por Lluvia Abril Jue 24 Dic 2020, 01:17
José Manuel Caballero Bonald
ITINERARIO FAMILIAR PARA R.B.
De memorias de poco tiempo
Vencido de desdén, ebrio a veces bajo la lluvia
o escuchando la música que hay detrás de la tierra,
entre el aliento hostil de las noches terribles,
Rafael como la sangre de los suyos,
como su propia y violenta generación de ciegos,
busca una patria por el mundo,
una esperanza familiar, una fe por el mundo
(sólo una piedra acaso),
algo en fin que le explique la razón de estar solo.
Va perdido y sin luz; nadie lo ve vivir.
Desolado, impasible, impenetrable,
casi cruel de ser claro como el sol sobre el mar,
camina Rafael y sin remedio. Sabe, de pronto,
que no puede creer en cosa alguna,
que está solo entre redes insidiosas.
¿Qué busca por la noche cuando nadie
vigila, cuando nadie se atreve a recorrer
su misma trayectoria equivocada
y se oyen sus pasos entre el ruido
de la herrumbre voraz que corroe la vida?
¿Qué busca y ama y busca si está solo y comprende
que la verdad de un hombre no sirve para nada?
Como sus vinos, como sus lagares,
como sus turbios e inmutables recipientes,
como sus hierbas para calmar el dolor numerario,
Rafael nada espera. Inútilmente acecha
al borde de la noche, desgarra su esperanza
con las cortantes grietas del recuerdo,
gasta su corazón entre sorpresas y vislumbres.
Por sus viñas del Sur, por las vertientes
del mar y la montaña, por sus bodegas de Jerez
con órficas sustancias minerales,
Rafael, desde el umbral de él mismo,
nunca más dentro de sus apariencias,
junta y repite lo que nadie entiende.
Desde Castilla acerco a Rafael como el pan a la boca,
lo empaño en mi palabra lo mismo que se enturbia
el cuenco de un cristal bajo los astros húmedos,
y yo no sé si aún vive o si ya está vencido
sobre su hereditaria indefensión de náufrago.
Pero, sí, aún camina; se le oye insistir
desde su abismo. Hermético, callado, desdeñoso,
aún camina sin tregua, preguntando, indagando
entre méndigos y pastores, entre su amor y su codicia,
también dentro de un pecho oscuro que alquilaba,
dormido en las arenas vagabundas,
quemado en los olvidos más crueles.
Ebrio de su verdad, cansado
de ser siempre memoria de un tiempo sin salida,
ser yergue Rafael sobre su propia estirpe,
congrega en su desprecio cuanto ama,
se amanece de fe para salvarse
sabiendo de antemano que ya está sometiéndose
a las acometidas de su propia renuncia.
Ya no puede volver: idénticos combates
bogarán con las órbitas hostiles de la vida.
Nunca razón alguna contendrá su esperanza,
como la sangre de los suyos, como
la propia historia en que se hospeda Rafael.
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