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"Circulo con matrícula falsa", por Fernando Orovio (La Vanguardia, 25-04-2021)
Se me ocurrió de pronto. Estaba en el taller recogiendo el coche después de una avería. Sonó un teléfono, el mecánico dijo "un momento" y desapareció en un despacho. Las dos matrículas, sucias pero en buen estado, estaban tiradas bajo un banco de trabajo, entre cables y gomas. Las cogí y, rápidamente, las metí en mi coche. El encargado tardó aún unos minutos. No notó nada. La idea me la había dado un taxista: me había cerrado el paso en la Diagonal, estuvimos a una loncha de jamón del choque. Pité con todas mis fuerzas, se detuvo para cerrarme el paso, yo había bajado la ventana y había empezado a insultarle. Asesino, cuántos muertos llevas, sácate el carnet, sotacarro, facha. Etcétera.
- Ya he tomado la matrícula -me dijo, desde la ventana.
- Y yo.
- Pero no hemos chocado -apeló- y tú me has insultado.
Desde el asiento posterior, su pasajero gravaba la trifulca. También le solté algunas: cómplice, bastardo, nazi. Su móvil iba de mi cara a mi matrícula. Estaba perdido. Si hubiera sido en Twitter... Pero era real, y me estaban gravando, y tenían mi matrícula: mi identidad, aunque fuera en tres letras y cuatro números.
Al llegar a casa, consulté que había cometido. Injurias -"la acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación"- y calumnias -"la imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad"-. ¿Qué me podría pasar? Condenas de 6 meses a 2 años de prisión o multa de 12 a 24 meses si se propagan con publicidad (y multa de 6 a 12 meses si no concurre) por calumnias (por cada calumnia) y multa de 3 a 14 meses (según el grado de publicidad) por las injurias. Si hubiera sido en Twitter...
Si hubiera sido en Twitter podría haberle dicho de todo. Con ese alias que uso para opinar, discrepar, gritar, lesionar dignidades, menoscabar famas y méritos ajenos y atribuir vicios, errores, cagadas o hasta delitos, con o sin base. Siempre con publicidad, claro. Si no, menuda gracia, para qué me gestiono un alias.
Así que, en el taller, decidí sin pensar llevarme aquellas matrículas. Las instalaría en lugar de las auténticas y me dedicaría a cerrar el paso a taxistas (a quien fuera) y, cuando protestaran, repetir la escena, protegido por mi anonimato (y mi mascarilla). Qué gozada, qué fácil. Como en Twitter (leáse redes sociales), donde nadie garantiza que yo sea yo, donde nadie me ha pedido la matrícula, donde circulo impunemente noche y día. Soy uno de los 48 millones de anónimos (en datos del 2018) de Twitter; los mismos que en Instagram; y en Facebook son 270 millones, con lo que esas tres redes suman 366 millones de perfiles huecos. Claro que se les puede perseguir, pero solo ocurre en contadas ocasiones: es un esfuerzo que genera más ruido del que apaga. Ahora se empieza a plantear el chequeo de la identidad ligital. La industria del porno ya prohibe enviar videos con pseudónimo, y espera que haya una reacción en cadena o, al menos, excitar el debate. ¿Por qué ese amparo del anonimato en altavoces de tal potencia?
Naturalmente, es falso que haya robado matrículas. De haberlo hecho, habría firmado con un alias.
Fernando Orovio (La Vanguardia, 25-04-2021)
"Circulo con matrícula falsa", por Fernando Orovio (La Vanguardia, 25-04-2021)
Se me ocurrió de pronto. Estaba en el taller recogiendo el coche después de una avería. Sonó un teléfono, el mecánico dijo "un momento" y desapareció en un despacho. Las dos matrículas, sucias pero en buen estado, estaban tiradas bajo un banco de trabajo, entre cables y gomas. Las cogí y, rápidamente, las metí en mi coche. El encargado tardó aún unos minutos. No notó nada. La idea me la había dado un taxista: me había cerrado el paso en la Diagonal, estuvimos a una loncha de jamón del choque. Pité con todas mis fuerzas, se detuvo para cerrarme el paso, yo había bajado la ventana y había empezado a insultarle. Asesino, cuántos muertos llevas, sácate el carnet, sotacarro, facha. Etcétera.
- Ya he tomado la matrícula -me dijo, desde la ventana.
- Y yo.
- Pero no hemos chocado -apeló- y tú me has insultado.
Desde el asiento posterior, su pasajero gravaba la trifulca. También le solté algunas: cómplice, bastardo, nazi. Su móvil iba de mi cara a mi matrícula. Estaba perdido. Si hubiera sido en Twitter... Pero era real, y me estaban gravando, y tenían mi matrícula: mi identidad, aunque fuera en tres letras y cuatro números.
Al llegar a casa, consulté que había cometido. Injurias -"la acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación"- y calumnias -"la imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad"-. ¿Qué me podría pasar? Condenas de 6 meses a 2 años de prisión o multa de 12 a 24 meses si se propagan con publicidad (y multa de 6 a 12 meses si no concurre) por calumnias (por cada calumnia) y multa de 3 a 14 meses (según el grado de publicidad) por las injurias. Si hubiera sido en Twitter...
Si hubiera sido en Twitter podría haberle dicho de todo. Con ese alias que uso para opinar, discrepar, gritar, lesionar dignidades, menoscabar famas y méritos ajenos y atribuir vicios, errores, cagadas o hasta delitos, con o sin base. Siempre con publicidad, claro. Si no, menuda gracia, para qué me gestiono un alias.
Así que, en el taller, decidí sin pensar llevarme aquellas matrículas. Las instalaría en lugar de las auténticas y me dedicaría a cerrar el paso a taxistas (a quien fuera) y, cuando protestaran, repetir la escena, protegido por mi anonimato (y mi mascarilla). Qué gozada, qué fácil. Como en Twitter (leáse redes sociales), donde nadie garantiza que yo sea yo, donde nadie me ha pedido la matrícula, donde circulo impunemente noche y día. Soy uno de los 48 millones de anónimos (en datos del 2018) de Twitter; los mismos que en Instagram; y en Facebook son 270 millones, con lo que esas tres redes suman 366 millones de perfiles huecos. Claro que se les puede perseguir, pero solo ocurre en contadas ocasiones: es un esfuerzo que genera más ruido del que apaga. Ahora se empieza a plantear el chequeo de la identidad ligital. La industria del porno ya prohibe enviar videos con pseudónimo, y espera que haya una reacción en cadena o, al menos, excitar el debate. ¿Por qué ese amparo del anonimato en altavoces de tal potencia?
Naturalmente, es falso que haya robado matrículas. De haberlo hecho, habría firmado con un alias.
Fernando Orovio (La Vanguardia, 25-04-2021)
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