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“El valor de un poema”, por Xavier Mas de Xaxàs (La Vanguardia, 21-12-2019)
A menudo pienso que hay mucha más verdad en un poema que en una noticia. Los periodistas que nos dedicamos a explicar el más allá deberíamos aprender del minimalismo poético, de la humildad de la palabra que reta a la verdad mediatizada. William Carlos Williams escribió que “es difícil informarse a través de los poemas, pero hay hombres que mueren cada día de forma miserable por carecer de lo que en ellos se encuentra”.
En ausencia de la poesía, confiando en las herramientas del periodismo, abarcar el mundo desde una columna como esta es casi tan difícil como abarcar un barrio. No solo porque es difícil dar con la verdad sino porque es casi imposible dar con lo trascendental.
Seguro que este año que acaba ustedes han consumido miles de noticias que han olvidado a las pocas horas porque eran irrelevantes. No importa que llegaran cargadas de urgencias y emociones.
¿Qué puedo hacer yo frente a las injusticias del mundo? Nos hacen creer que vivimos en la distopía, transitando de un año dramático a otro que aún lo será más. La única esperanza que nos queda es ideológica y populista. Millones de personas en todo el mundo han abrazado las promesas de los políticos que no ven otra salvación que no sea el regreso al pasado autoritario y al nacionalismo beligerante.
Los países más grandes de la tierra están gobernados por presidentes y primeros ministros reaccionarios: Estados Unidos, Rusia, Turquía, India, China y Brasil, por ejemplo, mientras que la Unión Europea no ha impedido que Gran Bretaña, Polonia, Hungría y Bulgaria sigan un camino paralelo.
Hay muchas personas que sacrificarían libertad y democracia por seguridad y prosperidad, pero hay muchas, asimismo, que este año han salido a la calle en defensa de los derechos más fundamentales. Creo que esta es la característica que mejor define al 2019, y pensaba en estos activistas del bien común cuando he empezado a escribir esta nota. ¿Qué les une, de dónde sacan la energía y la valentía para salir a la calle y enfrentarse a la amoralidad del Estado, de un poema o de una noticia?
Empezamos el año viéndolos en Sudán, donde derrocaron a una de las peores dictaduras del mundo, y nos comeremos las uvas con el recuerdo vivo de las calles encendidas de Chile. Entremedio, decenas de causas y ciudades. Teherán, Beirut, Bagdad, Jartum, Estambul, La Paz, Quito, Santiago, Caracas, Bogotá, Hong Kong, Moscú, Paris, Nueva Delhi y muchas más se han llenado de personas que han dejado de creer en los gobernantes y los medios que amplifican sus discursos.
Hace años que la política pasó de ser una industria de ideas y leyes a una de emociones y entretenimiento. Más que gobernar, los políticos satisfacen nuestros instintos primarios. Su éxito se mide por la amplitud de su proyección mediática, igual que el de un periodista se mide por la profundidad de su huella digital. Donald Trump es el paradigma, Boris Johnson es su aprendiz. Todo por la audiencia, es decir, todo a cambio de captar su atención con informaciones que no sirven para resolver sus problemas cotidianos o ayudarle a entender el mundo.
¿Hasta qué punto me afectan las migraciones y los arsenales atómicos? ¿Hasta qué punto el reciclaje minucioso de todos mis residuos revertirá la emergencia climática?
La política ofrece más problemas que soluciones. Vive de los miedos más que de los consuelos. Y cuando a un político se le ocurre pensar de otra manera, ofrecer una solución opuesta a la ortodoxia económica o al dictado de los sondeos de opinión, el mundo se le viene encima. Macron, que lleva más de un año resistiendo el acoso de los chalecos amarillos y que afronta una reforma de las pensiones con fuerte oposición social, sería el mejor ejemplo. Cuanta más violencia hay en la calle más se acentúa la parálisis del Estado, más difícil es el diálogo y la corrección de una propuesta. Muy pocos dirigentes reconocen errores en un ambiente enfebrecido.
Los medios, muchos de ellos consagrados a la misma industria del entretenimiento que domina la política, defienden la preeminencia de la ideología (la opinión) sobre los hechos (la información).
Encima de estas plataformas políticas y mediáticas se debate mucho pero se construye muy poco, y el peso abrumador de esta dialéctica nos lleva a confundir la urgencia con la irrelevancia.
Por eso es tan importante lo que este año hemos visto en tantas calles de ciudades tan dispares. Hemos visto a personas que piensan por sí mismas, que denuncian y se arriesgan, que sueñan sin miedo a las consecuencias. Ellas y ellos son los protagonistas de este 2019. Son personas sin filtro, con problemas reales, perjudicadas por las decisiones abstractas que toman gobiernos que las han perdido de vista en aras de un bien común que para ellas no tiene ningún sentido.
De todas estas personas me quedo con los estudiantes de Hong Kong y las mujeres chilenas que en Valparaíso, en medio de la pugna por defender las pensiones, la salud y la educación, con los ojos vendados y el dedo acusando, gritaban “el violador eres tú”: “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. El violador eras tú. El violador eres tú. Son los pacos, los jueces, el Estado, el presidente”. Mujeres de todo el mundo han asumido este himno que es un poema, símbolo de una resistencia, reivindicación de una dignidad, espejo de una esperanza que trasciende el feminismo. Y los poemas, como sabe todo buen periodista, prevalecen mucho más que las noticias.
Xavier Mas de Xaxàs (La Vanguardia, 21-12-2019)
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“El valor de un poema”, por Xavier Mas de Xaxàs (La Vanguardia, 21-12-2019)
A menudo pienso que hay mucha más verdad en un poema que en una noticia. Los periodistas que nos dedicamos a explicar el más allá deberíamos aprender del minimalismo poético, de la humildad de la palabra que reta a la verdad mediatizada. William Carlos Williams escribió que “es difícil informarse a través de los poemas, pero hay hombres que mueren cada día de forma miserable por carecer de lo que en ellos se encuentra”.
En ausencia de la poesía, confiando en las herramientas del periodismo, abarcar el mundo desde una columna como esta es casi tan difícil como abarcar un barrio. No solo porque es difícil dar con la verdad sino porque es casi imposible dar con lo trascendental.
Seguro que este año que acaba ustedes han consumido miles de noticias que han olvidado a las pocas horas porque eran irrelevantes. No importa que llegaran cargadas de urgencias y emociones.
¿Qué puedo hacer yo frente a las injusticias del mundo? Nos hacen creer que vivimos en la distopía, transitando de un año dramático a otro que aún lo será más. La única esperanza que nos queda es ideológica y populista. Millones de personas en todo el mundo han abrazado las promesas de los políticos que no ven otra salvación que no sea el regreso al pasado autoritario y al nacionalismo beligerante.
Los países más grandes de la tierra están gobernados por presidentes y primeros ministros reaccionarios: Estados Unidos, Rusia, Turquía, India, China y Brasil, por ejemplo, mientras que la Unión Europea no ha impedido que Gran Bretaña, Polonia, Hungría y Bulgaria sigan un camino paralelo.
Hay muchas personas que sacrificarían libertad y democracia por seguridad y prosperidad, pero hay muchas, asimismo, que este año han salido a la calle en defensa de los derechos más fundamentales. Creo que esta es la característica que mejor define al 2019, y pensaba en estos activistas del bien común cuando he empezado a escribir esta nota. ¿Qué les une, de dónde sacan la energía y la valentía para salir a la calle y enfrentarse a la amoralidad del Estado, de un poema o de una noticia?
Empezamos el año viéndolos en Sudán, donde derrocaron a una de las peores dictaduras del mundo, y nos comeremos las uvas con el recuerdo vivo de las calles encendidas de Chile. Entremedio, decenas de causas y ciudades. Teherán, Beirut, Bagdad, Jartum, Estambul, La Paz, Quito, Santiago, Caracas, Bogotá, Hong Kong, Moscú, Paris, Nueva Delhi y muchas más se han llenado de personas que han dejado de creer en los gobernantes y los medios que amplifican sus discursos.
Hace años que la política pasó de ser una industria de ideas y leyes a una de emociones y entretenimiento. Más que gobernar, los políticos satisfacen nuestros instintos primarios. Su éxito se mide por la amplitud de su proyección mediática, igual que el de un periodista se mide por la profundidad de su huella digital. Donald Trump es el paradigma, Boris Johnson es su aprendiz. Todo por la audiencia, es decir, todo a cambio de captar su atención con informaciones que no sirven para resolver sus problemas cotidianos o ayudarle a entender el mundo.
¿Hasta qué punto me afectan las migraciones y los arsenales atómicos? ¿Hasta qué punto el reciclaje minucioso de todos mis residuos revertirá la emergencia climática?
La política ofrece más problemas que soluciones. Vive de los miedos más que de los consuelos. Y cuando a un político se le ocurre pensar de otra manera, ofrecer una solución opuesta a la ortodoxia económica o al dictado de los sondeos de opinión, el mundo se le viene encima. Macron, que lleva más de un año resistiendo el acoso de los chalecos amarillos y que afronta una reforma de las pensiones con fuerte oposición social, sería el mejor ejemplo. Cuanta más violencia hay en la calle más se acentúa la parálisis del Estado, más difícil es el diálogo y la corrección de una propuesta. Muy pocos dirigentes reconocen errores en un ambiente enfebrecido.
Los medios, muchos de ellos consagrados a la misma industria del entretenimiento que domina la política, defienden la preeminencia de la ideología (la opinión) sobre los hechos (la información).
Encima de estas plataformas políticas y mediáticas se debate mucho pero se construye muy poco, y el peso abrumador de esta dialéctica nos lleva a confundir la urgencia con la irrelevancia.
Por eso es tan importante lo que este año hemos visto en tantas calles de ciudades tan dispares. Hemos visto a personas que piensan por sí mismas, que denuncian y se arriesgan, que sueñan sin miedo a las consecuencias. Ellas y ellos son los protagonistas de este 2019. Son personas sin filtro, con problemas reales, perjudicadas por las decisiones abstractas que toman gobiernos que las han perdido de vista en aras de un bien común que para ellas no tiene ningún sentido.
De todas estas personas me quedo con los estudiantes de Hong Kong y las mujeres chilenas que en Valparaíso, en medio de la pugna por defender las pensiones, la salud y la educación, con los ojos vendados y el dedo acusando, gritaban “el violador eres tú”: “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. El violador eras tú. El violador eres tú. Son los pacos, los jueces, el Estado, el presidente”. Mujeres de todo el mundo han asumido este himno que es un poema, símbolo de una resistencia, reivindicación de una dignidad, espejo de una esperanza que trasciende el feminismo. Y los poemas, como sabe todo buen periodista, prevalecen mucho más que las noticias.
Xavier Mas de Xaxàs (La Vanguardia, 21-12-2019)
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