-¿Otra vez enamorado?
-Pues, sí. He vuelto a caer en las redes de Eros.
-No encaja eso de caer; más bien debieras decir me he elevado.
-No, en absoluto. Es caer. Cuando uno está enamorado pierde la volición.
-¿Quieres decir, que uno pierde la voluntad en aras de esa fuerza superior?
-En efecto. Ahora, por ejemplo, yo solo siento el deseo de complacer a mi amada. Cualquier otro sentimiento ajeno a ese deseo me parece intrascendente y carente de fuerza para obligarme a cumplirlo.
-¿No crees que exageras un tanto? Estoy convencido que hay razones que prevaldrían sobre esa fuerza a la que aludes.
-Lo dudo, y si no, ponme un supuesto como ejemplo.
-Muy bien. Si has quedado ir al cine con tu amor, y te enteras de que tu madre está grave en el pueblo. ¿A donde acudirías?
-Planteas un ejemplo que no guarda relación con lo que estamos tratando.
-Tú has afirmado que se pierde la volición. Es decir, la voluntad para realizar un acto. Y el supuesto que expongo es un dilema en el que debes decidirte por un acto u otro: tu madre, o tu novia.
-Que duda cabe, que mi madre. Pero no es sobre la asiduidad de los actos cotidianos a lo que me refiero.
-¿Pues, a que actos te refieres?
-A que no soy capaz de mirar a otra mujer con apetencias corporales y... mucho menos sentimentales. A que no cabe en mi pensamiento otra presencia que no sea la de mi amada. A que lucharía con todas mis fuerzas para vencer los obstáculos que se opusieran a este amor. Y a qué, en estos momentos: siento, vivo y respiro exclusivamente por y para mi amor.
-Vaya, hombre, ni Platón, ni Hegel, ni Rousseau, ni tantos sabios y escritores que han pretendido describir el amor, lo han hecho con la convicción con que tú te expresas.
-Es fácil de comprender. Porque el amor es un hálito, una fuerza, una esencia que se forma en el interior de todo ser humano, y que cuando halla el estimulante que lo pone en acción, entonces surge incontenible e incontrolable.
-¡Caray!, como se nota que el amor te inspira; estás, que rebosas de sabiduría.
-Deja que acabe. Como cualquier otra potencia del ser humano, el amor se manifiesta de forma espontánea. Así ocurre con el dormir, el pensar, el ver, etc. etc. Son facultades que forman parte integrante de esa inigualable máquina que es nuestro cuerpo. Cualquiera de ellas puede ser objeto, y en la práctica lo es, de definición. Pero la sensación que cada individuo siente al usar de esas facultades, aunque bien pueden ser homologables, son diferenciadas y aún distintas en todos los casos.
-En este aspecto, te doy la razón. Un paisaje, siempre será admirado de forma distinta según quién lo mire. Aún la misma persona, de acuerdo con su estado de ánimo, lo contemplará de forma muy diferente en cada momento. Y todavía más, en cuanto se haya habituado a verlo, perderá todo interés... Como ocurre con el amor...
-Muy cierto... Por eso, definir el sentimiento de amor, ha resultado tan difícil para los que han pretendido hacerlo. Porque, como decía Virata en "Los ojos del hermano eterno", de Stefan Sweig, nadie, con sus ojos propios, puede juzgar los sentimientos de los demás...
-Decididamente, reconozco que el amor te inspira...
-Pues, sí. He vuelto a caer en las redes de Eros.
-No encaja eso de caer; más bien debieras decir me he elevado.
-No, en absoluto. Es caer. Cuando uno está enamorado pierde la volición.
-¿Quieres decir, que uno pierde la voluntad en aras de esa fuerza superior?
-En efecto. Ahora, por ejemplo, yo solo siento el deseo de complacer a mi amada. Cualquier otro sentimiento ajeno a ese deseo me parece intrascendente y carente de fuerza para obligarme a cumplirlo.
-¿No crees que exageras un tanto? Estoy convencido que hay razones que prevaldrían sobre esa fuerza a la que aludes.
-Lo dudo, y si no, ponme un supuesto como ejemplo.
-Muy bien. Si has quedado ir al cine con tu amor, y te enteras de que tu madre está grave en el pueblo. ¿A donde acudirías?
-Planteas un ejemplo que no guarda relación con lo que estamos tratando.
-Tú has afirmado que se pierde la volición. Es decir, la voluntad para realizar un acto. Y el supuesto que expongo es un dilema en el que debes decidirte por un acto u otro: tu madre, o tu novia.
-Que duda cabe, que mi madre. Pero no es sobre la asiduidad de los actos cotidianos a lo que me refiero.
-¿Pues, a que actos te refieres?
-A que no soy capaz de mirar a otra mujer con apetencias corporales y... mucho menos sentimentales. A que no cabe en mi pensamiento otra presencia que no sea la de mi amada. A que lucharía con todas mis fuerzas para vencer los obstáculos que se opusieran a este amor. Y a qué, en estos momentos: siento, vivo y respiro exclusivamente por y para mi amor.
-Vaya, hombre, ni Platón, ni Hegel, ni Rousseau, ni tantos sabios y escritores que han pretendido describir el amor, lo han hecho con la convicción con que tú te expresas.
-Es fácil de comprender. Porque el amor es un hálito, una fuerza, una esencia que se forma en el interior de todo ser humano, y que cuando halla el estimulante que lo pone en acción, entonces surge incontenible e incontrolable.
-¡Caray!, como se nota que el amor te inspira; estás, que rebosas de sabiduría.
-Deja que acabe. Como cualquier otra potencia del ser humano, el amor se manifiesta de forma espontánea. Así ocurre con el dormir, el pensar, el ver, etc. etc. Son facultades que forman parte integrante de esa inigualable máquina que es nuestro cuerpo. Cualquiera de ellas puede ser objeto, y en la práctica lo es, de definición. Pero la sensación que cada individuo siente al usar de esas facultades, aunque bien pueden ser homologables, son diferenciadas y aún distintas en todos los casos.
-En este aspecto, te doy la razón. Un paisaje, siempre será admirado de forma distinta según quién lo mire. Aún la misma persona, de acuerdo con su estado de ánimo, lo contemplará de forma muy diferente en cada momento. Y todavía más, en cuanto se haya habituado a verlo, perderá todo interés... Como ocurre con el amor...
-Muy cierto... Por eso, definir el sentimiento de amor, ha resultado tan difícil para los que han pretendido hacerlo. Porque, como decía Virata en "Los ojos del hermano eterno", de Stefan Sweig, nadie, con sus ojos propios, puede juzgar los sentimientos de los demás...
-Decididamente, reconozco que el amor te inspira...
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