El premio Cervantes reúne en este ensayo un centenar de semblanzas de autores y artistas a los que conoció personalmente, abarcando cinco generaciones distintas para elaborar una relectura libre y personalizada de las figuras más relevantes del escenario cultural del siglo XX.
José Manuel Caballero Bonald nació en Jerez de la Frontera en 1926 (no, no hay error en la fecha). Estudió Filosofía y Letras, astronáutica y astronomía. Profesor en la Universidad Nacional Católica de Bogotá, este hijo de cubano mostró desde muy joven un interés por Hispanoamérica en una época en la que, por ejemplo, no había cátedra de literatura latinoamericana en la Universidad de Barcelona y los interesados por sus escritores, Joaquín Marco a la cabeza, éramos la excepción. Motivos había pues para afirmar, como lo ha hecho él repetidas veces, que “si fuera joven, ya habría puesto tierra por medio”, que es lo que hice yo y lo que, perdida para siempre la juventud, volvería a hacer.
Caballero Bonald merece el mismo respeto como poeta que como narrador y como ensayista. En 1952 publicó su primer libro de poemas, Las adivinaciones, y el que más le ha satisfecho es Entreguerras (2012), autobiografía en verso. Como novelista cabe destacar Dos días de septiembre, ganadora del prestigioso Biblioteca Breve de Novela, 1961; la profética Ágata ojo de gato (1974), sobre las amenazas al Coto de Doñana a través de tres generaciones de una familia: y, reeditada hace unos meses por la editorial Navona, Todas las noches oyeron pasar pájaros (1981), una radiografía de la sociedad española durante la transición que toma el título de un pasaje del diario de Colón poco antes del descubrimiento de América. Sus dos libros de memorias están reunidos en La novela de la memoria (2010). Reconocido flamencólogo, es autor de Luces y sombras del famenco (1975) y ha escrito asimismo un Breviario del vino (1980). Ha sido siempre fiel a su Andalucía, a la que ha regresado tras una vida de continuos desplazamientos.
Examen de ingenios está llamada a ser una de las obras canónicas del autor, especialmente recomendable para los que ejercemos el oficio de la crítica, pero dirigida a un público mucho más amplio. Conviene destacar la seductora riqueza léxica que aspira a la precisión sin olvidar nunca el estilo; la percepción; la precisión crítica siempre elegante y que no cae nunca en el exhibicionismo sino que busca el equilibrio; la objetividad, con una serenidad que el lector agradece en este país de estridencias. Se trata de 103 perfiles de escritores españoles e hispanoamericanos a los que él ha conocido personalmente. Algunos aparecieron en el ya mencionado La novela de la memoria o en los artículos reunidos en Oficio de lector (2013). El marco temporal va de la generación del 98 a la del 50, es decir, a la suya. El libro se abre con Azorín, donde vemos ya al feliz retratista, perceptivo y lleno de una especial gracia y originalidad, sin deformar nunca el personaje. Retratos físicos o piscológicos, con abundantes referencias -muchas de ellas críticas- al carácter. En su voluntad desmitificadora, Américo Castro resultaba demasiado taxativo; de Eugenio D’Ors señala “esos grandilocuentes, egolátricos, ceremoniosos menesteres de crítico de arte”; a pesar de lo que le admira como escritor, “soy de los que hubiesen preferido no tratar personalmente a Borges”; en Pla “podía escandalizar esa conducta deliberadamente grosera” y su aspecto “sugería el del avaro que de pronto alardea de derrochador o el del cosmopolita que no ha salido del casino de su pueblo”. Y en su ambición por mantener la objetividad, reconoce que “es posible que siga cometiendo la flagrante injusticia de valorar a un escritor según su conducta”. Si roza la caricatura, es porque los personajes se prestan a ello. Y puede criticar a la persona por ambiciosa, grosera o grotesca pero al mismo tiempo elogiar abiertamente su obra.
La aportación más interesante de Examen de ingenios es la independencia de juicio, que sería injusto considerar como exceso de rigor. Caballero Bonald hace una relectura libre de prejuicios de los escritores aparentemente indiscutibles, guiado por el oficio, la honestidad, el afán de verdad y exactitud. Para él a Baroja, a León Felipe, a D’Ors o a Nicolás Guillén el tiempo se les ha echado encima. En muchos autores señala lo más acertado y lo más débil. Puede ser demoledor, como lo es con Leopoldo Panero y especialmente con sus hijos y con su esposa, Felicidad Blanc, “una señorita anclada en la cursilería capitalina de preguerra, agobiada de dengues”, como yo mismo pude comprobar. Tampoco sale bien parado cela, aunque elogia parte de su obra. Es incisivo con Josep Maria Castellet. Señala los puntos débiles de Vargas Llosa y hay una espléndida reivindicación de Antonio Gamoneda, “con una concepción de la poesía que era la que yo trataba de asimilar, y hacía ya años, acaso desde Valente o Barral, que no veía canalizada en ningún otro ejemplo”.Y si es incisivo con la personalidad de Barral, lo considera “uno de mis poetas preferidos”.
Estamos ante un libro apasionante, ágil, para muchos polémico sin que haya afán de polémica, capaz de correr todos los riesgos en su aniquilación de los lugares comunes.
J.A. Masoliver Ródenas
Algunos retratos de Examen de ingenios, de José Manuel Caballero Bonald:
AZORÍN (1873-1927) “Casi despojado de volumen, con furtiva actitud del que teme ser interceptado en el camino que conduce a la inmortalidad, ya transferido prácticamente al estado de momia andariega. Daba la impresión de que iba perdiendo peso a medida que se te acercaba”.
DÁMASO ALONSO (1898-1990) “Era algo rechoncho y la alopecia debía ser como el corolario juvenil del estudioso. No es disparatado suponer que había nacido calvo y que se valió de las gafas al mismo tiempo que del sonajero”.
FELICIDAD BLANC (1913-1990) “Fue una señorita anclada en la cursilería capitalina de preguerra, agobiada de dengues y a la que desquició de manera notoria lo que se le vino encima. Sus maneras elegantes no la absolvieron de ser teatralmente lánguida y algo relamida”.
JOSEP MARIA CASTELLET (1926-2014) “Era un conversador brillante, de repente fogoso, y adoptaba de improviso posturas oratorias más bien inoportunas. Su estatura parecía directamente proporcional a su altura de miras y tenía el perfil monetario de un barcelonés del Eixample”.
ERNESTO CARDENAL (1925) “Su aireada vida de novicio trapense o de cura en funciones de guerrillero es ambigua o, al menos,está lastrada de una equívoca literatura donde ni la euforia ni la egolatría se ausentaron. Cardenal de joven también quiso ser escultor, pero se quedó en su propio busto”.
JOSEP PLA (1897-1983) “Trataba de enmascarar algún excedente etílico que había viajado con él desde Palafrugell. Hablaba un castellano farfullado, punteado de catalán, mientras componía una sonrisita de aire ladino y mantenía entre los labios un cigarro manchado de saliva amarilla”.
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