LA ILIADA
CANTO VI
Coloquio de Héctor y Andrómaca. Cont.
263. Respondióle el gran Héctor, el de tremolante
casco:
264. -No me des vino dulce como la miel, veneranda
madre; no sea que me enerves y me prives
del valor, y yo me olvide de mi fuerza. No
me atrevo a libar el negro vino en honor de
Zeus sin lavarme las manos, ni es lícito orar al
Cronión, el de las sombrías nubes, cuando uno
está manchado de sangre y polvo. Pero tú congrega
a las matronas, llévate perfumes, y, entrando
en el templo de Atenea, que impera en
las batallas, pon sobre las rodillas de la deidad
de hermosa cabellera el peplo mayor, más lindo
y que más aprecies de cuantos haya en el palacio;
y vota a la diosa sacrificar en su templo
doce vacas de un año, no sujetas aún al yugo,
si, apiadándose de la ciudad y de las esposas y
tiernos niños de los troyanos, aparta de la sagrada
Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya
valentía causa nuestra derrota. Encamínate,
pues, al templo de Atenea, que impera en las
batallas, y yo iré a la casa de Paris a llamarlo, si
me quiere escuchar. ¡Así la tierra se lo tragara!
Criólo el Olímpico como una gran plaga para
los troyanos y el magnánimo Príamo y sus
hijos. Creo que, si le viera descender al Hades,
mi alma se olvidaría de los enojosos pesares.
286. Así dijo. Hécuba, volviendo al palacio,
llamó a las esclavas, y éstas anduvieron por la
ciudad y congregaron a las matronas; bajó luego
al fragante aposento donde se guardaban los
peplos bordados, obra de las mujeres que se
había llevado de Sidón el deiforme Alejandro
en el mismo viaje por el ancho ponto en que se
llevó a Helena, la de nobles padres; tomó, para
ofrecerlo a Atenea, el peplo mayor y más hermoso
por sus bordaduras, que resplandecía
como un astro y se hallaba debajo de todos, y
partió acompañada de muchas matronas.
297. Cuando llegaron a la acrópolis, abrióles las
puertas del templo de Atenea Teano, la de
hermosas mejillas, hija de Ciseide y esposa de
Anténor, domador de caballos, a la cual habían
elegido los troyanos sacerdotisa de Atenea.
Todas, con lúgubres lamentos, levantaron las
manos a la diosa. Teano, la de hermosas mejillas,
tomó el peplo, lo puso sobre las rodillas de
Atenea, la de hermosa cabellera, y orando rogó
así a la hija del gran Zeus:
305. -¡Veneranda Atenea, protectora de la ciudad,
divina entre las diosas! ¡Quiébrale la lanza
a Diomedes y concédenos que caiga de pechos
en el suelo, ante las puertas Esceas, para que to
sacrifiquemos en este templo doce vacas de un
año, no sujetas aún al yugo, si de este modo to
apiadas de la ciudad y de las esposas y tiernos
niños de los troyanos!
Cont.
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