Ateniéndome a la edición de El Parnaso español, estructurado conforme a las atribuciones de las musas del Parnaso mítico, que González de Salas hizo de la poesía de Quevedo, voy a referirme brevemente a los motivos de la primera Musa, Clío, de corte encomiástico, que recoge poemas en alabanza de personajes ilustres pasados o presentes, un conjunto heterogéneo en sus contenidos, pero en el que predomina la vena clásica, como un intento de proclamar una tradición de raíz grecolatina que asume también un panorama de lugares comunes, por otra parte compartidos por los escritores más prestigiosos del Siglo de Oro. Sin más preámbulo, dejo algunos poemas contenidos en este apartado: A la estatua de bronce del Santo Rey Don
Felipe III
¡Oh cuánta majestad! ¡Oh cuánto numen
En el tercer Filipo, invicto y santo,
presume el bronce que le imita! ¡Oh cuánto
estos semblantes en su luz presumen!
Los siglos reverencian, no consumen,
bulto que igual adoración y espanto
mereció amigo y enemigo, en tanto
que de su vida dilató el volumen.
Osó imitar artífice toscano
al que a Dios imitó de tal manera
que es, por rey y por santo, soberano.
El bronce, por su imagen verdadera,
se introduce en reliquia, y éste, llano,
en majestad augusta reverbera.
**
Inscripción de la estatua augusta del Cesar Carlos V en
Aranjuez
Las selvas hizo navegar, y el viento
al cáñamo en sus velas respetaba
cuando, cortés, anhélido tasaba
con la necesidad del movimiento.
Dilató su victoria el vencimiento
por las riberas que el Danubio lava;
cayó África ardiente; gimió esclava
la falsa religión en fin sangriento.
vio Roma en la desorden de su gente,
si no piadosa, alegre valentía,
y de España el rumor sosegó ausente;
retiró a Solimán, temor de Hungría,
y por ser retirada más valiente,
se retiró a sí misma el postrer día.
**
Al Duque de Lerma, Maese de campo, General en Flandes
Tu, en cuyas venas caben cinco grandes,
a quien hace mayores tu cuchilla,
eres Adelantado de Castilla
y, en el pliego, Adelantado en Flandes.
Aguarda la victoria que la mandes,
Que tu ejemplo sin voz sabe rejilla;
pues desprendes miedos de la orilla,
nadando es justo que en elogios andes.
No de otra suerte César, animoso,
del Rubicón los rápidos raudales,
Penetró con denuedo generoso.
Fueron, sí, las acciones desiguales,
pues en el corazón suyo, ambicioso,
eran traidoras, como en ti leales.
**
Desterrado Scipión a una rústica casería suya, recuerda consigo
la gloria de sus hechos y de su posteridad
Faltar pudo a Scipion Roma opulenta,
mas a Roma Scipion faltar no pudo;
sea blasón de su envidia, que mi escudo
que del mundo triunfó , cede a su afrenta.
Si el mérito africano la amedrenta,
de hazañas y laureles me desnudo,
muera en destierro en este baño rudo,
y Roma de mi ultraje esté contenta.
Que no escarmiente alguno en mí, quisiera,
viendo la ofensa que me da por pago,
porque no falte quien servirla quiera.
Nadie llore mi ruina ni mi estrago,
pues será a mi ceniza, cuando muera,
epitafio Aníbal, urna Cartago.
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A la fiesta de los toros y cañas en el Retiro, en día de grande
nieve
Llueven calladas aguas en vellones
blancos, las nubes mudas, pasa el día,
mas no sin majestad en sombra fría,
y mira el sol que esconde en los balcones.
No admiten el invierno corazones
asistidos de ardiente valentía,
que influye la española monarquía,
fuerza igualmente en toros y rejones.
El blasón de Jarama, humedecida
ardiendo la ancha frente en torva saña,
en sangre vierte la purpúrea vida,
y lisonjera grande al Rey de España,
la tempestad, en nieve oscurecida,
aplaudió al brazo, al fresno y a la caña.
**
Memoria inmortal de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, muerto en la
prisión
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
Pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Lloraron sus envidias una a una,
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió al Vesubio,
Parténope, y Ticrania al Mongibello;
el llanto militar creció en diluvio.
Diole el mejor lugar Marte en su cielo,
La Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
*****
De los motivos morales en la obra de Quevedo hablé en una de estas páginas y ahora sólo añadiré que dan lugar, probablemente, a los mejores poemas de Quevedo. Refiriéndome ahora a la edición de González de Salas, los encontramos recogidos en el grupo correspondiente a la Musa
Polimnia. Dejo aquí tres sonetos, dos de ellos dedicados a la fragilidad y brevedad de la vida, motivo que se advierte entre los poemas ético-metafísicos, siempre con el tema de la muerte de fondo; otro sobre el comportamiento moral, y lo más representativo de este complejo tema, la Epístola al Conde Duque de Olivares, un texto largo que por sí sólo expresa todo el pensamiento quevediano en cuanto a costumbres, moral y honor de los castellanos. En este poema de añoranza de otro
tiempo y severa censura del presente, escrito en 1630, el autor pide al valido de Felipe IV, en quien todavía confía, que restaure las bondades patrias y morales. Sin embargo, en el año 1633, el Conde Duque ya le había defraudado y despertado
su hostilidad. Es cuando escribe el memorial Execración contra los judíos, que además de ser una muestra del antisemitismo de Quevedo, es un ataque frontal a la política del valido.
Aquí los poemas anunciados:Qué otra cosa es verdad
Qué otra cosa es verdad, sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embates de la vida humana,
desde la cuna son honra y riqueza.
El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitiva la devana,
y en errado anhelar, siempre tirana,
la fortuna fatiga su flaqueza.
Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su propio alimento combatida
¡Oh cuánto el hombre, inadvertido, yerra,
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que en viviendo cayó en tierra!
**
La brevedad de la vida
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas.
Feroz, de tierra el débil muro escalas
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la presión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
**
Reprehende a la adúltera la circunstancia de
su pecado
Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido
el adulterio la vergüenza al cielo;
pues licenciosa, libre, y tan sin velo,
ofendes la paciencia del sufrido.
Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
no sirvas a su ausenta de libelo;
cierra la puerta, vive con recelo,
que el pecado se precia de escondido.
No digo yo que dejes tus amigos;
mas digo que no es bien que estén notados
de los pocos que son tus enemigos.
Mira que tus vecinos, afrentados,
dicen que te deleitan los vestigios
de tus pecados más que tus pecados.
**
Epístola Satírica y
Censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita al Conde
Duque de Olivares
No de de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, ya la frente,
Me representes o silencio o miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice,
Puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.
En otros siglos pudo ser pecado
Severo estudio y la verdad desnuda,
Y romper el silencio el bien amado.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
Que es lengua la verdad de Dios severo,
Y la lengua de Dios nunca fue muda.
Son la verdad y Dios, Dios verdadero,
Ni eternidad divina los separa,
Ni de los alguno fue primero.
Si Dios a la verdad se adelantara,
Siendo verdad, que habría de ser hubiera
Verdad antes que fuera y empezara.
La justicia de Dios es verdadera,
Y la misericordia, y todo cuanto
es Dios es la verdad siempre severa.
Señor Excelentísimo, mi llanto
Ya no consiente márgenes ni orillas,
Inundación será la de mi canto.
Veránse sumergidas mis mejillas,
La vista por dos urnas derramada
Sobre el sepulcro de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada
Que fue, ni menos rica, más temida,
En vanidad y en ocio sepultada.
Y aquella libertad esclarecida
Que donde supo hallar honrada muerte
Nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga del alma, nación fuerte.
Contaba en las afrentas de los años
Envejecer en brazos de la suerte.
Del paso de las horas y del día,
Impaciente acusaba a los extraños
Nadie contaba cuán edad vivía,
Sino de qué manera sola una hora
Lograba con afán su valentía.
La robusta virtud era señora
Y sola dominaba al pueblo rudo
,Elda, si mal hablaba, vencedora,
El temor de la mano daba escudo
Al corazón que, en ella confiado,
Todas las armas despreció desnudo.
Multiplicó en escuadras un soldado
Su honor precios, en ánimo valiente,
De sola honesta obligación armado.
Y debajo del Sol aquella gente,
Si no más descansado, a más honroso
Sueño entregó los ojos, no la mente.
Hilaba la mujer para su esposo,
La mortaja primero que el vestido,
Menos le vio galán que peligroso.
Acompañaba el lado del marido.
Más veces en la hueste que en la cama,
Sano le aventuró, vengóle herido…
Todas matronas y ninguna dama,
Que nombres del halago cortesano
No admitió lo severo de su fama.
Derramado y sonoro el Oceáno
Era divorcio de las ricas minas
Que volaron la paz del pecho humano.
Ni les trajo costumbre peregrinas
El áspero dinero, ni el Oriente
Compró la honestidad con piedras finas.
Joya fue la virtud pura y ardiente,
Gala en merecimiento y alabanza;
Sólo se codiciaba lo decente.
No de la pluma dependió la lanza,
Ni el cántabro con cajas y tinteros
Hizo el campo heredad, sino matanza.
Y España con legítimos dineros
No amartelaba el crédito a Liguria,
Más quiso los turbantes que los ceros.
Menos fueran la pérdida y la injuria
Si se volvieran Muzas los asientos,
Cuanto es peor la usura que la furia.
Caducaban las aves en los vientos
Y espiraba decrépito el venado:
Grande vejes duró en los elementos.
Que el vientre entonces, bien disciplinado,
Buscó satisfacción y no hartura,
Y estaba la garganta sin pecado.
Del mayor infanzón de aquella pura
República de grandes hombres, era
Una vaca sustento y armadura.
No había venido al gusto lisonjera
La pimienta arrugada, ni del clavo
La adulación, fragante forastera.
Carnero y vaca fue principio y cabo,
y con rojos pimientos y ajos duros
tan bien como el señor comió el esclavo.
Bebió la sed los arroyuelos puros,
después mostraron del carquesio a Baco
del caminos los brindis mas seguros.
El rostro macilento, el cuerpo flaco,
Eran recuerdo del trabajo honroso,
Y honra y provecho andaban en un saco.
Pudo sin don un español velloso
Llamar a los tudescos bacanales
Y al holandés hereje y alevoso.
Pudo acusar los celos desiguales
Al italiano, y hoy de muchos modos
Somos copias, si son originales.
Las descendencias gastan muchos godos,
Todos blasonan, nadie los imita,
Y no son sucesores, sino apodos.
Vino el betún precioso que vomita
La ballena o la espuma de las olas,
que el vicio, no el olor, nos acredita.
Y quedaron las huestes españolas
Bien perfumadas, pero mal regidas,
Y alhajas las que fueron pieles solas.
Estaban las locuras mal vestidas,
Y aún no se hartaba de buriel y lana
La vanidad de hembras presumidas.
A la seda pomposa siciliana,
Que marchó ardiente múrice, el romano
Y el oro hicieron áspera y tirana.
Nunca al duro español supo el gusano
Persuadir que vistiese su mortaja,
Intercediendo el Can por el verano.
Hoy desprecia el honor al que trabaja,
Y entonces fue el trabajo ejecutoria
Y el vicio graduó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
Por dejar la vacada sin marido,
Y a Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido
De paciencia preciosa a los mortales
Que Jove fue disfraz y fue vestido.
Que un tiempo endureció manos reales
Y detrás de él los cónsules gimieron,
Y rumi luz en campos celestiales.
¿Por cual enemistad se persuadieron
A que su apocamiento fuese hazaña
Y a mieses tan gra de ofensa hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de España
Abreviado en la silla a la jineta
Y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
Con semejante munición apruebo;
Mas no la edad madura y la perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
En frente de escuadrones, no en la frente,
Del padre hermoso del armento nuevo.
El trompeta le llame diligente,
Dando fuerza de ley al viento vano,
Y al son esté el ejército obediente.
¡Con cuánta majestad llena la mano
La pica, y el mosquete carga el hombro
Del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco entre las otras gentes nombro
Al que de su persona, sin decoro,
Antes quiere dar nota que no asombro.
Jineta y caña son contagio moro;
Restitúyanse justas y torneos
Y hagan paces las capas con el toro.
Pasadnos Vos de juegos a trofeos,
Que sólo grande rey y buen privado
Pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacéis repetir siglo pasado
Con desembarazarnos las persona
Y sacar a los miembros de cuidado.
Vos dísteis libertad con las valonas
Para que sean corteses las cabezas,
Desnudando el enfado a las coronas.
Y pues Vos enmendasteis las cortezas,
Dad a la mayor parte medicina,
vuélvanse los tablados fortalezas.
Que la cortés estrella que os inclina
A privar sin intento y sin venganza,
Milagro que a la envidia desatina.
Tiene por sola bienaventuranza
El reconocimiento temeroso
No presumida y ciega confianza.
Pues os dio el ascendiente generoso
Escudos, de armas y blasones llenos,
Y por timbre el martirio glorioso.
Mejores son por Vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
Os muestre a su pesar campos serenos.
Lograd, señor, edad tan venturosa;
Y cuando nuestras fuerzas examina
Persecución unida y belicosa.
La militar valiente disciplina
Tenga más practicantes que la plaza;
Descansen tela falsa y tela fina.
Suceda a la marlota la coraza,
Y si el Corpus con danzas no lo pide,
Velillos y oropel no hagan baza.
El que en treinta lacayos los divide,
Hacer suerte en el toro y con un dedo
La hace en él la vara que los mide.
Mandadlo así, que aseguraros puedo
Que habéis de restaurar más que Pelayo,
Pues valdrá por ejércitos el miedo
y os verá el cielo administrar su rayo.
***
En la Musa Melpómene de El Parnaso español encontramos lo que se llama poesía fúnebre de Quevedo, exequias o inscripciones de personajes, dedicaciones a su muerte. La fuente clásica es clarísima en estos versos. Dejaré algunos poemas sobre este motivo. El tema reaparece en la musa Urania, en relación con los poemas sacros, en la segunda edición de El Parnaso español, de Pedro de Aldrete (sobrino de Quevedo), que se ocupó de las tres últimas Musas tras la muerte de González de Salas. Son poemas largos, hiperbólicos y laudatorios de las excelencias que en vida pudieron adornar a los difuntos, dejando claro al mismo tiempo en qué para la existencia humana.
Canción fúnebre en la muerte de Don Luis
Carrillo y Sotomayor
Miré ligera Nave,
Que con alas de lino en presto vuelo
Por el aire süave
Iba segura del rigor del Cielo,
Y de tormenta grave.
En los Golfos del Mar el Sol nadaba
Y en sus ondas temblaba;
Y ella, preñada de riquezas sumas,
Rompiendo sus cristales,
Le argentaba de espumas,
Cuando en furor iguales,
En sus velas los vientos se entregaron.
Y dando en un bajío,
Sus leños desató su mismo brío,
Que de escarmientos todo el Mar poblaron,
Dejando de su pérdida en memoria
Rotas jarcias, parleras de su historia.
En un hermoso prado
Verde Laurel reinaba presumido,
De pájaros poblado
Que, cantando, robaban el sentido
Al Argos del cuidado.
De verse con su adorno tan galana
La Tierra estaba ufana,
Y en aura blanda la adulaba el viento,
Cuando una nube fría
Hurtó en breve momento
A mis ojos el día;
Y arrojando del seno un duro rayo,
Tocó la Planta bella
Y juntamente derribó con ella
Toda la gala, Primavera y Mayo.
Quedó el suelo de verde honor robado,
Y vio en cenizas su soberbia el prado.
Vi, con pródiga vena
De parlero cristal, un Arroyuelo
Jugando con la arena,
Y enamorando de su risa al Cielo.
A la margen amena,
Una vez murmurando, otra corriendo,
Estaba entreteniendo;
Espejo guarnecido de esmeralda
Me pareció, al miralle,
Del prado, la guirnalda,
Mas abrióse en el valle
Una envidiosa cueva de repente;
Enmudeció el Arroyo,
Creció la oscuridad del negro hoyo,
Y sepultó recién nacida fuente,
Cuya corriente breve restauraron
Ojos, que de piadosos la lloraron.
Un pintado Jilguero,
Más ramillete que ave parecía;
Con pico lisonjero
Cantor del Alba, que despierta al día;
Dulce cuanto parlero
Su libertad alegre celebraba,
Y la paz que gozaba,
Cuando en un verde y apacible ramo,
Codicioso de sombra,
Que sobre varia alfombra
Le prometió un reclamo,
Manchadas con la liga vi sus galas;
Y de enemigos brazos
En largas redes, en nudosos lazos,
Presa la ligereza de sus alas,
Mudando el dulce, no aprendido canto,
En lastimero son, en triste llanto.
Nave tomó ya puerto;
Laurel se ve en el Cielo trasplantado,
Y de él teje corona;
Fuente, hoy más pura, a la de Gracia corre
Desde aqueste desierto;
Y pájaro, con tono regalado,
Serafín pisa ya la mejor zona,
Sin que tan alto nido nadie borre.
Así que el que a don Luis llora no sabe
Que, Pájaro, Laurel y Fuente y Nave
Tiene en el Cielo, donde fue escogido,
Flores y Curso largo y Puerto y Nido.
**
A los huesos de un rey en un sepulcro,
ignorándose, y se conoció por los pedazos de una corona
Estas que veis
aquí pobres y escuras
ruinas desconocidas,
pues aun no dan señal de lo que fueron;
estas piadosas piedras más que duras,
pues del tiempo vencidas,
borradas de la edad, enmudecieron
letras en donde el caminante, junto,
leyó y pisó soberbias del difunto;
estos güesos, sin orden derramados,
que en polvo hazañas de la muerte escriben,
ellos fueron un tiempo venerados
en todo el cerco que los hombres viven.
Tuvo cetro temido
la mano, que aun no muestra haberlo sido;
sentidos y potencias habitaron
la cavidad que ves sola y desierta;
su seso altos negocios fatigaron;
¡y verla agora abierta,
palacio, cuando mucho, ciego y vano
para la ociosidad de vil gusano!
Y si tan bajo huésped no tuviere,
horror tendrá que dar al que la viere.
¡Oh muerte, cuánto mengua en tu medida
la gloria mentirosa de la vida!
Quien no cupo en la tierra al habitalla,
se busca en siete pies y no se halla.
Y hoy, al que pisó el oro por perderle,
mal agüero es pisarle, miedo verle.
Tú confiesas, severa, solamente
cuánto los reyes son, cuánto la gente.
No hay grandeza, hermosura, fuerza o arte
que se atreva a engañarte.
Mira esta majestad, que persuadida
tuvo a la eternidad la breve vida,
cómo aquí, en tu presencia,
hace en su confesión la penitencia.
Muere en ti todo cuanto se recibe,
y solamente en ti la verdad vive:
que el oro lisonjero siempre engaña,
alevoso tirano, al que acompaña.
¡Cuántos que en este mundo dieron leyes,
perdidos de sus altos monumentos,
entre surcos arados de los bueyes
se ven, y aquellas púrpuras que fueron!
Mirad aquí el terror a quien sirvieron:
respetó el mundo necio
lo que cubre la tierra con desprecio.
Ved el rincón estrecho que vivía
la alma en prisión obscura, y de la muerte
la piedad, si se advierte,
pues es merced la libertad que envía.
Id, pues, hombres mortales;
id, y dejaos llevar de la grandeza;
y émulos a los tronos celestiales,
vuestra naturaleza
desconoced, dad crédito al tesoro,
fundad vuestras soberbias en el oro;
cuéstele vuestra gula desbocada
su pueblo al mar, su habitación al viento.
Para vuestro contento
no críe el cielo cosa reservada,
y las armas continuas, por hacerlas
famosas y por gloria de vestirlas,
os maten más soldados con sufrirlas,
que enemigos después con padecerlas.
Solicitad los mares
para que no os escondan los lugares,
en donde, procelosos,
amparan la inocencia
de vuestra peregrina diligencia,
en parte religiosos.
Tierra que oro posea,
sin más razón, vuestra enemiga sea.
No sepan los dos polos playa alguna
que no os parle por ruegos la Fortuna.
Sirva la libertad de las naciones
al título ambicioso en los blasones;
que la muerte, advertida y veladora,
y recordada en el mayor olvido,
traída de la hora,
presta vendrá con paso enmudecido
y, herencia de gusanos,
hará la posesión de los tiranos.
Vivo en muerte lo muestra
este que frenó el mundo con la diestra;
acuérdase de todos su memoria;
ni por respeto dejará la gloria
de los reyes tiranos,
ni menos por desprecio a los villanos.
¡Qué no está predicando
aquel que tanto fue, y agora apenas
defiende la memoria de haber sido,
y en nuevas formas va peregrinando
del alta majestad que tuvo ajenas!
Reina en ti propio, tú que reinar quieres,
pues provincia mayor que el mundo eres.
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