,
di lingua che dal latte si scompagne:
chiaro mostrando al mondo sordo et cieco
quanto lume del ciel fusse già seco.
Poi che crescendo in tempo et in virtute,
giunse a la terza sua fiorita etate,
leggiadria né beltate
tanta non vide ’l sol, credo, già mai:
li occhi pien’ di letitia et d’onestate,
e ’l parlar di dolcezza et di salute.
Tutte lingue son mute,
a dir di lei quel che tu sol ne sai.
Sí chiaro à ’l volto di celesti rai,
che vostra vista in lui non pò fermarse;
et da quel suo bel carcere terreno
di tal foco ài ’l cor pieno,
ch’altro piú dolcemente mai non arse:
ma parmi che sua súbita partita
tosto ti fia cagion d’amara vita".
Detto questo, a la sua volubil rota
si volse, in ch’ella fila il nostro stame,
trista et certa indivina de’ miei danni:
ché, dopo non molt’anni,
quella per ch’io ò di morir tal fame,
canzon mia, spense Morte acerba et rea,
che piú bel corpo occider non potea.
********************
Callar no puedo, y temo que ahora cante
contraria al corazón la lengua mía
que hacer honor querría
a su señora que en el cielo atiende.
¿Come podré pintar, si Amor no guía,
con voz obra divina semejante,
si soy mortal amante,
y dentro de sí ella tal aprehende?
En la bella prisión, que ya no esplende,
poco llevaba el alma retenida,
cuando fue el tiempo en que la vi primero;
y así corrí ligero
(que era el abril del año y de mi vida)
a recoger las flores que allí hubiese,
pensando que a sus ojos tal pluguiese.
El muro era alabastro, oro el tejado,
marfil puerta, y ventana era zafiro,
por que el primer suspiro
me entró en el pecho, como hará el postrero.
De allí salió de Amor certero tiro
de flecha y fuego; por que aún cuitado,
de laurel coronado,
tiemblo, como si fuese ahora, y me altero.
Como un diamante firme, siempre entero,
se veía en mitad soberbio asiento,
donde era mi señora peregrina;
ante una cristalina
columna que mostraba el pensamiento
dentro escrito y que tal lo traslucía,
que a un tiempo alegre y triste me volvía.
Vine ante al arco hiriente a tropezarme,
ante aquel victorïoso pendón verde
contra el que en campo pierde
Jove y Apolo y Polifemo y Marte,
donde es el llanto siempre fresco y verde,
y, no pudiendo entonces ampararme,
preso dejé llevarme
donde no sé para salir el arte.
Mas como aquel, que cuando llora y parte,
ve cosa que alma y ojos acapara,
así a ella, por quien soy yo prisionero,
sobre un balcón frontero,
que fue en sus días cosa única y rara,
vi mirar con afán tan encendido,
que a mí mismo y mi mal puse en olvido.
En tierra yo, y al cielo el pecho puesto,
dulcemente olvidado de otra cura,
mi animada figura
sentía hacerse mármol de perpleja,
cuando presta mujer, de sí segura,
vieja en la edad y joven en el gesto,
viéndome atenta en esto,
con gesto de la frente y de la ceja
me dijo: «Que te dé consejo deja,
que tengo más poder del que tú crees;
y a un punto sé dar pena y dar contento,
más ligera que el viento,
y rijo y muevo cuanto al mundo vees.
Ten a aquel sol como águila la vista;
la oreja ten a mis palabras lista.
»El día que nació, las dos estrellas
que inducen más feliz y buen efecto,
en su alto trayecto,
convergieron en plácida armonía;
Venus y Jove con benigno aspecto
ocupaban las regiones más bellas;
y las fieras centellas
de sí el cielo desterrado había.
Jamás el sol os dio más bello día;
todo el aire y la tierra se alegraba,
llevaba el agua paz desde las cumbres.
Entre propicias lumbres
sólo lejana nube disgustaba;
la cual temo que en llanto se resuelva,
si no es que la piedad el cielo vuelva.
»Cuando ella vino hasta esta baja tierra,
que no fue digna nunca de tenerla,
novedad era verla,
ya santísima y dulce, aunque aún acerba,
engaste de oro fino en blanca perla;
y a gatas o con torpe pie que aún yerra
leño, agua, piedra o tierra
hacía verde, clara o suave, y hierba
con las palmas y pies fresca reserva;
y florecer sus ojos las arenas,
y sosegar el viento y el torrente
su voz aún balbuciente,
con lengua que la leche dejó apenas;
mostrando al mundo sordo y ciego en claro
de cuánta luz del cielo era ella faro.
»Después que, de virtud y edad madura,
llegó a la mocedad que flores presta,
tanta belleza apuesta
jamás vio el corazón como en aquella:
los ojos llenos de alegría honesta
y el habla de consuelo y de dulzura.
Que no hay lengua que augura
cuanto tú sólo conociste de ella.
Tanta luz celestial su faz destella,
que ciega vista que la vio de frente;
y aquella su prisión bella terrena
de tal fuego te llena
que nunca ardió otro tal más dulcemente.
Mas creo que su súbita partida
causa te sea al fin de amarga vida.»
Dicho lo cual, a su voluble rueda
volvió, donde ella hila nuestro estambre,
triste y cierta adivina de mis daños;
pues, tras no muchos años,
esa, por quien del fin hoy tengo hambre,
mató acerba la Muerte, canción mía,
que acabar más belleza no podía.
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