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Ángel Rupérez (nacido en Burgos; 1953) es un poeta, crítico y traductor español, doctor en Filosofía y Letras y profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid. Publicó sus primeros libros en la editorial Trieste, dirigida por Valentín Zapatero y por Andrés Trapiello.
En 1988 conoció y trabó amistad con el poeta Claudio Rodríguez, al que admiró siempre por su integridad personal y por su genialidad poética. En 1990 Rodríguez le invitó a leer poemas en el acto poético llamado Lectura en el Palacio Real, junto con Ángel González, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Suñén y Lyuis García Montero. Ese mismo año empezó a colaborar en el diario El País, tarea que no ha abandonado desde entonces. Su libro Conversación en junio (1992) fue finalista en el Premio Nacional de Poesía, ganado por el poeta José Ángel Valente. Su labor crítica se ha desarrollado en distintos medios, como, además de El País, el desaparecido Diario 16 y las revistas Ínsula, Revista de Occidente y Boletín de la Fundación García Lorca, entre otras.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81ngel_Rup%C3%A9rez )
*
Algunos poemas de Ángel Rupérez:
EL PLAN DE MI COSTUMBRE
He querido variar el plan de mi costumbre
y he cogido una carretera distinta de la habitual
para llegar a casa y he visto el parque
iluminado por el oro del otoño y por un silencio
perfumado de hoguera que alguien ha prendido para quemar
las hojas que han ido cayendo día a día en noviembre.
He deseado llegar a la distancia iluminada
por el sol donde había casas tapadas por el oro
de los álamos, casas que habitaba para soñar la vida
que se resignaba a la dulce aventura del morir
bienhechor de las hojas quemadas por un hombre.
El temblor de los álamos, las ráfagas del viento,
el oro entrelazado con la luz fugitiva y mi sueño,
mi deseo de atrapar indefinidamente el oro reluciente
que no consume el fuego de la hoguera invisible.
Y ese recuerdo perduraba en mí, seguía en mí, firme.
El recuerdo de haberme asomado a la colina
no buscando nada,, puesto que iba en coche
con la única pretensión de alejarme un poco,
en la dirección de un horizonte necesario,
hacia la secreta nostalgia de un viaje sin tiempo,
hacia un paraíso incierto al que nunca llegar.
Y, entonces, desde la colina, aconteció este sueño:
yo veía las casas y las hojas que caían de los árboles
y el sol que sacaba de ellas refulgentes destellos,
centelleantes chispas, cercanos incendios que
en vez de intimidarme me atraían al fuego.
Sí, casas en la distancia -casas posibles
y casa imposibles- a las que quería ir
porque sabía que entre ellas estaría la mía.
Pero ¿en qué memoria estaba, a qué años luz
de mi vista, en qué dirección para mi coche?
¿Ahí cerca, donde crepita el oro del otoño,
donde el sol se disuelve en las chispas que crea?
¿Allí lejos, donde serpentea en el aire
el humo de la hoguera, donde arrastra el rastrillo
las hojas con el ruido lejano de la muerte
y se oye el alboroto de las ventoleras alocadas,
los grandes remolinos de un noviembre perpetuo?
¿Allí donde en una ocasión hubo una luz
para todos los que alguna vez temieron perderse?
No lo sabía, no lo pude saber: exigían mis ojos
certidumbre total y obtuvieron a cambio
residencias cercanas con viejos anfitriones:
los centelleos rítmicos en las hojas del sol,
la cascada de luz perdida en los ramajes,
el compás del rastrillo, las ventoleras fieles,
el humo perfumado de todas las hogueras
y todo lo que había imaginado que sería el otoño
cuando tuviera edad de no creer todavía en la muerte.
Ángel Rupérez (nacido en Burgos; 1953) es un poeta, crítico y traductor español, doctor en Filosofía y Letras y profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid. Publicó sus primeros libros en la editorial Trieste, dirigida por Valentín Zapatero y por Andrés Trapiello.
En 1988 conoció y trabó amistad con el poeta Claudio Rodríguez, al que admiró siempre por su integridad personal y por su genialidad poética. En 1990 Rodríguez le invitó a leer poemas en el acto poético llamado Lectura en el Palacio Real, junto con Ángel González, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Suñén y Lyuis García Montero. Ese mismo año empezó a colaborar en el diario El País, tarea que no ha abandonado desde entonces. Su libro Conversación en junio (1992) fue finalista en el Premio Nacional de Poesía, ganado por el poeta José Ángel Valente. Su labor crítica se ha desarrollado en distintos medios, como, además de El País, el desaparecido Diario 16 y las revistas Ínsula, Revista de Occidente y Boletín de la Fundación García Lorca, entre otras.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81ngel_Rup%C3%A9rez )
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Algunos poemas de Ángel Rupérez:
EL PLAN DE MI COSTUMBRE
He querido variar el plan de mi costumbre
y he cogido una carretera distinta de la habitual
para llegar a casa y he visto el parque
iluminado por el oro del otoño y por un silencio
perfumado de hoguera que alguien ha prendido para quemar
las hojas que han ido cayendo día a día en noviembre.
He deseado llegar a la distancia iluminada
por el sol donde había casas tapadas por el oro
de los álamos, casas que habitaba para soñar la vida
que se resignaba a la dulce aventura del morir
bienhechor de las hojas quemadas por un hombre.
El temblor de los álamos, las ráfagas del viento,
el oro entrelazado con la luz fugitiva y mi sueño,
mi deseo de atrapar indefinidamente el oro reluciente
que no consume el fuego de la hoguera invisible.
Y ese recuerdo perduraba en mí, seguía en mí, firme.
El recuerdo de haberme asomado a la colina
no buscando nada,, puesto que iba en coche
con la única pretensión de alejarme un poco,
en la dirección de un horizonte necesario,
hacia la secreta nostalgia de un viaje sin tiempo,
hacia un paraíso incierto al que nunca llegar.
Y, entonces, desde la colina, aconteció este sueño:
yo veía las casas y las hojas que caían de los árboles
y el sol que sacaba de ellas refulgentes destellos,
centelleantes chispas, cercanos incendios que
en vez de intimidarme me atraían al fuego.
Sí, casas en la distancia -casas posibles
y casa imposibles- a las que quería ir
porque sabía que entre ellas estaría la mía.
Pero ¿en qué memoria estaba, a qué años luz
de mi vista, en qué dirección para mi coche?
¿Ahí cerca, donde crepita el oro del otoño,
donde el sol se disuelve en las chispas que crea?
¿Allí lejos, donde serpentea en el aire
el humo de la hoguera, donde arrastra el rastrillo
las hojas con el ruido lejano de la muerte
y se oye el alboroto de las ventoleras alocadas,
los grandes remolinos de un noviembre perpetuo?
¿Allí donde en una ocasión hubo una luz
para todos los que alguna vez temieron perderse?
No lo sabía, no lo pude saber: exigían mis ojos
certidumbre total y obtuvieron a cambio
residencias cercanas con viejos anfitriones:
los centelleos rítmicos en las hojas del sol,
la cascada de luz perdida en los ramajes,
el compás del rastrillo, las ventoleras fieles,
el humo perfumado de todas las hogueras
y todo lo que había imaginado que sería el otoño
cuando tuviera edad de no creer todavía en la muerte.
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