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De De uma vez por todas, 1996 (continuación):
SUGESTÃO
Antes que venham ventos e te levem
do peito o amor — este tão belo amor,
que deu grandeza e graça à tua vida —,
faze dele, agora, enquanto é tempo,
uma cidade eterna — e nela habita.
Uma cidade, sim. Edificada
nas nuvens, não — no chão por onde vais,
e alicerçada, fundo, nos teus dias,
de jeito assim que dentro dela caiba
o mundo inteiro: as árvores, as crianças,
o mar e o sol, a noite e os passarinhos,
e sobretudo caibas tu, inteiro:
o que te suja, o que te transfigura,
teus pecados mortais, tuas bravuras,
tudo afinal o que te faz viver
e mais o tudo que, vivendo, fazes.
Ventos do mundo sopram; quando sopram,
ai, vão varrendo, vão, vão carregando
e desfazendo tudo o que de humano
existe erguido e porventura grande,
mas frágil, mas finito como as dores,
porque ainda não ficando — qual bandeira
feita de sangue, sonho, barro e cântico —
no próprio coração da eternidade.
Pois de cântico e barro, sonho e sangue,
faze de teu amor uma cidade,
agora, enquanto é tempo.
Uma cidade
onde possas cantar quando o teu peito
parecer, a ti mesmo, ermo de cânticos;
onde posssas brincar sempre que as praças
que percorrias, dono de inocências,
já se mostrarem murchas, de gangorras
recobertas de musgo, ou quando as relvas
da vida, outrora suaves a teus pés,
brandas e verdes já não se vergarem
à brisa das manhãs.
Uma cidade
onde possas achar, rútila e doce,
a aurora que na treva dissipaste;
onde possas andar como uma criança
indiferente a rumos: os caminhos,
gêmeos todos ali, te levarão
a uma aventura só — macia, mansa —
e hás de ser sempre um homem caminhando
ao encontro da amada, a já bem-vinda
mas, porque amada, segue a cada instante
chegando — como noiva para as bodas.
Dono do amor, és servo. Pois é dele
que o teu destino flui, doce de mando:
A menos que este amor, conquanto grande,
seja incompleto. Falte-lhe talvez
um espaço, em teu chão, para cravar
os fundos alicerces da cidade.
Ai de um amor assim, vergado ao vínculo
de tão amargo fado: o de albatroz
nascido para inaugurar caminhos
no campo azul do céu e que, entretanto,
no momento de alçar-se para a viagem,
descobre, com terror, que não tem asas.
Ai de um pássaro assim, tão malfadado
a dissipar no campo exíguo e escuro
onde residem répteis: o que trouxe
no bico e na alma — para dar ao céu.
É tempo. Faze
tua cidade eterna, e nela habita:
antes que venham ventos, e te levem
do peito o amor — este tão belo amor
que dá grandeza e graça à tua vida.
SUGERENCIA
Antes que lleguen vientos y se lleven
de tu pecho el amor — tan bello amor,
que dio gracia y grandeza a tu vivir —,
haz, ahora, de él, que estás a tiempo,
una ciudad eterna — y vive en ella.
Sí, sí, una ciudad. Edificada
no en nubes — en la tierra que caminas,
y con cimientos, hondos, en tus días,
de manera que quepa en su interior
el mundo entero: los árboles, los niños,
el mar y el sol, la noche y pajaritos,
y sobre todo quepas tú, entero:
lo que te ensucia, lo que te transforma,
tus pecados mortales, tus bravuras,
todo eso que al final te hace vivir
más todo cuanto, viviendo, haces.
Vientos del mundo soplan; cuando soplan,
ay, van barriendo, van, y van cargando
y deshaciendo todo lo que, humano,
existe erguido y por ventura grande,
mas frágil, mas finito cual las penas,
aún no quedando todavía — cual bandera
hecha de sangre, sueño, barro y canto —
en propio corazón de eternidad.
Así pues, de canto y barro, sueño y sangre,
haz de tu amor una ciudad,
ahora, que aún es tiempo.
Una ciudad
donde puedas cantar cuando tu pecho
te parezca, a ti mismo, yermo de canto;
donde puedas jugar si aquellas plazas
que recorrías, amo de inocencia,
se muestran ya marchitas, de columpios
recubiertos de musgo, o si las hierbas
de la vida, otrora suaves a tus pies,
tiernas y verdes ya no se doblasen
a la brisa de la mañana.
Una ciudad
donde puedas hallar, brillante y dulce,
la aurora que en tiniebla disipaste;
donde puedas andar como un chiquillo
indiferente a rumbos: los caminos,
todos allí parejos, te llevarán
a una aventura sólo — blanda, mansa —
y has de ser siempre un hombre caminando
al encuentro de la amada, bienvenida
pero que, por amada, sigue llegando
cada instante - como novia a su boda.
Dueño de amor, y siervo. Pues de él
emana tu destino, dulce mando:
A menos que este amor, si bien tan grande,
sea incompleto. Fáltale tal vez
un espacio, en tu suelo, para hundir
los profundos cimientos de la ciudad.
Ay de un amor así, uncido al vínculo
de tan amargo hado: el del albatros
nacido para inaugurar caminos
en campo azul del cielo y que, aún así,
en el momento de alzarse para el viaje,
descubre, con terror, no tiene alas.
Ay de un pájaro así, presagiado
a deambular en campo exiguo y hosco
donde viven reptiles: lo que trajo
en el pico y el alma — para el cielo.
Estás a tiempo.
Haz tu ciudad eterna, y vive en ella:
antes que lleguen vientos, y se lleven
de tu pecho el amor — tan bello amor
que da gracia y grandeza a tu vivir.
Thiago de Mello
(Verión de Pedro Casas Serra)
(continuará)
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