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    Jorge Teillier (1935-1996) Empty Jorge Teillier (1935-1996)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 27 Nov 2022, 06:34

    .


    Jorge Teillier (Lautaro, 24 de junio de 1935-Viña del Mar, 22 de abril de 1996) fue un poeta chileno de la llamada «generación literaria de 1950»,​ creador y exponente de la poesía lárica.

    A los 12 años se inició en la escritura, leyendo libros de aventuras de autores tales como Panait Istrati, Knut Hamsun y Julio Verne, así como cuentos de hadas. Posteriormente fue influenciado por los poetas del modernismo hispanoamericano, por el creacionista Vicente Huidobro y por poetas de la tradición universal como Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Friedrich Hölderlin y Georg Trakl.

    Para Teillier, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trascendieran lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. Según Teillier, el poeta no debe significar sino ser.

    Postuló un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, partidaria del éxodo hacia las ciudades.

    Biografía

    Primeros años

    Jorge Octavio Teillier Sandoval nació el 24 de junio de 1935 en la comuna de Lautaro, actual Región de la Araucanía. Hijo del matrimonio formado por Fernando Teillier Morín y Sara Sandoval Matus, nieto de los inmigrantes Georges Teillier Panellier (nacido en Ruffec, Charente) y de Melanie Morín, que habían llegado desde Francia décadas atrás y se asentaron en esa región del país.​ Tuvo varios hermanos, entre ellos el escritor Iván Teillier.

    Su infancia transcurrió en el sur de Chile, en la Araucanía. Desde temprana edad —coincidente cronológicamente con la Segunda Guerra Mundial—, la vida cotidiana de Teillier estuvo marcada por el contacto directo con la naturaleza y una forma de entender la tradición capaz de articular en un mismo enfoque rasgos culturales, sociales e históricos chilenos, franceses y mapuches. A la ascendencia francesa de Teillier se acopló la tradición mapuche y prontamente, a través de la literatura, un sentido aún más universal.

    Dijo Teillier: «No recuerdo haber intentado escribir poema alguno hasta los doce años de edad. La poesía me parecía algo perteneciente a otro mundo y prefería leer en prosa. Leía como si me hubiesen dado cuerda».​ Pese a ello, desde los 12 años escribía prosa y poesía. Fue a los 16, en la ciudad de Victoria, donde escribió, su "primer poema verdadero", esto quiere decir —explica Teillier—, "el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro".​ Gran parte de los poemas que componen su primer libro, Para ángeles y gorriones (1956), nacieron "sobre el pupitre del liceo".

    Su adolescencia

    De su época liceana —especialmente fecunda para Teillier—, colaboró activamente en diversas publicaciones locales, con poemas o pequeñas crónicas que en buena medida anticipaban el particular universo poético que más tarde consolidaría en sus libros, el mismo Teillier dijo en 1968: «Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo».

    Madurez literaria

    En 1953, con 18 años de edad, Teillier emprendió viaje a Santiago para cursar estudios superiores: ingresa en el Instituto Pedagógico a estudiar Historia, haciendo latente su constante vocación por rescatar la tradición, y con ella alimentar su creación poética. En 1955 se casa con Sybila Arredondo, chilena que luego contraería matrimonio con el escritor peruano José María Arguedas.​ De la breve unión Teillier-Arredondo nacieron dos hijos: Carolina y Sebastián.​

    En dicho contexto, Teillier conocerá a muchos autores de la generación del 50 y 80, como a los poetas Francisco Véjar, Braulio Arenas, Rolando Cárdenas, Enrique Lihn o el novelista Enrique Lafourcade. También desarrolló un gran vínculo de amistad con Lorenzo Peirano, de la denominada promoción de escritores Post-87.

    Teillier no tardaría en hacerse un nombre en la escena santiaguina, lo que en buena parte posibilitó la publicación de su primer poemario, que fue bien acogido por la crítica especializada de la época y recibió elogiosos comentarios por parte de Alone, quien destacó la simpleza de su poesía, no carente de profundidad.

    Por aquellos años, el pulso poético teilleriano ya se hallaba relativamente consolidado, lo que puede constatarse al analizar publicaciones posteriores, en que suele reiterarse la visión de mundo expuesta en su obra debut. Considerando eso, puede decirse que se trata de uno de los pocos casos en la historia literaria nacional en que un autor es capaz de presentarse "consolidado" en su propuesta poética ya en su primer libro.

    En Sobre el mundo que verdaderamente habito, recuerda Teillier que:

       Cuando como todo provinciano debí hacer el viaje bautismal de hollín de trenes de entonces a Santiago, atravesando la noche como en un vientre materno hasta asomarse a la lívida madrugada de boca amarga de la Estación Central. Por esos años el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por el Traidor se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera y desde México lamentaba que los jóvenes no leyeran Residencia en la tierra y llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social. Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía, reflejada también en mi vida. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre.​

    Terminada la universidad, ejerció la docencia en el Liceo de Lautaro. En 1963 fundó y dirigió (hasta 1965), junto con Jorge Vélez, la revista de poesía Orfeo. También dirigiría el Boletín de la Universidad de Chile.

    Jorge Teillier también se dedicó a la traducción —por ejemplo, La confesión de un granuja de Serguéi Yesenin; escribió cuentos y colaboró en diversos diarios y revistas.

    Jorge Teillier después del golpe cívico militar de 1973

    Si bien simpatizaba con ideas de izquierda y con Salvador Allende, Jorge Teillier se mantuvo ajeno a vinculaciones con el poder político.​ Sobre el triunfo de la Unidad Popular, señaló:

       Me gustó ir a mi pueblo en la hora del triunfo. Se respira un aire nuevo hasta en las ramadas donde se cantaba Venceremos. Un aire nuevo que no soportan los momios que hablan de irse al extranjero, amenazan de muerte a los dirigentes locales de la Unidad Popular. Claro, no se pueden conformar con un mundo nuevo en donde, entre otras cosas, no puedan darle leche a los chanchos como lo hacen ahora, antes de venderla a un precio justo. Había un aire nuevo. Nuevo como la sangre bullente de las manzanas en la chicha con la cual bebimos este Dieciocho con los viejos amigos que esperaron y lucharon 18 años por el triunfo de Allende y la Unidad Popular

    Después del golpe militar del 11 de septiembre, Teillier siguió fiel a su credo, aunque no se puede negar, como señala Marcelo Quiñones, que aparecen "símbolos o signos de indicios" que nos remiten "al drama que por diecisiete años vivieron algunos chilenos. Es verdad que con el correr de los años, el poeta fue acentuando o hizo más ostensible el tono autobiográfico de su poesía, esas pequeñas confesiones como 'la noche es mi mejor amiga' o 'es mejor morir de vino que de tedio'. Pero es igualmente efectivo que la compulsiva situación que vivió Chile bajo la dictadura fue determinante para que esta poesía tan genuina —en la que más de una vez asoman las 'sombras de los amigos muertos'—, diga en tono desacostumbrado que 'el único país donde me siento extranjero es mi país' o que 'vivo en un tiempo en que mandan los padrastros'".​ Sobre el golpe militar, Jorge Teillier dijo:

       El golpe me afectó anímicamente porque mi padre, entre otras cosas, fue condenado a muerte, pero logró huir. Mis hijos estuvieron en el exilio. La mayor parte de mis amigos tuvieron que partir al extranjero o quedaron cesantes… Yo me quedé en Chile, en una atmósfera bastante pesada. No me persiguieron, pero se sentía en el aire que era otra respiración que la de los años 60. Pero en mi poesía no influyó mayormente.​

    Se ha señalado que sus poemas de este periodo refieren antes a las consecuencias de la dictadura militar, antes que el golpe de Estado.​ Un poema donde se puede leer esto es En el mes de los zorros publicado 1978, donde escribe: "Quién nos devolverá los amigos muertos/ ese mes de los zorros y los días de sol frío./ Quién nos devolverá/ esa calle que ahora los ancianos vigilan airados". En ese sentido, también resulta interesante el poema Sin señal de vida (1985), donde Jorge Teillier escribe: "Y no te entretengas/ en enseñarle palabras feas a los choroyes./ Enséñales sólo a decir Papá o Centro de Madres/ Acuérdate que estamos en un tiempo donde se habla en voz baja,/ y sorber la sopa un día de Banquete de Gala/ significa soñar en voz alta".

    A lo largo de su trayectoria literaria recibió numerosos galardones, incluido el Premio Anguita 1993, concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile que no hubiese conseguido el Premio Nacional de Literatura.

    Sobre sus obras, el mismo Teillier escribió

       Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado en forma fragmentaria, a excepción de Crónica del forastero. Me parece que difícilmente uno tiene más de un poema que escribir en su vida. Hay varias tendencias en mis libros que van de Para ángeles y gorriones (1956) hasta Poemas del País de Nunca Jamás (1963); una descriptiva del paisaje visto como un signo que esconde otra realidad (como en los poemas El aromo o Molino de madera), otra como la historia de un personaje contada con un marco de referencia que es siempre la aldea (así en Historia de hijos pródigos), otra como el afrontar el problema del paso del tiempo, de la muerte que subyace en nosotros revelada como el fuego revela la tinta invisible por medio de la palabra (los poemas Domingo a domingo u Otoño secreto). En este sentido quiero hacer destacar que para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que me llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer.​

    La poesía de Teillier ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y cuenta con dos colecciones bilingües: In order to talk with the Dead y From the country of Never-more.

    Últimos años

    Los últimos años de vida de Teillier los pasa en Cabildo, en el sector denominado El Molino de Ingenio, donde vivía desde 1987 con la pintora y escultora Cristina Wenke, su compañera desde 1972. Aquejado de cirrosis hepática, falleció el 22 de abril de 1996, a la edad de 60 años en el Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Sus restos mortales fueron sepultados en el cementerio parroquial de La Ligua.

    La poesía lárica

    En 1965, "movido por el impulso de configurar su espacio mítico, publicó Los poetas de los lares, ensayo en el que revisa la obra de todo un grupo de poetas que centraron su obra en la provincia, la infancia y el respeto por las tradiciones, inaugurando una importante vertiente de la poesía nacional, la poesía lárica o de los lares".1​

    La poesía lárica o de los lares, es decir, del origen o de la frontera, corresponde a la ética y estética que fundó Jorge Teillier y que transmitió en toda su obra. Esta forma de entender y crear la poesía se caracteriza por la vuelta hacia el pasado, a un paraíso perdido en el cual lo cotidiano y lo amable contrastan con la modernidad imperante en la época. Teillier hace hincapié en la búsqueda de los valores del paisaje, de la aldea y de la provincia, donde confluyen imágenes nostálgicas de la infancia perdida y de la naturaleza primigenia del mito. A través de una escritura usualmente sencilla, propuso el retorno hacia una Edad de Oro en la que el hablante lírico y el lector podrían acceder a un mundo más puro y más feliz, “un mundo mejor”, como el propio poeta diría.

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Jorge Teillier:


    De Para ángeles y gorriones, 1956:


    OTOÑO SECRETO

    Cuando las amadas palabras cotidianas
    pierden su sentido
    y no se puede nombrar ni el pan,
    ni el agua, ni la ventana,
    y ha sido falso todo diálogo que no sea
    con nuestra desolada imagen,
    aún se miran las destrozadas estampas
    en el libro del hermano menor,
    es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
    y ver que en el viejo armario conservan su alegría
    el licor de guindas que preparó la abuela
    y las manzanas puestas a guardar.

    Cuando la forma de los árboles
    ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
    una mentira inventada
    por la turbia memoria del otoño,
    y los días tienen la confusión
    del desván a donde nadie sube
    y la cruel blancura de la eternidad
    hace que la luz huya de sí misma,
    algo nos recuerda la verdad
    que amamos antes de conocer:
    las ramas se quiebran levemente,
    el palomar se llena de aleteos,
    el granero sueña otra vez con el sol,
    encendemos para la fiesta
    los pálidos candelabros del salón polvoriento
    y el silencio nos revela el secreto
    que no queríamos escuchar.



    BAJO UN VIEJO TECHO

    Esta noche duermo bajo un viejo techo,
    los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
    y el niño que hay en mí renace en mi sueño,
    aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,
    y mira lleno de miedo hacia la ventana,
    pues sabe que ninguna estrella resucita.

    Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,
    escuché los consejos del reloj de péndulo,
    supe que el viento vuelca una copa del cielo,
    que las sombras se extienden
    y la tierra las bebe sin amarlas,
    pero el árbol de mi sueño sólo daba hojas verdes
    que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

    Esta noche duermo bajo un viejo techo,
    los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
    pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
    abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
    y bajo él, la muerte que me tiende la mano



    SENTADOS FRENTE AL FUEGO

    Sentados frente al fuego que envejece
    miro su rostro sin decir palabra.
    Miro el jarro de greda dónde aún queda vino,
    miro nuestras sombras movidas por las llamas.

    Esta es la misma estación que descubrimos juntos,
    a pesar de su rostro frente al fuego,
    y de nuestras sombras movidas por la llamas.
    Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

    Esta es la misma estación que descubrimos juntos:
    aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
    Pero nuestras sombras movidas por las llamas
    viven más que nosotros.

    Sí, esta es la estación que descubrimos juntos.
    -Yo llenaba esas manos de cerezas, esas
    manos llenaban mi vaso de vino-.
    Ella mira el fuego que envejece.




    De El  cielo cae con las hojas, 1958:


    LA TIERRA DE LA NOCHE

    Abrir una ventana es como abrirse una vena.

    Boris Pasternak

    No hablemos.
    Es mejor abrir las ventanas mudas
    desde la muerte de la hermana mayor.
    La voz de la hierba hace callar la noche:
    «Hace un mes no llueve».
    Nidos vacíos caen desde la enredadera.
    Los cerezos se apagan como añejas canciones.
    Este mes será de los muertos.
    Este mes será del espectro
    de la luna de verano.

    Sigue brillando, luna de verano.
    Reviven los escalones de piedra
    gastados por los pasos de los antepasados.
    Los murciélagos no dejan de chillar
    entre los muros ruinosos de la Cervecería.
    El azadón roto
    espera tierra fresca de nuevas tumbas.
    Y nosotros no debemos hablar
    cuando la luna brilla
    más blanca y despiadada que los huesos de los muertos.

    Sigue brillando, luna de verano.




    De El árbol de la memoria, 1961:


    ELLA ESTUVO ENTRE NOSOTROS

    Ella estuvo entre nosotros
    lo que el sol atrapado por un niño en un espejo.
    Pero sus manos alejan los malos sueños
    como las manos de la lluvia
    las pesadillas de las aldeas.

    Sus manos que podían dar de comer
    a la noche convertida en paloma.

    Era bella como encontrar
    nidos de perdices en los trigales.
    Bella como el delantal gastado de una madre
    y las palabras que siempre hemos querido escuchar.

    Cierto: estuvo entre nosotros
    lo que el sol en el espejo
    con que un niño juega en el tejado.
    Pero nunca dejaremos de buscar sus huellas
    en los patios cubiertos por la primera helada.

    Sus huellas perdidas
    tras una puerta herrumbrosa
    cubierta de azaleas.



    CUANDO TODOS SE VAYAN

    A Eduardo Molina Ventura

    Cuando todos se vayan a otros planetas
    yo quedaré en la ciudad abandonada
    bebiendo un último vaso de cerveza,
    y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
    como el borracho a la taberna
    y el niño a cabalgar
    en el balancín roto.
    Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
    sino echarme luciérnagas a los bolsillos
    o caminar a orillas de rieles oxidados
    o sentarme en el roído mostrador de un almacén
    para hablar con antiguos compañeros de escuela.
     
    Como una araña que recorre
    los mismos hilos de su red
    caminaré sin prisa por las calles
    invadidas de malezas
    mirando los palomares
    que se vienen abajo,
    hasta llegar a mi casa
    donde me encerraré a escuchar
    discos de un cantante de 1930
    sin cuidarme jamás de mirar
    los caminos infinitos
    trazados por los cohetes en el espacio.




    De Poemas del País de Nunca Jamás, 1963:


    UN DESCONOCIDO SILBA EN EL BOSQUE

    Un desconocido silba en el bosque.
    Los patios se llenan de niebla.
    El padre lee un cuento de hadas
    y el hermano muerto escucha tras la puerta.

    Se apaga en la ventana
    la bujía que nos señalaba el camino.
    No hallábamos la hora de volver a casa,
    pero nos detenemos sin saber donde ir
    cuando un desconocido silba en el bosque.

    Detrás de nuestros párpados surge el invierno
    trayendo una nieve que no es de este mundo
    y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
    cuando un desconocido silba en el bosque.

    Debíamos decir que ya no nos esperen,
    pero hemos cambiado de lenguaje
    y nadie podrá comprender a los que oímos
    a un desconocido silbar en el bosque.



    EN LA SECRETA CASA DE LA NOCHE

    Cuando ella y yo nos ocultamos
    en la secreta casa de la noche
    a la hora en que los pescadores furtivos
    reparan sus redes tras los matorrales,
    aunque todas las estrellas cayeran
    yo no tendría ningún deseo que pedirles.

    Y no importa que el viento olvide mi nombre
    y pase dando gritos burlones
    como un campesino ebrio que vuelve de la feria,
    porque ella y yo estamos ocultos
    en la secreta casa de la noche.

    Ella pasea por mi cuarto
    como la sombra desnuda
    de los manzanos en el muro,
    y su cuerpo se enciende como un árbol de pascua
    para una fiesta de ángeles perdidos.

    El temporal del último tren
    pasa remeciendo las casas de madera.
    Las madres cierran todas las puertas
    y los pescadores furtivos van a repletar sus redes
    mientras ella y yo nos ocultamos
    en la secreta casa de la noche.



    A UN NIÑO EN UN ÁRBOL

    Eres el único habitante
    de una isla que sólo tú conoces,
    rodeada del oleaje del viento
    y del silencio rozado apenas
    por las alas de una lechuza.

    Ves un arado roto
    y una trilladora cuyo esqueleto
    permite un último relumbre del sol.
    Ves al verano convertido en un espantapájaros
    cuyas pesadillas angustian los sembrados.
    Ves la acequia en cuyo fondo tu amigo desaparecido
    toma el barco de papel que echaste a navegar.
    Ves al pueblo y los campos extendidos
    como las páginas del silabario
    donde un día sabrás que leíste la historia de la felicidad.

    El almacenero sale a cerrar los postigos.
    Las hijas del granjero encierran las gallinas.
    Ojos de extraños peces
    miran amenazantes desde el cielo.
    Hay que volver a tierra.
    Tu perro viene a saltos a encontrarte.
    Tu isla se hunde en el mar de la noche.



    HISTORIA DE UN HIJO PRÓDIGO

    I

    Aquí se encienden velas.
    Poco a poco nos reconocen los parientes y las cosas.
    La arrugada pared de madera que recorren nuestras manos.
    La escalera quejumbrosa
    en donde espera un sueño
    que en vano intentará cerrar nuestros ojos.

    En el silencio no se sonríe a nadie.
    Una niña que no sabe hablar
    sigue hablando con su sombra.
    La sombra de una muerta
    quiere comunicarse con nosotros.

    Se cierra una ventana abierta hacia el cementerio del cerro. Va a haber temporal.
    Van a guardar los animales. Nadie se acuerda de la luna
    cansada de delatar
    a los ratones que roen las manzanas.
    Los postes del telégrafo
    hacen más vastos y desnudos los caminos.

    Aquí se encienden velas.
    Un espejo despierta.
    En su fondo muestra la cuneta en donde mirábamos elevar volantines.
    Una calle atravesada por un tren fatigado.
    (Desde la ventanilla miramos pasar
    sin amor ni odio a nuestro pueblo).
    Una casa donde el viento se entretiene en lanzar cartas y cuadernos por la ventana.
    Un sendero en donde el último caballo de la tierra y una muchacha que aún no nace
    esperan que apaguemos las velas.

    No nos hallábamos aquí.
    No nos hallábamos en ninguna parte.
    El cuerpo de toda mujer era al fin una casa deshabitada.
    Las palabras de los amigos
    eran las mismas de los enemigos.
    Nuestro rostro era el rostro de un desconocido.


    Bajo las vigas soñolientas
    la madre saca el pan recién nacido
    del vientre tierno de la cocina.
    El padre ofrece el vino.

    II

    Porque una niña que no sabe hablar habla con su sombra.
    Porque esta noche deben encenderse velas,
    y un espejo y un temporal cuentan nuestra historia.
    Porque una ventana se ha cerrado tras una última mirada al cementerio del cerro.
    Porque nos han ofrecido el pan y el vino,
    así como toda la vía láctea cabe en el cuadrado de la ventana,
    cabe en un solo momento de esta herrumbrosa noche
    el tiempo verdadero del cual nos vienen las semillas del pan y el vino.
    El tiempo donde todos bebíamos al final de la jornada
    rodeados de la música de las constelaciones y los árboles,
    mientras las mujeres esperaban en el hogar, junto a niños y frutos dormidos.

    III

    La madre apaga el fuego de la cocina y lleva a la niña a su lecho.
    El temporal habla a la casa en el lenguaje que olvidamos.
    El padre nos acoge, pero no lo reconocemos.
    Quizás nuestros rostros queden en el espejo,
    junto al último caballo de la tierra, y una muchacha que no ha nacido.
    Hemos consumido el fuego y el vino.
    Los caminos que van a la Ciudad nos esperan.



    TRATEN DE DESPERTAR

    Traten de despertar
    y acompáñennos
    campanas que han olvidado su sed de espacio,
    arco iris en dónde quería vivir una niña,
    tardes que pasábamos en el tejado de zinc
    leyendo a Salgari y a Julio Verne,
    tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río,
    como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles del desvío del aserradero,
    como el beso de la muchacha en la penumbra de la bodega triguera.
    Acompáñennos,
    rechinar de las mariposas de hierro,
    veletas quejumbrosas,
    cielo de la hora de la novena
    tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo,
    cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.

    Acompáñennos
    a nosotros que hemos visto el sol
    transformarse en un girasol negro.
    A nosotros que hemos sido convertidos
    en hermanos de las máscaras muertas
    y de las lámparas que nada iluminan
    y sólo congregan sombras.
    A nosotros
    los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles,
    donde vemos todo próximo amor
    como una próxima derrota,
    toda mañana como una carta que nunca abriremos.

    Acompáñennos,
    porque aunque los días de la ciudad
    sean espejos que sólo pueden reflejar
    nuestros rostros destruidos,
    porque aunque confiamos nuestras palabras
    a quienes decían amarnos
    sin saber que sólo los niños y los gatos
    podrían comprendernos,
    sin saber que sólo los pájaros y los girasoles
    no nos traicionarían nunca,
    aún escuchamos el llamado de los rieles
    que zumban en el mediodía
    del verano en que abandonamos la aldea,
    y en sueños nos reunimos para caminar
    hacia el País de Nunca Jamás
    por senderos retorcidos iluminados
    sólo por las candelillas
    y los ojos encandilados de las liebres. 




    De Poemas secretos, 1965:


    LA PORTADORA

    Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
    la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
    el anuncio del viaje
    a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
    cuya cabellera, como la tuya, me sigue.
    Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
    más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla,
    la rama de canelo que los sueños agitan tras cada muerte que nos une,
    pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
    que terminará de pronunciarse
    tras dispensarse una a otra
    como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
    que brilla para quienes nunca verán.

    Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,
    palabras que esconden palabras más grandes.
    Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
    y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
    «Toma mi mano. Piensa que estamos entre lamultitud aturdida y satisfecha
    ante las puertas infernales,
    y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
    aprisionamos amor en nuestras manos
    y tal vez nos será dispensado
    conservar el recuerdo de una sola palabra amada
    y el recuerdo de ese gesto
    lo único nuestro».



    PARA HABLAR CON LOS MUERTOS

    Para hablar con los muertos
    hay que elegir las palabras
    que ellos reconozcan tan fácilmente
    como sus manos
    reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
    Palabras claras y tranquilas
    como el agua del torrente domesticada en la copa
    o las sillas ordenadas por la madre
    después que se han ido los invitados.
    Palabras que la moche acoja
    como a los fuegos fatuos los pantanos.

    Para hablar con los muertos
    hay que saber esperar:
    ellos son miedosos
    como los primeros pasos de un niño.
    Pero si tenemos paciencia
    un día nos responderán
    con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
    con una llama de súbito reanimada en la chimenea,
    con un regreso oscuro de pájaros
    frente a la mirada de una muchacha
    que aguarda inmóvil en el umbral.




    De Crónica del forastero, 1965:


    V

    A Gabriel Barra


    Un desconocido
    nace de nuestro sueño.

    Abre la puerta de roble
    por donde se entraba a la quinta de los primeros colonos,
    da cuerda a relojes sin memoria.

    Las ventanas destruidas
    recobran la visión del paisaje.
    Aparecen en los umbrales las marcas
    que señalaban el crecimiento de los niños.

    Mientras dormimos junto al río
    se reúnen nuestros antepasados
    y las nubes son sus sombras.

    Se reúnen los que partiendo de Burdeos o Le Havre
    llegaron a la Frontera por caminos recién trazados
    mientras sus mujeres daban a luz en las carretas.

    Se reúnen los que fueron contrabandistas de ganado,
    ladrones de tierra, dueños de hoteles o almacenes,
    bandoleros, pioneros de hachas y arados.

    Los que mataron mapuches y aprendieron de los [mapuches
    a beber sangre de corderos recién sacrificados,
    y fueron enterrados en lo alto de una colina
    mientras los deudos se reunían a tomar aguardientes en el Bajo

    Hablan de su resurrección
    los ríos cuyos primeros puentes construyeron
    las herramientas aún guardadas en los galpones,
    y los que ahora son partículas de alerce
    creen escuchar las campanadas anunciando el primer incendio
    del pueblo levantado con tablas sin labrar
    en medio del invierno del fin del mundo.

    En los establos y prostíbulos
    se entrelazan parejas furtivas.
    Se celebran matrimonios en capillas rústicas.
    Los hermanos se matan por herencias.
    Los hijos volverán cantando canciones de trincheras.
    Las carretas cargadas con los sacos de las primeras cosechas
    llegan a las bodegas.

    El sol quiere alcanzar el árbol de nuestra sangre,
    derribarlo y hacerlo cenizas
    para que conozcamos a los visibles sólo para la memoria
    de quienes alguna vez resucitaremos en los granos de trigo
    o en las cenizas de los roces a fuego,
    cuando el sol no sea sino una antorcha fúnebre
    cuyas cenizas creeremos ver desde otras galaxias.

    El silencio del sol nos despierta.
    ¿De dónde viene ese chirriar de puertas invisibles?
    Los visitantes miran la mesa vacía y tratan de decirnos
    que hace falta derramar la ofrenda de vino en las tumbas.
    En el corazón de los alerces se apaga un tictaqueo repitiendo:
    "No hay tiempo, no hay memoria".

    Griterío de choroyes
    en busca de trigales.
    A orillas del río
    buscamos huellas.
    Rápido parpadeo
    de un día de verano
    que despierta con nosotros.



    XXII

    «EL viento sabe que vuelvo a casa,
    ha detenido el ruido de las goteras de lluvia en el alero.»

    Así escribía un poeta hace diez siglos.
    Pero ahora el viento ignora quién vuelve a casa.
    Por eso grita en estos espacios más fuerte que en las ciudades
    en donde muere el tiempo en que todos eran pioneros, guerreros o poetas.

    Que siquiera se oiga en los pueblos,
    pero también ha perdido su sentido en los pueblos.
    Ya no aparecen las bandadas de choroyes y torcazas
    que abrumaban los manzanos silvestres.

    No hay pudúes, ni guanacos, ni avestruces y los lobos
    marinos no se apiñan en las costas.

    La tierra daba el triple de lo que le pedían. Las máquinas no alcanzaban a trillar
    el trigo de las sementeras. Rebaños innumerables asomaban sus ojos entre los
    altos pastizales, las vegas y las llanuras. Sobraba la comida
    .

    Ahora,
    bosques quemados.
    Tierra
    que muestra su desnuda y roja osamenta.
    Faltan madera y trigo.

    Sobran radios portátiles
    y hoy día tenemos televisión.
    Sin embargo,
    la tierra permanece.

    Lo sabe la ciudad en sus pesadillas
    y las bombas preparan las mortajas
    para los deslumbrantes rascacielos.

    Un día
    volveremos al primer fuego.
    Y los sobrevivientes
    apenas podrán conservar
    un ramo de gencianas y una palabra amada.



    XXIII

    Para qué me preguntas. Todos moriremos.
    Eso no me ayuda.
    No, realmente no.

    Gunnard Ekelop

    Lo que importa
    es estar vivo
    y entrar a la casa
    en el desolado mediodía de la vida.

    El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
    Los satélites artificiales pueden rodear la Tierra,
    pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.

    Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al descargar un saco de trigo,
    el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
    escuchamos el trote de los ratones entre los sacos dormidos en la bodega,
    y el oculto resplandor de las cosas
    tiene un secreto revelado por los aromos.

    Escucho el pitazo del tren
    cortando en dos al pueblo.
    El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
    donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
    el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
    y fue fundado como un Fuerte
    para defenderse de los mapuches
    (todo eso era nuestro Far West).
    El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña,
    y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.

    Si me pidieran recordar
    algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
    no sabría mucho que decir.

    Creo que he estado en otros países.
    He visto día a día en las ciudades vehículos iluminados como trasatlánticos
    llevar rostros fatigados de un matadero a otro.

    «La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos cantantes y luminosos»,
    escribió Alexander Block,
    pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.

    Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo,
    pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
    Puedo rezar sin creer en Dios.
    A las noticias del día
    suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
    o contemplar los gorriones picoteando maravillas.

    De nuevo alguien ve derrochar
    los yuyos su oro al viento.
    Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
    alguien aprenderá a leer en diarios que anuncian nuevas guerras,
    alguien en la noche
    va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
    que lo protejan de todo mal.

    Quedaré solo en un bosque de pinos.

    De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
    Podré pronunciar mi verdadero nombre.
    Las puertas del bosque se abrirán,
    mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales que entran y salen de él,
    y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.

    Debo enfrentar de nuevo al río.
    Busco una moneda.
    El río ha cambiado de color.
    Veo sin temor
    la canoa negra esperando en la orilla.

    (Septiembre 1963-febrero 1964, Lautaro-Santiago)



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    Jorge Teillier (1935-1996) Empty Re: Jorge Teillier (1935-1996)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 27 Nov 2022, 08:23

    .



    De Muertes y maravillas, 1971:


    EL POETA DE ESTE MUNDO

    A René-Guy Cadou
    (1920-1951)

    Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente
    reunías palabras que eran pedernales
    de donde nace un fuego que no es olvidado.
    René Guy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero y el contrabandista,
    vivías en una aldea de seiscientos habitantes.
    Allí eras profesor rural,
    el peso del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases
    como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro.
    Te gustaba hablar con la gente de cara parecida a ollas de greda,
    caminar descalzo,
    ver jugar a las cartas en la taberna.
    En la noche a la luz de un fuego de espino
    abrías un libro mientras Helena cosía
    («Helena como una gota de rocío en tu vaso»).
    Tenías un poeta preferido para cada estación:
    en otoño era Verlaine, la primavera te traía todas las rosas de Ronsard,
    el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand Meaulnes
    y la estación violenta
    el ruido de espadas entrechocándose en una posada de Alejandro Dumas.
    Tú nunca estabas solo,
    te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno.
    Y mientras tus amigos iban al Café,
    a la Brasserie Lipp o al Deux Magots,
    tú subías a tu cuarto
    y te enfrentabas al Rostro radiante.

    En la proa de tu barco
    te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos,
    caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia.
    Tus palabras llegaban
    como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta al fin del mundo.
    Y los poemas se encendían como girasoles
    nacidos de tu corazón profundo y secreto,
    rescatados de la nostalgia,
    la única realidad.
     
    Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
    que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse.
    La poesía debe ser una moneda cotidiana
    y debe estar sobre todas las mesas
    como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.
    Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente a los árboles,
    que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda,
    que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas,
    ni el pobre humor de los que quieren llamar la atención
    con bromas de payasos pretenciosos
    y que de nada sirven
    los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir.
    La poesía
    es un respirar en paz
    para que los demás respiren,
    un poema
    es un pan fresco,
    un cesto de mimbre.
    Un poema debe ser leído por amigos desconocidos
    en trenes que siempre se atrasan,
    o bajo los castaños de las plazas aldeanas.

    Pocos saben aquí lo que es un poema,
    pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal;
    pocos saben lo que es un poeta
    y cómo debe morir un poeta.
    Tú moriste en un cuarto en donde se congregaba toda la primavera
    mirando un cesto con manzanas.
    «He visto morir a un príncipe»,
    dijo uno de tus amigos.

    Y este Primero de Noviembre
    cuando me rodean los muertos que siempre están conmigo
    pienso en tu serena y ruda fe
    que se puede comprender
    como a una pequeña iglesia azul de pueblo
    donde hay un párroco que no pide sino compartir su pan.
    Tú hablabas con tu Dios
    como al pobre hijo de un carpintero,
    pues también sabías que se crucifica todos los días a un poeta
    (Jesús tenía treinta y tres años,
    Jean Arthur también era Cristo
    crucificado a los treinta y siete).
    Pero a ti no te importaba que te escupieran la cara o te olvidaran
    porque como tú lo decías, nadie puede impedir a un pájaro que cante en la más alta cima
    y el poeta derribado
    es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque.



    RETRATO DE MI PADRE,
    MILITANTE COMUNISTA

    En las tardes de invierno
    cuando un sol equivocado busca a tientas
    los aromos de primaveras perdidas,
    va mi padre en su Dodge 30
    por los caminos ripiados de la Frontera
    hacia aldeas que parecen guijarros o perdices echadas.

    O llega a través de barriales
    a las reducciones de sus amigos mapuches
    cuyas tierras se achican día a día,
    para hablarles del tiempo en que la tierra
    se multiplicará como los panes y los peces
    y será de verdad para todos.

    Desde hace treinta años
    grita “Viva la Reforma Agraria”
    o canta “La Internacional”
    con su voz desafinada
    en planicies barridas por el puelche,
    en sindicatos o locales clandestinos,
    rodeado de campesinos y obreros,
    maestros primarios y estudiantes,
    apenas un puñado de semillas
    para que crezcan los árboles de mundos nuevos.

    Honrado como una manta de Castilla
    lo recuerdo defendiendo al Partido y a la Revolución
    sin esperar ninguna recompensa
    así como Eddie Polo –su héroe de infancia—
    luchaba por Perla White.

    Porque su esperanza ha sido hermosa
    como ciruelos florecidos para siempre
    a orillas de un camino,
    pido que llegue a vivir en el tiempo
    que siempre ha esperado,
    cuando las calles cambien de nombre
    y se llamen Luis Emilio Recabarren o Elías Lafferte
    (a quien conoció una lluviosa mañana de 1931 en Temuco,
    cuando al Partido sólo entraban los héroes).

    Que pueda cuidar siempre
    los patos y las gallinas,
    y vea crecer los manzanos
    que ha destinado a sus nietos.

    Que siga por muchos años
    cantando la Marsellesa el 14 de julio
    en homenaje a sus padres que llegaron de Burdeos.

    Que sus días lleguen a ser tranquilos
    como una laguna cuando no hay viento,
    y se pueda reunir siempre con sus amigos
    de cuyas bromas se ríe más que nadie,
    a jugar tejo, y comer asado al palo
    en el silencio interminable de los campos.

    En las tardes de invierno
    cuando un sol convaleciente
    se asoma entre el humo de la ciudad
    veo a mi padre que va por los caminos ripiados de la Frontera
    a hablar de la Revolución y el paraíso sobre la tierra
    en pueblos que parecen guijarros o perdices echadas.




    De Para un pueblo fantasma, 1978:


    ESTAS PALABRAS

    Estas palabras quieren ser
    un puñado de cerezas-
    un susurro -¿para quién?-
    entre una y otra oscuridad.

    Sí, un puñado de cerezas,
    un susurro -¿para quién?-
    entre una y otra oscuridad.



    NADIE HA MUERTO AÚN
    EN ESTA CASA

    Nadie ha muerto aún en esta casa.
    Los presagios del nogal
    aún no se descifran
    y los pasos que regresan
    siempre son los conocidos.

    Nadie ha muerto aún en esta casa.
    Lo piensan las pesadas cabezas de las rosas
    donde el ocioso rocío se columpia
    mientras el gusano se enrosca amenazante
    en las estériles garras de las viñas.

    Nadie ha muerto aún en esta casa.
    Ninguna mano busca una mano ausente.
    El fuego aún no añora a quien cuidó encenderlo.
    La noche no ha cobrado sus poderes.

    Nadie ha muerto pero todos han muerto.
    Rostros desconocidos se asoman a los espejos
    otros conducen hacia otros pueblos nuestros coches.
    Yo miro un huerto cuyos frutos recuerdo.

    Sólo se oyen pasos habituales.
    El fuego enseña a los niños su lenguaje
    el rocío se divierte columpiándose en las rosas.
    Nadie ha muerto aún en esta casa.



    EN EL MES DE LOS ZORROS

    My dreams are of a field afar
    And blood and smoke and shot

    A.E. Housman

    En el mes de los zorros
    En el mes de los días de sol frío
    Los ancianos que habían abandonado sus ojos a las
    ............tinieblas vieron a las montañas ebrias
    ............mirarlos fijamente y luego disolverse
    ............como relojes de arena.
    Es otro sol el que se anunció con el ruido reluciente
    ............de los cuchillos en la cocina
    que despertaron buscando las gargantas de las aves
    ............de los brezales.

    El pozo familiar cerró su boca
    acallando las ranas parientas de aquellas con que
    ............jugábamos con los rústicos en las cantinas.
    Y llegaron las hechiceras a reanimar los fríos
    ............braseros de la nevazón de los ciruelos.

    Quién nos devolverá los amigos muertos
    ese mes de los zorros y los días de sol frío
    después que los ancianos olvidaron sus juegos en el
    ............pozo y hundieron sus cuchillos
    en la garganta de los pájaros descubridores de la
    ............ventana por donde no entra la noche.

    Quién nos devolverá
    esa calle que ahora los ancianos vigilan airados
    porque no pueden extirpar la zarza de ardientes raíces,
    porque el viento mueve las hojas del bosque
    ............predicando esperanza
    mientras las hechiceras remueven en sus calderos
    la sangre de sus víctimas que beben friolentas
    ............porque ningún sol cantará en sus oídos.

    Grande fue nuestra caída
    bajo la burla de los zorros y el sol frío
    deslumbrados por las hechiceras de grandes pechos blancos.
    Insomnes oíamos el rechinar de la horca,
    nuestro amigo el grillo no cuidaría nuestras tumbas.

    Pero las hechiceras nada pudieron
    contra el ciruelo inmaculado de la casa que incendiaron
    ............y sus pétalos caídos formaron la alfombra
    que enviaremos a los viajeros inesperados del retorno
    ............mientras los ancianos de nuevo se hundirán
    ............en un pozo que el cielo no conoce
    sin dejar una sombra que legar a sus nietos que sólo
    ............se acordarán de nosotros que nunca
    ............dejamos de escuchar a los bosques secretos
    predicando libertad con cada una de sus hojas.



    PAISAJE DE CLÍNICA

    A Rolando Cárdenas


    Ha llegado el tiempo
    en que los poetas residentes
    escriban acrósticos
    a las hermanas de los maníaco-depresivos
    y a las telefonistas.

    Los alcohólicos en receso
    miran el primer volantín
    Eeevado por el joven psicópata.

    Sólo un loco rematado
    descendiente de alemanes
    tiene permiso para ir a comprar "El Mercurio".

    Tratemos de descifrar
    los mensajes clandestinos
    que una bandada de tordos
    viene a transmitir a los almendros
    que traspasan los alambres de púa.

    William Gray, marino escocés,
    pasado su quinto delirium
    nos dice que fue peor el que sufrió en el Golfo Pérsico
    y recita a Robert Burns
    mientras el "Clanmore", su barco, ya está en Tocopilla.

    Ha llegado el tiempo
    en que de nuevo se obedece a las campanas
    y es bueno comprar coca-cola
    a los Hermanos Hospitalarios.

    El Pintor no cree
    en los tréboles de cuatro hojas
    y planea su próximo suicidio
    heborizando entre yuyos donde espera hallar cannabis
    para enviarla como tarjeta de Pascua
    a los parientes que lo encerraron.

    Los caballos aran preparando el barbecho.
    en labor-terapia
    los mongólicos comen envases de clorpromazina.

    Saludo a los amigos muertos de cirrosis
    que me alargan la punta florida de las yemas
    de la avenida de los ciruelos.

    La Virgen del Carmen
    con su sonrisa de yeso azul
    contempla a su ahijado
    que con los nudillos rotos
    dormita al sol atiborrado de Valium 10.

    (En el Reino de los Cielos
    todos los médicos serán dados de baja).

    Aquí por fin puedes tener
    un calendario con todos los días
    marcados de rojo
    o de blanco.

    Es la hora de dormir -oh abandonado-.
    Que junto al inevitable crucifijo de la cabecera
    velen por nosotros
    Nuestra Señora la Apomorfina
    Nuestro Señor el Antabus
    El Mogadón, el Pentotal, el Electroshock.



    CARTA A MARIANA

    ¿Qué película te gustaría ver?
    ¿Qué canción te gustaría oír?
    Esta noche no tengo a nadie
    a quien hacerle estas preguntas.

    Me escribes desde una ciudad que odias
    a las nueve y media de la noche.
    Cierto, yo estaba bebiendo,
    mientras tú oías Bach y pensabas volar.

    No creí que iba a recordarte
    ni creí que te acordarías de mí.
    ¿ Por qué me escribiste esa carta?
    Ya no podré ir solo al cine.

    Es cierto que haremos el amor
    y lo haremos como me gusta a mí:
    todo un día de persianas cerradas
    hasta que tu cuerpo reemplace al sol.

    Acuérdate que mi signo es Cáncer,
    pequeña Acuario, sauce llorón.
    Leeremos libros de astrología
    para inventar nuevas supersticiones.

    Me escribes que tendremos una casa
    aunque yo he perdido tantas casas.
    Aunque tú piensas tanto en volar
    y yo con los amigos tomo demasiado.

    Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
    y estás con quién sabe qué malas compañías,
    mientras aquí hay tan pocas personas
    a quien hacerles estas simples preguntas:

    «¿Qué canción te gustaría oír,
    qué película te gustaría ver?
    ¿Y con quién te gustaría que soñáramos
    después de las nueva y media de la noche?».



    PEQUEÑA CONFESIÓN

    En memoria de Serguei Esenin


    Si, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
    Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
    Tal vez nunca debiera haber dejado
    El país de techos de zinc y cercos de madera.

    En medio del camino de la vida
    Vago por las afueras del pueblo
    Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
    Cuya música he amado desde niño.

    Desperté con ganas de hacer un testamento
    -ese deseo que le viene a todo el mundo-
    pero preferí mirar una pistola
    la única amiga que no nos abandona.

    Todo lo que se diga de mí es verdadero
    Y la verdad es que no me importa mucho.
    Me importa soñar con caminos de barro
    Y gastar mis codos en todos los mesones.

    "Es mejor morir de vino que de tedio"
    Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
    Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
    Cuando se gastan los codos en los mesones.

    Tal vez nunca debí salir del pueblo
    Donde cualquiera puede ser mi amigo.
    Donde crecen mis iniciales grabadas
    En el árbol de la tumba de mi hermana.

    El aire de la mañana es siempre nuevo
    Y lo saludo como un viejo conocido,
    Pero aunque sea un boxeador golpeado
    Voy a dar mis últimas peleas.

    Y con el orgullo de siempre
    Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
    Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
    Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

    Como de costumbre volveré a la ciudad
    Escuchando un perdido rechinar de carretas
    Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
    Mientras gasto mis codos en todos los mesones.




    De Cartas para reinas de otras primaveras, 1985:


    DESPUÉS DE LA FIESTA

    Está más joven la muchacha que amanece sonriendo
    frente al canto del canario cada vez más joven.
    Está más joven en la portada de la revista
    sobre la mesa de nogal cada vez más joven
    el retrato de los Campeones Mundiales del año 30.

    Está más joven la mujer que se despierta para lavar
    ropa ajena en la artesa rústica.
    Están más jóvenes quienes en la plaza hablan
    de sus amigos desaparecidos o asesinados.
    Está más joven la flor guardada entre las páginas
    de Fermina Márquez,
    está más joven el rugoso pescador que bebe
    su aguardiente frente al temporal recién nacido.
    Está más joven el guijarro que espera ser
    recogido por un niño,
    tras ser pulido por una ola que cada viaje hace
    cada vez más joven.

    Sólo yo he envejecido.



    BOTELLA AL MAR

    Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
    te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
    Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
    para los iniciados. Es para la niña que nadie
    saca a bailar, es para los hermanos que
    afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
    los que se creen santos, profetas o poderosos.



    SIN SEÑAL DE VIDA

    ¿Para qué dar señales de vida?
    Apenas podría enviarte con el mozo
    un mensaje en una servilleta.

    Aunque no estés aquí.
    Aunque estés a años sombra de distancia
    te amo de repente
    a las tres de la tarde,
    la hora en que los locos
    sueñan con ser espantapájaros vestidos de marineros
    espantando nubes en los trigales.

    No sé si recordarte
    es un acto de desesperación o elegancia
    en un mundo donde al fin
    el único sacramento ha llegado a ser el suicidio.

    Tal vez habría que cambiar la palanca del cruce
    para que se descarrilen los trenes.
    Hacer el amor
    en el único Hotel del pueblo
    para oír rechinar los molinos de agua
    e interrumpir la siesta del teniente de carabineros
    y del oficial del Registro Civil.

    Si caigo preso por ebriedad o toque de queda
    hazme serías de sol con tu espejo de mano
    frente al cual te empolvas
    como mis compañeras de tiempo de Liceo.

    Y no te entretengas
    en enseñarle palabras feas a los choroyes.
    Enséñales sólo a decir Papá o Centro de Madres.
    Acuérdate que estamos en un tiempo donde se habla en voz baja,
    y sorber la sopa un día de Banquete de Gala
    significa soñar en voz alta.

    Qué hermoso es el tiempo de la austeridad.
    Las esposas cantan felices
    mientras zurcen el terno
    único del marido cesante.

    Ya nunca más correrá sangre por las calles.
    Los roedores están comiendo nuestro queso
    en nombre de un futuro
    donde todas las cacerolas
    estarán rebosantes de sopa,
    y los camiones vacilarán bajo el peso del alba.

    Aprende a portarte bien
    en un país donde la delación será una virtud.
    Aprende a viajar en globo
    y lanza por la borda todo tu lastre:
    Los discos de Joan Baez, Bob Dylan, los Quilapayún,
    aprende de memoria los Quincheros y el 7º de Línea.
    Olvida las enseñanzas del Nido de Chocolate, Gurdjieff o el Grupo Arica,
    quema la autobiografía de Trotsky o la de Freud
    o los 20 Poemas de Amor en edición firmada y numerada por el autor.

    Acuérdate que no me gustan las artesanías
    ni dormir en una carpa en la playa.
    Y nunca te hubiese querido más
    que a los suplementos deportivos de los lunes.

    Y no sigas pensando en los atardeceres en los bosques.
    En mi provincia prohibieron hasta el paso de los gitanos.

    Y ahora
    voy a pedir otro jarrito de chicha con naranja
    y tú
    mejor enciérrate en un convento.
    Estoy leyendo El Grito de Guerra del Ejército de Salvación.
    Dicen que la sífilis de nuevo será incurable
    y que nuestros hijos pueden soñar en ser economistas o dictadores.




    De El molino y la higuera, 1993:


    UN HOMBRE SOLO
    EN UNA CASA SOLA

    Un hombre solo en una casa sola
    no tiene deseos de encender el fuego
    no tiene deseos de dormir o estar despierto
    un hombre solo en una casa enferma.

    No tiene deseos de encender el fuego
    y no quiere oír más la palabra Futuro
    El vaso de vino se ha marchitado como un magnolio
    y a él no le importa estar dormido o despierto.

    La escarcha ha empañado las ventanas
    pero a él sólo le importa mirar la apagada chimenea
    Sólo le gustaría tener una copa que le contara una vieja historia
    a ese hombre solo en una casa sola.

    Una historia como las que oía en su casa natal
    historias que no recuerda como no recuerda que aún está vivo
    Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
    un hombre solo en una casa enferma.



    DESTIERROS

    Susana León vive en el verano con nieve de Oslo
    restaurando antiguas muñecas de porcelana
    y publica "La última carta del año".
    Gabriel Barra traduce a pasternak al sueco.
    Por supuesto mis hermanas y sobrinas comen empanadas los domingos
    en Estocolmo.
    Mi madre en Jarfälla escribe a los 77 años poemas sobre su perdido hogar de Lautaro,
    mi padre sobre su infancia en Victoria y sigue cantando "La Internacional" bajo una bandera chilena
    y piensa en la grandez de Stalin, el vencedor de Hitler y los nazis.

    Un profesor rural de Imperial es vendedor de boletos en Laponia.
    Cameron en Malmö publica a 50 poetas en el exilio.
    Jorge Aravena Llanca enseña a bailar tangos en Berlín Occidental.
    En fin
    he recibido cartas
    de México
    Mozambique
    Hungría
    Rumanía
    Francia
    Perú
    Inglaterra.
    De tantos y tantos países.
    Perdónenme amigos que no l,es haya contestado.
    Deben comprender
    que para mí nunca han salido de Chile.




    De Hotel nube, 1996


    QUÉ HISTORIA ES ESTA


    ¿Qué historia es ésta y cuál es su final?
    Ya no quiero ser más vendedor de palabras.
    Ya mi cabeza está demasiado aturdida
    y mi canción es sólo un montón de hojas muertas.

    Me da lo mismo la ciudad que el campo.
    Trataré de olvidar los poemas y los libros
    abrigaré mi cuello con una vieja bufanda
    y me echaré un pan en el bolsillo.

    Oleré a mal vino y suciedad
    enturbiando los limpios mediodías.
    Y me haré el tonto a propósito de todo.

    Y sin tener necesidad de triunfar o fracasar
    trataré que la escarcha cubra mi pasado
    porque no puedo sino hacer estupideces
    seguir caminando en estos tiempos.

    (Adaptación de Serguei Esenin)


    JORGE TEILLIER, El árbol de la memoria. Antología poética, Huerga y Fierro, 2000


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    Jorge Teillier (1935-1996) Empty Re: Jorge Teillier (1935-1996)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 06 Dic 2022, 02:09

    Esta noche duermo bajo un viejo techo,
    los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
    y el niño que hay en mí renace en mi sueño,
    aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,
    y mira lleno de miedo hacia la ventana,
    pues sabe que ninguna estrella resucita.

    Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,
    escuché los consejos del reloj de péndulo,
    supe que el viento vuelca una copa del cielo,
    que las sombras se extienden
    y la tierra las bebe sin amarlas,
    pero el árbol de mi sueño sólo daba hojas verdes
    que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

    Esta noche duermo bajo un viejo techo,
    los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
    pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
    abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
    y bajo él, la muerte que me tiende la mano

    Me encantó, Pedro.

    Gracias.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 06 Dic 2022, 06:37

    Celebro mucho que te haya gustado, Pascual.

    Un abrazo.
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