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“Los cipreses amigos”, por Magí Camps (La Vanguardia, 31-08-2020)
Si se consultan los diccionarios de símbolos, el ciprés, el árbol de hojas perennes que presenta unos falsos frutos de madera y es de un color verde oscuro uniforme, se asocia a la muerte y a la vida eterna. Los cementerios están llenos de ellos y ayudan a identificar su emplazamiento cuando, en medio de un bosque, se distingue su presencia desafiante, como apuntando al cielo. “El tronc com un dit / senyala a l’ànima el cel” (“El tronco como un dedo / señala al alma el cielo”), escribió Marià Aguiló.
Árbol con raíces primigenias en la región egea, se encuentra en todo el Mediterráneo desde tiempo inmemorial. Pero no es del todo cierto que este “enhiesto surtidor de sombra y sueño”, en palabras de Gerardo Diego, sea solo un árbol mortuorio. Por estos lares también tiene un sentido más alegre o, cuando menos, positivo: es símbolo de acogida.
En las masías, se da la bienvenida con un ciprés, la metáfora de la hospitalidad. A lo largo de la historia, este árbol que señala el camino del cielo a los difuntos se ha utilizado como símbolo de paz y de casa dispuesta a ayudar. Que haya uno o más de uno, también se ha interpretado de distintos modos, sobre todo para los caminantes y peregrinos: un ciprés señalaba un cobertizo para pasar la noche; si había dos, podía querer decir lecho y comida, o comida para la montura; y si había tres, la casa era rica y ofrecía lecho, comida y trabajo a quien se quisiera acercar. Toda una simbología, que hoy aún se ve en muchas casas, por el sentido y la belleza singular de esta lanza verde.
En el Empordà, la llanura dibujada por los vientos, hay paredes de cipreses y de álamos, que se alinean para proteger los huertos y los árboles frutales. Josep Pla era un gran defensor de las arboledas, los árboles dispuestos por la mano humana con el objetivo de sacar un provecho, no como los jardines, que no responden a ningún uso útil, según su parecer.
Entre el jardín más silvestre de los modernistas y la obsesiva geometría y domesticación del jardín noucentista, Pla prefería las arboledas. En El quadern gris escribe esta reflexión, que traduzco: “A mí me gustan los jardines baratos, tranquilizadores y auténticos. La arboleda es el jardín más primitivo y simple, la idea arquetípica del jardín. Obedece a la pura y simple contabilidad del propietario. Los árboles están plantados a las distancias exigidas para su más rápido crecimiento -y rendimiento-. Mi idea de que los paisajes más bellos son siempre los más útiles, los que producen más renta, está en la esencia de la arboleda. Por otra parte, las arboledas son elegantísimas. ¿Qué más se podría decir?
Y si son hileras de cipreses para proteger los frutales de la tramontana, no puede haber jardín más bonito.
Magí Camps (La Vanguardia, 31-08-2020.
“Los cipreses amigos”, por Magí Camps (La Vanguardia, 31-08-2020)
Si se consultan los diccionarios de símbolos, el ciprés, el árbol de hojas perennes que presenta unos falsos frutos de madera y es de un color verde oscuro uniforme, se asocia a la muerte y a la vida eterna. Los cementerios están llenos de ellos y ayudan a identificar su emplazamiento cuando, en medio de un bosque, se distingue su presencia desafiante, como apuntando al cielo. “El tronc com un dit / senyala a l’ànima el cel” (“El tronco como un dedo / señala al alma el cielo”), escribió Marià Aguiló.
Árbol con raíces primigenias en la región egea, se encuentra en todo el Mediterráneo desde tiempo inmemorial. Pero no es del todo cierto que este “enhiesto surtidor de sombra y sueño”, en palabras de Gerardo Diego, sea solo un árbol mortuorio. Por estos lares también tiene un sentido más alegre o, cuando menos, positivo: es símbolo de acogida.
En las masías, se da la bienvenida con un ciprés, la metáfora de la hospitalidad. A lo largo de la historia, este árbol que señala el camino del cielo a los difuntos se ha utilizado como símbolo de paz y de casa dispuesta a ayudar. Que haya uno o más de uno, también se ha interpretado de distintos modos, sobre todo para los caminantes y peregrinos: un ciprés señalaba un cobertizo para pasar la noche; si había dos, podía querer decir lecho y comida, o comida para la montura; y si había tres, la casa era rica y ofrecía lecho, comida y trabajo a quien se quisiera acercar. Toda una simbología, que hoy aún se ve en muchas casas, por el sentido y la belleza singular de esta lanza verde.
En el Empordà, la llanura dibujada por los vientos, hay paredes de cipreses y de álamos, que se alinean para proteger los huertos y los árboles frutales. Josep Pla era un gran defensor de las arboledas, los árboles dispuestos por la mano humana con el objetivo de sacar un provecho, no como los jardines, que no responden a ningún uso útil, según su parecer.
Entre el jardín más silvestre de los modernistas y la obsesiva geometría y domesticación del jardín noucentista, Pla prefería las arboledas. En El quadern gris escribe esta reflexión, que traduzco: “A mí me gustan los jardines baratos, tranquilizadores y auténticos. La arboleda es el jardín más primitivo y simple, la idea arquetípica del jardín. Obedece a la pura y simple contabilidad del propietario. Los árboles están plantados a las distancias exigidas para su más rápido crecimiento -y rendimiento-. Mi idea de que los paisajes más bellos son siempre los más útiles, los que producen más renta, está en la esencia de la arboleda. Por otra parte, las arboledas son elegantísimas. ¿Qué más se podría decir?
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