LEOPOLDO PANERO TORBADO
POEMAS
15 ( Este es un trabajo de JAVIER HUERTAS CALVO, de la UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID. Además de que TELENO, una de las montañas más alta de los montes de León , tiene un carácter demiúrgico, el autor hace un análisis de toda la poesía de Panero en estos tres poemas inéditos. He considerado, por tanto, traerlo aquí para que el interesado en Leopoldo Panero, pueda informarse. Gracias.)
TRES POEMAS INÉDITOS DE LEOPOLDO PANERO
JAVIER HUERTA CALVO
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
El archivo de Luis Rosales, que hoy se custodia en el Histórico Nacional, contiene importantísima documentación acerca de los escritores de la llamada promoción de 1936; entre ellos, de quien fue uno de sus más íntimos amigos, Leopoldo Panero. El legajo 91 (n. 28) consta de 74 folios mecanografiados, el primero de los cuales lleva la siguiente portada: “Leopoldo Panero / En el origen de la vida / Sagitario Madrid / 1946”. Presenta, pues, todas las apariencias de un original dispuesto para darse a la imprenta, pero que –como tal– nunca fue publicado. Y es que, en realidad, no se trata de ningún libro nuevo y desconocido suyo, sino del germen del que apareció, tres años después, bajo el título de Escrito a cada instante, y que pasa por ser –como es bien sabido– el poemario cumbre del autor.
Aunque muy conocido en los ambientes poéticos desde 1929, en que publica sus primeros poemas en Nueva revista. Notación literaria, Panero no se consolida como uno de los grandes nombres de la poesía de posguerra hasta la aparición en 1944, en la revista Escorial, de La estancia vacía. Este largo aunque inconcluso poema mereció en seguida el elogio de la crítica. Para Gerardo Diego, era nada menos que “la obra maestra de la generación de Panero, y quizá de toda la poesía de estos años” (Diego, 1947: 677). No es, por ello, extraño que, poco tiempo después y ante el silencio del poeta, el autor de Ángeles de Compostela se lamentara en estos términos: “Su poema La estancia vacía […] y muchas otras colaboraciones en la prensa, sustituyen, por una interinidad que va resultando ya insoportable a sus fidelísimos lectores, al libro decisivo que le voluminizará como al gran poeta de su generación” (Diego, 1949: 1097-1098). Y en sentido parejo seexpresaba Antonio G. de Lama en las páginas de la influyente Espadaña: “Hace ya tiempo que esperamos muchos un libro de Leopoldo Panero. Creemos todos que ese libro nos ha de traer revelaciones fragantes, auras de una poesía nueva, profunda y clara, luminosa e hirviente” (Lama, 1945: 343).
Panero, en efecto, se hacía de rogar. Eran muchos los poemas que había ido publicando en revistas –Escorial, Haz, Corcel, Isla, Garcilaso, Sí, Leonardo, Proel, Alférez, Cuadernos Hispanoamericanos– e, incluso, en periódicos locales, como El pensamiento astorgano, por no referirnos más que su producción posterior a la Guerra Civil. Por toda esta labor se había hecho acreedor a figurar en algunas de las más importantes antologías de esos años, como la de Valbuena Prat (1940) o la de Alfonso Moreno (1946). Pero, extraordinariamente inseguro de su escritura, seguía demorando la publicación del que sería su primer poemario y al que aún faltaban cinco años por salir: Escrito a cada instante.
Sabemos que en 1948, con motivo de la publicación de dos poemas –“Epitafio a Dolores” e “Hijo mío”– en la revista Finisterre (39, 1948: 135-141), tuvo la intención de sacar un libro con el título de En mi origen viviente. El sintagma, transido de la religiosidad que haría de su creación el paradigma de la más auténtica “poesía arraigada”, en palabras de Dámaso Alonso (1949), era muy de su gusto, y aparece, con algunas variantes, en dos poemas de Escrito a cada instante. El primero es el titulado “Mujer en esperanza”:
Casi insomne,
sin párpados el alma,
hablar pareces como el agua corre
desde el origen vivo
que silencia a las cosas en la noche.
(OC, I: 164)1
El segundo se titula “Canción crédula de los ojos”:
Tú eres mi luz tenebrosa.
Tú que la mano me das
hacia el origen viviente
de mi misma soledad.
1 Las citas por nuestra edición crítica de la Obra completa (Panero, 2007).
194 JAVIER HUERTA CALVO
(OC, I: 199)
El documento localizado en el Archivo Rosales no viene sino a ratificar, pues, la idea de que el primer libro de Panero –Escrito a cada instante– iba a llevar, en un principio, ese título u otro similar, aunque finalmente el poeta debió desechar la idea por no considerarla del todo madura. De hecho, una comparación entre En el origen de la vida y Escrito a cada instante nos muestra que el propósito de Panero iba más allá de ofrecer un libro de aluvión, aunque el padre Lama elogiara su composición heteróclita y antológica, es decir, el hecho de que fuera suma de partes y no un poemario absolutamente inédito. Para el alma máter de Espadaña, era un mérito añadido el hecho de que no obedeciese a un plan determinado, indicativo de que el autor distaba de ser “un poeta de profesión” al uso, sino que era “un hombre que se expresa en poesía, que se vierte por necesidad interna en versos” (Lama, 1949: 881). Creo que ésta es una clave de interés para entender la trayectoria del poeta astorgano, cuya fortuna, entre la crítica y los lectores, ha sido por demás accidentada y, la mayoría de las veces, a causa de motivos espurios y extraños a la calidad intrínseca de su obra. Frente a la fecundidad creadora de sus colegas de grupo, Panero sólo publicó a lo largo de su corta vida dos libros: Escrito a cada instante y Canto personal. La hostilidad con que fue recibido éste –en realidad, más un largo poema que un libro propiamente dicho– fuera de los círculos oficiales, aparte de amargarle los últimos años de su vida, le debió reafirmar en su convicción de pensárselo dos veces a la hora de dar a las prensas una nueva obra.
Los poemas que incluye En el origen de la vida son los siguientes:
(1) La melancolía
(2) Vuelo de inocencia
(3) El ala de los chopos
(4) El templo vacío
(5) A Waldo Rico Eguíbar
(6) Jardín del Generalife
(7) César Vallejo
(
A Francis Jammes
(9) Cántico
(10) Tras la jornada ilusa…
(11) Canción
(12) Barco viejo
TRES POEMAS INÉDITOS DE LEOPOLDO PANERO 195
(13) Viaje
(14) Tierra del corazón
(15) La sonrisa dormida
(16) Noche de San Silvestre
(17) A ti, Juan Panero
(18) Laderas del Teleno
(19) A mis hermanas
(20) Como el son de la lluvia
(21) En la era
(22) Oración
(23) Hermosura viviente
(24) Hijo mío
(25) Ciudad sin nombre
(26) Fuente casi feliz…
(27) Estío
(28) Cárdeno el campo…
(29) A la catedral de León
(30) Canción
(31) Miguel Arredonda Elorza
(32) A un veterano del coronel Arredonda, que me escribió desde la montaña de León al enterarse de su muerte
(33) Las manos ciegas
(34) A un joven vecino muerto
(35) Donde el amor pervive
(36) Dolores
(37) Nuestra palabra
(38) Canción de amor
(39) España hasta los huesos
(40) Quizás mañana
(41) Te quiero
Tres años después, en Escrito a cada instante (ECI), Panero prescindiría de varios poemas de esta primera colección: son los números 8, 13, 14, 29, 31 y 32. La mayoría de ellos estaban sin localizar hasta nuestra edición crítica de 2007. Hay otros cambios menores, que afectan, sobre todo, a los títulos: por ejemplo, “Como el son de la lluvia” (20) pasa a denominarse en ECI “En tu sonrisa”; “En la era” (21) es “El grano limpio”; “Oración” (22), “El arrojado del paraíso”; “Canción” (30), “Canción para el recuerdo”; “Dolores” (36), “Epitafio a Dolores”; “Canción de amor” (38), “Canción de la belleza mejor”, y, el más importante, “Nuestra palabra” (37), se convierte en “Escrito a cada instante”, poema que Panero consideró nuclear del libro y que le sirvió, por tanto, para nombrarlo definitivamente. Mayor alcance tiene comparar la dispositio del poemario inédito y la de ECI. Frente a la mera suma de poemas que se advierte en aquél, ECI se distribuye en tres partes muy equilibradas, precedidas por un poema que hace las veces de prólogo, y rematadas por otro de carácter epilogal. El esquema (se indica el número de poemas que contiene cada parte) es el siguiente:
[Prólogo]
I
II
III
[Epílogo]
“Invocación
[31]
[18]
[26]
“La vocación”
La importancia del manuscrito Rosales estriba, sin embargo, en la inclusión de tres poemas que no fueron a parar a ECI y que tampoco he encontrado en ningún otro lugar; de ahí que tampoco fueran incorporados en nuestra reciente edición de la Obra completa, menos completa, por tanto, a partir de ahora; son los números 28, 35 y 41.
Texto 1 (28): “CÁRDENO EL CAMPO…” (f.43)
CÁRDENO el campo, de color de encina,
suena en el corazón como una fosa;
se hunde el cierzo en la sombra; el sol reposa
en las cumbres y el llano se alucina.
Astorga se amuralla en su colina
y arde la catedral en piedra rosa,
golpeada por los grajos la ruinosa
torre en la lontananza vespertina.
Voy yermo contra el aire del Teleno
que barre mi memoria del planeta
y me arrastra en la noche, hacia la nieve;
y me ciega los ojos mientras sueno
en mi ululante soledad secreta
como un árbol de angustia que se mueve.
COMENTARIO:
Es evidente que no estamos ante uno de los mejores sonetos de Panero. El poeta fue gran aficionado a esta forma clásica, desde que en 1931 publicara en la sección de “Los líricos” de La Libertad (14-II) el titulado “Agua viva”, que mereció un comentario elogioso de Juan Ramón Jiménez, a quien se le antojó muy afín “al tono de sus Sonetos espirituales, sin modernismos del momento”, según el testimonio de Juan Guerrero Ruiz (1961). Es uno de los pocos poemas de ese periodo en que Panero parece dejar a un lado la mimesis de las escrituras vanguardistas –creacionismo, surrealismo– para ofrecer un modo poético más acorde con su verdadera personalidad, el que tenían los poemas dedicados a Joaquina Márquez, su amor de juventud truncado por la muerte, y que no verían la luz hasta 1945 en la serie de Versos al Guadarrama (Huerta Calvo, 2007: lxx-lxxii). Las características que muestra el soneto “Agua viva” anuncian, pues, la austeridad expresiva que será ya marca distintiva de la casa y que brilla aún más en el caso de una forma tan proclive a la pirotecnia verbal y el lucimiento métrico. De ahí que Panero, ya en la posguerra, se desmarcase de sus colegas de “Juventud creadora”, en cuya revista Garcilaso sólo llegó a publicar un poema. De esta nueva y severa práctica del soneto son paradigma los incluidos en la mencionada colección de Versos al Guadarrama y, sobre todo, los muy numerosos de Escrito a cada instante, entre ellos algunos tan excepcionales como “Por donde van las águilas” y “A mis hermanas” (Huerta Calvo, 2007: cxxix-cxxxi), este último un verdadero prodigio de contención que lleva a sus límites el objetivo esencial de la poética paneriana, el silencio: “estar callado dentro del verso, estar callado” (“Arte poética”, OC, II: 477). Todo lo contrario del que ahora revelamos, donde la elección de la rima en –ina no resulta demasiado afortunada, por no hablar del escaso acierto en la elección de los epítetos: “lontananza vespertina”, “ululante soledad”.
Por lo que se refiere al mundo imaginario, el poema recrea el cronotopo favorito de Panero: los campos de su comarca natal, representados por el árbol emblemático de machadianas resonancias, la encina; la ciudad –Astorga–, hecha piedra viviente en la catedral; y, presidiéndolo todo, el monte sagrado, el Teleno, emblema de la concepción telúrica que el poeta tenía del propio paisaje, y que tanto lo alejan de los poetas regionalistas a lo Gabriel y Galán. Medularmente panerianas son también las pinceladas oscuras con que está trazado todo el cuadro: el color cárdeno o amoratado de las encinas, la sombra, la noche; en definitiva, un ambiente nada propicio a la calma. A la imaginería expresionista del poema contribuyen los dos símiles del principio y del final: el corazón sonando como una fosa y la radical soledad del poeta, visto como un árbol de angustias que se mueve. La imagen de la ceguera es muy del gusto del poeta, ya desde su tempranísimo “Poema de la niebla” –ciego en la copa igual de la marina–, y más tarde en La estancia vacía y en Escrito a cada instante, donde sirve para significar la actitud del sujeto ante el misterio de la fe:
Ignorando mi vida,
golpeado por la luz de las estrellas,
como un ciego que extiende,
al caminar, las manos en la sombra,
todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón, sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida, como el árbol
en la savia se apoya, que le nutre,
y le enflora y verdea.
(“Las manos ciegas”, OC, I: 245 )
Texto 2 (35): “DONDE EL AMOR PERVIVE” (f.52)
Entre rojas tejas,
remejidas de flores azules;
hundidas, levantadas, declinantes
de leve musgo, de humilde quietud viva;
tras las tapias decrépitas hechas con la vejez más íntima del hombre
queda en la inmensidad de desdén y de sombra
el dulce campo que mis ojos
a través de la costumbre apenas ven, pero aman.
Ay, el impulso del amor es siempre
un poco de ignorancia vibrando,
un sitio en la memoria, un fantasma de padres a hijos,
un lugar en la sangre donde el amor pervive,
y el humo brota de los hogares y sacude la hiedra de las ruinosas murallas,
mientras contemplo mudamente, desde arriba,
desde lo alto de esta casa, entre lágrimas,
sobre la cárdena colina que envejece,
las torres golpeadas, las campanadas llenas de angustia.
Lejos, el frío del Teleno,
y la vasta llanura en pliegues de tristeza,
y los surcos morados, y la vaga ilusión entre nubes,
aún contempladas en la sombra, viven, como los muertos en el recuerdo,
viven únicamente en el recuerdo,
igual que los gorriones en la tiniebla de una casa;
viven continuamente en la penumbra de otros días,
viven, se agrupan con ternura en mis labios,
viven con el instinto
y se abren en mi ondas diáfanas
a mi visión, mágicamente,
juntando la sustancia y la imposible lumbre
de muchas horas olvidadas que respiro
sobre el desdeñoso paisaje árido.
Allá lejos los álamos, la mínima plaza de toros, las margaritas en la hierba
y las pardas carreteras alegres, y las techumbres de pizarra, y palomas,
y las viñas ebrias de luz, y el ocre cruel que se desprende de los cerros,
y el triste cuartel solitario, y los domingos cuando suena en lo hondo,
y así como en la mano, hacia la hermosa libertad que cruza
duerme la ciudad en la tarde
rendida y doblegando sus muros, sus arrabales en la sombra
y apretada dulcemente contemplo,
y descanso en la placidez de las últimas frondas limpias,
y en el sosiego de las murallas vibrantes de vencejos, ilusas, entre olmos.
Levemente transcurre la memoria
y se resume en una gota de absoluta niñez la tristeza,
y desaparece en un instante la hermosura que vemos
tejiendo en el recuerdo la verdad que miramos.
Así, desde lo alto de esta casa,
sumido puramente en mi espíritu,
libremente entregado,
vigilo la ciudad que arde siempre, la ciudad imposible que apenas ve mi costumbre,
pero que mi alma sabe,
mientras gimen las vigas podridas y se hunde lentamente, a mis pies,
este pobre montón de belleza, este insomnio de encinas oscuras,
besadas por la muerte, besadas por mis labios,
frente al azul granito
lejano y puro del Teleno…
COMENTARIO:
A diferencia del soneto anterior, cuya exclusión de ECI nos parecía plenamente justificada, este poema en verso libre debería haber entrado en el libro con todos los honores. Se trata de un poema característico del modo en que Panero entendía la vida. Por su título, es inevitable recordar el memorable de Luis Cernuda, “Donde habite el olvido”, pues –como tendré ocasión de demostrar en otro lugar– no son pocas las afinidades éticas y estéticas entre ambos poetas, tan en apariencia divergentes. En la primera estancia Panero se instala en su observatorio predilecto, el torreón de su casa de Astorga, desde el cual contempla el horizonte: el dulce campo que mis ojos / a través de la costumbre apenas ven, pero aman. Costumbre es término muy estimado por el poeta y casi siempre va unido a lo que es más suyo, la familia: Señor, ésta es mi casa y mi costumbre, dice uno de los versos iniciales de La estancia vacía, luego reiterado como si se tratara del rittornello de una oración. En el poema “Casi roto de ti” la palabra se carga de religiosidad: Como rota, Señor, mi sangre suena / en soledad de Ti, de Ti en costumbre: / llenos de Ti mis huesos, pero humanos (OC, I: 142). Y así también en el bellísimo soneto-epitafio dedicado a Dolores, la costurera de su casa: En noble lienzo blanco entretejiste / mi amor y tu costumbre, y ahora siento / la túnica inconsútil de tus manos (OC, I: 155). La costumbre se convierte, pues, en el punto de referencia de una vida de silencio y soledad a la que el poeta aspira todavía más cuando se encuentra lejos de la tierra. Es el caso de otro de sus poemas mejores, “En la catedral de Astorga”, donde nos evoca una situación muy parecida a la del poema inédito que comento:
[…] como a los ojos
se ofrecen al volver –cara a su infancia–
las cosas al viajero que ha vivido
lejos de su costumbre muchos años,
y que hoy regresa, como yo, y contempla,
desde un otero, en soledad los muros,
en soledad los prados que conoce,
en soledad la gente, y las techumbres
que el campanario junta, y los rastrojos
donde canta un pastor.
(OC, I: 184)
La costumbre es un estado del espíritu que el poeta revive como algo necesario para su sosiego interior, lo cual no impide que, de vez en vez, aparezcan signos de inquietud. Obsérvense los contrastes: frente al dulce campo en la inmensidad de desdén y de sombra, las tapias decrépitas, las ruinosas murallas, las campanadas llenas de angustia, los puentes de ruinosa piedra, el desdeñoso paisaje árido. Todo consuena con la evocación de lo que ya no está –los muertos en el recuerdo– y de una ciudad imposible, imaginada ardiendo, en un mundo de desolación y de ruina –las vigas podridas– y un estado de zozobra, admirablemente resumido en la imagen del insomnio de encinas oscuras.
Texto 3: “TE QUIERO” (ff.69-70)
NO, te quiero imposible, te quiero magnolia que envejece,
gemido que tristemente se quema, juventud que se hunde hacia el alma;
te quiero con la amargura de mis huesos;
te quiero con la ternura del mañana, con el aliento dulce de las horas;
te quiero honradamente para morir en tu costumbre.
Para morir en tu abundancia, como está la mañana en las cimas.
Y ver los ligeros pueblos distantes, las ovejas cansadas de la tristeza;
los leves pinos violetas hundidos en la memoria,
los puentes de ruinosa piedra que se desprenden como fantasmas,
la fronda llena de tempranas palabras y de vasta penumbra y jilgueros,
las cañadas donde en secreto reverbera mi ilusión de agua trémula,
y tu corazón donde palpita aladamente el espacio.
Te quiero humildemente para siempre y recordar tu tamaño de niña,
y besar la tiniebla, y reposar en la montaña, en la lumbre
de los bosques, del aire que conserva su infancia,
y ver la angustia entre las rocas y los pliegues donde la hermosura se hace,
y escuchar a lo lejos el eco, el sonar de la tierra, el espíritu.
Te quiero, con las manos insomnes.
Te quiero en la sustancia misma de las últimas estrellas.
Te quiero en mi ceniza propia como la hiedra sobre el árbol.
Te quiero lentamente en lo azul, en lo vivo del día, en las encinas
calientes de ignorancia, íntimas de vejez por la cumbre,
ávidas de sosiego en la tarde,
y ver alegremente, golpeada por las lágrimas, nuestra casa de ahora,
y nuestro amor de ahora, ahora con luz profundamente,
y la limpia tardanza de los valles y la quietud que la hondura origina.
Y te beso y te estrecho y te descifro en mi pasión, retirado
a la más honda libertad del espíritu,
olorosa de violetas, perpetuamente igual a tu alma,
mientras sacude el fuerte viento el ramaje donde suenan los años,
y asomado oscuramente a mi tristeza sonrío
contemplando las nubes, llevado por la angustia, rumoroso de miedo.
COMENTARIO:
Magnífico poema de amor, sin duda inspirado por su esposa, Felicidad Blanc. Su leit-motiv –el envejecimiento de la amada visto no como una tragedia, sino como estadio de plenitud– es el mismo que, de forma magistral, desarrollará años después en tres sonetos escritos durante su estancia en Caracas, en la Navidad de 1953; son los titulados “Como ninguna cosa”, “Completa juventud” y “Visión de Astorga”. Estos dos últimos son los más involucrados con el sentido del poema que nos ocupa. La nueva, verdadera juventud que el poeta desea es la que, paradójicamente, se va haciendo con el paso del tiempo, rejuvenecido por la aspiración de Dios y siempre con la complicidad de la amada:
Felicidad, para volver contigo
a ser joven completo, paso a paso,
en la honda primavera que florece.
(OC, II, 416)
En “Visión de Astorga” esa completa juventud se transforma en vejez vivida con pasión:
[…] Para morir contigo cada día,
Felicidad, te quiero. ¡Oh insondable
pasión de la vejez en largo sueño!
Desligados del mundo en lejanía,
tus ojos en mis ojos, que nos hable
la palabra a los dos del solo dueño.
(OC, II: 417)
Liberado el amor de las ataduras temporales, a la manera de Yeats, cuyo poema “Men improve with the years” tradujo Panero (OC, II: 769), aparecen además otros motivos ya tratados con anterioridad, como el de la costumbre: te quiero honradamente para morir en tu costumbre, y el paisaje en cuanto escenario donde se proyectan las tensiones del alma: los puentes de ruinosa piedra que se desprenden como fantasmas, la angustia entre las rocas y los pliegues donde la hermosura se hace, etc. Los versos finales son muy representativos del mundo poético del escritor, muy determinado por el concepto unamuniano, cristianamente existencialista, de la vida: asomado oscuramente a mi tristeza sonrío / contemplando las nubes, llevado por la angustia, rumoroso de miedo.
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