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    José Lezama Lima (1910-1976) Empty José Lezama Lima (1910-1976)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb Dic 08, 2018 5:21 am

    .


    José Lezama Lima

    Poeta y ensayista cubano nacido en La Habana en 1910.
    Es considerado como el escritor más representativo de la literatura cubana e hispanoamericana junto a José Martí. Su estilo barroco ha influido en numerosos escritores de habla hispana. Dirigió numerosas revistas literarias contribuyendo con importantes textos como «Muerte de Narciso» y «Enemigo rumor». En 1966 publicó su novela «Paradiso» donde desarrolló en prosa su sistema poético. Escribió también varios libros de ensayos.
    Murió en La Habana en 1976.


    Algunos poemas de José Lezama Lima:


    AH, QUE TÚ ESCAPES

    Ah, que tú escapes en el instante
    en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
    Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
    las preguntas de esa estrella recién cortada,
    que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

    Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
    cuando en una misma agua discursiva
    se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
    antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
    parecen entre sueños, sin ansias levantar
    los más extensos cabellos y el agua más recordada.
    Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
    hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
    pues el viento, el viento gracioso,
    se extiende como un gato para dejarse definir.



    BRILLANDO OSCURA LA MÁS SECRETA PIEL CONFORME...

    Brillando oscura la más secreta piel conforme
    a las prolijas plumas descaradas en ruido
    lento o en playa informe, mustio su oído
    doblado al viento que le crea deforme.

    Perfilada de acentos que le burlan movedizos
    el inútil acierto en sobria gruta confundido grita,
    jocosa llamarada -nácar, piel, cabellos- extralimita
    el borde lloviznado en que nadan soñolientos rizos.

    ¿Te basta el aire que va picando el aire?
    El aire por parado, ya por frío, destrenza tus miradas
    por el aire en cintas muertas, pasan encaramadas
    porfías soplando la punta de los dedos al desgaire.

    El tumulto dorado -recelosa su voz- recorre por la nieve
    el dulce morir despierto que emblanquece al sujeto cognoscente.
    Su agria confesión redorada dobla o estalla el más breve
    marfil; ondulante de párpados rociados al dulzor de la frente.

    Ceñido arco, cejijunto olvido, recelosa fuente halago.
    Luz sin diamante detiene al ciervo en la pupila,
    que vuela como papel de nieve entre el peine y el lago.
    Entre verdes estambres su dardo el oído destila.

    Cazadora ceñida que despierta sin voz, más dormidos metales,
    más doblados los ecos. Se arrastra leve escarcha olvidada
    en la líquida noche en que acampan sus dormidos cristales,
    luz sin diamante al cielo del destierro y la ofrenda deseada.

    El piano vuelve a sonar para los fantasmas sentados
    al borde del espacio dejado por una ola entre doble sonrisa.
    La hoja electrizada o lo que muere como flamencos pinchados
    sobre un pie de amatista en la siesta se desdobla o se irisa.

    No hay más que párpados suaves o entre nubes su agonía desnuda

    Desnudo el mármol su memoria confiesa o deslíe la flor de los timbres,
    mármol heridor, flor de la garganta en su sed ya
    despunta o se rinde en acabado estilo de volante dolor.

    Oh si ya entre relámpagos y lebreles tu lengua se acrecienta
    y tu espada nueva con nervios de sal se humedece o se arroba.
    Es posible que la lluvia me añore o entre nieves el dolor no se sienta
    si el alcohol centellea y el canario sobre el mármol se dora.
    El aire en el oído se muere sin recordar
    el afán de enrojecer las conchas que tienen las hilanderas.
    Al atravesar el río, el jazmín o el diamante, tenemos que llorar
    para que los gusanos nieven o mueran en dos largas esperas.



    CAÍDA LA HOJA MIRO...

    Caída la hoja miro,
    ya que tu olvido decrece
    la calidad del suspiro
    que firme en la voz se mece.

    La sombra de tu retiro
    no a la noche pertenece,
    si insisto y la sombra admiro
    tu ausencia no viene y crece.

    La sustancia del vacío
    sólo halla su concierto
    elaborando el desvelo

    que presagia el cuerpo yerto.
    Diosa perdida en el cielo,
    yo con el cuerpo porfío.



    CUERPO DESNUDO

    Cuerpo desnudo en la barca.
    Pez duerme junto al desnudo
    que huido del cuerpo vierte
    un nuevo punto plateado.

    Entre el boscaje y el punto
    estática barca exhala.
    Tiembla en mi cuello la brisa
    y el ave se evaporaba.

    El imán entre las hojas
    teje una doble corona.
    Sólo una rama caída

    ilesa la barca escoge
    el árbol que rememora
    sueño de sierpe a la sombra.



    EL ABRAZO

    Los dos cuerpos
    avanzan, después de romper el espejo
    intermedio, cada cuerpo reproduce
    el que está enfrente, comenzando
    a sudar como los espejos.
    Saben que hay un momento
    en que los pellizcará una sombra
    algo como el rocío, indetenible como el humo.
    La respiración desconocida
    de lo otro, del cielo que se inclina
    y parpadea, se rompe
    muy despacio esa cáscara de huevo.

    La mano puesta en el hombro de la mujer.
    Nace en ellos otro temblor,
    el invisible, el intocable, el que está ahí,
    grande como la casa, que es otro cuerpo
    que contiene y luego se precipita
    en un río invisible, intocable.
    Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
    a la tierra descifrada,
    están ahora en el cuerpo sellado.
    Comienza apoyándose enteramente,
    un cuerpo oscuro que penetra
    en la otra luz
    que se va volviendo oscura
    y que es ella ahora la que comienza
    a penetrar.
    Lo oscuro húmedo que desciende
    en nuestro cuerpo.
    Tiemblan como la llama
    rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
    La penetración en lo oscuro,
    pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
    después luminoso
    como los ojos acabados de nacer,
    cuando comienzan su victoriosa aprobación.

    La mano no está ya en el otro hombro.
    Se establece otro puente
    que respaldan los cuerpos penetrantes.
    Ya los dos cuerpos desaparecen,
    es la gran nebulosa oscura
    que apuntala su aspa de molino.
    Los dos cuerpos giran
    en la rueda de volantes chispas.
    Como después de una lenta y larga nadada,
    reaparecen los cabellos llenos de tritones.
    Miramos hacia atrás separando el oleaje
    Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.

    Los dos cuerpos desparecen
    en un punto que abre su boca.
    Lo húmedo, lo blando,
    la esponja infinitamente extensiva,
    responden en la puerta,
    abrillantada con ungüentos
    de potros matinales
    y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.

    El dolmen que regala los dones
    en la puerta aceitada,
    suena silenciosamente su madera vieja.
    Los dos cuerpos desaparecen
    y se unen en el borde de una nube.
    La manta, la lechuza marina,
    seca el sudor estrellado
    que los cuerpos exhalan en la crucifixión.
    El árbol y el falo
    no conocen la resurrección,
    nacen y decrecen con la media luna
    y el incendio del azufre solar.
    Los dos cuerpos ceñidos,
    el rabo del canguro
    y la serpiente marina,
    se enredan y crujen en el casquete boreal.



    EL ESPERADO

    Para José Rey

    Al fin llegó el esperado,
    se abrieron las puertas de la casa
    y de nuevo se encendieron las luces.

    Una sombra ligera había repasado
    las paredes, que brillaban como ojos metálicos.

    El esperado comprobó cada uno de los secretos
    que guardaba la casa mágica
    llena de los amigos que fueron llegando
    con gorgueras nadantes, en campanillas
    de congelados sonidos como albatros.

    Hay un rincón
    que se abre como un libro de cetrería
    y se cierra como un antifonario
    en la medianoche temblequeante.

    Sus páginas son la escarcha
    que penetra en un paquete sellado.

    Sus silenciosos tumultos
    son llamas en el agua,
    que ven de cerca, día por día,
    el reloj coralino
    que ensaliva la eternidad.

    Una eternidad sucia, confundida,
    que da tropezones en la ley matinal
    y se reconoce y se come a sus hijos,
    como el caballo de la noche
    que relincha sin tregua.

    Es una bobalicona batalla
    en donde todos nos quedamos
    dormidos. Y nos van diciendo
    quiénes son los vencidos
    y los que siembran maíz,
    polvos de arroz,
    confundidos con la grasa de la mula
    en la coronación.

    La talanquera mugiendo con las vacas.

    Los flautines bucoliastas,
    dije de ostras lagañudas,
    inician el asedio.

    El incendio tamboril
    desordena el asalto.

    En el bostezo, nubes
    y números de nubes,
    de confín en confín.



    EL SUPLENTE

    Vendrá el suplente en agua a conversar.

    Se dirigirá hacia el norte donde tejen,
    desconocido llegará a los que lo protegen.

    Se arrancará su diente y a sembrar.

    Vendrá el suplente en vino a pelear,
    esgrimirá la traílla en zumbido planetario,
    tropezará con el estilo rufián del carbonario.

    Se apretará el chaleco y a bromear.

    Los dos suplentes no se encontrarán en la escalera
    aunque dejarán sus huellas en el molde de cera,
    al mismo tiempo se taparán con las dos hojas de la puerta.

    No se saludarán al valsar los largos corredores,
    pero se embriagarán con los mismos escanciadores.

    Ya llega el otro suplente para tirar del rabo de la puerca.



    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Dom Mayo 29, 2022 3:27 am, editado 1 vez


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    Mensaje por Maria Lua Dom Dic 09, 2018 9:46 pm

    Gracias, Pedro, por la biografía y los
    poemas de José Lezana Lima...




    Los fragmentos de la noche

    Cómo aislar los fragmentos de la noche
    para apretar algo con las manos,
    como la liebre penetra en su oscuridad
    separando dos estrellas
    apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
    La noche respira en una intocable humedad,
    no en el centro de la esfera que vuela,
    y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
    hasta formar el irrompible tejido de la noche,
    sutil y completo como los dedos unidos
    que apenas dejan pasar el agua,
    como un cestillo mágico
    que nada vacío dentro del río.
    Yo quería separar mis manos de la noche,
    pero se oía una gran sonoridad que no se oía,
    como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina
    silenciosa en la esquina del templo.
    La noche era un reloj no para el tiempo
    sino para la luz,
    era un pulpo que era una piedra,
    era una tela como una pizarra llena de ojos.
    Yo quería rescatar la noche
    aislando sus fragmentos,
    que nada sabían de un cuerpo,
    de una tuba de órgano
    sino la sustancia que vuela
    desconociendo los pestañeos de la luz.
    Quería rescatar la respiración
    y se alzaba en su soledad y esplendor,
    hasta formar el neuma universal
    anterior a la aparición del hombre.
    La suma respirante
    que forma los grandes continentes
    de la aurora que sonríe
    con zancos infantiles.
    Yo quería rescatar los fragmentos de la noche
    y formaba una sustancia universal,
    comencé entonces a sumergir
    los dedos y los ojos en la noche,
    le soltaba todas las amarras a la barcaza.
    Era un combate sin término,
    entre lo que yo le quería quitar a la noche
    y lo que la noche me regalaba.
    El sueño, con contornos de diamante,
    detenía a la liebre
    con orejas de trébol.
    Momentáneamente tuve que abandonar la casa
    para darle paso a la noche.
    Qué brusquedad rompió esa continuidad,
    entre la noche trazando el techo,
    sosteniéndolo como entre dos nubes
    que flotaban en la oscuridad sumergida.
    En el comienzo que no anota los nombres,
    la llegada de lo diferenciado con campanillas
    de acero, con ojos
    para la profundidad de las aguas
    donde la noche reposaba.
    Como en un incendio,
    yo quería sacar los recuerdos de la noche,
    el tintineo hacia dentro del golpe mate,
    como cuando con la palma de la mano
    golpeamos la masa de pan.
    El sueño volvió a detener a la liebre
    que arañaba mis brazos
    con palillos de aguarrás.
    Riéndose, repartía por mi rostro
    grandes cicatrices.



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    José Lezama Lima (1910-1976) Empty Re: José Lezama Lima (1910-1976)

    Mensaje por Maria Lua Dom Dic 09, 2018 9:52 pm

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    José María Andrés Fernando Lezama Lima, conocido como José Lezama Lima (La Habana, 19 de diciembre de 1910 - La Habana, 9 de agosto de 1976) fue un escritor cubano que aunque se dedicó sobre todo a la poesía y al ensayo, se le recuerda sobre todo por su faceta de novelista, en concreto por su obra Paradiso, publicada en 1966 y de gran repercusión internacional. De estilo barroco, y considerado uno de los autores más importantes de la literatura hispanoamericana, ha influido en una gran cantidad de escritores de su época y posteriores.

    Junto a Alejo Carpentier fue una de las más grandes figuras que ha dado la literatura insular. Su casa en La Habana es hoy la Casa Museo José Lezama Lima.



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    Paradiso, su novela cumbre



    Esta obra, que merece un capítulo aparte en la bibliografía del autor, se ha considerado una novela de aprendizaje por la descripción a todos los niveles del proceso de desarrollo del protagonista, José Cemí, desde su infancia hasta la madurez.

    El conjunto de la narración muestra una imagen arquetípica en el sentido del platonismo de Cuba que es a la vez un contrapunto actualizado con las páginas del diario de Cristóbal Colón, que describen la edénica belleza de la isla recién descubierta, que como todo Edén alberga la certidumbre de su pérdida.

    Pese a no limitarse a los elementos autobiográficos, en Paradiso abundan las referencias al autor, a modo de enclaves verosímiles en el tejido de la trama: en el primer capítulo el niño José Cemí aparece en la cama enfermo de asma; luego, una regresión cronológica nos lleva al pasado del coronel y su familia; posteriormente se narra la iniciación sexual del protagonista en uno de los lugares de destino de su padre, con cuya muerte termina un ciclo placentero de la vida de Cemí y comienza un intenso desfile de personajes y situaciones, entre las que destaca la iniciación a la poesía del protagonista por parte de un tío.

    Otra constante de la obra de Lezama aparece en el polémico capítulo octavo, donde se manifiesta el predominio del erotismo. Poco a poco los monólogos y disertaciones intelectuales, Aristóteles, San Agustín, un amplio comentario sobre Friedrich Nietzsche indican el doble camino de búsqueda, bifurcado entre la erudición y la poesía, como una construcción verbal que apunta a una finalidad desconocida. A esas alturas se advierte que, más allá de un proceso de aprendizaje, se trata de una experiencia iniciativa en la que el discurso narrativo del autor asume el protagonismo.





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    Mensaje por Maria Lua Dom Dic 09, 2018 9:57 pm

    Lo inaudible



    Es inaudible,
    no podremos saber si las hojas
    se acumulan y suenan al encaramarse
    la mirona lagartija sobre la hoja.
    Nos roza la frente
    y creemos que es un pañuelo
    que nos está tapando los ojos.
    El oro caminaba
    después hacia la hoja
    y la hoja iba hacia la casa
    vacía del otoño, donde lo inaudible
    se abrazaba con lo invisible
    en un silencioso gesto de júbilo.
    Lo inaudible
    gustaba del vuelo de las hojas,
    reposaba entre el árbol inmóvil
    y el río de móvil memoria.
    Mientras lo inaudible lograba
    su reino, la casa oscilaba,
    pero su interior permanecía intocable.
    De pronto, una chispa
    se unió a lo inaudible
    y comenzó a arder escondido
    debajo del sonido facetado del espejo.
    La casa recuperó su movilidad
    y comenzó de nuevo a navegar.


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    José Lezama Lima (1910-1976) Empty Re: José Lezama Lima (1910-1976)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom Dic 30, 2018 7:52 pm

    Maria, gracias por tus aportes a la obra de José Lezama Lima, de verso alambicado, barroco, gloria de la poesía cubana moderna. Dejo algunos poemas más de él.

    Un abrazo.
    Pedro


    *


    ESPERAR LA AUSENCIA

    Estar en la noche
    esperando una visita,
    o no esperando nada
    y ver cómo el sillón lentamente
    va avanzando hasta alejarse de la lámpara.

    Sentirse más adherido a la madera
    mientras el movimiento del sillón
    va inquietando los huesos escondidos,
    como si quisiéramos que no fueran vistos
    por aquellos que van a llegar.

    Los cigarros van reemplazando
    los ojos de los que no van a llegar.

    Colocamos el pañuelo
    sobre el cenicero para que no se vea
    el fondo de su cristal,
    los dientes de sus bordes,
    los colores que imitan sus dedos
    sacudiendo la ausencia y la presencia
    en las entrañas que van a ser sopladas.

    La visita o la nada
    cubiertas por el pañuelo,
    como el llegar de la lluvia
    para oídos lejanos,
    saltan del cenicero,
    preparando la eternidad
    de sus pisadas o se organizan
    inclinándose sobre un montón de hojas
    que chisporrotean sobre el jarrón
    de la abuela,
    huyendo del cenicero.


    LA NOCHE VA A LA RANA DE SUS METALES...

    La noche va a la rana de sus metales,
    palpa un buche regalado para el palpo,
    el rocío escuece a la piedra en gargantilla
    que baja para tiznarse de humedad al palpo.

    La rana de los metales se entreabre en el sillón
    y es el sillón el que se hunde en el pozo hablador.
    el fragmento aquel sube hasta el farol
    y la rana, no en la noche, pega su buche en el respaldo.

    La noche rellenada reclama la húmeda montura,
    la yerba baila en su pequeño lindo frío,
    pues se cansa de ser la oreja no raptada.

    la hoja despierta como oreja, la oreja
    amanece como puerta, la puerta se abre al caballo.
    Un trotito aleve, de lluvia, va haciendo hablar las yerbas.


    LLAMADO DEL DESEOSO

    Deseoso es aquel que huye de su madre.
    Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.
    La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
    Deseoso es dejar de ver a su madre.
    Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
    y es la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.
    Es esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila un fuego hueco.
    y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar en calma.
    Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,
    es la madre, de los postigos asegurados, de quien se huye.
    Lo descendido en vieja sangre suena vacío.
    La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce circulizada.
    la madre es fría y está cumplida.
    Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
    No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
    Es por un claro donde la madre sigue marchando, pero ya no nos sigue.
    Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.
    Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le sigue, ay.
    No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en sus días,
    pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,
    y ella apetece mirar el árbol como una piedra,
    como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.
    Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto ácido.
    El deseoso es el huidizo.
    Y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta centro de mesa
    y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de quien huimos
    que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma
    ................................................noche de igual ijada descomunal?



    MADRIGAL

    El tallo de una rosa se ha encolerizado con las avispas
    que impedían que su cintura fuese y viniese con las mareas
    cuando estaba tan tranquila en las graderías de un templo
    y un marinero llamado por la palabra marea
    se ha unido la los clamores de alfileres sin sueño
    y le ha dado un fuerte pellizco al tallo de una rosa
    lo que no merecía lo que no alcanzaba en su sonrisa
    en su cítara en su respiración tornasolada
    la cólera de un marinero
    mil manos que se alzaban en el remedo de un beso
    en esta pirámide de besos
    para que en lo alto más despacio más pañuelo más señorita
    una rosa una rosa
    que no puede aislar ni unas cuantas avispas encolerizadas
    que la han vencido que se le han: pegado tenazmente a los flancos
    y ya son ramita entre dos recuerdos.

    Desconchamiento de lunas que no vienen
    sus escamas de otoño
    pero el niño que se ha quedado detenido
    frente a los encantamientos
    de un caballo blanco
    se apresura en su dulce memoria de lunares
    a evocar sus regalos para ingresar en la nieve
    entre dos recuerdos de aire pulsado entre dos conchas
    que recorren un hilo de sienes de sien a sien
    como entre dos recuerdos
    un dedo besado atormentado desnudado
    una muchedumbre de Perseos enlunados
    que esperan a los más crecidos cazadores de medianoche
    porque ha llegado el día que no se alcanza
    con media docena de cítaras
    redondas espinas siempre festón de nieve enhebrado
    que se adelantan con la crecida del aire
    de dos conchas entre dos recuerdos
    entrecortados silbidos en las graderías de un templo
    hasta el instante en que es la sangre de hoy
    hojas del recuerdo en las ventanas de las joyerías
    ojos que miran cómodamente la avispa
    mordiendo el tallo de una rosa
    para negártelo en el aire guante fronda lenta flauta
    la misma rosa que ha inclinado su frente para recoger tu pañuelo
    y esconderlo hasta que pasen los cazadores de medianoche.


    .


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    Mensaje por Maria Lua Dom Ene 26, 2020 10:25 pm

    Una oscura pradera me convida...

    Una oscura pradera me convida,
    sus manteles estables y ceñidos,
    giran en mí, en mi balcón se aduermen.

    Dominan su extensión, su indefinida
    cúpula de alabastro se recrea.
    Sobre las aguas del espejo,
    breve la voz en mitad de cien caminos,
    mi memoria prepara su sorpresa:
    gamo en el cielo, rocío, llamarada.

    Sin sentir que me llaman
    penetro en la pradera despacioso,
    ufano en nuevo laberinto derretido.

    Allí se ven, ilustres restos,
    cien cabezas, cornetas, mil funciones
    abren su cielo, su girasol callando.
    Extraña la sorpresa en este cielo,
    donde sin querer vuelven pisadas
    y suenan las voces en su centro henchido.

    Una oscura pradera va pasando.
    Entre los dos, viento o fino papel,
    el viento, herido viento de esta muerte
    mágica, una y despedida.
    Un pájaro y otro ya no tiemblan.



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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Dom Ene 26, 2020 10:26 pm

    Una fragata, con las velas desplegadas

    Las velas se vuelven
    picoteadas por un dogo de niebla.
    Giran hasta el guiñapo,
    donde el gran viento les busca las hilachas.
    Empieza a volver el círculo
    de aullidos penetrantes,
    los nombres se borran, un pedazo
    de madera ablandada por las aguas,
    contornea el sexo dormilón del alcatraz.
    La proa fabrica un abismo
    para que el gran viento le muerda los huesos.
    Crecen los huesos abismados,
    las arenas calientan
    las piedras del cuerpo en su sueño
    y los huevos con el reloj central.
    El alción se envuelve en las velas,
    entra y sale en la blasfemia neblinosa.
    Parece con su pico
    impulsar la rotación de la fragata.
    Gira el barco hacia el centro
    del guiñapo de seda.
    Sopladas desde abajo
    las velas se despedazan
    en la blancura transparente del oleaje.
    Una fragata
    con todas sus velas presuntuosas,
    gira golpeada por un grotesco Eolo,
    hasta anclarse en un círculo,
    azul inalterable con bordes amarillos,
    en el lente cuadriculado de un prismático.
    Allí se ve una fingida transparencia,
    la fragata, amigada con el viento,
    se desliza sobre un cordel de seda.
    Los pájaros descansan
    en el cobre tibio de la proa,
    uno de ellos, el más provocativo,
    aletea y canta.
    Encantada cola de delfín
    muestra la torrecilla en su creciente.
    Hoy es un grabado
    en el tenebrario de un aula nocturna.
    Cuando se tachan las luces
    comienza de nuevo su combate sin saciarse,
    entre el dogo de nieblas y la blancura
    desesperadamente sucesiva del oleaje.


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    Mensaje por Maria Lua Dom Ene 26, 2020 10:27 pm

    Son diurno

    Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
    como el órgano que se rodea de un fuego
    húmedo y redondo hasta el amanecer
    y hasta un ancho volumen de fuego respetado.

    Ahora que tu voz no es la importuna caricia
    que presume o desordena la fijeza de un estío
    reclinado en la hoja breve y difícil
    o en un sueño que la memoria feliz
    combaba exactamente en sus recuerdos,
    en sus últimas, playas desoídas.

    ¿Dónde está lo que tu mano prevenía
    y tu respiración aconsejaba?
    Huida en sus desdenes calcinados
    son ya otra concha,
    otra palabra de difícil sombra.
    Una oscuridad suave pervierte
    aquella luna prolongada en sesgo
    de la gaviota y de la línea errante.

    Ya en tus oídos y en sus golpes duros
    golpea de nuevo una larga playa
    que va a sus recuerdos y a la feliz
    cita de Apolo y la memoria mustia.
    Una memoria que enconaba el fuego
    y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
    el discurso del fuego acariciado.


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    Mensaje por Maria Lua Dom Ene 26, 2020 10:27 pm

    Sobre un grabado de alquimia china

    Debajo de la mesa
    se ven como tres puertas
    de pequeños hornos,
    donde se ven piedras y varas ardiendo,
    por donde asoma el enano
    que masca semillas para el sueño.
    Encima de la mesa
    se ven tres cojines grises y azules,
    en dos de ellos hay como figuras geométricas
    hechas con huevos irrompibles.
    Al lado un jarrón sin ornamento.
    Pedazos de leña por el suelo.
    Un hombre curvado con una balanza
    pesa una cesta de almendras.
    La varilla de ébano
    alcanza de inmediato el fiel.
    El hombre que vende
    teme a los tres pequeños hornos
    que se esconden debajo de la mesa.
    Por allí deben salir
    las figuras esperadas
    que vendrán cuando el pesador
    logre el centro de la canasta.
    A su derecha el hombre que contempla
    absorto al pesador,
    juega con unos pájaros.


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    Mensaje por Maria Lua Dom Ene 26, 2020 10:28 pm

    Rueda el cielo -que no concuerde...

    Rueda el cielo -que no concuerde
    su intento y el grácil tiempo-
    a recorrer la posesión del clavel
    sobre la nuca más fría
    de ese alto imperio de siglos.
    Rueda el cielo -el aliento le corona
    de agua mansa en palacios
    silenciosos sobre el río
    a decir su imagen clara.
    Su imagen clara.

    Va el cielo a presumir
    -los mastines desvelados contra el viento-
    de un aroma aconsejado.
    Rueda el cielo
    sobre ese aroma agolpado
    en las ventanas,
    como una oscura potencia
    desviada a nuevas tierras.
    Rueda el cielo
    sobre la extraña flor de este cielo,
    de esta flor,
    única cárcel:
    corona sin ruido.


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    Mensaje por Maria Lua Dom Ene 26, 2020 10:29 pm

    Oigo hablar

    Oigo hablar a un pájaro moteado:
    cuacuá.
    En la cabeza tres círculos verdes
    y los ojitos que abren y cierran la noche.
    Las banquetas para los violinistas
    y en medio de la pechuga aljamiada
    una garrafa saludando como en un minué.
    Las levitas y los sombreros
    manchados de luna, con alas pequeñas,
    corrían a ocultarse detrás de los árboles.
    Los violines también detrás de las hojas
    crecían escindidos pisados por la escarcha.
    El violinista de levita morada exclama:
    cuacuá.
    Y todos los trombones borrachos en la medianoche
    saludaban, alzaban las ventanas,
    elevaban por el aire el pelo del violín.
    Una pausa y después se oyó:
    cuacuá.
    Los animales hablaban primero,
    el pájaro perfeccionó el diccionario,
    la orquesta sólo lo hizo girar, girar,
    soltar sus espirales y recogerlas
    en la manga con botones heráldicos.
    El pájaro en su casaca de abril
    nos regaló el lenguaje interpuesto,
    el pelo del violín cruzado con el rameado sedoso,
    el ojo del pulpo en el ancla al mediodía:
    cuacuá.
    El violinista con sus pelos angélicos,
    impulsados por la orquesta y su tic tac
    de escarcha amoratada, saludaba
    de nuevo la hoja reverente
    y dejaba caer una gota
    hidrocéfala con los ojos sangrantes:
    cuacuá.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar Jul 04, 2023 5:41 pm

    Te agradezco mucho tus aportaciones a este tema, Maria.

    Un abrazo.
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