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"BORGES EN EL SONETO" por José María Micó (De "Las razones del poeta. Forma poética e historia literaria, de Dante a Borges", Gredos, 2008
HACIA EL SONETO
La mente de Jorge Luis Borges se aplicó desde muy temprano "a las simétricas porfías del arte" ("El remordimiento", en La moneda de hierro), y aunque la composición de sonetos no fue una de las "naderías" que le ocuparon en su juventud, la urdimbre de sus primeros versos nos desvela a un poeta predispuesto y en cierto modo condenado al soneto. Y ello a pesar del desprecio del formalismo que ostenta en las páginas de El tamaño de mi esperanza, las más comprometidas con la juvenil defensa de una estética personal y con la condena de "la parvilocuencia rimada", los "soniditos" presuntamente poéticos o la"adjetivación embustera". En uno de los ensayos de ese pequeño volumen de 1926, "Milton y su condenación de la rima", escrito "en estos días en que la validez del verso blanco ha sido puesta en tela de juicio", confiesa su sentimiento de alivio ante la situación del poeta moderno, ya liberado de viejas ataduras: "ciertamente no nos hemos aligerado de sonetos para forcejear con grecismos y latinismos a lo don Esteban de Villegas". En apenas cinco páginas, comentadas con perspicacia por Mercedes Blanco, Borges matiza y mejora los argumentos de Milton ("el... histórico, el hedónico y el intelectual") para certificar su repulsa de la rima: "Hablando más precisamente diré que esa misma destreza, maña y habilidad que hay en ligar las rimas, es actividad del ingenio, no del sentir, y sólo en versos de travesura sería justificable". Los rimadores son "parásitos del retruécano " que se conforman con "la contingencia del consonante":
¿No es ridícula obligación la de imaginarse el color del cielo y en seguida un atorrante y después un árbol que nadie ha visto y acto continuo una especie de tejido punto? Sin embargo, ahí está la popularísima rima de azul, gandul, abedul y tul que nos inflinge esa incongruencia y lo mismo puede afirmarse de muchas otras, salvo de las palabras en ado. Verdad es que a éstas suelen menospreciarlas por fáciles, cosa que ni siquiera es cierta, pues entre quinientas o seiscientas voces hay posibilidad de elección (lo que ya es acto intelectual) y entre cuatro o cinco, no hay sino ripio obligatorio.
Eran las opiniones del poeta veinteañero de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín -consecuente también, como es obvio, con el versolibrismo de los anteriores poemas ultraístas-, pero lo cierto es que el Borges maduro acabaría pensando de manera muy diferente, convertido en un sonetista pertinaz y en un artista consumado de la rima obvia y aún del "ripio obligatorio". Hablando, precisamente, de la composición de sonetos en 1973, le explicó a María Esther Vázquez que
Uno tiene que elegir una rima, tiene que pensar que las palabras que riman no son totalmente distintas; yo diría que hay rimas naturales y rimas artificiales. Reflejo y espejo son naturales, porque se refieren a ideas afines; turbio y suburbio, también. En cambio, en este ejemplo de Lugones: "En inmensas dosis de apoteosis" no sé si la palabra dosis está buscando la palabra apoteosis.
El poeta que evitaba la rima se lanzó a ella de cabeza en sus libros de madurez, elaborando incontables dísticos y cuartetos a partir de unas asociaciones que ya no sentía como resultado de la contingencia, sino como apoteosis de la fatalidad: reflejo y espejo, historia y memoria, verso y universo, años y engaños, suerte y muerte son parejas de hecho en no pocos poemas de Borges, y el recurso ocasional a la rima rica, que en cierto sentido es la más obvia y pobre de todas (como en pieza : empieza, amarilla : brilla, tenebrosa : rosa o a la ya citada y muy frecuentada verso : universo) no es sino una ostentación del ripio, un desafío al ineluctable destino del idioma, una búsqueda paradójica de la rima perfecta, como muestra de manera magistral el poema de rimas idénticas incluido en El Hacedor con el título, precisamente, de "Arte poética".
Lo que sorprende en la obra poética de Borges es ese salto de más de treinta años entre la publicación de Cuaderno San Martín (1929) y la de El Hacedor (1960). No puede decirse que durante esos lustros estuviera precisamente ocioso, pues entregó a la imprenta una decena de volúmenes de otros géneros entre los que están nada menos que Historia universal de la infamia (1935), Historia de la eternidad (1936), Ficciones (1944), El Aleph (1949) y Otras inquisiciones (1952), pero es evidente que arrumbó por un tiempo la poesía-o sólo volvió a ella de manera ocasional, como muestran los pocos poemas añadidos en las recopilaciones de 1943, 1954 y 1958-, para regresar tumultuosamente al verso a finales de los años cincuenta.
En una lectura superficial, atenta sólo a los destellos de la forma, hay que reconocer que Borges regresó muy cambiado. Tras el versolibrismo dominante en los poemas ultraístas y en los tres primeros libros, casi todos los poemas de El Hacedor -las excepciones son muy pocas y muy relativas, como las piezas de Museo- son medidos, rimados y dispuestos en estrofas tradicionales. Sin embargo, creo que ya en sus primeros libros, más allá de las evidentes conexiones temáticas y de la profunda revisión a que los sometió, había elementos de una poética que tendía al soneto. Uno de ellos es la propensión al epifonema, al broche sentencioso, muy visible en composiciones como "Sábados", de Fervor de Buenos Aires (1923). Todas las secciones del poema terminan con aseveraciones sentenciosas ("Siempre, la multitud de tu hermosura"; "En ti está la delicia / como está la crueldad en las espadas"; "En nuestro amor hay una pena / que se parece al alma", y la última sección constituye en sí misma una aseveración.
Tú,
que ayer sólo eras toda la hermosura,
eres también todo el amor, ahora.
La propensión al pareado, conocida en sus libros de madurez (véase por ejemplo "El Hambre", de El otro, el mismo) es ya perceptible en Luna de enfrente (1925), donde suele servir de broche a varias composiciones. Así sucede en "Calle con almacén rosado", un poema con vagas asonancias no sistemáticas (entorpecida: encima, deja : cualquiera, alambres: tarde, esquina : días, agua : rosada, pobreza : sierra, Buenos Aires : calle) que acaban con una anadiplosis y un pareado:
...pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte
con esa luz de calle.
Calle grande y sufrida,
eres la única música que sabe de mi vida.
Así sucede también en "Al horizonte de un suburbio" (Luna de enfrente), un poema casi estrófico vertebrado en cuatro partes por el vocativo pampa, dominado por los alejandrinos y cerrado con un pareado asonante:
Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos.
No sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.
Otro de los esquemas predilectos del Borges versolibrista era el cuarteto: tras el incisivo inicio de tres versos en llamativa asonancia (un trístico monorrimo alejandrino, podríamos llamarlo propiamente), "El general Quiroga va en coche al muere" se compone de seis bien medidos cuartetos en rima asonante ABAB: claro está que se trata de uno de los poemas más tradicionales y deliberadamente reglados de Luna de enfrente, pero la predilección por las agrupaciones de cuatro versos salta a la vista incluso en poemas en los que, también de modo premeditado, se prescinde de metros reconocibles, como sucede en "Curso de los recuerdos" (Cuaderno San Martín), compuesto de nueve cuartetos amétricos. Copio solamente el último, enriquecido con la leve asonancia de los esdrújulos:
Jardín, yo cortaré mi oración
para seguir siempre acordándome:
voluntad o azar de dar sombra
fueron tus árboles.
Muchos años después, los grandes poemas en cuartetos de El Hacedor y de El otro, el mismo ("Poema de dones", "El reloj de arena", "Los espejos", "La luna", "In memoriam A.R.", Ariosto y los árabes", "Adrogué", "Arte poética", "La noche cíclica", "Límites", "Baltasar Gracián", "Un sajón", "El Golem", "El alquimista") serán una especie de enlace natural de la primera época con la segunda, pues algunos de ellos fueron escritos en los años cuarenta y cincuenta, y la tirada de cuartetos será esquema raro -milongas aparte- a partir de El oro de los tigres.
Otra tendencia evidente en los primeros tiempos es la de combinar una serie más o menos larga de cuartetos con un pareado de cierre. Luna de enfrente termina con "Versos de catorce", un poema de cinco cuartetos asonantados (con rima ABAB, salvo el penúltimo) que se cierra con el dístico
Así voy devolviéndole a Dios unos centavos
del caudal infinito que me pone en las manos.
Y el libro siguiente, Cuaderno San Martín (1929), se abre con un poema algo más extenso, pero de idéntica disposición estrófica (ocho cuartetos asonantados ABAB, salvo el último, con rima imperfecta) y con análogo broche, en el que llama la atención la deliberada obviedad de la rima:
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el aire.
El discurso poético se muestra consciente de sus grandezas y sus miserias desde los primeros momentos ("esas cosas, acaso, son el poema", podríamos decir con su autor) y no evita las alusiones metapoéticas ni los recursos aliterativos. El poema, anticipando un motivo -y un título- frecuente en los libros de madures, es concebido como una suerte de "inscripción" a la que el idioma confiere pétrea solemnidad, cuando no convertido en un emblema que representa y depura la realidad aludida ("La Recoleta", "El sur", "Un patio", y sobre todo "La rosa" primera de Fervor de Buenos Aires). En el ámbito temático, la continuidad de la poesía de Borges es más evidente que en el formal, y en los numerosos casos en los que un motivo aparece dos o más veces en los primeros y en los últimos libros, uno de los textos acabará siendo indefectiblemente un soneto: los espejos, la luna, la ceguera, los límites, la noche, el tiempo circular, el heroísmo, la metáfora, el laberinto, la rosa, el sueño, el sur, las cosas, la memoria... "Las secretas aventuras del orden" acabaron conduciendo al poeta al laberíntico universo de los catorce versos.
(continuará)
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"BORGES EN EL SONETO" por José María Micó (De "Las razones del poeta. Forma poética e historia literaria, de Dante a Borges", Gredos, 2008
HACIA EL SONETO
La mente de Jorge Luis Borges se aplicó desde muy temprano "a las simétricas porfías del arte" ("El remordimiento", en La moneda de hierro), y aunque la composición de sonetos no fue una de las "naderías" que le ocuparon en su juventud, la urdimbre de sus primeros versos nos desvela a un poeta predispuesto y en cierto modo condenado al soneto. Y ello a pesar del desprecio del formalismo que ostenta en las páginas de El tamaño de mi esperanza, las más comprometidas con la juvenil defensa de una estética personal y con la condena de "la parvilocuencia rimada", los "soniditos" presuntamente poéticos o la"adjetivación embustera". En uno de los ensayos de ese pequeño volumen de 1926, "Milton y su condenación de la rima", escrito "en estos días en que la validez del verso blanco ha sido puesta en tela de juicio", confiesa su sentimiento de alivio ante la situación del poeta moderno, ya liberado de viejas ataduras: "ciertamente no nos hemos aligerado de sonetos para forcejear con grecismos y latinismos a lo don Esteban de Villegas". En apenas cinco páginas, comentadas con perspicacia por Mercedes Blanco, Borges matiza y mejora los argumentos de Milton ("el... histórico, el hedónico y el intelectual") para certificar su repulsa de la rima: "Hablando más precisamente diré que esa misma destreza, maña y habilidad que hay en ligar las rimas, es actividad del ingenio, no del sentir, y sólo en versos de travesura sería justificable". Los rimadores son "parásitos del retruécano " que se conforman con "la contingencia del consonante":
¿No es ridícula obligación la de imaginarse el color del cielo y en seguida un atorrante y después un árbol que nadie ha visto y acto continuo una especie de tejido punto? Sin embargo, ahí está la popularísima rima de azul, gandul, abedul y tul que nos inflinge esa incongruencia y lo mismo puede afirmarse de muchas otras, salvo de las palabras en ado. Verdad es que a éstas suelen menospreciarlas por fáciles, cosa que ni siquiera es cierta, pues entre quinientas o seiscientas voces hay posibilidad de elección (lo que ya es acto intelectual) y entre cuatro o cinco, no hay sino ripio obligatorio.
Eran las opiniones del poeta veinteañero de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín -consecuente también, como es obvio, con el versolibrismo de los anteriores poemas ultraístas-, pero lo cierto es que el Borges maduro acabaría pensando de manera muy diferente, convertido en un sonetista pertinaz y en un artista consumado de la rima obvia y aún del "ripio obligatorio". Hablando, precisamente, de la composición de sonetos en 1973, le explicó a María Esther Vázquez que
Uno tiene que elegir una rima, tiene que pensar que las palabras que riman no son totalmente distintas; yo diría que hay rimas naturales y rimas artificiales. Reflejo y espejo son naturales, porque se refieren a ideas afines; turbio y suburbio, también. En cambio, en este ejemplo de Lugones: "En inmensas dosis de apoteosis" no sé si la palabra dosis está buscando la palabra apoteosis.
El poeta que evitaba la rima se lanzó a ella de cabeza en sus libros de madurez, elaborando incontables dísticos y cuartetos a partir de unas asociaciones que ya no sentía como resultado de la contingencia, sino como apoteosis de la fatalidad: reflejo y espejo, historia y memoria, verso y universo, años y engaños, suerte y muerte son parejas de hecho en no pocos poemas de Borges, y el recurso ocasional a la rima rica, que en cierto sentido es la más obvia y pobre de todas (como en pieza : empieza, amarilla : brilla, tenebrosa : rosa o a la ya citada y muy frecuentada verso : universo) no es sino una ostentación del ripio, un desafío al ineluctable destino del idioma, una búsqueda paradójica de la rima perfecta, como muestra de manera magistral el poema de rimas idénticas incluido en El Hacedor con el título, precisamente, de "Arte poética".
Lo que sorprende en la obra poética de Borges es ese salto de más de treinta años entre la publicación de Cuaderno San Martín (1929) y la de El Hacedor (1960). No puede decirse que durante esos lustros estuviera precisamente ocioso, pues entregó a la imprenta una decena de volúmenes de otros géneros entre los que están nada menos que Historia universal de la infamia (1935), Historia de la eternidad (1936), Ficciones (1944), El Aleph (1949) y Otras inquisiciones (1952), pero es evidente que arrumbó por un tiempo la poesía-o sólo volvió a ella de manera ocasional, como muestran los pocos poemas añadidos en las recopilaciones de 1943, 1954 y 1958-, para regresar tumultuosamente al verso a finales de los años cincuenta.
En una lectura superficial, atenta sólo a los destellos de la forma, hay que reconocer que Borges regresó muy cambiado. Tras el versolibrismo dominante en los poemas ultraístas y en los tres primeros libros, casi todos los poemas de El Hacedor -las excepciones son muy pocas y muy relativas, como las piezas de Museo- son medidos, rimados y dispuestos en estrofas tradicionales. Sin embargo, creo que ya en sus primeros libros, más allá de las evidentes conexiones temáticas y de la profunda revisión a que los sometió, había elementos de una poética que tendía al soneto. Uno de ellos es la propensión al epifonema, al broche sentencioso, muy visible en composiciones como "Sábados", de Fervor de Buenos Aires (1923). Todas las secciones del poema terminan con aseveraciones sentenciosas ("Siempre, la multitud de tu hermosura"; "En ti está la delicia / como está la crueldad en las espadas"; "En nuestro amor hay una pena / que se parece al alma", y la última sección constituye en sí misma una aseveración.
Tú,
que ayer sólo eras toda la hermosura,
eres también todo el amor, ahora.
La propensión al pareado, conocida en sus libros de madurez (véase por ejemplo "El Hambre", de El otro, el mismo) es ya perceptible en Luna de enfrente (1925), donde suele servir de broche a varias composiciones. Así sucede en "Calle con almacén rosado", un poema con vagas asonancias no sistemáticas (entorpecida: encima, deja : cualquiera, alambres: tarde, esquina : días, agua : rosada, pobreza : sierra, Buenos Aires : calle) que acaban con una anadiplosis y un pareado:
...pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte
con esa luz de calle.
Calle grande y sufrida,
eres la única música que sabe de mi vida.
Así sucede también en "Al horizonte de un suburbio" (Luna de enfrente), un poema casi estrófico vertebrado en cuatro partes por el vocativo pampa, dominado por los alejandrinos y cerrado con un pareado asonante:
Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos.
No sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.
Otro de los esquemas predilectos del Borges versolibrista era el cuarteto: tras el incisivo inicio de tres versos en llamativa asonancia (un trístico monorrimo alejandrino, podríamos llamarlo propiamente), "El general Quiroga va en coche al muere" se compone de seis bien medidos cuartetos en rima asonante ABAB: claro está que se trata de uno de los poemas más tradicionales y deliberadamente reglados de Luna de enfrente, pero la predilección por las agrupaciones de cuatro versos salta a la vista incluso en poemas en los que, también de modo premeditado, se prescinde de metros reconocibles, como sucede en "Curso de los recuerdos" (Cuaderno San Martín), compuesto de nueve cuartetos amétricos. Copio solamente el último, enriquecido con la leve asonancia de los esdrújulos:
Jardín, yo cortaré mi oración
para seguir siempre acordándome:
voluntad o azar de dar sombra
fueron tus árboles.
Muchos años después, los grandes poemas en cuartetos de El Hacedor y de El otro, el mismo ("Poema de dones", "El reloj de arena", "Los espejos", "La luna", "In memoriam A.R.", Ariosto y los árabes", "Adrogué", "Arte poética", "La noche cíclica", "Límites", "Baltasar Gracián", "Un sajón", "El Golem", "El alquimista") serán una especie de enlace natural de la primera época con la segunda, pues algunos de ellos fueron escritos en los años cuarenta y cincuenta, y la tirada de cuartetos será esquema raro -milongas aparte- a partir de El oro de los tigres.
Otra tendencia evidente en los primeros tiempos es la de combinar una serie más o menos larga de cuartetos con un pareado de cierre. Luna de enfrente termina con "Versos de catorce", un poema de cinco cuartetos asonantados (con rima ABAB, salvo el penúltimo) que se cierra con el dístico
Así voy devolviéndole a Dios unos centavos
del caudal infinito que me pone en las manos.
Y el libro siguiente, Cuaderno San Martín (1929), se abre con un poema algo más extenso, pero de idéntica disposición estrófica (ocho cuartetos asonantados ABAB, salvo el último, con rima imperfecta) y con análogo broche, en el que llama la atención la deliberada obviedad de la rima:
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el aire.
El discurso poético se muestra consciente de sus grandezas y sus miserias desde los primeros momentos ("esas cosas, acaso, son el poema", podríamos decir con su autor) y no evita las alusiones metapoéticas ni los recursos aliterativos. El poema, anticipando un motivo -y un título- frecuente en los libros de madures, es concebido como una suerte de "inscripción" a la que el idioma confiere pétrea solemnidad, cuando no convertido en un emblema que representa y depura la realidad aludida ("La Recoleta", "El sur", "Un patio", y sobre todo "La rosa" primera de Fervor de Buenos Aires). En el ámbito temático, la continuidad de la poesía de Borges es más evidente que en el formal, y en los numerosos casos en los que un motivo aparece dos o más veces en los primeros y en los últimos libros, uno de los textos acabará siendo indefectiblemente un soneto: los espejos, la luna, la ceguera, los límites, la noche, el tiempo circular, el heroísmo, la metáfora, el laberinto, la rosa, el sueño, el sur, las cosas, la memoria... "Las secretas aventuras del orden" acabaron conduciendo al poeta al laberíntico universo de los catorce versos.
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