por Maria Lua Jue 24 Ago 2023, 09:05
C
«Con Semíramis nunca gente tanta
Fue los campos Hidáspicos hinchendo;
Ni Atila, que á la Italia toda espanta,
Llamándose de Dios azote horrendo,
Nunca gótica gente llevó cuanta
Del Sarraceno bárbaro estupendo,
De Granada á la inmensa tropa unida,
Fue en los Tartésios campos contenida.
CII
«Con que viendo el Rey noble Castellano
La inexpugnable hueste, grande y fuerte,
Temiendo más el fin del pueblo Hispano,
Ya perdido una vez, que no su muerte,
Pidiendo ayuda al bravo Lusitano
Le envió la esposa á quien lo unió la suerte,
Mujer del que la manda, su hija amada
De aquel á cuyo reino fue mandada,
CII
«Pisaba la hermosísima María
Los paternos palacios sublimados,
Lindo el rostro, aunque exento de alegría,
Y los ojos de lágrimas bañados;
Los cabellos angélicos traia
Por los ebúrneos hombros derramados;
Y al padre ledo, cuyo gozo aflige,
Llorando, estas palabras le dirige:
CIII
-«De cuanta raza cuenta el pueblo misto
De África toda, horrible gente estraña,
El gran Rey de Marruecos va provisto,
A la conquista de la noble España:
Poder tamaño junto no se há visto,
Desque el salado mar la tierra baña;
Y crudos y feroces vienen tanto,
Que á los vivos y aun muertos dan espanto.
CIV
«En tanto el que me diste por marido,
Por defender la patria amedrentada
Con ejército escaso está ofrecido
Al duro golpe de la Máura espada;
y si de ti no fuere socorrido,
Me verás de su Trono, y dél privada,
Y viuda, y triste, y puesta en vida escura,
Sin marido, sin reino y sin ventura.
CV
«Por tanto ¡oh Rey! de quien con largo miedo
El corriente Mulucha se alborota,
Rompe toda tardanza, acorre cedo
A estorbar de Castilla la derrota;
Si ese aspecto que maestras claro y ledo,
De padre el verdadero amor denota,
Acudo, padre; si veloz no entras,
Á quien ya socorrer quizá no encuentras.»-
CVI
«De igual modo la tímida María
Hablando está, que Vénus triste cuando
A Júpiter su padre le pedia
Por hijo que el Tirreno está sulcando;
Y con tanta piedad le conmovia,
Que soltando á sus pies el rayo infando,
Todo lo otorga el padre,
de amor loco,
Pesándole que pídale tan poco.
CVII
«Pero ya del tropel de gente armada
Los Eborenses campos van cuajados:
Brillan al sol arnés, lanza y espada,
Los caballos relinchan enjaezados;
Y la canora trompa enlistonada
Los pechos, á la paz acostumbrados,
Va incitando al combate, con sus ecos,
Que zumban de los valles por los huecos,
CVIII
«En medio y entre todos se sublima,
Do las insignias reales adornado,
El valeroso Alfonso, que por cima
De todos se levanta decorado.
Con su aspecto no más mueve y anima
A cualquier corazon amedrentado;
Y con la hija así que en ella manda,
A entrar vá de Castilla por la banda.
CIX.
«Dan á los dos Alfonsos finalmente
Los campos de Tarifa ancho horizonte,
Que tapa multitud de Máura gente,
Para quien son estrechos campo y monte.
No hay corazon tan alto y tan potente
Que con gran desconfianza no se afronte,
A menos que conozca y claro vea,
Que con sus brazos Cristo es quien pelea.
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