Mientras leo "Las lenguas y la discriminación sexual" del Dr. Juan A. Ollero en la revista Tapia-Publicación para el mundo del derecho (Febrero 1984), no puedo evitar que mi mente elucubre sobre tal materia.
La mujer pretende ser igual al hombre. Exige igualdad de derechos; omite reclamar los mismos deberes, tal vez porque columbra que los de ella sobrepasan a los de aquel.
Humildemente admito que tiene razón. Quiero convencerme de que tiene razón. Pero me doy cuenta, mientras leo al Dr. Ollero, que como él cita: no es lo mismo un hombre 'zorro' que una mujer 'zorra', ni el parangón que se hace del hombre con el toro cabe ser aplicado a la mujer con la vaca. Mientras para el hombre representa un panegírico, para la mujer es harto mordaz y peyorativo.
Me confieso un admirador incontrolado de la mujer. Me atrae con fuerza exotérica. Tal vez -y aquí surge la 'antítesis' del proceso dialéctico hegeliano- porque mi educación en los jesuitas nos mostró a la mujer como compendio y esencia de todos los pecados capitales.
Observo como la mujer escala altos puestos en actividades diversas del desenvolvimiento humano: me alegro y estoy convencido de que es justo, que está en su derecho. Por ello la admiro y me siento orgulloso de sus éxitos, tal vez influido por tener dos hijas con carrera universitaria, que con eficiencia y tesón descuellan en sus actividades.
Sigo queriendo convencerme de que no existe diferencia entre el hombre y la mujer, y que derechos y obligaciones tienen que ser únicos para ambos, sin distinción de sexo. Sin embargo, algo hay en mí que impide vea a la mujer como un hombre. Es porque soy macho -no machista- y la libido me juega la mala pasada de que cuando trato con una mujer sus encantos personales me 'capitidisminuyen' al punto de erigirla en un ser adorablemente apetecible, que momentáneamente enerva cualquier otra reacción intelectual. Me resulta más estimulante adorarlas como mujer, que vincularlas al esfuerzo ingente, desabrido y penoso del homúnculo-trabajador.
Y acabo preguntándome: ¿porqué el Creador las hizo tan endiabladamente hermosas, para que luego ellas quieran embrutecerse y afearse en la incruenta batalla a que conduce la sentencia bíblica -solo para el hombre- de ganar el pan con el sudor de la frente?
31/05/2003
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