u vida fue una bandera con sed de lejanías. Pero el mástil, bien sujeto, le impidió volar cuanto hubiera querido. Nació Juana Fernández Morales, pero se conoce por el apellido de su esposo, el militar Lucas de Ibarborou. Hija de un muiñeiro de Lourenzá, era gallega por origen y elección. Nunca visitó Galicia. No fue feliz. Sufrió violencia doméstica y se hizo adicta a la morfina. Fue transgresora, hermosa, pionera. Está en la historia del Uruguay y de América. Tambien en la poesía y en la Biblioteca de Lourenzá, que lleva su nombre.
«Nunca conocí fiesta mayor que cuando mi padre recitaba, bajo el rico dosel del emparrado, versos de Rosalía. De ahí mi vocación». Eso dijo al ingresar en la Academia de las Letras Uruguayas. Nació en Melo (Uruguay) el 8 de marzo de 1892, siete años después de morir Rosalía. Y allí vivió hasta los 18: «Fue mi paraíso al que no quise volver nunca para no perderlo, pues no hay cielo que se recupere ni edén que se repita», escribió.
Su padre la educó en el amor a Galicia y a la naturaleza, el vínculo telúrico con la tierra, el origen mismo de la morriña. A los 8 años ya escribía versos y a los 20 se casó con el capitán vasco-francés Lucas de Ibarborou con el que tuvo un hijo, Julio César. Se instalaron en Montevideo en 1917 y el éxito le llegó con los primeros libros Las lenguas del diamante, El cántaro fresco o Raíz salvaje.
Maltratada
Y fue entonces, al recibir honores del Estado y elogios de sus coetáneos, cuando empezó su doble vida: en la calle era una gloria y en su casa una mujer maltratada. Su marido murió en 1942 y sólo entonces caminó sin muleta y sin permisos: en 1947 fue miembro de la Academia Uruguaya, en 1950 presidenta de la Sociedad Uruguaya de Escritores, en 1953 nombrada Mujer de las Américas por la Unión de Mujeres Americanas en Nueva York y en 1959 Premio Nacional de Literatura.
No fue feminista. Pero su actitud, sí. Tras enviudar, mantuvo una relación con un médico 22 años más joven: ella tenía 60. Y escribió: «Tómame ahora que aún es temprano/ y que tengo rica de nardos la mano!/ Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca/ y se vuelva mustia la corola fresca. / Hoy, y no mañana. ¡Oh amante! / ¿no ves que la enredadera crecerá ciprés?».
Su transgresión sorprendió. Ninguna mujer había escrito sobre el amor con la libertad con que ella lo hizo. El escritor Jorge Arbeleche dice que fue la primera en nombrar todos sus elementos eróticos. Tenía voz propia, personal. Y su literatura se universalizó. En 1934 participó en un legendario encuentro en Montevideo con las tres grandes poetas de América: Gabriela Mistral, la única latina Premio Nobel; Alfonsina Storni, la defensora de los derechos de la mujer; y ella, pionera al tratar el erotismo y al retratar, con sarcasmo e ironía, del papel de la mujer en su tiempo…
Una intensa y profunda relación con Galicia y los gallegos
«Galicia, patria de mi padre, luminosa y grande,/ ¡Qué profundamente te quiero también! / Me crié soñando con tu maravilla,/ No quiero morirme sin verte una vez./ Cuando a tí yo llegue, has de conocerme/ Por el gozo trémulo, por la palidez,/ Por la emoción honda de risa y de llanto,/ Por el verso puro que te llevaré./ Con el niño mío, que también te ama, /¡Oh Galicia mía, hemos de traer,/ A la tierra india que amparó a mi padre/ Algo de tu hechizo y tu placidez».
Ese hermoso poema lo envió Juana en 1963, grabado con su voz, a Lourenzá. El 8 de junio de aquel año su orgullo gallego recibió un homenaje que la emocionó toda la vida: siendo alcalde Eladio Díaz, el concello inauguró la Biblioteca Pública Vicente y Juana Fernández de Ibarborou.
El reconocimiento hacia su persona reforzó su identidad dual y fue un motivo de íntima y profunda satisfacción. Así lo dijo ella en sus Palabras para mis amigos de Galicia también ocasionadas por el bautismo de la biblioteca y publicadas por Dionisio Gamallo Fierros _con quien mantuvo correspondencia_ en un periódico de Ribadeo aquel año: «y gallega soy hasta la sangre, tanto como oriental, tanto como criolla».
Rosalía de Castro
Su galleguidad se manifestó en su idolatría hacia Rosalía de Castro con quien, entre otras cosas, compartió vena poética de similar temática intimista y melancólica. Defendió el gallego y a lo largo de su vida tuvo una intensa relación con personalidades gallegas como Salvador de Madariaga, Gamallo, Julio Prieto Nespereira o con escritores como Julio Casal o Julio Siguenza a quién prologó su Cantigas e verbas ao ar.
La hija del muiñeiro de Lourenzá que llegó a ser Juana de América, murió un 15 de julio del año 1979 y fue enterrada, con honores de Ministro de Estado, en el panteón familiar del cementerio de Buceo, situado en Montevideo. El azar, que otros llaman destino, quiso que fuera el mismo día en que murió Rosalía de Castro, su amiga soñada…
El padre de Juana, Vicente Fernández Rodríguez, nació el 5 de agosto de 1853 en A Tilleira, Vilanova de Lourenzá. Era hijo de Benito Fernández Maseda y de Gertrudis Rodríguez Rodríguez que trabajaban en el Muiño dos Frades, cerca del convento benedictino del que dependía. Ahí pasó sus primeros años Vicente que emigró como polizón muy joven al Uruguay cuando la mayoría de los emigrantes se dirigían a Cuba y Argentina.
Se radicó en Melo donde fue vendedor ambulante. En una de las estancias que visitaba conoció a la que sería su esposa, Valentina del Pilar. Se casó con ella y trabajó un tiempo las tierras que ella heredara. Despues se hizo jardinero municipal y mantuvo amistad con Aparicio Saravia, un caudillo blanco del que su hija Juana fue ahijada. Con él participó en alguna de las guerras orientales del siglo XIX.
A los pocos años, Vicente abandonó a su primera mujer y a las dos hijas que había tenido con ella y estableció una nueva relación con una lavandera, Carmen Maceda, esposa de un sacristán de la localidad, con la que tuvo dos hijos, Agustín y Eustaquio. Los dio a criar a dos familias diferentes y eso no fue bien visto por sus convecinos.
Vicente Fernández, que murió en Montevideo en 1932, se casó por segunda vez en 1880 con Valentina Morales Sánchez, una mujer de cierta alcurnia descendiente de una familia de emigrantes canarios relacionada con caudillos y líderes del Partido Blanco. De este matrimonio nacieron dos hijas, Basilisa y Juana Fernández Morales, la inmortal Juana de Ibarborou cuya vida y obra fue estudiada por Carlos Zubillaga, Gustavo San Román, Armando Olveira, Diego Fischer y otros.
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