HABLA JUAN DE MAIRENA A SUS ALUMNOS
XXXVIII
* * *
—Alguien ha dicho —observó un alumno— que nadie puede dudar
sinceramente de la existencia de su prójimo, y que el más desenfrenado
idealismo, el del propio Berkeley, vacila en sostener su famoso principio esse
= percipi más allá de lo inerte, y no ya en presencia de un hombre, sino de
una planta. Del solipsismo se ha dicho que es una concepción absurda e
inaceptable, una verdadera monstruosidad.
—Todo eso se ha dicho, en efecto —respondió Mairena—, pero a mí nunca
me han convencido de ello los que tal dicen. Espero que a vosotros tampoco
os convencerán. Porque el solipsismo podrá responder o no a una realidad
absoluta, ser o no verdadero; pero de absurdo no tiene pelo. Es la conclusión
inevitable y perfectamente lógica de todo subjetivismo extremado. Por eso lo
tratamos en nuestra clase de Sofística. Es evidente que cualquier posición
filosófica —sensualista o racionalista— que ponga en duda la existencia real
del mundo externo convierte eo ipso en problemática la de nuestro prójimo.
Solo un pensamiento pragmático, profundamente ilógico, puede afirmar la
existencia de nuestro prójimo con el mismo grado de certeza que la existencia
propia, y reconocer a la par que este prójimo nos aparece englobado en el
mundo externo —mera creación de nuestro espíritu—, sin rasgo alguno que
nos revele su heterogeneidad. Dicho en otra forma: si nada es en sí más que
yo mismo, ¿qué modo hay de no decretar la irrealidad absoluta de nuestro
prójimo? Mi pensamiento os borra y expulsa de la existencia —de una
existencia en sí— en compañía de esos mismos bancos en que asentáis
vuestras posaderas. La cuestión es grave, vuelvo a deciros. Meditad sobre
ella.
* * *
—Siempre se ha dicho —observó el alumno de Mairena—, que nosotros
afirmamos la existencia de nuestro prójimo, del cual solo, en efecto,
percibimos el cuerpo como parte homogénea del mundo físico, merced a un
razonamiento por analogía, que nos lleva a suponer en ese cuerpo semejante
al nuestro una conciencia no menos semejante a la nuestra. Y en cuanto al
grado de certeza que asignamos a la existencia del yo ajeno y a la del propio,
pensamos que es el mismo para las dos, siempre que no demos en plantearnos
el problema metafísico. De modo que prácticamente no hay problema.
—Eso se dice, en efecto. Pero nosotros estamos aquí para desconfiar de todo
lo que se dice. Tal es el verdadero sentido de nuestra sofística. Para nosotros,
el problema existe, y existe prácticamente, puesto que nosotros nos lo
planteamos. La existencia práctica de un problema metafísico consiste en que
alguien se lo plantee. Y este es el hecho. Nosotros partimos, en efecto, de una
concepción metafísica de la cual pensamos que no puede eludir el solipsismo.
Y nos preguntamos ahora qué es lo que dentro de ella puede significar el
amor al prójimo, a ese otro yo al cual hemos concedido la no existencia como
el más importante de sus atributos, o, por mejor decir, como su misma
esencia, puesto que, evidentemente, la no existencia es lo único esencial que
podemos pensar de lo que no existe.
* * *
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