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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 07:24

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    JULIO VERNE



    Jules Gabriel Verne, conocido en los países hispanohablantes como Julio Verne (Nantes, 8 de febrero de 1828-Amiens, 24 de marzo de 1905), fue un escritor, poeta y dramaturgo francés célebre por sus novelas de aventuras y por su profunda influencia en el género literario de la ciencia ficción.

    Nacido en una familia burguesa, estudió para continuar los pasos de su padre como abogado, pero muy joven decidió abandonar ese camino para dedicarse a la literatura. Su colaboración con el editor Pierre-Jules Hetzel dio como fruto la creación de Viajes extraordinarios, una popular serie de novelas de aventuras escrupulosamente documentadas y visionarias entre las que se incluían las famosas Cinco semanas en globo (1863), Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), La vuelta al mundo en ochenta días (1872) o La isla misteriosa (1874).

    Es uno de los escritores más importantes de Francia y de toda Europa gracias a la evidente influencia de sus libros en la literatura vanguardista y el surrealismo,1​ y desde 1979 es el segundo autor más traducido en el mundo, después de Agatha Christie.2​ Se le considera, junto con H. G. Wells, el «padre de la ciencia ficción».3​ Fue condecorado con la Legión de Honor por sus aportes a la educación y a la ciencia.



    Información personal

    Nombre de nacimiento Jules Gabriel Verne
    Nacimiento 8 de febrero de 1828
    Nantes, Reino de Francia
    Fallecimiento 24 de marzo de 1905
    (77 años)
    Amiens, Francia
    Sepultura Cimetière de La Madeleine d'Amiens
    Residencia Nantes, París y Amiens
    Nacionalidad Francés
    Lengua materna Francés
    Religión Catolicismo
    Familia
    Cónyuge Honorine Hebe du Fraysse de Viane
    Hijos Michel
    Valentine (hijastra)
    Suzanne (hijastra)
    Educación
    Educado en Lycée Georges-Clemenceau (Retórica y Filosofía; 1844-1846)

    Información profesional
    Ocupación Escritor
    Años activo Siglo XIX y XX
    Géneros Ciencia ficción, Aventuras

    Obras notables

    Veinte mil leguas de viaje submarino
    Viaje al centro de la Tierra
    De la Tierra a la Luna
    La vuelta al mundo en ochenta días
    La isla misteriosa
    Cinco semanas en globo
    Miguel Strogoff

    Miembro de Sociedad de Geografía de París
    Distinciones
    Montyon Prize (1867)
    Caballero de la Legión de Honor (1870)
    Oficial de la Legión de Honor (1892)
    Science Fiction and Fantasy Hall of Fame (1999)


    Infancia y juventud


    Nació en el barrio Île Feydeau de Nantes, Francia, el 8 de febrero de 1828. Era el mayor de los cinco hijos que tuvo el matrimonio formado por Pierre Verne, que procedía de una familia vinculada a la jurisprudencia (su abuelo fue consejero notario de Luis XV y presidente del Colegio de Abogados de Nantes), y de Sophie Allotte de la Fuÿe, perteneciente a una familia de militares. Su hermano Paul nació un año después de él, y sus tres hermanas, años más tarde: Anna, en 1837; Mathilde, en 1839, y Marie, en 1842. En 1839 ingresa en el colegio Saint-Stanislas donde demuestra su talento en geografía, griego, latín y canto. Cuando terminó su primer ciclo de estudios su padre, Pierre Verne, le regaló a él y a su hermano, Paul, un foque de vela con el que planearon descender por el Loira hasta el mar; sin embargo, Julio declinó al momento de emprender la aventura ya que no había sido suficiente la planificación del viaje.

    Muchos biógrafos afirman que en 1839, a los once años, se escapó de casa para ser grumete en un mercante que viajaba a India llamado Coralie, con la intención de comprar un collar de perlas para su prima Caroline (de quien estaba enamorado), pero su padre alcanzó el barco y bajó a Julio. Y desde allí empezó a escribir historias, pero realmente el interés por escribir se le da cuando una maestra le cuenta anécdotas de su marido marinero. Verne estaba interesado en la poesía y la ciencia. Leía y coleccionaba artículos científicos, demostrando una curiosidad casi enfermiza que le duraría toda la vida. En 1846 regresa del Liceo Real de Nantes con un alto promedio; probablemente gana un premio de geografía.


    En 1847 comenzó sus estudios de derecho en París. Su prima Caroline se compromete. Escribe una obra de teatro: Alejandro VI. En 1848 fue introducido por su tío Francisque de Chatêaubourg en los círculos literarios, donde conoció a los Dumas, padre e hijo; el primero tendrá gran influencia personal y literaria en Verne. En 1849 obtiene el título de abogado y su padre le permite permanecer en París. Sigue escribiendo teatro. Su padre quiso que se dedicara a su carrera en la abogacía, pero él no estaba por esa labor y su padre, enfadado con él, dejó de financiarle. Además, todos sus ahorros los gastó en libros, mientras pasaba largas horas en las bibliotecas de París queriendo saberlo todo. Verne apenas tenía dinero para poder alimentarse, lo que se piensa le causó incontinencia intestinal, parálisis facial, además de padecer diabetes. 5​


    Trabajo de la mañana a la noche sin parar, y así todos los días (...) El estómago sigue bien, pero los tirones de la cara me molestan mucho; además, como tengo que tomar siempre algo, ya no duermo absolutamente nada. (...) Todas estas molestias proceden de los nervios que tengo siempre en extrema tensión.
    Mayor Orgillés, David, Grandes Biografías: Jules Verne
    Así escribe, pues, una carta a su madre, hablando de los problemas surgidos por la falta de alimentación:
    Una vida que limita al norte con el estreñimiento, al sur con la descomposición, al este con las lavativas exageradas, al oeste con las lavativas astringentes (...) Es probable que estés enterada, mi querida madre, de que existe un hiato que separa a ambas posaderas y no es sino el remate del intestino. (...) Ahora bien, en mi caso el recto, presa de una impaciencia muy natural, tiene tendencia a salirse y, por consiguiente, a no retener tan herméticamente como sería deseable su gratísimo contenido. (...) graves inconvenientes para un joven cuya intención es alternar en sociedad y no en suciedad. ¿Por qué por decirlo de una vez?
    Mayor Orgillés, David, 'Grandes Biografías: Jules Verne'
    En 1850, a los veintidós años de edad, escribe una comedia ligera, Las pajas rotas que logra estrenar en París gracias a Dumas, con modesto éxito. Al año siguiente publica en la revista ilustrada El museo de las Familias dos relatos: «Martín Paz» (una fantasía inspirada en las pinturas del artista peruano Ignacio Merino) y «Un drama en México» (un cuento histórico inspirado por el Viaje al equinoccio americano, del naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt) y varias obras teatrales, libretos para operetas de moda y novelas cortas. Durante esta época es secretario del Teatro Nacional de París, recomendado por Dumas. Pero el poco dinero que puede reunir lo invierte en un piano.

    En mayo de 1856 conoce a quien será su futura esposa, una mujer llamada Honorine Deviane Morel, que es viuda de Morel y madre de dos hijas (Valentine y Suzanne). Se casa (traicionando la causa de su misógino grupo de amigos Los once sin mujer) con Honorine el 10 de enero de 1857, creyendo que encontrará la estabilidad emocional que le falta. Le pide a su padre 50 000 francos para invertir en la bolsa; tras una larga discusión su padre accede.

    El matrimonio, en vez de ayudarle, le desespera rápidamente. Cada vez que se le presenta la oportunidad, escapa de sus deberes de cónyuge. En una ocasión en la que el matrimonio viaja a Esonnes para pasar una temporada con la hermana de Honorine, Julio toma un barco rumbo a Escocia, obligando a su mujer, que no sabía nada de él, a regresar sola a París (esa es la primera vez que Verne viaja en barco). Después decide emprender otro viaje a Noruega y Dinamarca.

    Cuatro años después de contraer matrimonio, Julio planea un viaje, que se traduciría después en dejar sola a Honorine mientras ésta daba a luz al único hijo fruto del matrimonio, Michel Verne.



    Los Viajes extraordinarios


    En 1859 viaja a Escocia con su amigo Hignard. Su primera obra de ficción científica es también la primera novela que escribió, París en el siglo XX, y una de las pocas que no publicó en vida —se imprimió en 1994—; Pierre-Jules Hetzel, su editor, rechazó la novela por el pesimismo que encerraba, pues presagiaba una sociedad en que la gente vive obsesionada con el dinero y con los faxes.6​ Julio Verne publicó en 1863 el primero de sus sesenta Viajes extraordinarios, Cinco semanas en globo. La serie, prolongada durante casi 40 años, habría de incluir entregas de la talla de Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Los hijos del capitán Grant (1867). En el año 1869 aparece publicada Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) a la que seguirían La isla misteriosa (1874), La vuelta al mundo en 80 días (1873), Miguel Strogoff (1876) —la mejor coartada para quienes le consideran un reaccionario—, La esfinge de los hielos (1897) o El soberbio Orinoco (1898). Trabajador infatigable, cultiva, paralelamente a sus viajes, su primera vocación: dramaturgo, escribiendo y adaptando algunas piezas para la escena.



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    Portada de la edición francesa de Hetzel de Las aventuras del capitán Hatteras.


    En 1861 logra reunir suficiente dinero para viajar a Noruega e Islandia con su mujer, pero ella no puede viajar por encontrarse embarazada. A su vuelta le recibe con su recién nacido hijo Michel Verne, único fruto del matrimonio.

    En 1863 traba amistad con el aventurero, periodista y fotógrafo Nadar. Con él investiga los perfeccionamientos que se les podría hacer a unos aparatos volantes, los que describe en Cinco semanas en globo. Nadar lo recomienda a Hetzel, dueño del Magasin d’Éducation et de Récréation (’magazín de ilustración y recreo’), quien le publica la primera entrega del folletín. Debido al éxito de esta obra el dueño de la revista le ofrece un contrato por veinte años a veinte mil francos anuales (una pequeña fortuna para esa época). En 1863, a raíz del éxito de su tercera novela, viaja a Estados Unidos en un ciclo de conferencias con su hermano Paul Verne. Dos años después publica la historia de un viaje a la Luna en dos partes: De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna. Uno de los personajes, el intrépido francés Michel Ardán —anagrama de Nadar— es un vivo retrato de su querido amigo. El otro, Impey Barbicane, está basado en el carácter del presidente estadounidense Abraham Lincoln, asesinado a principios de ese mismo año.

    Existen varias similitudes con el primer verdadero viaje a la Luna, el del Apolo 8 en 1968: en la nave viajan tres astronautas, Estados Unidos es el promotor y productor de la hazaña, despegan desde el estado de Florida, escapan de la gravedad terrestre a 11 km por segundo, requieren de 150 horas de viaje para llegar a la Luna, no alunizan sino que orbitan varias veces alrededor del satélite, y luego regresan a la Tierra.

    El día del estreno de su adaptación al teatro de La vuelta al mundo en ochenta días, Verne vivió la única experiencia de su existencia digna de sus personajes: insistió en revisar personalmente la canastilla que conduciría a Phileas Fogg y a su inseparable Passepartout a grupas de un elefante verdadero. La caída de una parte del escenario asustó al animal, que salió despavorido del teatro con el autor a cuestas, para recorrer el Boulevard des Capuchins hasta que el domador los alcanzó en las Tullerías.

    Verne llegó a poseer hasta tres barcos: el Saint Michel, el Saint Michel II y el Saint Michel III.7​ Entre 1868 y 1886 hizo muchos viajes por mar, y a la par que navegaba llegó a conocer diversas ciudades.7​


    En 1870 publica Veinte mil leguas de viaje submarino, novela en la que aparece la ría de Vigo,8​ en relación con la batalla de Rande, librada entre españoles e ingleses durante la Guerra de Sucesión a inicios del siglo XVIII. En 1878 Julio Verne quiso conocer en persona este lugar y, a bordo de su yate Saint Michel III,9​ puso rumbo a Vigo,10​ donde permaneció del 1 al 4 de junio. Durante su estancia acudió a la procesión de la Victoria y a las fiestas de la Reconquista.11​

    Tras visitar esa ciudad gallega se dirigió a Lisboa. En una carta a su amigo y editor Jules Hetzer escribió:11​

    ya hablaré con usted de los lugares que visitamos: todo es verdaderamente hermoso. Vigo y Lisboa muy hermosas, de verdad, y nos acogieron muy bien en todas partes
    Tras visitar Lisboa hará escala en Cádiz, en Tánger, en Gibraltar, en Málaga, en Tetuán y en Argel.7​

    A su regreso marcha a residir a la ciudad de Amiens. Durante los dos años siguientes continúa viajando: recorre Irlanda, Escocia y Noruega (1880) Inglaterra, el mar del Norte y el Báltico (1881).

    Verne volvería en mayo de 1884 a visitar Vigo, en cuyo puerto reparó su yate.11​

    Su hijo Michel Verne fue muy rebelde; quedó recluido en un manicomio a petición de Julio. Después de algunos años Michel salió, pero llevó siempre muy mal que su padre lo hubiera internado. Michel ya había estado de pequeño internado en un correccional.


    Sus últimos años
    Cuando Verne tenía cincuenta y ocho años, en marzo de 1886, tiene lugar un trágico suceso: mientras caminaba de regreso a su casa, su sobrino Gastón, de veinticinco años, con quien mantenía una cordial relación, le disparó con un revólver, sin motivaciones claras. La primera bala no da en el blanco, pero la segunda le hirió en la pierna izquierda, provocándole una cojera de la que no se recuperó. El incidente fue ocultado por la prensa y Gastón pasó el resto de su vida internado en un manicomio.


    Tras las muertes de Hetzel y de su madre en 1887, Julio comenzó a escribir obras más sombrías. En parte esto pudo deberse a cambios operados en su personalidad, pero un factor importante fue el hecho de que el hijo de Hetzel, que continuó al frente de la empresa de su padre, no era tan riguroso en las correcciones como lo había sido aquel. Se dice que algunas veces, de tantas horas trabajando para sus obras, tuvo parálisis faciales.

    En 1888, Verne decide participar activamente en la vida política de Amiens, donde es elegido concejal del Ayuntamiento. Durante quince años desarrolla su actividad defendiendo una serie de mejoras para la ciudad.

    Dos años antes de su muerte, Verne aceptó la presidencia del grupo de esperanto de Amiens y se comprometió a escribir un libro, en el que este idioma jugara un papel importante. El libro en cuestión, La impresionante aventura de la misión Barsac, no pudo ser terminado por él y cuando se publicó, se había eliminado toda referencia al esperanto.12​


    El 24 de marzo de 1905, enfermo de diabetes desde hacía años, Verne murió en su hogar, sita en el bulevar Longueville 44 (actualmente bulevar Julio Verne). Fue enterrado en el cementerio de La Madeleine, ubicado al noroeste de Amiens, en cuya tumba se representa a Verne emergiendo del sepulcro, obra del escultor Albert Roze. Su hijo Michel Verne supervisó la publicación de sus últimas novelas La invasión del mar y El faro del fin del mundo. La serie Viajes extraordinarios continuó durante un lapso prolongado al mismo ritmo de dos volúmenes al año. Posteriormente se descubrió que Michel había realizado extensos cambios (El secreto de Wilhelm Storitz, Los náufragos del Jonathan) o versiones completamente nuevas de estas historias (El eterno Adán (1910) y La impresionante aventura de la misión Barsac (1919)), cuyas versiones originales vieron la luz a finales del siglo XX.

    En 1863, Verne había escrito una novela llamada París en el siglo XX acerca de un joven que vive en un mundo de rascacielos de cristal, trenes de alta velocidad, automóviles de gas, calculadores y una red mundial de comunicaciones, pero que no puede alcanzar la felicidad y se dirige a un trágico fin. Hetzel pensó que el pesimismo de esta novela dañaría la promisoria carrera de Verne y sugirió que esperase veinte años para publicarla. Este puso el manuscrito en una caja fuerte, donde fue «descubierta» por su bisnieto en 1989 y publicada en 1994.



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 07:55

    Obra


    Fue precursor de la ciencia ficción y de la moderna novela de aventuras.13​14​ Fue un estudioso de la ciencia y la tecnología de su época, lo que —unido a su gran imaginación y a su capacidad de anticipación lógica— le permitió adelantarse a su tiempo, describiendo entre otras cosas los submarinos (el «Nautilus» del capitán Nemo, de su famosa Veinte mil leguas de viaje submarino),​ el helicóptero (un yate que en la punta de sus mástiles tiene hélices que lo sostienen, en Robur el conquistador).

    Sus personajes siempre fueron héroes, hombres buenos en la escala social. Frente al Verne conservador impuesto por su editor Hetzel y por su educación como hijo de un abogado católico y de un tiempo en que el Antiguo Régimen se tambalea, no es de extrañar su inicial defensa del statu quo, postura que con el tiempo se irá atemperando hasta dar paso a concepciones radicalmente opuestas a las sugeridas en sus primeras obras, merced a sus contactos con círculos socialistas y anarquistas.​ El Verne filorrevolucionario se deja ver en una de sus obras menos difundidas, quizás por su simpatía por la causa revolucionaria, Matías Sandorf (1885), en la que narra la experiencia de un rebelde frente la tiranía del Imperio austrohúngaro.18​

    Además de sus novelas y sus obras de teatro, escribió veinte relatos cortos.

    Clasificación de su obra

    Las obras de Verne suelen dividirse en tres partes: Descubrimientos, Madurez y Desencanto.

    Descubrimiento
    La pluma de Verne presenta rasgos de innovación, con ideas frescas y héroes progresistas que sueñan con descubrir nuevos mundos y llegar donde nadie ha llegado para beneficio de la humanidad, desde los polos en Las aventuras del capitán Hatteras, al centro de la Tierra en Viaje al centro de la tierra, e incluso a la Luna en De la Tierra a la Luna.

    Madurez
    Verne comienza a escribir de una manera más seria, con héroes más humanos (Strogoff, Sinclair, Fogg). Alumbra el que fue su mayor éxito literario con una novela llena de vida como es La vuelta al mundo en 80 días. Pero también parece que algunas ideas se agotan cuando retoma las anteriores (El país de las pieles). Llega incluso a escribir (quizá por presión de sus editores) obras no del todo propias (Los quinientos millones de la begún).

    Desencanto

    Los problemas personales a los que Verne tuvo que hacer frente durante su vida (el nunca feliz matrimonio, la enfermedad de su sobrino o la mala relación con su hijo); y las vivencias sociopolíticas de su tiempo (la derrota de Francia en la Guerra franco-prusiana; la Comuna de París; el imperialismo francés) llevarán a un Verne, ya cansado, a concebir relatos fríos y sombríos, en los que su visión primera de la Ciencia como impulsora del progreso de la Humanidad, es cambiada por otra en la que los seres humanos son consumidos por esa misma Ciencia y por el Capitalismo (El eterno Adán). Hace una fuerte crítica del imperialismo (La impresionante aventura de la misión Barsac), y llega incluso a exponer abiertamente sus ideas políticas en Los náufragos del Jonathan. Tuvo tiempo también de reflejar su desencanto por las riquezas de nuevo cuño en El volcán de oro. Es también en este periodo cuando se vuelca más de lleno en la ciencia ficción con El secreto de Wilhelm Storitz. Encontrará tiempo también para alumbrar agradables continuaciones de una obra anterior propia en El secreto de Maston, y de otra no propia en La esfinge de los hielos, continuación de Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe.

    Anticipaciones

    Museo Julio Verne en Nantes.
    Aunque muchos consideran a Julio Verne como el padre de la ciencia ficción, realmente él nunca quiso cultivar este género. Más bien Verne es un autor de literatura científica, pero un autor que desea hacer accesibles al público los nuevos conocimientos científicos y sus admirables aplicaciones técnicas, soñando que con ello se acelerará el progreso y la liberación de la Humanidad. En esa labor mitad literaria mitad divulgativa llega a anticipar con un acierto asombroso hallazgos científicos e inventos que asombrarían al mundo mucho tiempo después de su muerte. He aquí algunas de las anticipaciones que encontramos en la obra de Verne:

    Ante la bandera, Los quinientos millones de la Begún: armas de destrucción masiva.
    Robur el Conquistador: helicóptero.
    De la Tierra a la Luna, Alrededor de la Luna: naves espaciales.
    Una ciudad flotante: grandes transatlánticos, muñecas parlantes.
    París en el siglo XX: internet, motores de explosión.
    20.000 leguas de viaje submarino, La isla misteriosa: submarino, motores eléctricos.
    La isla misteriosa: ascensor.

    En En el siglo XXIX: La jornada de un periodista americano en el 2889, Julio Verne vislumbra otros adelantos tecnológicos,19​ como por ejemplo medios para transportarse a 1.500 kilómetros por hora.

    También se reconoce su visión de anticipar futuros descubrimientos y eventos históricos, como por ejemplo:

    El descubrimiento de las fuentes del Nilo (Cinco semanas en globo)
    La conquista de los polos (Las aventuras del capitán Hatteras, La esfinge de los hielos, 20.000 leguas de viaje submarino)
    Gobiernos totalitarios (Los quinientos millones de la Begún).
    Viaje a la Luna (De la Tierra a la Luna, Alrededor de la Luna)
    Adaptaciones
    De las novelas de Julio Verne, 33 han sido llevadas al cine, dando lugar a un total de 95 películas, sin contar las series de televisión. La obra más veces adaptada ha sido Miguel Strogoff (16 veces), seguida de Veinte mil leguas de viaje submarino (9 veces) y Viaje al centro de la Tierra (6 veces).

    Principales películas

    El fotograma más famoso de Viaje a la Luna (1902), dirigida por Georges Méliès. Este filme se realizó aún en vida del escritor.
    Viaje a la Luna de 1902, dirigida por Georges Méliès.
    La isla misteriosa de 1951, dirigida por Spencer Gordon Benet y protagonizada por Richard Crane.
    20.000 leguas de viaje submarino de 1954, dirigida por Richard Fleischer con Kirk Douglas en el papel de Ned y James Mason como el capitán Nemo.
    Miguel Strogoff de 1956, dirigida por Carmine Gallone y con Curd Jurgens como Miguel Strogoff.
    La vuelta al mundo en 80 días de 1956, dirigida por Michael Anderson con David Niven como Phileas Fogg y Cantinflas como Passepartout (o Picaporte).
    De la Tierra a la Luna de 1958, dirigida por Byron Haskin con Joseph Cotten, Debra Paget y George Sanders.
    Viaje al centro de la Tierra de 1959, dirigida por Henry Levin y protagonizada por James Mason.
    Dueño del mundo de 1961, dirigida por William Witney y protagonizada por Vincent Price.
    La isla misteriosa de 1961, dirigida por Cy Endfield con Michael Craig como protagonista.
    Los hijos del capitán Grant de 1962, dirigida por Robert Stevenson y con Maurice Chevalier, George Sanders y Hayley Mills como protagonistas.
    Cinco semanas en globo de 1962, dirigida por Irwin Allen con Red Buttons.
    La luz del fin del mundo de 1971, dirigida por Kevin Billington e interpretada por Kirk Douglas, Yul Brynner y Fernando Rey.
    20.000 leguas de viaje submarino de 1997, dirigida por Rod Hardy e interpretada por Michael Caine, Bryan Brown, Patrick Dempsey y Mía Sara.
    La vuelta al mundo en 80 días de 2004, dirigida por Frank Coraci, producida por Disney con Jackie Chan.
    La isla misteriosa de Julio Verne de 2005, dirigida por Russell Mulcahy e interpretada por Kyle MacLachlan, Patrick Stewart y Gabrielle Anwar.
    Viaje al centro de la Tierra de 2008, dirigida por Eric Brevig e interpretada por Brendan Fraser, Josh Hutcherson y Anita Briem.
    La isla misteriosa de 2012, dirigida por Brad Peyton y protagonizada por Dwayne Johnson, Josh Hutcherson, Luis Guzmán y Vanessa Hudgens.



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    Obras


    Novelas (Viajes extraordinarios)

    Año Título no original (español) Título original


    1 1863 Cinco semanas en globo Cinq semaines en ballon
    2 1864 Viaje al centro de la Tierra Voyage au centre de la Terre
    3 1865 De la Tierra a la Luna De la Terre à la Lune
    4 1866 Las aventuras del capitán Hatteras Voyages et aventures du capitaine Hatteras
    5 1867 Los hijos del capitán Grant Les enfants du capitaine Grant
    6 1869 Veinte mil leguas de viaje submarino Vingt mille lieues sous les mers
    7 1870 Viaje Alrededor de la Luna Autour de la Lune
    8 1871 Una ciudad flotante Une ville flottante
    9 1872 Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África austral Aventures de trois Russes et de trois Anglais dans l'Afrique australe
    10 1872 El país de las pieles Le Pays des fourrures
    11 1872 La vuelta al mundo en 80 días Le Tour du Monde en quatre-vingts jours
    12 1874 La isla misteriosa L'Île mystérieuse
    13 1875 El "Chancellor" Le Chancellor
    14 1876 Miguel Strogoff Michel Strogoff . De Moscou à Irkoutsk
    15 1877 Héctor Servadac Hector Servadac
    16 1877 Las Indias negras Les Indes noires
    17 1878 Un capitán de quince años Un capitaine de quinze ans
    18 1879 Los quinientos millones de la Begún Les Cinq Cents Millions de la Bégum
    19 1879 Las tribulaciones de un chino en China Les Tribulations d'un Chinois en Chine
    20 1880 La casa de vapor La Maison à vapeur
    21 1880 La jangada La Jangada: 800 lieues sur l'Amazone
    22 1882 Escuela de Robinsones L'École des Robinsons
    23 1882 El rayo verde Le Rayon vert
    24 1883 Kerabán el testarudo Kéraban-le-Têtu
    25 1884 La estrella del Sur L'Étoile du sud
    26 1884 El archipiélago en llamas L'Archipel en feu
    27 1885 Matías Sandorf Mathias Sandorf
    28 1886 Un billete de lotería Un Billet de loterie
    29 1886 Robur el conquistador Robur-le-Conquérant
    30 1887 Norte contra Sur Nord contre Sud
    31 1887 El camino de Francia Le Chemin de France
    32 1888 Dos años de vacaciones Deux Ans de vacances
    33 1888 Familia sin nombre Famille-sans-nom
    34 1889 El secreto de Maston Sans dessus dessous
    35 1890 César Cascabel César Cascabel
    36 1891 Mistress Branican Mistress Branican
    37 1892 El castillo de los Cárpatos Le Château des Carpathes
    38 1893 Claudio Bombarnac Claudius Bombarnac
    39 1893 Aventuras de un niño irlandés P’tit-Bonhomme
    40 1894 Maravillosas aventuras de Antifer Mirifiques Aventures de maître Antifer
    41 1895 La isla de hélice L'Île à hélice
    42 1896 Ante la bandera Face au drapeau
    43 1896 Los Viajes de Clovis Dardentor Clovis Dardentor
    44 1897 La esfinge de los hielos Le Sphinx des glaces
    45 1898 El soberbio Orinoco Le Superbe Orénoque
    46 1899 El testamento de un excéntrico Le Testament d’un excentrique
    47 1900 Segunda patria Seconde patrie
    48 1901 El pueblo aéreo Le Village aérien
    49 1901 Las historias de Jean-Marie Cabidulin Les Histoires de Jean-Marie Cabidoulin
    50 1902 Los hermanos Kip Les Frères Kip
    51 1903 Los piratas del Halifax (Bolsas de viaje) Bourses de voyage
    52 1904 Un drama en Livonia Un Drame en Livonie
    53 1904 Dueño del mundo Maître du Monde
    54 1905 La invasión del mar L'Invasión de la mer


    Novelas modificadas por Michel Verne
    Ítem Año Título español Título original
    55 1905 El faro del fin del mundo Le Phare du bout du monde
    56 1906 El volcán de oro Le Volcan d'or
    57 1907 La agencia Thompson y Cía. L'Agence Thompson and Co.
    58 1908 La caza del meteoro La Chasse au météore
    59 1908 El piloto del Danubio Le pilote du Danube
    60 1909 Los náufragos del Jonathan Les Naufragés du ‘Jonathan’
    61 1910 El secreto de Wilhelm Storitz Le Secret de Wilhelm Storitz
    62 1919 La impresionante aventura de la misión Barsac L’Étonnante aventure de la mission Barsac


    Novelas publicadas póstumamente

    Año Título español Título original
    1988 El bello Danubio amarillo Le beau Danube jaune
    1989 Viaje por Inglaterra y Escocia1​2​ Voyage à reculons en Angleterre et en Écosse [1]
    1991 El tío Robinson L’Oncle Robinson [2]
    1991 Un cura en 1839 Un Prêtre en 1839 [3]
    1994 París en el siglo XX Paris au XXe siècle
    1998 El secreto de Wilhelm Storitz (versión original) Le Secret de Wilhelm Storitz
    1998 El faro del fin del mundo (versión original) En Magallanie (Au bout du monde)
    1998 El volcán de oro (versión original) Le Volcán d'or (Le Klondyke)


    Cuentos


    Año Título español Título original

    1871 El conde de Chanteleine Le Comte de Chanteleine [4]
    1871 Los forzadores del bloqueo: de Glasgow a Charleston Les Forceurs de blocus [5] [6]
    1874 El doctor Ox Une Fantaisie du Docteur Ox [7] [8]
    1874 Maese Zacarías Maître Zacharius ou l'horloger qui avait perdu son âme [9] [10]
    1874 Una invernada entre los hielos Un Hivernage dans les glaces [11] [12]
    1875 Una ciudad ideal Une Ville idéale
    1876 Un drama en México Un Drame au Mexique
    1877 Martín Paz Martin Paz [13] [14]
    1879 Los amotinados de la Bounty Les Révoltés de la Bounty [15] [16]
    1882 Diez horas de caza Dix Heures en chasse [17]
    1884, 1886 Frritt-Flacc Frritt-Flacc [18] [19] [20] [21]
    1887 Gil Braltar Gil Braltar [22] [23]
    1891 En el siglo XXIX: la jornada de un periodista americano en el 2889 Au XXIXe siècle: La Journée d’un journaliste américain en 2889 [24] [25]
    1891 La familia Ratón Aventures de la Famille Raton [26] [27]
    1893 El señor Re Sostenido y la señorita Mi Bemol M. Ré-dièze et Mlle Mi-bémol [28] [29]
    1901 El matrimonio del señor Anselmo de los Tilos Le Mariage de M. Anselme des Tilleuls [30]
    1910 El Humbug Le humbug
    1988 Pierre-Jean Pierre-Jean [31]
    [32] [33] Publicada en español como El Destino de Jean Morenas, basado en la versión de 1910 de Michael Verne, La Destiné de Jean Morenas.
    1991 El eterno Adán L'Éternel Adam [34] [35]
    1993 Sitio a Roma La Siège de Rome
    1993 San Carlos San Carlos


    Obras apócrifas
    Año Título español Título original Observaciones
    1867 Un descubrimiento prodigioso Prodigieuse découverte et ses incalculables conséquences sur les destinées du monde Esta obra fue publicada por Hetzel bajo el nombre de X. Nagrien en 1867. Hasta 1966 fue considerada como obra de Jules Verne, pero la investigadora Simone Vierne determinó que X. Nagrien era en realidad el seudónimo de François-Armand Audoin.
    1885 El náufrago del Cynthia L’Épave du Cynthia Fue publicada como colaboración de Verne con André Laurie (pseudónimo de Paschal Grousset),[36] pero después se descubrió que la obra fue trabajo exclusivo de Grousset. Esta novela, sin embargo, también forma parte de los viajes extraordinarios.



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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:03

    Julio Verne



    De la Tierra a la Luna



    I

    El GunClub

    Durante la guerra de Secesión de los Estados Unidos, se estableció en Baltimore, ciudad del
    Estado de Mary-land, una nueva sociedad de mucha influencia. Conocida es la energía con
    que el instinto militar se desenvolvió en aquel pueblo de armadores, mercaderes y
    fabricantes Simples comerciantes y tenderos abandonaron su despa-cho y su mostrador para
    improvisarse capitanes, corone-les y hasta generales sin haber visto las aulas de West
    Point,(1) y no tardaron en rivalizar dignamente en el arte de la guerra con sus colegas del
    antiguo continente, alcan-zando victorias, lo mismo que éstos, a fuerza de prodigar balas,
    millones y hombres.


    1. Academia militar de los Estados Unidos.

    Pero en lo que principalmente los americanos aven-tajaron a los europeos, fue en la ciencia
    de la balística, y no porque sus armas hubiesen llegado a un grado más alto de perfección,
    sino porque se les dieron dimensio-nes desusadas y con ellas un alcance desconocido hasta
    entonces. Respecto a tiros rasantes, directos, parabóli-cos, oblicuos y de rebote, nada tenían
    que envidiarles los ingleses, franceses y prusianos, pero los cañones de és-tos, los obuses y
    los morteros, no son más que simples pistolas de bolsillo comparados con las formidables
    má-quinas de artillería norteamericana.
    No es extraño. Los yanquis no tienen rivales en el mundo como mecánicos, y nacen
    ingenieros como los italianos nacen músicos y los alemanes metafísicos. Era, además,
    natural que aplicasen a la ciencia de la balística su natural ingenio y su característica
    audacia. Así se ex-plican aquellos cañones gigantescos, mucho menos úti-les que las
    máquinas de coser, pero no menos admirables y mucho más admirados. Conocidas son en
    este género las maravillas de Parrot, de Dahlgreen y de Rodman. Los Armstrong, los
    Pallisier y los Treuille de Beaulieu tuvieron que reconocer su inferioridad delante de sus
    ri-vales ultramarinos.
    Así pues, durante la terrible lucha entre nordistas y sudistas, los artilleros figuraron en
    primera línea. Los pe-riódicos de la Unión celebraron con entusiasmo sus in-ventos, y no
    hubo ningún hortera, por insignificante que fuese, ni ningún cándido bobalicón que no se
    devanase día y noche los sesos calculando trayectorias desatinadas.
    Y cuando a un americano se le mete una idea en la ca-beza, nunca falta otro americano que
    le ayude a realizarla. Con sólo que sean tres, eligen un presidente y dos secre-tarios. Si
    llegan a cuatro, nombran un archivero, y la so-ciedad funciona. Siendo cinco se convocan
    en asamblea general, y la sociedad queda definitivamente constituida. Así sucedió en
    Baltimore. El primero que inventó un nuevo cañón se asoció con el primero que lo fundió y
    el primero que lo taladró. Tal fue el núcleo del GunClub.(1)
    1. Cañón Club.

    Un mes después de su formación, se componía de 1.833 miembros efectivos y 30.575
    socios correspon-dientes.
    A todo el que quería entrar en la sociedad se le im-ponía la condición, sine qua non, de
    haber ideado o por to menos perfeccionado un nuevo cañón, o, a falta de ca-ñón, un arma
    de fuego cualquiera. Pero fuerza es decir que los inventores de revólveres de quince tiros,
    de cara-binas de repetición o de sablespistolas no eran muy considerados. En todas las
    circunstancias los artilleros privaban y merecían la preferencia.
    La predilección que se les concede dijo un día uno de los oradores más distinguidos del
    GunClub guarda proporción con las dimensiones de su cañón, y está en razón directa
    del cuadrado de las distancias alcanzadas por sus proyectiles.
    Fundado el GunClub, fácil es figurarse lo que pro-dujo en este género el talento inventivo
    de los americanos. Las máquinas de guerra tomaron proporciones colosales, y los
    proyectiles, traspasando los límites permitidos, fue-ron a mutilar horriblemente a más de
    cuatro inofensivos transeúntes. Todas aquellas invenciones hacían parecer poca cosa a los
    tímidos instrumentos de la artillería eu-ropea.
    Júzguese por las siguientes cifras:
    En otro tiempo, una bala del treinta y seis, a la dis-tancia de 300 pies, atravesaba treinta y
    seis caballos cogi-dos de flanco y setenta y ocho hombres. La balística se hallaba en
    mantillas. Desde entonces los proyectiles han ganado mucho terreno. El cañón Rodman,
    que arrojaba a siete millas(1) de distancia una bala que pesaba media to-nelada, habría
    fácilmente derribado 150 caballos y 300 hombres. En el GunClub se trató de hacer la
    prueba, pero aunque los caballos se sometían a ella, los hombres fueron por desgracia
    menos complacientes.


    1. La milla anglosajona equivale a 1.609,31 metros.

    Pero sin necesidad de pruebas se puede asegurar que aquellos cañones eran muy mortíferos,
    y en cada disparo caían combatientes como espigas en un campo que se está segando. Junto
    a semejantes proyectiles, ¿qué signi-ficaba aquella famosa bala que en Coutras, en 1587,
    dejó fuera de combate a veinticinco hombres?
    ¿Qué significaba aquella otra bala que en Zeradoff, en 1758, mató cuarenta soldados? ¿Qué
    era en sustancia aquel cañón austriaco de Kesselsdorf, que en 1742 de-rribaba en cada
    disparo a setenta enemigos? ¿Quién hace caso de aquellos tiros sorprendentes de Jena y de
    Austerlitz que decidían la suerte de la batalla? Cosas mayores se vieron durante la guerra
    federal. En la batalla de Gettysburg un proyectil cónico disparado por un ca-ñón mató a 173
    confederados, y en el paso del Potomac una bala Rodman envió a 115 sudistas a un mundo
    evi-dentemente mejor. Debemos también hacer mención de un mortero formidable
    inventado por J. T. Maston, miembro distinguido y secretario perpetuo del Gun--Club, cuyo
    resultado fue mucho más mortífero, pues en el ensayo mató a 137 personas. Verdad es que
    reventó.
    ¿Qué hemos de decir que no lo digan, mejor que nosotros, guarismos tan elocuentes?
    Preciso es admitir sin repugnancia el cálculo siguiente obtenido por el estadista Pitcairn:
    dividiendo el número de víctimas que hicieron las balas de cañón por el de los miembros
    del GunClub, resulta que cada uno de éstos había por tér-mino medio costado la vida a
    2.375 hombres y una frac-ción.
    Fijándose en semejantes guarismos, es evidente que la única preocupación de aquella
    sociedad científica fue la destrucción de la humanidad con un fin filantrópico, y el
    perfeccionamiento de las armas de guerra considera-das como instrumentos de civilización.
    Aquella sociedad era una reunión de ángeles exter-minadores, hombres de bien a carta
    cabal.
    Añádase que aquellos yanquis, valientes todos a cuál más, no se contentaban con fórmulas,
    sino que descendían ellos mismos al terreno de la práctica. Había entre ellos oficiales de
    todas las graduaciones, subtenientes y generales, y militares de todas las edades, algunos
    recién entrados en la carrera de las armas y otros que habían en-canecido en los
    campamentos. Muchos, cuyos nombres figuraban en el libro de honor del GunClub,
    habían quedado en el campo de batalla, y los demás llevaban en su mayor parte señales
    evidentes de su indiscutible de-nuedo. Muletas, piernas de palo, brazos artificiales, ma-nos
    postizas, mandíbulas de goma elástica, cráneos de plata o narices de platino, de todo había
    en la colección, y el referido Pitcairn calculó igualmente que en el Gun--Club no había, a lo
    sumo, más que un brazo por cada cuatro personas y dos piernas por cada seis.
    Pero aquellos intrépidos artilleros no reparaban en semejantes bagatelas, y se llenaban
    justamente de orgu-llo cuando el parte de una batalla dejaba consignado un número de
    víctimas diez veces mayor que el de proyec-tiles gastados.
    Un día, sin embargo, triste y lamentable día, los que sobrevivieron a la guerra firmaron la
    paz; cesaron poco a poco los cañonazos; enmudecieron los morteros; los obuses y los
    cañones volvieron a los arsenales; las balas se hacinaron en los parques, se borraron los
    recuerdos sangrientos. Los algodoneros brotaron esplendorosos en los campos
    pródigamente abonados, los vestidos de luto se fueron haciendo viejos a la par del dolor, y
    el GunClub quedó sumido en una ociosidad profunda.
    Algunos apasionados, trabajadores incansables, se entregaban aún a cálculos de balística y
    no pensaban más que en bombas gigantescas y obuses incomparables. Pero, sin la práctica,
    ¿de qué sirven las teorías? Los salo-nes estaban desiertos, los criados dormían en las
    antesa-las, los periódicos permanecían encima de las mesas, tristes ronquidos partían de los
    rincones oscuros, y los miembros del GunClub. tan bulliciosos en otro tiempo, se
    amodorraban mecidos por la idea de una artillería platónica.
    ¡Qué desconsuelo! dijo un día el bravo Tom Hunter, mientras sus piernas de palo se
    carbonizaban en la chimenea. ¡Nada hacemos! ¡Nada esperamos! ¡Qué existencia tan
    fastidiosa! ¿Qué se hicieron de aquellos tiempos en que nos despertaba todas las mañanas el
    ale-gre estampido de los cañones?
    Aquellos tiempos pasaron para no volver respon-dió Bilsby, procurando estirar los
    brazos que le falta-ban. ¡Entonces daba gusto! Se inventaba un obús, y, apenas estaba
    fundido, iba el mismo inventor a ensayar-lo delante del enemigo, y se obtenía en el
    campamento un aplauso de Sherman o un apretón de manos de Mac-Clellan. Pero
    actualmente los generales han vuelto a su escritorio, y en lugar de mortíferas balas de hierro
    des-pachan inofensivas balas de algodón. ¡Santa Bárbara bendita! ¡El porvenir de la
    artillería se ha perdido en América!
    Sí, Bilsby exclamó el coronel Blomsberry, he-mos sufrido crueles decepciones. Un
    día abandonamos nuestros hábitos tranquilos, nos ejercitamos en el mane-jo de las armas,
    nos trasladamos de Baltimore a los cam-pos de batalla, nos portamos como héroes, y dos o
    tres años después perdemos el fruto de tantas fatigas para condenarnos a una deplorable
    inercia con las manos me-tidas en los bolsillos.
    Trabajo le hubiera costado al valiente coronel dar una prueba semejante de su ociosidad, y
    no por falta de bolsillos.
    ¡Y ninguna guerra en perspectiva! dijo entonces el famoso J. T. Maston, rascándose su
    cráneo de goma elástica. ¡Ni una nube en el horizonte, cuando tanto hay aún que hacer en
    la ciencia de la artillería! Yo, que os hablo en este momento, he terminado esta misma
    maña-na un modelo de mortero, con su plano, su corte y su elevación, destinado a
    modificar profundamente las le-yes de la guerra.
    ¿De veras? replicó Tom Hunter, pensando invo-luntariamente en el último ensayo del
    respetable J. T. Maston.
    De veras respondió éste. Pero ¿de qué sirven tantos estudios concluidos y tantas
    dificultades venci-das? Nuestros trabajos son inútiles. Los pueblos del nuevo mundo se han
    empeñado en vivir en paz, y nues-tra belicosa Tribuna(1) pronostica catástrofes debidas al
    aumento incesante de las poblaciones.

    Sin embargo, Mastonrespondió el coronel Bloms-berry, en Europa siguen batiéndose
    para sostener el principio de las nacionalidades.
    ¿Y qué?
    ¡Y qué! Podríamos intentar algo a11í, y si se acepta-sen nuestros servicios...
    ¿Qué osáis proponer? exclamó Bilsby. ¡Cultivar la balística en provecho de los
    extranjeros!
    Es preferible a no hacer nada respondió el co-roner.
    Sin duda dijo J. T. Maston es preferible, pero ni siquiera nos queda tan pobre recurso.
    ¿Y por qué? preguntó el coroner.
    Porque en el viejo mundo se profesan sobre los as-censos ideas que contrarían todas
    nuestras costumbres americanas. Los europeos no comprenden que pueda llegar a ser
    general en jefe quien no ha sido antes subte-niente, to que equivale a decir que no puede ser
    buen ar-tillero el que por sí mismono ha fundido el cañón, to que me parece...
    ¡Absurdo! replicó Tom Hunter destrozando con su bowieknife(2) los brazos de la
    butaca en que estaba sentado. Y en el extremo a que han llegado las cosas no nos queda
    ya más recurso que plantar tabaco y destilar acei-te de ballena.
    1. El más fogoso periódico abolicionista de la Unión.
    2. Cuchillo de bolsillo, de ancha hoja.

    ¡Cómo! exclamó J. T. Maston con voz atronado-ra. ¿No dedicaremos los últimos años
    de nuestra exis-tencia al perfeccionamiento de las armas de fuego? ¿No ha de presentarse
    una nueva ocasión de ensayar el al-cance de nuestros proyectiles? ¿Nunca más el fogonazo
    de nuestros cañones iluminará la atmósfera? ¿No so-brevendrá una complicación
    internacional que nos per-mita declarar la guerra a alguna potencia transatlánti-ca? ¿No
    echarán los franceses a pique ni uno solo de nuestros vapores, ni ahorcarán los ingleses, con
    menos-precio del derecho de gentes, tres o cuatro de nuestros compatriotas?
    ¡No, Maston respondió el coronel Blomsberry, no tendremos tanta dicha! ¡No se
    producirá ni uno solo de los incidentes que tanta falta nos hacen; y aunque se produjesen,
    no sacaríamos de ellos ningún partido! ¡La susceptibilidad americana va desapareciendo, y
    vegeta-mos en la molicie!
    ¡Sí, nos humillamos! replicó Bilsby.
    ¡Se nos humilla! respondió Tom Hunter.





    Continuará....


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:12

    ¡Y tanto! replicó J. T. Maston con mayor vehe-mencia. ¡Sobran razones para batirnos,
    y no nos bati-mos! Se economizan piernas y brazos en provecho de gentes que no saben
    qué hacer de ellos. Sin it muy le-jos, se encuentra un motivo de gúérra. Decid, ¿la América
    del Norte no perteneció en otro tiempo a los in-gleses?
    Sin dudarespondió Tom Hunter, dejando con ra-bia quemarse en la chimenea el
    extremo de su muleta.
    ¡Pues bien! repuso J. T. Maston. ¿Por qué Ingla-terra, a su vez, no ha de pertenecer a
    los americanos?
    Sería muy justo respondió el coronel Blomsberry.
    Id con vuestra proposición al presidente de los Estados Unidos exclamó J. T. Maston
    y veréis cómo la acoge.
    La acogerá mal murmuró Bilsby entre los cuatro dientes que había salvado de la batalla.
    No seré yo exclamó J. T. Maston quien le dé el voto en las próximas elecciones.
    Ni yo exclamaron de acuerdo todos aquellos beli-cosos inválidos.
    Entretanto, y para concluir repuso J. T. Maston, si no se me proporciona ocasión de
    ensayar mi nuevo mortero sobre un verdadero campo de batalla, presenta-ré mi dimisión de
    miembro del GunClub, y me sepul-taré en las soledades de Arkansas.
    Donde os seguiremos todos respondieron los in-terlocutores del audaz J. T. Maston.
    Tal era el estado de la situación. La exasperación de los ánimos iba en progresivo aumento,
    y el club se halla-ba amenazado de una próxima disolución, cuando so-brevino un
    acontecimiento inesperado que impidió tan sensible catástrofe.
    Al día siguiente de la acalorada conversación de que acabamos de dar cuenta, todos los
    miembros de la socie-dad recibieron una circular concebida en los siguientes términos:

    «Baltimore, 3 de octubre.

    »El presidente del GunClub tiene la honra de prevenir a sus colegas que en la sesión del 5
    dei corriente les dirigirá una comunicación de la mayor importancia, por lo que les suplica
    que, cualesquiera que sean sus ocupaciones, acudan a la cita que les da por la presente. »
    Su afectísimo colega,
    IMPEY BARBICANE, P. G. C.»


    II


    Comunicación del presidente Barbicane


    El 5 de octubre, a las ocho de la noche, una multitud compacta se apiñaba en los salones del
    GunClub, 21, Union Square. Todos los miembros de la sociedad resi-dentes en Baltimore
    habían acudido a la cita de su presi-dente.
    En cuanto a los socios correspondientes, los trenes los depositaban a centenares en las
    estaciones de la ciu-dad, sin que por mucha que fuese la capacidad del salón de sesiones,
    cupiesen todos en ella. Así es que aquel con-curso de sabios refluía en las salas próximas,
    en los co-rredores y hasta en los vestíbulos exteriores, donde se condensaba un gentío
    inmenso que deseaba con ansia conocer la importante comunicación del presidente
    Bar-bicane. Los unos empujaban a los otros, y mutuamente se atropellaban y aplastaban
    con esa libertad de acción característica de los pueblos educados en las ideas de-mocráticas.
    Un extranjero que se hubiese hallado aquella noche en Baltimore no hubiera conseguido a
    fuerza de oro pe-netrar en el gran salón, exclusivamente reservado a los miembros
    residentes o correspondientes, sin que nadie más pudiera ocupar en él puesto alguno; así es
    que los notables de la ciudad, los magistrados del consejo y la gente selecta habían tenido
    que mezclarse con la turba de sus admiradores para coger al vuelo las noticias del interior.
    La inmensa sala ofrecía a las miradas un curioso es-pectáculo. Aquel vasto local estaba
    maravillosamente adecuado a su destino.

    Altas columnas, formadas de ca-ñones
    sobrepuestos que tenían por pedestal grandes morteros, sostenían la esbelta armazón de la
    bóveda, verdadero encaje de hierro fundido admirablemente recor-tado. Panoplias de
    trabucos, retacos, arcabuces, carabi-nas y de todas las armas de fuego antiguas y modernas
    cubrían las paredes entrelazándose de una manera pinto-resca. La llama del gas brotaba
    profusamente de un mi-llar de revólveres dispuestos en forma de lámparas, com-pletando
    tan espléndido alumbrado arañas de pistolas y candelabros formados de fusiles
    artísticamente reuni-dos. Los modelos de cañones, las muestras de bronce, los blancos
    acribillados a balazos, las planchas destruidas por el choque de las balas del GunClub, el
    surtido de baquetones y escobillones, los rosarios de bombas, los collares de proyectiles, las
    guirnaldas de granadas, en una palabra, todos los útiles del artillero fascinaban por su
    asombrosa disposición y hacían presumir que su ver-dadero destino era más decorativo que
    mortífero.
    En el puesto de preferencia, detrás de una espléndi-da vidriera, se veía un pedazo de
    recámara rota y torcida por el efecto de la pólvora, preciosa reliquia del cañón de J. T.
    Maston.
    El presidente, con dos secretarios a cada lado, ocu-paba en uno de los extremos del salón un
    ancho espacio entarimado. Su sillón, levantado sobre una cureña la-boriosamente tallada,
    afectaba en su conjunto las robus-tas formas de un mortero de treinta y dos pulgadas,
    apuntando en ángulo de 90°, y estaba suspendido de dos quicios que permitían al presidente
    columpiarse como en una mecedora, que tan cómoda es en verano para dormir la siesta.
    Sobre la mesa, que era una gran plancha de hierro sostenida por seis obuses, se veía un
    tintero de exquisito gusto, hecho de una bala de cañón admirable-mente cincelada, y un
    timbre que se disparaba estrepito-samente como un revólver. Durante las discusiones
    aca-loradas, esta campanilla de nuevo género bastaba apenas para dominar la voz de
    aquella legión de artilleros so-breexcitados.

    Delante de la mesa presidencial, los bancos, coloca-dos de modo que formaban eses como
    las circunvalacio-nes de una trinchera, constituían una serie de parapetos del GunClub, y
    bien puede decirse que aquella noche había gente hasta en las trincheras. El presidente era
    bas-tante conocido para que nadie pudiese ignorar que no hubiera molestado a sus colegas
    sin un motivo suma-mente grave.
    Impey Barbicane era un hombre de unos cuarenta años, sereno, frío, austero, de un carácter
    esencialmente formal y reconcentrado; exacto como un cronómetro, de un temperamento a
    toda prueba, de una resolución inquebrantable. Poco caballeresco, aunque aventurero,
    siempre resuelto a trasladar del campo de la especu-lación al de la práctica las más
    temerarias empresas, era el hombre por excelencia de la Nueva Inglaterra, el nor-dista
    colonizador, el descendiente de aquellas Cabezas Redondas tan funestas a los Estuardos, y
    el implacable enemigo de los aristócratas del Sur, de los antiguos caba-lleros de la madre
    patria. Barbicane, en una palabra, era to que podría calificarse un yanqui completo.
    Había hecho, comerciando con maderas, una fortu-na considerable. Nombrado director de
    Artillería duran-te la guerra, se manifestó fecundo en invenciones, audaz en ideas, y
    contribuyó poderosamente a los progresos del arma, dando a las investigaciones
    experimentales un in-comparable desarrollo.
    Era un personaje de mediana estatura, que por una rara excepción en el GunClub, tenía
    ilesos todos los miembros. Sus facciones, acentuadas, parecían trazadas con carbón y
    tiralíneas, y si es cierto que para adivinar los instintos de un hombre se le debe mirar de
    perfil, Barbicane, mirado así, ofrecía los más seguros indicios de energía, audacia y sangre
    fría.
    En aquel momento permanecía inmóvil en su sillón, mudo, meditabundo, con una mirada
    honda, medio tapada la cara por un enorme sombrero, cilindro de seda negra que parece
    hecho a propósito para los cráneos americanos.
    A su alrededor, sus colegas conversaban estrepitosa-mente sin distraerle. Se interrogaban,
    recorrían el campo de las suposiciones, examinaban a su presidente, y pro-curaban, aunque
    en vano, despejar la incógnita de su im-perturbable fisonomía.




    Continuará...


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:14

    Al dar las ocho en el reloj fulminante del gran salón, Barbicane, como impelido por un
    resorte, se levantó de pronto. Reinó un silencio general, y el orador, con bas-tante énfasis,
    tomó la palabra en los siguientes términos:
    Denodados colegas: mucho tiempo ha transcurrido ya desde que una paz infecunda
    condenó a los miem-bros del GunClub a una ociosidad lamentable. Des-pués de un
    período de algunos años, tan lleno de inci-dentes, tuvimos que abandonar nuestros trabajos
    y detenernos en la senda del progreso. Lo proclamo sin miedo y en voz alta: toda guerra
    que nos obligase a em-puñar de nuevo las armas sería acogida con un entusias-mo
    frenético.
    ¡Sí, la guerra! exclamó el impetuoso J. T. Maston.
    ¡Atención! gritaron por todos lados.
    Pero la guerra dijo Barbicane es imposible en las actuales circunstancias, y aunque
    otra cosa desee mi dis-tinguido colega, muchos años pasarán aún antes de que nuestros
    cañones vuelvan al campo de batalla. Es, pues, preciso tomar una resolución y buscar en
    otro orden de ideas una salida al afán de actividad que nos devora.
    La asamblea redobló su atención, comprendiendo que su presidente iba a abordar el punto
    delicado.
    Hace algunos meses, ilustres colegas prosiguió Barbicane, que me pregunté si, sin
    separarnos de nues-tra especialidad, podríamos acometer alguna gran em-presa digna del
    siglo XIX, y si los progresos de la balística nos permitirán salir airosos de nuestro empeño.
    He, pues, buscado, trabajado, calculado, y ha resultado de mis estudios la convicción de
    que el éxito coronará nuestros esfuerzos, encaminados a la realización de un plan que en
    cualquier otro país sería imposible. Este proyecto, prolijamente elaborado, va a ser el objeto
    de mi comunicación. Es un proyecto, digno de vosotros, digno del pasado del GunClub, y
    que producirá nece-sariamente mucho ruido en el mundo.
    ¿Mucho ruido? preguntó un artillero apasionado.
    Mucho ruido en la verdadera acepción de la palabra respondió Barbicane.
    ¡No interrumpáis! repitieron al unísono muchas voces.
    Os suplico, pues, dignos colegas repuso el presi-dente, que me otorguéis toda vuestra
    atención.

    Un estremecimiento circuló por la asamblea. Barbi-cane, sujetando con un movimiento
    rápido su sombrero en su cabeza, continuó su discurso con voz tranquila.
    No hay ninguno entre vosotros, beneméritos cole-gas, que no haya visto la Luna, o que,
    por to menos, no haya oído hablar de ella. No os asombréis si vengo aquí a hablaros del
    astro de la noche. Acaso nos esté reserva-da la gloria de ser los colonos de este mundo
    desconoci-do. Comprendedme, apoyadme con todo vuestro po-der, y os conduciré a su
    conquista, y su nombre se unirá a los de los treinta y seis Estados que forman este gran país
    de la Unión.(1)
    1. Número de los que entonces formaban los Estados Unidos de América del Norte.

    ¡Viva la Luna! exclamó el GunClub confundien-do en una sola todas sus voces.
    Mucho se ha estudiado la Luna repuso Barbica-ne; su masa, su densidad, su peso, su
    volumen, su cons-titución, sus movimientos, su distancia, el papel que en el mundo solar
    representa están perfectamente determinados; se han formado mapas selenográficos con
    una perfección igual y tal vez superior a la de las cartas te-rrestres, habiendo la fotografía
    sacado de nuestro satéli-te pruebas de una belleza incomparable. En una palabra, se sabe de
    la Luna todo lo que las ciencias matemáticas, la astronomía, la geología y la óptica pueden
    saber; pero hasta ahora no se ha establecido comunicación directa con ella.
    Un vivo movimiento de interés y de sorpresa acogió esta frase del orador.

    Permitidme prosiguió recordaros, en pocas pa-labras, de qué manera ciertas cabezas
    calientes, embar-cándose para viajes imaginarios, pretendieron haber pe-netrado los
    secretos de nuestro satélite. En el siglo XVII, un tal David Fabricius se vanaglorió de haber
    visto con sus propios ojos habitantes en la Luna. En 1649, un fran-cés llamado Jean
    Baudoin, publicó el Viaje hecho al mun-do de la Luna por Domingo González, aventurero
    espa-ñol. En la misma época, Cyrano de Bergerac publicó la célebre expedición que tanto
    éxito obtuvo en Francia. Más adelante, otro francés (los franceses se ocupan mu-cho de la
    Luna), llamado Fontenelle, escribió la Plurali-dad de los mundos, obra maestra en su
    tiempo, pero la ciencia, avanzando, destruye hasta las obras maestras. Hacia 1835, un
    opúsculo traducido del New York Ame-rican nos dijo que sir John Herschell, enviado al
    cabo de Buena Esperanza para ciertos estudios astronómicos, consiguió, empleando al
    efecto un telescopio perfeccio-nado por una iluminación interior, acercar la Luna a una
    distancia de ochenta yardas.(1) Entonces percibió distin-tamente cavernas en que vivían
    hipopótamos, verdes montañas veteadas de oro, carneros con cuernos de marfil, corzos
    blancos y habitantes con alas membrano-sas como las del murciélago. Aquel folleto, obra
    de un americano llamado Locke, alcanzó un éxito prodigioso. Pero luego se reconoció que
    todo era una superchería de la que fueron los franceses los primeros en reírse.
    1. La yarda equivale a 0,91 metros.

    ¡Reírse de un americano! exclamó J. T. Maston. ¡He aquí un casus belli!
    Tranquilizaos, mi digno amigo; los franceses, antes de reírse de nuestro compatriota,
    cayeron en el lazo que él les tendió haciéndoles comulgar con ruedas de mo-lino. Para
    terminar esta rápida historia, añadiré que un tal Hans Pfaal, de Rotterdam, ascendiendo en
    un globo lleno de un gas extraído del ázoe, treinta y siete veces más ligero que el
    hidrógeno, alcanzó la Luna des-pués de un viaje aéreo de diecinueve días. Aquel viaje, to
    mismo que las precedentes tentativas, era simple-mente imaginario, y fue obra de un
    escritor popular de América, de un ingenio extraño y contemplativo, de Edgard Poe.
    ¡Viva Edgard Poe! exclamó la asamblea, electriza-da por las palabras de su presidente.
    Nada más digno repuso Barbicane de esas tenta-tivas que llamaré puramente
    literarias, de todo punto in-suficientes para establecer relaciones formales con el as-tro de la
    noche. Debo, sin embargo, añadir que algunos caracteres prácticos trataron de ponerse en
    comunica-ción con él, y así es que, años atrás, un geómetra alemán propuso enviar una
    comisión de sabios a los páramos de Siberia.

    A11í, en aquellas vastas llanuras, se debían
    trazar inmensas figuras geométricas, dibujadas por medio de reflectores luminosos, entre
    otras el cuadrado de la hi-potenusa, llamado vulgarmente en Francia el puente de los asnos.
    Todo ser inteligente decía el geómetra debe comprender el destino científico de esta
    figura. Los sele-nitas, si existen, responderán con una figura semejante, y una vez
    establecida la comunicación, fácil será crear un alfabeto que permita conversar con los
    habitantes de la Luna.» Así hablaba el geómetra alemán, pero no se ejecutó su proyecto, y
    hasta ahora no existe ningún lazo di-recto entre la Tierra y su satélite. Pero está reservado al
    genio práctico de los americanos ponerse en relación con el mundo sideral. El medio de
    llegar a tan importan-te resultado es sencillo, fácil, seguro, infalible, y él va a ser el objeto
    de mi proposición.
    Un gran murmullo, una tempestad de exclamacio-nes acogió estas palabras. No hubo entre
    los asistentes uno solo que no se sintiera dominado, arrastrado, arre-batado por las palabras
    del orador.
    ¡Atención! ¡Atención! ¡Silencio! gritaron por to-das partes.
    Calmada la agitación, Barbicane prosiguió con una voz más grave su interrumpido
    discurso.

    Ya sabéis dijo cuántos progresos ha hecho la ba-lística de algunos años a esta parte y
    a qué grado de per-fección hubieran llegado las armas de fuego, si la guerra hubiese
    continuado. No ignoráis tampoco que, de una manera general, la fuerza de resistencia de los
    cañones y el poder expansivo de la pólvora son ilimitados. Pues bien, partiendo de este
    principio, me he preguntado a mí mismo si, por medio de un aparato suficiente, realizado
    con unas determinadas condiciones de resistencia, sería posible enviar una bala a la Luna.
    A estas palabras, un grito de asombro se escapó de mil pechos anhelantes, y hubo luego un
    momento de si-lencio, parecido a la profunda calma que precede a las grandes tormentas. Y
    en efecto, hubo tronada, pero una tronada de aplausos, de gritos, de clamores que hicieron
    retemblar el salón de sesiones. El presidente quería ha-blar y no podía. No consiguió
    hacerse oír hasta pasados diez minutos.
    Dejadme concluir repuso tranquilamente. He examinado la cuestión bajo todos sus
    aspectos, la he abordado resueltamente, y de mis cálculos indiscutibles resulta que todo
    proyectil dotado de una velocidad inicial de doce mil yardas(1) por segundo, y dirigido
    hacia la Luna, llegará necesariamente a ella. Tengo, pues, distin-guidos y bravos colegas, el
    honor de proponeros que intentemos este pequeño experimento.




    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:16

    1. Unos once mil metros.

    III


    Efectos de la comunicación de Barbicane


    Es imposible describir el efecto producido por las últimas palabras del ilustre presidente.
    ¡Qué gritos! ¡Qué vociferaciones! ¡Qué sucesión de vítores, de hu-rras, de ¡hip, hip! y de
    todas las onomatopeyas con que el entusiasmo condimenta la lengua americana! Aquello
    era un desorden, una barahúnda indescriptible. Las bo-cas gritaban, las manos palmoteaban,
    los pies sacudían el entarimado de los salones. Todas las armas de aquel mu-seo de
    artillería, disparadas a la vez, no hubieran agitado con más violencia las ondas sonoras. No
    es extraño. Hay artilleros casi tan retumbantes como sus cañones.
    Barbicane permanecía tranquilo en medio de aque-llos clamores entusiastas. Sin duda
    quería dirigir aún al-gunas palabras a sus colegas, pues sus gestos reclamaron silencio y su
    timbre fulminante se extenuó a fuerza de detonaciones. Ni siquiera se oyó. Luego le
    arrancaron de su asiento, le llevaron en triunfo, y pasó de las manos de sus fieles camaradas
    a los brazos de una muchedum-bre no menos enardecida.
    No hay nada que asombre a un americano. Se ha re-petido con frecuencia que la palabra
    imposible no es francesa: los que tal han dicho han tomado un dicciona-rio por otro. En
    América todo es fácil, todo es sencillo, y en cuanto a dificultades mecánicas, todas mueren
    antes de nacer. Entre el proyecto de Barbicane y su realiza-ción, no podía haber un
    verdadero yanqui que se permi-tiese entrever la apariencia de una dificultad. Cosa dicha,
    cosa hecha.
    El paseo triunfal del presidente se prolongó hasta muy entrada la noche. Fue una verdadera
    marcha a la luz de innumerables antorchas. Irlandeses, alemanes, fran-ceses, escoceses,
    todos los individuos heterogéneos de que se compone la población de Maryland gritaban en
    su lengua materna, y los vítores, los hurras y los bravos se mezclaban en un confuso a
    inenarrable estrépito.
    Precisamente la Luna, como si hubiese comprendi-do que era de ella de quien se trataba,
    brillaba entonces con serena magnificencia, eclipsando con su intensa irradiación las luces
    circundantes. Todos los yanquis di-rigían sus miradas a su centelleante disco. Algunos la
    sa-ludaron con la mano, otros la llamaban con los dictados más halagüeños; éstos la medían
    con la mirada, aquellos la amenazaban con el puño, y en las cuatro horas que median entre
    las ocho y las doce de la noche, un óptico de Jones Fall labró su fortuna vendiendo
    anteojos. El as-tro de la noche era mirado con tanta avidez como una hermosa dama de alto
    copete. Los americanos hablaban de él como si fuesen sus propietarios. Hubierase dicho
    que la casta Diana pertenecía ya a aquellos audaces con-quistadores y formaba parte del
    territorio de la Unión. Y sin embargo, no se trataba más que de enviarle un pro-yectil,
    manera bastante brutal de entrar en relaciones, aunque sea con un satélite pero muy en boga
    en las na-ciones civilizadas.
    Acababan de dar las doce, y el entusiasmo no se apa-gaba. Seguía siendo igual en todas las
    clases de la pobla-ción; el magistrado, el sabio, el hombre de negocios, el mercader, el
    mozo de cuerda, las personas inteligentes y las gentes incultas se sentían heridas en la fibra
    más delicada. Tratábase de una empresa nacional. La ciudad alta, la ciudad baja, los
    muelles bañados por las aguas del Pa-tapsco, los buques anclados no podían contener la
    multi-tud, ebria de alegría, y también de gin y de whisky. Todos hablaban, peroraban,
    discutían, aprobaban, aplaudían, to mismo los ricos arrellanados muellemente en el sofá de
    los barrooms(1) delante de su jarra de sherry cobbler,(2) que el waterman(3) que se
    emborrachaba con el quebrantape-chos(4) en las tenebrosas tabernas del FellsPoint.
    Sin embargo, a eso de las dos la conmoción se cal-mó. El presidente Barbicane pudo volver
    a su casa es-tropeado, quebrantado, molido. Un hércules no hu-biera resistido un
    entusiasmo semejante. La multitud abandonó poco a poco plazas y calles. Los cuatro trenes
    de Ohio, de Susquehanna, de Filadelfia y de Washing-ton, que convergen en Baltimore,
    arrojaron al público heterogéneo a los cuatro puntos cardinales de los Esta-dos Unidos, y la
    ciudad adquirió una tranquilidad rela-tiva.
    Se equivocaría el que creyese que durante aquella memorable noche quedó la agitación
    circunscrita den-tro de Baltimore. Las grandes ciudades de la Union, Nueva York, Boston,
    Albany, Washington, Richmond, Crescent City,(5) Charleston, Mobile, desde Texas a
    Massachusetts, desde Michigan a Florida, participaron todas del delirio. Los treinta mil
    socios correspondien-tes del GunClub conocían la carta de su presidente y aguardaban
    con igual impaciencia la famosa comunica-ción del 5 de octubre. Aquella misma noche, las
    palabras del orador, a medida que salían de sus labios, corrí-an por los hilos telegráficos
    que atraviesan en todos sentidos los Estados de la Unión, a una velocidad de 248.447 millas
    por segundo. Podemos, pues, decir con una exactitud absoluta, que los Estados Unidos de
    América; diez veces mayores que Francia, lanzaron en el mismo instante un solo hurra, y
    que veinticinco mi-llones de corazones, henchidos de orgullo, palpitaron con un solo latido.
    1. Locales semejantes a los cafés.
    2. Mezcla de ron, zumo de naranja, azúcar, canela y nuez mosca-da. Esta bebida, de color
    amarillo, se sorbe por medio de un tubito de vidrio.
    3. Marinero.
    4. Bebida muy fuerte, que suele tomar el vulgo.
    5. Sobrenombre de Nueva Orleans.

    Al día siguiente, mil quinientos periódicos diarios, semanales, bimensuales o mensuales, se
    apoderaron de la cuestión, y la examinaron bajo sus diferentes aspectos físicos,
    meteorológicos, económicos y morales, y hasta bajo el punto de vista de la preponderancia
    política y de su influencia civilizadora. Algunos se preguntaron si la Luna era un mundo
    extinguido, y si no experimentaría ya ninguna transformación. ¿Se parecía a la Tierra
    du-rante los tiempos en que no había aún atmósfera? ¿Qué espectáculo presentaría al
    hacerse visible la faz que des-conoce el esferoide terrestre?
    Aunque no se tratara más que de enviar una bala al astro de la noche, todos veían en este
    hecho el punto de partida de una serie de experimentos; todos esperaban que América
    penetraría los últimos secretos de aquel disco misterioso, y algunos hablaban ya de las
    sensibles perturbaciones que acarrearía su conquista al equilibrio europeo.
    Discutido el proyecto, no hubo un solo periódico que pusiese su realización en duda. Las
    colecciones, los folletos, las gacetas, los boletines publicados por las sociedades científicas,
    literarias o religiosas hicieron re-saltar sus ventajas, y la Sociedad de Historia Natural de
    Boston, la Sociedad Americana de Ciencias y Ar-tes de Albany, la Sociedad de Geografía y
    Estadística de Nueva York, la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia, el Instituto
    Sunthosontana de Washington, enviaron mil cartas de felicitación al GunClub, con
    ofre-cimientos de apoyo y dinero.
    Nunca proposición alguna había obtenido tan nu-merosas adhesiones. No hubo ninguna
    inquietud, nin-guna vacilación, ninguna duda. En cuanto a las chan-zonetas, a las
    caricaturas, a las canciones burlescas que hubieran acogido en Europa, y particularmente en
    Fran-cia, la idea de enviar un proyectil a la Luna, hubieran de-sacreditado al que los
    hubiese permitido, y todos los life preservers(1) del mundo hubieran sido impotentes para
    li-brarse de la indignación general. Hay cosas de las que na-die suele reírse en el Nuevo
    Mundo.
    Impey Barbicane fue desde aquel día uno de los más grandes ciudadanos de los Estados
    Unidos, algo como si dijéramos el Washington de la ciencia, y un rasgo de los muchos que
    pudiéramos citar, bastará para demostrar a qué extremo llegó la idolatría que a todo un
    pueblo me-recía un hombre.
    Algunos días después de la famosa sesión del Gun-Club, el director de una compañía
    inglesa de cómicos anunció en el teatro de Baltimore la representación de Much ado about
    nothing.(2) Pero la población de la ciu-dad, viendo en este título una alusión malévola a los
    proyectos del presidente Barbicane, invadió el teatro, hizo pedazos los asientos y obligó a
    variar su cartel al desgraciado director, el cual, hombre sagaz, inclinándo-se ante la
    voluntad pública, reemplazó la malhadada co-media por la titulada As you tithe it(3) que
    durante muchas semanas le valió un lleno completo.
    1. Arma de bolsillo que se compone de una ballena flexible y una bala de metal.
    2. Mucho ruido y pocas nueces, comedia de Shakespeare
    3. Como gustéis, obra del mismo autor.



    Continuará...


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    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:17

    IV

    Respuesta del observatorio de Cambridge


    Sin embargo, Barbicane no perdió un solo instante en medio de las ovaciones de que era
    objeto. Lo primero que hizo fue reunir a sùs colegas en el salón de conferencias del
    GunClub, donde después de una concienzuda dis-cusión, se convino en consultar a los
    astrónomos sobre la parte astronómica de la empresa. Conocida la respuesta, se debían
    discutir los medios mecánicos, no descuidando ni to más insignificante para asegurar el
    buen éxito de tan gran experimento.
    Se redactó, pues, y se dirigió al observatorio de Cam-bridge, en Massachusetts, una nota
    muy precisa que con-tenía preguntas especiales. La ciudad de Cambridge, donde se fundó
    la primera Universidad de los Estados Unidos, es justamente célebre por su observatorio
    astro-nómico. Allí se encuentran reunidos sabios del mayor mérito, y a11í funciona el
    poderoso anteojo que permitió a Bond resolver las nebulosas de Andrómeda, y a Clarke
    descubrir el satélite de Sirio. Aquel célebre estableci-miento tenía, por consiguiente,
    adquiridos muchos títu-los honrosos que justificaban la consulta del GunClub.
    Dos días después, la respuesta, tan impacientemente esperada, llegó a manos del presidente
    Barbicane.
    Estaba concebida en los siguientes términos:

    El director del observatorio de Cambridge al presidente del GunClub en Baltimore

    «Cambridge, 7 de octubre

    »Al recibir vuesta carta del 6 del corriente, dirigida al observatorio de Cambridge en
    nombre de los miembros del GunClub de Baltimore, nuestra junta directiva se ha reunido
    en el acto y ha resuelto responder lo que sigue:
    »Las preguntas que se le dirigen son:
    » 1ª ¿Es posible enviar un proyectil a la Luna?
    »2ª ¿Cuál es la distancia exacta que separa a la Tierra de su satélite?
    »3ª ¿Cuál será la duración del viaje del proyectil, dándole una velocidad inicial suficiente y,
    por consi-guiente, en qué momento preciso deberá dispararse para que encuentre a la Luna
    en un punto determinado?
    »4ª ¿En qué momento preciso se presentará la Luna en la posición más favorable para que
    el proyectil la alcance?
    »5ª ¿A qué punto del cielo se deberá apuntar el cañón destinado a lanzar el proyectil?
    »6ª ¿Qué sitio ocupará la Luna en el cielo en el mo-mento de disparar el proyectil?
    »Respuesta a la primera pregunta: ¿Es posible enviar un proyectil a la Luna?
    »Sí, es posible enviar un proyectil a la Luna, si se llega a dar a este proyectil una velocidad
    inicial de doce mil yar-das por segundo. El cálculo demuestra que esta velocidad es
    suficiente. A medida que se aleja de la Tierra, la acción del peso disminuirá en razón
    inversa del cuadrado de las distancias, es decir, que para una distancia tres veces ma-yor
    esta acción será nueve veces menor. En consecuencia, el peso de la bala disminuirá
    rápidamente, y se anulará del todo en el momento de quedar equilibrada la atracción de la
    Luna con la de la Tierra, es decir, a los 47/58 del trayec-to. En aquel momento el proyectil
    no tendrá peso alguno, y, si salva aquel punto, caerá sobre la Luna por el solo efecto de la
    atracción lunar. La posibilidad teórica del ex-perimento queda, pues, absolutamente
    demostrada, de-pendiendo únicamente su éxito de la potencia de is má-quina empleada.
    »Respuesta a la segunda pregunta: ¿Cuál es la distan-cia exacta que separa a la Tierra de su
    satélite?
    »La Luna no describe alrededor de la Tierra una cir-cunferencia, sino una elipse, de la cual
    nuestro globo ocu-pa uno de los focos, y por consiguiente la Luna se encuen-tra a veces
    más cerca y a veces más lejos de la Tierra, o, hablando en términos técnicos, a veces en su
    apogeo y a veces en su perigeo. La diferencia en el espacio entre su mayor y menor
    distancia es bastante considerable para que se la deba tener en cuenta. La Luna en su
    apogeo se halla a 247.552 millas (99.640 leguas de 4 kilómetros), y en su perigeo, a
    218.895 millas (88.010 leguas), lo que da una diferencia de 28.657 millas (11.630 leguas),
    que son más de una novena parte del trayecto que el proyectil ha de reco-rrer. La distancia
    perigea de la Luna es, pues, la que debe servir de base a los cálculos.
    »Respuesta a la tercera pregunta: ¿Cuál será la dura-ción del viaje del proyectil, dándole
    una velocidad inicial suficiente y, por consiguiente, en qué momento preciso deberá
    dispararse para que encuentre a la Luna en un pun-to determinado?
    »Si la bala conservase indefinidamente la velocidad inicial de doce mil yardas por segundo
    que le hubiesen dado al partir, no tardaría más que unas nueve horas en llegar a su destino;
    pero como esta velocidad inicial va continuamente disminuyendo, resulta, por un cálculo
    ri-guroso, que el proyectil tardará trescientos mil segundos, o sea ochenta y tres horas y
    veinte minutos en alcanzar el punto en que se hallan equilibradas las atracciones terres-tre y
    lunar, y desde dicho punto caerá sobre la Luna en cincuenta mil segundos, o sea trece
    horas, cincuenta y tres minutos y veinte segundos. Convendrá, pues, dispararlo noventa y
    siete horas, trece minutos y veinte segundos an-tes de la llegada de la Luna al punto a que
    se haya dirigido el disparo.
    »Respuesta a la cuarta pregunta: ¿En qué momento preciso se presentará la Luna en la
    posición más favorable para que el proyectil la alcance?
    »Después de lo que se ha dicho, es evidente que debe escogerse la época en que se halle la
    Luna en su perigeo, y al mismo tiempo el momento en que pase por el cenit, to que
    disminuirá el trayecto en una distancia igual al radio terrestre o sea 3.919 millas, de suerte
    que el trayecto defi-nitivo será de 214.966 millas (86.410 leguas). Pero si bien la Luna pasa
    todos los meses por su perigeo, no siempre en aquel momento se encuentra en su cenit. No
    se presen-ta en estas dos condiciones sino a muy largos intervalos. Será, pues, preciso
    aguardar la coincidencia del paso al pe-rigeo y al cenit. Por una feliz circunstancia, el 4 de
    diciem-bre del año próximo la Luna ofrecerá estas dos condicio-nes: a las doce de la noche
    se hallará en su perigeo, es decir, a la menor distancia de la Tierra, y, al mismo tiem-po,
    pasará por el cenit.
    »Respuesta a la quinta pregunta: ¿A qué punto del cielo se deberá apuntar el cañón
    destinado a lanzar el pro-yectil?
    »Admitidas las precedentes observaciones, el cañón deberá apuntarse al cenit(1) del lugar
    en que se haga el expe-rimento, de suerte que el tiro sea perpendicular al plano del
    horizonte, y así el proyectil se librará más pronto de los efectos de la atracción terrestre.
    Pero para que la Luna suba al cenit de un sitio, preciso es que la latitud de este si-tio no sea
    más alta que la declinación del astro, o, en otros términos, que el sitio no se halle
    comprendido entre 0° y 28° de latitud Norte o Sur.(2) En cualquier otro punto, el tiro
    tendría que ser necesariamente oblicuo, lo que con-traría el buen resultado del experimento.
    1. El cenit es el punto del cielo situado verticalmente sobre la ca-beza del observador.
    2. No hay, en efecto, más que las regiones del globo comprendidas entre el ecuador y los
    paralelos 28 en que la elevación de la Luna llega al cenit. Más a11á de 28 grados, la Luna
    se acerca tanto menos al cenit cuanto más avanza hacia los polos.

    »Respuesta a la sexta pregunta: ¿Qué sitio ocupará la Luna en el cielo en el momento de
    disparar el proyectil? »En el acto de lanzar la bala al espacio, la Luna, que avanza
    diariamente 13° 10' y 35», deberá encontrarse ale-jada del punto cenital cuatro veces esta
    distancia, o sea 52° 42' y 20", espacio que corresponde al camino que ella hará mientras
    dure el avance del proyectil. Pero como es preci-so tener también en cuenta el desvío que
    hará sufrir a la bala el movimiento de rotación de la Tierra, y como la bala no llegará a la
    Luna sino después de haber sufrido una desviación igual a dieciséis radios terrestres, los
    cùa-les, contados con la órbita de la Luna, son unos 11°, éstos se deben añadir a los que
    expresan el retraso de la Luna, ya mencionado, o sean 64°. Así pues, en el momento del
    tiro, el rayo visual dirigido a la Luna formará con la vertical del sitio del experimento un
    ángulo de 64°.



    Continuará...


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:20

    »Tales son las respuestas que da el observatorio de Cambridge a las preguntas de los
    miembros del Gun-Club.
    »En resumen:
    »1.° El cañón deberá colocarse en un país situado en-tre 0° y 28° de latitud Norte o Sur.
    »2.° Deberá apuntarse al cenit del sitio del experi-mento.
    »3 ° El proyectil deberá estar dotado de una velocidad inicial de 12.000 yardas por
    segundo.
    »4.° Deberá dispararse el primero de diciembre del año próximo a las once horas menos
    tres minutos y veinte segundos.
    »5 ° Encontrará a la Luna cuatro días después de su partida, el 4 de diciembre, a las doce de
    la noche en punto, en el momento de pasar por el cenit.
    »Los miembros del GunClub deben, por tanto, em-prender sin pérdida de tiempo los
    trabajos que requiere su empresa y hallarse prontos a obrar en el momento deter-minado,
    pues, si dejan pasar el 4 de diciembre, no hallarán la Luna en las mismas condiciones de
    perigeo y de cenit hasta que hayan transcurrido dieciocho años y once días.
    »La junta directiva del observatorio de Cambridge se pone enteramente a disposición del
    GunClub para las cuestiones de astronomía teórica, y une por la presente sus
    felicitaciones a las de la América entera.
    »Por la junta:
    J. M. BELFAST
    »Director del observatorio de Cambridge.»

    V


    La novela de la Luna


    Un observador dotado de una vista infinitamente penetrante y colocado en este centro
    desconocido a cuyo alrededor gravita el mundo, habría visto en la épo-ca caótica del
    Universo miríadas de átomos que pobla-ban el espacio. Pero poco a poco, pasando siglos y
    si-glos, se produjo una variación, manifestándose una ley de atracción, a la cual se
    subordinaron los átomos hasta entonces errantes. Aquellos átomos se combinaron
    quí-micamente según sus afinidades, se hicieron moléculas y formaron esas acumulaciones
    nebulosas de que están sembradas las profundidades del espacio.
    Animó luego aquellas acumulaciones un movimien-to de rotación alrededor de su punto
    central. Aquel cen-tro formado de moléculas vagas, empezó a girar alre-dedor de sí mismo,
    condensándose progresivamente. Además, siguiendo leyes de mecánica inmutables, a
    me-dida que por la condensación disminuía su volumen, su movimiento de rotación se
    aceleró, de lo que resultó una estrella principal, centro de las acumulaciones nebulosas.
    Mirando atentamente, el observador hubiera visto entonces las demás moléculas de la
    acumulación condu-cirse como la estrella central, condensarse de la misma manera por un
    movimiento de rotación bajo forma de innumerables estrellas. La nebulosa estaba formada.
    Los astrónomos cuentan actualmente cerca de 5.000 nebu-losas.

    Hay una entre ellas que los hombres han llamado la Vía Láctea, la cual contiene dieciocho
    millones de estre-llas, siendo cada estrella el centro de un mundo solar.
    Si el observador hubiese entonces examinado espe-cialmente entre aquellos dieciocho
    millones de astros, uno de los más modestos y menos brillantes,(1) una estre-lla de cuarto
    orden, la que llamamos orgullosamente el Sol, todos los fenómenos a que se debe la
    formación del Universo se hubieran realizado sucesivamente a su vista.
    1. El diámetro de Sirio, según Wollaston, es doce veces mayor que el del Sol.

    Hubiera visto al Sol, en estado gaseoso aún y com-puesto de moléculas movibles, girando
    alrededor de su eje para consumar su trabajo de concentración. Este movimiento, sometido
    a las leyes de la mecánica, se hu-biese acelerado con la disminución de volumen, Ilegan-do
    un momento en que la fuerza centrífuga prevaleciese sobre la centrípeta, que tiende a
    impeler las moléculas hacia el centro.
    Entonces, a la vista del observador se habría presen-tado otro fenómeno. Las moléculas
    situadas en el plano del ecuador, escapándose como la piedra de una honda que se rompe
    súbitamente, habrían ido a formar alrede-dor del Sol varios anillos concéntricos semejantes
    a los de Saturno. Aquellos anillos de materia cósmica, dota-dos a su vez de un movimiento
    de rotación alrededor de la masa central, se habrían roto y descompuesto en ne-bulosidades
    secundarias, es decir, en planetas.

    Si el observador hubiese entonces concentrado en estos planetas toda su atención, les habría
    visto condu-cirse exactamente como el Sol y dar nacimiento a uno o más anillos cósmicos,
    origen de esos astros de orden in-ferior que se llaman satélites.
    Así pues, subiendo del átomo a la molécula, de la molécula a la acumulación, de la
    acumulación a la nebu-losa, de la nebulosa a la estrella principal, de la estrella principal al
    Sol, del Sol al planeta y del planeta al satélite, tenemos toda la serie de las transformaciones
    experi-mentadas por los cuerpos celestes desde los primeros días del mundo.
    El Sol parece perdido en las inmensidades del mun-do estelar, y, sin embargo, según las
    teorías que actual-mente privan en la ciencia, se había subordinado a la ne-bulosa de la Vía
    Láctea. Centro de un mundo, aunque tan pequeño parece en medio de las regiones etéreas,
    es, sin embargo, enorme, pues su volumen es un millón cuatrocientas mil veces mayor que
    el de la Tierra. A su alrededor gravitan ocho planetas, salidos de sus mismas entrañas en los
    primeros tiempos de la Creación. Estos planetas, enumerándolos por el orden de su
    proxi-midad, son: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
    Además, entre Marte y Jú-piter circulan regularmente otros cuerpos menos con-siderables,
    restos errantes tal vez de un astro hecho pe-dazos, de los cuales el telescopio ha reconocido
    ya ochenta y dos.(1)

    1. Algunos de estos asteroides son tan pequeños, que a paso gim-nástico, se podría dar una
    vuelta a su alrededor en un solo día.

    De estos servidores que el Sol mantiene en su órbita elíptica por la gran ley de la
    gravitación, algunos poseen también sus satélites. Urano tiene ocho; Saturno otros tantos;
    Júpiter, cuatro; Neptuno, tres; la Tierra, uno. Este último, uno de los menos importantes del
    mundo solar, se llama Luna, y es el que el genio audaz de los americanos pretendía
    conquistar.
    El astro de la noche, por su proximidad relativa y el espectáculo rápidamente renovado de
    sus diversas fa-ses, compartió con el Sol, desde los primeros días de la humanidad, la
    atención de los habitantes de la Tierra. Pero el Sol ofende los ojos al mirarlo, y los torrentes
    de luz que despide obligan a cerrarlos a los que los con-templan.
    La plácida Febe, más humana, se deja ver compla-ciente con su modesta gracia; agrada a la
    vista, es poco ambiciosa y, sin embargo, se permite alguna vez eclipsar a su hermano, el
    radiante Apolo, sin ser nunca eclipsada por él. Los mahometanos, comprendiendo el
    reconoci-miento que debían a esta fiel amiga de la Tierra, han re-gulado sus meses en base
    a su revolución.(1)

    1. La revolución de la Luna dura unos veintisiete días y medio.

    Los primeros pueblos tributaron un culto muy pre-ferente a esta casta deidad. Los egipcios
    la llamaban Isis; los fenicios, Astarté; los griegos la adoraron bajo el nombre de Febe, hija
    de Latona y de Júpiter, y explica-ban sus eclipses por las visitas misteriosas de Diana al
    bello Endimión. Según la leyenda mitológica, el león de Nemea recorrió los campos de la
    Luna antes de su apari-ción en la Tierra, y el poeta Agesianax, citado por Plu-tarco, celebró
    en sus versos aquella amable boca, aque-lla nariz encantadora, aquellos dulces ojos,
    formados por las partes luminosas de la adorable Selene.
    Pero si bien los antiguos comprendieron a las mil maravillas el carácter, el temperamento,
    en una palabra, las cualidades morales de la Luna bajo el punto de vista mitológico, los más
    sabios que había entre ellos perma-necieron muy ignorantes en selenografía.
    Sin embargo, algunos astrónomos de épocas remo-tas descubrieron ciertas particularidades
    confirmadas actualmente por la ciencia. Si bien los acadios preten-dieron haber habitado la
    Tierra en una época en que la Luna no existía aún, si bien Simplicio la creyó inmóvil y
    colgada de la bóveda de cristal, si bien Tasio la conside-ró como un fragmento desprendido
    del disco solar; si bien Clearco, el discípulo de Aristóteles, hizo de ella un bruñido espejo
    en que se reflejaban las imágenes del océano; si bien otros, en fin, no vieron en ella más
    que una acumulación de vapores exhalados por la Tierra o un globo medio fuego, medio
    hielo, que giraba alrede-dor de sí mismo, algunos sabios, por medio de observa-ciones
    sagaces, a falta de instrumentos de óptica, sospe-charon la mayor parte de las leyes que
    rigen al astro de la noche.

    Tales de Mileto, seiscientos años antes de jesucristo, emitió la opinión de que la Luna
    estaba iluminada por el Sol. Aristarco de Samos dio la verdadera explicación de sus fases.
    Cleómedes enseñó que brillaba con una luz re-fleja. El caldeo Beroso descubrió que la
    duración de su movimiento de rotación era igual a la de su movimiento de traslación, y así
    explicó cómo la Luna presenta siem-pre la misma faz. Por último, Hiparco, dos siglos antes
    de la era cristiana, reconoció algunas desigualdades en los movimientos aparentes del
    satélite de la Tierra.
    Estas distintas observaciones se confirmaron des-pués, y de ellas sacaron partido nuevos
    astrónomos. To-lomeo, en el siglo ii, y el árabe Abul Wefa, en el siglo x, completaron las
    observaciones de Hiparco sobre las de-sigualdades que sufre la Luna siguiendo la línea
    tortuosa de su órbita, bajo la acción del Sol. Después, Copérnico, en el siglo XV, y Tycho
    Brahe, en el siglo XVI, expusieron completamente el sistema solar, y el papel que
    desempe-ña la Luna entre los cuerpos celestes.
    Ya en aquella época, sus movimientos estaban casi determinados; pero de su constitución
    física se sabía muy poca cosa. Entonces fue cuando Galileo explicó los fenómenos de luz
    producidos en ciertas fases por la existencia de montañas, a las que dio una altura media de
    4.500 toesas.

    Después Hevelius, un astrónomo de Dantzig, rebajó a 2.600 toesas las mayores alturas,
    pero su compañero, Riccioli, las elevó a 7.000.
    A fines del siglo XVIII, Herschel, armado de un pode-roso telescopio, redujo mucho las
    precedentes medidas. Dio 2.900 toesas a las montañas más elevadas, y redujo por término
    medio las diferentes alturas a 400 toesas solamen-te. Pero Herschel se equivocaba también,
    y se necesitaron las observaciones de Schoeter, Louville, Halley, Nasmith, Bianchini,
    Pastor¡, Lohrman, Gruithuisen y, sobre todo, los minuciosos estudios de Beer y de
    Moedler, para resol-ver la cuestión de una manera definitiva. Gracias a los men-cionados
    sabios, la elevación de las montañas de la Luna se conoce en la actualidad perfectamente.
    Beer y Moedler han medido 1.905 alturas, de las cuales seis pasan de 2.600 toesas y
    veintidós pasan de 2.400.(1) La más alta cima sobre-sale de la superficie del disco lunar
    3.801 toesas.

    1. La altura del Mont Blanc es de 4.813 metros sobre el nivel del mar.




    Continuará...


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:23

    A1 mismo tiempo, se completaba el reconocimiento del disco de la Luna, el cual aparecía
    acribillado de cráte-res, confirmándose en todas las observaciones su natu-raleza
    esencialmente volcánica. De la falta de refracción en los rayos de los planetas que ella
    oculta, se deduce que le falta casi absolutamente atmósfera. Esta carencia de aire supone
    falta de agua y, por consiguiente, los sele-nitas, para vivir en semejantes condiciones, deben
    tener una organización especial y diferenciarse singularmente de los habitantes de la Tierra.
    Por último, gracias a nuevos métodos, instrumentos más perfeccionados registraron
    ávidamente la Luna, no dejando inexplorado ningún punto en su hemisferio, no obstante
    medir su diámetro 2.150 millas(1) y ser su su-perficie igual a una 13ª parte de la del
    globo,(2) y su Volu-men una 49ª parte de la esfera terrestre; pero ninguno de estos secretos
    podía serlo eternamente para los sabios astrónomos, que llevaron más lejos aún sus
    prodigiosas observaciones.


    1. 3.475 kilómetros, es decir, algo más de una cuarta parte del diá-metro terrestre.
    2. Treinta y ocho millones de kilómetros cuadrados.

    Ellos notaron que, durante el plenilunio, el disco aparecía en ciertas partes, marcado de
    líneas negras. Es-tudiando estas líneas con mayor precisión, llegaron a darse cuenta exacta
    de su naturaleza. Aquellas líneas eran surcos largos y estrechos, abiertos entre bordes
    pa-ralelos que terminaban generalmente en las márgenes de los cráteres. Tenían una
    longitud comprendida entre diez y cien millas, y una anchura de 800 toesas. Los
    as-trónomos las llamaron ranura, pero darles este nombre es todo to que supieron hacer. En
    cuanto a averiguar si eran lechos secos de antiguos ríos, no pudieron resol-verlo de una
    manera concluyente. Los americanos espe-raban poder, un día a otro, determinar este hecho
    geoló-gico. Se reservaban igualmente la gloria de reconocer aquella serie de parapetos
    paralelos, descubiertos en la superficie de la Luna por Gruithuisen, sabio profesor de
    Munich, que las consideró como un sistema de fortifica-ciones levantadas por los
    ingenieros selenitas. Estos dos puntos, aún oscuros, y otros sin duda, no podían acla-rarse
    definitivamente, sino por medio de una comunica-ción directa con la Luna.

    En cuanto a la intensidad de su luz, nada había que aprender, pues ya se sabía que es
    300.000 veces más débil que la del Sol, y que su calor no ejerce sobre los termó= metros
    ninguna acción apreciable. Respecto del fenó-meno conocido con el nombre de luz
    cenicienta, se ex
    plica naturalmente por el efecto de los rayos del Sol re-chazados de la Tierra a la Luna, los
    cuales completan, al parecer, el disco lunar, cuando éste se presenta en cuarto creciente o
    menguante.
    Tal era el estado de los conocimientos adquiridos sobre el satélite de la Tierra, que el
    GunClub se propu-so completar bajo todos los puntos de vista, tanto cos-mográficos y
    geológicos como políticos y morales.


    VI

    Lo que no es posible dudar y lo que no es permitido creer en los Estados Unidos


    La proposición de Barbicane había tenido por resul-tado inmediato el poner sobre el tapete
    todos los hechos astronómicos relativos al astro de la noche. Todos los ciudadanos de la
    Unión se dieron a estudiarlo asidua-mente. Hubiérase dicho que la Luna aparecía por
    pri-mera vez en el horizonte y que nadie hasta entonces la había entrevisto en el cielo. Se
    puso de moda, era el alma de todas las conversaciones, sin menoscabo de su mo-destia, y
    tomó sin envanecerse un puesto de preferencia entre los astros. Los periódicos reprodujeron
    las anéc-dotas añejas en que el Sol de los lobos figuraba como protagonista; recordaron las
    influencias que le atribuía la ignorancia de las primeras edades; la cantaron en to-dos los
    tonos, y poco le faltó para que citasen de ella al-gunas frases ingeniosas. América entera se
    sintió acome-tida de selenomanía.
    Las revistas científicas trataron más especialmente las cuestiones que se referían a la
    empresa del Gun-Club, y publicaron, comentándola y aprobándola sin reserva, la carta del
    observatorio de Cambridge.

    A nadie, ni aun al más lego de los yanquis, le estaba permitido ignorar uno solo de los
    hechos relativos a su satélite, ni respecto del particular se hubiera tampoco tolerado que las
    personas de menos cacumen hubiesen admitido supersticiosos errores. La ciencia llegaba a
    to-das partes bajo todas las formas imaginables; penetraba por los oídos, por los ojos, por
    todos los sentidos; en una palabra, era imposible ser un asno... en astronomía.
    Hasta entonces la generalidad ignoraba cómo se ha-bía podido calcular la distancia que
    separa la Luna de la Tierra. Los sabios se aprovecharon de las circunstancias para enseñar
    hasta a los más negados que la distancia se obtenía midiendo el paralaje de la Luna. Y si la
    palabra paralaje les dejaba a oscuras, decían que paralaje es el ángulo formado por dos
    líneas rectas que parten a la Luna desde cada una de las extremidades del radio te-rrestre. Y
    si alguien dudaba de la perfección de este mé-todo, se le probaba inmediatamente que esta
    distancia media no sólo era de 234.347 millas (94.330 leguas), sino que los astrónomos no
    se equivocaban ni en 70 millas (30 leguas).
    A los que no estaban familiarizados con los movi-mientos de la Luna, los periódicos les
    demostraban dia-riamente que la Luna posee dos movimientos distintos, el primero llamado
    de rotación alrededor de su eje, y el segundo llamado de traslación alrededor de la Tierra,
    verificándose los dos en igual período de tiempo, o sea en veintisiete días y un tercio.(1)
    1. Es la duración de la revolución sideral, es decir, el tiempo que tarda la Luna en volver a
    una misma estrella.

    El movimiento de rotación es el que crea el día y la noche en la superficie de la Luna, pero
    no hay más que un día, más que una noche por cada mes lunar, durando cada uno
    trescientas cincuenta y cuatro horas y un ter-cio. Afortunadamente para ella, el hemisferio
    que mira
    al globo terrestre está alumbrado por éste con una inten-sidad igual a la luz de catorce
    Lunas. En cuanto al otro hemisferio, siempre invisible, tiene, como es natural, trescientas
    cincuenta y cuatro horas de una noche abso-luta, algo atemperada por la pálida claridad que
    cae de las estrellas. Este fenómeno se debe únicamente a que los movimientos de rotación y
    traslación se verifican en un período de tiempo rigurosamente igual, fenómeno común,
    según Cassini y Hers, a los satélites de Júpiter y muy probablemente a todos los otros.
    Algún individuo muy aplicado, pero algo duro de mollera, no comprendía fácilmente que si
    la Luna pre-sentaba invariablemente la misma faz a la Tierra durante su traslación, fuese
    esto debido a que en el mismo perío-do de tiempo describía una vuelta alrededor de sí
    misma. A esto se le decía:

    Vete al comedor, da una vuelta alrededor de la mesa mirando siempre su centro, y cuando
    hayas con-cluido o paseo circular, habrás dado una vuelta alrede-dor de ti mismo, pues que
    tu vista habrá recorrido suce-sivamente todos los puntos del comedor. Pues bien, el
    comedor es el Cielo, la mesa es la Tierra y tú eres la Luna.
    Y los más reacios quedaban encantados de la compa-ración.
    Tenemos, pues, que la Luna presenta incesantemen-te el mismo hemisferio a la Tierra, si
    bien, para ser más exactos, debemos añadir que, a consecuencia de cierto balance y
    bamboleo del Norte al Sur y del Oeste al Este llamado libración, se deja ver un poco más de
    la mitad de su disco, o sea cincuenta y siete centésimas partes de él aproximadamente.
    Luego que los ignorantes por to que atañe al movi-miento de rotación de la Luna
    supieron tanto como el director del observatorio de Cambridge, se ocuparon de su
    movimiento de traslación alrededor de la Tierra, y veinte revistas científicas les instruyeron
    inmediatamen-te. Entonces supieron que el firmamento, con su infini-dad de estrellas,
    puede considerarse como un vasto cua-drante por el que la Luna se pasea indicando la hora
    verdadera a todos los habitantes de la Tierra. Supieron también que en este movimiento el
    astro de la noche presenta sus diferentes fases; que la Luna es llena cuando se halla en
    oposición con el Sol, es decir, cuando los tres astros se hallan sobre la misma línea, estando
    la Tierra en medio; que la Luna es nueva cuando se halla en conjun-ción con el Sol, es
    decir, cuando se halla entre la Tierra y él, y, por fin, que la Luna se halla en su primero o su
    úl-timo cuarto cuando forma con el Sol y la Tierra un án-gulo recto del cual ocupa el
    vértice.

    Algunos yanquis perspicaces deducían entonces la consecuencia de que los eclipses no
    pueden reproducir-se sino en las épocas de conjunción o de oposición, y raciocinaban
    perfectamente. En conjunción, la Luna puede eclipsar al Sol, al paso que en oposición es la
    Tie-rra quien puede eclipsar a la Luna, y si estos eclipses no sobrevienen dos veces al mes,
    se debe a que el plano en que se mueve la Luna está inclinado sobre la eclíptica, o en otros
    términos, sobre el plano en que se mueve la Tierra.
    Respecto a la altura que el astro de la noche puede alcanzar en el horizonte, la carta del
    observatorio de Cambridge ya había dicho cuanto podía desearse. To-dos sabían que la
    altura varía según la latitud del lugar desde el cual se observa. Pero las únicas zonas del
    globo en que la Luna pasa por el cenit, es decir, en que se colo-ca diariamente encima de la
    cabeza de los que la contem-plan, se hallan necesariamente comprendido entre el pa-ralelo
    28 y el ecuador. De aquí la importancia suma de la recomendación de hacer el experimento
    desde un punto cualquiera de esta parte del globo, a fin de que el proyec-til pudiera avanzar
    perpendicularmente y sustraerse más pronto a la acción de la gravedad. Esta condición era
    esencial para el buen resultado de la empresa, y no deja-ba de preocupar vivamente a la
    opinión pública.

    En cuanto a la línea que sigue la Luna en su trasla-ción alrededor de la Tierra, el
    observatorio de Cambrid-ge se había expresado tan claramente que los más igno-rantes
    comprendieron que es una línea curva entrante, una elipse y no un círculo en que la Tierra
    ocupa uno de los focos. Estas órbitas elípticas son comunes a todos los planetas y a todos
    los satélites, y la mecánica racional prueba rigurosamente que no puede ser otra cosa. Para
    todos fue evidente que la Luna se halla to más lejos posi-ble de la Tierra estando en su
    apogeo y to más cerca en su perigeo.
    He aquí, pues, lo que todo americano sabía de grado o por fuerza, y to que nadie podía
    ignorar decentemen-te. Pero si muy fácil fue vulgarizar rápidamente estos principios, no lo
    fue tanto desarraigar muchos errores y ciertos miedos ilusorios.

    Algunas almas pacatas sostenían que la Luna era un antiguo cometa que, recorriendo su
    órbita alrededor del Sol, pasó junto a la Tierra y se detuvo en su círculo de atracción. Así
    pretendían explicar los astrónomos de sa-lón el aspecto ceniciento de la Luna, desgracia
    irrepara-ble de que acusaban al astro radiante. Verdad es que cuando se les hacía notar que
    los cometas tienen atmós-fera y que la Luna carece de ella o poco menos, se enco-gían de
    hombros sin saber qué responder.

    Otros, pertenecientes al gremio de los temerosos, manifestaban respecto de la Luna cierto
    pánico. Habían oído decir que, según las observaciones hechas en tiem-po de los califas, el
    movimiento de rotación de la Luna se aceleraba en cierta proporción, de to que dedujeron,
    ló-gicamente sin duda, que a una aceleración de movimien-to debía corresponder una
    disminución de distancia en-tre los dos astros, y que prolongándose hasta lo infinito este
    doble efecto, la Luna, al fin y al cabo, había de cho-car con la Tierra. Debieron, sin
    embargo, tranquilizarse y dejar de temer por la suerte de las generaciones futuras cuando se
    les demostró que, según los cálculos del ilustre matemático francés Laplace, esta
    aceleración de movi-miento estaba contenida dentro de límites muy estre-chos, y que no
    tardaría en suceder a ella una disminución proporcional. El equilibrio del mundo solar no
    podía, por consiguiente, alterarse en los siglos venideros.

    Quedaba en último término la clase supersticiosa de los ignorantes, que no se contentan con
    ignorar, sino que saben lo que no es, y respecto de la Luna sabían de-masiado; algunos de
    ellos consideraban su disco como un bruñido espejo por cuyo medio se podían ver desde
    distintos puntos de la Tierra y comunicarse sus pensa-mientos. Otros pretendían que de las
    mil Lunas nuevas observadas, novecientas cincuenta habían acarreado no-tables
    perturbaciones, tales como cataclismos, revolu-ciones, terremotos, diluvios, pestes, etc., es
    decir, que creían en la influencia misteriosa del astro de la noche sobre los destinos
    humanos. La miraban como el verda-dero contrapeso de la existencia: creían que cada
    selenita correspondía a un habitante de la Tierra, al cual estaba unido por uri lazo
    simpático; decían, con el doctor Mead, que el sistema vital le está enteramente sometido, y
    sostenían con una convicción profunda que los varo-nes nacen principalmente durante la
    Luna llena y las hembras en el cuarto menguante, etcétera.

    Pero tuvie-ron, al fin, que
    renunciar a tan groseros errores y re-conocer la verdad, y si bien la Luna, despojada de su
    supuesta influencia, perdió en el concepto de ciertos cortesanos toda su categoría, si
    algunos le volvieron la espalda, se declaró partidario suyo la inmensa mayoría. En cuanto a
    los yanquis, no abrigaban más ambición que la de tomar posesión de aquel nuevo
    continente de los aires para enarbolar en la más erguida cresta de sus montañas el poderoso
    pabellón, salpicado de estrella: de los Estados Unidos de América.




    Continuará...


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:26

    VII

    El himno al proyectil

    En su memorable carta del 7 de octubre, el observa-torio de Cambridge había tratado la
    cuestión bajo el punto de vista astronómico, pero era preciso resolverla mecánicamente. En
    este concepto las dificultades prácti-cas hubieran parecido insuperables a cualquier otro
    país que no hubiese sido América. En los Estados Unidos pareció cosa de juego.
    El presidente Barbicane había nombrado, sin pérdi-da de tiempo, en el seno del GunClub,
    una comisión ejecutiva. Esta comisión debía en tres sesiones dilucidar las tres grandes
    cuestiones del cañón, del proyectil y de las pólvoras. Se componía de cuatio miembros muy
    conocedores de estas materias. Barbicane, con voto pre-ponderante en caso de empate, el
    general Morgan, el ma-yor Elphiston y el inevitable J. T. Maston, a quien se confiaron las
    funciones de secretario.

    El 8 de octubre, la comisión se reunió en casa del presidente Barbicane: 3, Republican
    Street. Como im-portaba mucho que el estómago no turbase con sus gri-tos una discusión
    tan grave, los cuatro miembros del GunClub se sentaron a una mesa cubierta de
    bocadillos y de enormes teteras. Enseguida J. T. Maston fijó su plu-ma en su brazo postizo,
    y empezó la sesión.
    Barbicane tomó la palabra.
    Mis queridos colegas dijo, estamos llamados a resolver uno de los más importantes
    problemas de la ba-lística, la ciencia por excelencia, que trata del movimiento de los
    proyectiles, es decir, de los cuerpos lanzados al espacio por una fuerza de impulsión
    cualquiera y aban-donados luego a sí mismos.

    ¡Oh! ¡La balística! ¡La balística! exclamó J. T. Maston con voz conmovida.
    Tal vez hubiera parecido más lógico repuso Bar-bicane dedicar esta primera sesión a
    la discusión del cañón...
    En efecto respondió el general Morgan.
    Sin embargo repuso Barbicane, después de ma-duras reflexiones, me ha parecido que
    la cuestión del proyectil debía preceder a la del cañón, y que las dimen-siones de éste
    debían subordinarse a las de aquél.
    Pido la palabra lijo J. T. Maston.

    Se le concedió la palabra con la prontitud y esponta-neidad a que le hacía acreedor su
    magnífico pasado.
    Mis dignos amigos dijo con acento inspirado, nuestro presidente tiene razón en dar a
    la cuestión del proyectil preferencia sobre todas las otras. La bala que vamos a enviar a la
    Luna es nuestro mensajero, nuestro embajador, y os suplico que me permitáis considerarlo
    bajo un punto de vista puramente moral.
    Esta manera nueva de examinar un proyectil excitó singularmente la curiosidad de los
    miembros de la comi-sión, por to que escucharon con la más viva atención las palabras de
    J. T. Maston.
    Mis queridos colegas repuso éste, seré breve. Dejaré a un lado la bala física, la bala
    que mata, para no ocuparme más que de la bala matemática, la bala moral. La bala es para
    mí la más brillante manifestación del po-der humano; éste se resume enteramente en ella:
    creán-dola es como el hombre se ha acercado más al Creador.
    ¡Muy bien! dijo el mayor Elphiston.

    En efecto exclamó el orador, si Dios ha hecho las estrellas y los planetas, el hombre
    ha hecho la bala, este criterio de las velocidades terrestres, esta reducción de los astros
    errantes en el espacio, que en definitiva tam-poco son más que proyectiles. ¡A Dios
    corresponde la velocidad de la electricidad, la velocidad de la luz, la ve-locidad de las
    estrellas, la velocidad de los cometas, la velocidad de los planetas, la velocidad de los
    satélites, la velocidad del sonido, la velocidad del viento! ¡Pero a nosotros la velocidad de
    la bala, cien veces superior a la de los trenes y a la de los caballos más rápidos!
    J. T. Maston estaba en éxtasis: su voz tomaba acen-tos líricos cantando este himno sagrado
    a la bala.

    ¿Queréis cifras? repuso. ¡Os las presentaré elo-cuentes! Fijaos sencillamente en la
    modesta bala de vein-ticuatro(1): si bien corre con una velocidad ochocientas mil veces
    menor que la de la electricidad, seiscientas cua-renta mil veces menor que la de la luz, y
    setenta y seis ve-ces menor que la de la Tierra en su movimiento de trasla-ción alrededor
    del Sol, sin embargo, al salir del canon, excede en rapidez al sonido,(2) avanza 200 toesas
    por se-gundo, 2.000 toesas en diez segundos, 14 millas por minuto (6 leguas), 840 millas
    por hora (360 leguas) y 20.100 millas por día (8.640 leguas), es decir, la velocidad de los
    puntos del ecuador en el movimiento de rotación del globo, que es de 7.336.500 millas por
    año (3.155.760 leguas). Tardaría, pues, once días en trasladarse a la Lu-na, doce años en
    llegar al Sol, trescientos sesenta años en alcanzar a Neptuno, en los límites del mundo solar.
    ¡He aquí lo que haría esta modesta bala, obra de nuestras ma-nos! ¿Qué será, pues, cuando
    haciendo esta velocidad veinte veces mayor la lancemos a una rapidez de 7 millas por
    segundo? ¡Bala soberbia! ¡Espléndido proyectil! ¡Me complazco en pensar que serás a11á
    arriba recibida con los honores debidos a un embajador terrestre!

    1. Es decir, que pesa veinticuatro libras.
    2. Así es que cuando se ha oído el estampido de la boca de fuego, el que to ha oído no
    puede ser ya herido por la bala.

    Entusiastas hurras acogieron esta retumbante pero-ración, y J. T. Maston, muy conmovido,
    se sentó entre las felicitaciones de sus colegas.
    Y ahora dijo Barbicane que hemos pagado un tributo a la poesía, vámonos
    directamente al grano.
    Vamos al grano respondieron los miembros del comité, echándose cada uno al coleto
    media docena de bocadillos.
    Ya sabéis cuál es el problema que hay que resolver repuso el presidente. Se trata de
    dar a un proyectil una velocidad de 12.000 yardas por segundo. Tengo motivos para creer
    que to conseguiremos. Pero ahora examine-mos las velocidades obtenidas hasta la fecha.
    Acerca del particular, el general Morgan podrá instruirnos.

    Tanto más respondió el general cuanto que, du-rante la guerra, era miembro de la
    comisión de experi-mentos. Os diré, pues, que los cañones de a 100 de Dahl-green, que
    alcanzaban 2.500 toesas, daban a su proyectil una velocidad inicial de 500 yardas por
    segundo.
    Bien. ¿Y el columbiad (1) Rodynan? preguntó el pre-sidente.
    1. Los americanos dan el nombre de columbiad a estas enormes máquinas de destrucción.

    El columbiad Rodman, ensayado en el fuerte Ha-milton, lanzaba una bala de media
    tonelada de peso a una distancia de 6 millas, a una velocidad de 800 yardas por segundo,
    resultado que no han obtenido nunca en Inglaterra, Armstrong y Pallisier.
    ¡Oh! ¡Los ingleses! murmuró J. T. Maston, vol-viendo hacia el horizonte del Este su
    formidable mano postiza.
    ¿Así pues repuso Barbicane, 800 yardas son el máximo de la velocidad alcanzada
    hasta ahora en balís-tica?
    Sí respondió Morgan.

    Diré, sin embargo replicó J. T. Maston, que si mi mortero no hubiese reventado...
    Sí, pero reventó respondió Barbicane con un ade-mán benévolo. Tomemos, pues, por
    punto de partida la velocidad de 800 yardas. La necesitamos veinte veces mayor. Dejando
    para otra sesión la discusión de los me-dios destinados a producir esta velocidad, Ilamo
    vuestra atención, mis queridos colegas, sobre las dimensiones que conviene dar a la bala.
    Bien comprendéis que no se trata ahora de proyectiles que pesen media tonelada.
    ¿Por qué no? preguntó el mayor.
    Porque respondió al momento J. T. Maston se necesita una bala que sea bastante
    grande para llamar la atención de los habitantes de la Luna, en el supuesto de que la Luna
    tenga habitantes.
    Sí respondió Barbicane, y también por otra ra-zón aún más importante.
    ¿Qué queréis decir, Barbicane? preguntó el mayor.

    Quiero decir que no basta enviar un proyectil para no volverse a ocupar de él; es menester
    que le sigamos durante su viaje hasta el momento de llegar a su destino.
    ¡Cómo! dijeron el general y el mayor, algo sor-prendidos de la proposición.
    Es natural repuso Barbicane con la seguridad de un hombre que sabe to que se dice,
    de otra suerte nues-tro experimento no produciría el menor resultado.
    Pero entonces replicó el mayor ¿vais a dar al proyectil dimensiones enormes?

    No, escuchadme. Ya sabéis que los instrumentos de óptica han adquirido una perfección
    suma. Con cier-tos telescopios se han llegado a obtener aumentos de seis mil veces el
    tamaño natural, y a acercar la Luna a unas dieciséis leguas. A esta distancia, los objetos
    cuyo volu-men es de 60 pies, son perfectamente visibles. Si no se ha llevado más lejos el
    poder de penetración de los telescopios, ha sido porque este poder no se ejerce sino en
    me-noscabo de la claridad; la Luna, que no es más que un es-pejo reflector, no envía una
    luz bastante intensa para que se pueda llevar el aumento más allá de ese límite.
    ¿Qué pensáis, pues, hacer? preguntó el general. ¿Daréis a vuestro proyectil un
    diámetro de sesenta pies?
    ¡No!
    ¿Os comprometéis, pues, a volver la Luna más lu-minosa?
    Precisamente.
    ¡Me gusta la ocurrencia! exclamó J. T. Maston.
    Es una cosa muy sencillarespondió Barbicane. Si se llega a disminuir la densidad de
    la atmósfera que atra-viesa la luz de la Luna, ¿no es evidente que se habrá vuel-to esta luz
    más intensa?
    Evidentemente.

    Pues bien, para obtener este resultado, me bastará colocar mi telescopio en alguna
    montaña elevada, y es lo que haremos.
    Convenido, convenido respondió el mayor. ¡Te-néis una manera de simplificar las
    cosas...! ¿Y qué au-mento esperáis obtener así?
    Un aumento de cuarenta y ocho mil veces, que nos pondrá la Luna a una distancia que
    será no más que de cinco millas, y los objetos para ser visibles no necesita-rán tener más
    que un diámetro de nueve pies.
    ¡Perfectamente! exclamó J. T. Maston. ¿Nuestro proyectil va a tener nueve pies de
    diámetro?
    Ni más ni menos.
    Permitidme deciros, sin embargo repuso el mayor Elphiston, que, aun así, será un
    peso tal ... .
    ¡Oh, mayor! respondió Barbicane. Antes de dis-cutir su peso, permitidme deciros que
    nuestros padres hacían, en este género, maravillas. Lejos de mí la idea de que la balística no
    ha progresado, pero bueno es saber que ya en la Edad Media se obtenían resultados
    sorprendentes, y aun me atreveré a decir más sorprendentes que los nuestros.
    Eso contádselo a mi abuelareplicó Morgan.

    Justificad vuestras palabras exclamó al momento J. T. Maston.
    Nada más fácil replicó Barbicane, puedo citar ejemplos en apoyo de mi aserción. En
    el sitio que puso a Constantinopla Mohamed II, en 1543, se lanzaron balas de piedra que
    pesaban 1.900 libras, que serían de un re-gular tamaño.
    ¡Oh! ¡Oh! exclamó el mayor. Muchas libras son 1.900.
    En Malta, en tiempos de los caballeros, cierto ca-ñón del fuerte de San Telmo arrojaba
    proyectiles que pesaban 2.500 libras.
    ¡Imposible!
    Por último, según un historiador francés, bajo el reinado de Luis XI, había un mortero que
    arrojaba una bomba de 500 libras de peso solamente; pero esta bom-ba, partiendo de la
    Bastilla, que era un punto en que los locos encerraban a los cuerdos, iba a caer en
    Charenton, que es un punto donde los cuerdos encierran a los locos.
    ¡Imposible!
    ¡Muy bien! dijo J. T. Maston.






    Continuará...


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 24 Mar 2021, 08:27

    ¿Qué hemos visto nosotros después, en resumidas cuentas? ¡Los cañones Armstrong, que
    disparan balas de 500 libras, y los columbiads Rodman, que disparan balas de media
    tonelada! Parece, pues, que si los proyectiles han ganado en alcance, en peso más han
    perdido que han ganado. Haciendo los debidos esfuerzos, llegaremos con los progresos de
    la ciencia a decuplicar el peso de las ba-las de Mohamed II y de los caballeros de Malta.
    Es evidente respondió el mayor. Pero ¿de qué metal pensáis echar mano para el
    proyectil?
    Del hierro fundido, pura y simplemente dijo el general Morgan.
    ¡Hierro fundido! exclamó J. T. Maston con pro-fundo desdén. El hierro es un metal
    muy ordinario para fabricar una bala destinada a hacer una visita a la Luna.
    No exageremos, mi distinguido amigo respondió Morgan. El hierro fundido bastará.
    Entonces repuso el mayor Elphiston, puesto que el peso de la bala es proporcionado a
    su volumen, una bala de hierro fundido, que mide nueve pies de diáme-tro, pesará
    horriblemente.
    Horriblemente, si es  maciza; pero no si es hueca dijo Barbicane.
    ¡Hueca! ¿Será, pues, una granada?
    ¡En la que pondremos mensajes! replicó J. T. Mas-ton. ¡Y muestras de nuestras
    producciones terrestres!
    ¡Sí, una granada respondió Barbicane; no puede ser otra cosa! Una bala maciza de
    108 pulgadas, pesaría más de 200.000 libras, y este peso es evidentemente ex-cesivo. Sin
    embargo, como es menester que el proyectil tenga cierta consistencia, propongo que se le
    consienta un peso de 20.000 libras.
    ¿Cuál será, pues, el grueso de sus paredes? pre-guntó el mayor.
    Si seguimos la proporción reglamentaria respon-dió Morgan, un diámetro de 108
    pulgadas exigirá pare-des que no bajen de 2 pies.
    Sería demasiado contestó Barbicane. Notad bien que no se trata de una bala destinada
    a taladrar planchas de hierro; basta, pues, que sus paredes sean bastante fuertes para
    contrarrestar la presión de los gases de la pólvora. He aquí, pues, el problema: ¿qué grueso
    debe tener una granada de hierro fundido para no pesar más que 20.000 libras? Nuestro
    hábil calculador, el intrépido Maston, va a decirlo ahora mismo.
    Nada más fácil replicó el distinguido secretario de la comisión.
    Y sin decir más, trazó fórmulas algebraicas en el pa-pel, apareciendo bajo su pluma X y
    más X elevadas has-ta la segunda potencia. Hasta pareció que extraía, sin to-carla, cierta
    raíz cúbica y dijo:
    Las paredes no llegarán a tener el grueso de dos pulgadas.
    ¿Será suficiente? preguntó el mayor con un ade-mán dubitativo.
    No, evidentemente, no respondió el presidente Barbicane.
    ¿Qué se hace, pues? repuso Elphiston bastante perplejo.
    Emplear otro metal.
    ¿Cobre?dijo Morgan.
    No; es aún demasiado pesado, y os propongo otro mejor.
    ¿Cuál? dijo el mayor.
    El aluminio respondió Barbicane.
    ¿Aluminio? exclamaron los tres colegas del presi-dente.
    Sin duda, amigos míos. Ya sabéis que un ilustre químico francés, Henry SainteClaire
    Deville, Ilegó en 1854 a obtener el aluminio en masa compacta. Este pre-cioso metal time
    la blancura de la plata, la inalterabili-dad del oro, la tenacidad del hierro, la fusibilidad del
    co-bre y la ligereza del vidrio. Se trabaja fácilmente, abunda en la naturaleza, pues la
    alúmina forma la base de la ma-yor parte de las rocas; es tres veces más ligero que el
    hie-rro, y parece haber sido creado expresamente para sumi-nistrarnos la materia de que se
    ha de componer nuestro proyectil.
    ¡Bien por el aluminio! exclamó el secretario de la comisión, siempre muy estrepitoso en
    sus momentos de entusiasmo.
    Pero, mi estimado presidente dijo el mayor, ¿no es acaso el aluminio excesivamente
    caro?
    Lo era respondió Barbicane; en los primeros tiempos de su descubrimiento, una libra
    de aluminio costaba de 260 a 280 dólares (cerca de 1.500 francos); después bajó a 20
    dólares (150 francos), y actualmente vale 9 dólares (48 francos).
    Aun así replicó el mayor, que no daba fácilmente su brazo a torcer, es un precio
    enorme.
    Sin duda, mi querido mayor, pero no inasequible a nuestros medios.
    ¿Cuánto pesará, pues? preguntó Morgan.
    He aquí el resultado de mis cálculos respondió Barbicane. Una bala de 108 pulgadas
    de diámetro y de 12 pulgadas de espesor pesaría, siendo de hierro colado, 67.440 libras;
    construida en aluminio, su peso queda re-ducido a 19.250 libras.
    ¡Perfectamente! exclamó Maston. No nos sepa-ramos del programa.
    Sí, perfectamente replicó el mayor. Pero ¿no veis que a 9 dólares la libra el proyectil
    costará...?
    Ciento setenta y tres mil doscientos cincuenta dó-lares, exactamente; pero no temáis,
    amigos, no faltará di-nero para nuestra empresa, respondo de ello.
    Una lluvia de oro caerá en nuestras cajas replicó J. T. Maston.
    Pues bien, ¿qué os parece el aluminio? preguntó el presidente.
    Adoptado respondieron los tres miembros de la comisión.
    En cuanto a la forma de la bala repuso Barbicane, importa poco, pues una vez
    traspasada la atmósfera, el proyectil se hallará en el vacío. Propongo, por tanto, que la bala
    sea redonda, para que gire como mejor le parezca y se conduzca del modo que le dé la
    gana.
    Así terminó la primera sesión de la comisión. La cuestión del proyectil estaba
    definitivamente resuelta, y J. T. Maston no cabía de alegría en su pellejo, pensando que se
    iba a enviar una bala de aluminio a los selenitas, to que les daría una alta idea de los
    habitantes de la Tierra.



    Continuará...


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Mar 2021, 12:22

    ¿Qué hemos visto nosotros después, en resumidas cuentas? ¡Los cañones Armstrong, que
    disparan balas de 500 libras, y los columbiads Rodman, que disparan balas de media
    tonelada! Parece, pues, que si los proyectiles han ganado en alcance, en peso más han
    perdido que han ganado. Haciendo los debidos esfuerzos, llegaremos con los progresos de
    la ciencia a decuplicar el peso de las ba-las de Mohamed II y de los caballeros de Malta.
    Es evidente respondió el mayor. Pero ¿de qué metal pensáis echar mano para el
    proyectil?
    Del hierro fundido, pura y simplemente dijo el general Morgan.
    ¡Hierro fundido! exclamó J. T. Maston con pro-fundo desdén. El hierro es un metal
    muy ordinario para fabricar una bala destinada a hacer una visita a la Luna.
    No exageremos, mi distinguido amigo respondió Morgan. El hierro fundido bastará.
    Entonces repuso el mayor Elphiston, puesto que el peso de la bala es proporcionado a
    su volumen, una bala de hierro fundido, que mide nueve pies de diáme-tro, pesará
    horriblemente.
    Horriblemente, si es  maciza; pero no si es hueca dijo Barbicane.
    ¡Hueca! ¿Será, pues, una granada?
    ¡En la que pondremos mensajes! replicó J. T. Mas-ton. ¡Y muestras de nuestras
    producciones terrestres!
    ¡Sí, una granada respondió Barbicane; no puede ser otra cosa! Una bala maciza de
    108 pulgadas, pesaría más de 200.000 libras, y este peso es evidentemente ex-cesivo. Sin
    embargo, como es menester que el proyectil tenga cierta consistencia, propongo que se le
    consienta un peso de 20.000 libras.
    ¿Cuál será, pues, el grueso de sus paredes? pre-guntó el mayor.
    Si seguimos la proporción reglamentaria respon-dió Morgan, un diámetro de 108
    pulgadas exigirá pare-des que no bajen de 2 pies.
    Sería demasiado contestó Barbicane. Notad bien que no se trata de una bala destinada
    a taladrar planchas de hierro; basta, pues, que sus paredes sean bastante fuertes para
    contrarrestar la presión de los gases de la pólvora. He aquí, pues, el problema: ¿qué grueso
    debe tener una granada de hierro fundido para no pesar más que 20.000 libras? Nuestro
    hábil calculador, el intrépido Maston, va a decirlo ahora mismo.
    Nada más fácil replicó el distinguido secretario de la comisión.
    Y sin decir más, trazó fórmulas algebraicas en el pa-pel, apareciendo bajo su pluma X y
    más X elevadas has-ta la segunda potencia. Hasta pareció que extraía, sin to-carla, cierta
    raíz cúbica y dijo:
    Las paredes no llegarán a tener el grueso de dos pulgadas.
    ¿Será suficiente? preguntó el mayor con un ade-mán dubitativo.
    No, evidentemente, no respondió el presidente Barbicane.
    ¿Qué se hace, pues? repuso Elphiston bastante perplejo.
    Emplear otro metal.
    ¿Cobre?dijo Morgan.
    No; es aún demasiado pesado, y os propongo otro mejor.
    ¿Cuál? dijo el mayor.
    El aluminio respondió Barbicane.
    ¿Aluminio? exclamaron los tres colegas del presi-dente.
    Sin duda, amigos míos. Ya sabéis que un ilustre químico francés, Henry SainteClaire
    Deville, Ilegó en 1854 a obtener el aluminio en masa compacta. Este pre-cioso metal time
    la blancura de la plata, la inalterabili-dad del oro, la tenacidad del hierro, la fusibilidad del
    co-bre y la ligereza del vidrio. Se trabaja fácilmente, abunda en la naturaleza, pues la
    alúmina forma la base de la ma-yor parte de las rocas; es tres veces más ligero que el
    hie-rro, y parece haber sido creado expresamente para sumi-nistrarnos la materia de que se
    ha de componer nuestro proyectil.
    ¡Bien por el aluminio! exclamó el secretario de la comisión, siempre muy estrepitoso en
    sus momentos de entusiasmo.
    Pero, mi estimado presidente dijo el mayor, ¿no es acaso el aluminio excesivamente
    caro?
    Lo era respondió Barbicane; en los primeros tiempos de su descubrimiento, una libra
    de aluminio costaba de 260 a 280 dólares (cerca de 1.500 francos); después bajó a 20
    dólares (150 francos), y actualmente vale 9 dólares (48 francos).
    Aun así replicó el mayor, que no daba fácilmente su brazo a torcer, es un precio
    enorme.
    Sin duda, mi querido mayor, pero no inasequible a nuestros medios.
    ¿Cuánto pesará, pues? preguntó Morgan.
    He aquí el resultado de mis cálculos respondió Barbicane. Una bala de 108 pulgadas
    de diámetro y de 12 pulgadas de espesor pesaría, siendo de hierro colado, 67.440 libras;
    construida en aluminio, su peso queda re-ducido a 19.250 libras.
    ¡Perfectamente! exclamó Maston. No nos sepa-ramos del programa.
    Sí, perfectamente replicó el mayor. Pero ¿no veis que a 9 dólares la libra el proyectil
    costará...?
    Ciento setenta y tres mil doscientos cincuenta dó-lares, exactamente; pero no temáis,
    amigos, no faltará di-nero para nuestra empresa, respondo de ello.
    Una lluvia de oro caerá en nuestras cajas replicó J. T. Maston.
    Pues bien, ¿qué os parece el aluminio? preguntó el presidente.
    Adoptado respondieron los tres miembros de la comisión.
    En cuanto a la forma de la bala repuso Barbicane, importa poco, pues una vez
    traspasada la atmósfera, el proyectil se hallará en el vacío. Propongo, por tanto, que la bala
    sea redonda, para que gire como mejor le parezca y se conduzca del modo que le dé la
    gana.
    Así terminó la primera sesión de la comisión. La cuestión del proyectil estaba
    definitivamente resuelta, y J. T. Maston no cabía de alegría en su pellejo, pensando que se
    iba a enviar una bala de aluminio a los selenitas, to que les daría una alta idea de los
    habitantes de la Tierra.



    Continuará... ( VIII)


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Abr 2021, 10:07

    VIII

    Historia del cañón

    Las resoluciones tomadas en la primera sesión pro-dujeron en el exterior un gran efecto. La
    idea de una bala de 20.000 libras atravesando el espacio alarmaba un poco a los
    meticulosos. ¿Qué cañón, se preguntaban, podrá transmitir jamás a semejante mole una
    velocidad inicial suficiente? Durante la segunda sesión de la comisión de-bía responderse
    satisfactoriamente a esta pregunta.
    A1 día siguiente por la noche, los cuatro miembros del GunClub se sentaban delante de
    nuevas montañas de emparedados, a la orilla de un verdadero océano de té. La discusión
    empezó de inmediato, sin ningún preámbulo.
    Mis queridos colegas dijo Barbicane, vamos a ocuparnos de la máquina que se ha de
    construir, de su tamaño, forma, composición y peso. Es probable que lleguemos a darle
    dimensiones gigantescas, pero, por grandes que sean las dificultades, nuestro genio
    indus-trial las allanará fácilmente. Tened, pues, la bondad de escucharme, y no os
    desagrade hacerme las objeciones que os parezcan convenientes. No las temo.
    Un murmullo aprobador acogió esta declaración.
    No olvidemos continuó Barbicane el punto a que ayer nos condujo nuestra discusión.
    El problema se presenta ahora bajo esta forma: dar una velocidad inicial de 12.000 yardas
    por segundo a una granada de 108 pul-gadas de diámetro y de 20.000 libras de peso.
    He aquí el problema, en efecto respondió el ma-yor Elphiston.


    Prosigo repuso Barbicane. Cuando un proyectil se lanza al espacio, ¿qué sucede? Se
    halla solicitado por tres fuerzas independientes: la resistencia del medio, la atracción de la
    Tierra y la fuerza de impulsión de que está animado. Examinemos estas tres fuerzas. La
    resis-tencia del medio, es decir, la resistencia del aire, será poco importante. La atmósfera
    terrestre no tiene más que 40 millas de altura, que con una velocidad de 12.000 yardas el
    proyectil podrá atravesar en cinco segundos, lo que nos permite considerar la resistencia del
    medio como insignificante. Pasemos a la atracción de la Tierra, es decir, al peso de la
    granada. Ya sabemos que este peso disminuirá en razón inversa del cuadrado de las
    distan-cias. He aquí to que la física nos enseña: cuando un cuer-po abandonado a sí mismo
    cae a la superficie de la Tie-rra, su caída es de 15 pies(1) en el primer segundo, y si este
    mismo cuerpo fuese transportado a 257.542 millas o, en otros términos, a la distancia a que
    se encuentra la Luna, su caída quedaría reducida a cerca de media línea, en el primer
    segundo, to que es casi la inmovilidad. Trátase, pues, de vencer progresivamente esta
    acción del peso. ¿Cómo la venceremos? Mediante la fuerza de impul-sión.
    1. 4,90 metros.

    He aquí la dificultad respondió el mayor.
    En efecto repuso el presidente, pero la allanare-mos, porque la fuerza de impulsión
    que necesitamos re-sulta de la longitud de la máquina y de la cantidad de pólvora empleada,
    hallándose ésta limitada por la resis-tencia de aquélla. Ocupémonos ahora, pues, de las
    di-mensiones que hay que dar al cañón. Téngase en cuenta que podemos procurarle
    condiciones de una resistencia infinita, si es lícito hablar así, pues no se tiene que
    ma-niobrar con él.
    Es evidente respondió el general.
    Hasta ahoradijo Barbicane, los cañones más lar-gos, nuestros enormes columbiads, no
    han pasado de veinticinco pies de longitud; mucha sorpresa causarán, pues, a la gente las
    dimensiones que tendremos que adoptar.
    Sin duda exclamó J. T. Maston. Yo propongo un cañón cuya longitud no baje de
    media milla.
    ¡Media milla! exclamaron el mayor y el general.
    Sí, media milla, y me quedo corto.
    Vamos, Maston respondió Morgan. Exageráis.
    No replicó el fogoso secretario, no sé en verdad por qué me tacháis de exagerado.
    ¡Porque vais demasiado lejos!
    Sabed, señor respondió J. T. Maston, con solemne gravedad, sabed que un artillero es
    como una bala, que no puede ir demasiado lejos.
    La discusión tomaba un carácter personal, pero el presidente intervino.
    Calma, amigos, calma, y razonemos. Se necesita evidentemente un cañón de gran calibre,
    puesto que la longitud de la pieza aumentará la presión de los gases acumulados debajo del
    proyectil, pero es inútil pasar de ciertos límites.
    Perfectamentedijo el mayor.
    ¿Qué reglas hay para semejantes casos? Ordinaria-mente la longitud de un cañón es la de
    20 a 25 veces el diámetro de la bala, y pesa de 235 a 240 veces más que ésta.
    No basta exclamó J. T. Maston impetuosamente.
    Convengo en ello, mi digno amigo. En efecto, si-guiendo la proporción indicada, para el
    proyectil que tuviese 9 pies de ancho y pesase 20.000 libras, el cañón no tendría más que
    una longitud de 225 pies y un peso de 200.000 libras.
    Lo que es ridículo añadió J. T. Maston; tanto val-dría echar mano de una pistola.
    Yo también opino to mismo respondió Barbica-ne, por lo que propongo cuadruplicar
    esta longitud y construir un cañón de novecientos pies.
    El general y el mayor hicieron algunas objeciones; pero sostenida resueltamente la
    proposición por el se-cretario del GunClub, se adoptó definitivamente.
    Ahora sepamos dijo Elphiston qué grueso debe-mos dar a sus paredes.
    Seis pies respondió Barbicane.
    Supongo que no intentaréis colocar en una cureña semejante mole preguntó el mayor.
    ¡Lo que, sin embargo, sería soberbio!
    Pero impracticable respondió Barbicane. Creo que se debe fundir el cañón en el punto
    mismo en que se ha de disparar, ponerle abrazaderas de hierro forjado y rodear-lo de una
    obra de mampostería, de modo que participe de toda la resistencia del terreno circundante.
    Fundida la pieza, se pulirá el ánima para impedir el viento(1) de la bala, y de este modo no
    habrá pérdida de gas, y toda la fuerza expansiva de la pólvora se invertirá en la impulsión.
    1. Se denomina viento, en balística, al espacio que algunas veces queda entre el proyectil y
    el ánima de la pieza.

    ¡Bravo! exclamó J. T. Maston. Ya tenemos nues-tro cañón.
    ¡Todavía no! respondió Barbicane, calmando con la mano a su impaciente amigo.
    ¿Por qué?
    Porque hasta ahora no hemos discutido aún su for-ma. ¿Será un cañón, un obús o un
    mortero?
    Un cañón respondió Morgan.
    Un lanzaobuses replicó el mayor.
    Un mortero exclamó J. T. Maston.
    Iba a empeñarse una nueva discusión que prometía ser bastante acalorada, y cada cual
    preconizaba su arma favorita, cuando intervino el presidente.
    Amigos míos dijo, voy a poneros a todos de acuerdo. Nuestro columbiad participará a
    la vez de las tres bocas de fuego. Será un canon, porque la recámara y el ánima tendrán
    igual diámetro. Será un lanzaobuses, porque disparará una granada. Será un mortero,
    porque se apuntará formando con el horizonte un ángulo de no-venta grados, y, además le
    será imposible retroceder, es-tará fijo en tierra, y así comunicará al proyectil toda la fuerza
    de impulsión acumulada en sus entrañas.
    Adoptado, adoptado respondieron los miembros de la comisión.
    Permitidme una sencilla reflexión dijo ElphÍs-ton. ¿Este
    cañónlanzaobusesmortero será rayado?
    No respondió Barbicane, no; necesitamos una velocidad inicial enorme, y ya sabéis
    que la bala sale con menos rapidez de los cañones rayados que de los lisos.
    Justamente.
    ¡En fin, ya es nuestro! repitió J. T. Maston.
    Aún falta algo replicó el presidente.
    ¿Qué falta?
    Aún no sabemos de qué metal se ha de componer.
    Decidámoslo sin demora.
    Iba a proponéroslo.
    Los cuatro miembros de la Comisión se zamparon una docena de emparedados por barba,
    seguidos de una buena taza de té, y reanudaron la discusión.
    Dignísimos colegas dijo Barbicane, nuestro ca-ñón debe tener mucha tenacidad y
    dureza, ser infusible al calor, ser inoxidable a indisoluble a la acción corrosiva de los
    ácidos.
    Acerca del particular, no cabe la menor duda res-pondió el mayor. Y como será
    preciso emplear una cantidad considerable de metal, la elección no puede ser dudosa.
    Entonces dijo Morgan, propongo para la fabri-cación del columbiad la mejor aleación
    que se conoce, es decir, cien partes de cobre, doce de estaño y seis de latón.
    Amigos míos respondió el presidente, convengo en que la composición que se acaba
    de proponer ha dado resultados excelentes, pero costaría mucho y se maneja difícilmente.
    Creo, pues, que se debe adoptar una mate-ria que es excelente y al mismo tiempo barata,
    cual es el hierro fundido. ¿No sois de mi opinion, mayor?
    Estamos de acuerdo respondió Elphiston.
    En efectorespondió Barbicane, el hierro fundido cuesta diez veces menos que el
    bronce; es fácil de fundir y de amoldar, y se deja trabajar dócilmente. Su adopción
    economiza dinero y tiempo. Recuerdo, además, que du-rante la guerra, en el sitio de
    Atlanta, hubo piezas de hie-rro que de veinte en veinte minutos dispararon más de mil tiros
    sin experimentar deterioro alguno.
    Pero el hierro fundido es quebradizo respondió Morgan.
    Sí, pero también muy resistente. Además, no re-ventará, respondo de ello.
    Un cañón puede reventar y ser bueno replicó sen-tenciosamente J. T. Maston, abogando
    pro domu sua como si se sintiese aludido.
    Es evidente respondió Barbicans. Me permito, pues, suplicar a nuestro digno
    secretario que calcule el peso de un cañón de hierro fundido de 900 pies de longi-tud y de
    un diámetro interior o calibre de 9 pies, con un grueso de 6 pies en sus paredes.
    Al momento respondió J. T. Maston.
    Y como to había hecho en la sesión anterior, hizo sus cálculos con una maravillosa
    facilidad, y dijo al cabo de un minuto:
    El cañón pesará 68.040 toneladas.
    ¿Y a dos céntimos la libra, costará...?
    Dos millones quinientos diez mil setecientos un dólares.
    J. T. Maston, el mayor y el general, miraron con in-quietud a Barbicane.
    Señores dijo éste, repito to que dije ayer: estad tranquilos, los millones no nos
    faltarán.
    Dadas estas seguridades por el presidente, la co-misión se separó, quedando citados todos
    sus indivi-duos para el día siguiente, en que celebrarían la tercera sesión.




    Continuará ( IX)

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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Sáb 24 Abr 2021, 07:37

    IX



    La cuestión de las pólvoras


    Aún había que tratar la cuestión de las pólvoras.
    Esta última decision era aguardada con ansiedad por el público. Dadas la magnitud del
    proyectil y la longitud del cañón, ¿cuál sería la cantidad de pólvora necesaria para producir
    la impulsión? Este agente terrible, cuyos efectos, sin embargo, ha dominado el hombre, iba
    a ser llamado para desempeñar su papel en proporciones insólitas.
    En general, se cree, y se repite sin cesar, que la pól-vora fue inventada en el siglo xiv por el
    fraile Schwartz, cuyo descubrimiento le costó la vida. Pero en la actuali-dad está casi
    probado que esta historia se debe colocar entre las leyendas de la Edad Media.
    La pólvora no ha sido inventada por nadie; resulta directamente del fuego griego,
    compuesto como ella de azufre y salitre, si bien estas mezclas, que en el fuego griego no
    eran más que mezclas de dilatación, en la pól-vora, tal como se conoce actualmente, al
    inflamarse pro-ducen un estrépito.
    Pero si bien los eruditos conocen perfectamente la falsa historia de la pólvora, pocos son los
    que saben dar-se cuenta de su poder mecánico, sin cuyo conocimiento no es posible
    comprender la importancia del asunto so-metido a la comisión.
    Un litro de pólvora pesa aproximadamente 2 libras (900 gramos), y produce, al inflamarse,
    400 libras de ga-ses, que haciéndose libres, y bajo la acción de una tem-peratura elevada a
    2.400°, ocupan el espacio de 4.000 li-tros. El volumen de la pólvora es, pues, a los
    volúmenes de los gases producidos por su combustión o deflagra-ción to que 1 es a 4.000.
    Júzguese cuál debe ser el ímpetu de estos gases cuando se hallan comprimidos en un
    es-pacio reducido cuatro mil veces para contenerlos.
    He aquí to que sabían perfectamente los miembros de la comisión cuando se citaron para la
    tercera sesión. Barbicane concedió la palabra al mayor. Elphiston había sido durante la
    guerra director de las fábricas de pólvora.
    Mis buenos camaradas dijó el distinguido quími-co, vamos a enumerar unos
    guarismos irrecusables que nos servirán de base. La bala de veinticuatro de que ha-blaba
    ayer el respetable J. T. Maston en términos tan poéticos, sale de la boca de fuego empujada
    por dieciséis libras de pólvora.
    ¿Estáis seguro de la cifra? preguntó el presidente.
    Absolutamente seguro respondió el mayor. El ca-ñón Armstrong no se carga más que
    con setenta y cinco li-bras de pólvora para arrojar un proyectil de ochocientas libras, y el
    columbiad Rodman, no gasta más que ciento setenta libras de pólvora para enviar a seis
    millas de dis-tancia su bala de media tonelada. Éstos son hechos acerca de los cuales no
    cabe la menor duda, pues los he compro-bado yo mismo en las actas de la Junta de
    artillería.
    Perfectamente respondió el general.
    De estos guarismos repuso el mayor se deduce que la cantidad de pólvora no aumenta
    con el peso de la bala. En efecto, si bien se necesitan dieciséis libras de pólvora para una
    bala de veinticuatro, o, en otros térmi-nos, si bien en los cañones ordinarios se emplea una
    cantidad de pólvora cuyo peso es dos terceras partes el del proyectil, esta proporción no es
    constante. Calculad y veréis que para una bala de media tonelada, en lugar de trescientas
    treinta y tres libras de pólvora, se reduce esta cantidad a ciento sesenta libras solamente.
    ¿Y qué pretendéis deducir de eso? preguntó el presidente.
    Si lleváis vuestra teoría al último extremo, mi que-rido mayor dijo J. T. Maston,
    resultará que cuando una bala tenga un peso suficiente, no se necesitará pól-vora alguna.
    Mi amigo Maston se chancea hasta en las ocasiones más solemnes replicó el mayor;
    pero tranquilizaos. No tardaré en proponerle cantidades de pólvora que de-jarán satisfecho
    su amor propio de artillero. Pero tenía interés en dejar consignado que durante la guerra, la
    ex-periencia demostró que para cargar piezas de mayor ca-libre, el peso de la pólvora podía
    reducirse perfectamen-te a una décima parte del que tiene la bala.
    No hay nada más exacto dijo Morgan. Pero an-tes de determinar la cantidad de
    pólvora necesaria para dar el impulso, opino que convendría ponernos de acuerdo sobre su
    naturaleza.
    Emplearemos la pólvora de grano grueso respon-dió el mayor, porque su deflagración
    es más rápida que la de la pólvora fina.
    Sin duda replicó Morgan. Pero se desmenuza más fácilmente y altera el ánima de las
    piezas.
    Lo que sería un inconveniente para un cañón desti-nado a un largo servicio pero no para
    nuestro colum-biad. No corremos riesgo alguno de explosión, y necesi-tamos que la
    pólvora se inflame instantáneamente para que su efecto mecánico sea completo.
    Podríamos dijo J. T. Maston abrir varios aguje-ros para aplicar el fuego a un mismo
    tiempo a distintos puntos.
    Sin duda respondió Elphiston. Pero complica-ríamos la operación. Me atengo, pues, a
    mi pólvora de grano grueso que allana todas las dificultades.
    Sea respondió el general.
    Para cargar su columbiad añadió el mayor Rod-man empleaba una pólvora de granos
    gruesos como cas-tañas, hecha con carbón de sauce, tostado sencillamente en calderas de
    hierro fundido. Era una pólvora dura y brillante, que no manchaba la mano; contenía una
    gran proporción de hidrógeno y de oxígeno, se inflamaba instantáneamente y, aunque muy
    desmenuzable, no de-terioraba sensiblemente las bocas de fuego.
    Me parece, pues respondió J. T. Maston, que no debemos vacilar y que la elección
    está hecha.
    A no ser que prefiráis la pólvora de oro replicó el mayor riendo, to que le valió un
    ademán amenazador con que le contestó la mano postiza de su susceptible amigo.
    Hasta entonces, Barbicane se había abstenido de to-mar paxte en la discusión. Dejaba
    hablar y escuchaba. Evidentemente meditaba algo. Se contentó con pregun-tar
    sencillamente:
    ¿Y ahora, amigos, qué cantidad de pólvora pro-ponéis?
    Los tres miembros del GunClub se miraron mu-tuamente por un instante.
    Doscientas mil libras dijo, por fin, Morgan.
    Quinientas mil replicó el mayor.
    Ochocientas mil exclamó J. T. Maston.
    Esta vez, Elphiston no se atrevió a calificar a su cole-ga de exagerado. En efecto, se trataba
    de enviar a la Luna un proyectil de veinte mil libras, dándole una fuerza ini-cial de doce mil
    yardas por segundo. Siguió a la triple proposición hecha por los tres colegas un momento
    de silencio.
    El presidente Barbicane lo rompió.
    Mis bravos camaradas dijo con voz tranquila, yo parto del principio de que la
    resistencia de nuestro ca-ñón, construido en las condiciones requeridas, es ilimi-tada. Voy,
    pues, a sorprender al distinguido J. T. Maston diciéndole que ha sido tímido en sus
    cálculos, y propon-go doblar sus ochocientas mil libras de pólvora.
    ¿Un millón seiscientas mil libras? exclamó J. T. Maston saltando de su asiento.
    Como lo digo.
    Pero entonces fuerza será recurrir a mi cañón de media milla de longitud.
    Es evidentedijo el mayor.
    Un millón seiscientas mil libras de pólvora repuso el secretario de la comisión
    ocuparán aproximadamen-te un espacio de 22.000 pies cúbicos,(1) y como vuestro cañón
    no tiene más que una capacidad de 54.000 pies cú-bicos,(2) quedará cargado de pólvora
    hasta la mitad y el ánima no será bastante larga para que la detención de los gases dé al
    proyectil un impulso suficiente.
    1. Póco menos de 800 metros cúbicos.
    2. Dos mil metros cúbicos.

    La objeción no tenía réplica. J. T. Maston estaba en to justo. Todos miraron a Barbicane.
    Sin embargo continuó el presidente, se necesita la cantidad de pólvora que he dicho.
    Pensadlo bien, un millón seiscientas mil libras de pólvora producirán seis mil millones de
    litros de gas. ¡Seis mil millones! ¿Lo en-tendéis?
    Pero, entonces, ¿cómo hacerlo?preguntó el general.
    Muy sencillamente. Es preciso reducir esta enorme cantidad de pólvora conservándola
    con este poder me-cánico.
    ¡Bueno! Pero ¿cómo?
    Voy a decíroslo respondió tranquilamente Barbi-cane.
    Sus interlocutores le miraban ávidamente.
    Nada, en efecto, es más fácildijoque reducir esta masa de pólvora a un volumen
    cuatro veces menos con-siderable. Todos conocéis esa curiosa materia que cons-tituyen los
    tejidos elementales de los vegetales, llamada celulosa.
    Os comprendo, querido Barbicane dijo el mayor.
    Esta materia prosiguió el presidente se saca per-fectamente pura de varios cuerpos,
    especialmente del al-godón, y no es más que la pelusa de los granos del algo-donero. El
    algodón, combinado con el ácido nítrico en frío, se transforma en una sustancia
    eminentemente ex-plosiva. En 1832, Braconnot, químico francés, descu-brió esta sustancia,
    a la cual dio el nombre de xiloidina. En 1838, Pelouze, otro francés, estudió sus diversas
    pro-piedades, y, por último, en 1846, Shonbein, profesor de química en Basilea, la propuso
    como pólvora de guerra. Esta pólvora es el algodón azótico o nítrico...
    O piróxilo respondió Elphiston.
    O fulmicotónreplicó Morgan.
    ¿No hay un solo nombre americano que pueda po-nerse al pie de este descubrimiento?
    exclamó J. T. Mas-ton a impulsos de su amor propio nacional.
    Ni uno, desgraciadamente respondió el mayor.
    Sin embargo repuso el presidente, debo decir, para halagar el patriotismo de Maston,
    que los trabajos de un conciudadano nuestro se refieren al estudio de la celulosa, pues el
    colidón, uno de los principales agentes de la fotografía, no es más que piróxilo disuelto en
    el éter con adición de alcohol, y ha sido descubierto por Maynard, que estudiaba entonces
    medicina en Boston.
    ¡Pues hurra por Maynard y por el fulmicotón! ex-clamó el entusiasta secretario del
    GunClub.
    Volvamos al piróxilo repuso Barbicane. Cono-céis sus propiedades, por las cuales va
    a ser para noso-tros tan precioso. Se prepara con la mayor facilidad, sumergiendo algodón
    en ácido nítrico humeante,(1) por es-pacio de quince minutos, lavándolo después en mucha
    agua y dejándolo secar.
    1. Llamado así porque al contacto del afire húmedo despide una densa humareda
    blanquecina.

    Nada, en efecto, más sencillo dijo Morgan.
    Además, el piróxilo es inalterable a la humedad, cualidad preciosa para nosotros, que
    necesitaremos mu-chos días para cargar el cañón; se inflama a los 170° en lugar de 240°, y
    su deflagración es tan súbita que se in-flamasobre la pólvora ordinaria sin que tenga tiempo
    de inflamarse ésta.
    Perfectamente respondió el mayor.
    Sólo que cuesta más cara.
    ¿Qué importa? dijo J. T. Maston.
    Por último, comunica a los proyectiles una veloci-dad cuatro veces mayor que la que les
    da la pólvora or-dinaria. Y si se mezclan con el piróxilo ocho décimas de su peso de nitrato
    de potasa, su fuerza expansiva aumen-ta considerablemente.
    ¿Será necesaria esa mezcla? preguntó el mayor.
    Me parece que no respondió Barbicane. Así pues, en lugar de mil seiscientas libras de
    pólvora, nos bastarán quinientas libras de fulmicotón, y como no hay peligro en comprimir
    quinientas libras de algodón en un espacio de 26 pies cúbicos, esta materia no ocupará en el
    columbiad más que una altura de 30 toesas. Así recorre-rá la bala más de 700 pies de ánima
    bajo el esfuerzo de seis mil millones de litros de gas antes de emprender su marcha hacia el
    astro de la noche.
    Al oír estas palabras, J. T. Maston no pudo reprimir su entusiasmo, y con la velocidad de un
    proyectil se arrojó a los brazos de su amigo, al cual hubiera derriba-do, si Barbicane no
    hubiese sido un hombre hecho a prueba de bomba.
    Este incidente fue el punto final de la tercera sesión de la comisión. Barbicane y sus
    audaces colegas, par, quienes no había nada imposible, acababan de resolve la cuestión tan
    compleja del proyectil, del cañón y de la pólvora. Formando su plan, ya no faltaba más que
    eje-cutarlo.
    Poca cosa, una bagatela decía J. T. Maston.




    Continuará... X


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 26 Abr 2021, 09:31

    X

    Un enemigo para veinticinco millones de amigos
    Los más insignificantes pormenores de la empresa del GunClub excitaban el interés del
    público america-no, que seguía uno tras otro todos los pasos de la comi-sión. Los menores
    preparativos de tan colosal experi-mento, las cuestiones de cifras que provocaba, las
    dificultades mecánicas que había que resolver, en una palabra, la ejecución del gran
    proyecto le absorbía com-pletamente.
    Más de un año había de mediar entre el principio y la conclusión de los trabajos, pero este
    transcurso de tiem-po no podía ser estéril en emociones. La elección del sitio para la
    construcción del molde, la fundición del colum-biad, su muy peligrosa carga, eran más que
    suficientes para excitar la curiosidad pública. El proyectil, apenas disparado, desaparecería
    en algunas décimas de segundo, sin ser accesible a mirada alguna; pero to que llegaría a ser
    después, su manera de conducirse en el espacio y el mo-mento de llegar a la Luna, no
    podían verlo con sus pro-pios ojos más que unos cuantos privilegiados. Así pues, los
    preparativos del experimento, los pormenores preci-sos de la ejecución, constituían
    entonces el verdadero in-terés, el interés general, el interés público.
    Sin embargo, hubo un incidente que sobreexcitó de pronto el atractivo puramente científico.
    Ya se sabe que el proyecto de Barbicane había agol-pado en torno de éste numerosas
    legiones de admira-dores y amigos. Pero aquella mayoría, por grande, por extraordinaria
    que fuese, no era la unanimidad. Un hombre, un solo hombre en todos los Estados de la
    Unión, protestó contra la tentativa del GunClub y la atacó con violencia en todas las
    ocasiones que le pare-cieron oportunas. Es tal la naturaleza humana, que Bar-bicane fue
    más sensible a esta oposición de uno solo que a los aplausos de todos los demás.
    Y eso, pese a que conocía el motivo de semejante antipatía, y que conocía la procedencia de
    aquella ene-mistad aislada, enemistad personal y antigua, fundada en una rivalidad de amor
    propio.
    El presidente del GunClub no había visto ni una vez en la vida a aquel enemigo
    perseverante, to que fue una dicha, porque el encuentro de aquellos dos hombres hubiera
    tenido funestas consecuencias. Aquel rival de Barbicane era un sabio como él, de carácter
    altivo, audaz, seguro de sí mismo, violento, un yanqui de pura sangre. Se llamaba capitán
    Nicholl y residía en Filadelfia.
    Nadie ignora la curiosa lucha que se empeñó duran-te la guerra federal entre el proyectil y
    la coraza de los buques blindados, estando aquél destinado a atravesar a ésta y estando ésta
    resuelta a no dejarse atravesar. De esta lucha nació una transformación de la marina en los
    Estados de los dos continentes. La bala y la plancha lu-charon con un encarnizamiento sin
    igual, la una crecien-do y la otra engrosando en una proporción constante. Los buques,
    armados de formidables piezas, marchaban al combate al abrigo de su invulnerable concha.
    El Me-rrimac, el Monitor, el Ram Tennessee, el Wechausen(1) lanzaban proyectiles
    enormes, después de haberse aco-razado para librarse de los proyectiles contrarios.
    Cau-saban a otros el daño que no querían que los otros les causasen, siendo éste el principio
    inmoral en que suele descansar todo el arte de la guerra.
    1. Buques de la Armada americana.

    Y si Barbicane fue el gran fundidor de proyectiles, Nicholl fue un gran forjador de
    planchas. El uno fundía noche y día en Baltimore, y el otro forjaba día y noche en
    Filadelfia. Los dos seguían una corriente de ideas esencialmente opuestas.
    Apenas Barbicane inventaba una nueva bala, Ni-choll inventaba una nueva plancha. El
    presidente del GunClub pasaba su vida pensando en la manera de abrir agujeros, y el
    capitán pasaba la suya pensando en la manera de impedirle que los abriera. He aquí el
    origen de una rivalidad continua que se convirtió en odio per-sonal.
    Nicholl se aparecía a Barbicane en sus sueños bajo la forma de una coraza impenetrable
    contra la cual se es-trellaba, y Barbicane se aparecía en sus sueños a Nicholl como un
    proyectil que le atravesaba de parte a parte.
    Los dos sabios, si bien seguían dos líneas divergen-tes, se hubieran al fin encontrado a
    pesar de todos los axiomas de geometría, pero se hubieran encontrado en el terreno del
    duelo. Afortunadamente, aquellos dos ciudadanos, tan útiles a su país, se hallaban
    separados uno de otro por una distancia de 50 a 60 millas, y sus amigos hacinaron en el
    camino tantos obstáculos que no llegaron a encontrarse nunca.
    Nose podía decir de una manera positiva cuál de los dos inventores había triunfado del otro.
    Los resultados obtenidos volvían difícil una apreciación justa. Parecía, sin embargo, que al
    fin la coraza había de ceder a la bala. Con todo, había dudas entre las personas
    competentes. En los últimos experimentos, los proyectiles cilindro-cónicos de Barbicane se
    clavaron como alfileres en las planchas de Nicholl, por cuyo motivo éste se creyó
    vito-rioso, y atesoró para su rival una dosis inmensa de des-precio. Pero más adelante,
    cuando Barbicane sustituyó las balas cónicas con simples granadas de seiscientas li-bras, el
    presidente del GunClub tomó su desquite. En efecto, aquellos proyectiles, aunque
    animados de una velocidad regular, rompieron, taladraron, hicieron saltar en pedazos las
    planchas del mejor metal.
    A este punto habían llegado las cosas, y parecía que la bala había quedado victoriosa,
    cuando terminó la gue-rra, y terminó precisamente el mismo día en que Nicholl concluía
    una nueva coraza de hierro forjado, que era en su género una obra maestra, capaz de
    burlarse de todos los proyectiles del mundo. El capitán la hizo trasladar al polígono de
    Washington, desafiando a que la destruye-ran los proyectiles del presidente del GunClub,
    el cual, hecha la paz, se negó a la prueba.
    Entonces Nicholl, furioso, ofreció exponer su plan-cha al choque de las balas más
    inverosímiles, llenas o huecas, redondas o cónicas.
    Ni por ésas; el presidente no quería comprometer su última victoria.
    Nicholl, exasperado por la incalificable obstinación de su adversario, quiso tentar a
    Barbicane dejándole to-das las ventajas. Barbicane siguió terco en su negativa. ¿A cien
    yardas? Ni a setenta y cinco.
    A cincuenta exclamó el capitán insertando su de-safío en todos los periódicos,
    colocaré mi plancha a veinticinco yardas del cañón, y yo me colocaré detrás de ella.
    Barbicane hizo contestar que aun cuando el capitán Nicholl se colocase delante, no
    dispararía un solo tiro.
    Nicholl, al oír esta contestación, no pudo contener-se y se deshizo en insultos; dijo que la
    cobardía era indi-visible, que el que se niega a tirar un cañonazo está muy cerca de tener
    miedo al cañón; que, en suma, los artilleros que se baten a 6 millas de distancia han
    reemplazado prudentemente el valor individual por las fórmulas ma-temáticas, y que hay
    por to menos tanto valor en aguar-dar tranquilamente una bala detrás de una plancha como
    en enviarla según todas las reglas del arte.
    Siguió Barbicane haciéndose el sordo. O tal vez no tuvo noticia de la provocación,
    absorbido enteramente como estaba entonces por los cálculos de su gran em-presa.
    Cuando dirigió al GunClub su famosa comunica-ción, el capitán Nicholl se salió de sus
    casillas; mezclába-se con su cólera una suprema envidia y un sentimiento absoluto de
    impotencia. ¿Cómo inventar algo superior a aquel columbiad de 900 pies? ¿Qué coraza
    podía idearse para resistir un proyectil de veinte mil libras?
    Nicholl quedó abatido, aterrado, anonadado por aquel cañón, pero luego se reanimó y
    resolvió aplastar la proposición bajo el peso de sus argumentos.
    Atacó con violencia los trabajos del GunClub, pu-blicando al efecto numerosas cartas que
    los periódicos reprodujeron. Quiso demoler científicamente la obra de Barbicane.
    Empeñado el combate, se valió de razones de todo género con harta frecuencia especiosas y
    rebus-cadas.
    Empezó a combatir a Barbicane por sus cifras. Se es-forzó en probar por A+B la falsedad
    de sus fórmulas, y le acusó de ignorar los principios rudimentarios de la balística. Echó
    cálculos para demostrar, amén de otros errores, que era absolutamente imposible dar a un
    cuer-po cualquiera una velocidad de doce mil yardas por se-gundo; con el álgebra en la
    mano sostuvo que aun en el supuesto de que se consiguiera esta velocidad, jamás un
    proyectil tan pesado traspasaría los límites de la atmós-fera terrestre. Ni siquiera iría más
    a11á de 8 leguas. Más aún, suponiendo adquirida la velocidad suficiente, la granada no
    resistiría la presión de los gases desarrollados por la combustión de un millón seiscientas
    mil li-bras de pólvora, y aunque la resistiera, no soportaría una temperatura semejante, se
    fundiría al salir del colum-biad, y convertida en lluvia de hierro derretido, caería sobre el
    cráneo de los imprudentes espectadores.
    Barbicane, sin hacer caso de estos ataques, continuó su obra.
    Entonces Nicholl miró la cuestión bajo otros aspec-tos. Dejando a un lado su inutilidad
    absoluta, consideró el experimento como muy peligroso para los ciudada-nos que
    autorizasen con su presencia tan reprobado es-pectáculo y para las poblaciones próximas a
    aquel cañón vituperable. Hizo notar también que el proyectil, si no alcanzaba, como no to
    alcanzaría, el objetivo a que se le destinaba, caería y la caída de una mole semejante,
    mul-tiplicada por el cuadrado de su velocidad, compromete-ría singularmente algún punto
    del globo. Sin atacar los derechos de los ciudadanos, había llegado el caso en que la
    intervención del gobierno era de absoluta necesidad, pues no era justo comprometer la
    seguridad de todos por el capricho de uno solo.
    Véase a qué exageraciones se dejaba arrastrar el capi-tán Nicholl. Nadie participaba de su
    opinión, ni tuvo en cuenta sus funestos pronósticos. Se le dejó gritar y des-gañitarse cuanto
    le diera la gana. Así quedó constituido el capitán en defensor de una causa perdida de
    antema-no; se le oía, pero no se le escuchaba, y no privó al presi-dente del GunClub, ni
    de uno solo de sus admiradores. Barbicane no se tomó siquiera la molestia de contestar a
    los argumentos de su implacable rival.
    Acorralado en sus últimas trincheras, Nicholl, ya que no podía pagar con su persona,
    resolvió pagar con su dinero.
    En el Enquirer, de Richmond, propuso públicamen-te una serie de apuestas en la forma
    siguiente:

    Apostó:
    1.° A que no se reunirían los fon-dos necesarios
    para llevar a cabo la em-presa del GunClub................................ 1.000 dólares

    2.° A que la fundición de un cañón de
    900 pies resultaría impracticable y no tendría éxito .......................2.000 dólares

    3.° A que sería imposible cargar el columbiad,
    y a que la pólvora se infla-maría por la Bola presión del proyectil.....3.000 dólares

    4.° A que el columbiad reventaría al primer disparo ..................... 4.000 dólares
    . . . . . . .
    5.° A que la bala no alcanzaría a más de 6 millas
    y caería a los pocos se-gundos de haberla disparado .......................5.000 dólares

    Corno se ve, era importante la sums que, en su obsti-nación invencible, arriesgaba el
    capitán. Tratábase nada menos que de 15.000 dólares.
    Apesar de la importancia de la apuesta, recibió el 19 de mayo un pliego lacrado. Era
    lacónico:
    «Baltimore,18 de octubre. »
    Aceptadas.
    BARBICANE.»




    continuará cap XI


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Dom 02 Mayo 2021, 05:36

    X

    Un enemigo para veinticinco millones de amigos
    Los más insignificantes pormenores de la empresa del GunClub excitaban el interés del
    público america-no, que seguía uno tras otro todos los pasos de la comi-sión. Los menores
    preparativos de tan colosal experi-mento, las cuestiones de cifras que provocaba, las
    dificultades mecánicas que había que resolver, en una palabra, la ejecución del gran
    proyecto le absorbía com-pletamente.
    Más de un año había de mediar entre el principio y la conclusión de los trabajos, pero este
    transcurso de tiem-po no podía ser estéril en emociones. La elección del sitio para la
    construcción del molde, la fundición del colum-biad, su muy peligrosa carga, eran más que
    suficientes para excitar la curiosidad pública. El proyectil, apenas disparado, desaparecería
    en algunas décimas de segundo, sin ser accesible a mirada alguna; pero to que llegaría a ser
    después, su manera de conducirse en el espacio y el mo-mento de llegar a la Luna, no
    podían verlo con sus pro-pios ojos más que unos cuantos privilegiados. Así pues, los
    preparativos del experimento, los pormenores preci-sos de la ejecución, constituían
    entonces el verdadero in-terés, el interés general, el interés público.
    Sin embargo, hubo un incidente que sobreexcitó de pronto el atractivo puramente científico.
    Ya se sabe que el proyecto de Barbicane había agol-pado en torno de éste numerosas
    legiones de admira-dores y amigos. Pero aquella mayoría, por grande, por extraordinaria
    que fuese, no era la unanimidad. Un hombre, un solo hombre en todos los Estados de la
    Unión, protestó contra la tentativa del GunClub y la atacó con violencia en todas las
    ocasiones que le pare-cieron oportunas. Es tal la naturaleza humana, que Bar-bicane fue
    más sensible a esta oposición de uno solo que a los aplausos de todos los demás.
    Y eso, pese a que conocía el motivo de semejante antipatía, y que conocía la procedencia de
    aquella ene-mistad aislada, enemistad personal y antigua, fundada en una rivalidad de amor
    propio.
    El presidente del GunClub no había visto ni una vez en la vida a aquel enemigo
    perseverante, to que fue una dicha, porque el encuentro de aquellos dos hombres hubiera
    tenido funestas consecuencias. Aquel rival de Barbicane era un sabio como él, de carácter
    altivo, audaz, seguro de sí mismo, violento, un yanqui de pura sangre. Se llamaba capitán
    Nicholl y residía en Filadelfia.
    Nadie ignora la curiosa lucha que se empeñó duran-te la guerra federal entre el proyectil y
    la coraza de los buques blindados, estando aquél destinado a atravesar a ésta y estando ésta
    resuelta a no dejarse atravesar. De esta lucha nació una transformación de la marina en los
    Estados de los dos continentes. La bala y la plancha lu-charon con un encarnizamiento sin
    igual, la una crecien-do y la otra engrosando en una proporción constante. Los buques,
    armados de formidables piezas, marchaban al combate al abrigo de su invulnerable concha.
    El Me-rrimac, el Monitor, el Ram Tennessee, el Wechausen(1) lanzaban proyectiles
    enormes, después de haberse aco-razado para librarse de los proyectiles contrarios.
    Cau-saban a otros el daño que no querían que los otros les causasen, siendo éste el principio
    inmoral en que suele descansar todo el arte de la guerra.
    1. Buques de la Armada americana.

    Y si Barbicane fue el gran fundidor de proyectiles, Nicholl fue un gran forjador de
    planchas. El uno fundía noche y día en Baltimore, y el otro forjaba día y noche en
    Filadelfia. Los dos seguían una corriente de ideas esencialmente opuestas.
    Apenas Barbicane inventaba una nueva bala, Ni-choll inventaba una nueva plancha. El
    presidente del GunClub pasaba su vida pensando en la manera de abrir agujeros, y el
    capitán pasaba la suya pensando en la manera de impedirle que los abriera. He aquí el
    origen de una rivalidad continua que se convirtió en odio per-sonal.
    Nicholl se aparecía a Barbicane en sus sueños bajo la forma de una coraza impenetrable
    contra la cual se es-trellaba, y Barbicane se aparecía en sus sueños a Nicholl como un
    proyectil que le atravesaba de parte a parte.
    Los dos sabios, si bien seguían dos líneas divergen-tes, se hubieran al fin encontrado a
    pesar de todos los axiomas de geometría, pero se hubieran encontrado en el terreno del
    duelo. Afortunadamente, aquellos dos ciudadanos, tan útiles a su país, se hallaban
    separados uno de otro por una distancia de 50 a 60 millas, y sus amigos hacinaron en el
    camino tantos obstáculos que no llegaron a encontrarse nunca.
    Nose podía decir de una manera positiva cuál de los dos inventores había triunfado del otro.
    Los resultados obtenidos volvían difícil una apreciación justa. Parecía, sin embargo, que al
    fin la coraza había de ceder a la bala. Con todo, había dudas entre las personas
    competentes. En los últimos experimentos, los proyectiles cilindro-cónicos de Barbicane se
    clavaron como alfileres en las planchas de Nicholl, por cuyo motivo éste se creyó
    vito-rioso, y atesoró para su rival una dosis inmensa de des-precio. Pero más adelante,
    cuando Barbicane sustituyó las balas cónicas con simples granadas de seiscientas li-bras, el
    presidente del GunClub tomó su desquite. En efecto, aquellos proyectiles, aunque
    animados de una velocidad regular, rompieron, taladraron, hicieron saltar en pedazos las
    planchas del mejor metal.
    A este punto habían llegado las cosas, y parecía que la bala había quedado victoriosa,
    cuando terminó la gue-rra, y terminó precisamente el mismo día en que Nicholl concluía
    una nueva coraza de hierro forjado, que era en su género una obra maestra, capaz de
    burlarse de todos los proyectiles del mundo. El capitán la hizo trasladar al polígono de
    Washington, desafiando a que la destruye-ran los proyectiles del presidente del GunClub,
    el cual, hecha la paz, se negó a la prueba.
    Entonces Nicholl, furioso, ofreció exponer su plan-cha al choque de las balas más
    inverosímiles, llenas o huecas, redondas o cónicas.
    Ni por ésas; el presidente no quería comprometer su última victoria.
    Nicholl, exasperado por la incalificable obstinación de su adversario, quiso tentar a
    Barbicane dejándole to-das las ventajas. Barbicane siguió terco en su negativa. ¿A cien
    yardas? Ni a setenta y cinco.
    A cincuenta exclamó el capitán insertando su de-safío en todos los periódicos,
    colocaré mi plancha a veinticinco yardas del cañón, y yo me colocaré detrás de ella.
    Barbicane hizo contestar que aun cuando el capitán Nicholl se colocase delante, no
    dispararía un solo tiro.
    Nicholl, al oír esta contestación, no pudo contener-se y se deshizo en insultos; dijo que la
    cobardía era indi-visible, que el que se niega a tirar un cañonazo está muy cerca de tener
    miedo al cañón; que, en suma, los artilleros que se baten a 6 millas de distancia han
    reemplazado prudentemente el valor individual por las fórmulas ma-temáticas, y que hay
    por to menos tanto valor en aguar-dar tranquilamente una bala detrás de una plancha como
    en enviarla según todas las reglas del arte.
    Siguió Barbicane haciéndose el sordo. O tal vez no tuvo noticia de la provocación,
    absorbido enteramente como estaba entonces por los cálculos de su gran em-presa.
    Cuando dirigió al GunClub su famosa comunica-ción, el capitán Nicholl se salió de sus
    casillas; mezclába-se con su cólera una suprema envidia y un sentimiento absoluto de
    impotencia. ¿Cómo inventar algo superior a aquel columbiad de 900 pies? ¿Qué coraza
    podía idearse para resistir un proyectil de veinte mil libras?
    Nicholl quedó abatido, aterrado, anonadado por aquel cañón, pero luego se reanimó y
    resolvió aplastar la proposición bajo el peso de sus argumentos.
    Atacó con violencia los trabajos del GunClub, pu-blicando al efecto numerosas cartas que
    los periódicos reprodujeron. Quiso demoler científicamente la obra de Barbicane.
    Empeñado el combate, se valió de razones de todo género con harta frecuencia especiosas y
    rebus-cadas.
    Empezó a combatir a Barbicane por sus cifras. Se es-forzó en probar por A+B la falsedad
    de sus fórmulas, y le acusó de ignorar los principios rudimentarios de la balística. Echó
    cálculos para demostrar, amén de otros errores, que era absolutamente imposible dar a un
    cuer-po cualquiera una velocidad de doce mil yardas por se-gundo; con el álgebra en la
    mano sostuvo que aun en el supuesto de que se consiguiera esta velocidad, jamás un
    proyectil tan pesado traspasaría los límites de la atmós-fera terrestre. Ni siquiera iría más
    a11á de 8 leguas. Más aún, suponiendo adquirida la velocidad suficiente, la granada no
    resistiría la presión de los gases desarrollados por la combustión de un millón seiscientas
    mil li-bras de pólvora, y aunque la resistiera, no soportaría una temperatura semejante, se
    fundiría al salir del colum-biad, y convertida en lluvia de hierro derretido, caería sobre el
    cráneo de los imprudentes espectadores.
    Barbicane, sin hacer caso de estos ataques, continuó su obra.
    Entonces Nicholl miró la cuestión bajo otros aspec-tos. Dejando a un lado su inutilidad
    absoluta, consideró el experimento como muy peligroso para los ciudada-nos que
    autorizasen con su presencia tan reprobado es-pectáculo y para las poblaciones próximas a
    aquel cañón vituperable. Hizo notar también que el proyectil, si no alcanzaba, como no to
    alcanzaría, el objetivo a que se le destinaba, caería y la caída de una mole semejante,
    mul-tiplicada por el cuadrado de su velocidad, compromete-ría singularmente algún punto
    del globo. Sin atacar los derechos de los ciudadanos, había llegado el caso en que la
    intervención del gobierno era de absoluta necesidad, pues no era justo comprometer la
    seguridad de todos por el capricho de uno solo.
    Véase a qué exageraciones se dejaba arrastrar el capi-tán Nicholl. Nadie participaba de su
    opinión, ni tuvo en cuenta sus funestos pronósticos. Se le dejó gritar y des-gañitarse cuanto
    le diera la gana. Así quedó constituido el capitán en defensor de una causa perdida de
    antema-no; se le oía, pero no se le escuchaba, y no privó al presi-dente del GunClub, ni
    de uno solo de sus admiradores. Barbicane no se tomó siquiera la molestia de contestar a
    los argumentos de su implacable rival.
    Acorralado en sus últimas trincheras, Nicholl, ya que no podía pagar con su persona,
    resolvió pagar con su dinero.
    En el Enquirer, de Richmond, propuso públicamen-te una serie de apuestas en la forma
    siguiente:

    Apostó:
    1.° A que no se reunirían los fon-dos necesarios
    para llevar a cabo la em-presa del GunClub................................ 1.000 dólares

    2.° A que la fundición de un cañón de
    900 pies resultaría impracticable y no tendría éxito .......................2.000 dólares

    3.° A que sería imposible cargar el columbiad,
    y a que la pólvora se infla-maría por la Bola presión del proyectil.....3.000 dólares

    4.° A que el columbiad reventaría al primer disparo ..................... 4.000 dólares
    . . . . . . .
    5.° A que la bala no alcanzaría a más de 6 millas
    y caería a los pocos se-gundos de haberla disparado .......................5.000 dólares

    Corno se ve, era importante la sums que, en su obsti-nación invencible, arriesgaba el
    capitán. Tratábase nada menos que de 15.000 dólares.
    Apesar de la importancia de la apuesta, recibió el 19 de mayo un pliego lacrado. Era
    lacónico:
    «Baltimore,18 de octubre. »
    Aceptadas.
    BARBICANE.»




    continuará cap XI


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    o un ciego soñando
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    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 10 Mayo 2021, 08:38

    XI

    Florida y Tejas
    Una cuestión faltaba resolver, y era la elección del lugar favorable al experimento. El
    observatorio de Cam-bridge había recomendado con interés que el disparo se dirigiese
    perpendicularmente al plano del horizonte, es decir, hacia el cenit, y la Luna no sube al
    cenit sino en los lugares situados entre 1° y 28° de latitud, o, lo que es lo mismo, la
    declinación de la Luna no es más que de 28°.(1) Tratábase, pues, de determinar
    exactamente el punto del globo en que se había de fundir el inmenso columbiad.
    1. La declinación de un astro es su latitud en la esfera terrestre; la ascensión recta es la
    longitud.

    El 20 de octubre, hallándose reunido el GunClub en sesión general, Barbicane se presentó
    con un magnífi-co mapa de los Estados Unidos de Z. Belltropp. Pero sin darle tiempo de
    desplegarlo, J. T. Maston pidió la pala-bra con su habitual vehemencia, y se expresó en los
    si-guientes términos:
    Dignísimos colegas, la cuestión que vamos a deba-tir tiene una importancia
    verdaderamente nacional, y va a depararnos la ocasión de ejercer un gran acto de
    pa-triotismo.
    Los miembros del GunClub se miraron unos a otros sin comprender dónde iría a parar el
    orador.
    Ninguno de vosotros prosiguió éste ha pensado ni pensará nunca en transigir con la
    gloria de su país, y si hay algún derecho que la Unión pueda reivindicar es el fundir en su
    propio seno el formidable cañón del Gun-Club. Así pues, en las circunstancias actuales...
    Insigne Maston... dijo el presidente.
    Permitidme exponer mi pensamiento repuso el orador. En las circunstancias actuales,
    tenemos que buscar un sitio bastante cerca del ecuador, para que el experimento se haga en
    buenas condiciones...
    Si me dejáis hablar... dijo Barbicane.
    Pido que no se opongan obstáculos a la libre discu-sión de las ideas repuso el
    displicente J. T. Maston, y sostengo que el territorio desde el cual se lance nues-tro
    glorioso proyectil, debe ser parte integrante de la Unión.
    ¡Sin duda! respondieron algunos miembros.
    ¡Pues bien! Puesto que nuestras fronteras no son bastante extensas, puesto que al Sur nos
    opone el océano una barrera insuperable, puesto que tenemos necesidad de it a buscar más
    allá de los Estados Unidos este parale-lo 28 que nos es tan preciso, se nos presenta un casus
    be-lli legítimo y pido que se declare la guerra a México.
    ¡No! ¡No! exclamaron muchas voces al unísono.
    ¿Conque no? replicó J. T. Maston. No, es un monosílabo que me resulta totalmente
    incomprensible en este recinto.
    ¡Pero, escuchad...!
    ¡No puedo escuchar nada! exclamó el fogoso ora-dor. Tarde o temprano la guerra se
    hará, y pido que es-talle hoy mismo.
    ¡Maston! dijo Barbicane haciendo sonar el timbre con estrépito. ¡Os suplico que no
    sigáis hablando!
    Maston quiso replicar, pero algunos de sus colegas pudieron contenerle.
    Convengo dijo Barbicane en que el experimento no se puede ni se debe intentar sino
    en territorio de la Unión, pero si mi impaciente amigo me hubiese dejado hablar, si hubiese
    recorrido con la vista este mapa, sabría que es períectamente inútil declarar la guerra a
    nuestros vecinos, en atención a que ciertas fronteras de los Esta-dos Unidos se extienden
    más a11á del paralelo 28. Mirad el mapa y veréis que tenemos a nuestra disposición, sin
    salir de nuestro país, toda la parte meridional de Tejas y de Florida.
    El incidente no tuvo consecuencias, si bien a J. T. Maston le costó no poco dejarse
    convencer. Se decidió fundir el columbiad en el suelo de Tejas o en el de Flo-rida.
    Pero esta decisión debía crear una rivalidad sin ante-cedentes entre las ciudades de estos
    dos Estados.
    En la costa americana, el paralelo 28 atraviesa la pe-nínsula de Florida y la divide en dos
    partes casi iguales. Después, cruzando el golfo de México, se apoya en los extremos del
    arco formado por las costas de Alabama, Mississippi y Luisiana. Entonces, abordando
    Tejas, de la que corta un ángulo, se prolonga por México, salva So-nora, pasa por encima
    de la antigua California y se pier-de en los mares del Pacífico. Situadas debajo de este
    pa-ralelo, no había más que las porciones de Tejas y Florida que se hallasen en las
    condiciones de latitud recomen-dadas por el observatorio de Cambridge.
    En su parte meridional, Florida, erizada de fuertes levantados contra los indios nómadas, no
    tiene ciudades de importancia. Tampa es la única población que por su situación merece
    tenerse en cuenta.
    En Tejas las ciudades son más numerosas a impor-tantes. Corpus Christi, en el distrito de
    Nueces, y todas las poblaciones situadas en el río Bravo: Laredo, Reali-tos, San Ignacio,
    Webb, Roma, Río Grande City, Pharr, Edimburgo, Hidalgo, Santa Rita, Panda,
    Brownsville, La Feria y San Manuel formaron contra las pretensiones de Florida una liga
    imponente.
    Los diputados tejanos y floridenses, apenas cono-cieron la decisión, se trasladaron a
    Baltimore por el ca-mino más corto, y desde entonces el presidente Barbica-ne y los
    miembros más influyentes del GunClub se vieron día y noche asediados por formidables
    reclama-ciones.
    Con menos afán se disputaron siete ciudades de Grecia la gloria de haber sido la cuna de
    Homero que el Estado de Tejas y el de Florida la de ver fundir un cañón en su regazo.
    Aquellos feroces hermanos recorrían armados las ca-lles de Baltimore. Era inminente un
    conflicto de incalcu-lables consecuencias. Afortunadamente, la prudencia y el buen tacto
    del presidente Barbicane conjuraron el pe-ligro. Las demostraciones personales hallaron un
    deri-vativo en los periódicos de varios Estados. En tanto que el New York Herald y la
    Tribune se declaraban partida-rios de Tejas, el Times y el American Review se consti-tuían
    en órganos de los diputados floridenses. Los miembros del GunClub estaban perplejos.
    Tejas hacía orgulloso alarde de sus veintiséis conda-dos, que parecía poner en batería; pero
    Florida contesta-ba que, siendo ella un país seis veces más pequeño, tenía doce condados
    que son relativamente a la extensión del territorio más que los veintiséis de Tejas.
    Tejas sacaba a relucir sus 300.000 habitantes, pero Florida, menos extensa, se consideraba
    más poblada con sus 56.000. Acusaba a Tejas de tener una varie-dad de fiebres palúdicas
    que costaba la vida todos los años a algunos miles de habitantes. Y, desde luego, tenía
    razón.
    Tejas, a su vez, replicaba que Florida, respecto a fie-bres, nada tenía que envidiar a nadie, y
    que no era pru-dente que acusase de insalubres a otros países un Estado que tenía la honra
    de poseer entre sus enfermedades en-démicas el vómito negro. Y Tejas tenía razón también.
    Además, añadían los tejanos en el New York He-rald, algunas consideraciones que merece
    un Estado que produce el mejor algodón de América y la mejor madera de construcción
    para buques, encerrando también en sus entrañas soberbio carbón de piedra y minas de
    hie-rro que dan un 50 por ciento de mineral puro.
    A esto el American Review contestaba que el suelo de Florida, sin ser tan rico, ofrecía
    mejores condiciones para fundir y vaciar el columbiad, porque estaba com-puesto de arena
    y arcilla.
    Pero replicaban los tejanos antes de fundir algo, sea to que sea, en un país, es preciso
    llegar al país, y las comunicaciones con Florida son difíciles, mientras que la costa de Tejas
    ofrece la bahía de Galveston, que tiene catorce leguas de extensión y podría contener
    holgada-mente a todas las escuadras del mundo.
    ¡Bueno! repetían los periódicos defensores de Florida. ¡Gran cosa tenéis en vuestra
    bahía de Galves-ton, situada encima del paralelo 29! ¿No tenemos acaso nosotros la bahía
    del Espíritu Santo, abierta precisamen-te a 28° de latitud, y por la cual los buques llegan
    directa-mente a Tampa?
    ¡Magnífica bahía! respondía sarcásticamente Te-jas. ¡Una bahía medio cegada!
    ¡Vosotros sois los que estáis cegados por la pasión! exclamaba Florida. ¡Cualquiera,
    al oíros, diría que yo soy un país de salvajes!
    La verdad es que los semínolas recorren vuestras praderas.
    ¿Y vuestros apaches y comanches son gente civili-zada?
    Después de algunos días de dimes y diretes, Florida llamó a su adversario a otro terreno, y
    una mañana salió el Times con la pata de gallo de que siendo la empresa esencialmente
    americana, no podía llevarse a cabo sino en un terreno esencialmente americano.
    A estas palabras, Tejas se salió de sus casillas.
    ¡Americanos! exclama. ¿No to somos tanto como vosotros? ¿Tejas y Florida no se
    incorporaron las dos a la Unión en 1845?
    Sin duda respondió el Times. ¡Después de haber sido españoles o ingleses por espacio
    de doscientos años, os vendieron a los Estados Unidos por cinco mi-llones de dólares!
    ¡Qué importa! replicaron los floridenses. ¿De-bemos por ello avergonzarnos? En
    1903, ¿no fue com-prada la Luisiana a Napoleón por dieciséis millones de dólares?
    ¡Qué vergüenza! exclamaron entonces los diputa-dos de Tejas. ¡Un miserable pedazo
    de tierra como Florida ponerse en parangón con Tejas, que, en lugar de venderse, se hizo
    ella misma independiente, expulsó a los mexicanos el 2 de marzo de 1836 y se declaró
    repú-blica federal después de la victoria alcanzada por Samuel Houston en las márgenes del
    San Jacinto sobre las tro-pas de Santana! ¡Un país, en fin, que se anexionó volun-tariamente
    a los Estados Unidos de América!
    ¡Sí, por miedo a los mexicanos! respondió Florida.
    ¡Miedo! Desde el momento que se pronunció esta palabra, demasiado fuerte, en realidad, la
    posición se hizo intolerable. Era de temer un degüello de los dos partidos en las calles de
    Baltimore. Fue preciso vigilar a los diputados con centinelas.
    El presidente Barbicane se hallaba metido en un ato-lladero. Llegaban continuamente a sus
    manos notas, do-cumentos y cartas preñadas de amenazas. ¿Qué partido había de tomar?
    Bajo el punto de vista de la posición, fa-cilidad de las comunicaciones y rapidez de los
    transpor-tes, los derechos de los dos Estados eran perfectamente iguales. En cuanto a las
    personalidades políticas, nada tenían que ver en el asunto.
    La vacilación y la perplejidad se habían prolongado ya mucho y ofrecían visos de
    perpetuarse, por to que Barbicane trató de salir resueltamente al paso ocurrién-dosele una
    solución que era indudablemente la más dis-creta.
    Todo bien considerado dijo, es evidente que las dificultades suscitadas por la
    rivalidad de Tejas y Florida se producirán entre las ciudades del Estado favorecido. La
    rivalidad descenderá del género a la especie, del Es-tado a la ciudad, y no habremos
    adelantado nada. Pero Tejas tiene once ciudades que gozan de las condiciones requeridas, y
    las once, disputándose el honor de la em-presa, nos crearán nuevos conflictos, al paso que
    Florida no tiene más ciudades que Tampa. Optemos, pues, por Florida.
    Esta disposición, apenas fue conocida, puso a los di-putados de Tejas de un humor de
    perros. Se apoderó de ellos un furor indescriptible, y dirigieron insultos des-medidos a los
    distintos miembros del GunClub. Los magistrados de Baltimore no podían tomar más que
    un partido, y to tomaron. Mandaron preparar un tren espe-cial, metieron en él de grado o
    fuerza a los tejanos, y les hicieron abandonar la ciudad con una rapidez de treinta millas por
    hora.
    Pero, por precipitado que fuese su obligado viaje, tuvieron tiempo de echar un último
    sarcasmo amenaza-dor a sus adversarios.
    Aludiendo a la poca extensión de Florida, península en miniatura encerrada entre dos
    mares, se consolaron con la idea de que no resistiría al sacudimiento del dispa-ro y saltaría
    al primer cañonazo.
    ¡Que salte! respondieron los floridenses, con un laconismo digno de los tiempos
    antiguos.




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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Miér 08 Feb 2023, 07:49



    XII


    Urbi et orbi


    Resueltas las dificultades astronómicas, mecánicas y topográficas, se presentaba la cuestión
    económica. Tra-tábase nada menos que de procurarse una enorme cantidad para la
    ejecución del proyecto. Ningún particular, ningún Estado hubiera podido disponer de los
    millones necesarios.
    Por más que la empresa fuese americana, el presi-dente Barbicane tomó el partido de darle
    una carácter de universalidad para poder pedir su cooperación a todas las naciones. Era a la
    vez un derecho y un deber de toda la Tierra intervenir en los negocios de su satélite.
    Abrió-se con este fin una suscripción que se extendió desde Baltimore al mundo entero.
    Urbi et orbi.
    La suscripción debía tener un éxito superior a todas las esperanzas. Tratábase, sin embargo,
    de un donativo, y no de un préstamo. La operación, en el sentido literal de la palabra, era
    puramente desinteresada, sin la más re-mota probabilidad de beneficio.
    Pero el efecto de la comunicación de Barbicane no se había limitado a las fronteras de los
    Estados Unidos, sino que había salvado el Atlántico y el Pacífico, inva-diendo a la vez Asia
    y Europa, África y Oceanía. Los observadores de la Unión se pusieron inmediatamente en
    contacto con los de los países extranjeros. Algunos, los de París, San Petersburgo, El Cabo,
    Berlín, Alto-na, Estocolmo, Varsovia, Hamburgo, Budapest, Bolo-nia, Malta, Lisboa,
    Benarés, Madrás y Pekín cumpli-mentaron al GunClub; los demás se encerraron en una
    prudente expectativa.
    En cuanto al observatorio de Greenwich, con el be-neplático de los otros veintidós
    establecimientos astro-nómicos de la Gran Bretaña, no se anduvo en chiquitas ni paños
    calientes, sino que negó terminantemente la posibilidad del éxito, y se colocó sin vacilar en
    las filas del capitán Nicholl, cuyas teorías prohijó sin la menor reserva.
    Así es que, en tanto que otras ciudades científicas prometían enviar delegados a Tampa, los
    astrónomos de Greenwich acordaron, en una sesión especial, no darse por enterados de la
    proposición de Barbicane. ¡A tanto llega la envidia inglesa!
    Pero el efecto fue excelente en el mundo científico en general, desde el cual se propagó a
    todas las clases de la sociedad, que acogieron el proyecto con el mayor en-tusiasmo. Este
    hecho era de una importancia inmensa tratándose de una suscripción para reunir un capital
    considerable.
    El 8 de octubre, el presidente Barbicane redactó un manifiesto capaz de entusiasmar a las
    piedras, en el cual hacía un llamamiento a todos los hombres de buena vo-luntad que
    pueblan la Tierra. Aquel documento, tradu-cido a todos los idiomas, tuvo un éxito
    portentoso.





    *******************************


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Dom 12 Feb 2023, 08:20

    Se abrió suscripción en las principales ciudades de la Unión para centralizar fondos en el
    banco de Baltimore, 9 Baltimore Street, y luego se establecieron también centros de
    suscripción en los diferentes países de los dos continentes:

    En Viena, S. M. Rothschild.
    En San Petersburgo, Stieglitz y Compañía.
    En París, el Crédito Mobiliario.
    En Estocolmo, Tottie y Arfuredson.
    En Londres, N. M. Rothschild a hijos.
    En Turín, Ardouin y Compañía.
    En Berlín, Mendelsohn.
    En Ginebra, Lombard Odier y Compañía.
    En Constantinopla, el banco Otomano.
    En Bruselas, S. Lambert.
    En Madrid, Daniel Weisweiller.
    En Amsterdam, el Crédito Neerlandés.
    En Roma, Torlonia y Compañía.
    En Lisboa, Lecesno.
    En Copenhague, el banco Privado.
    En Buenos Aires, el banco Maun.
    En Río de Janeiro, la misma casa.
    En Montevideo, la misma casa.
    En Valparaíso, Tomás La Chambre y Compañía.
    En México, Martin Durán y Compañía.
    En Lima, Tomás La Chambre y Compañía.

    Tres días después del manifiesto del presidente Bar-bicane se había recaudado en las varias
    ciudades de la Unión cuatro millones de dólares,(l) con los cuales el GunClub pudo
    empezar los trabajos.
    Algunos días después se supo en América, por par-tes telegráficos, que en el extranjero se
    cubrían las sus-cripciones con una rapidez asombrosa. Algunos países se distinguían por su
    generosidad, pero otros no sol-taban el dinero tan fácilmente. Cuestión de tempera-mento.

    Rusia, para cubrir su contingente, aprontó la enor-me suma de 368.733 rublos.(2)
    Francia empezó riéndose de la pretensión de los americanos. Sirvió la Luna de pretexto a
    mil chanzone-tas y retruécanos trasnochados y a dos docenas de saine-tes en que el mal
    gusto y la ignorancia andaban a la gre-ña. Pero así como en otro tiempo, los franceses
    soltaron la mosca después de cantar, la soltaron esta vez después de reír, y se suscribieron
    por una cantidad de 253.930 francos. A este precio, tenían derecho a divertirse un poco.
    Austria, atendido el mal estado de su Hacienda, se mostró bastante generosa. Su parte en la
    contribución pública se elevó a la suma de 216.000 florines, que fue-ron bien recibidos.(3)
    Suecia y Noruega enviaron 52.000 rixdales,(4) que, en relación al país, son una cantidad
    considerable, pero hubiera sido mayor aún si se hubiese abierto suscripción en Cristianía al
    mismo tiempo que en Estocolmo. Por no sabemos qué razón, a los noruegos no les gusta

    en-viar su dinero a Suecia.
    1. 21.680.000 francos.
    2. 1.475.000 francos.
    3. 520.000 francos.
    4. 294.323 francos.

    Prusia demostró la consideración que le mereció la empresa enviando 250.000 táleros.(1)
    Todos sus observa-torios se suscribieron por una cantidad importante, y fueron los que más
    procuraron alentar al presidente Barbicane.

    Turquía se condujo generosamente, pues siendo la Luna quien regula el curso de sus años y
    su ayuno del Ramadán, se hallaba personalmente interesada en el asunto. No podía enviar
    menos de 1.372.640 piastras,(2) y las dio con una espontaneidad que revelaba, sin
    embar-go, cierto interés del gobierno otomano.
    Bélgica se distinguió entre todos los Estados de se-gundo orden con un donativo de
    513.000 francos, que vienen a corresponder a doce céntimos por habitante.
    Holanda y sus colonias se interesaron en la cuestión por 110.000 florines,(3) pidiendo sólo
    una rebaja del 5 por ciento por pagarlos al contado.
    Dinamarca, cuyo territorio es muy limitado, dio, sin embargo, 9.000 ducados finos,(4) lo
    que prueba la afición de los daneses a las expediciones científicas.
    La confederación germánica contribuyó con 34.285 florines.s Pedirle más hubiera sido
    gollería, y aunque se to hubieran pedido, ella no to hubiera dado.
    Italia, aunque muy endeudada, encontró 200.000 li-ras en los bolsillos de sus hijos, pero
    dejándolos limpios como una patena. Si hubiese tenido Venecia hubiera dado más; pero no
    la tenía.

    1. 937.500 francos.
    2. 343.160 francos.
    3. 235.400 francos.
    4. 117.414 francos.
    5. 72.000 francos.

    Los Estados de la Iglesia no creyeron prudente en-viar menos de 7.040 escudos romanos,(l)
    y Portugal llegó a desprenderse por la ciencia hasta de 30.000 cruzados(2).
    En cuanto a México, no pudo dar más que 86.000 pesos fuertes,(3) pues los imperios que se
    están fundando andan algo apurados.

    1. 38.000 francos.
    2. 113.200 francos.
    3. 1.727 francos.

    Doscientos cincuenta y siete francos fueron el mo-desto tributo de Suiza para la obra
    americana... Digamos francamente que Suiza no acertaba a ver el lado práctico de la
    operación; no le parecía que el acto de enviar una bala a la Luna fuese de tal naturaleza que
    estableciese re-laciones diplomáticas con el astro de la noche, y se le an-tojó que era poco
    prudente aventurar sus capitales en una empresa tan aleatoria. Si bien se medita, Suiza
    tenía, tal vez, razón.

    Respecto a España, no pudo reunir más que ciento diez reales. Dio como excusa que tenía
    que concluir sus ferrocarriles. La verdad es que la ciencia en aquel país no está muy
    considerada. Se halla aún aquel país algo atrasado. Y, además, ciertos españoles, y no de
    los me-nos instruidos, no sabían darse cuenta exacta del peso del proyectil, comparado con
    el de la Luna, y temían que la sacase de su órbita; que la turbase en sus funcio-nes de
    satélite y provocase su caída sobre la superficie del globo terráqueo. Por to que pudiera
    tronar, to me-jor era abstenerse. Así se hizo, salvo unos cuantos rea-lejos.

    Quedaba Inglaterra. Conocida es la desdeñosa anti-patía con que acogió la proposición de
    Barbicane. Los ingleses no tienen más que una sola alma para los vein-tinco millones de
    habitantes que encierra la Gran Breta-ña. Dieron a entender que la empresa del GunClub
    era
    contraria al «principio de no intervención», y no solta-ron ni un cuarto.
    A esta noticia, el GunClub se contentó con enco-gerse de hombros y siguió su negocio.
    En cuanto a la América del Sur: Perú, Chile, Brasil, las provincias de la Plata, Colombia,
    remitieron a los Estados Unidos 300.000 pesos.(1) El GunClub se encontró con un capital
    considerable, cuyo resumen es el siguiente:
    Suscripción de los Estados Unidos . . 4.000.000 dólares
    Suscripciones extranjeras . . . . . . . . . 1.446.675 dólares
    Total . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5.446.675 dólares
    5.446.675 dólares(2) entraron, como resultado de la suscripción, en la caja del GunClub.
    A nadie sorprenda la importancia de la suma. Los trabajos de fundición, taladro y
    albañilería, el transporte de los operarios, su permanencia en un país casi inhabi-tado, la
    construcción de hornos y andamios, las herra-mientas, la pólvora, el proyectil y los gastos
    imprevistos, debían, según el presupuesto, consumirse casi completa-mente. Algunos
    cañonazos de la guerra federal costaron 1.000 dólares, y, por consiguiente, bien podía
    costar cin-co mil veces más el del presidente Barbicane, único en los fastos de la artillería.
    El 20 de octubre se ajustó un contrato con la fábrica de fundición de Goldspring, cerca de
    Nueva York, la cual se comprometió a transportar a Tampa, en la Flori-da meridional, el
    material necesario para la fundición del columbiad.

    1. 59.000 francos.
    2. Alrededor de 29,5 millones de francos.

    Todo to más tarde, la operación debía quedar termi-nada el 15 del próximo octubre, y
    entregado el cañón en buen estado, bajo pena de una indemnización de 100 dó-lares por día
    hasta el momento de volverse a presentar la Luna en las mismas condiciones requeridas, es
    decir, hasta haber transcurrido dieciocho años y once días.
    El ajuste y pago de salario de los trabajadores y las demás atenciones de esta índole, eran de
    cuenta de la compañía de Goldspring.
    Este convenio, hecho por duplicado y de buena fe, fue firmado por I. Barbicane, presidente
    del GunClub, y por J. Murchison, director de la fábrica de Go1dspring, que aprobaron la
    escritura.




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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:13

    ***


    XIII
    Stone's Hill
    Hecha ya la elección por los miembros del Gun-Club, en detrimento de Tejas, los
    americanos de la Unión que todos saben leer, se impusieron la obligación de estu-diar la
    geografía de Florida. Nunca jamás habían vendido los libreros tantos ejemplares de
    Bartram's travel in Flo-rida, de Roman's natural history of East and West Flori-da, de
    William's territory of Florida, de Cleland on the culture of the Sugar, Cane in East Florida.
    Fue necesario imprimir nuevas ediciones. Aquello era un delirio.
    Barbicane tenía que hacer algo más que leer; quería ver con sus propios ojos y marcar el
    sitio del columbiad. Sin pérdida de un instante puso a disposición del obser-vatorio de
    Cambridge los fondos necesarios para la construcción de un telescopio, .y entró en tratos
    con la casa Breadwill y Compañía, de Albany, para la fabrica-ción del proyectil de
    aluminio. Enseguida partió de Bal-timore, acompañado de J. T. Maston, del mayor
    Elphis-ton y del director de la fábrica de Goldspring.
    Al día siguiente, los cuatro compañeros de viaje lle-garon a Nueva Orleans, donde se
    embarcaron inmedia-tamente en el Tampico, buque de la marina federal que el gobierno
    ponía a su disposición, y, calentadas las calde-ras, las orillas de la Luisiana desaparecieron
    pronto de su vista.
    La travesía no fue larga. Dos días después de partir el Tampico, que había recorrido 480
    millas, distinguióse la costa floridense. A1 acercarse a ésta, Barbicane se halló en presencia
    de una tierra baja, llana, de aspecto bastante árido. Después de haber costeado una cadena
    de ensena-das materialmente cubiertas de ostras y cangrejos, el Tampico entró en la bahía
    del Espíritu Santo.
    Dicha bahía se divide en dos radas prolongadas: la rada de Tampa y la rada de Hillisboro,
    por cuya boca penetró el buque. Poco tiempo después, el fuerte Broke descubrió sus
    baterías rasantes por encima de las olas, y apareció la ciudad de Tampa, negligentemente
    echada en el fondo de un puertecillo natural formado por la de-sembocadura del río
    Hillisboro.
    Allí fondeó el Tampico el 22 de octubre, a las siete de la tarde, y los cuatro pasajeros
    desembarcaron inmedia-tamente.



    continuará


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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:14

    ***

    Barbicane sintió palpitar con violencia su corazón al pisar la tierra floridense; parecía
    tantearla con el pie, como hace un arquitecto con una casa cuya solidez de-sea conocer; J.
    T. Maston escarbaba el suelo con su mano postiza.
    Señores dijo Barbicane, no tenemos tiempo que perder; mañana mismo montaremos a
    caballo para em-pezar a recorrer el país.
    Barbicane, en el momento de saltar a tierra, vio que le salían al encuentro los 3.000
    habitantes de la ciudad de Tampa. Bien merecía este honor el presidente del Gun-Club, que
    les había dado la preferencia. Fue acogido con formidables aclamaciones; pero él se
    sustrajo a la ovación, se encerró en una habitación del hotel Franklin y no quiso recibir a
    nadie. Decididamente, no se avenía su carácter con el oficio de hombre célebre.
    Al día siguiente, 23 de octubre, algunos caballos de raza española, de poca alzada, pero de
    mucho vigor y brío, relinchaban debajo de sus ventanas. Pero no eran cuatro, sino
    cincuenta, con sus correspondientes jinetes. Barbicane, acompañado de sus tres camaradas,
    bajó y se asombró de pronto, viéndose en medio de aquella cabal-gata. Notó que cada jinete
    llevaba una carabina en la bandolera y un par de pistolas en el cinto. Un joven flo-ridense le
    explicó inmediatamente la razón que había para aquel aparato de fuerzas.
    Señordijo, hay semínolas.
    ¿Qué son semínolas?
    Salvajes que recorren las praderas, y nos ha pareci-do prudente escoltaros.
    ¡Bah! dijo desdeñosamente J. T. Maston montan-do a caballo.
    Siempre es bueno respondió el floridense tomar precauciones.
    Señores repuso Barbicane, os agradezco vuestra atención; partamos.
    La cabalgata se puso en movimiento y desapareció en una nube de polvo. Eran las cinco de
    la mañana; el sol resplandecía ya, y el termómetro señalaba 84°,(1) pero frescas brisas del
    mar moderaban la excesiva tempera-tura.
    Barbicane, al salir de Tampa, bajó hacia el Sur y si-guió la costa, ganando el creek(2) de
    Alifia. Aquel arroyo desagua en la bahía de Hillisboro, doce millas al sur de Tampa.
    Barbicane y su escolta costearon la orilla dere-cha, remontando hacia el Este. Las olas de la
    bahía desaparecieron luego detrás de un accidente del terreno, y únicamente se ofreció a su
    vista la campiña.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:15

    ***

    1. 28° centígrados.
    2. Arroyo.

    La Florida se divide en dos partes: una, al Norte, más populosa, menos abandonada, tiene
    por capital a Talla-hassee, y posee uno de los principales arsenales marí-timos de los
    Estados Unidos, que es Pensacola; la otra, colocada entre los Estados Unidos y el golfo de
    México, que la estrechan con sus aguas, no es más que una angosta península roída por la
    corriente del Gulf Stream, punta de tierra perdida en medio de un pequeño archipiélago,
    doblándola incesantemente los numerosos buques del canal de Bahama. Aquella punta es el
    centinela avanzado del golfo de las grandes tempestades. Tiene aquel Estado una superficie
    de 38.033.267 acres,(1) entre los cuales había que escoger uno situado más a11á del
    paralelo 28 que con-viniese a la empresa, por to que Barbicane, sin apearse, examinaba
    atentamente la configuración del terreno y su distribución particular.
    1. 151.975 kilómetros cuadrados.

    La Florida, descubierta por Juan Ponce de León el Domingo de Ramos de 1512, debió a
    esta circunstancia el nombre que llevaba en un principio de Pascua Flori-da. No la hacía en
    verdad muy digna de él sus costas ári-das y abrasadas. Pero a algunas millas de la playa, la
    na-turaleza del terreno se fue modificando poco a poco, y el país se mostró acreedor a su
    denominación primitiva. Entrecortaba el terreno una red de creeks, ríos, manan-tiales,
    estanques y lagos, que le daba un aspecto parecido al que tienen Holanda y Guayana; pero
    el campo se ele-vó sensiblemente y no tardó en ostentar sus llanuras cul-tivadas, en que se
    daban admirablemente todas las pro-ducciones vegetales del Norte y del Mediodía. El sol
    de los trópicos y las aguas conservadas por la arcilla del te-rreno, pagan todos los gastos de
    cultivo de su inmensa vega. Praderas de ananás, de ñame, de tabaco, de arroz, de algodón y
    de caña de azúcar, que se extienden a cuan-to alcanza la vista, ofrecen sus riquezas con la
    prodigali-dad más espontánea.
    Mucho satisfacía a Barbicane la elevación progresi-va del terreno, y cuando J. T. Maston le
    interrogó acerca del particular, le respondió:
    Amigo mío, tenemos el mayor interés en fundir nuestro columbiad en un terreno alto.
    ¿Para estar más cerca de la Luna? preguntó con sorna el secretario del GunClub.
    No respondió Barbicane sonriéndose. ¿Qué im-portan algunas toesas más o menos?
    Pero en terrenos al-tos la ejecución de nuestros trabajos será más fácil, no tendremos que
    luchar con las aguas, to que nos permiti-rá prescindir del largo y penoso sistema de
    tuberías, cosa digna de consideración cuando se trata de abrir un pozo de 900 pies de
    profundidad.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:16

    ***

    Tenéis razóndijo el ingeniero Murchison. Debe-mos, en cuanto podamos, evitar los
    cursos de agua du-rante la perforación; pero si encontramos manantiales, no hay que
    amilanarse por eso, los agotaremos con nuestras máquinas o los desviaremos. No se trata de
    un pozo artesiano, estrecho y oscuro, en el que la terraja, el cubo, la sonda, en una palabra,
    todos los instrumentos del perforador, trabajan a ciegas. No. Nosotros trabaja-remos al aire
    libre, a plena luz, con el azadón o el pico en la mano, y con el auxilio de los barrenos
    saldremos pronto del paso.
    Sin embargo respondió Barbicans, si por la eleva-ción o naturaleza del terreno
    podemos evitar una lucha con las aguas subterráneas, el trabajo será más rápido y saldrá
    más perfecto. Procuremos, pues, abrir nuestra zanja en un terreno situado a algunos
    centenares de toe-sas sobre el nivel del mar.
    Tenéis razón, señor Barbicane; y, si no me engaño, no tardaremos en encontrar el sitio
    que nos conviene.
    ¡Ah! Ya quisiera haber dado el primer azadonazo dijo el presidents.
    ¡Y yo el último! exclamó J. T. Maston.
    Todo se andará, señores respondió el ingeniero, y, creedme, la compañía de
    Goldspring no tendrá que pagar indemnización alguna por causa de retraso.
    ¡Por Santa Bárbara que tenéis razón! replicó J. T. Maston. Cien dólares por día hasta
    que la Luna se vuel-va a presentar en las mismas condiciones, es decir, du-rante dieciocho
    años y once días, constituirían una suma de 650.000 dólares. ¿Sabíais eso?
    Ni tenemos necesidad de saberlo respondió el in-geniero.
    A cosa de las diez de la mañana, la comitiva había avanzado unas doce millas. A los
    campos fértiles sucedió entonces la región de los bosques. A11í se presentaban las esencias
    más variadas con una profusión tropical. Aque-llos bosques casi impenetrables, estaban
    formados de granados, naranjos, limoneros, higueras, olivos, albari-coques, bananos y
    cepas de viña, cuyos frutos y flores ri-valizaban en colores y perfumes. A la olorosa sombra
    de aquellos árboles magníficos, cantaban y volaban nume-rosísimas aves de brillantes
    colores, entre las cuales se distinguían muy particularmente las cangrejeras, cuyo nido
    debería ser un estuche de guardar joyas para ser digno de su magnífico y variado plumaje.
    J. T. Maston y el mayor, no podían hallarse en pre-sencia de aquella naturaleza opulenta,
    sin admirar su es-pléndida belleza.
    Pero el presidents Barbicane, poco sensible a tales maravillas, tenía prisa en seguir
    adelante. Aquel país tan fértil le desagradaba por su fertilidad misma. Sin ser hi-dróscopo
    sentía el agua bajo sus pies, y buscaba, aunque en vano, señales de una aridez incontestable.



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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:17

    ***
    Se siguió avanzando y hubo que vadear varios ríos, no sin algún peligró, porque estaban
    infestados de caimanes de 15 a 18 pies de largo. J. T. Maston les amenazó con su temible
    mano postiza, pero sólo consiguió meter miedo a los pelícanos, yaguazas y faelones,
    salvajes ha-bitantes de aquellas costas, mientras los grandes flamen-cos de color rosa le
    miraban como embobados.
    Aquellos huéspedes de las regiones húmedas desa-parecieron a su vez, y árboles menos
    corpulentos se des-parramaron par bosques menos espesos. Algunos gru-pos aislados se
    destacaron en media de llanuras infinitas cruzadas par numerosas manadas de gansos
    azorados.
    ¡Par fin llegamos! exclamó Barbicane, levantán-dose sobre los estribos. ¡He aquí la
    región de los pinos!
    Y la de los salvajes respondió el mayor.
    En efecto, algunos semínolas aparecían a to lejos, agitándose, revolviéndose, corriendo de
    un lado a otro, montados en rápidos caballos, blandiendo largas lanzas o descargando
    fusiles de sordo estampido. Limitáronse a estas demostraciones hostiles, sin inquietar a
    Barbica-ne y a sus compañeros.
    Éstos ocupaban entonces el centro de una llanura pedregosa, vasto espacio descubierto de
    una extensión de algunos acres que sumergía el sol en abrasadores ra-yos. Estaba formada
    la llanura par una especie de dilata-do entumecimiento del terreno, que ofrecía, al parecer, a
    los miembros del GunClub todas las condiciones que requería la colocación de su
    columbiad.
    ¡Alto! dijo Barbicane deteniéndose. ¿Cómo se llama éste sitio?
    Stone's Hill(1) respondió uno de los floridenses.
    1. Colina de piedras.

    Barbicane, sin decir una palabra, se apeó, sacó sus instrumentos y empezó a determinar la
    posición del si-tio con la mayor precisión.
    La escolta, agolpada en torno suyo, le examinaba en silencio.
    El sol pasaba en aquel momento par el meridiano. Barbicane, después de algunas
    observaciones, apuntó rápidamente su resultado y dijo:
    Este sitio está situado a 300 toesas sobre el nivel del mar, a los 27° 7' de longitud
    Oeste;(1) me parece que, par su naturaleza árida y pedregosa, presenta todas las
    con-diciones que el experimento requiere; en esta llanura, pues, levantaremos nuestros
    almacenes, nuestros talle-res, nuestros hornos, las chozas de los trabajadores y des-de aquí,
    desde aquí mismo repitió, golpeando con el pie en el suelo, desde aquí, desde la cúspide
    de Stone's Hill, nuestro proyectil volará a los espacios del mundo solar.
    1. La longitud indicada corresponde al meridiano de Washington.








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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:18

    ***

    XIV
    Pala y zapapico
    Aquella misma tarde, Barbicane y sus compañeros regresaron a Tampa, y el ingeniero
    Murchison embarcó de nuevo en el Tampico para Nueva Orleans. Tenía que contratar un
    ejército de trabajadores y recoger la mayor parte del material. Los miembros del GunClub
    se que-daron en Tampa a fin de organizar los primeros trabajos con la ayuda de la gente del
    país.
    Ocho días después de su partida, el Tampico regre-saba a la bahía del Espíritu Santo con
    una flotilla de bu-ques de vapor. Murchison había reunido quinientos tra-bajadores. En los
    malos tiempos de la esclavitud le hubiera sido imposible. Pero desde que América, la tie-rra
    de la libertad, no abrigaba en su seno más que hom-bres libres, éstos acudían dondequiera
    que les llama'ba un trabajo generosamente retribuido. Y el GunClub no carecía de dinero,
    y ofrecía a sus trabajadores un buen salario con gratificaciones considerables y
    proporciona-das. El operario reclutado para la Florida podía con-tar, concluidos los
    trabajos, con un capital depositado a su nombre en el banco de Baltimore. Murchison tuvo,
    pues, donde escoger, y pudo manifestarse severo respec-to de la inteligencia y habilidad de
    sus trabajadores. Es de creer que formó su laboriosa legión con la flor y nata de los
    maquinistas, fogoneros, fundidores, mineros, al-bañiles y artesanos de todo género, negros
    o blancos, sin distinción de colores. Muchos partieron con su familia. Aquello era una
    verdadera emigración.
    El 31 de octubre, a las diez de la mañana, la legión desembarcó en los muelles de Tampa, y
    fácilmente se comprende el movimiento y actividad que reinarían en aquella pequeña
    ciudad cuya población se duplicaba en un día. En efecto, Tampa debía ganar mucho con
    aquella iniciativa del GunClub, no precisamente por el número de trabajadores que se
    dirigieron inmedia-tamente a Stone's Hill, sino por la afluencia de curiosos que
    convergieron poco a poco de todos los puntos del globo hacia la península.
    Se invirtieron los primeros días en descargar los utensilios que transportaba la flotilla, las
    máquinas, los víveres, a igualmente un gran número de casas de palastro compuestas de
    piezas desmontadas y numera-das. Al mismo tiempo, Barbicane trazaba un railway de 15
    millas para poner en comunicación Stone's Hill con Tampa.
    Nadie ignora en qué condiciones se hace un ferroca-rril americano. Caprichoso en sus
    curvas, atrevido en sus pendientes, despreciando terraplenes, desmontes y obras de
    ingeniería, escalando colinas, precipitándose por los valles; el rail road corre a ciegas y sin
    cuidarse de la línea recta, no es muy costoso, ni ofrece grandes difi-cultades de
    construcción, pero descarrila con suma facilidad. El camino de Tampa a Stone's Hill no fue
    más que una bagatela, y su construcción no requirió mucho tiempo ni tampoco mucho
    dinero.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:19

    ***

    Por lo demás, Barbicane era el alma de aquella mu-chedumbre que acudió a su
    llamamiento. Él la alentaba, la animaba y le comunicaba su energía y su entusiasmo; su
    persona se hallaba en todas partes, como si hubiese estado dotado del don de ubicuidad,
    seguido siempre de J. T. Maston, su mosca zumbadora. Con él no había obstáculo ni
    dificultades, ni contratiempos: era minero, albañil y maquinista tanto como artillero,
    teniendo res-puestas para todas las preguntas y soluciones para todos los problemas. Estaba
    en correspondencia constante con el GunClub y con la fábrica de Goldspring, y día y
    noche, con las calderas encendidas, con el vapor en pre-sión, el Tampico aguardaba sus
    órdenes en la rada de Hi-llisboro.
    El primer día de noviembre Barbicane salió de Tam-pa con un destacamento de
    trabajadores, y al día si-guiente se había levantado alrededor de Stone's Hill una ciudad de
    casas metálicas que se cercó de empalizadas, la cual, por su movimiento, por su actividad,
    poco o nada tenía que envidiar a las mayores ciudades de la Unión. Se reglamentó
    cuidadosamente el régimen de vida y em-pezaron las obras.
    Sondeos escrupulosamente practicados permitieron reconocer la naturaleza del terreno, y
    empezó la excava-ción el 4 de noviembre.
    Aquel día, Barbicane reunió a los jefes de los talleres y les dijo:
    Todos conocéis, amigos míos, el objeto por el cual os he reunido en esta parte salvaje de
    Florida. Trátase de fundir un cañón de nueve pies de diámetro interior, seis pies de grueso
    en sus paredes y diecinueve y medio de revestimiento de piedra. Es, pues, preciso abrir una
    zan-ja que tenga de ancho sesenta pies y una profundidad de novecientos. Esta obra
    considerable debe concluirse en ocho meses, y, por consiguiente, tenéis que sacar, en
    doscientos cincuenta y cinco días, 2.543.200 pies cúbi-cos de tierra, es decir, diez mil pies
    cúbicos al día. Esto, que no ofrecería ninguna dificultad a mil operarios que trabajasen con
    holgura, será más penoso en un espacio relativamente limitado. Sin embargo, puesto que es
    un trabajo que se ha de hacer, se hará, para to cual cuento tanto con vuestro ánimo como
    con vuestra destreza.
    A las ocho de la mañana se dio el primer azadonazo en el terreno floridense, y desde
    entonces, el poderoso instrumento no tuvo en manos de los mineros un solo momento de
    ocio. Las tandas de operarios se relevaban cada seis horas.
    Por colosal que fuese la operación, no rebasaba el límite de las fuerzas humanas. ¡Cuántos
    trabajos más di-fíciles, en los que había sido necesario combatir directa-mente contra los
    elementos, se habían llevado felizmen-te a cabo! Sin hablar más que de obras análogas,
    basta citar el Pozo del Tío José, construido cerca de El Cairo por el sultán Saladino, en una
    época en que las máquinas no habían completado aún la fuerza del hombre. Dicho pozo
    baja al nivel del Nilo, a una profundidad de 300 pies. ¡Y aquel otro pozo abierto en
    Coblenza, por el margrave Juan de Baden, a la profundidad de 600 pies! Pues bien, ¿de qué
    se trataba en última instancia? De tri-plicar esta profundidad y duplicar su anchura, to que
    ha-ría la perforación más fácil. Así es que no había ni un peón, ni un oficial, ni un maestro,
    que dudase del éxito de la operación.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:20

    ***


    Una decisión importante, tomada por el ingeniero Murchison, de acuerdo con el presidente
    Barbicane, ha-bía de acelerar más y más la marcha de los trabajos. Por un artículo del
    contrato, el columbiad debía estar refor-zado con zunchos o abrazaderas de hierro forjado.
    Es-tos zunchos eran un lujo de precauciones inútil, de las
    que el cañón podía prescindir sin ningún riesgo. Se su-primió, pues, dicha cláusula, con to
    que se economizaba mucho tiempo, porque se pudo entonces emplear el nuevo sistema de
    perforación adoptado actualmente en la construcción de los pozos, en que la perforación y
    la obra de mampostería se hacen al mismo tiempo. Gra-cias a este sencillo procedimiento,
    no hay necesidad de apuntalar la tierra, pues la pared misma la contiene con un poder
    inquebrantable y desciende por su propio peso.
    No debía empezar esta maniobra hasta alcanzar el azadón la parte sólida del terreno.
    El 4 de noviembre, cincuenta trabajadores abrieron en el centro mismo del recinto cercado,
    es decir, en la parte superior de Stone's Hill, un agujero circular de 60 pies de ancho.
    El pico encontró primero una especie de terreno ne-gro, de seis pies de profundidad, de
    cuya resistencia triunfó fácilmente. Sucedieron a este terreno dos pies de una arena fina,
    que se sacó y guardó cuidadosamente porque debía servir para la construcción del molde
    in-terior.
    Apareció después de la arena una arcilla blanca bas-tante compacta, parecida a la marga de
    Inglaterra, que tenía un grosor de cuatro pies.
    Enseguida, el hierro de los picos echó chispas bajo la capa dura de la tierra, que era una
    especie de roca forma-da de conchas petrificadas, muy seca y muy sólida, y con la cual
    tuvieron en to sucesivo que luchar siempre los instrumentos. En aquel punto, el agujero
    tenía una pro-fundidad de seis pies y medio, y empezaron los trabajos de albañilería.
    Construyóse en el fondo de la excavación un torno de encina, una especie de disco muy
    asegurado con per-nos y de una solidez a toda prueba. Tenía en su centro un agujero de un
    diámetro igual al que debía tener el columbiad exteriomente. Sobre aquel aparato se
    sentaron las primeras hiladas de piedras, unidas con inflexible te-nacidad por un cemento
    de hormigón hidráulico. Los albañiles, después de haber trabajado de la circunferen-cia al
    centro, se hallaron dentro de un pozo que tenía 25 pies de ancho.
    Terminada esta obra, los mineros volvieron a coger el pico y el azadón para atacar la roca
    debajo del mismo disco, procurando sostenerlo con puntales de mucha so-lidez; estos
    puntales se quitaban sucesivamente a medida que se iba ahondando el agujero. Así, el disco
    iba bajan-do poco a poco, y con él la pared circular de mamposte-ría, en cuya parte superior
    trabajaban incesantemente los albañiles, dejando aspilleras o respiradores para que durante
    la fundición encontrase salida el gas.




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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:21

    ***



    Este género de trabajo exige en los obreros mucha ha-bilidad y cuidado. Alguno de ellos,
    cavando bajo el disco, fue peligrosamente herido por los pedazos de piedra que saltaban y
    hasta hubo alguna muerte; pero estos percances del oficio no menguaban ni un solo minuto
    el ardor de los trabajadores. Éstos trabajaban durante el día, a la luz de un sol que algunos
    meses después daba a aquellas calcina-das llanuras un calor de 99°.(1) Trabajaban durante
    la noche; envueltos en los resplandores de la luz eléctrica. El ruido de los picos rompiendo
    las rocas, el estampido de los ba-rrenos, el chirrido de las máquinas, los torbellinos de
    humo agitándose en el aire, trazaban alrededor de Stone's Hill un círculo de terror que no se
    atrevían a romper las manadas de bisontes ni los grupos de semínolas.
    1. 37° centígrados.

    Los trabajos avanzaban regularmente. Grúas movi-das por la fuerza del vapor activaban la
    traslación de los materiales, encontrándose pocos obstáculos inespera-dos, pues todas las
    dificultades estaban previstas y había habilidad para allanarlas.
    El pozo, en un mes, había alcanzado la profundidad proyectada para este tiempo, o sea 112
    pies. En diciem-bre, esta profundidad se duplicó, y se triplicó en enero. En febrero, los
    trabajadores tuvieron que combatir una capa de agua que apareció de improviso, viéndose
    obli-gados a recurrir a poderósas bombas y aparatos de aire comprimido para agotarla y
    tapar los orificios como se tapa una vía de agua a bordo de un buque. Se dominaron
    aquellas corrientes, pero a consecuencia de la poca con-sistencia del terreno, el disco cedió
    algo, y hubo un de-rrumbamiento parcial. El accidente no podía dejar de ser terrible, y
    costó la vida a algunos trabajadores. Tres semanas se invirtieron en reparar la avería y en
    restable-cer el disco, devolviéndole su solidéz; pero gracias a la habilidad del ingeniero y a
    la potencia de las máquinas empleadas, la obra, por un instante comprometida, re-cobró su
    aplomo, y la perforación siguió adelante.
    Ningún nuevo incidente paralizó en to sucesivo la marcha de la operación, y el 10 de junio,
    veinte días an-tes de expirar el plazo fijado por Barbicane, el pozo, enteramente revestido
    de su muro de piedra, había al-canzado la profundidad de 900 pies. En el fondo, la
    mampostería descansaba sobre un cubo macizo que me-día 30 pies de grueso, al paso que
    en su parte superior se hallaba al nivel del suelo.
    El presidente Barbicane y los miembros del Gun-Club felicitaron con efusión al ingeniero
    Murchison, cuyo trabajo ciclópeo se había llevado a cabo con una rapidez asombrosa.
    Durante los ocho meses que se invirtieron en dicho trabajo, Barbicane no se separó un
    instante de Stone's Hill, y al mismo tiempo vigilaba de cerca las operaciones de la
    excavación y no olvidaba un solo instante el bie-nestar y la salud de los trabajadores, siendo
    bastante afortunado para evitar las epidemias que suelen engen-drarse en las grandes
    aglomeraciones de hombres, y que tantos desastres causan en las regiones del globo
    expues-tas a todas las influencias tropicales.
    Verdad es que algunos trabajadores pagaro







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    JULIO VERNE (1828-1905) Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:22

    ***

    Verdad es que algunos trabajadores pagaron con la vida las imprudencias inherentes a
    trabajos tan peligro-sos. Pero estas deplorables catástrofes son inevitables, y los americanos
    no hacen de ellas ningún caso. Se cuidan más de la humanidad en general que del individuo
    en particular. Sin embargo, Barbicane profesabá excepcio-nalmente los principios
    contrarios, y los aplicaba en to-das las ocasiones. Así es que, gracias a su solicitud, a su
    inteligencia, a su útil intervención en los casos difíciles, a su prodigiosa y filantrópica
    sagacidad, el término medio de las catástrofes no excedió al de los países de ultramar
    famosos por su lujo de precauciones, entre otros Fran-cia, donde se cuenta con un accidente
    por cada 200.000 francos de trabajo.

    XV
    La fiesta de la fundición
    Durante los ocho meses que se invirtieron en la ope-ración de la zanja, se llevaron
    simultáneamente adelante con suma rapidez los trabajos preparatorios de la fundi-ción. Una
    persona extraña que, sin estar en antece-dentes, hubiese llegado de improviso a Stone's Hill,
    hu-biera quedado atónito ante el espectáculo que se ofrecía a sus miradas.
    A 600 yardas de la zanja se levantaban 1.200 hornos de reverbero, de 600 pies de ancho
    cada uno, circula-mente situados alrededor de la zanja misma, que era su punto central,
    separados uno de otro por un intervalo de media toesa. Los 1.200 hornos formaban una
    línea que no bajaba de dos millas. Estaban todos calcados sobre el mismo modelo, con una
    alta chimenea cuadrangular, y producían un singular efecto. Soberbia parecía a J. T. Maston
    aquella disposición arquitectónica, que le recor-daba los monumentos de Washington. Para
    él no había nada más bello, ni aun en Grecia, donde, según él mismo confesaba, no había
    estado nunca.
    Sabido es que en su tercera sesión la comisión resol-vió valerse para el columbiad del
    hierro fundido, espe-cialmente del hierro furidido gris, que es, en efecto, un metal tenaz y
    dúctil, de fácil pulimento, propio para efectuar todas las operaciones de moldeo, y tratado
    con el carbón de piedra, es de una calidad superior para 1ás piezas de gran resistencia, tales
    como cañones, cilindros de máquinas de vapor y prensas hidráulicas.
    Pero el hierro fundido, si no ha sido sometido más que a una sola fusión, es raramente to
    suficiente homo-géneo, por to que se le acendra y depura por medio de una segunda fusión,
    que le desembaraza de sus últimos depósitos terrosos.
    Por lo mismo, el mineral de hierro, antes de ser em-barcado para Tampa, era sometido a los
    altos hornos de Goldspring y puesto en contacto con carbón y silicio y elevado a una alta
    temperatura, siendo transformado en carburo,(1) y después de esta primera operación, se
    dirigía el metal a Stone's Hill. Pero se trataba de 136.000.000 de libras de hierro fundido,
    que son una cantidad enorme para transportar por los railways. El precio del transpor-te
    hubiera duplicado el de la materia. Pareció preferible fletar buques de Nueva York y
    cargarlos de fundición en barras, aunque para esto se necesitaron sesenta y ocho buques de
    1.000 toneladas, una verdadera escuadra, que el 3 de mayo salió del canal de Nueva York,
    entró en el océano, siguió a lo largo de las costas americanas, penetró en el canal de
    Bahama, dobló la punta de Florida y, el 10 del mismo mes, remontando la bahía del
    Espíritu Santo, pasó a fondear sin avería alguna en el puerto de Tampa. A11í el cargamento
    fue trasladado a los vagones del ferrocarril de Stone's Hill, y a mediados de enero, la
    enorme cantidad de metal había llegado a su destino.








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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Sep 2023, 14:23

    ***


    1. Por la operación de refinado en los hornos, el hierro fundido, li-bre de carbono y silicio,
    se convierte en hierro dulce.

    Bien se comprende que mil doscientos hornos no eran un exceso para derretir a un mismo
    tiempo 68.000 toneladas de hierro. Cada horno podía contener cerca de 114.000 libras de
    metal, y todos, construidos y dis-puestos según el modelo de los que sirvieron para fundir ei
    cañón Rodman, afectaban la forma de un trapecio y eran muy rebajados. El aparato para
    caldear y la chime-nea, se hallaba en los dos extremos del horno, el cual se calentaba por
    igual en toda su extensión. Los hornillos, hechos de tierra refractaria, constaban de una reja
    donde se colocaba el carbón de piedra, y un crisol o laboratorio donde se ponían las barras
    que habían de fundirse. El suelo de este crisol inclinado en ángulo de 25 grados permitía al
    metal derretido verterse hacia los depósitos de recepción, de los cuales partían doce arroyos
    diver-gentes que desaguaban en el pozo central.
    Un día, después de terminadas las obras de albañile-ría, Barbicane mandó proceder a la
    construcción del mol-de interior. La cuestión era levantar en el centro del pozo, siguiendo
    su eje, un cilindro de 900 pies de altura y 9 pies de diámetro, que llenase exactamente el
    espacio reservado al ánima del columbiad. Este cilindro debía componerse de una mezcla
    de tierra arcillosa y arena, a la que añadían heno y paja. El intervalo que quedase en-tre el
    molde y la obra de fábrica, debía llenarlo el metal derretido para formar las paredes del
    cañón, de un gro-sor de 6 pies. Para mantener equilibrado el cilindro, fue preciso reforzarlo
    con armadura de hierro y sujetarlo a trechos por medio de puntales transversales que iban
    desde él a las paredes del pozo. Estas traviesas, después de la fundición, quedaban
    formando cuerpo común con el cañón mismo, sin que éste sufriese por la interposi-ción
    menoscabo alguno.
    Habiendo terminado esta operación el 8 de julio, podía procederse inmediatamente a la
    fundición, y se fijó ésta para el día siguiente.
    Será una gran fiesta el acto de la fundición dijo J. T. Maston a su amigo Barbicane.
    Sin duda respondió Barbicane, pero no será fies-ta pública.
    ¡Cómo! ¿No abriréis las puertas del recinto a todo el que se presente?
    No haré semejante disparate, Maston; la fundición del columbiad es una operación
    delicada que puede tam-bién ser peligrosa, y prefiero que se ejecute a puerta ce-rrada. A1
    dispararse el proyectil, toleraremos todo el bu-llicio que se quiera, pero no antes.








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