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“Jaulas doradas” por John Carlin (La Vanguardia, 29-03-2020)
Recibí esta semana una carta de un cura irlandés llamado J. Swift. Propone un plan para mitigar el sufrimiento humano y económico del coronavirus. Hace un tiempo, el mismo señor compuso lo que llamó “Una modesta propuesta” para acabar con la pobreza. El plan consistía en que los desafortunados de la Tierra dejasen de ver a los hijos como objetos de afecto sino como bienes materiales. Concretamente, en comida para los ricos. “Me han asegurado -escribió el reverendo-, que, cumplido un año, un niño saludable ofrece un alimento rico, nutritivo y sustancioso, sea este guisado, asado, horneado, o al vapor”.
La lógica es aplastante. Estamos hablando de un milagro tanto económico como social. Los ingresos de los padres aumentarían de manera importante y a la vez se incrementaría la armonía familiar, incentivando la intimidad matrimonial y el tierno cuidado del niño durante su primer y último año de vida.
El doctor Swift tiene credibilidad. Por eso hoy me ahorraré el trabajo de escribir mi columna y me limitaré a reproducir en su totalidad su propuesta para resolver la crisis que hoy aflige al mundo entero. Aquí va.
“La comparación que muchos hacen entre la actual pandemia y la guerra delata una falta lamentable de proporción y humanidad. Pero acierta en un sentido. Los jóvenes se están sacrificando para el bien de los viejos. Y no solo los jóvenes, en este caso, sino las futuras generaciones. La catástrofe económica que se avecina es de tal magnitud que en poco tiempo podríamos pasar de una prosperidad sin precedentes al desempleo masivo, a la economía del trueque, a la edad de piedra.
“¿Y todo para qué? Para proteger al sector menos productivo de la población. La ciencia médica sigue medio a ciegas. Nadie tiene ni idea del número real de gente que ha sido infectada. ¿Diez veces más de lo que vemos en las cifras oficiales? Podría ser. Lo que sí sabe la ciencia, en cambio, es que las víctimas mortales del virus son, en su abrumadora mayoría, los viejos. Aunque es verdad que ha habido casos de gente de menos de 60 años que ha muerto, son tan excepcionales que han sido noticia en los diarios. Me atrevo a decir que, en condiciones normales, el riesgo de morir en un accidente de tráfico es mayor que el riesgo de morir del coronavirus para una persona de 20, 30 o 40 años.
“Ahora es encomiable, lo reconozco, que medio mundo o más esté dispuesto a perder todos sus ingresos para que menos individuos mayores de 80 años no pierdan sus vidas o, mejor dicho, que puedan vivir tres o cuatro años más. Pero si seguimos así, paralizando toda actividad económica, nos arriesgamos a vivir a perpetuidad en un mundo en el que imperen el hambre, la desesperación y la criminalidad salvaje.
“Mi solución es la siguiente. El aislamiento de los viejos. Metemos a todas las personas de 80 años, o quizá de 75, para arriba, en algo parecido a los que en tiempos medievales llamaban colonias de leprosos. Antes de acusarme de crueldad, como algunos insensatos hicieron cuando ofrecí mi propuesta para acabar con la pobreza, tengan en cuenta que yo mismos soy muy, muy viejo. Sería el primero en ser apartado del mundo mundanal. Entienda también que estoy hablando de colonias no del siglo XIV, sino del siglo XXI. Con todas las amenidades tecnológicas, domésticas e higiénicas de las que aún disponemos.
“En breve, propongo que se lance una iniciativa faraónica para construir instalaciones hoteleras de lujo en las playas, las montañas y los valles más bonitos del mundo. Ahí es donde meteríamos a los ancianos. Se sentaría así un precedente histórico. Los viejos se sacrificarían por el bien de los jóvenes. Pero sería un sacrificio vie en rose, infinitamente preferible a la miseria sin fin que las autoridades proponen hoy para la totalidad de la especie.
“Lo veo. Tendría mi habitación cinco estrellas con room service las 24 horas. Habría restaurantes nivel estrella Michelin, bares al aire libre, buenos vinos, piscinas, salones con pantallas gigantes para ver películas pornográficas y fútbol (¡El fútbol! ¿Se acuerda?). Y rodeado siempre de gente de mi generación, de amigos de toda la vida, porque por supuesto que se nos permitiría escoger a nuestros compañeros de cárcel. Digo cárcel en broma, me entiende, ya que de lo que hablo es de una red mundial de jaulas doradas. Viviríamos mejor que nuestros hijos y que el grueso de la población, que seguiría yendo al trabajo todos los días para ganarse el pan.
“¿Cómo se financiaría lo que para algunos podría parecer un sueño imposible? No sería complicado. El día que son ingresados los viejos dejarían la totalidad de sus herencias, casas incluidas, a sus hijos o nietos. Si son ricos, dejarían una parte al Estado. Además, el valor económico de la construcción de estos lugares sería colosal. Generaría una cantidad de empleos nunca vista.
“¿Sí, le oigo decir, pero quién trabajaría en estos Shangri-La para abuelos? ¿Quién prepararía la comida, serviría las copas, limpiaría las instalaciones, ofrecería asistencia médica, ejercería de socorristas en las piscinas? Sencillo. Aparte de que, una vez más, veríamos una épica creación de nuevos trabajos, se emplearía en primer lugar a gente que ya ha tenido el virus y es inmune a él. En el caso, aún no aclarado por los científicos, de que no exista la inmunidad, simplemente se buscaría a gente de menos de 30 años, un sector de la población cuyo riesgo de sucumbir al contagio conlleva mínimas consecuencias médicas.
“No descarto que llegue el día en que hayamos vencido al virus, en cuyo caso se iniciaría un debate sobre la viabilidad de continuar ofreciendo a los viejos el paraíso antes de la muerte. Mi respuesta sería que no podemos descartar que aparezca una variante del virus igual de letal para la gente mayor, con lo cual mejor hacer algo que echamos mucho en falta hoy: estar prevenidos en el caso de que la naturaleza se tome otra venganza parecida contra el animal más depredador de la Tierra. Para mí no habría discusión. Que sigan ahí hasta que se mueran.
“Además, después de que los viejos hubiesen pasado unos meses en su babilónico exilio no querrían salir nunca más. Habría que imponer un nuevo estado de emergencia y sacarlos con la policía, a la fuerza. Por favor, no. La crueldad es lo que mas aborrezco. Créame: todo lo que un servidos ha escrito aquí se basa en su profundo amor por el prójimo y su sincero deseo de utilizar sus conocimiento y su largamente acumulada capacidad de sereno análisis para devolver a la humanidad una pequeña porción del bienestar del que he tenido la fortuna de disfrutar durante tantos y tantos años.
“Humildemente, J. Swift.
John Carlin (La Vanguardia, 29-03-2020)
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“Jaulas doradas” por John Carlin (La Vanguardia, 29-03-2020)
Recibí esta semana una carta de un cura irlandés llamado J. Swift. Propone un plan para mitigar el sufrimiento humano y económico del coronavirus. Hace un tiempo, el mismo señor compuso lo que llamó “Una modesta propuesta” para acabar con la pobreza. El plan consistía en que los desafortunados de la Tierra dejasen de ver a los hijos como objetos de afecto sino como bienes materiales. Concretamente, en comida para los ricos. “Me han asegurado -escribió el reverendo-, que, cumplido un año, un niño saludable ofrece un alimento rico, nutritivo y sustancioso, sea este guisado, asado, horneado, o al vapor”.
La lógica es aplastante. Estamos hablando de un milagro tanto económico como social. Los ingresos de los padres aumentarían de manera importante y a la vez se incrementaría la armonía familiar, incentivando la intimidad matrimonial y el tierno cuidado del niño durante su primer y último año de vida.
El doctor Swift tiene credibilidad. Por eso hoy me ahorraré el trabajo de escribir mi columna y me limitaré a reproducir en su totalidad su propuesta para resolver la crisis que hoy aflige al mundo entero. Aquí va.
“La comparación que muchos hacen entre la actual pandemia y la guerra delata una falta lamentable de proporción y humanidad. Pero acierta en un sentido. Los jóvenes se están sacrificando para el bien de los viejos. Y no solo los jóvenes, en este caso, sino las futuras generaciones. La catástrofe económica que se avecina es de tal magnitud que en poco tiempo podríamos pasar de una prosperidad sin precedentes al desempleo masivo, a la economía del trueque, a la edad de piedra.
“¿Y todo para qué? Para proteger al sector menos productivo de la población. La ciencia médica sigue medio a ciegas. Nadie tiene ni idea del número real de gente que ha sido infectada. ¿Diez veces más de lo que vemos en las cifras oficiales? Podría ser. Lo que sí sabe la ciencia, en cambio, es que las víctimas mortales del virus son, en su abrumadora mayoría, los viejos. Aunque es verdad que ha habido casos de gente de menos de 60 años que ha muerto, son tan excepcionales que han sido noticia en los diarios. Me atrevo a decir que, en condiciones normales, el riesgo de morir en un accidente de tráfico es mayor que el riesgo de morir del coronavirus para una persona de 20, 30 o 40 años.
“Ahora es encomiable, lo reconozco, que medio mundo o más esté dispuesto a perder todos sus ingresos para que menos individuos mayores de 80 años no pierdan sus vidas o, mejor dicho, que puedan vivir tres o cuatro años más. Pero si seguimos así, paralizando toda actividad económica, nos arriesgamos a vivir a perpetuidad en un mundo en el que imperen el hambre, la desesperación y la criminalidad salvaje.
“Mi solución es la siguiente. El aislamiento de los viejos. Metemos a todas las personas de 80 años, o quizá de 75, para arriba, en algo parecido a los que en tiempos medievales llamaban colonias de leprosos. Antes de acusarme de crueldad, como algunos insensatos hicieron cuando ofrecí mi propuesta para acabar con la pobreza, tengan en cuenta que yo mismos soy muy, muy viejo. Sería el primero en ser apartado del mundo mundanal. Entienda también que estoy hablando de colonias no del siglo XIV, sino del siglo XXI. Con todas las amenidades tecnológicas, domésticas e higiénicas de las que aún disponemos.
“En breve, propongo que se lance una iniciativa faraónica para construir instalaciones hoteleras de lujo en las playas, las montañas y los valles más bonitos del mundo. Ahí es donde meteríamos a los ancianos. Se sentaría así un precedente histórico. Los viejos se sacrificarían por el bien de los jóvenes. Pero sería un sacrificio vie en rose, infinitamente preferible a la miseria sin fin que las autoridades proponen hoy para la totalidad de la especie.
“Lo veo. Tendría mi habitación cinco estrellas con room service las 24 horas. Habría restaurantes nivel estrella Michelin, bares al aire libre, buenos vinos, piscinas, salones con pantallas gigantes para ver películas pornográficas y fútbol (¡El fútbol! ¿Se acuerda?). Y rodeado siempre de gente de mi generación, de amigos de toda la vida, porque por supuesto que se nos permitiría escoger a nuestros compañeros de cárcel. Digo cárcel en broma, me entiende, ya que de lo que hablo es de una red mundial de jaulas doradas. Viviríamos mejor que nuestros hijos y que el grueso de la población, que seguiría yendo al trabajo todos los días para ganarse el pan.
“¿Cómo se financiaría lo que para algunos podría parecer un sueño imposible? No sería complicado. El día que son ingresados los viejos dejarían la totalidad de sus herencias, casas incluidas, a sus hijos o nietos. Si son ricos, dejarían una parte al Estado. Además, el valor económico de la construcción de estos lugares sería colosal. Generaría una cantidad de empleos nunca vista.
“¿Sí, le oigo decir, pero quién trabajaría en estos Shangri-La para abuelos? ¿Quién prepararía la comida, serviría las copas, limpiaría las instalaciones, ofrecería asistencia médica, ejercería de socorristas en las piscinas? Sencillo. Aparte de que, una vez más, veríamos una épica creación de nuevos trabajos, se emplearía en primer lugar a gente que ya ha tenido el virus y es inmune a él. En el caso, aún no aclarado por los científicos, de que no exista la inmunidad, simplemente se buscaría a gente de menos de 30 años, un sector de la población cuyo riesgo de sucumbir al contagio conlleva mínimas consecuencias médicas.
“No descarto que llegue el día en que hayamos vencido al virus, en cuyo caso se iniciaría un debate sobre la viabilidad de continuar ofreciendo a los viejos el paraíso antes de la muerte. Mi respuesta sería que no podemos descartar que aparezca una variante del virus igual de letal para la gente mayor, con lo cual mejor hacer algo que echamos mucho en falta hoy: estar prevenidos en el caso de que la naturaleza se tome otra venganza parecida contra el animal más depredador de la Tierra. Para mí no habría discusión. Que sigan ahí hasta que se mueran.
“Además, después de que los viejos hubiesen pasado unos meses en su babilónico exilio no querrían salir nunca más. Habría que imponer un nuevo estado de emergencia y sacarlos con la policía, a la fuerza. Por favor, no. La crueldad es lo que mas aborrezco. Créame: todo lo que un servidos ha escrito aquí se basa en su profundo amor por el prójimo y su sincero deseo de utilizar sus conocimiento y su largamente acumulada capacidad de sereno análisis para devolver a la humanidad una pequeña porción del bienestar del que he tenido la fortuna de disfrutar durante tantos y tantos años.
“Humildemente, J. Swift.
John Carlin (La Vanguardia, 29-03-2020)
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