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La Colonia de Seira, enclavado en la vertiente de una montaña que desciende hasta el cauce del río Esera, para construirla hubo que escalonar la ladera, formando cuatro mesetas. En la tercera de las cuales, por donde pasa la carretera y lindante con ella, construyeron una edificación que alberga la Biblioteca, Correos, Oficinas municipales, Fábrica de gaseosas y el enfáticamente denominado Casino, bautizado con el rimbombante nombre de Centro Instructivo y Recreativo, provisto de escenario y una pianola. En mi niñez servía los domingos como sala de cine en que se proyectaban películas mudas, y que eran amenizadas con la música de la pianola, entre cuyas piezas destacaba ‘La Santa Espina’, ‘La Gran Polonesa’ y ‘Valses’, estas dos últimas de Chopín, que al escucharlas ahora me hacen vibrar con una emoción incontenible, transportándome a un mundo cargado de añoranzas.
Traigo a colación ese edificio, por estar el mismo ligado a parte de los recuerdos de mi infancia relacionados con mi hermana. Destaca entre ellos, en primer lugar, las fiestas de Seira celebrando la festividad de la Virgen del Carmen, patrona de la Colonia, durante los días 14 a 17 de julio de 1925.
En aquellos años las fiestas de los pueblos, tanto las de Seira como las de los lugares vecinos, revestían gran importancia, porque en ellas se trababa relación con personajes relevantes para nuestra apreciación infantil, a los cuales se les solía invitar a comer a casa, y también por el número de forasteros que acudían de todas partes que cambiaban la faz del pueblo dándole vida y alegría, y, de modo primordial, porque el pueblo se engalanaba con gallardetes y arcos triunfales compuestos con ramas de boj, que los de la ribera del Esera llamábamos buixos
Las fiestas de Seira destacaban sobre todas las demás. Tal vez influyese que el personal de la Colonia procedía la mayor parte de Barcelona, que le daba un carácter más cosmopolita, y, también, porque solía haber atracción de variedades, espectáculo que difícilmente se alcanzaba en aquella lejana e inhóspita región pirenaica donde los crudos fríos hacía que no se reconociera más estación climatológica que la del Invierno. Por eso, en la comarca, Seira gozaba de las fiestas con más predicamento y hasta más nutrida concurrencia de forasteros que en el resto de pueblos vecinos.
Ese año de 1925 tuvo además una destacada importancia, porque el l7 de julio, último día de festejos, se procedió a la inauguración de la Biblioteca, que formaba parte del Casino, acto que se celebró en el teatro del Centro Instructivo y Recreativo. El escenario lo ocupaban, junto con el Presidente del Centro don José Masons, (padre del célebre médico José María Masons Esplugas que inventó el ‘Plasma Masons’), personalidades de gran nombradía, como el canónigo de Lléida, don Juan Ayneto, y el escritor y entonces delegado regio provincial de Bellas Artes don Ricardo del Arco.
Sentado frente al escenario se agrupaba todo el pueblo de Seira e infinidad de forasteros que llenaban por completo el local. Nuestra familia ocupaba los asientos de primera fila. María estaba entre las personalidades del escenario.
Abrió el acto el Presidente del Centro, que presentó al señor del Arco, el cual pronunció una magnífica conferencia sobre el significado y alcance de las bibliotecas populares, procediendo, antes de acabar su parlamento, a presentar con gran encomio al siguiente conferenciante, que no era otro, ni más ni menos, que mi hermana María. El ramalazo de emoción que sacudió a los que nos sentábamos en la primera fila fue extraordinario. En cuanto empezó a hablar María, el tío Joaquín, un hombretón alto y recio, que se sentaba a mi lado, empezó a llorar e hipar como un niño. Con once años que en aquél entonces contaba yo, la impresión que ese llanto me produjo fue inenarrable, y aún ahora lo recuerdo con un realismo impresionante, pues era la primera vez que veía llorar a una persona mayor y se me había imbuido la idea de que los hombres no lloraban. Pero no fue él sólo el que tuvo que llevarse el pañuelo a los ojos, muchos más de los asistentes fuimos presa de esa emoción. El diario de la mañana ‘LA TIERRA’ de Huesca, del 30 de julio de 1925, se hace eco del acontecimiento, en los siguientes términos:
‘A continuación, la señorita María Félix, alumna de la Facultad de Ciencias de Barcelona, donde descuellan sus extraordinarias aptitudes, hizo una breve pero magnífica disertación acerca de la biblioteca ideal para la mujer y de la educación femenina, que fue colmada de aplausos. La señorita Félix, que se reveló como oradora de empuje, sutil y persuasiva, es hija del digno jefe de la Colonia de Seira don Ramón Félix.”
Lo cierto es que María estudiaba en la Facultad de Ciencias, no para seguir por ese campo de las ciencias, sino porque la carrera de medicina que inició precisaba de esos estudios para poder superar el examen preparatorio. Los móviles que le indujeron a decantarse por la medicina, los ignoro, aunque bien pudiera ser la admiración con que mi padre hablaba de las doctoras Cuadras Bordas y del doctor Raventós, o tal vez influyese el médico que asistía al personal de la Colonia, doctor Falcó, que residía en Campo, pueblo que dista sólo doce kilómetros de Seira, y cuyos hijos nos frecuentábamos con mucha asiduidad, uno de los cuales se graduó de Dentista, estableciéndose en la calle Alfonso, de Zaragoza.. Lo que sí recuerdo es el motivo por el cual María se apartó de la medicina. Fue por causa de las bromas pesadas que se gastaban los galenos en ciernes, desde poner la mano de un muerto en el bolso de una estudiante, o sustituir el manjar del bocadillo con un riñón u otra víscera de uno de los cadáveres diseccionados. No recuerdo si a María la embromaron con alguna de estas macabras ocurrencias, pero de lo que no me cabe duda es que esas y otras bromas por el estilo fueron la causa de que abandonase los estudios de medicina, y se decidiese por la carrera de Ciencias Químicas, que cursó en la Facultad de Zaragoza, acabándola en el año 1929.
Traigo a colación ese edificio, por estar el mismo ligado a parte de los recuerdos de mi infancia relacionados con mi hermana. Destaca entre ellos, en primer lugar, las fiestas de Seira celebrando la festividad de la Virgen del Carmen, patrona de la Colonia, durante los días 14 a 17 de julio de 1925.
En aquellos años las fiestas de los pueblos, tanto las de Seira como las de los lugares vecinos, revestían gran importancia, porque en ellas se trababa relación con personajes relevantes para nuestra apreciación infantil, a los cuales se les solía invitar a comer a casa, y también por el número de forasteros que acudían de todas partes que cambiaban la faz del pueblo dándole vida y alegría, y, de modo primordial, porque el pueblo se engalanaba con gallardetes y arcos triunfales compuestos con ramas de boj, que los de la ribera del Esera llamábamos buixos
Las fiestas de Seira destacaban sobre todas las demás. Tal vez influyese que el personal de la Colonia procedía la mayor parte de Barcelona, que le daba un carácter más cosmopolita, y, también, porque solía haber atracción de variedades, espectáculo que difícilmente se alcanzaba en aquella lejana e inhóspita región pirenaica donde los crudos fríos hacía que no se reconociera más estación climatológica que la del Invierno. Por eso, en la comarca, Seira gozaba de las fiestas con más predicamento y hasta más nutrida concurrencia de forasteros que en el resto de pueblos vecinos.
Ese año de 1925 tuvo además una destacada importancia, porque el l7 de julio, último día de festejos, se procedió a la inauguración de la Biblioteca, que formaba parte del Casino, acto que se celebró en el teatro del Centro Instructivo y Recreativo. El escenario lo ocupaban, junto con el Presidente del Centro don José Masons, (padre del célebre médico José María Masons Esplugas que inventó el ‘Plasma Masons’), personalidades de gran nombradía, como el canónigo de Lléida, don Juan Ayneto, y el escritor y entonces delegado regio provincial de Bellas Artes don Ricardo del Arco.
Sentado frente al escenario se agrupaba todo el pueblo de Seira e infinidad de forasteros que llenaban por completo el local. Nuestra familia ocupaba los asientos de primera fila. María estaba entre las personalidades del escenario.
Abrió el acto el Presidente del Centro, que presentó al señor del Arco, el cual pronunció una magnífica conferencia sobre el significado y alcance de las bibliotecas populares, procediendo, antes de acabar su parlamento, a presentar con gran encomio al siguiente conferenciante, que no era otro, ni más ni menos, que mi hermana María. El ramalazo de emoción que sacudió a los que nos sentábamos en la primera fila fue extraordinario. En cuanto empezó a hablar María, el tío Joaquín, un hombretón alto y recio, que se sentaba a mi lado, empezó a llorar e hipar como un niño. Con once años que en aquél entonces contaba yo, la impresión que ese llanto me produjo fue inenarrable, y aún ahora lo recuerdo con un realismo impresionante, pues era la primera vez que veía llorar a una persona mayor y se me había imbuido la idea de que los hombres no lloraban. Pero no fue él sólo el que tuvo que llevarse el pañuelo a los ojos, muchos más de los asistentes fuimos presa de esa emoción. El diario de la mañana ‘LA TIERRA’ de Huesca, del 30 de julio de 1925, se hace eco del acontecimiento, en los siguientes términos:
‘A continuación, la señorita María Félix, alumna de la Facultad de Ciencias de Barcelona, donde descuellan sus extraordinarias aptitudes, hizo una breve pero magnífica disertación acerca de la biblioteca ideal para la mujer y de la educación femenina, que fue colmada de aplausos. La señorita Félix, que se reveló como oradora de empuje, sutil y persuasiva, es hija del digno jefe de la Colonia de Seira don Ramón Félix.”
Lo cierto es que María estudiaba en la Facultad de Ciencias, no para seguir por ese campo de las ciencias, sino porque la carrera de medicina que inició precisaba de esos estudios para poder superar el examen preparatorio. Los móviles que le indujeron a decantarse por la medicina, los ignoro, aunque bien pudiera ser la admiración con que mi padre hablaba de las doctoras Cuadras Bordas y del doctor Raventós, o tal vez influyese el médico que asistía al personal de la Colonia, doctor Falcó, que residía en Campo, pueblo que dista sólo doce kilómetros de Seira, y cuyos hijos nos frecuentábamos con mucha asiduidad, uno de los cuales se graduó de Dentista, estableciéndose en la calle Alfonso, de Zaragoza.. Lo que sí recuerdo es el motivo por el cual María se apartó de la medicina. Fue por causa de las bromas pesadas que se gastaban los galenos en ciernes, desde poner la mano de un muerto en el bolso de una estudiante, o sustituir el manjar del bocadillo con un riñón u otra víscera de uno de los cadáveres diseccionados. No recuerdo si a María la embromaron con alguna de estas macabras ocurrencias, pero de lo que no me cabe duda es que esas y otras bromas por el estilo fueron la causa de que abandonase los estudios de medicina, y se decidiese por la carrera de Ciencias Químicas, que cursó en la Facultad de Zaragoza, acabándola en el año 1929.
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