José María ValverdeHablar de José María Valverde, nacido en Valencia de Alcántara (Cáceres) el día 26 de enero de 1926 y muerto en Barcelona el día 6 de junio de 1996, no es fácil puesto que cultivó muchas facetas: fue poeta, ensayista, crítico literario, historiador de las ideas, traductor, catedrático español y dibujante humorístico que publicó sus viñetas en La Codorniz. Siempre que hablamos de alguien tan culto solemos pensar que por naturaleza debe ser alguien serio, sombrío y, al menos en lo que José María Valverde se refiere, nada más lejos de la realidad porque era dibujante humorístico en "La Codorniz" y sus viñetas solían ser simpáticas y mordaces. Incluso, de sí mismo decía, con ese buen humor que le caracterizaba, que era un poeta ascendido de generación, en referencia a que se le incluía en la generación del 50. También, su hija Clara recuerda como ella solía quejarse, tras regresar de su exilio en Canadá, de la dureza de la sociedad española en contraposición con las buenas maneras y la educación canadienses, y como su padre le cuenta el chiste de un señor que entra en la farmacia y urgido le dice al farmacéutico ”¡Deme unas pastillas para la mala leche, hijo de puta!”, que posiblemente y con todo fundamento fuera de cosecha propia.
Formó parte, junto a Josep M. Castellet, Antonio Vilanova, Néstor Luján y Carlos Barral, del Jurado del Boscán de poesía, el premio oficial del Instituto de Cultura Hispánica. Allí fueron premiados, entre otros, Blas de Otero, Eugenio de Nora, José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, Carlos Sahagún, Claudio Rodríguez y Alfonso Costafreda.
José Mª Valverde era un profesor como pocos, un crítico literario de enorme ingenio y agudeza, un poeta sensible, un filósofo comprometido siempre con causas nobles, alguien que hablaba de la Nicaragua sandinista con todo el amor y coraje del que era capaz y que sin duda era mucho. Cualquier acto organizado en la Catalunya de los años ochenta que tuviera la revolución sandinista (que había conseguido derrotar al dictador Anastasio Somoza Debayle y entró triunfadora en Managua el 19 de julio 1979) como tema central, o lateral tenía garantizada su presencia y la de su compañera, Pilar Gafaell.
Comunista-marxista sin atisbo de sabores y olores sectarios, resistente antifranquista con acciones y gestos imborrables, admirable combatiente anti-OTAN, maestro inigualable, profesor ausente durante años de lo que hubiera debido ser su lugar natural −la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona−, luchador incansable por la libertad hasta el final de sus días, uno de los intelectuales españoles de la segunda mitad del siglo XX de mayor influencia y alcance cultural, filosófico y político; maestro, sin exageración en el uso del estimado concepto ilustrado republicano, de varias generaciones de universitarios y ciudadanos.
Al ser preguntado por las protestas estudiantiles de mediados de los sesenta, cuando fue “embajador” del movimiento estudiantil universitario ante las autoridades académicas de la época, José Mª Valverde recordó lo sucedido en la Universidad de Barcelona en los siguientes términos:
“En 1965 hubo todos aquellos follones, paralelos a los que había en Madrid: el patio de Letras, mejor dicho, de Ciencias, lleno de estudiantes, y hablando desde arriba del patio. En un momento dado, una comisión de estudiantes quería presentar sus conclusiones a la junta de Gobierno de la Universidad y entonces nos ofrecimos Sacristán y yo a acompañarles. Y así lo hicimos. La Junta nos recibió en silencio, recogieron los papeles, nos fuimos, y se acabó. Luego, lo que sí que hice fue volver al patio. Les expliqué a los estudiantes lo que habíamos hecho y les advertí que la Universidad estaba rodeada de “grises” (la policía nacional de hoy). En cambio, en Madrid, como para ir de las Facultades al rectorado había que andar mucho tiempo en campo traviesa, en ese mismo acto les cayeron encima los guardias. En nuestro caso, como todo ocurría en el mismo edificio, nadie nos cayó encima.»
Poco tiempo después Valverde, en una Universidad convulsa y reivindicativa, y ante la expulsión de sus compañeros de la Facultad de Madrid, Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren y Agustín García Calvo, en 1965, en un gesto singular de solidaridad, que le honra, “Nulla aesthetica sine ethica. Ergo, apaga y vámonos” “No puede existir estética sin ética. Luego paga y vámonos” dicen que escribe en la famosa postal que envía a Aranguren donde le presenta la dimisión de su cátedra de Barcelona, lo que le hace exiliarse a los Estados Unidos, donde fue profesor de literaturas hispánicas y comparada (University of Virginia, McMaster) y luego a Canadá, donde fue catedrático de literatura española en Universidad de Trent.
Posteriormente, para el curso 1976-1977, con el dictador Franco ya muerto, una década después de su dimisión solidaria, regresa de Canadá y se incorpora de nuevo a la Universidad de Barcelona, reincorporándose a su cátedra de Estética.
De su obra crítica merecen destacarse
Estudios sobre la palabra poética (1952),
Humboldt y la filosofía del lenguaje (1955),
Historia de la literatura universal (1957),
Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno (1959),
Vida y muerte de las ideas: pequeñas historias del pensamiento (1981),
Diccionario de estética o
sus monografías sobre Azorín (1971),
Antonio Machado (1975),
Joyce (1978 y 1982) o
Nietzsche.
Destacan sus traducciones del alemán
(Hölderlin, Rilke, Goethe, Novalis, Brecht, Christian Morgenstern, Hans Urs von Balthasar) y del inglés
(teatro completo de Shakespeare en prosa -que renovaron las ya añejas de Astrana-, o las de Charles Dickens, T. S. Eliot, Walt Whitman, Herman Melville, Saul Bellow, Thomas Merton, Edgar Allan Poe, Emily Dickinson, o el Ulises de Joyce, por la que recibió el Premio de traducción Fray Luis de León, en 1977). En 1960 había recibido este mismo galardón por una antología de Rainer Maria Rilke. En 1990 se le concedió también el Premio Nacional a la obra de un traductor. Tradujo además algunos poemas de Constantino Cavafis del griego moderno, el Nuevo Testamento, del griego antiguo, y a Romano Guardini, del italiano.
Preparó, además, ediciones críticas de Antonio Machado, uno de sus autores preferidos (Nuevas canciones, De un cancionero apócrifo y Juan de Mairena) y de Azorín (Artículos olvidados y Los pueblos), antologías generales de la poesía española e hispanoamericana y particulares de Luis Felipe Vivanco, Miguel de Unamuno y Ernesto Cardenal. La problemática del arte actual encontró eco en su libro Cartas a un cura escéptico en materia de arte moderno (1959).
Inscrito dentro de una particular corriente de existencialismo cristiano dentro de lo que él llamó, con Dámaso Alonso, prologador de algún libro suyo, poesía desarraigada, sus primeros poemas tienen una temática religiosa. Luego fue introduciendo en sus versos nuevos asuntos, cada vez más humanos, acercándose a planteamientos marxistas. Se ha dicho de él que era un cristiano marxista, con planteamientos cercanos a las tesis de la Teología de la Liberación. Su obra se caracteriza por un acentuado humanismo con toques intimistas, que lo convierten en una de las más brillantes figuras del panorama poético español.
Poeta de libros orgánicos, donde el conjunto es superior a la suma de los poemas constituyentes, su estilo se caracteriza por la sencillez expresiva y la lengua castiza, buscando siempre la desnudez y la precisión léxica, sin retoricismos innecesarios, casi coloquial, en lo que sigue la tradición de Antonio Machado. Esa ansia de depuración le llevó a extirpar numerosos poemas de sus compilaciones últimas, sucesivamente cada vez más reducidas. Algo de eso se puede ver en su famoso poema sobre sobre los ahorcados de François Villon. Sus preferencias métricas van por el arte mayor y el verso alejandrino.
Obtuvo entre otros, el Premio Nacional de Poesía en 1949, el Premio de la Crítica en 1962 y el Premio Ciutat de Barcelona por sus Poesías reunidas 1945-1990. De su obra poética, cabe mencionar los poemarios
Hombre de Dios en 1945,
La espera en 1949,
Versos del domingo en 1954,
Voces y acompañamientos para San Mateo en 1959,
La conquista de este mundo en 1960,
Años inciertos en 1970, y Ser de palabra en 1976.
En
Años inciertos, precisamente, hay uno titulado
“Dialéctica histórica” que escribe a su amigo Manuel Sacristán. Es éste:
Dialéctica HistóricaEste amigo marxista se preocupa
mucho porque su niña tiene tos.
Transcendental, severo, descendiendo
de su esfera de planes y de ideas
esconde su ternura y analiza
a la niña y su tos, como si fuese
un caso de dialéctica en la historia.
Y es verdad: esa tos suena a otras toses
de otras niñas y me entra por el pecho.
Claro, no será nada. Crecerá;
tendrá también sus niñas, con sus toses
y su amor, y un marido que, tal vez,
luchará por la historia y su esperanza.
¿Y hasta cuándo, después? ¿Hasta el gran salto
hacia la libertad, sin tos, sin deudas,
sin negritos hambrientos en el mapa,
y "a cada cual, conforme necesite"
y cultura y reposo? ¿Y nada más?
Este amigo marxista, tierno padre,
¿no ha de querer la clara alienación
de amar y ser amado aun tras la muerte?
José María Valverde
Con respecto a su obra poética se puede afirmar que las tres primeras colecciones de poemas publicados por Valverde como libros -esto es,
Hombre de Dios, La espera y Versos del domingo-pueden ser considerados conjuntamente. Hay entre ellos una continuidad manifiesta que lleva desde la subjetividad lírica, sobre la que se construye Hombre de Dios, hasta la apertura ante el mundo y los otros, tema éste central en Versos del domingo. El diálogo de Valverde con Antonio Machado -uno de sus maestros más queridos-es excepcionalmente útil para entender este proceso que arrastra a la conciencia poética fuera de sí, proyectándola hacia la objetividad de las cosas, primero, y, luego, hacia el reconocimiento del otro como tal otro.
Los poemarios
“Voces y acompañamientos para San Mateo” y
“la conquista de este mundo”, fechados en 1959 y 1961, respectivamente, se puede afirmar que pertenecen a su segunda etapa poética, y en ellos su voz se aleja de ese tono y de ese entusiasmo juvenil y de los tintes de la poesía arraigada, que se observa en los anteriores, y tras publicar en 1961 su primera antología que titula
“Poesías reunidas”, Valverde se sume en un largo silencio que dura toda una década. Cuando lo rompe en 1971, publicando otra antología , a la que incorpora, como material inédito, la recopilación
“Años inciertos” su poesía da un nuevo giro ascendente que se aleja aún más de sus primitivos poemas y de las tendencias entonces vigentes en la poesía española. El último libro de poemas que publicó es
“Ser de palabra”(1976), y en los tres poemas finales del ciclo, desarrolla las consecuencias últimas de entender que nuestro mundo y el propio yo son, para bien y para mal, tan sólo lenguaje.
En los últimos años de su existencia, Valverde vivió convencido de que la historia había dado un traspiés importante y de que en tales circunstancias tanto la vida del cristiano como la mentalidad del comunista tenían que cambiar. Lo que resumido viene a ser como renovar el compromiso con los humillados y ofendidos del mundo (echar la vista hacia atrás) y anudar lazos con aquella otra parte de la humanidad sufriente que a veces se declara atea y también anticristiana (mirar hacia adelante).
Y Marx le sirve no sólo para comprobar, analíticamente, los males del capitalismo, realmente existente, y fundar así la idea de comunismo moderno, sino también para re-proponer el papel central de la subjetividad en la historia y, con ello, restaurar la esperanza de los de abajo, lo que le acerca indefectiblemente a las tesis de la Teología de la Liberación.
“CARTA A LUIS ROCHA, EN NICARAGUA”Te escribo desde el aire, Luis, volviendo de ver
Nicaragua, por fin, mi ilusión de muchacho
lírico, lo que había detrás de aquel acento
en voces de poetas que me colonizaban
ayudando a mi voz a sentir el calor
de lo nombrado, el juego de la vida en la lengua.
Nadie esperaba entonces que un día en esa magia
llegara a haber combate y muerte, rebeldía
de pobres oprimidos, milagro de victorias.
A veces los poetas quedamos abrumados
por lo que fue voz nuestra, vuelto contra nosotros:
dichoso y raro el que es digno de su palabra
cuando llega a probarle el ángel de la historia.
Hoy tengo que decirlo: Nicaragua me ofrece,
tras de aquel viejo son, otra lección más alta:
yo nunca había visto la cara de los pobres
con fulgor de esperanza, en lucha tras las muertes;
no les había oído conquistar un lenguaje
como a tientas, probándose altos vocabularios
de nuevas entidades, decisiones, ideas.
Aquí pasa algo siempre increíble: un pequeño
pueblo inerme y hundido venció a su dueño armado,
al siervo de otros siervos de la máquina fría
del capital en marcha, la acumulación ciega
que devora a los hombres para crecer, haciéndolos
esclavos del supremo Faraón automático,
levantando pirámides inútiles con su hambre
para redondear la ganancia final.
Porque a eso va marchando -si Dios no lo remedia
con hombres como he visto ahora, y otros hombres
de otros países y años, que han abierto salidasla
civilización "cristiana-occidental"
-”cristiana”, muchos siglos de golpear con la cruz
para robar al pobre y asesinar al débil-.
Y la máquina, andando, se reviste de gloria,
compra todo lo bueno, lo bello, lo sublime
-aunque después el arte, traidor, hunda en olvido
al vendedor y al dueño, y se vuelva de todos
(o así lo espero yo, vendedor de lenguaje;
o de meta-lenguaje, más bien, porque mis versos
los regalo de balde, a ver si hay quien los quiera).
¿Se va a salvar el hombre, va a poder ir viviendo
mejor o peor, humano, con todo abierto a todos,
sin paraísos, pero con su ración bastante,
en un mundo en que quepa enmendar los errores?
A la orilla del lago -todo un mar-, en San Carlos,
se abría, por la fiesta de cuando huyó el Gran Jefe,
un pobre lavadero, millonario en paisaje,
y, tras los figurones danzantes, iban carros
de bueyes con letreros; y uno, "Peor es nada",
me dio la metafísica de la revolución.
Otras muchas estampas llevo, que me desbordan:
por ejemplo, el abrazo de José Coronel
Urtecho, viejo poeta, saliendo de su selva
por el enorme río, con nueva juventud
de voz y de mirada ahora en la realidad;
o el jefe guerrillero, hoy jefe de cultivos,
que leía a Stendhal en el gran helicóptero
donde íbamos, con niños armados y con poetas;
o la misa, entre madres de muertos, celebrando
tras años de victoria; y cuando me dijeron
que hablara, confesé: Revolución se llama
un alto amor al prójimo, bajo el amor de Dios.
Si esta carta tuviera, Luis, más tranquilo aliento
elogiaría ahora a los que en tales luchas
de la humanidad son los héroes más excelsos:
aludo a los escasos traidores a su clase,
a los nacidos dentro de un mundo a favor suyo,
que un día desertaron, pasando al bando pobre
para ser luz y riesgo, y a la vez cuerpo extraño.
Pero no es el momento de grabar medallones:
mientras regreso, crece la amenaza, el ataque.
El filo de la historia hoy cruza Nicaragua.
Si hay milagros como éstos, otros pueden seguir.
Para aquellos que quieran ampliar el conocimiento de la obra de este poeta, podrán encontrar una buena selección de sus poemas en esta dirección:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Saludos.
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