La casa.
Era una tarde de verde cayendo, deslizándose,
desplegando la ruta que guiaba hacia un misterio.
Las hojas se volvían veletas, eran mi libertad,
también la tuya,
balanceo juguetón junto al borde del camino,
señalando rumbo y dirección.
Un sendero sinuoso y escondido
conducía las ansias de búsqueda,
de comunión.
La arboleda daba paso al final del viaje.
La luz pespuntaba entre ramas.
Asía mi mano al silencio, al instante,
se abría mi pecho a la promesa, y la mirada
se encontraba...Sí, toda tú estabas allí,
verde, luego blanca, luego verde,
fértil, inmensa.... La casa.
Me recibió tu silencio de monte
tus ojos de charco y luna,
el Tiatordos y la Foz,
garganta y abismos de un tiempo detenido.
Cumplías, fiel, obedeciendo a la lluvia
con tu ofrenda de alambique de tejas,
calladamente expuestas,
engendrando al invierno en tu esqueleto de piedra,
sin lamento,
sin miedo,
con tu amor dócil, en mansedumbre,
aguardando cada año la plenitud del verano,
con su cosecha de estrellas,
y la alegría de unos pasos.
Al mirarte, me dije: He de aprender de ti
y de tus tablas, de tus aleros y tus musgos.
Tú guardas la lluvia entre paredes, bajo piel,
y, como los cardos, floreces al beso del sol.
Me pregunto, ¿quién abandonó tu cuerpo?
El tiempo, acaso...
Hemos de bebernos juntas los próximos inviernos,
y acumular el agua en las alforjas del alma,
para que al llegar el nuevo dueño,
el que te vista de suave terciopelo
y te acaricie el corazón con voz de montaña,
se abran tus ventanas de par en par,
liberando el sueño que se ató a tu puerta
y que durmió por años en olvido.
Nunca imaginé ver tanto azul en tus ojos.
Y es que te ha bañado más de un siglo de cielo,
con su jauría de vientos y su regazo de nieves,
y con horas de inmensa contemplación.
A tu costado, el riachuelo,
canta aún la música que te enamoró,
sigue, eterno, a la sombra de tus mejillas.
Las grietas de tu piel se tragaron las risas,
las voces, los canturreos,
también las noches de parir el frío,
y de hielos quebrando tu espalda.
Pero aún alumbra el bracero en tu cuerpo,
aún anidas al viajero y al Gurrión
cuando cae el rayo sobre la quebrada
y se parte en dos el firmamento.
Te imagino en luna llena,
con el balcón de tu sonrisa, inmensa,
y el aroma de mis nietos durmiendo en ti.
Serás la casa de todos, te lo he dicho,
serás travesuras, remolino, barrilete,
también calma de mi atardecer.
Pondré en el frente de tu cara
un rosal y dos naranjos,
y me sentaré a leerte en la banca de madera;
te hablaré de mi tierra y de los Andes,
de sus copihues, sus araucarias,
y te contaré la historia de mi padre, Manuel.
Sabrás que él me trajo hasta tu puerta
sin decirme el por qué... Quizás te lo cuente a ti.
Hablaremos de amores, de hijos, de comida,
y te traeré a mi madre,
para que te huela y te llene de vida...
Sí, mi madre es vida.
Sólo pido que me escuches. A cambio
prometo remendarte,
vestirte de flores,
cantar mientras encienda el fuego,
y en cada Abril abrazarte,
desnudar alma y ventanas
y alimentarnos de sol.
Tanda, 12 -Parque Natural Ponga, Asturias
España, Septiembre, 2015
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