UN CENTENAR DE ESPADAS
A mi esposa
Sin querer se me llenan
estos ojos de lágrimas
al ponerla el vestido,
al lavarle la cara. . .
pues me aprieta la mano
pero no dice nada.
Los ríos de la mente
obstruidos se hallan
no riegan ya sus campos
y no sabe qué pasa
y no sirve su esfuerzo,
se enclaustran las palabras.
Si vierais su frescura,
su imagen linda y clara
parece una muñeca
de fina porcelana.
Es como si la virgen
le prestase su cara
para andar por el mundo
y así ser la más guapa.
Se pasaron los años,
se pasó la alborada
y ahora en nuestro ocaso
es pájaro sin alas.
Siento tal sensación
al verla así callada
que a mi alma atraviesan
un centenar de espadas.
Máximo González
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