Aires de Libertad

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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 4 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 27 Feb 2021, 03:34

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VI

    Coloquio de Héctor y Andrómaca.
    Cont.

    263. Respondióle el gran Héctor, el de tremolante
    casco:

    264. -No me des vino dulce como la miel, veneranda
    madre; no sea que me enerves y me prives
    del valor, y yo me olvide de mi fuerza. No
    me atrevo a libar el negro vino en honor de
    Zeus sin lavarme las manos, ni es lícito orar al
    Cronión, el de las sombrías nubes, cuando uno
    está manchado de sangre y polvo. Pero tú congrega
    a las matronas, llévate perfumes, y, entrando
    en el templo de Atenea, que impera en
    las batallas, pon sobre las rodillas de la deidad
    de hermosa cabellera el peplo mayor, más lindo
    y que más aprecies de cuantos haya en el palacio;
    y vota a la diosa sacrificar en su templo
    doce vacas de un año, no sujetas aún al yugo,
    si, apiadándose de la ciudad y de las esposas y
    tiernos niños de los troyanos, aparta de la sagrada
    Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya
    valentía causa nuestra derrota. Encamínate,
    pues, al templo de Atenea, que impera en las
    batallas, y yo iré a la casa de Paris a llamarlo, si
    me quiere escuchar. ¡Así la tierra se lo tragara!
    Criólo el Olímpico como una gran plaga para
    los troyanos y el magnánimo Príamo y sus
    hijos. Creo que, si le viera descender al Hades,
    mi alma se olvidaría de los enojosos pesares.

    286. Así dijo. Hécuba, volviendo al palacio,
    llamó a las esclavas, y éstas anduvieron por la
    ciudad y congregaron a las matronas; bajó luego
    al fragante aposento donde se guardaban los
    peplos bordados, obra de las mujeres que se
    había llevado de Sidón el deiforme Alejandro
    en el mismo viaje por el ancho ponto en que se
    llevó a Helena, la de nobles padres; tomó, para
    ofrecerlo a Atenea, el peplo mayor y más hermoso
    por sus bordaduras, que resplandecía
    como un astro y se hallaba debajo de todos, y
    partió acompañada de muchas matronas.

    297. Cuando llegaron a la acrópolis, abrióles las
    puertas del templo de Atenea Teano, la de
    hermosas mejillas, hija de Ciseide y esposa de
    Anténor, domador de caballos, a la cual habían
    elegido los troyanos sacerdotisa de Atenea.
    Todas, con lúgubres lamentos, levantaron las
    manos a la diosa. Teano, la de hermosas mejillas,
    tomó el peplo, lo puso sobre las rodillas de
    Atenea, la de hermosa cabellera, y orando rogó
    así a la hija del gran Zeus:

    305. -¡Veneranda Atenea, protectora de la ciudad,
    divina entre las diosas! ¡Quiébrale la lanza
    a Diomedes y concédenos que caiga de pechos
    en el suelo, ante las puertas Esceas, para que to
    sacrifiquemos en este templo doce vacas de un
    año, no sujetas aún al yugo, si de este modo to
    apiadas de la ciudad y de las esposas y tiernos
    niños de los troyanos!

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 4 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 27 Feb 2021, 03:39

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VI

    Coloquio de Héctor y Andrómaca.
    Cont.

    311. Así dijo rogando, pero Palas Atenea no
    accedió. Mientras invocaban de este modo a la
    hija del gran Zeus, Héctor se encaminó al
    magnífico palacio que para Alejandro había
    labrado él mismo con los más hábiles constructores
    de la fértil Troya; éstos le hicieron una
    cámara nupcial, una sala y un patio, en la acrópolis,
    cerca de los palacios de Príamo y de
    Héctor. Allí entró Héctor, caro a Zeus, llevando
    una lanza de once codos, cuya broncínea y
    reluciente punta estaba sujeta por áureo anillo.
    En la cámara halló a Alejandro que acicalaba
    las magníficas armas, escudo y coraza, y probaba
    el corvo arco; y a la argiva Helena, que,
    sentada entre sus esclavas, ocupábalas en primorosas
    labores. Y en viendo a aquél, increpólo
    con injuriosas palabras:

    326. -¡Desgraciado! No es decoroso que guardes
    en el corazón ese rencor. Los hombres perecen
    combatiendo al pie de los altos muros de la
    ciudad; el bélico clamor y la lucha se encendieron
    por tu causa alrededor de nosotros, y
    tú mismo reconvendrías a quien cejara en la
    pelea horrenda. Ea, levántate. No sea que la
    ciudad llegue a ser pasto de las voraces llamas.

    332. Respondióle el deiforme Alejandro:

    333. -¡Héctor! Justos y no excesivos son tus baldones,
    y por lo mismo voy a contestarte. Atiende
    y óyeme. Permanecía aquí, no tanto por estar
    airado o resentido con los troyanos, cuanto
    porque deseaba entregarme al dolor. En este
    instante mi esposa me exhortaba con blandas
    palabras a volver al combate; y también a mí
    me parece preferible, porque la victoria tiene
    sus alternativas para los guerreros. Ea, pues,
    aguarda, y visto las marciales armas; o vete y te
    sigo, y creo que lograré alcanzarte.

    342. Así dijo. Héctor, el de tremolante casco,
    nada contestó. Y Helena hablóle con dulces
    palabras:

    344.¡Cuñado mío, de esta perra maléfica y abominable!
    ¡Ojalá que, cuando mi madre me dio a
    luz, un viento tempestuoso se me hubiese llevado
    al monte o al estruendoso mar, para
    hacerme juguete de las olas, antes que tales
    hechos ocurrieran! Y ya que los dioses determinaron
    causar estos males, debió tocarme ser
    esposa de un varón más fuerte, a quien dolieran
    la indignación y los muchos baldones de los
    hombres. Éste ni tiene firmeza de ánimo ni la
    tendrá nunca, y creo que recogerá el debido
    fruto. Pero entra y siéntate en esta silla, cuñado,
    que la fatiga te oprime el corazón por mí, perra,
    y por la falta de Alejandro; a quienes Zeus nos
    dio mala suerte a fin de que a los venideros les
    sirvamos de asunto para sus cantos.

    359 Respondióle el gran Héctor, el de tremolante
    casco:

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 4 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 27 Feb 2021, 03:42

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VI

    Coloquio de Héctor y Andrómaca.
    Cont.

    360. -No me ofrezcas asiento, Helena, aunque
    me aprecies, pues no lograrás persuadirme: ya
    mi corazón desea socorrer a los troyanos que
    me aguardan con impaciencia. Pero tú haz levantar
    a ése y él mismo se dé prisa para que me
    alcance dentro de la ciudad, mientras voy a mi
    casa y veo a los criados, a la esposa querida y al
    tierno niño; que ignoro si volveré de la batalla,
    o los dioses dispondrán que sucumba a manos
    de los aqueos.

    369. Apenas hubo dicho estas palabras, Héctor,
    el de tremolante casco, se fue. Llegó en seguida
    a su palacio, que abundaba de gente, mas no
    encontró a Andrómaca, la de níveos brazos,
    pues con el niño y la criada de hermoso peplo
    estaba en la torre llorando y lamentándose.
    Héctor, como no hallara dentro a su excelente
    esposa, detúvose en el umbral y habló con las
    esclavas:

    376. -¡Ea, esclavas, decidme la verdad! ¿Adónde
    ha ido Andrómaca, la de níveos brazos, desde
    el palacio? ¿A visitar a mis hermanas o a mis
    cuñadas de hermosos peplos? ¿O, acaso, al
    templo de Atenea, donde las troyanas, de lindas
    trenzas, aplacan a la terrible diosa?

    381. Respondióle con estas palabras la fiel despensera:

    382. -¡Héctor! Ya que tanto nos mandas decir la
    verdad, no fue a visitar a tus hermanas ni a tus
    cuñadas de hermosos peplos, ni al templo de
    Atenea, donde las troyanas, de lindas trenzas,
    aplacan a la terrible diosa, sino que subió a la
    gran torre de Ilio, porque supo que los troyanos
    llevaban la peor parte y era grande el ímpetu
    de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa,
    como loca, y con ella se fue la nodriza que lleva
    el niño.

    390. Así habló la despensera, y Héctor, saliendo
    presuroso de la casa, desanduvo el camino por
    las bien trazadas calles. Tan luego como, después
    de atravesar la gran ciudad, llegó a las
    puertas Esceas -por allí había de salir al campo-,
    corrió a su encuentro su rica esposa
    Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, que
    vivía bajo el boscoso Placo, en Teba bajo el Placo,
    y era rey de los cilicios. Hija de éste era,
    pues, la esposa de Héctor, de broncínea armadura,
    que entonces le salió al camino. Acompañábale
    una sirvienta llevando en brazos al
    tierno infante, al Hectórida amado, parecido a
    una hermosa estrella. a quien su padre llamaba
    Escamandrio y los demás Astianacte, porque
    sólo por Héctor se salvaba Ilio. Vio el héroe al
    niño y sonrió silenciosamente. Andrómaca,
    llorosa, se detuvo a su lado, y asiéndole de la
    mano le dijo:

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 4 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Feb 2021, 02:24

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VI

    Coloquio de Héctor y Andrómaca.
    Cont.

    407. -¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te
    apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada,
    que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te
    acometerán todos a una y acabarán contigo.
    Preferible sería que, al perderte, la tierra me
    tragara, porque si mueres no habrá consuelo
    para mí, sino pesares, que ya no tengo padre ni
    venerable madre. A mi padre matólo el divino
    Aquiles cuando tomó la populosa ciudad de los
    cilicios, Teba, la de altas puertas: dio muerte a
    Eetión, y sin despojarlo, por el religioso temor
    que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con
    las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo
    alrededor plantaron álamos las ninfas monteses,
    hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete
    hermanos, que habitaban en el palacio, descendieron
    al Hades el mismo día; pues a todos los
    mató el divino Aquiles, el de los pies ligeros,
    entre los flexípedes bueyes y las cándidas ovejas.
    A mi madre, que reinaba al pie del selvoso
    Placo, trájola aquél con otras riquezas y la puso
    en libertad por un inmenso rescate; pero Ártemis,
    que se complace en tirar flechas, hirióla en
    el palacio de mi padre. Héctor, tú eres ahora mi
    padre, mi venerable madre y mi hermano; tú,
    mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo,
    quédate aquí en la tome -¡no hagas a un niño
    huérfano y a una mujer viuda!- y pon el ejército
    junto al cabrahígo, que por allí la ciudad es accesible
    y el muro más fácil de escalar. Los más
    valientes -los dos Ayantes, el célebre Idomeneo,
    los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos
    respectivos- ya por tres veces se han encaminado
    a aquel sitio para intentar el asalto:
    alguien que conoce los oráculos se to indicó, o
    su mismo arrojo los impele y anima.

    440. Contestóle el gran Héctor, el de tremolante
    casco:

    441. Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho
    me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas
    de rozagantes peplos, si como un cobarde
    huyera del combate; y tampoco mi corazón me
    incita a ello, que siempre supe ser valiente y
    pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo
    la inmensa gloria de mi padre y de mí
    mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente
    mi corazón: día vendrá en que perezcan
    la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo,
    armad con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia
    de los troyanos, de la misma Hécuba, del
    rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos
    que caerán en el polvo a manos de los
    enemigos, no me importa tanto como la que
    padecerá tú cuando alguno de los aqueos, de
    broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote
    de libertad, y luego tejas tela e Argos, a las
    órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la
    fuente Meseide o Hiperea, muy contrariada
    porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y
    quizás alguien exclame, al verte derramar
    lágrimas: «Ésta fue la esposa de Héctor, el guerrero
    que más se señalaba entre los troyanos,
    domadores de caballos, cuando en torno de Ilio
    peleaban.» Así dirán, y sentirás un nuevo pesar
    al verte sin el hombre que pudiera librarte de la
    esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra
    mi cadáver, antes que oiga tus clamores o
    presencie tu rapto.

    Cont.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 4 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Feb 2021, 02:28

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VI

    Coloquio de Héctor y Andrómaca.
    Cont.

    466. Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió
    los brazos su hijo, y éste se recostó, gritando, en
    el seno de la nodriz de bella cintura, por el terror
    que el aspecto de su padre le causaba:
    dábanle miedo el bronce y el terrible penacho
    crines de caballo, que veía ondear en lo alto del
    yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda
    madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente
    casco en el suelo, besó y meció en sus
    manos al hijo amado, y rogó así a Zeus y a los
    de más dioses:

    476. -¡Zeus y demás dioses! Concededme que
    este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los troyanos
    a igualmente esforzado; que reine poderosamente
    en Ilio; que digan de él cuando
    vuelva de la batalla: «¡Es mucho más valiente
    que su padre!»; y que, cargado de cruentos
    despojos del enemigo quien haya muerto, regocije
    el alma de su madre.

    482. Esto dicho, puso el niño en brazos de la
    esposa amada, que, al recibirlo en el perfumado
    seno, sonreía con el rostro todavía bañado en
    lágrimas. Notólo el esposo y compadecido, acaricióla
    con la mano y le dijo:

    486. -¡Desdichada! No en demasía tu corazón se
    acongoje, que nadie me enviará al Hades antes
    de lo dispuesto por el destino; y de su suerte
    ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede
    librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate
    en las labores del telar y la rueca, y ordena a las
    esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra
    nos cuidaremos cuantos varones nacimos en
    Ilio, y yo el primero.

    494. Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se
    puso el yelmo adornado con crines de caballo,
    y la esposa amada regresó a su casa, volviendo
    la cabeza de cuando en cuando y vertiendo
    copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al
    palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de
    hombres; halló en él muchas esclavas, y a todas
    las movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a
    Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera
    del combate librándose del valor y de las
    manos de los aqueos.

    503. Paris no demoró en el alto palacio; pues, así
    que hubo vestido las magníficas armas de labrado
    bronce, atravesó presuroso la ciudad
    haciendo gala de sus pies ligeros. Como el corcel
    avezado a bañarse en la cristalina corriente
    de un río, cuando se ve atado en el establo, come
    la cebada del pesebre y rompiendo el ronzal
    sale trotando por la llanura, yergue orgulloso la
    cerviz, ondean las crines sobre su cuello, y ufano
    de su lozanía mueve ligero las rodillas encaminándose
    a los acostumbrados sitios donde
    los caballos pacen; de aquel modo, Paris, hijo
    de Príamo, cuya armadura brillaba como un
    sol, descendía gozoso de la excelsa Pérgamo
    por sus ágiles pies llevado. Alejandro alcanzó
    en seguida a su hermano el divino Héctor
    cuando éste regresaba del lugar en que había
    pasado el coloquio con su esposa, y fue el primero
    en hablar diciendo:

    518. -¡Mi buen hermano! Mucho te hice esperar
    deteniéndote, a pesar de tu impaciencia; pues
    no he venido oportunamente, como ordenaste.

    520. Respondióle Héctor, el de tremolante casco:

    521. -¡Querido! Nadie que sea justo reprenderá
    tu trabajo en el combate, porque eres valiente;
    pero a veces te complaces en desalentarte y no
    quieres pelear, y mi corazón se aflige cuando
    oigo que te baldonan los troyanos que tantos
    trabajos sufren por ti. Pero. vámonos y luego lo
    arreglaremos todo, si Zeus nos permite ofrecer
    en nuestro palacio la cratera de la libertad a los
    celestes sempiternos dioses, por haber echado
    de Troya a los aqueos de hermosas grebas.

    FIN DEL CANTO VI



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Feb 2021, 02:35

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII (*)

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres


    (*) La segunda también se suspende inopinadamente,
    porque Héctor desafia a los héroes
    aqueos. Echadas las suertes, le toca a Ayante, y
    luchan hasta el anochecer. Se pacta una tregua
    de un día, que los aqueos aprovechan pra enterrar
    a los muertos y construir un muro en torno
    al campamento


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Feb 2021, 02:43

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres


    1. Dichas estas palabras, el esclarecido Héctor y
    su hermano Alejandro traspusieron las puertas,
    con el ánimo impaciente por combatir y pelear.
    Como cuando un dios envía próspero viento a
    navegantes que to anhelan porque están cansados
    de romper las olas, batiendo los pulidos
    remos, y tienen relajados los miembros a causa
    de la fatiga, así, tan deseados, aparecieron
    aquéllos a los troyanos.

    8. Paris mató a Menestio, que vivía en Arna y
    era hijo del rey Areítoo, famoso por su clava, y
    de Filomedusa, la de ojos de novilla; y Héctor
    con la puntiaguda lanza tiró a Eyoneo un bote
    en la cerviz, debajo del casco de bronce, y dejóle
    sin vigor los miembros. Glauco, hijo de Hipóloco
    y príncipe de los licios, arrojó en la reñida
    pelea un dardo a Ifínoo Dexíada cuando subía
    al carro de corredoras yeguas, y le acertó en la
    espalda: Ifínoo cayó al suelo y sus miembros se
    relajaron.

    17. Cuando Atenea, la diosa de ojos de lechuza,
    vio que aquéllos mataban a muchos argivos en
    el duro combate, descendiendo en raudo vuelo
    de las cumbres del Olimpo, se encaminó a la
    sagrada Ilio. Pero, al advertirlo Apolo desde
    Pérgamo, fue a oponérsele, porque deseaba que
    los troyanos ganaran la victoria. Encontráronse
    ambas deidades junto a la encina; y el soberano
    Apolo, hijo de Zeus, habló primero diciendo:

    24. -¿Por qué, enardecida nuevamente, oh hija
    del gran Zeus, vienes del Olimpo? ¿Qué poderoso
    afecto te mueve? ¿Acaso quieres dar a los
    dánaos la indecisa victoria? Porque de los troyanos
    no te compadecerías, aunque estuviesen
    pereciendo. Si quieres condescender con mi
    deseo -y sería lo mejor-, suspenderemos por
    hoy el combate y la pelea; y luego volverán a
    batallar hasta que logren arruinar a Ilio, ya que
    os place a vosotras, las inmortales, destruir esta
    ciudad.

    33. Respondióle Atenea, la diosa de ojos de lechuza:

    34. -Sea así, oh tú que hieres de lejos, con este
    propósito vine del Olimpo al campo de los troyanos
    y de los aqueos. Mas ¿por qué medio has
    pensado suspender la batalla?

    37. Contestó el soberano Apolo, hijo de Zeus:

    38. -Hagamos que Héctor, de corazón fuerte,
    domador de caballos, provoque a los dánaos a
    pelear con él en terrible y singular combate; a
    indignados los aqueos, de hermosas grebas,
    susciten a alguien para que luche con el divino
    Héctor.

    43. Así dijo; y Atenea, la diosa de ojos de lechuza,
    no se opuso. Héleno, hijo amado de Príamo,
    comprendió al punto lo que era grato a los dioses,
    que conversaban, y, llegándose a Héctor, le
    dirigió estas palabras:

    47. -¡Héctor, hijo de Príamo, igual en prudencia
    a Zeus! ¿Querrás hacer lo que te diga yo, que
    soy tu hermano? Manda que suspendan la batalla
    los troyanos y los aqueos todos, y reta al
    más valiente de éstos a luchar contigo en terrible
    combate, pues aún no ha dispuesto el hado
    que mueras y llegues al término fatal de tu vida.
    He oído sobre esto la voz de los sempiternos
    dioses.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Feb 2021, 02:49

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.

    54. Así dijo. Oyóle Héctor con intenso placer, y,
    corriendo al centro de ambos ejércitos con la
    lanza cogida por el medio, detuvo las falanges
    troyanas, que al momento se quedaron quietas.
    Agamenón contuvo a los aqueos, de hermosas
    grebas; y Atenea y Apolo, el del arco de plata,
    transfigurados en buitres, se posaron en la alta
    encina del padre Zeus, que lleva la égida, y se
    deleitaban en contemplar a los guerreros cuyas
    densas filas aparecían erizadas de escudos, cascos
    y lanzas. Como el Céfiro, cayendo sobre el
    mar, encrespa las olas, y el ponto negrea; de
    semejante modo sentáronse en la llanura las
    hileras de aqueos y troyanos. Y Héctor, puesto
    entre unos y otros, dijo:

    67. -¡Oídme, troyanos y aqueos, de hermosas
    grebas, y os diré lo que en el pecho mi corazón
    me dicta! El excelso Cronida no ratificó nuestros
    juramentos, y seguirá causándonos males a
    unos y a otros, hasta que toméis la torreada Ilio
    o sucumbáis junto a las naves, surcadoras del
    ponto. Entre vosotros se hallan los más valientes
    aqueos; aquél a quien el ánimo incite a
    combatir conmigo adelántese y será campeón
    con el divino Héctor. Propongo lo siguiente y
    Zeus sea testigo: Si aquél con su bronce de larga
    punta consigue quitarme la vida, despójeme
    de las armas, lléveselas a las cóncavas naves, y
    entregue mi cuerpo a los míos para que los troyanos
    y sus esposas lo suban a la pira; y, si yo
    lo matare a él, por concederme Apolo tal gloria,
    me llevaré sus armas a la sagrada Ilio, las colgaré
    en el templo de Apolo, que hiere de lejos,
    y enviaré el cadáver a las naves de muchos
    bancos, para que los aqueos, de larga cabellera,
    le hagan exequias y le erijan un túmulo a orillas
    del espacioso Helesponto. Y dirá alguno de los
    futuros hombres, atravesando el vinoso mar en
    una nave de muchos órdenes de remos: «Ésa es
    la tumba de un varón que peleaba valerosamente
    y fue muerto en edad remota por el esclarecido
    Héctor.» Así hablará, y mi gloria no
    perecerá jamás.

    92. Así dijo. Todos enmudecieron y quedaron
    silenciosos, pues por vergüenza no rehusaban
    el desafío y por miedo no se decidían a aceptarlo.
    Al fin levantóse Menelao, con el corazón
    afligidísimo, y los apostrofó de esta manera:

    96. -¡Ay de mí, hombres jactanciosos; aqueas
    que no aqueos! Grande y horrible será nuestro
    oprobio si no sale ningún dánao al encuentro
    de Héctor. Ojalá os volvierais agua y tierra ahí
    mismo donde estáis sentados, hombres sin corazón
    y sin honor. Yo seré quien me arme y
    luche con aquél, pues la victoria la conceden
    desde lo alto los inmortales dioses.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Feb 2021, 02:59

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.

    103. Esto dicho, empezó a ponerse la magnífica
    armadura. Entonces, oh Menelao, hubieras acabado
    la vida en manos de Héctor, cuya fuerza
    era muy superior, si los reyes aqueos no se
    hubiesen apresurado a detenerte. El mismo
    Agamenón Atrida, el de vasto poder, asióle de
    la diestra exclamando:

    109. -¡Deliras, Menelao, alumno de Zeus! Nada
    te fuerza a cometer tal locura. Domínate, aunque
    estés afligido, y no quieras luchar por despique
    con un hombre más fuerte que tú, con
    Héctor Priámida, que a todos amedrenta y cuyo
    encuentro en la batalla, donde los varones adquieren
    gloria, causaba horror al mismo Aquiles,
    que lo aventaja tanto en bravura. Vuelve a
    juntarte con tus compañeros, siéntate, y los
    aqueos harán que se levante un campeón tal,
    que, aunque aquél sea intrépido a incansable en
    la pelea, con gusto, creo, se entregará al descanso
    si consigue escapar de tan fiero combate, de
    tan terrible lucha.

    120. Así dijo; y el héroe cambió la mente de su
    hermano con la oportuna exhortación. Menelao
    obedeció; y sus servidores, alegres, quitáronle
    la armadura de los hombros. Entonces levantóse
    Néstor, y arengó a los argivos diciendo:

    124. -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan
    grande le ha llegado a la tierra aquea! ¡Cuánto
    gemiría el anciano jinete Peleo, ilustre consejero
    y arengador de los mirmidones, que en su palacio
    se gozaba con preguntarme por la prosapia
    y la descendencia de los argivos todos! Si supiera
    que éstos tiemblan ante Héctor, alzaría las
    manos a los inmortales para que su alma, separándose
    del cuerpo, bajara a la mansión de
    Hades. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, fuese
    yo tan joven como cuando, encontrándose
    los pilios con los belicosos arcadios al pie de las
    murallas de Fea, cerca de la corriente del Járdano,
    trabaron el combate a orillas del impetuoso
    Celadonte. Entre los arcadios aparecía en primera
    línea Ereutalión, varón igual a un dios,
    que llevaba la armadura del rey Areítoo; del
    divino Areítoo, a quien por sobrenombre llamaban
    el macero así los hombres como las mujeres
    de hermosa cintura, porque no peleaba
    con el arco y la formidable lanza, sino que
    rompía las falanges con la férrea maza. Al rey
    Areítoo matólo Licurgo, no empleando la fuerza,
    sino la astucia, en un camino estrecho, donde
    la férrea clava no podía librarlo de la muerte:
    Licurgo se le adelantó, envasóle la lanza en
    medio del cuerpo, hízolo caer de espaldas, y
    despojóle de la armadura, regalo del broncíneo
    Ares, que llevaba en las batallas. Cuando Licurgo
    envejeció en el palacio, entregó dicha
    armadura a Ereutalión, su escudero querido,
    para que la usara; y éste, con tales armas, desafiaba
    entonces a los más valientes. Todos estaban
    amedrentados y temblando, y nadie se
    atrevía a aceptar el reto; pero mi ardido corazón
    me impulsó a pelear con aquel presuntuoso
    -era yo el más joven de todos- y combatí
    con él y Atenea me dio gloria, pues logré matar
    a aquel hombre gigantesco y fortísimo que tendido
    en el suelo ocupaba un gran espacio. Ojalá
    me rejuveneciera tanto y mis fuerzas conservaran
    su robustez. ¡Cuán pronto Héctor, el de
    tremolante casco, tendría combate! ¡Pero ni los
    que sois los más valientes de los aqueos todos,
    ni siquiera vosotros, estáis dispuestos a ir al
    encuentro de Héctor!

    Cont.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 01 Mar 2021, 02:10

    Hoy no te digo nada. Solo aprovecho que es festivo acá, además llueve, es un buen día para disfrutar con la lectura.
    Gracias.


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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Mar 2021, 06:22

    Aquí no llovió. Cayó barro... como tantas otras veces. pero hoy lunes es un buen día para seguir disfrutando de LA ILIADA.´

    BESOS


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Mar 2021, 06:29

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.



    161. De esta manera los increpó el anciano, y
    nueve por junto se levantaron. Levantóse, mucho
    antes que los otros, el rey de hombres,
    Agamenón; luego el fuerte Diomedes Tidida;
    después, ambos Ayantes, revestidos de impetuoso
    valor; tras ellos, Idomeneo y su escudero
    Meriones, que al homicida Enialio igualaba; en
    seguida Eurípilo, hijo ilustre de Evemón; y,
    finalmente, Toante Andremónida y el divino
    Ulises: todos éstos querían pelear con el ilustre
    Héctor. Y Néstor, caballero gerenio, les dijo:

    171. -Echad suertes, y aquél a quien le toque
    alegrará a los aqueos, de hermosas grebas, y
    sentirá regocijo en el corazón si logra escapar
    del fiero combate, de la terrible lucha.

    175. Así dijo. Los nueve señalaron sus respectivas
    tarjas, y seguidamente las metieron en el
    casco de Agamenón Atrida. Los guerreros oraban
    y alzaban las manos a los dioses. Y alguno
    exclamó, mirando al anchuroso cielo:

    179. -¡Padre Zeus! Haz que le caiga la suerte a
    Ayante, al hijo de Tideo, o al mismo rey de Micenas,
    rica en oro.

    181. Así decían. Néstor, caballero gerenio, meneaba
    el casco, hasta que por fin saltó la tarja
    que ellos querían, la de Ayante. Un heraldo
    llevóla por el concurso y, empezando por la
    derecha, la enseñaba a los próceres aqueos,
    quienes, al no reconocerla, negaban que fuese
    suya; pero, cuando llegó al que la había marcado
    y echado en el casco, al ilustre Ayante, éste
    tendió la mano, y aquél se detuvo y le entregó
    la contraseña. El héroe la reconoció, con gran
    júbilo de su corazón, y, tirándola al suelo, a sus
    pies, exclamó:

    191. -¡Oh amigos! Mi tarja es, y me alegro en el
    alma porque espero vencer al divino Héctor.
    ¡Ea! Mientras visto la bélica armadura, orad al
    soberano Zeus Cronión, mentalmente, para que
    no lo oigan los troyanos; o en alta voz, pues a
    nadie tememos. No habrá quien, valiéndose de
    la fuerza o de la astucia, me ponga en fuga contra
    mi voluntad; porque no creo que naciera y
    me criara en Salamina, tan inhábil para la lucha.

    200. Tales fueron sus palabras. Ellos oraron al
    soberano Zeus Cronión, y algunos dijeron, mirando
    al anchuroso cielo:

    202. -¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísimo,
    máximo! Concédele a Ayante la victoria
    y un brillante triunfo; y, si amas también a
    Héctor y por él te interesas, dales a entrambos
    igual fuerza y gloria.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Mar 2021, 06:46

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    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.

    206. Así hablaban. Púsose Ayante la armadura
    de luciente bronce; y, vestidas las armas en torno
    de su cuerpo, marchó tan animoso como el
    terrible Ares cuando se encamina al combate de
    los hombres, a quienes el Cronión hace venir a
    las manos por una roedora discordia. Tan terrible
    se levantó Ayante, antemural de los aqueos,
    que sonreía con torva faz, andaba a paso largo
    y blandía enorme lanza. Los argivos se regocijaron
    grandemente, así que lo vieron, y un violento
    temblor se apoderó de los troyanos; al
    mismo Héctor palpitóle el corazón en el pecho;
    pero ya no podía manifestar temor ni retirarse a
    su ejército, porque de él había partido la provocación.
    Ayante se le acercó con su escudo
    como una torre, broncíneo, de siete pieles de
    buey, que en otro tiempo le hiciera Tiquio, el
    cual habitaba en Hila y era el mejor de los curtidores.
    Éste formó el manejable escudo con
    siete pieles de corpulentos bueyes y puso encima,
    como octava capa, una lámina de bronce.
    Ayante Telamonio paróse, con el escudo al pecho,
    muy cerca de Héctor; y, amenazándolo,
    dijo:

    226. -¡Héctor! Ahora sabrás claramente, de solo
    a solo, cuáles adalides pueden presentar los
    dánaos, aun prescindiendo de Aquiles, que
    rompe filas de guerreros y tiene el ánimo de un
    león. Mas el héroe, enojado con Agamenón,
    pastor de hombres, permanece en las corvas
    naves surcadoras del ponto, y somos muchos
    los capaces de pelear contigo. Pero empiece ya
    la lucha y el combate.

    233. Respondióle el gran Héctor, el de tremolante
    casco:

    234. -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus,
    príncipe de hombres! No me tientes cual si fuera
    un débil niño o una mujer que no conoce las
    cosas de la guerra. Versado estoy en los combates
    y en las matanzas de hombres; sé mover a
    diestro y a siniestro la seca piel de buey que
    llevo para luchar denodadamente; sé lanzarme
    a la pelea cuando en prestos carros se batalla, y
    sé deleitar al cruel Ares en el estadio de la guerra.
    Pero a ti, siendo cual eres, no quiero herirte
    con alevosía, sino cara a cara, si puedo conseguirlo.

    244. Dijo, y blandiendo la enorme lanza, arrojóla
    y atravesó el bronce que cubría como octava
    capa el gran escudo de Ayante formado por
    siete boyunos cueros: la indomable punta
    horadó seis de éstos y en el séptimo quedó detenida.
    Ayante, del linaje de Zeus, tiró a su vez
    su luenga lanza y dio en el escudo liso del
    Priámida, y la robusta lanza, pasando por el
    terso escudo, se hundió en la labrada coraza y
    rasgó la túnica sobre el ijar; inclinóse el héroe, y
    evitó la negra muerte. Y arrancando ambos las
    luengas lanzas de los escudos, acometiéronse
    como carniceros leones o puercos monteses,
    cuya fuerza es inmensa. El Priámida hirió con
    la lanza el centro del escudo de Ayante, y el
    bronce no pudo romperlo porque la punta se
    torció. Ayante, arremetiendo, clavó la suya en
    el escudo de aquél, a hizo vacilar al héroe
    cuando se disponía para el ataque; la punta
    abrióse camino hasta el cuello de Héctor, y en
    seguida brotó la negra sangre. Mas no por esto
    cesó de combatir Héctor, el de tremolante casco,
    sino que, volviéndose, cogió con su robusta
    mano un pedrejón negro y erizado de puntas
    que había en el campo; lo tiró, acertó a dar en el
    bollón central del gran escudo de Ayante, de
    siete boyunas pieles, a hizo resonar el bronce
    que lo cubría. Ayante entonces, tomando una
    piedra mucho mayor, la despidió haciéndola
    voltear con una fuerza inmensa. La piedra torció
    el borde inferior del hectóreo escudo, cual
    pudiera hacerlo una muela de molino, y chocando
    con las rodillas de Héctor lo hizo caer de
    espaldas asido al escudo; pero Apolo en seguida
    lo puso en pie. Y ya se hubieran atacado de
    cerca con las espadas, si no hubiesen acudido
    dos heraldos, mensajeros de Zeus y de los
    hombres, que llegaron respectivamente del
    campo de los troyanos y del de los aqueos, de
    broncíneas corazas: Taltibio a Ideo, prudentes
    ambos. Éstos interpusieron sus cetros entre los
    campeones, a Ideo, hábil en dar sabios consejos,
    pronunció estas palabras:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Mar 2021, 06:53

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.

    279. -¡Hijos queridos! No peleéis ni combatáis
    más; a entrambos os ama Zeus, que amontona
    las nubes, y ambos sois belicosos. Esto lo sabemos
    todos. Pero la noche comienza ya, y será
    bueno obedecerla.

    282. Respondióle Ayante Telamonio:

    283. -¡Ideo! Ordenad a Héctor que lo disponga,
    pues fue él quien retó a los más valientes. Sea el
    primero en desistir; que yo obedeceré, si él lo
    hiciere.

    287. Díjole el gran Héctor, el de tremolante casco:

    288. -¡Ayante! Puesto que los dioses te han dado
    corpulencia, valor y cordura, y en el manejo de
    la lanza descuellas entre los aqueos, suspendamos
    por hoy el combate y la lucha, y otro día
    volveremos a pelear hasta que una deidad nos
    separe, después de otorgar la victoria a quien
    quisiere. La noche comienza ya, y será bueno
    obedecerla. Así tú regocijarás, en las naves, a
    todos los aqueos y especialmente a tus amigos
    y compañeros; y yo alegraré, en la gran ciudad
    del rey Príamo, a los troyanos y a las troyanas,
    de rozagantes peplos, que habrán ido a los sagrados
    templos a orar por mí. ¡Ea! Hagámonos
    magníficos regalos, para que digan aqueos y
    troyanos: «Combatieron con roedor encono, y
    se separaron unidos por la amistad.»

    303. Cuando esto hubo dicho, entregó a Ayante
    una espada guarnecida con argénteos clavos,
    ofreciéndosela con la vaina y el bien cortado
    ceñidor; y Ayante regaló a Héctor un vistoso
    tahalí teñido de púrpura. Separáronse luego,
    volviendo el uno a las tropas aqueas y el otro al
    ejército de los troyanos. Éstos se alegraron al
    ver a Héctor vivo, y que regresaba incólume,
    libre de la fuerza y de las invictas manos de
    Ayante, cuando ya desesperaban de que se salvara;
    y lo acompañaron a la ciudad. Por su parte,
    los aqueos, de hermosas grebas, llevaron a
    Ayante, ufano de la victoria, a la tienda del divino
    Agamenón.

    313. Así que estuvieron en ella, Agamenón
    Atrida, rey de hombres, sacrificó al prepotente
    Cronión un buey de cinco años. Al instante lo
    desollaron y prepararon, lo partieron todo, lo
    dividieron con suma habilidad en pedazos muy
    pequeños, lo atravesaron con pinchos, lo asaron
    cuidadosamente y lo retiraron del fuego. Terminada
    la faena y dispuesto el festín, comieron
    sin que nadie careciese de su respectiva porción;
    y el poderoso héroe Agamenón Atrida
    obsequió a Ayante con el ancho lomo. Cuando
    hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer,
    el anciano Néstor, cuya opinión era considerada
    siempre como la mejor, comenzó a darles
    un consejo. Y, arengándolos con benevolencia,
    así les dijo:

    327. -¡Atrida y demás príncipes de los aqueos
    todos! Ya que han muerto tantos melenudos
    aqueos, cuya negra sangre esparció el cruel
    Ares por la ribera del Escamandro de límpida
    corriente y cuyas almas descendieron a la mansión
    de Hades, conviene que suspendas los
    combates, y mañana, reunidos todos al comenzar
    del día, traeremos los cadáveres en carros
    tirados por bueyes y mulos, y los quemaremos
    cerca de los bajeles para llevar sus cenizas a los
    hijos de los difuntos cuando regresemos a la
    patria tierra! Erijamos luego con tierra de la
    llanura, amontonada en torno de la pira, un
    túmulo común; edifiquemos en seguida a partir
    del mismo una muralla con altas torres, que sea
    un reparo para las naves y para nosotros mismos;
    dejemos puertas que se cierren con bien
    ajustadas tablas, para que pasen los carros, y
    cavemos delante del muro un profundo foso,
    que detenga a los hombres y a los caballos si
    algún día no podemos resistir la acometida de
    los altivos troyanos.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Mar 2021, 07:51

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.

    344. Así habló, y los demás reyes aplaudieron.
    Reuniéronse los troyanos en la acrópolis de Ilio,
    cerca del palacio de Príamo, y la junta fue agitada
    y turbulenta. El prudente Anténor comenzó
    a arengarles de esta manera:

    348. -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y os
    manifestaré lo que en el pecho mi corazón me
    dicta! Ea, restituyamos la argiva Helena con sus
    riquezas y que los Atridas se la lleven. Ahora
    combatimos después de quebrar la fe ofrecida
    en los juramentos, y no espero que alcancemos
    éxito alguno mientras no hagamos lo que propongo.

    354. Dijo, y se sentó. Levantóse el divino Alejandro,
    esposo de Helena, la de hermosa cabellera,
    y, dirigiéndose a aquél, pronunció estas
    aladas palabras:

    357. -¡Anténor! No me place lo que propones y
    podías haber pensado algo mejor. Si realmente
    hablas con seriedad, los mismos dioses te han
    hecho perder el juicio. Y a los troyanos, domadores
    de caballos, les diré lo siguiente: Paladinamente
    lo declaro, no devolveré la mujer, pero
    sí quiero dar cuantas riquezas traje de Argos y
    aun otras que añadiré de mi casa.

    365. Dijo, y se sentó. Levantóse Príamo Dardánida,
    consejero igual a los dioses, y les arengó
    con benevolencia diciendo:

    368. -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y os
    manifestaré lo que en el pecho mi corazón me
    dicta! Cenad en la ciudad, como siempre; acordaos
    de la guardia, y vigilad todos; al romper el
    alba, vaya Ideo a las cóncavas naves; anuncie a
    los Atridas, Agamenón y Menelao, la proposición
    de Alejandro, por quien se suscitó la contienda,
    y háganles esta prudente consulta: Si
    quieren, que se suspenda el horrísono combate
    para quemar los cadáveres; y luego volveremos
    a pelear hasta que una deidad nos separe y
    otorgue la victoria a quien le plazca.

    379. Así dijo; ellos lo escucharon y obedecieron,
    tomando la cena en el campo sin romper las
    filas, y, apenas comenzó a alborear, encaminóse
    Ideo a las cóncavas naves y halló a los dánaos,
    servidores de Ares, reunidos en junta cerca de
    la nave de Agamenón. El heraldo de voz sonora,
    puesto en medio, les dijo:

    385. -¡Atrida y demás príncipes de los aqueos
    todos! Mándanme Príamo y los ilustres troyanos
    que os participe, y ojalá os fuera acepta y
    grata, la proposición de Alejandro, por quien se
    suscitó la contienda. Ofrece dar cuantas riquezas
    trajo a Ilio en las cóncavas naves -¡así
    hubiese perecido antes!- y aun añadir otras de
    su casa; pero se niega a devolver la legítima
    esposa del glorioso Menelao, a pesar de que los
    troyanos se lo aconsejan. Me han ordenado
    también que os haga esta consulta: Si queréis,
    que se suspenda el horrísono combate para
    quemar los cadáveres; y luego volveremos a
    pelear hasta que una deidad nos separe y otorgue
    la victoria a quien le plazca.

    398. Así habló. Todos enmudecieron y quedaron
    silenciosos. Pero al fin Diomedes, valiente en la
    pelea, dijo:


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Mar 2021, 07:58

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres
    . Cont.

    400. -No se acepten ni las riquezas de Alejandro,
    ni a Helena tampoco; pues es evidente, hasta
    para el más simple, que la ruina pende sobre
    los troyanos.

    403. Así se expresó; y todos los aqueos aplaudieron,
    admirados del discurso de Diomedes,
    domador de caballos. Y el rey Agamenón dijo
    entonces a Ideo:

    406. -¡Ideo! Tú mismo oyes las palabras con que
    responden los aqueos; ellas son de mi agrado.
    En cuanto a los cadáveres, no me opongo a que
    sean quemados, pues ha de ahorrarse toda dilación
    para satisfacer prontamente a los que
    murieron, entregando sus cuerpos a las llamas.
    Zeus tonante, esposo de Hera, reciba el juramento.

    412. Dicho esto, alzó el cetro a todos los dioses;
    a Ideo regresó a la sagrada Ilio, donde lo esperaban,
    reunidos en junta, troyanos y dárdanos.
    El heraldo, puesto en medio, dijo la respuesta.
    En seguida dispusiéronse unos a recoger los cadáveres,
    y otros a ir por leña. A su vez, los argivos
    salieron de las naves de muchos bancos,
    unos para recoger los cadáveres, y otros para ir
    por leña.

    421. Ya el sol hería con sus rayos los campos,
    subiendo al cielo desde la plácida y profunda
    corriente del Océano, cuando aqueos y troyanos
    se mezclaron unos con otros en la llanura.
    Difícil era reconocer a cada varón; pero lavaban
    con agua las manchas de sangre de los cadáveres
    y, derramando ardientes lágrimas, los subían
    a los carros. El gran Príamo no permitía que
    los troyanos lloraran: éstos, en silencio y con el
    corazón afligido, hacinaron los cadáveres sobre
    la pira, los quemaron y volvieron a la sacra Ilio.
    Del mismo modo, los aqueos, de hermosas grebas,
    hacinaron los cadáveres sobre la pira, los
    quemaron y volvieron a las cóncavas naves.

    433. Cuando aún no despuntaba la aurora, pero
    ya la luz del alba se difundía, un grupo escogido
    de aqueos se reunió en torno de la pira. Erigieron
    con tierra de la llanura un túmulo
    común; construyeron a partir del mismo una
    muralla con altas torres, que sirviese de reparo
    a las naves y a ellos mismos; dejaron puertas,
    que se cerraban con bien ajustadas tablas, para
    que pudieran pasar los carros, y cavaron delante
    del muro un gran foso profundo y ancho,
    que defendieron con estacas.

    442. De tal suerte trabajaban los melenudos
    aqueos; y los dioses, sentados junto a Zeus fulminador,
    contemplaban la grande obra de los
    aqueos, de broncíneas corazas. Y Posidón, que
    sacude la tierra, empezó a decirles:

    446. -¡Padre Zeus! ¿Cuál de los mortales de la
    vasta tierra consultará con los dioses sus pensamientos
    y proyectos? ¿No ves que los melenudos
    aqueos han construido delante de las
    naves un muro con su foso, sin ofrecer a los
    dioses hecatombes perfectas? La fama de este
    muro se extenderá tanto como la luz de la aurora;
    y se echará en olvido el que labramos yo y
    Febo Apolo cuando con gran fatiga construimos
    la ciudad para el héroe Laomedonte.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:16

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VII

    Combate singular de Héctor y Ayante
    Levantamiento de los cadáveres.
    Cont.

    454. Zeus, que amontona las nubes, respondió
    muy indignado:

    455. -¡Oh dioses! ¡Tú, prepotente batidor de la
    tierra, qué palabras proferiste! A un dios muy
    inferior en fuerza y ánimo podría asustarle tal
    pensamiento; pero no a ti, cuya fama se extenderá
    tanto como la luz de la aurora. Ea, cuando
    los aqueos, de larga cabellera, regresen en las
    naves a su patria tierra, derriba el muro, arrójalo
    entero al mar, y enarena otra vez la espaciosa
    playa para que desaparezca la gran muralla
    aquea.

    464. Así éstos conversaban. Al ponerse el sol los
    aqueos tenían la obra acabada; inmolaron bueyes
    y se pusieron a cenar en las respectivas
    tiendas, cuando arribaron, procedentes de
    Lemnos, muchas naves cargadas de vino que
    enviaba Euneo Jasónida, hijo de Hipsípile y de
    Jasón, pastor de hombres. El hijo de Jasón
    mandaba separadamente, para los Atridas,
    Agamenón y Menelao, mil medidas de vino.
    Los melenudos aqueos acudieron a las naves;
    compraron vino, unos con bronce, otros con
    luciente hierro, otros con pieles, otros con vacas
    y otros con esclavos; y prepararon un festín espléndido.
    Toda la noche los melenudos aqueos
    disfrutaron del banquete, y lo mismo hicieron
    en la ciudad los troyanos y sus aliados. Toda la
    noche estuvo el próvido Zeus meditando cómo
    les causaría males y tronando de un modo horrible:
    el pálido temor se apoderó de todos,
    derramaron a tierra el vino de las copas, y nadie
    se atrevió a beber sin que antes hiciera libaciones
    al prepotente Cronión. Después se acostaron
    y el don del sueño recibieron.

    FIN DEL CANTO VII


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:20

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII (*)

    Batalla interrumpida

    (*)
    Y la tercera es favorable a los troyanos, que
    quedan vencedores y pernoctan en el campo en
    vez de retirarse a la ciudad, y así poder rematar
    la victoria al día siguiente. Zeus, en asamblea
    divina había prohibido a los inmonales acudir
    en socorro de los hombres, y él ha ayudado a
    los troyanos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:24

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida


    1. La Aurora, de azafranado velo, se esparcía
    por toda la tierra, cuando Zeus, que se complace
    en lanzar rayos, reunió el ágora de los dioses
    en la más alta de las muchas cumbres del
    Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente
    lo escuchaban:

    5. -¡Oídme todos, dioses y diosas, para que os
    manifieste to que en el pecho mi corazón me
    dicta! Ninguno de vosotros, sea varón o hembra,
    se atreva a transgredir mi mandato; antes
    bien, asentid todos, a fin de que cuanto antes
    lleve a cabo lo que pretendo. El dios que intente
    separarse de los demás y socorrer a los troyanos
    o a los dánaos, como yo lo vea, volverá
    afrentosamente golpeado al Olimpo; o, cogiéndolo,
    lo arrojaré al tenebroso Tártaro, muy lejos,
    en lo más profundo del báratro debajo de la
    tierra -sus puertas son de hierro, y el umbral,
    de bronce, y su profundidad desde el Hades
    como del cielo a la tierra-, y conocerá en seguida
    cuánto aventaja mi poder al de las demás
    deidades. Y, si queréis, haced esta prueba, oh
    dioses, para que os convenzáis. Suspended del
    cielo áurea cadena, asíos todos, dioses y diosas,
    de la misma, y no os será posible arrastrar del
    cielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, por
    mucho que os fatiguéis; mas, si yo me resolviese
    a tirar de aquélla, os levantaría con la tierra y
    el mar, ataría un cabo de la cadena en la cumbre
    del Olimpo, y todo quedaría en el aire. Tan
    superior soy a los dioses y a los hombres.

    23. Así habló, y todos callaron, asombrados de
    sus palabras, pues fue mucha la vehemencia
    con que se expresó. A1 fin, Atenea, la diosa de
    ojos de lechuza, dijo:

    31. -¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso de
    los soberanos! Bien sabemos que es incontrastable
    tu poder; pero tenemos lástima de los
    belicosos dánaos, que morirán, y se cumplirá su
    aciago destino. Nos abstendremos de intervenir
    en el combate, si nos lo mandas; pero sugeriremos
    a los argivos consejos saludables, a fin de
    que no perezcan todos, a causa de tu cólera.

    38. Sonriéndose, le contestó Zeus, que amontona
    las nubes:

    39. -Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. No
    hablo con ánimo benigno, pero contigo quiero
    ser complaciente.

    41. Esto dicho, unció los corceles de pies de
    bronce y áureas crines, que volaban ligeros;
    vistió la dorada túnica, tomó el látigo de oro y
    fina labor y subió al carro. Picó a los caballos
    para que arrancaran; y éstos, gozosos, emprendieron
    el vuelo entre la tierra y el estrellado
    cielo. Pronto llegó al Ida, abundante en fuentes
    y criador de fieras, al Gárgaro, donde tenía un
    bosque sagrado y un perfumado altar; allí el
    padre de los hombres y de los dioses detuvo los
    corceles, los desenganchó del carro y los cubrió
    de espesa niebla. Sentóse luego en la cima, ufano
    de su gloria, y se puso a contemplar la ciudad
    troyana y las naves aqueas.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:35

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    53. Los melenudos aqueos se desayunaron apresuradamente
    en las tiendas, y en seguida tomaron
    las armas. También los troyanos se armaron
    dentro de la ciudad; y, aunque eran menos,
    estaban dispuestos a combatir, obligados por la
    cruel necesidad de proteger a sus hijos y mujeres:
    abriéronse todas las puertas, salió el ejército
    de infantes y de los que peleaban en carros, y se
    produjo un gran tumulto.

    60. Cuando los dos ejércitos llegaron a juntarse,
    chocaron entre sí los escudos, las lanzas y el
    valor de los guerreros armados de broncíneas
    corazas, y al aproximarse las abollonadas rodelas
    se produjo un gran tumulto. Allí se oían
    simultáneamente los lamentos de los moribundos
    y los gritos jactanciosos de los matadores, y
    la tierra manaba sangre.

    66. Al amanecer y mientras iba aumentando la
    luz del sagrado día, los dardos alcanzaban por
    igual a unos y a otros, y los hombres caían.
    Cuando el sol hubo recorrido la mitad del cielo,
    el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en
    ella dos destinos de la muerte que tiende a lo
    largo -el de los troyanos, domadores de caballos,
    y el de los aqueos, de broncíneas lorigas-;
    cogió por el medio la balanza, la desplegó y
    tuvo más peso el día fatal de los aqueos. Los
    destinos de éstos bajaron hasta llegar a la fértil
    tierra, mientras los de los troyanos subían al
    espacioso cielo. Zeus, entonces, tronó fuerte
    desde el Ida y envió una ardiente centella a los
    aqueos, quienes, al verla, se pasmaron, sobrecogidos
    de pálido temor.

    78. Ya no se atrevieron a permanecer en el campo
    ni Idomeneo, ni Agamenón, ni los dos
    Ayantes, servidores de Ares; y sólo se quedó
    Néstor gerenio, protector de los aqueos, contra
    su voluntad, por tener malparado uno de los
    corceles, al cual el divino Alejandro, esposo de
    Helena, la de hermosa cabellera, había herido
    con una flecha en lo alto de la cabeza, donde las
    crines empiezan a crecer y las heridas son mortales.
    El caballo, al sentir el dolor, se encabritó,
    y la flecha le penetró el cerebro; y, revolcándose
    para sacudir el bronce, espantó a los demás
    caballos. Mientras el anciano se daba prisa a
    cortar con la espada las correas del caído corcel,
    vinieron por entre la muchedumbre los veloces
    caballos de Héctor, tirando del carro en que iba
    tan audaz guerrero. Y el anciano perdiera allí
    la vida, si al punto no lo hubiese advertido
    Diomedes, valiente en la pelea; el cual, vociferando
    de un modo horrible, dijo a Ulises:

    93. -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo
    en ardides! ¿Adónde huyes, confundido
    con la turba y volviendo la espalda como un
    cobarde? Mira que alguien, mientras huyes, no
    te clave la lanza en el dorso. Pero aguarda y
    apartaremos del anciano al feroz guerrero.

    97. Así dijo, y el paciente divino Ulises pasó sin
    oírlo, corriendo hacia las cóncavas naves de los
    aqueos. El Tidida, aunque estaba solo, se abrió
    paso por las primeras filas; y, deteniéndose
    ante el carro del viejo Nelida, pronunció estas
    aladas palabras:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:41

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    102. -¡Oh anciano! Los guerreros mozos te acosan
    y te hallas sin fuerzas, abrumado por la
    molesta senectud; tu escudero tiene poco vigor
    y tus caballos son tardos. Sube a mi carro para
    que veas cuáles son los corceles de Tros que
    quité a Eneas, el que pone en fuga a sus enemigos,
    y cómo saben tanto perseguir acá y acullá
    de la llanura, como huir ligeros. De los tuyos
    cuiden los servidores; y nosotros dirijamos
    éstos hacia los troyanos, domadores de caballos,
    para que Héctor sepa con qué furia se
    mueve la lanza en mis manos.

    112. Dijo; y Néstor, caballero gerenio, no desobedeció.
    Encargáronse de sus yeguas los bravos
    escuderos Esténelo y Eurimedonte valeroso;
    y habiendo subido ambos héroes al carro de
    Diomedes, Néstor cogió las lustrosas riendas y
    avispó a los caballos, y pronto se hallaron cerca
    de Héctor. El hijo de Tideo arrojóle un dardo,
    cuando Héctor deseaba acometerlo, y si bien
    erró el tiro, hirió en el pecho cerca de la tetilla a
    Eniopeo, hijo del animoso Tebeo, que, como
    auriga, gobernaba las riendas: Eniopeo cayó del
    carro, cejaron los veloces corceles y allí terminaron
    la vida y el valor del guerrero. Hondo
    pesar sintió el espíritu de Héctor por tal muerte;
    pero, aunque condolido del compañero,
    dejóle en el suelo y buscó otro auriga que fuese
    osado. Poco tiempo estuvieron los caballos sin
    conductor, pues Héctor encontróse con el ardido
    Arqueptólemo Ifítida, y, haciéndole subir al
    carro de que tiraban los ágiles corceles, le puso
    las riendas en la mano.

    130. Entonces gran estrago a irreparables males
    se hubieran producido y los troyanos habrían
    sido encerrados en Ilio como corderos, si al
    punto no lo hubiese advertido el padre de los
    hombres y de los dioses. Tronando de un modo
    espantoso, despidió un ardiente rayo para que
    cayera en el suelo delante de los caballos de
    Diomedes; el azufre encendido produjo una
    terrible llama; los corceles, asustados, acurrucáronse
    debajo del carro; las lustrosas riendas
    cayeron de las manos de Néstor, y éste, con
    miedo en el corazón, dijo a Diomedes:

    139. -¡Tidida! Tuerce la rienda a los solípedos
    caballos y huyamos. ¿No conoces que la protección
    de Zeus ya no te acompaña? Hoy Zeus
    Cronida otorga a ése la victoria; otro día, si le
    place, nos la dará a nosotros. Ningún hombre,
    por fuerte que sea, puede impedir los propósitos
    de Zeus, porque el dios es mucho más poderoso.

    145. Respondióle Diomedes, valiente en la pelea:

    146. -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de
    decir, pero un terrible pesar me llega al corazón
    y al alma. Quizá diga Héctor, arengando a los
    troyanos: «El Tidida llegó a las naves, puesto en
    fuga por mi lanza» Así se jactará; y entonces
    ábraseme la vasta tierra.

    151. Replicóle Néstor, caballero gerenio:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:47

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    152. -¡Ay de mí! ¡Qué dijiste, hijo del belicoso
    Tideo! Si Héctor te llamare cobarde y flaco, no
    lo creerán ni los troyanos, ni los dardanios, ni
    las mujeres de los troyanos magnánimos, escudados,
    cuyos esposos florecientes derribaste en
    el polvo.

    157. Dichas estas palabras, volvió la rienda a los
    solípedos caballos, y empezaron a huir por entre
    la turba. Los troyanos y Héctor, promoviendo
    inmenso alboroto, hacían llover sobre ellos
    dañosos tiros. Y el gran Héctor, el de tremolante
    casco, gritaba con voz recia:

    161. -¡Tidida! Los dánaos, de ágiles corceles, te
    cedían la preferencia en el asiento y te obsequiaban
    con carne y copas de vino; mas ahora
    te despreciarán, porque te has vuelto como una
    mujer. Anda, tímida doncella; ya no escalarás
    nuestras torres, venciéndome a mí, ni te llevarás
    nuestras mujeres en las naves, porque
    antes te daré la muerte.

    167. Así dijo. El Tidida estaba indeciso entre
    seguir huyendo o torcer la rienda a los corceles
    y volver a pelear. Tres veces se le presentó la
    duda en la mente y en el corazón, y tres veces el
    próvido Zeus tronó desde los montes ideos
    para anunciar a los troyanos que suya sería en
    aquel combate la inconstante victoria. Y Héctor
    los animaba, diciendo a voz en grito:

    175. -¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo a
    cuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mostrad
    vuestro impetuoso valor. Conozco que el
    Cronida me concede, benévolo, la victoria y
    una gloria inmensa y envía la perdición a los
    dánaos; quienes, oh necios, construyeron esos
    muros débiles y despreciables que no podrán
    contener mi arrojo, pues los caballos salvarán
    fácilmente el cavado foso. Cuando llegue a las
    cóncavas naves, acordaos de traerme el voraz
    fuego para que las incendie y mate junto a ellas
    a los argivos aturdidos por el humo.

    184. Dijo, y exhortó a sus caballos con estas palabras:

    185 -¿Janto, Podargo, Etón, divino Lampo!
    Ahora debéis pagarme el exquisito cuidado con
    que Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, os
    ofrecía el regalado trigo y os mezclaba vinos
    para que pudieseis, bebiendo, satisfacer vuestro
    apetito antes que a mí, que me glorío de ser su
    floreciente esposo. Seguid el alcance, esforzaos,
    para ver si nos apoderamos del escudo de
    Néstor, cuya fama llega hasta el cielo por ser
    todo de oro, sin exceptuar las abrazaderas, y le
    quitamos de los hombros a Diomedes, domador
    de caballos, la labrada coraza que Hefesto
    fabricó. Creo que, si ambas cosas consiguiéramos,
    los aqueos se embarcarían esta misma
    noche en las veleras naves.

    199. Así habló, vanagloriándose. La veneranda
    Hera, indignada, se agitó en su trono, haciendo
    estremecer el espacioso Olimpo, y dijo al gran
    dios Posidón:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 02 Mar 2021, 02:50

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida
    . Cont.

    201. -¡Oh dioses! ¡Prepotente Posidón que bates
    la tierra! ¿Tu corazón no se compadece de los
    dánaos moribundos que tantos y tan lindos
    presentes lo llevan a Hélice y a Egas? Decídete
    a darles la victoria. Si cuantos protegemos a los
    dánaos quisiéramos rechazar a los troyanos y
    contener al largovidente Zeus, éste se aburriría
    sentado solo allá en el Ida.

    208. Respondióle muy indignado el poderoso
    dios que sacude la tierra:

    209. -¿Qué palabras proferiste, audaz Hera? Yo
    no quisiera que los demás dioses lucháramos
    con Zeus Cronión porque nos aventaja mucho
    en poder.

    212. Así éstos conversaban. Cuanto espacio encerraba
    el foso desde la torre hasta las naves
    llenóse de carros y hombres escudados que allí
    acorraló Héctor Priámida, igual al impetuoso
    Ares, cuanto Zeus le dio gloria. Y el héroe
    hubiese pegado ardiente fuego a las naves bien
    proporcionadas a no haber sugerido la venerable
    Hera a Agamenón, aunque éste no se descuidaba,
    que animara pronto a los aqueos. Fuese
    el Atrida hacia las tiendas y las naves aqueas
    con el grande purpúreo manto en el robusto
    brazo, y subió a la ingente nave negra de Ulises,
    que estaba en el centro, para que lo oyeran
    por ambos lados hasta las tiendas de Ayante
    Telamonio y de Aquiles, los cuales habían
    puesto sus bajeles en los extremos porque confiaban
    en su valor y en la fuerza de sus brazos.
    Y con voz penetrante gritaba a los dánaos:

    228.-¡Qué vergüenza, argivos, hombres sin dignidad,
    admirables sólo por la figura! ¿Qué es de
    la jactancia con que nos gloriábamos de ser valentísimos,
    y con que decíais presuntuosamente
    en Lemnos, comiendo abundante carne de bueyes
    de erguida cornamenta y bebiendo crateras
    coronadas de vino, que cada uno haría frente
    en la batalla a ciento y a doscientos troyanos?
    Ahora ni con uno podemos, con Héctor, que
    pronto pegará ardiente fuego a las naves. ¡Padre
    Zeus! ¿Hiciste sufrir tamaña desgracia y
    privaste de una gloria tan grande a algún otro
    de los prepotentes reyes? Cuando vine, no pasé
    de largo en la nave de muchos bancos por ninguno
    de tus bellos altares, sino que en todos
    quemé grasa y muslos de buey, deseoso de asolar
    la bien murada Troya. Por Canto, oh Zeus,
    cúmpleme este voto: déjanos escapar y librarnos
    de este peligro, y no permitas que los troyanos
    maten a los aqueos.

    245. Así dijo. El padre, compadecido de verle
    derramar lágrimas, le concedió que su pueblo
    se salvara y no pereciese; y en seguida mandó
    un águila, la mejor de las aves agoreras, que
    tenía en las garras el hijuelo de una veloz cierva
    y lo dejó caer al pie del ara hermosa de Zeus,
    donde los aqueos ofrecían sacrificios al dios,
    como autor de los presagios todos. Cuando
    ellos vieron que el ave había sido enviada por
    Zeus, arremetieron con más ímpetu contra los
    troyanos y sólo en combatir pensaron.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 02:42

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    253. Entonces ninguno de los dánaos, aunque
    eran muchos, pudo gloriarse de haber revuelto
    sus veloces caballos para pasar el foso y resistir
    el ataque, antes que el Tidida. Fue éste el primero
    que mató a un guerrero troyano, a Agelao
    Fradmónida, que, subido en el carro, emprendía
    la fuga: hundióle la pica en la espalda, entre
    los hombros, y la punta salió por el pecho; Agelao
    cayó del carro y sus armas resonaron.

    261. Siguieron a Diomedes los Atridas, Agamenón
    y Menelao; los Ayantes, revestidos de
    impetuoso valor; Idomeneo y su servidor Meriones,
    igual al homicida Enialio; Eurípilo, hijo
    ilustre de Evemón; y en noveno lugar, Teucro,
    que, con el flexible arco en la mano, se escondía
    detrás del escudo de Ayante Telamoníada. Éste
    levantaba el escudo; y Teucro, volviendo el
    rostro a todos lados, flechaba a uno de la turba
    que caía mortalmente herido, y al momento
    tornaba a refugiarse en Ayante (como un niño
    en su madre), quien lo cubría otra vez con el
    refulgente escudo.

    273. ¿Cuál fue el primero, cuál el último de los
    que entonces mató el eximio Teucro? Orsíloco
    el primero, Órmeno, Ofelestes, Détor, Cromio,
    Licofontes igual a un dios, Amopaón Poliemónida
    y Melanipo. A tantos derribó sucesivamente
    al almo suelo. El rey de hombres, Agamenón,
    se holgó de ver que Teucro destruía las
    falanges troyanas, disparando el fuerte arco; y,
    poniéndose a su lado, le dijo:

    281. -¡Caro Teucro Telamonio, príncipe de hombres!
    Sigue arrojando flechas, por si acaso llegas
    a ser la aurora de salvación de los dánaos y
    honras a to padre Telamón, que te crió cuando
    eras niño y te educó en su casa, a pesar de tu
    condición de bastardo; ya que está lejos de
    aquí, cúbrele de gloria. Lo que voy a decir se
    cumplirá: Si Zeus, que lleva la égida, y Atenea
    me permiten destruir la bien édificada ciudad
    de Ilio, te pondré en la mano, como premio de
    honor únicamente inferior al mío, o un trípode
    o dos corceles con su correspondiente carro o
    una mujer que comparta el lecho contigo.

    292. Respondióle el eximio Teucro:

    293. -¡Gloriosísimo Atrida! ¿Por qué me instigas
    cuando ya, solícito, hago lo que puedo? Desde
    que los rechazamos hacia Ilio mato hombres,
    valiéndome del arco. Ocho flechas de larga
    punta tiré, y todas se clavaron en el cuerpo de
    jóvenes llenos de marcial furor; pero no consigo
    herir a ese perro rabioso.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 02:56

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    300. Dijo; y, apercibiendo el arco, envió otra
    flecha a Héctor con intención de herirlo. Tampoco
    acertó, pero la saeta se clavó en el pecho
    del eximio Gorgitión, valeroso hijo de Príamo y
    de la bella Castianira, oriunda de Esima, cuyo
    cuerpo al de una diosa semejaba. Como en un
    jardín inclina la amapola su tallo, combándose
    al peso del fruto o de los aguaceros primaverales,
    de semejante modo inclinó el guerrero la
    cabeza que el casco hacía ponderosa.

    309. Teucro armó nuevamente el arco, envió
    otra saeta a Héctor, con ánimo de herirlo, y
    también erró el tiro, por haberlo desviado Apolo;
    pero hirió en el pecho cerca de la tetilla a
    Arqueptólemo, osado auriga de Héctor, cuando
    se lanzaba a la pelea. Arqueptólemo cayó del
    carro, cejaron los corceles de pies ligeros, y allí
    terminaron la vida y el valor del guerrero.
    Hondo pesar sintió el espíritu de Héctor por tal
    muerte; pero, aunque condolido del compañero,
    dejólo y mandó a su propio hermano Cebríones,
    que se hallaba cerca, que empuñara las
    riendas de los caballos. Oyóle éste y no desobedeció.
    Héctor saltó del refulgence carro al suelo,
    y, vociferando de un modo espantoso, cogió
    una piedra y encaminóse hacia Teucro con el
    propósito de herirlo. Teucro, a su vez, sacó del
    carcaj una acerba flecha, y ya estiraba la cuerda
    del arco, cuando Héctor, el de tremolante casco,
    acertó a darle con la áspera piedra cerca del
    hombro, donde la clavícula separa el cuello del
    pecho y las heridas son mortales, y le rompió el
    nervio: entorpecióse el brazo, Teucro cayó de
    hinojos y el arco se le fue de las manos. Ayante
    no abandonó al hermano caído en el suelo, sino
    que, corriendo a defenderlo, lo cubrió con el
    escudo. Acudieron dos fieles compañeros, Mecisteo,
    hijo de Equio, y el divino Alástor; y, cogiendo
    a Teucro, que daba grandes suspiros, lo
    llevaron a las cóncavas naves.

    335. El Olímpico volvió a excitar el valor de los
    troyanos, los cuales hicieron arredrar a los
    aqueos en derechura al profundo foso. Héctor
    iba con los delanteros, haciendo gala de su
    fuerza. Como el perro que acosa con ágiles pies
    a un jabalí o a un león, lo muerde por detrás, ya
    los muslos, ya las nalgas, y observa si vuelve la
    cara; de igual modo perseguía Héctor a los melenudos
    aqueos, matando al que se rezagaba, y
    ellos huían espántados. Cuando atravesaron la
    empalizada y el foso, muchos sucumbieron a
    manos de los troyanos; los demás no pararon
    hasta las naves, y allí se animaban los unos a
    los otros, y con los brazos levantados oraban en
    voz alta a todas las deidades. Héctor revolvía
    por todas partes los corceles de hermosas crines;
    y sus ojos parecían los de Gorgona o los de
    Ares, peste de los hombres.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 03:04

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    350. Hera, la diosa de los níveos brazos, al ver a
    los aqueos compadeciólos, en seguida dirigió a
    Atenea estas aladas palabras:

    352. -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida!
    ¿No nos cuidaremos de socorrer, aunque
    tarde, a los dánaos moribundos? Perecerán,
    cumpliéndose su aciago destino, por el arrojo
    de un solo hombre, de Héctor Priámida, que se
    enfurece de intolerable modo y ya ha causado
    gran estrago.

    357. Respondióle Atenea, la diosa de ojos de
    lechuza:

    358. Tiempo ha que ése hubiera perdido fuerza
    y vida, muerto en su patria tierra por los aqueos;
    pero mi padre revuelve en su mente funestos
    propósitos, ¡cruel, siempre injusto, desbaratador
    de mis planes!, y no recuerda cuántas
    veces salvé a su hijo abrumado por los trabajos
    que Euristeo le había impuesto: clamaba al cielo,
    llorando, y Zeus me enviaba a socorrerlo. Si
    mi precavida mente hubiese sabido lo de ahora,
    no hubiera escapado el hijo de Zeus de las
    hondas corrientes de la Éstige, cuando aquél lo
    mandó que fuera a la mansión de Hades, de
    sólidas puertas, y sacara del Érebo el horrendo
    can de Hades. Al presente Zeus me aborrece y
    cumple los deseos de Tetis, que besó sus rodillas
    y le tocó la barba, suplicándole que honrase
    a Aquiles, asolador de ciudades. Día vendrá en
    que me llame nuevamente su amada hija, la de
    ojos de lechuza. Pero unce los solipedos corceles,
    mientras yo, entrando en el palacio de
    Zeus, que lleva la égida, me armo para el combate;
    quiero ver si el hijo de Príamo, Héctor, el
    de tremolante casco, se alegrará cuando aparezcamos
    en el campo de la batalla. Alguno de
    los troyanos, cayendo junto a las naves aqueas,
    saciará con su grasa y con su carne a los perros
    y a las aves.

    381. Dijo; y Hera, la diosa de los níveos brazos,
    no fue desobediente. La venerable diosa Hera,
    hija del gran Crono, aprestó solícita los caballos
    de áureos jaeces. Y Atenea, hija de Zeus, que
    lleva la égida, dejó caer al suelo el hermoso
    peplo bordado que ella misma había tejido y
    labrado con sus manos; vistió la túnica de Zeus,
    que amontona las nubes, y se armó para la luctuosa
    guerra. Y subiendo al flamante carro, asió
    la lanza ponderosa, larga, fornida, con que la
    hija del prepotente padre destruye filas enteras
    de héroes cuando contra ellos monta en cólera.
    Hera picó con el látigo a los corceles, y abriéronse
    de propio impulso rechinando las puertas
    del cielo de que cuidan las Horas -a ellas
    está confiado el espacioso cielo y el Olimpo-,
    para remover o colocar delante la densa nube.
    Por allí, por entre las puertas, dirigieron aquellas
    deidades los corceles, dóciles al látigo.

    397. El padre de Zeus, apenas las vio desde el
    Ida, se encendió en cólera; y al punto llamó a
    Iris, la de doradas alas, para que le sirviese de
    mensajera:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 03:11

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    399. -¡Anda, ve, rápida Iris! Haz que se vuelvan
    y no les dejes llegar a mi presencia, porque
    ningún beneficio les reportará luchar conmigo.
    Lo que voy a decir se cumplirá: Encojaréles los
    briosos corceles; las derribaré del carro, que
    romperé luego, y ni en diez años cumplidos
    sanarán de las heridas que les produzca el rayo,
    para que conozca la de ojos de lechuza que es
    con su padre contra quien combate. Con Hera
    no me irrito ni me encolerizo tanto, porque
    siempre ha solido. oponerse a cuanto digo.

    409. De tal modo habló. Iris, la de los pies rápidos
    como el huracán, se levantó para llevar el
    mensaje; descendió de los montes ideos; y, alcanzando
    a las diosas en la entrada del Olimpo,
    en valles abundoso, hizo que se detuviesen, y
    les transmitió la orden de Zeus:

    413. -¿Adónde corréis? ¿Por qué en vuestro pecho
    el corazón se enfurece? No consiente el
    Cronida que se socorra a los argivos. Ved aquí
    lo que hará el hijo de Crono si cumple su amenaza:
    Os encojará los briosos caballos, os derribará
    del carro, que romperá luego, y ni en diez
    años cumplidos sanaréis de las heridas que os
    produzca el rayo; para que conozcas tú, la de
    ojos de lechuza, que es con tu padre contra
    quien combates. Con Hera no se irrita ni se encoleriza
    tanto, porque siempre ha solido oponerse
    a cuanto dice. ¡Pero tú, temeraria, perra
    desvergonzada, si realmente te atrevieras a
    levantar contra Zeus la formidable lanza...!

    425 Cuando esto hubo dicho, fuese Iris, la de
    los pies ligeros; y Hera dirigió a Atenea estas
    palabras:

    427. -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida!
    Ya no permito que por los mortales peleemos
    con Zeus. Mueran unos y vivan otros, cualesquiera
    que fueren; y aquél sea juez, como le
    corresponde, y dé a los troyanos y a los dánaos
    lo que su espíritu acuerde.

    432 Esto dicho, torció la rienda a los solípedos
    caballos. Las Horas desuncieron los corceles de
    hermosas crines, los ataron a pesebres divinos y
    apoyaron el carro en el reluciente muro. Y las
    diosas, que tenían el corazón afligido, se sentaron
    en áureos tronos mezcladamente con las
    demás deidades.

    438. El padre Zeus, subiendo al carro de hermosas
    ruedas, guió los caballos desde el Ida al
    Olimpo y llegó a la mansión de los dioses; y
    allí el ínclito dios que sacude la tierra desunció
    los corceles, puso el carro en el estrado y lo cubrió
    con un velo de lino. El largovidente Zeus
    tomó asiento en el áureo trono y el inmenso
    Olimpo tembló debajo de sus pies. Atenea y
    Hera, sentadas aparte y a distancia de Zeus,
    nada le dijeron ni preguntaron; mas él comprendió
    en su mente lo que pensaban, y dijo:


    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 03:19

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    447. -¿Por qué os halláis tan abatidas, Atenea y
    Hera? No os habréis fatigado mucho en la batalla,
    donde los varones adquieren gloria, matando
    troyanos, contra quienes sentís vehemente
    rencor. Son tales mi fuerza y mis manos invictas,
    que no me harían cambiar de resolución
    cuantos diosés hay en el Olimpo. Pero os temblaron
    los hermosos miembros antes que llegarais
    a ver el combate y sus terribles hechos. Diré
    lo que en otro caso hubiera ocurrido: Heridas
    por el rayo, no hubieseis vuelto en vuestro carro
    al Olimpo, donde se halla la mansión de los
    inmortales.

    457. Así dijo. Atenea y Hera, que tenían los
    asientos contiguos y pensaban en causar daño a
    los troyanos, mordiéronse los labios. Atenea,
    aunque airada contra su padre y poseída de
    feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero a
    Hera la ira no le cupo en el pecho, y exclamó:

    462. -¡Crudelísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste!
    Bien sabemos que es incontrastable tu
    poder; pero tenemos lástima de los belicosos
    dánaos, que morirán, y se cumplirá su aciago
    destino. Nos abstendremos de intervenir en la
    lucha, si nos lo mandas, pero sugeriremos a los
    argivos consejos saludables para que no perezcan
    todos víctimas de tu cólera.

    469. Respondióle Zeus, que amontona las nubes:

    470. -En la próxima mañana verás, si quieres, oh
    Hera veneranda, la de ojos de novilla, cómo el
    prepotente Cronión hace gran riza en el ejército
    de los belicosos argivos. Y el impetuoso Héctor
    no dejará de pelear hasta que junto a las naves
    se levante el Pelida, el de los pies ligeros, el día
    aquel en que combatan cerca de las popas y en
    estrecho espacio por el cadáver de Patroclo. Así
    lo decretó el hado, y no me importa que te irrites.
    Aunque lo vayas a los confines de la tierra
    y del mar, donde moran Jápeto y Crono, que no
    disfrutan de los rayos del Sol Hiperión ni de los
    vientos, y se hallan rodeados por el profundo
    Tártaro; aunque, errante, llegues hasta allí, no
    me importará verte enojada, porque no hay
    nada más impudente que tú.

    484. Así dijo; y Hera, la de los níveos brazos,
    nada respondió. La brillante luz del sol se hundió
    en el Océano, trayendo sobre la alma tierra
    la noche obscura. Contrarió a los troyanos la
    desaparición de la luz; mas para los aqueos llegó
    grata, muy deseada, la tenebrosa noche.

    489. El esclarecido Héctor reunió a los troyanos
    en la ribera del voraginoso Janto, lejos de las
    naves, en un lugar limpio donde el suelo no
    aparecía cubierto de cadáveres. Aquéllos descendieron
    de los carros y escucharon a Héctor,
    caro a Zeus, que arrimado a su lama de once
    codos, cuya reluciente broncínea punta estaba
    sujeta por áureo anillo, así los arengaba:

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 03:24

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    497. -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados! En
    el día de hoy esperaba volver a la ventosa Ilio
    después de destruir las naves y acabar con todos
    los aqueos; pero nos quedamos a obscuras,
    y esto ha salvado a los argivos y a las naves que
    tienen en la playa. Obedezcamos ahora a la
    noche sombría y ocupémonos en preparar la
    cena; desuncid de los carros a los corceles de
    hermosas crines y echadles el pasto; traed pronto
    de la ciudad bueyes y pingües ovejas, y de
    vuestras casas pan y vino, que alegra el corazón;
    amontonad abundante leña y encendamos
    muchas hogueras que ardan hasta que
    despunte la aurora, hija de la mañana, y cuyo
    resplandor llegue al cielo: no sea que los melenudos
    aqueos intenten huir esta noche por el
    ancho dorso del mar. No se embarquen tranquilos
    y sin ser molestados, sino que alguno
    tenga que curarse en su casa una lanzada o un
    flechazo recibido al subir a la nave, para que
    tema quien ose mover la luctuosa guerra a los
    troyanos, domadores de caballos. Los heraldos,
    caros a Zeus, vayan a la población y pregonen
    que los adolescentes y los ancianos de canosas
    sienes se reúnan en las torres que fueron construidas
    por las deidades y circundan la ciudad;
    que las tímidas mujeres enciendan grandes fogatas
    en sus respectivas casas, y que la guardia
    sea continua para que los enemigos no entren
    insidiosamente en la ciudad mientras los hombres
    estén fuera. Hágase como os lo encargo,
    magnánimos troyanos. Dichas quedan las palabras
    que al presente convienen; mañana os
    arengaré de nuevo, troyanos domadores de
    caballos; y espero que, con la protección de
    Zeus y de las otras deidades, echaré de aquí a
    esos perros rabiosos, traídos por las parcas en
    los negros bajeles. Durante la noche hagamos
    guardia nosotros mismos; y mañana, al comenzar
    el día, tomaremos las armas para trabar
    vivo combate junto a las cóncavas naves. Veré
    si el fuerte Diomedes Tidida me hace retroceder
    de las naves al muro, o si lo mato con el bronce
    y me llevo sus cruentos despojos. Mañana probará
    su valor, si me aguarda cuando lo acometa
    con la lanza; mas confío en que, así que salga el
    sol, caerá herido entre los combatientes delanteros,
    y con él muchos de sus camaradas. Así
    fuera yo inmortal, no tuviera que envejecer y
    gozara de los mismos honores que Atenea o
    Apolo, como este día será funesto para los argivos.

    542. De este modo arengó Héctor, y los troyanos
    lo aclamaron. Desuncieron de debajo del yugo
    los sudados corceles y atáronlos con correas
    junto a sus respectivos carros; sacaron pronto
    de la ciudad bueyes y pingües ovejas, y de las
    casas pan y vino, que alegra el corazón, y
    amontonaron abundante leña. Después ofrecieron
    hecatombes perfectas a los inmortales, y los
    vientos llevaban de la llanura al cielo el suave
    olor de la grasa quemada; pero los bienaventurados
    dioses no quisieron aceptar la ofrenda,
    porque se les había hecho odiosa la sagrada Ilio
    y Príamo y su pueblo armado con lanzas de
    fresno.

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 03 Mar 2021, 15:14

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO VIII

    Batalla interrumpida.
    Cont.

    553. Así, tan alentados, permanecieron toda la
    noche en el campo, donde ardían muchos fuegos.
    Como en noche de calma aparecen las radiantes
    estrellas en torno de la fulgente luna, y
    se descubren los promontorios, cimas y valles,
    porque en el cielo se ha abierto la vasta región
    etérea, vense todos los astros, y al pastor se le
    alegra el corazón: en tan gran número eran las
    hogueras que, encendidas por los troyanos,
    quemaban ante Ilio entre las naves y la corriente
    del Janto. Mil fuegos ardían en la llanura, y
    en cada uno se agrupaban cincuenta hombres a
    la luz de la ardiente llama. Y los caballos, comiendo
    cerca de los carros avena y blanca cebada,
    esperaban la llegada de la Aurora, la de
    hermoso trono.

    FIN DEL CANTO VIII


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