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José María Valverde (Valencia de Alcántara, 26 de enero de 1926-Barcelona, 6 de junio de 1996) fue un poeta, filósofo, crítico literario, historiador de las ideas, traductor y catedrático español.
Biografía
De familia extremeña, pasó su infancia y adolescencia en Madrid, donde estudió. Siendo aún estudiante de bachillerato en el Instituto Ramiro de Maeztu publicó su primer poemario: Hombre de Dios. Salmos, elegías y oraciones, costeado por el propio Instituto.
Aunque Dámaso Alonso le tenía por una gran promesa de la Filología, se matriculó en Filosofía y se doctoró en 1955 con una tesis sobre la filosofía del lenguaje en Wilhelm von Humboldt. Ese mismo año se casó con Pilar Gefaell, con la que tuvo cinco hijos.
Escribió en diversas revistas literarias: La Estafeta Literaria, Escorial, Trabajos y días, Raíz, Alférez y Revista de Ideas Estéticas, firmando a veces con el seudónimo Gambrinus. Su producción como articulista quedó recopilada en El arte del artículo (1949-1993) (Barcelona, 1994). Publicó, además, en revistas poéticas como Garcilaso, Espadaña, Proel.
Entre 1945 y 1950 cursa estudios de Filosofía en la Universidad de Madrid, donde se afilia al falangista Sindicato Español Universitario (SEU) y frecuenta el Café Gijón, privilegiado foro de cultura y debate en el que conoce a los poetas de su generación cronológica, especialmente a Carlos Bousoño y Eugenio de Nora.
Entre 1950 y 1955, Valverde residió en Roma, donde fue lector de español en su universidad y en el Instituto Español, y conoció a Benedetto Croce. A los 29 años, en 1956, obtuvo la cátedra de Estética en la Universidad de Barcelona. Esta etapa y sus experiencias como profesor las cuenta en La conquista del mundo (1960).
Participó en las revistas literarias de su época y en numerosas publicaciones periódicas, donde fue publicando gran parte de su pensamiento. Él mismo decía que era un poeta metido a filósofo, y no al contrario.
Se dedicó al estudio de la historia de las ideas, colaborando con Martín de Riquer en Historia de la literatura universal (1957, muy ampliada posteriormente) y escribiendo en solitario Vida y muerte de las ideas: pequeñas historias del pensamiento (1981).
Emprendió sus premiadas traducciones de figuras clásicas de la literatura en inglés y alemán. Con un claro compromiso social, político y cristiano, apoyó la causa popular en Centroamérica (Cuba; el sandinismo: se relacionó con los poetas nicaragüenses exiliados Julio Ycaza, Luis Rocha y Fernando Silva). Por motivos políticos, (solidaridad con los profesores Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren y Agustín García Calvo, expulsados de la universidad de Madrid por las autoridades académicas del Régimen) renunció a su cátedra en 1964 y se exilió.
Marchó a los Estados Unidos, donde fue profesor de literaturas hispánicas y comparada (University of Virginia, McMaster) y luego a Canadá; en este último país fue catedrático de literatura española en Universidad de Trent.
Antes de regresar a España, se publicó en 1971 Enseñanzas de la edad (Poesía 1945-1970), un volumen que recogía sus seis primeros libros de poemas. Regresó a España y a su cátedra.
Fue presidente honorífico de la ONG Entrepueblos y de la Associació Catalana per la Pau.
Murió en Barcelona en 1996, a los setenta años, tras larga enfermedad, mientras dedicaba sus últimas energías a investigar la obra de Kierkegaard.
Labor
De su obra crítica merecen destacarse Estudios sobre la palabra poética (1952), Humboldt y la filosofía del lenguaje (1955), Historia de la literatura universal (1957), Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno (1959), Vida y muerte de las ideas: pequeñas historias del pensamiento (1981), Diccionario de estética o sus monografías sobre Azorín (1971), Antonio Machado (1975), Joyce (1978 y 1982) o Nietzsche.
Destacan sus traducciones del alemán (Hölderlin, Rilke, Goethe, Novalis, Brecht, Christian Morgenstern, Hans Urs von Balthasar) y del inglés (teatro completo de Shakespeare en prosa -que renovaron las ya añejas de Astrana-, o las de Charles Dickens, T. S. Eliot, Walt Whitman, Herman Melville, Saul Bellow, Thomas Merton, Edgar Allan Poe, Emily Dickinson, o el Ulises de Joyce, por la que recibió el Premio de traducción Fray Luis de León, en 1977). En 1960 había recibido este mismo galardón por una antología de Rainer Maria Rilke. En 1990 se le concedió también el Premio Nacional a la obra de un traductor. Tradujo además algunos poemas de Constantino Cavafis del griego moderno, el Nuevo Testamento, del griego antiguo, y a Romano Guardini, del italiano.
Preparó, además, ediciones críticas de Antonio Machado, uno de sus autores preferidos (Nuevas canciones, De un cancionero apócrifo y Juan de Mairena) y de Azorín (Artículos olvidados y Los pueblos), antologías generales de la poesía española e hispanoamericana y particulares de Luis Felipe Vivanco, Miguel de Unamuno y Ernesto Cardenal. La problemática del arte actual encontró eco en su libro Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno (1959).
Inscrito dentro de una particular corriente de existencialismo cristiano dentro de lo que él llamó, con Dámaso Alonso, prologador de algún libro suyo, poesía desarraigada, sus primeros poemas tienen una temática religiosa. Luego fue introduciendo en sus versos nuevos asuntos, cada vez más humanos, acercándose a planteamientos marxistas. Se ha dicho de él que era un cristiano marxista, con planteamientos cercanos a las tesis de la Teología de la Liberación. Su obra se caracteriza por un acentuado humanismo con toques intimistas, que lo convierten en una de las más brillantes figuras del panorama poético español.
Poeta de libros orgánicos, donde el conjunto es superior a la suma de los poemas constituyentes, su estilo se caracteriza por la sencillez expresiva y la lengua castiza, buscando siempre la desnudez y la precisión léxica, sin retoricismos innecesarios, casi coloquial, en lo que sigue la tradición de Antonio Machado. Esa ansia de depuración le llevó a extirpar numerosos poemas de sus compilaciones últimas, sucesivamente cada vez más reducidas. Algo de eso se puede ver en su famoso poema sobre los ahorcados de François Villon. Sus preferencias métricas van por el arte mayor y el verso alejandrino.
Obtuvo entre otros, el Premio Nacional de Poesía en 1949, el Premio de la Crítica en 1962 y el Premio Ciutat de Barcelona por sus Poesías reunidas 1945-1990. De su obra poética, cabe mencionar los poemarios Hombre de Dios en 1945, La espera en 1949, Versos del domingo en 1954, Voces y acompañamientos para San Mateo en 1959, La conquista de este mundo en 1960, Años inciertos en 1970, y Ser de palabra en 1976.
Su fondo personal se encuentra depositado en el CRAI del Pabellón de la República Española de la Universidad de Barcelona. Consta de escritos publicados y no publicados, traducciones y notas manuscrutas; documentación personal del escritor, correspondencia enviada y/o recibida por José M. Valverde, recortes de prensa, homenajes y cartas de pésame dirigidas a la familia Valverde por varias personalidades y organizaciones.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
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Algunos poemas de José María Valverde:
De Hombre de Dios (1945):
ORACIÓN POR NOSOTROS LOS POETAS
Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?
Mira, nada tenemos, ni aun nuestra propia vida;
somos los mensajeros de algo que no entendemos.
Nuestro cuerpo lo quema una llama celeste;
si miramos, es sólo para verterlo en voz.
No podemos coger ni la flor de un vallado
para que sea nuestra y nada más que nuestra,
ni tendernos tranquilos en medio de las cosas,
sin pensar, a gozarlas en su presencia sólo.
Nunca sabremos cómo son de verdad las tardes,
libre de nuestra angustia su desnuda belleza;
jamás conoceremos lo que es una mujer
en sus profundos bosques donde hay que entrar callado.
Tú no nos das el mundo para que lo gocemos,
Tú nos lo entregas para que lo hagamos palabra.
Y después que la tierra tiene voz por nosotros
nos quedamos sin ella, con sólo el alma grande…
Ya ves que por nosotros es sonora la vida,
igual que por las piedras lo es el cristal del río.
Tú no has hecho tu obra para hundirla en silencio,
en el silencio huyente de la gente afanosa;
para vivirla sólo, sin pararse a mirarla…
Por eso nos has puesto a un lado del camino
con el único oficio de gritar asombrados.
En nosotros descansa la prisa de los hombres.
Porque, si no existiéramos, ¿para qué tantas cosas
inútiles y bellas como Dios ha creado,
tantos ocasos rojos, y tanto árbol sin fruta,
y tanta flor, y tanto pájaro vagabundo?
Solamente nosotros sentimos tu regalo
y te lo agradecemos en éxtasis de gritos.
Tú sonríes, Señor, sintiéndote pagado
con nuestro aplastamiento de asombro y maravilla.
Esto que nos exalta sólo puede ser tuyo.
Sólo quien nos ha hecho puede así destruirnos
en brazos de una llama tan cruel y magnífica.
… Tú que cuidas los pájaros que dicen tu mensaje,
guarda en la muerte nuestros cansados corazones;
dales paz, esa paz que en vida les negaste,
bórrales el doliente pensamiento sin tregua.
Tú nos darás en Ti el Todo que buscamos;
nos darás a nosotros mismos, pues te tendremos
para nosotros solos, y no para cantarte.
ELEGÍA DE MI NIÑEZ
Aquí está mi infantil fotografía
clavándome mis ojos, más profundos que nunca,
con una vaga cosa
posada entre las manos, distraídas y leves.
Es el banco de piedra
-los pies lejos del suelo todavía-
del parque de mis sueños infantiles
donde el sol era amigo
y la arena tomaba
tacto de conocida madre vieja.
... Guardo la imagen turbia
de un niño que, de pronto, se distrae
en medio de los juegos
y al ocaso se queda pensativo
escuchando el rumor lejano de las calles...
El mundo iba naciendo poco a poco
para mí solamente.
La tierra era una alegre manzana de merienda,
un balón de colores no esperado.
Los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles,
los árboles nacían cuando abría los ojos.
Y los miedos, después...
Todo podía ser en el oscuro cuarto.
Al fondo del pasillo
latía todo el negro de este mundo,
todas las vagas fuerzas enemigas,
todas las negociaciones...
¡Ay alma de mi infancia!
Sólo vivo del todo cuando vuelvo a ser niño.
¿Qué otra revelación mayor que aquélla
del mundo y de la vida entre las manos?
(... cuando todas las cosas eran como palabras...)
¿Qué ensueño como aquél
de presentir desde el umbral del alma
los días esperándome?
¡Oh, Señor, aquel niño que yo era
quiere pedirte, muerto,
que le dejes vivir en mi presente un poco!
Que siga en mí, Dios mío -como tú nos decías-,
y viviré del todo,
y sentiré la vida plenamente,
y tú serás mi asombro virgen cada mañana..."
De Versos del domingo (1954):
MÁS ALLÁ DEL UMBRAL
(HISTORIA DE NUESTRO AMOR)
Softly my Future climbs the stair,I
I fumble at my childhood's prayer-
So soon to be a child no more!
Etemity, I'm corning, Sir,-
Master, I've seen that face before.
Emily Dickinson
Ya sé, ya sé que estaba amaneciendo
y en la neblina y en tus vagos párpados
empezaba la tierra, todavía
menos costumbre que ilusión, brotada
de un poso de campanas y de soles
madrugados de tu niñez. Cercando
el despertar con voz de caracola,
casi haciéndote daño, la esperanza
desbordada y sin rostro, igual que todas
las mañanas, cantaba por tus venas
como un golpe de miel ebria, disuelto
al caer dentro de tu corazón.
Niña desobediente a los deberes
de ser mujer, la cifra de tus años,
obstinada en tu infancia, en alargarla,
a esa hora sentías tú la vida
golosamente retrasada, entera,
palpada como fruta que da lástima
morder, por no romper la tersa piel.
Pero al salir un poco más a flote,
de súbito, entre el vaho rumoroso
de mares, de ciudades y de puentes,
sentiste que perdía pie un latido,
que te había llamado una voz nueva
con un nombre más grave, más secreto
e ineludible; el nombre de tu muerte;
que un pájaro augural se había oído
y un viento del amor, por un instante,
vino a cubrir el ruido de las olas.
Como si amanecieras a un domingo
más solemne, aguardado largamente,
mirándolo acercarse, y conversándolo,
y al comprender que es hoy, que ya no cabe
más ilusión, entonces lo temieras,
lo quisieras dejar para otro día,
aplazarlo hasta nunca, por el miedo
a su cansado atardecer, la vuelta
de la tarde hacia el lunes, recontando
lo que por fin fue todo lo soñado;
así sentiste el corazón, con vértigo
alzarse contra el tiempo, rebelarse
contra su mismo peso de manzana,
vertido sin remedio hacia unas manos.
No era ya un nombre de hombre, ni mis ojos
en solemne esperar el sacrificio,
no era mi voz quebrada, tal de un niño
que pide una limosna de ser grande
y de tener dolores de varón,
sino que viste atrás el hado, el tiempo,
la seria obligación de vida y tránsito.
Al fin, habrías de cumplir tus años
sin demorarlos más; y recibías
al destino con tus trajes de niña,
hasta acabar de usarlos, por vez última.
Pensaste: «Y esto es todo. Mis inmensos
sueños son esto, igual que si muriera».
Yo entré casi con pena, deteniéndome
ante ti, en tu país de luz antigua,
estremecido de respeto, viendo
tu casa, donde siempre es Navidades,
tu verano descalzo, siempre el mismo,
en que regresas a tu origen quieto,
tu crecer junto al mar, en sus raíces.
Ea, todo acabó. Pues todo sigue
pero ya no es la misma tu mirada.
Como si hubieras puesto un nuevo espejo,
hay una doble luz hoy en tu cuarto,
llegó el amor a saltear tus reinos
de inmóvil sol, y no por los caminos
por que se viene y va hasta los inviernos;
ha venido del lado de la playa,
vagabundo, bajando desde el monte
donde se oía el mundo por la tarde.
Ahora sabes qué inútil fue volverte
a la pared, a atar el hilo roto,
querer resucitar viejos muñecos,
con mano dulce sujetar el alma.
Yo te vi someterte poco a poco,
quitarte la corona de ilusiones,
descender del sitial de libertad
a querer sin querer; he contemplado
tu primera sonrisa temerosa,
distraída, volviéndose a luchar
contigo misma y el amor naciente,
como asomada a una ventana, pero
escuchando hacia dentro de la casa
los pasos de alguien que entra; yo sé cómo
alguna vez, al tiempo de tu risa,
se veía cruzar un pez de sombra
bajo tus ojos de agua abierta y clara.
Ya bajas y gozosamente aceptas
tu parte de dolor yamor. Colocas
mi mano sobre tu cabeza y dices:
«Heme aquí. Cúmplase en los dos lo escrito».
Pero nunca hay morir. Inesperada
vida, como al pasar de un valle a otro,
nos envuelve y se impone lentamente.
Yo soy igual que tú. Yo tuve miedo
antes también, y, mira: ahora rebusco
hasta lo más pequeño y olvidado
de mí para traerlo a que se queme
en ti. Tras el primer escalofrío,
como al caer una cadena de ancla
por su escobén, con roce helado y súbito,
se abre luego el silencio en anchos cercos
y reina la mañana sobre el barco,
así despierto ahora a la luz nueva,
así siento inundarse en otra sangre,
casi ajena, mi corazón, y palpo,
atónito, el milagro, aún sin verlo,
porque mis ojos todavía empiezan
a aprender de las manos. Todo llega
a la oblación en caravana alegre;
antes, mucho nombraba yo a la muerte
con mi primera voz, y hoy no hace falta;
su sello de verdad definitiva
lo pones tú en mis cosas. Para ti
he crecido de niño con sospecha
de un destino, y he estado preparando
con tiempo mi ternura y mi palabra,
mi antigua sumisión enardecida;
meditando qué fueran unos ojos,
empeñando en hacerme digno, en cada
paso, como si ya me vieras; siempre
vestido para el viaje, y todo en orden.
Aquí lo tienes, échalo en la hoguera
que nos tapa la oscuridad del bosque.
Ven, muerte mía, muerte de ojos claros,
y al hundirme en tus aguas dame vida,
vuelve a acunarme, cántame el nacer
con tu voz, que no se oye de tan pura,
ábreme la mirada al nuevo día,
como tras de haber muerto, donde todo
depone su verdad. Ya, más difuntos,
andamos por un suelo más secreto;
aprendiendo a ser dos, vamos errando
descalzos por lo oscuro de la casa,
por donde al retumbar la voz se nota
que alguien vela en silencio, mientras mana
la esperanza en tinieblas, como fuente
que no se oye, mas todo lo enternece;
descendemos a nuestra roca viva
donde se posa el pie de Cristo, el peso
consolador de Dios, como una mano
en la frente del niño ciego; donde
nos empieza a nacer todos los días
nuestro Cristo de dos, resucitando,
multiplicando el mundo, que se extiende
ahora con más montes y más tierras.
Y hoy que vamos creyendo en otros días,
juntando más amor para mañana,
y ponemos despacio en una hucha
los besos ahorrados, le decimos
a Cristo que es la hora de que llegue,
hoy que empieza a ser todo verdadero,
para que lo conviva y lo recoja;
que ya puede venir a compartir
nuestro pan de esperanzas, ya sentarse
con nosotros, ahora que tenemos
un rincón, entre dos almas, sin viento,
y una cuna de manos enlazadas;
que bajo nuestro techo de palabras
habite con los dos, para que se haga
verdad lo que decimos, y aprendamos
a estar cerca, y dejados en su sombra,
a ver la paz ya hablar y oír más bajo;
que sobra voz, ya siempre sobra voz...
LA MAÑANA
En la mañana, en su fino y mojado
aire, subes y vuelves a la casa,
con el latir de la gente, y los trabajos;
te corona el rumor del mercadillo,
y el carpintero habrá sacado el pote
pegajoso a la puerta, y dará golpes,
y el triciclo de carga va llevando
la buena nueva, porque tú me llegas
con tu cesto, cargada de milagros;
te acompaña la leche, como un niño
que anda mal, que se tiende y que se mancha;
el queso, denso espacio de pureza
concretada y punzante, y el fulgor
antiguo del aceite; la verdura
aun viva, sorprendida mientras duerme;
las patatas mineras y pesadas,
de querencia de suelo; los tomates
con fresco escalofrío; los pedazos
crueles de la carne, y un aroma
noble de pan por todo, y su contacto
rugoso de herramienta. Ya se inunda
mi faro pensativo de riquezas,
de materias preciosas; considero
la textura del vino y de la fruta,
estudio mi lección de olores; noto
que todo se hace ya porque lo traes
a entrar en mí, y estamos en la mesa
elevados, las cosas y nosotros,
en el nombre del mundo, como pobre
desayuno de Dios, a que nos coma.
PALABRAS PARA EL HIJO
Viniendo estás, hijo; ya tienes imperiosamente abierto tu hueco entre los días,
y me paro a pensar cómo tendré que decirte para pasarte lo que he vivido,
si todavía tus padres apenas sabemos hablar, saltamos por encima de las palabras,
y de la mano andamos, cruzando por largos silencios, como claros de bosque.
Tal vez todo es inútil y la sangre camina bajo la voz, y nada se puede;
pero yo pienso y pienso en las cosas que todavía mal he aprendido,
y que tendré que enseñarte, porque ya no podré olvidar, ni guardar silencio,
ni volver la espalda a lo que fué, para llegar más libre a la esperanza.
Desde ahora cuanto miro me exigirá nombre con que poder contarlo;
ya no podré ser ojo mudo, pasmo sin pregunta, guardador de secretos,
y tendré que dejarme llevar por tu mano hasta la misma raya de la ignorancia,
dibujar exactamente adonde llega el borde del agua de la materia oscura.
Procuraré empezar por decirte el respeto que se debe a todas las cosas,
la seriedad de la tierra áspera y su peso húmedo, desmigado entre los dedos,
la admirable cerrazón de la piedra, secretamente conjurada consigo misma,
a veces en un guijarro caminante, como endulzado por el peso de la memoria.
Y la madera dócil, viniendo desde el olor y el viento a acurrucarse al calor de la mano,
que acaricia la sabiduría de las formas elementales de la silla y la mesa,
y el tesoro del metal, sus arbitrios industriosos, su cansancio oxidado, su esplendor
cuando con brillos fatídicos conquista su extraña vida de máquina palpitante.
Querré acostumbrarte al murmullo de la multitud, a su ir y venir de hormigas con palitos,
para que te resignes y comprendas las profundidades de la rutina cívica,
la majestad de la vida misma en la sonámbula repetición del empleado,
el latir de lo más dulce en la humilde comparecencia de los insignificantes en sus sitios.
Pero también te enseñaré la palabra que, puesta junto a otra, arde con llama hasta el cielo,
y la canción que se adueña de nuestros huesos y gira y gira sola hasta iluminarnos,
y el poderío de una mancha roja cuidadosamente extendida sobre un cuadro de lona,
hasta rozar genitalmente un azul que anochece por su parte, detrás del amarillo.
Y muchas cosas del hombre, que hubiera callado para olvidar, guerras como otra luz de años enteros,
y disparos de medianoche y el muerto de cada mañana en el descampado de las latas de mi barrio,
y el cañoneo lejano, viniendo, y el odio de casa en casa, y las palabras en cuchicheo,
y las esperanzas y las desilusiones y las esperanzas, haciendo historia al repetirse.
De tu madre jamás hablaremos; tardarás mucho tiempo en comprender
qué otras estrellas fueron las mías en la ventana nocturna de sus ojos,
cómo la encontré viniendo de pinares de sueños, de olas y canciones de niña,
cómo la convencí, y lo dejó todo, y cruzó un río desconocido, y estabas tú.
Y cuando preguntando llegues al porqué de todo, empezaré a contarte del último amor,
enseñándote a poner la mano sobre el mundo para que sientas su música de trompo,
a leyenda verdadera del Dios que tanto quiso a los hombres que nació con ellos;
porque no sé si mi palabra puede algo más que enseñarte a rezar, y retirarse.
De Voces y acompañamientos para San Mateo (1959):
EL GRAN VIAJE
Algún país he visto que ni soñado hubiera:
me he sentado, he comido en otra tierra rara
queriendo convencerme de que era verdadera
y he visto pasar gente de otra luz en la cara.
Alguna vez un monte que no estaba previsto
en mis mapas de niño, me salía al camino,
o un puerto, con su barrio de redes nunca visto,
venía a aleccionarme con el olor marino.
Pero siempre mis ojos se herían a su paso
de inquietud o recuerdo: el amor unos días
de soledad pintaba las piedras de un ocaso,
o el miedo a lo posible nublaba lejanías.
No sé si habrá algún tiempo en que mire tranquilo
el mundo, de mañanas y tardes coronado;
no sé si habrá más días tras los años en vilo
y podré ver de veras qué es una flor y un prado.
Pero espero tener al terminar la vida,
para empezar la gloria, miradas más serenas;
que me lleven al viaje de eterna despedida
de las cosas que tanto me dolieron, ya buenas.
Yo no iré a preguntar por qué el sol calentaba,
por qué baila tan justo el planeta en su polo,
pero sí querré ver los valles que soñaba,
las calas donde el mar chapotea muy solo.
Sobre unas anchas alas de robustez y gloria,
quietas, como el avión que no tiembla en la altura,
iré, ya sin dolor ni peso de memoria,
a mirar de verdad su piel a la llanura.
Así será el principio de Dios: lo que primero
me dejará mirarle subiendo en alborada,
creciendo en cada estampa su hiriente reverbero,
hasta que la memoria se vuelva llamarada.
De La conquista de este mundo (1960):
(HISTORIA DE LA FILOSOFÍA)
Entro en el aula, empiezo a hablar a un ciento
de caras mal despiertas: por un rato
sobre sus vidas, rígido, desato,
cumpliendo mi deber, el frío viento
del Ser y de la Nada, de la Idea
y la Cosa; la horrible perspectiva
de vértigo que se ha hecho inofensiva,
espectáculo gris, vieja tarea.
Si alguno, casi inquieto, se remueve,
los más sueñan, o apuntan, o hacen ruido.
Pero basta: es la hora ya. De nueve
a diez, vieron el Ser, ese aguafiestas;
prosigan su vivir interrumpido:
yo vuelvo a mi silencio sin respuestas.
(PERIÓDICO DE LA TARDE)
Muy bien rueda el vagón -oh ciencia hermosa-
mientras se sueña con la sopa en casa,
segura, aunque frugal, y se repasa
la prensa, ya a estas horas tan borrosa:
rivalizan los sabios en carrera
retratando la nuca de la luna;
mientras, de cada tres personas, una
come o habrá comido antes que muera.
Señores genios, basta: un intervalo:
primero den a todos bocadillos,
y a cada cual, zapatos, y juguetes
al niño, y su jarabe al que esté malo.
Cuando arreglen los casos más sencillos
volverán a su fiesta y sus cohetes.
De Años inciertos (1970):
VISITA A LOS POBRES
En los años del hambre -como dicen
los que no la han saciado todavía-
estudiantillo imberbe, acompañé
algún tiempo, en mañanas de domingo,
a los visitadores de los pobres,
sencillos caballeros, casi todos
profesores modestos y abstraídos,
de raído gabán y claras gafas.
Entre el barro o el vaho, avergonzados
de dar un duro en vales para pan,
tomados por algunos como agentes
de la Embajada nazi, comprobaban
lo mismo, año tras año, consternados:
la familia entre latas, con el cerdo,
padres y niños, todos sifilíticos,
menos la mayorcita, que era de antes
que el marido... "los malos compañeros,
¿sabe?" -casi en defensa, la mujer-
"lo que le pasa a un hombre"; y en la esquina,
un muchacho tullido -"y menos mal",
según la madre, "que al fundarse el chico
yo estaba muy robusta"-; éste pedía
libros, pero ¿cuál darle a un pobre inmóvil?
(Yo le llevé María Chapdelaine);
y, como única baja, la gallega
muerta de hambre, dejando dos hijitas,
pero con gran entierro de un Seguro
que, en nuestras mismas huellas, les cobraba
más de nuestra limosna, porque el pobre
quiere morir en grande, por el miedo
de seguir siendo pobre al otro lado...
Luego, en la fría sala parroquial,
decía el presidente, en grave rito:
"¿Se aprueba el acta?" Y todos, abrumados,
bajaban la cabeza: "Sí, se aprueba".
DIALÉCTICA HISTÓRICA
Este amigo marxista se preocupa
mucho porque su niña tiene tos.
Trascendental, severo, descendiendo
de su esfera de planes y de ideas,
esconde su ternura y analiza
a la niña y su tos, como si fuese
un caso de dialéctica en la historia.
Y es verdad: esa tos suena a otras toses
de mis niñas, y me entra por el pecho.
Claro, no será nada. Crecerá,
tendrá también sus niñas, con sus toses
y su amor, y un marido, que tal vez,
luchará por la historia y su esperanza.
¿Y hasta cuándo, después? ¿Hasta el gran salto
hacia la libertad, sin tos, sin deudas,
sin negritos hambrientos en el mapa,
y “a cada cual, conforme necesite”,
y cultura y reposo? ¿Y nada más?
Este amigo marxista, tierno padre,
¿no ha de querer la clara alienación
de amar y ser amado aun tras la muerte?
TOMA DE CONCIENCIA
Primero, era un mandato de cruzada arcangélica
contra el hervor en marcha de puños en la calle;
entre un vago tufillo a iglesias incendiadas,
el miedo a que se hundiera el buen pasar modesto
nublaba a la familia en torno a la camilla.
Luego… mejor callar de la lucha civil.
El cadáver que sigue creciéndome en la espalda,
más mío a cada vez, como muerto a mis manos.
Tras eso, años de hundirme en confuso vacío:
por un lado surgía el asco a los magnates,
mientras duraba el pánico a oír: ¡Ya están ahí!
Pero en medio de todo, dejando apocalipsis,
otra cosa apremiaba: el dolor silenciado
de la gente con hambre, del pisoteado pobre,
del injuriado oscuro, del invisible en mugre.
Eran las estadísticas crónicas de sudores,
en cada porcentaje resonaban gemidos,
y, al volver la mirada a la historia, los textos
de lisonjas heráldicas se borraban en llantos.
Por si no era bastante eso de ser poeta,
acechando en escucha la vida ajena y propia,
lo mismo que un espía, otra maldición vino
sobre mí: entre la charla bien educada, el té,
de pronto, me han mirado como a un perro rabioso.
Y aún más; tampoco puedo cambiar de apocalipsis:
a cada cual le peso su porción de maldades
y su poco de méritos, según se desvanece.
Seré traidor para unos, blando para los otros,
abierto a un porvenir sin asiento ni gloria,
quizá colaborando, pero siempre mal visto,
progresista gruñón, mesurado extremista…
En lo de «amar al prójimo» entra este gris cansancio.
MEDITACIÓN SOBRE EL SIGLO DE ORO
(... De España vienen hombres y deidades,
pródigos de la vida, de tal suerte
que cuentan por afrenta las edades
y el no morir sin aguardar la muerte;
hombres que, cuantas hace habilidades
el hielo inmenso y el calor más fuerte,
las desprecian, con rábanos y queso,
preciados de llevar la Corte en peso.
QUEVEDO; "De las necedades y locuras...")
Cuando me paro a contemplar tu estado
tierra de mi lenguaje y de mis gentes,
me vuelvo hacia el pasado
y pienso si estarían, en la hora
de la gloria imperial, más florecientes
estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado.
Más árboles y verde habría, es cierto,
pero veo reinar allí el desierto;
miro los muros de la patria mía,
de cal o de tapices revestidos
en esa edad gloriosa,
pero inhóspitos siempre y ateridos;
veo la tierra recocida o fría,
dando su parco fruto, como hoy día,
resuelta en polvo ya aunque siempre hermosa.
¿De dónde la grandeza?
¿De dónde aquel Imperio sin segundo?
Con larga lucha nuestra historia empieza:
por siglos combatiente,
el español salió a comerse el mundo
por seguir la costumbre de la espada,
en busca de un fulgor de gloria y de oro
sin distinguir lo que era Dios o fuente
de juventud o mágico tesoro
que gastar en grandeza almidonada.
En tanto se adentraba el religioso
por las Indias de Dios -que dijo Aladana-
(Dios era una gran selva americana
de oro oculto y peligro misterioso),
iba el conquistador hacia el final
del mundo, de cabeza,
de vivir sin vivir en sí evadido,
y dejando su aldea en el olvido
con las puertas al aire, fantasmal;
y aunque soñó en riqueza,
nunca ofendió la fe con la esperanza
ni entendió de negocio y bienandanza,
por más que admiró el oro y fue sediento
en pos del bien fingido,
que no ansí vuela el viento
cual fue fugaz y vano aquel contento.
Los poetas han sido
-como Fray Luis, Quevedo-
los que, sin estudiar economía,
nombraron por su nombre el mal del día:
el oro, señalaban con el dedo.
y cómo, allá en las Indias arrancado
de sus ricos veneros,
era al final en Génova enterrado,
pagando guerra, en manos de banqueros,
mientras los reyes Midas
ayunaban sin postre y veraneo,
pendientes de las frágiles venidas,
por los mares, del áureo correo,
que, si llegaba, se iba en un suspiro
en pagar, sólo a medias, lo atrasado,
y en fiestas y cohetes
y en nieve para el vino en los banquetes
y en comedias de magia, en el Retiro.
El español, al fin, más arruinado,
cuanto más victorioso,
por abarcar la tierra desangrado,
y el alma en laberinto tenebroso,
más vencido de sí que del destino,
en tenebrosa noche, con pie incierto,
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Otra edad, por el mundo, ya venía
con industria y teoría,
con dineros, camisas y saberes,
abriendo porvenires y quehaceres;
se acababa la edad
en que un fantasma dio la vuelta al mundo
y empezaba la historia de verdad.
En Europa, despierto a lo moderno,
reformaba su reino Segismundo,
mientras, sin más refugio que lo eterno,
Don Quijote moría de cordura,
y el cielo azul, amparo de la gente,
no era cielo, ni azul. Nuestra ilusión,
antes del mutis a la sepultura,
alzó su dogmatismo fanfarrón:
-¡Y el que dijere lo contrario miente!-
Y luego, lentamente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
COLOFÓN ESCRITO AL CORREGIR LAS PRUEBAS
DE ESTE VOLUMEN ("ENSEÑANZAS DE LA EDAD"
(POESÍA 1945-1970)") TAMBIÉN CON EL
SENTIR DE CARLOS BARRAL, POETA
Y EDITOR DE POETAS
(Y bajo el recuerdo de la "Balada de
los ahorcados", de Villon)
Compañeros, poetas del futuro,
sed buenos con nosotros; intentad
comprender cómo pudo ser tan duro
este inútil vivir en vaguedad,
este fracaso, al fin debilidad.
Ahorcados nos veis, en vuestros días,
hacia el olvido, ya en bibliografías,
sólo borroso haber tradicional,
huesos al viento en las antologías,
seco polvo de tesis doctoral.
Hermanos, los poetas del mañana:
si queda entonces imaginación,
pensad qué mal negocio es esta vana
conciencia nunca en paz de los que son
poetas de una "edad de transición".
Diréis: "No dieron una, pobre gente:
hechos a lo sublime, de repente
quisieron ser reales, y era tarde."
Y no sabréis que hoy damos por valiente
al que no es peor cosa que cobarde.
Vosotros no andaréis tan divididos,
queriendo al mismo tiempo estar atentos
al yo en sus más recónditos latidos
y al dolor de los prójimos hambrientos
pisados por los ricos y violentos.
Nacidos en justicia y en cultura,
tal vez seréis voz lúcida y madura
del mundo, y, en hermosa perspectiva,
ya ni recordaréis, desde esa altura,
nuestro torpe tanteo, a la deriva.
Pero si sois benévolos, hermanos,
y encontramos merced en vuestras manos,
por ese corazón os querrán bien
poetas de otros siglos más lejanos:
¡y buena falta os puede hacer también!
José María Valverde (Valencia de Alcántara, 26 de enero de 1926-Barcelona, 6 de junio de 1996) fue un poeta, filósofo, crítico literario, historiador de las ideas, traductor y catedrático español.
Biografía
De familia extremeña, pasó su infancia y adolescencia en Madrid, donde estudió. Siendo aún estudiante de bachillerato en el Instituto Ramiro de Maeztu publicó su primer poemario: Hombre de Dios. Salmos, elegías y oraciones, costeado por el propio Instituto.
Aunque Dámaso Alonso le tenía por una gran promesa de la Filología, se matriculó en Filosofía y se doctoró en 1955 con una tesis sobre la filosofía del lenguaje en Wilhelm von Humboldt. Ese mismo año se casó con Pilar Gefaell, con la que tuvo cinco hijos.
Escribió en diversas revistas literarias: La Estafeta Literaria, Escorial, Trabajos y días, Raíz, Alférez y Revista de Ideas Estéticas, firmando a veces con el seudónimo Gambrinus. Su producción como articulista quedó recopilada en El arte del artículo (1949-1993) (Barcelona, 1994). Publicó, además, en revistas poéticas como Garcilaso, Espadaña, Proel.
Entre 1945 y 1950 cursa estudios de Filosofía en la Universidad de Madrid, donde se afilia al falangista Sindicato Español Universitario (SEU) y frecuenta el Café Gijón, privilegiado foro de cultura y debate en el que conoce a los poetas de su generación cronológica, especialmente a Carlos Bousoño y Eugenio de Nora.
Entre 1950 y 1955, Valverde residió en Roma, donde fue lector de español en su universidad y en el Instituto Español, y conoció a Benedetto Croce. A los 29 años, en 1956, obtuvo la cátedra de Estética en la Universidad de Barcelona. Esta etapa y sus experiencias como profesor las cuenta en La conquista del mundo (1960).
Participó en las revistas literarias de su época y en numerosas publicaciones periódicas, donde fue publicando gran parte de su pensamiento. Él mismo decía que era un poeta metido a filósofo, y no al contrario.
Se dedicó al estudio de la historia de las ideas, colaborando con Martín de Riquer en Historia de la literatura universal (1957, muy ampliada posteriormente) y escribiendo en solitario Vida y muerte de las ideas: pequeñas historias del pensamiento (1981).
Emprendió sus premiadas traducciones de figuras clásicas de la literatura en inglés y alemán. Con un claro compromiso social, político y cristiano, apoyó la causa popular en Centroamérica (Cuba; el sandinismo: se relacionó con los poetas nicaragüenses exiliados Julio Ycaza, Luis Rocha y Fernando Silva). Por motivos políticos, (solidaridad con los profesores Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren y Agustín García Calvo, expulsados de la universidad de Madrid por las autoridades académicas del Régimen) renunció a su cátedra en 1964 y se exilió.
Marchó a los Estados Unidos, donde fue profesor de literaturas hispánicas y comparada (University of Virginia, McMaster) y luego a Canadá; en este último país fue catedrático de literatura española en Universidad de Trent.
Antes de regresar a España, se publicó en 1971 Enseñanzas de la edad (Poesía 1945-1970), un volumen que recogía sus seis primeros libros de poemas. Regresó a España y a su cátedra.
Fue presidente honorífico de la ONG Entrepueblos y de la Associació Catalana per la Pau.
Murió en Barcelona en 1996, a los setenta años, tras larga enfermedad, mientras dedicaba sus últimas energías a investigar la obra de Kierkegaard.
Labor
De su obra crítica merecen destacarse Estudios sobre la palabra poética (1952), Humboldt y la filosofía del lenguaje (1955), Historia de la literatura universal (1957), Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno (1959), Vida y muerte de las ideas: pequeñas historias del pensamiento (1981), Diccionario de estética o sus monografías sobre Azorín (1971), Antonio Machado (1975), Joyce (1978 y 1982) o Nietzsche.
Destacan sus traducciones del alemán (Hölderlin, Rilke, Goethe, Novalis, Brecht, Christian Morgenstern, Hans Urs von Balthasar) y del inglés (teatro completo de Shakespeare en prosa -que renovaron las ya añejas de Astrana-, o las de Charles Dickens, T. S. Eliot, Walt Whitman, Herman Melville, Saul Bellow, Thomas Merton, Edgar Allan Poe, Emily Dickinson, o el Ulises de Joyce, por la que recibió el Premio de traducción Fray Luis de León, en 1977). En 1960 había recibido este mismo galardón por una antología de Rainer Maria Rilke. En 1990 se le concedió también el Premio Nacional a la obra de un traductor. Tradujo además algunos poemas de Constantino Cavafis del griego moderno, el Nuevo Testamento, del griego antiguo, y a Romano Guardini, del italiano.
Preparó, además, ediciones críticas de Antonio Machado, uno de sus autores preferidos (Nuevas canciones, De un cancionero apócrifo y Juan de Mairena) y de Azorín (Artículos olvidados y Los pueblos), antologías generales de la poesía española e hispanoamericana y particulares de Luis Felipe Vivanco, Miguel de Unamuno y Ernesto Cardenal. La problemática del arte actual encontró eco en su libro Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno (1959).
Inscrito dentro de una particular corriente de existencialismo cristiano dentro de lo que él llamó, con Dámaso Alonso, prologador de algún libro suyo, poesía desarraigada, sus primeros poemas tienen una temática religiosa. Luego fue introduciendo en sus versos nuevos asuntos, cada vez más humanos, acercándose a planteamientos marxistas. Se ha dicho de él que era un cristiano marxista, con planteamientos cercanos a las tesis de la Teología de la Liberación. Su obra se caracteriza por un acentuado humanismo con toques intimistas, que lo convierten en una de las más brillantes figuras del panorama poético español.
Poeta de libros orgánicos, donde el conjunto es superior a la suma de los poemas constituyentes, su estilo se caracteriza por la sencillez expresiva y la lengua castiza, buscando siempre la desnudez y la precisión léxica, sin retoricismos innecesarios, casi coloquial, en lo que sigue la tradición de Antonio Machado. Esa ansia de depuración le llevó a extirpar numerosos poemas de sus compilaciones últimas, sucesivamente cada vez más reducidas. Algo de eso se puede ver en su famoso poema sobre los ahorcados de François Villon. Sus preferencias métricas van por el arte mayor y el verso alejandrino.
Obtuvo entre otros, el Premio Nacional de Poesía en 1949, el Premio de la Crítica en 1962 y el Premio Ciutat de Barcelona por sus Poesías reunidas 1945-1990. De su obra poética, cabe mencionar los poemarios Hombre de Dios en 1945, La espera en 1949, Versos del domingo en 1954, Voces y acompañamientos para San Mateo en 1959, La conquista de este mundo en 1960, Años inciertos en 1970, y Ser de palabra en 1976.
Su fondo personal se encuentra depositado en el CRAI del Pabellón de la República Española de la Universidad de Barcelona. Consta de escritos publicados y no publicados, traducciones y notas manuscrutas; documentación personal del escritor, correspondencia enviada y/o recibida por José M. Valverde, recortes de prensa, homenajes y cartas de pésame dirigidas a la familia Valverde por varias personalidades y organizaciones.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de José María Valverde:
De Hombre de Dios (1945):
ORACIÓN POR NOSOTROS LOS POETAS
Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?
Mira, nada tenemos, ni aun nuestra propia vida;
somos los mensajeros de algo que no entendemos.
Nuestro cuerpo lo quema una llama celeste;
si miramos, es sólo para verterlo en voz.
No podemos coger ni la flor de un vallado
para que sea nuestra y nada más que nuestra,
ni tendernos tranquilos en medio de las cosas,
sin pensar, a gozarlas en su presencia sólo.
Nunca sabremos cómo son de verdad las tardes,
libre de nuestra angustia su desnuda belleza;
jamás conoceremos lo que es una mujer
en sus profundos bosques donde hay que entrar callado.
Tú no nos das el mundo para que lo gocemos,
Tú nos lo entregas para que lo hagamos palabra.
Y después que la tierra tiene voz por nosotros
nos quedamos sin ella, con sólo el alma grande…
Ya ves que por nosotros es sonora la vida,
igual que por las piedras lo es el cristal del río.
Tú no has hecho tu obra para hundirla en silencio,
en el silencio huyente de la gente afanosa;
para vivirla sólo, sin pararse a mirarla…
Por eso nos has puesto a un lado del camino
con el único oficio de gritar asombrados.
En nosotros descansa la prisa de los hombres.
Porque, si no existiéramos, ¿para qué tantas cosas
inútiles y bellas como Dios ha creado,
tantos ocasos rojos, y tanto árbol sin fruta,
y tanta flor, y tanto pájaro vagabundo?
Solamente nosotros sentimos tu regalo
y te lo agradecemos en éxtasis de gritos.
Tú sonríes, Señor, sintiéndote pagado
con nuestro aplastamiento de asombro y maravilla.
Esto que nos exalta sólo puede ser tuyo.
Sólo quien nos ha hecho puede así destruirnos
en brazos de una llama tan cruel y magnífica.
… Tú que cuidas los pájaros que dicen tu mensaje,
guarda en la muerte nuestros cansados corazones;
dales paz, esa paz que en vida les negaste,
bórrales el doliente pensamiento sin tregua.
Tú nos darás en Ti el Todo que buscamos;
nos darás a nosotros mismos, pues te tendremos
para nosotros solos, y no para cantarte.
ELEGÍA DE MI NIÑEZ
Aquí está mi infantil fotografía
clavándome mis ojos, más profundos que nunca,
con una vaga cosa
posada entre las manos, distraídas y leves.
Es el banco de piedra
-los pies lejos del suelo todavía-
del parque de mis sueños infantiles
donde el sol era amigo
y la arena tomaba
tacto de conocida madre vieja.
... Guardo la imagen turbia
de un niño que, de pronto, se distrae
en medio de los juegos
y al ocaso se queda pensativo
escuchando el rumor lejano de las calles...
El mundo iba naciendo poco a poco
para mí solamente.
La tierra era una alegre manzana de merienda,
un balón de colores no esperado.
Los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles,
los árboles nacían cuando abría los ojos.
Y los miedos, después...
Todo podía ser en el oscuro cuarto.
Al fondo del pasillo
latía todo el negro de este mundo,
todas las vagas fuerzas enemigas,
todas las negociaciones...
¡Ay alma de mi infancia!
Sólo vivo del todo cuando vuelvo a ser niño.
¿Qué otra revelación mayor que aquélla
del mundo y de la vida entre las manos?
(... cuando todas las cosas eran como palabras...)
¿Qué ensueño como aquél
de presentir desde el umbral del alma
los días esperándome?
¡Oh, Señor, aquel niño que yo era
quiere pedirte, muerto,
que le dejes vivir en mi presente un poco!
Que siga en mí, Dios mío -como tú nos decías-,
y viviré del todo,
y sentiré la vida plenamente,
y tú serás mi asombro virgen cada mañana..."
De Versos del domingo (1954):
MÁS ALLÁ DEL UMBRAL
(HISTORIA DE NUESTRO AMOR)
Softly my Future climbs the stair,I
I fumble at my childhood's prayer-
So soon to be a child no more!
Etemity, I'm corning, Sir,-
Master, I've seen that face before.
Emily Dickinson
Ya sé, ya sé que estaba amaneciendo
y en la neblina y en tus vagos párpados
empezaba la tierra, todavía
menos costumbre que ilusión, brotada
de un poso de campanas y de soles
madrugados de tu niñez. Cercando
el despertar con voz de caracola,
casi haciéndote daño, la esperanza
desbordada y sin rostro, igual que todas
las mañanas, cantaba por tus venas
como un golpe de miel ebria, disuelto
al caer dentro de tu corazón.
Niña desobediente a los deberes
de ser mujer, la cifra de tus años,
obstinada en tu infancia, en alargarla,
a esa hora sentías tú la vida
golosamente retrasada, entera,
palpada como fruta que da lástima
morder, por no romper la tersa piel.
Pero al salir un poco más a flote,
de súbito, entre el vaho rumoroso
de mares, de ciudades y de puentes,
sentiste que perdía pie un latido,
que te había llamado una voz nueva
con un nombre más grave, más secreto
e ineludible; el nombre de tu muerte;
que un pájaro augural se había oído
y un viento del amor, por un instante,
vino a cubrir el ruido de las olas.
Como si amanecieras a un domingo
más solemne, aguardado largamente,
mirándolo acercarse, y conversándolo,
y al comprender que es hoy, que ya no cabe
más ilusión, entonces lo temieras,
lo quisieras dejar para otro día,
aplazarlo hasta nunca, por el miedo
a su cansado atardecer, la vuelta
de la tarde hacia el lunes, recontando
lo que por fin fue todo lo soñado;
así sentiste el corazón, con vértigo
alzarse contra el tiempo, rebelarse
contra su mismo peso de manzana,
vertido sin remedio hacia unas manos.
No era ya un nombre de hombre, ni mis ojos
en solemne esperar el sacrificio,
no era mi voz quebrada, tal de un niño
que pide una limosna de ser grande
y de tener dolores de varón,
sino que viste atrás el hado, el tiempo,
la seria obligación de vida y tránsito.
Al fin, habrías de cumplir tus años
sin demorarlos más; y recibías
al destino con tus trajes de niña,
hasta acabar de usarlos, por vez última.
Pensaste: «Y esto es todo. Mis inmensos
sueños son esto, igual que si muriera».
Yo entré casi con pena, deteniéndome
ante ti, en tu país de luz antigua,
estremecido de respeto, viendo
tu casa, donde siempre es Navidades,
tu verano descalzo, siempre el mismo,
en que regresas a tu origen quieto,
tu crecer junto al mar, en sus raíces.
Ea, todo acabó. Pues todo sigue
pero ya no es la misma tu mirada.
Como si hubieras puesto un nuevo espejo,
hay una doble luz hoy en tu cuarto,
llegó el amor a saltear tus reinos
de inmóvil sol, y no por los caminos
por que se viene y va hasta los inviernos;
ha venido del lado de la playa,
vagabundo, bajando desde el monte
donde se oía el mundo por la tarde.
Ahora sabes qué inútil fue volverte
a la pared, a atar el hilo roto,
querer resucitar viejos muñecos,
con mano dulce sujetar el alma.
Yo te vi someterte poco a poco,
quitarte la corona de ilusiones,
descender del sitial de libertad
a querer sin querer; he contemplado
tu primera sonrisa temerosa,
distraída, volviéndose a luchar
contigo misma y el amor naciente,
como asomada a una ventana, pero
escuchando hacia dentro de la casa
los pasos de alguien que entra; yo sé cómo
alguna vez, al tiempo de tu risa,
se veía cruzar un pez de sombra
bajo tus ojos de agua abierta y clara.
Ya bajas y gozosamente aceptas
tu parte de dolor yamor. Colocas
mi mano sobre tu cabeza y dices:
«Heme aquí. Cúmplase en los dos lo escrito».
Pero nunca hay morir. Inesperada
vida, como al pasar de un valle a otro,
nos envuelve y se impone lentamente.
Yo soy igual que tú. Yo tuve miedo
antes también, y, mira: ahora rebusco
hasta lo más pequeño y olvidado
de mí para traerlo a que se queme
en ti. Tras el primer escalofrío,
como al caer una cadena de ancla
por su escobén, con roce helado y súbito,
se abre luego el silencio en anchos cercos
y reina la mañana sobre el barco,
así despierto ahora a la luz nueva,
así siento inundarse en otra sangre,
casi ajena, mi corazón, y palpo,
atónito, el milagro, aún sin verlo,
porque mis ojos todavía empiezan
a aprender de las manos. Todo llega
a la oblación en caravana alegre;
antes, mucho nombraba yo a la muerte
con mi primera voz, y hoy no hace falta;
su sello de verdad definitiva
lo pones tú en mis cosas. Para ti
he crecido de niño con sospecha
de un destino, y he estado preparando
con tiempo mi ternura y mi palabra,
mi antigua sumisión enardecida;
meditando qué fueran unos ojos,
empeñando en hacerme digno, en cada
paso, como si ya me vieras; siempre
vestido para el viaje, y todo en orden.
Aquí lo tienes, échalo en la hoguera
que nos tapa la oscuridad del bosque.
Ven, muerte mía, muerte de ojos claros,
y al hundirme en tus aguas dame vida,
vuelve a acunarme, cántame el nacer
con tu voz, que no se oye de tan pura,
ábreme la mirada al nuevo día,
como tras de haber muerto, donde todo
depone su verdad. Ya, más difuntos,
andamos por un suelo más secreto;
aprendiendo a ser dos, vamos errando
descalzos por lo oscuro de la casa,
por donde al retumbar la voz se nota
que alguien vela en silencio, mientras mana
la esperanza en tinieblas, como fuente
que no se oye, mas todo lo enternece;
descendemos a nuestra roca viva
donde se posa el pie de Cristo, el peso
consolador de Dios, como una mano
en la frente del niño ciego; donde
nos empieza a nacer todos los días
nuestro Cristo de dos, resucitando,
multiplicando el mundo, que se extiende
ahora con más montes y más tierras.
Y hoy que vamos creyendo en otros días,
juntando más amor para mañana,
y ponemos despacio en una hucha
los besos ahorrados, le decimos
a Cristo que es la hora de que llegue,
hoy que empieza a ser todo verdadero,
para que lo conviva y lo recoja;
que ya puede venir a compartir
nuestro pan de esperanzas, ya sentarse
con nosotros, ahora que tenemos
un rincón, entre dos almas, sin viento,
y una cuna de manos enlazadas;
que bajo nuestro techo de palabras
habite con los dos, para que se haga
verdad lo que decimos, y aprendamos
a estar cerca, y dejados en su sombra,
a ver la paz ya hablar y oír más bajo;
que sobra voz, ya siempre sobra voz...
LA MAÑANA
En la mañana, en su fino y mojado
aire, subes y vuelves a la casa,
con el latir de la gente, y los trabajos;
te corona el rumor del mercadillo,
y el carpintero habrá sacado el pote
pegajoso a la puerta, y dará golpes,
y el triciclo de carga va llevando
la buena nueva, porque tú me llegas
con tu cesto, cargada de milagros;
te acompaña la leche, como un niño
que anda mal, que se tiende y que se mancha;
el queso, denso espacio de pureza
concretada y punzante, y el fulgor
antiguo del aceite; la verdura
aun viva, sorprendida mientras duerme;
las patatas mineras y pesadas,
de querencia de suelo; los tomates
con fresco escalofrío; los pedazos
crueles de la carne, y un aroma
noble de pan por todo, y su contacto
rugoso de herramienta. Ya se inunda
mi faro pensativo de riquezas,
de materias preciosas; considero
la textura del vino y de la fruta,
estudio mi lección de olores; noto
que todo se hace ya porque lo traes
a entrar en mí, y estamos en la mesa
elevados, las cosas y nosotros,
en el nombre del mundo, como pobre
desayuno de Dios, a que nos coma.
PALABRAS PARA EL HIJO
Viniendo estás, hijo; ya tienes imperiosamente abierto tu hueco entre los días,
y me paro a pensar cómo tendré que decirte para pasarte lo que he vivido,
si todavía tus padres apenas sabemos hablar, saltamos por encima de las palabras,
y de la mano andamos, cruzando por largos silencios, como claros de bosque.
Tal vez todo es inútil y la sangre camina bajo la voz, y nada se puede;
pero yo pienso y pienso en las cosas que todavía mal he aprendido,
y que tendré que enseñarte, porque ya no podré olvidar, ni guardar silencio,
ni volver la espalda a lo que fué, para llegar más libre a la esperanza.
Desde ahora cuanto miro me exigirá nombre con que poder contarlo;
ya no podré ser ojo mudo, pasmo sin pregunta, guardador de secretos,
y tendré que dejarme llevar por tu mano hasta la misma raya de la ignorancia,
dibujar exactamente adonde llega el borde del agua de la materia oscura.
Procuraré empezar por decirte el respeto que se debe a todas las cosas,
la seriedad de la tierra áspera y su peso húmedo, desmigado entre los dedos,
la admirable cerrazón de la piedra, secretamente conjurada consigo misma,
a veces en un guijarro caminante, como endulzado por el peso de la memoria.
Y la madera dócil, viniendo desde el olor y el viento a acurrucarse al calor de la mano,
que acaricia la sabiduría de las formas elementales de la silla y la mesa,
y el tesoro del metal, sus arbitrios industriosos, su cansancio oxidado, su esplendor
cuando con brillos fatídicos conquista su extraña vida de máquina palpitante.
Querré acostumbrarte al murmullo de la multitud, a su ir y venir de hormigas con palitos,
para que te resignes y comprendas las profundidades de la rutina cívica,
la majestad de la vida misma en la sonámbula repetición del empleado,
el latir de lo más dulce en la humilde comparecencia de los insignificantes en sus sitios.
Pero también te enseñaré la palabra que, puesta junto a otra, arde con llama hasta el cielo,
y la canción que se adueña de nuestros huesos y gira y gira sola hasta iluminarnos,
y el poderío de una mancha roja cuidadosamente extendida sobre un cuadro de lona,
hasta rozar genitalmente un azul que anochece por su parte, detrás del amarillo.
Y muchas cosas del hombre, que hubiera callado para olvidar, guerras como otra luz de años enteros,
y disparos de medianoche y el muerto de cada mañana en el descampado de las latas de mi barrio,
y el cañoneo lejano, viniendo, y el odio de casa en casa, y las palabras en cuchicheo,
y las esperanzas y las desilusiones y las esperanzas, haciendo historia al repetirse.
De tu madre jamás hablaremos; tardarás mucho tiempo en comprender
qué otras estrellas fueron las mías en la ventana nocturna de sus ojos,
cómo la encontré viniendo de pinares de sueños, de olas y canciones de niña,
cómo la convencí, y lo dejó todo, y cruzó un río desconocido, y estabas tú.
Y cuando preguntando llegues al porqué de todo, empezaré a contarte del último amor,
enseñándote a poner la mano sobre el mundo para que sientas su música de trompo,
a leyenda verdadera del Dios que tanto quiso a los hombres que nació con ellos;
porque no sé si mi palabra puede algo más que enseñarte a rezar, y retirarse.
De Voces y acompañamientos para San Mateo (1959):
EL GRAN VIAJE
Algún país he visto que ni soñado hubiera:
me he sentado, he comido en otra tierra rara
queriendo convencerme de que era verdadera
y he visto pasar gente de otra luz en la cara.
Alguna vez un monte que no estaba previsto
en mis mapas de niño, me salía al camino,
o un puerto, con su barrio de redes nunca visto,
venía a aleccionarme con el olor marino.
Pero siempre mis ojos se herían a su paso
de inquietud o recuerdo: el amor unos días
de soledad pintaba las piedras de un ocaso,
o el miedo a lo posible nublaba lejanías.
No sé si habrá algún tiempo en que mire tranquilo
el mundo, de mañanas y tardes coronado;
no sé si habrá más días tras los años en vilo
y podré ver de veras qué es una flor y un prado.
Pero espero tener al terminar la vida,
para empezar la gloria, miradas más serenas;
que me lleven al viaje de eterna despedida
de las cosas que tanto me dolieron, ya buenas.
Yo no iré a preguntar por qué el sol calentaba,
por qué baila tan justo el planeta en su polo,
pero sí querré ver los valles que soñaba,
las calas donde el mar chapotea muy solo.
Sobre unas anchas alas de robustez y gloria,
quietas, como el avión que no tiembla en la altura,
iré, ya sin dolor ni peso de memoria,
a mirar de verdad su piel a la llanura.
Así será el principio de Dios: lo que primero
me dejará mirarle subiendo en alborada,
creciendo en cada estampa su hiriente reverbero,
hasta que la memoria se vuelva llamarada.
De La conquista de este mundo (1960):
(HISTORIA DE LA FILOSOFÍA)
Entro en el aula, empiezo a hablar a un ciento
de caras mal despiertas: por un rato
sobre sus vidas, rígido, desato,
cumpliendo mi deber, el frío viento
del Ser y de la Nada, de la Idea
y la Cosa; la horrible perspectiva
de vértigo que se ha hecho inofensiva,
espectáculo gris, vieja tarea.
Si alguno, casi inquieto, se remueve,
los más sueñan, o apuntan, o hacen ruido.
Pero basta: es la hora ya. De nueve
a diez, vieron el Ser, ese aguafiestas;
prosigan su vivir interrumpido:
yo vuelvo a mi silencio sin respuestas.
(PERIÓDICO DE LA TARDE)
Muy bien rueda el vagón -oh ciencia hermosa-
mientras se sueña con la sopa en casa,
segura, aunque frugal, y se repasa
la prensa, ya a estas horas tan borrosa:
rivalizan los sabios en carrera
retratando la nuca de la luna;
mientras, de cada tres personas, una
come o habrá comido antes que muera.
Señores genios, basta: un intervalo:
primero den a todos bocadillos,
y a cada cual, zapatos, y juguetes
al niño, y su jarabe al que esté malo.
Cuando arreglen los casos más sencillos
volverán a su fiesta y sus cohetes.
De Años inciertos (1970):
VISITA A LOS POBRES
En los años del hambre -como dicen
los que no la han saciado todavía-
estudiantillo imberbe, acompañé
algún tiempo, en mañanas de domingo,
a los visitadores de los pobres,
sencillos caballeros, casi todos
profesores modestos y abstraídos,
de raído gabán y claras gafas.
Entre el barro o el vaho, avergonzados
de dar un duro en vales para pan,
tomados por algunos como agentes
de la Embajada nazi, comprobaban
lo mismo, año tras año, consternados:
la familia entre latas, con el cerdo,
padres y niños, todos sifilíticos,
menos la mayorcita, que era de antes
que el marido... "los malos compañeros,
¿sabe?" -casi en defensa, la mujer-
"lo que le pasa a un hombre"; y en la esquina,
un muchacho tullido -"y menos mal",
según la madre, "que al fundarse el chico
yo estaba muy robusta"-; éste pedía
libros, pero ¿cuál darle a un pobre inmóvil?
(Yo le llevé María Chapdelaine);
y, como única baja, la gallega
muerta de hambre, dejando dos hijitas,
pero con gran entierro de un Seguro
que, en nuestras mismas huellas, les cobraba
más de nuestra limosna, porque el pobre
quiere morir en grande, por el miedo
de seguir siendo pobre al otro lado...
Luego, en la fría sala parroquial,
decía el presidente, en grave rito:
"¿Se aprueba el acta?" Y todos, abrumados,
bajaban la cabeza: "Sí, se aprueba".
DIALÉCTICA HISTÓRICA
Este amigo marxista se preocupa
mucho porque su niña tiene tos.
Trascendental, severo, descendiendo
de su esfera de planes y de ideas,
esconde su ternura y analiza
a la niña y su tos, como si fuese
un caso de dialéctica en la historia.
Y es verdad: esa tos suena a otras toses
de mis niñas, y me entra por el pecho.
Claro, no será nada. Crecerá,
tendrá también sus niñas, con sus toses
y su amor, y un marido, que tal vez,
luchará por la historia y su esperanza.
¿Y hasta cuándo, después? ¿Hasta el gran salto
hacia la libertad, sin tos, sin deudas,
sin negritos hambrientos en el mapa,
y “a cada cual, conforme necesite”,
y cultura y reposo? ¿Y nada más?
Este amigo marxista, tierno padre,
¿no ha de querer la clara alienación
de amar y ser amado aun tras la muerte?
TOMA DE CONCIENCIA
Primero, era un mandato de cruzada arcangélica
contra el hervor en marcha de puños en la calle;
entre un vago tufillo a iglesias incendiadas,
el miedo a que se hundiera el buen pasar modesto
nublaba a la familia en torno a la camilla.
Luego… mejor callar de la lucha civil.
El cadáver que sigue creciéndome en la espalda,
más mío a cada vez, como muerto a mis manos.
Tras eso, años de hundirme en confuso vacío:
por un lado surgía el asco a los magnates,
mientras duraba el pánico a oír: ¡Ya están ahí!
Pero en medio de todo, dejando apocalipsis,
otra cosa apremiaba: el dolor silenciado
de la gente con hambre, del pisoteado pobre,
del injuriado oscuro, del invisible en mugre.
Eran las estadísticas crónicas de sudores,
en cada porcentaje resonaban gemidos,
y, al volver la mirada a la historia, los textos
de lisonjas heráldicas se borraban en llantos.
Por si no era bastante eso de ser poeta,
acechando en escucha la vida ajena y propia,
lo mismo que un espía, otra maldición vino
sobre mí: entre la charla bien educada, el té,
de pronto, me han mirado como a un perro rabioso.
Y aún más; tampoco puedo cambiar de apocalipsis:
a cada cual le peso su porción de maldades
y su poco de méritos, según se desvanece.
Seré traidor para unos, blando para los otros,
abierto a un porvenir sin asiento ni gloria,
quizá colaborando, pero siempre mal visto,
progresista gruñón, mesurado extremista…
En lo de «amar al prójimo» entra este gris cansancio.
MEDITACIÓN SOBRE EL SIGLO DE ORO
(... De España vienen hombres y deidades,
pródigos de la vida, de tal suerte
que cuentan por afrenta las edades
y el no morir sin aguardar la muerte;
hombres que, cuantas hace habilidades
el hielo inmenso y el calor más fuerte,
las desprecian, con rábanos y queso,
preciados de llevar la Corte en peso.
QUEVEDO; "De las necedades y locuras...")
Cuando me paro a contemplar tu estado
tierra de mi lenguaje y de mis gentes,
me vuelvo hacia el pasado
y pienso si estarían, en la hora
de la gloria imperial, más florecientes
estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado.
Más árboles y verde habría, es cierto,
pero veo reinar allí el desierto;
miro los muros de la patria mía,
de cal o de tapices revestidos
en esa edad gloriosa,
pero inhóspitos siempre y ateridos;
veo la tierra recocida o fría,
dando su parco fruto, como hoy día,
resuelta en polvo ya aunque siempre hermosa.
¿De dónde la grandeza?
¿De dónde aquel Imperio sin segundo?
Con larga lucha nuestra historia empieza:
por siglos combatiente,
el español salió a comerse el mundo
por seguir la costumbre de la espada,
en busca de un fulgor de gloria y de oro
sin distinguir lo que era Dios o fuente
de juventud o mágico tesoro
que gastar en grandeza almidonada.
En tanto se adentraba el religioso
por las Indias de Dios -que dijo Aladana-
(Dios era una gran selva americana
de oro oculto y peligro misterioso),
iba el conquistador hacia el final
del mundo, de cabeza,
de vivir sin vivir en sí evadido,
y dejando su aldea en el olvido
con las puertas al aire, fantasmal;
y aunque soñó en riqueza,
nunca ofendió la fe con la esperanza
ni entendió de negocio y bienandanza,
por más que admiró el oro y fue sediento
en pos del bien fingido,
que no ansí vuela el viento
cual fue fugaz y vano aquel contento.
Los poetas han sido
-como Fray Luis, Quevedo-
los que, sin estudiar economía,
nombraron por su nombre el mal del día:
el oro, señalaban con el dedo.
y cómo, allá en las Indias arrancado
de sus ricos veneros,
era al final en Génova enterrado,
pagando guerra, en manos de banqueros,
mientras los reyes Midas
ayunaban sin postre y veraneo,
pendientes de las frágiles venidas,
por los mares, del áureo correo,
que, si llegaba, se iba en un suspiro
en pagar, sólo a medias, lo atrasado,
y en fiestas y cohetes
y en nieve para el vino en los banquetes
y en comedias de magia, en el Retiro.
El español, al fin, más arruinado,
cuanto más victorioso,
por abarcar la tierra desangrado,
y el alma en laberinto tenebroso,
más vencido de sí que del destino,
en tenebrosa noche, con pie incierto,
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Otra edad, por el mundo, ya venía
con industria y teoría,
con dineros, camisas y saberes,
abriendo porvenires y quehaceres;
se acababa la edad
en que un fantasma dio la vuelta al mundo
y empezaba la historia de verdad.
En Europa, despierto a lo moderno,
reformaba su reino Segismundo,
mientras, sin más refugio que lo eterno,
Don Quijote moría de cordura,
y el cielo azul, amparo de la gente,
no era cielo, ni azul. Nuestra ilusión,
antes del mutis a la sepultura,
alzó su dogmatismo fanfarrón:
-¡Y el que dijere lo contrario miente!-
Y luego, lentamente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
COLOFÓN ESCRITO AL CORREGIR LAS PRUEBAS
DE ESTE VOLUMEN ("ENSEÑANZAS DE LA EDAD"
(POESÍA 1945-1970)") TAMBIÉN CON EL
SENTIR DE CARLOS BARRAL, POETA
Y EDITOR DE POETAS
(Y bajo el recuerdo de la "Balada de
los ahorcados", de Villon)
Compañeros, poetas del futuro,
sed buenos con nosotros; intentad
comprender cómo pudo ser tan duro
este inútil vivir en vaguedad,
este fracaso, al fin debilidad.
Ahorcados nos veis, en vuestros días,
hacia el olvido, ya en bibliografías,
sólo borroso haber tradicional,
huesos al viento en las antologías,
seco polvo de tesis doctoral.
Hermanos, los poetas del mañana:
si queda entonces imaginación,
pensad qué mal negocio es esta vana
conciencia nunca en paz de los que son
poetas de una "edad de transición".
Diréis: "No dieron una, pobre gente:
hechos a lo sublime, de repente
quisieron ser reales, y era tarde."
Y no sabréis que hoy damos por valiente
al que no es peor cosa que cobarde.
Vosotros no andaréis tan divididos,
queriendo al mismo tiempo estar atentos
al yo en sus más recónditos latidos
y al dolor de los prójimos hambrientos
pisados por los ricos y violentos.
Nacidos en justicia y en cultura,
tal vez seréis voz lúcida y madura
del mundo, y, en hermosa perspectiva,
ya ni recordaréis, desde esa altura,
nuestro torpe tanteo, a la deriva.
Pero si sois benévolos, hermanos,
y encontramos merced en vuestras manos,
por ese corazón os querrán bien
poetas de otros siglos más lejanos:
¡y buena falta os puede hacer también!
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