El romance
Composición formada por un número variable de versos pero par, generalmente octosílabos, con rima asonante los pares y libres los impares. Esquema: -a-a-a-a-a-a-a...
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EL ROMANCE: ORÍGENES, CARACTERÍSTICAS, TIPOS.
(sacado de Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Romance_(poes%C3%ADa)
El romance es un tipo de poema característico de la tradición literaria española, ibérica e hispanoamericana compuesto usando la combinación métrica homónima. No debe confundirse con el subgénero narrativo de igual denominación.
El romance es un poema característico de la tradición oral, y se populariza en el siglo XV, en que se recogen por primera vez por escrito en colecciones denominadas romanceros. Los romances son generalmente poemas narrativos de una gran variedad temática, según el gusto popular del momento y de cada lugar. Se interpretan declamando, cantando o intercalando canto y declamación.
Orígenes
Existen dos teorías sobre el origen de los romances: la «teoría tradicionalista», formulada por Gaston Paris, y la «teoría individualista», sostenida por Joseph Bédier. Intentando conciliar ambas, Ramón Menéndez Pidal creó otra que fue llamada «neotradicionalismo».
Teoría tradicionalista
Nos explica que los romances pueden tener su origen en la fragmentación de los cantares de gesta. Los juglares iban cantando estas composiciones de tema guerrero de pueblo en pueblo de forma fragmentaria en las plazas públicas, por lo cual el público las memorizaba con facilidad. Como además el público se hacía repetir la parte que más gustaba o que más impresionaba, estos textos se fijaban en la memoria y después se cantaban como cortos poemas autónomos. Así se formaron los romances de tema épico tradicional, que tomaron vida propia e independiente y han perdurado en la tradición oral hasta la actualidad, contaminándose a veces con otros o produciendo numerosas variantes, sobre todo al final de las historias, cuando quien refiere el poema se siente más seguro de la historia como para poderla modificar.
La métrica también se explica a partir de la epopeya medieval conocida como cantar de gesta, ya que sus versos típicos (alejandrinos o de catorce sílabas) pasaron a ser de dieciséis divididos en dos mitades o hemistiquios de ocho sílabas, separados por una pausa fuerte o cesura que impedía la sinalefa, de forma que se partieron o dividieron en versos octosílabos con una rima que continuó siendo asonante en los versos pares, quedando libres los impares. Este romancero tradicional o Romancero viejo, por otra parte, carecía de agrupaciones estróficas de versos, ya que los cantares de gesta acumulaban sus versos en largas tiradas cada una con una rima asonante distinta con tendencia a la esticomitia, y no en cuartetas asonantes en los pares y libres en los impares como luego preferirá el llamado Romancero nuevo.
Teoría individualista
Otros investigadores, por ejemplo Darío Palacios, han rechazado esta hipótesis. Los individualistas creían que el origen de la épica era el “Mester de Clerecía” (u «oficio de los clérigos»); estos eran los hombres poseedores de la cultura, no necesariamente eclesiásticos, y por tanto podían conocer los hechos históricos y redactarlos más tarde; los individualistas creen que los romances son producto de autores concretos clérigos, que empezaron a escribir poemas épicos, y no una colectividad; ligados a un monasterio, escribían poemas de propaganda eclesiástica, para lo cual no dudaban en usar a los juglares como medio de difusión de la cultura (y propaganda de sus monasterios, cultos sepulcrales de héroes allí enterrados y reliquias de santos). Según la teoría de la cantinela, los romances surgieron antes que los cantares de gesta y estos últimos habrían surgido de la unión o refundición, realizada por un autor individual, de varias cantilenas más cortas. Esta tesis ha sido últimamente revitalizada por los trabajos de Colin Smith.
Teoría actual: Neotradicionalismo
Características
Un romance consta de grupos de versos de ocho sílabas (octosílabos) en los que los pares riman en asonante. Los más antiguos pueden añadir para completar la rima la llamada e-paragógica y asimismo no poseen división estrófica; los más modernos agrupan los versos de cuatro en cuatro y no suelen recurrir a este artificio. Todos los romances viejos son anónimos y son influidos en gran manera por la religión, la guerra y el amor.
Se diferencian de las baladas europeas en preferir el realismo a lo fantástico y en poseer un carácter dramático más marcado. Su estilo se caracteriza por ciertas repeticiones de sintagmas en función rítmica (Río verde, río verde), por un uso algo libre de los tiempos verbales, por la abundancia de variantes (los textos varían y se contaminan entre sí, se «modernizan» o terminan de distinto modo a causa de su transmisión oral) y por el frecuente corte brusco al final, que en las mejores ocasiones aporta un gran misterio al poema.
Su estructura es variada: algunos cuentan una historia desde el principio hasta el final; otros son sólo la escena más dramática de una historia que consta de varios romances. Entre estos ciclos de romances destacan los consagrados a las historias del Cid y de Bernardo del Carpio.
Los temas son históricos, legendarios, novelescos, líricos... Algunos servían para publicitar las hazañas de la reconquista de Granada: son los llamados romances noticieros. La vitalidad del Romancero español fue enorme; no sólo perdura en la tradición popular transmitiéndose oralmente hasta la actualidad, sino que inspiró muchas comedias del teatro clásico español del Siglo de Oro y, a través de este, del europeo (por ejemplo, Las mocedades del Cid de Guillén de Castro inspiró Le Cid, de Pierre Corneille). La misma existencia del Romancero nuevo es prueba de ello.
Difusión
Los inicios de su difusión impresa tienen lugar a partir de 1510, fundamentalmente a través de los llamados pliegos suelto. Difundidos a través de las ferias, algunos coleccionistas de estos pliegos impresos, elaborados en cortas tiradas ya que se realizaban para agotar las sobras de papel de ediciones mayores en las imprentas, por lo que frecuentemente el texto se cortaba al final por falta de espacio, juntaron sus ejemplares en códices facticios llamados cancioneros de romances. Habrá que esperar la publicación, en Amberes, hacia 1547-1548, del Cancionero de romances de Martín Nucio para disponer finalmente de una verdadera antología del romancero viejo español. La recopilación presenta 156 romances. El Cancionero de romances fue reeditado, sin modificaciones, en Medina del Campo en 1550, y el mismo año en Amberes, por Nucio, que le agregó 32 piezas nuevas. La edición de 1550 sirve de modelo a las tres reimpresiones [1555, 1568, 1581].
Sólo a partir de 1547-1548 los romanceros son objeto de ediciones separadas y específicas; son las Silvas de varios romances, con una «Primera parte» (Zaragoza, 1550, 1552), otra «Segunda parte» (Zaragoza, 1550, 1552) y hasta una «Tercera parte» (Zaragoza, 1551, 1552); en total, unas quince ediciones de romanceros entre 1548 y 1568, si se tienen en cuenta las tres reediciones del Cancionero de romances y las cuatro ediciones sucesivas de los Romances nuevamente sacados de historias antiguas. Con la Flor de romances recopilada en 1589 por Pedro de Moncayo se inicia la publicación de las antologías de romances nuevos que constituirán el Romancero General de 1600.
Colecciones
Los romances han llegado a nosotros a través de varios caminos:
- Cancioneros manuscritos como el famoso Cancionero musical de Palacio, que conserva las canciones de la corte de los Reyes Católicos; contiene 38 romances.
- Antologías impresas, como el Cancionero general recopilado por Hernando de Castillo y publicado en 1511; entre sus muchos poemas, hay 48 romances; hubo muchas más de estas antologías.
- Romanceros, es decir, volúmenes formados exclusivamente por romances, como el famosísimo Cancionero de Romances publicado por el tipógrafo Martín Nucio en Amberes, hacia 1547, que suscitó la imitación de la llamada generación de poetas romancistas (Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora...); fueron también muchos los romanceros que se publicaron después.
- Pliegos sueltos; eran cuadernillos de cuatro hojas, que se vendían por ferias y ciudades, a muy bajo precio; por su fragilidad, se han perdido en su mayor parte: hoy se conservan sólo unos doscientos cincuenta del siglo XVI en diversas bibliotecas del mundo, que los guardan como objetos preciadísimos.
- La tradición oral moderna. En efecto, el pueblo continúa aún (pero cada vez menos: los barren las canciones modernas difundidas por la radio y la televisión) cantando romances; se han recogido en la Península, en Canarias y en Hispanoamérica; y también entre las comunidades sefardíes.
El romancero viejo
El Romancero español es un grupo de cortos poemas de origen medieval desgajados de los cantares de gesta o poemas épicos castellanos a partir del siglo XIV y transmitidos de forma oral hasta el XIX, en que, merced al interés que el Romanticismo sintió por la literatura medieval, Agustín Durán empezó a recogerlos en sus famosas Colecciones de romances antiguos o Romanceros, Valladolid, 1821, ampliado luego con el título más célebre de Romancero General. Ya en el siglo XX, Ramón Menéndez Pidal y su escuela emprendieron su compilación exhaustiva y empezaron a ordenarlos y estudiarlos.
Muchos romances provienen especialmente del XV y se conservan gracias a coleccionistas contemporáneos de estas composiciones, que compraban en las ferias en forma de pliegos sueltos y que elaboraban con ellos los llamados cancioneros de romances. Este es el llamado Romancero viejo.
El romancero nuevo
Pero desde el siglo XVI incluido y hasta la actualidad ciertos autores (Félix Lópe de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Sor Juana Inés de la Cruz, Ángel de Saavedra, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Gerardo Diego) empezaron a imitarlos, enamorados de su particular idiosincrasia, formando un nuevo corpus de poemas al que se llamó Romancero nuevo. Estos romances poseen autor conocido, se transmiten no de forma oral, sino impresa, están divididos en estrofas (cuartetas de versos asonantados) e imitan los géneros y el estilo del Romancero Viejo, aunque por otra parte amplían los temas y modifican las formas, adaptándolos a veces a la letrilla y añadiendo estribillos.
Tipos de romances
Existen diferentes clasificaciones de los romances atendiendo a distintos criterios.
Por su cronología
- Romancero Viejo: el que proviene de la descomposición de antiguos cantares de gesta castellanos, de autor anónimo, no dividido en cuartetas y que se origina fundamentalmente en los siglos XIV y XV y transmitido de forma oral de padres a hijos.
- Romancero Nuevo: el creado a imitación del Romancero Viejo por autores conscientes, transmitido por vía escrita en colecciones de romances o Cancioneros de romances de pliegos de cordel y dividido en pequeñas estrofas o cuartetas de cuatro versos, que abarca toda la producción de romances entre los siglos XVI y XXI. Compusieron estos romances Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Luis de Góngora, Meléndez, el Duque de Rivas, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez,la Generación del 27 (Federico García Lorca y otros) etcétera....
Por su estructura interna
Los romances poseen una trama narrativa en la que se distinguen un marco, una situación inicial, una complicación y una resolución.
- El marco está formado por los personajes, el lugar y el momento de la acción.
- En la situación inicial, se plantea un conflicto o problema.
- En la complicación, ocurre el desarrollo del conflicto que se ha presentado.
- Por último, en la resolución el conflicto se soluciona para bien o para mal. Como característica típica del romance, el final es trunco o abierto y también la inclusión del diálogo en los romances es un recurso muy utilizado.
Fundamentalmente, son tres las estructuras que aparecen:
- Romance escena: se trata del momento más dramático, emotivo o culminante de una historia cuyo principio y fin no se refiere; por ejemplo, El infante Arnaldos o el Romance del prisionero.
- Romance historia: narran una historia con principio y fin; por ejemplo, el Romance del Conde Olinos.
- Romance con estribillo: utilizan un estribillo, como el romance ¡Ay de mi Alhama!
Por su temática
La clasificación más habitual es esta:
- Romances históricos: Tratan temas históricos o legendarios pertenecientes a la historia nacional, como, el Cid, Bernardo del Carpio, etc.
- Romances carolingios: Están basados en los cantares de gesta franceses: batalla de Roncesvalles, Carlomagno, etc.
- Romances fronterizos: Narran los acontecimientos ocurridos en el frente o frontera con los moros durante la Reconquista.
- Romances novelescos: Con gran variedad de temas, aunque frecuentemente están inspirados en el folclore español y asiático.
- Romances líricos: Son una función de la libre imaginación y el gusto personal. Menéndez Pidal señala los rasgos subjetivos y sentimentales que reemplazan los detalles menos dramáticos del cantar de gesta original. Se eliminan los elementos narrativos considerados secundarios, y el romance abandona el contexto, enfatizando la acción inmediata. El poeta anónimo puede expresar sus sentimientos amorosos o favorecer temas folclóricos, personajes mitológicos, y sucesos fantásticos.
- Romances épicos: cuentan las hazañas de héroes históricos.
- Romances vulgares o de ciegos: narran hechos sensacionalistas, crímenes horrendos, hazañas de guapos o bandoleros como los siete del famoso Francisco Esteban, milagros, portentos etcétera.
Recursos internos o textuales
- Repetición léxica: es la reiteración de un vocablo, con el cual se destaca aquello en que se quiere que el lector u oyente haga hincapié.
- Repetición variada: es la utilización de la misma familia de palabras en todo el romance.
- Aliteración: es la reiteración fonética de una letra.
- Construcción paralela: se produce cuando hay repeticiones semánticas, es decir, reiteraciones de significado, o repeticiones de estructuras gramaticales.
- Imágenes sensoriales: corresponden a cada uno de los cinco sentidos. (Imagen visual, olfativa, auditiva, táctil y gustativa).
Recursos extratextuales
- Comienzo con un personaje en movimiento: Ej.: «hablando estaba el claustro».
- Localización temporal: se realiza mediante una fecha religiosa o significativa para el lugar originario del romance.
- Localización de la acción: es generalmente a orillas del mar, de un lago, en una torre o un campo de batalla.
Música
Las tonadas de los romances son de carácter popular y de corta extensión. Por lo general, se repiten cada cuatro versos a modo de cantilena. Desde el punto de vista formal, estas tonadas suelen componerse de dos frases melódicas, la primera de cadencia suspensiva y la segunda conclusiva. Existen romances cuyo fraseo melódico es más largo y elaborado que el citado, aunque en estos casos se recurre a la repetición de uno o varios versos para lograr el perfecto encaje de la letra y la música.
Trascendencia
El Romancero sugestionó, como ya había hecho en el Siglo de Oro, la imaginación de los medievalizantes poetas del Romanticismo europeo e hispánico. Durante el siglo XIX menudearon las traducciones de estas baladas españolas al inglés, al francés y al alemán. El romancero influyó en algunos poemas de Víctor Hugo. En Austria Barbara Elisabeth Glück escribió un Romancero (1845) y en Alemania la imitó Heinrich Heine con otro Romanzero (1851).
Bibliografía
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Daniel Eisenberg. "El romance visto por Cervantes", trad. de Elvira de Riquer, Estudios cervantinos, Barcelona, Sirmio, 1991, ISBEN 8477690375, pp. 57-82.
Mario Garvin, Scripta Manent. Hacia una edición crítica del romancero impreso (Siglo XVI), Madrid, Iberoamericana, 2007.
Alejandro González Segura, Romancero, Madrid, Alianza Editorial, 2008.
Ramón Menéndez Pidal. Romancero Hispánico … Teoría e historia. vol. I. Madrid: Epasa-Calpe, 1953, pág. 60.
S. G. Morley, A Chronological List of Early Spanish Ballads. Hispanic Review, vol. 13, 194, pp. 273-87.
R. H. Webber. «Formulistic Diction in the Spanish Ballad». University of California Publications in Modern Philology, vol. 34, núm. 2 (1951), pp. 175-278.
ROMANCES EN ESPAÑA:
A) ROMANCES VIEJOS:
LA JURA DE SANTA GADEA (Romance del Cid, Anónimo, 1344)
En Santa Águeda de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
le tomaban jura a Alfonso,
por la muerte de su hermano.
Tomábasela el buen Cid,
ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo,
y con unos Evangelios
y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes
que al buen rey ponen espanto:
-Villanos te maten, Rey
villanos que no hidalgos,
si no dices la verdad,
de lo que eres preguntado,
sobre si fuistes o no
en la muerte de tu hermano.-
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí hablara un caballero,
que del rey es más privado;
-Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni papa descomulgado.-
Jurado había el buen rey
que en tal nunca fue hallado;
Pero también dijo presto,
malamente y enojado:
-¡Muy mal me conjuras, Cid!
¡Cid, muy mal me has conjurado!
Porque hoy le tomas la jura
a quien besarás la mano.
Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
desde este día en un año.
-Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado,
por un año me destierras,
yo me destierro por cuatro.
LINAJE DE BERNARDO DEL CARPIO (Romance de Bernardo del Carpio, Anónimo, siglo XV)
En los reinos de Leónónimo
el casto Alfonso reinaba;
hermosa hermana tenía
doña Jimena se llama.
Enamórase de ella
ese conde de Saldaña,
mas no vivía engañado
porque la infanta lo amaba.
Muchas veces fueron juntos
que nadie lo sospechaba;
de las veces que se vieron
la infanta quedó preñada.
La infanta parió a Bernaldo
y luego monja se entraba;
mandó el rey prender al conde
y ponerlo muy gran guarda.
ROMANCE DE LA PÉRDIDA DE ALHAMA
Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarambla
-¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.
-¡Ay de mi Alhama!
Descabalga de una mula
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido se había al Alhambra.
-¡Ay de mi Alhama!
Como en el Alhambra estuvo,
al mismo punto mandaba
que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.
-¡Ay de mi Alhama!
Y que las cajas de guerra
apriesa toquen el arma,
porque lo oigan sus moros,
los de la vega y Granada.
-¡Ay de mi Alhama!
Los moros, que el son oyeron
que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos
juntado se ha gran batalla.
-¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un moro viejo,
de esta manera hablara:
-¿Para qué nos llamas, rey?
¿Para qué es esta llamada?
-¡Ay de mi Alhama!
-Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada:
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
-¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un alfaquí,
de barba crecida y cana:
-¡Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara!
-¡Ay de mi Alhama!
Mataste los Bencerrajes,
que eran la flor de Granada,
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
-¡Ay de mi Alhama!
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,
y aquí se pierda Granada.
-¡Ay de mi Alhama!
ROMANCE DE ABENÁMAR - Anónimo, siglo XV
-¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
a luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
-Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
-Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
-El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
ROMANCE DE FONTEFRIDA - Anónimo, siglo XV
Fontefrida, Fontefrida,
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar
el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía
llenas son de traición;
-Si tu quisieses, señora,
yo sería tu servidor.
-Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,
ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,
turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,
porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,
malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no.
EL INFANTE ARNALDOS - Anónimo, siglo XV
¡Quien hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro terzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
Allí hablo el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no canto mi canción
sino a quién conmigo va.
ROMANCE DE ROSALINDA (Romance Viejo Anónimo)
A las puertas del palacio
de una señora de bien,
llega un lindo caballero
corriendo a todo correr.
Como el oro es su cabello,
como la nieve su tez;
sus ojos como dos soles
y su voz como la miel.
- Que Dios os guarde, señora.
- Caballero, a vos también.
- Ofrecedme un vaso de agua.
que vengo muerto de sed.
- Tan fresca como la nieve,
caballero, os la daré,
que la cogieron mis hijas
al punto de amanecer.
- ¿ Son hermosas vuestras hijas ?
- Como un sol de Dios las tres.
- Decidme como se llaman
si en ello gusto tenéis.
- La mayor se llama Elena,
y la segunda Isabel,
y la más pequeña de ellas
Rosalinda la nombré.
- Decid a todas que salgan,
que las quiero conocer.
- La mayor y la mediana
al punto aquí las tendréis.
Rosalinda, caballero,
os ruego la perdonéis:
por vergüenza y cobardía
no quiere dejarse ver.
- Lindas son las dos que veo,
lindas son como un clavel,
pero más linda será
la que no se deja ver.
A la puerta del palacio
de la señora de bien,
llegan siete caballeros,
siete semanas después.
- Preguntadme, caballeros,
yo os sabré responder.
- Tres hijas como tres rosas,
nos han dicho que tenéis,
la más pequeña de todas
sin temor nos la entreguéis,
que en los palacios reales
va a casarse con el rey.
ROMANCE DE LA NIÑA ADORMECIDA (Romance Viejo Anónimo)
La mañana de San Juan
tres horas antes del día,
salíme yo a pasear
por una huerta florida.
En medio de aquella huerta
un alto ciprés había,
el tronco tenía de oro,
las ramas de plata fina.
A la sombra del ciprés
vide sentada a una niña.
mata de pelo tenía
que todo el prado cubría,
con peine de oro en la mano
lo peinaba y lo tejía,
luego que lo hubo peinado
la niña se adormecía.
Ha bajado un ruiseñor
con alegre cantoría,
y posado se ha en el pecho
de la niña adormecida.
ROMANCE DE LA DONCELLA GUERRERA (Anónimo)
A un capitán sevillano
siete hijas le dio Dios
y tuvo la mala suerte
que ninguno fue varón.
Un día la más pequeña
le cayó la inclinación
de que se fuera a la guerra
vestidita de varón.
- Hija, no vayas, no vayas,
que te van a conocer,
llevas el pelo muy largo
y dirán que eres mujer.
- Padre, si lo llevo largo,
padre, córtemelo usted
que con el pelo cortado
un varón pareceré.
Siete años en la guerra
y nadie la conoció.
Un día al subir al caballo
la espada se le cayó
y en vez de decir maldito,
dijo, ¡maldita sea yo!
El rey que la estaba oyendo
a palacio la llevó;
arreglaron los papeles
y con ella se casó.
Aquí se acaba la historia
de la niña y el varón.
ROMANCE DE LAS TRES CAUTIVAS (Anónimo)
En el campo moro,
entre las olivas,
allí cautivaron
tres niñas perdidas;
el pícaro moro
que las cautivó
a la reina mora
se las entregó.
- Toma, reina mora,
estas tres cautivas,
para que te valgan,
para que te sirvan.
- ¿Como se llamaban?,
¿Como les decían?
- La mayor Constanza,
la menor Lucia,
y la más chiquita,
la llamaban María.
Constanza amasaba,
Lucia cernía,
y la más chiquita
agua les traía.
Un día en la fuente,
en la fuente fría,
con un pobre viejo,
se halló la más niña.
- ¿Donde vas, buen viejo,
camina, camina?
- Así voy buscando
a mis tres hijitas.
- ¿Como se llamaban?
¿Como les decían?
- La mayor Constanza,
la menor Lucia,
y la más pequeña,
se llama María.
- Usted es mi padre.
- ¡Tú eres mi hija!
- Yo voy a contarlo
a mis hermanitas.
- ¿No sabes, Constanza,
no sabes, Lucía,
que he encontrado a padre
en la fuente fría?
Constanza lloraba,
lloraba Lucía,
y la más pequeña
de gozo reía.
ROMANCE DE LA CONDESITA
Grandes guerras se publican
en la tierra y en el mar
y al conde Flores le nombran
por Capitán General.
Lloraba la condesita,
no se puede consolar;
acaban de ser casados
y se tienen que apartar.
- ¿ Cuántos días, cuántos meses
piensas estar por allá ?
- Deja los meses, condesa,
por años debes contar,
si a los tres años no vuelvo,
viuda te puedes llamar.
Pasan los tres y los cuatro,
nuevas del conde no hay;
ojos de la condesita
no cesaban de llorar.
Un día, estando a la mesa,
su padre la empieza a hablar:
- Cartas del conde no llegan,
nueva vida tomarás;
condes y duques te piden,
te debes, hija, casar.
- Carta en mi corazón tengo
que don Flores vivo está.
No lo quiera Dios del cielo
que yo me vuelva a casar.
Dame licencia, mi padre,
para el conde ir a buscar.
- La licencia tienes, hija,
mi bendición además.
Se retiró a su aposento,
llora que te llorarás;
se quitó medias de seda,
de lana las fue a calzar;
dejó zapatos de raso,
los puso de cordobán;
un brial de seda verde
que valía una ciudad,
y encima del brial puso
un hábito de sayal;
esportilla de romera
sobre el hombro se echó atrás;
cogió el bordón en la mano
y se fue a peregrinar.
Anduvo siete reinados,
morería y cristiandad;
anduvo por mar y tierra,
no pudo al conde encontrar;
cansada va la romera,
que ya no puede andar más.
Subió a un puerto, miró al valle
un castillo vio asomar:
- Si aquel castillo es de moros,
allí me cautivarán;
mas si es de buenos cristianos,
ellos me han de remediar.
Y bajando unos pinares,
gran vacada fue a encontrar:
- Vaquerito, vaquerito,
te quería preguntar
¿ de quién llevas tantas vacas,
todas de un hierro y señal ?
- Del conde Flores, romera,
que en aquel castillo está.
- Vaquerito, vaquerito,
más te quiero preguntar
del conde Flores tu amo,
¿cómo vive por acá ?
- De la guerra llegó rico;
mañana se va a casar,
ya están muertas las gallinas,
y están amasando el pan;
muchas gentes convidadas,
de lejos llegando van.
- Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
por el camino más corto
me has de encaminar allá.
Jornada de todo el día,
en medio la hubo de andar;
llegada frente al castillo,
con don Flores fue a encontrar,
y arriba vio estar la novia
en un alto ventanal.
- Dame limosna buen conde,
por Dios y por caridad.
- ¡ Oh, qué ojos de romera,
en mi vida los vi tal !
- Sí los habrás visto, conde,
si en Sevilla estado has.
- La romera, ¿es de Sevilla ?
¿ Qué se cuenta por allá ?
- Del conde Flores, señor,
poco bien y mucho mal.
Echó la mano al bolsillo,
un real de plata la da.
- Para tan grande señor,
poca limosna es un real.
- Pues pida la romerica,
que lo que pida tendrá.
- Yo pido ese anillo de oro
que en tu dedo chico está.
Abrióse de arriba abajo
el hábito de sayal:
- ¿ No me conoces, buen conde ?
Mira si conocerás
el brial de seda verde
que me diste al desposar.
Al mirarla en aquel traje,
cayóse el conde hacia atrás.
Ni con agua ni con vino
se le puede recordar,
si no es con palabras dulces
que la romera le da.
La novia bajó llorando
al ver al conde mortal
y abrazando a la romera
se lo ha venido a encontrar.
- Malas mañas sacas, conde,
no las podrás olvidar;
que en viendo una buena moza
luego la vas a abrazar.
Mal haya la romerica,
quien la trajo para acá.
- No la maldiga ninguno
que es mi mujer natural.
Con ella vuelvo a mi tierra:
adiós, señores, quedad;
quédese con Dios la novia
vestidita y sin casar;
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.
ROMANCE DE LA LOBA PARDA
Estando yo en la mi choza,
pintando la mi cayada,
las cabrillas altas iban
y la luna rebajada;
mal barruntan las ovejas,
no paran en la majada.
Vide venir siete lobos
por una oscura cañada,
venían echando suertes
cuál entrará a la majada;
Le tocó a una loba vieja
patituerta, cana y parda,
que tenía los colmillos
como puntas de navaja.
Dio tres vueltas al redil
y no pudo sacar nada;
a la otra vuelta que dió,
sacó la borrega blanca,
hija de la oveja churra,
nieta de la orejisana,
la que tenían mis amos
para el Domingo de Pascua.
- ¡Acá mis siete cachorros,
acá perra trujillana,
acá perro el de los hierros,
a correr la loba parda!
Si me cobráis la borrega,
cenaréis leche y hogaza;
y si no me la cobráis,
cenaréis de mi cayada.
Los perros tras de la loba,
las uñas se esmigajaban;
la corrieron siete leguas
por unas tierras aradas.
Al subir un cotarrillo
la loba ya va cansada:
- Tomad perros la borrega
sana y buena como estaba.
- No queremos la borrega
de tu boca alobadada,
que queremos tu pellejo
pa' el pastor una zamarra;
el rabo para correas,
para atacarse las bragas;
de la cabeza un zurrón,
para meter las cucharas;
las tripas para vihuelas,
para que bailen las damas.
ROMANCE DEL PRISIONERO (Anónimo)
Que por Mayo era por Mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo triste cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuando es de día
ni cuando las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
dele Dios mal galardón.
B) ROMANCES NUEVOS
ROMANCE - Miguel de Cervantes (1547-1616)
Yace donde el sol se pone,
entre dos tajadas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
profunda, lóbrega, escura,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del horror y las tinieblas.
Por la boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que el pecho de yelo quema.
Óyese dentro un rüido
como crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas.
Por las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la entrada tiene puesto[s],
en una amarilla piedra,
huesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas del fuego
que arroja de sí la cueva,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Y un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedra,
el cual, oyendo, le dijo:
«Pastor, para que te crea,
no has menester juramentos
ni hacer la vista esperiencia.
Un vivo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva escura,
no tiene luz, ni la espera.
Seco le tienen desdenes
bañado en lágrimas tiernas;
aire, fuego y los suspiros
le abrasan contino y yelan.
Los lamentables aullidos,
son mis continuas querellas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mi sin igual firmeza,
que mis huesos en la muerte
mostrarán que son de piedra.
Los celos son los que habitan
en esta morada estrecha,
que engendraron los descuidos
de mi querida Silena».
En pronunciando este nombre,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
aquestos fines se esperan.
A MIS SOLEDADES VOY - Lope de Vega (1562–1635)
A mis soledades voy.
De mi soledades vengo,
Porque para andar conmigo
Me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué, tiene la aldea
Donde vivo y donde muero,
Que con venir de mí mismo
No puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo;
Mas dice mi entendimiento
Que un hombre que todo es alma
Está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
Y solamente no entiendo
Cómo se sufre a sí mismo
Un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
Fácilmente me defiendo;
Pero no puedo guardarme
De los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy,
Pero con falso argumento;
Que humildad y necedad
No caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
Porque en él y en mí contemplo,
Su locura en su arrogancia,
Mi humildad en su desprecio.
O sabe naturaleza
Más que supo en otro tiempo,
O tantos que nacen sabios
Es porque lo dicen ellos.
«Sólo sé que no sé nada»,
Dijo un filósofo, haciendo
La cuenta con su humildad,
Adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
De desdichado me precio;
Que los que no son dichosos,
¿Cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
Porque dicen, y lo creo,
Que suena a vidrio quebrado
Y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio
Ver que todos le perdemos,
Unos por carta de más,
Otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
Se fue la verdad al cielo:
Tal la pusieron los hombres
Que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
Los propios y los ajenos,
La de plata los extraños,
Y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
Si es español verdadero,
Ver los hombres a lo antiguo
Y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos
Y quejánse de los precios;
De medio arriba, romano,
De medio abajo, romeros.
Dijo Dios que comería
Su pan el hombre primero
Con el sudor de su cara,
Por quebrar su mandamiento;
Y algunos inobedientes
A la vergüenza y al miedo,
Con las prendas de su honor
Han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
Peregrinan como ciegos:
El uno se lleva al otro,
Llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
Universal movimiento,
La mejor vida el favor,
La mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
Y no me espanto, aunque puedo,
Que en lugar de tantas cruces
Haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros
Cuyos mármoles eternos
Están diciendo sin lengua
Que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo,
Porque solamente en ellos
De los poderosos grandes
Se vengaron los pequeños!
Fea pintan a la envidia:
Yo confieso que la tengo
De unos hombres que no saben
Quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
Sin tratos, cuentas ni cuentos,
Cuando quieren escribir
Piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
Tienen chimenea y huerto;
No los despiertan cuidados,
Ni pretensiones, ni pleitos.
Ni murmuraron del grande,
Ni ofendieron al pequeño;
Nunca, como yo, firmaron
Parabién, ni pascua dieron.
Con esta envidia que digo,
Y lo que paso en silencio,
A mis soledades voy,
De mis soledades vengo.
ROMANCE SATÍRICO - Francisco de Quevedo (1580-1645)
Pues me hacéis casamentero,
Ángela de Mondragón,
escuchad de vuestro esposo,
las grandezas y el valor.
Él es un médico honrado,
por la gracia del Señor,
que tiene muy buenas letras
en el cambio, y el bolsón.
Quien os lo pintó cobarde
no lo conoce, y mintió,
que ha muerto más hombres vivos
que mató el Cid Campeador.
En entrando en una casa
tiene tal reputación,
que luego dicen los niños:
Dios perdone al que murió.
Y con ser todos mortales
los médicos, pienso yo
que son todos venïales
comparados al doctor.
Al caminante en los pueblos
se le pide información,
temiéndole más que a peste,
de si le conoce, o no.
De médicos semejantes
hace el rey, nuestro señor,
bombardas a sus castillos,
mosquetes a su escuadrón.
Si a alguno cura y no muere,
piensa que resucitó,
y por milagro le ofrece
la mortaja y el cordón.
Si acaso estando en su casa
oye dar algún clamor,
tomando papel y tinta,
escribe: "ante mí pasó".
No se le ha muerto ninguno
de los que cura hasta hoy,
porque antes que se mueran
los mata sin confesión.
De envidia de los verdugos
maldice al corregidor,
que sobre los ahorcados
no le quiere dar pensión.
Piensan que es la muerte algunos;
otros, viendo su rigor,
le llaman el día del juicio,
pues es total perdición.
No come por engordar,
ni por el dulce sabor,
sino por matar la hambre,
que es matar su inclinación.
Por matar mata las luces,
y si no le alumbra el sol,
como murciélagos viven
a la sombra de un rincón.
Su mula, aunque no está muerta,
no penséis que se escapó,
que está matada de suerte,
que le viene a ser peor.
En que se ve tan famoso,
y en tan buena estimación,
atento a vuestra belleza,
se ha enamorado de vos.
No pide le deis más dote
de ver que matéis de amor,
que en matando de algún modo,
para en uno sois los dos.
Casaos con él, y jamás
de viuda tendréis pasión,
que nunca la misma muerte
se oyó decir que murió.
Si lo hacéis, a Dios le ruego
que gocéis con bendición;
pero si no, que nos libre
de conocer al doctor.
LA MÁS BELLA NIÑA – Luis de Góngora (1561-1627)
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola,
ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.
Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Dejadme llorar
orillas del mar.
No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es injusto,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal,
harto peor fuera
morir y callar,
Dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
ROMANCE DE LOS ARADORES – Juan Meléndez Valdés(1754-1817)
¡Oh! ¡qué bien ante mis ojos
por la ladera pendiente,
sobre la esteva encorvados
los aradores parecen!
¡Cómo la luciente reja
se imprime profundamente,
cuando en prolongados surcos
el tendido campo hienden!
Con lentitud fatigosa
los animales pacientes,
la dura cerviz alzada,
tiran del arado fuerte.
Anímalos con su grito
y con su aguijón los hiere
el rudo gañán, que en medio
su fatiga canta alegre.
La letra y pausado tono
con las medidas convienen
del cansado lento paso
que asientan los tardos bueyes.
Ellos las anchas narices
abren a su aliento ardiente,
que por la frente rugosa
el hielo en aljófar vuelve;
y el gañán aguija y canta,
y el sol que alzándose viene
con sus vivíficos rayos
le calienta y esclarece.
¡Invierno! ¡invierno! aunque triste,
aun conservas tus placeres;
y entre tus lluvias y vientos
halla ocupación la mente.
Aun agrada ver el campo
todo alfombrado de nieve,
en cuyo cándido velo
sus rayos el sol refleje.
Aun agrada con la vista
por sus abismos perderse,
yerta la naturaleza
y en un silencio elocuente,
sin que halle el mayor cuidado
ni el lindero de la suerte,
ni sus desiguales surcos,
ni la mies que oculta crece.
De los árboles las ramas,
al peso encorvadas, ceden,
y a la tierra fuerzas piden
para poder sostenerse.
La sierra con su albo manto,
una muralla esplendente,
que une el suelo al firmamento,
allá a lo lejos ofrece,
mientra en las hondas gargantas
despeñados los torrentes,
la imaginación asustan,
cuanto el oído ensordecen;
y en quietud descansa el mundo,
y callado el viento duerme,
y en el redil el ganado,
y el buey gime en el pesebre.
¿Pues qué, cuando de las nubes
horrísonos se desprenden
los aguaceros, y el día
ahogado entre sombras muere,
y con estrépito inmenso
cenagosos se embravecen
fuera de madre los ríos,
batiendo diques y puentes?
Crece el diluvio; anegadas
las llanuras desparecen,
y árboles y chozas tiemblan
del viento el furor vehemente,
que arrebatando las nubes
cual sierras de niebla leve,
de aquí allá en rápido soplo
en formas mil las revuelve;
y el imperio de las sombras
y los vendavales crecen;
y el hombre, atónito y mudo,
a horror tanto tiembla y teme.
O bien la helada punzante
la tierra en mármol convierte,
y al hogar en ocio ingrato
el gañán las horas pierde.
Cubiertos de blanca escarcha,
como de marfil parecen
los árboles ateridos,
y de alabastro la fuente.
Sonoro y rígido el prado
la planta, hollado, repele;
y doquier el dios del hielo
su ominoso mando ejerce,
hasta que el suave favonio,
medroso y tímido al verse
nuevo volar, con su aliento
tan duros grillos disuelve.
El día rápido anhela;
no asoma el sol por oriente,
cuando sin luz al ocaso
precipitado desciende,
porque la noche sus velos
sobre la tierra despliegue,
de los fantasmas seguida
que en ella el vulgo ver suele.
Así el invierno ceñudo
reina con cetro inclemente,
y entre escarchas y aguaceros
y nieve y nubes se envuelve.
¿Y de dónde estos horrores,
este trastorno aparente,
que en enero su fin halla,
y que ya empezó el noviembre?
Del orden con que los tiempos
alternados se suceden,
durando naturaleza
la misma y mudable siempre.
Estos hielos erizados,
estas lluvias, estas nieves,
y nieblas y roncos vientos
que hoy el ánimo estremecen,
serán las flores del mayo,
serán de julio las mieses,
y las perfumadas frutas
con que octubre se enriquece.
Hoy el arador se afana,
y en cada surco que mueve
miles encierra de espigas
para los futuros meses,
misteriosamente ocultas
en esos granos que extiende
doquier liberal su mano
y en los terrones se pierden.
Ved cuál, fecunda la tierra,
sus gérmenes desenvuelve
para abrirnos sus tesoros
otro día en faz riente.
Ved cómo ya pululando
la rompe la hojilla débil,
y con el rojo sombrío
cuán bien contrasta su verde,
verde que el tostado julio
en oro convertir debe,
y en una selva de espigas
esos cogollos nacientes.
Trabaja, arador, trabaja,
con ánimo y pecho fuerte,
ya en tu esperanza embriagado
del verano en las mercedes.
Llena tu noble destino,
y haz cantando, tu afán leve,
mientras insufrible abruma
el fastidio al ocio muelle,
que entre la pluma y la holanda,
sumido en sueño y placeres,
jamás vio del sol la pompa
cuando lumbroso amanece,
jamás gozó con el alba
del campo el plácido ambiente,
de la matinal alondra
los armónicos motetes.
Trabaja, y fía a tu madre
la prolífica simiente,
por cuyo felice cambio
la abundancia te prometes,
que ella te dará profusa
con que tu seno se aquiete,
se alimenten tus deseos,
tu sudor se remunere,
puesto que en él y tus brazos,
honrado, la fausta suerte
vinculas de tu familia,
y libre en tus campos eres.
Tu esposa al hogar humilde,
apacible te previene
sobria mesa, grato lecho,
y cariño y fe perennes,
que oficiosa compañera
de tus gozos y quehaceres,
su ternura cada día
con su diligencia crece;
y tus pequeñuelos hijos,
anhelándote impacientes,
corren al umbral, te llaman,
y tiemblan si te detienes.
Llegas, y en torno apiñados
halagándote enloquecen,
la mano el uno te toma,
de tu cuello el otro pende;
tu amada al paternal beso
desde sus brazos te ofrece
el que entre su seno abriga,
y alimenta con su leche,
que en sus fiestas y gorjeos
pagarte ahincado parece
del pan que ya le preparas,
de los surcos donde vienes.
Y la aijada el mayorcillo
como en triunfo llevar quiere;
la madre el empeño ríe,
y tú, animándole alegre,
te imaginas ver los juegos
con que en tus faustas niñeces
a tu padre entretenías,
cual tu hijuelo hoy te entretiene.
Ardiendo el hogar te espera,
que con su calor clemente
lanzará el hielo y cansancio
que tus miembros entorpecen;
y luego, aunque en pobre lecho,
mientras que plácido duermes,
la alma paz y la inocencia
velarán por defenderte,
hasta que el naciente día
con sus rayos te despierte,
y a empuñar tornes la esteva
y a regir tus mansos bueyes.
¡Vida ignorada y dichosa!,
que ni alcanza ni merece
quien de las ciegas pasiones
el odioso imperio siente.
¡Vida angelical y pura!,
en que con su Dios se entiende
sencillo el mortal, y le halla
doquier próvido y presente,
a quien el poder perdona,
que los mentirosos bienes
de la ambición tiene en nada,
cuanto ignora sus reveses.
Vida de fácil llaneza,
de libertad inocente,
en que dueño de sí el hombre
sin orgullo se ennoblece,
en que la salud abunda,
en que el trabajo divierte,
el tedio se desconoce,
y entrada el vicio no tiene;
y en que un día y otro día
pacíficos se suceden,
cual aguas de un manso río,
siempre iguales y rientes.
¡Oh! ¡quién gozarte alcanzara!,
¡oh! ¡quién tras tantos vaivenes
de la inclemente fortuna,
un pobre arador viviese!,
uno cual estos que veo,
que ni codician, ni temen,
ni esclavitud los humilla,
ni la vanidad los pierde,
lejos de la envidia torpe
y de la calumnia aleve,
hasta que a mi aliento frágil
cortase el hilo la muerte.
UNA ANTIGUALLA DE SEVILLA (El Candil) – Ángel Saavedra, Duque de Rivas (1791-1895)
Más ha de quinientos años,
en una torcida calle,
que, de Sevilla en el centro,
da paso a otras principales;
cerca de la medianoche,
cuando la ciudad más grande
es de un grande cementerio
en silencio y paz imagen;
de dos desnudas espadas
que trababan un combate,
turbó el repentino encuentro
las tinieblas impalpables.
El crujir de los aceros
sonó por breves instantes,
lanzando azules centellas,
meteoro de desastres.
Y al gemido, «¡Dios me valga!
¡Muerto soy!», y al golpe grave
de un cuerpo que a tierra vino,
el silencio y paz renacen.
Al punto una ventanilla
de un pobre casuco abren;
y, de tendones y, huesos,
sin jugo, como sin carne,
Una mano y brazo asoman,
que sostienen por el aire
un candil, cuyos destellos
dan luz súbita a la calle.
En pos, un rostro aparece
de gomia o bruja espantable
a que otra marchita mano
o cubre o da sombra en parte.
Ser dijérase la muerte
que salía a apoderarse
de aquella víctima humana
que acababan de inmolarle,
o de la eterna Justicia,
de cuyas miradas nadie
consigue ocultar un crimen,
el testigo formidable.
Pues a la llama mezquina,
con el ambiente ondeante,
que, dando luz roja al muro,
dibujaba desiguales
los tejados y azoteas
sobre el oscuro celaje,
dando fantásticas formas
a esquinas y bocacalles,
se vio en medio del arroyo,
cubierto de lodo y sangre,
el negro bulto tendido
de un traspasado cadáver.
Y de pie, a su frente, un hombre,
vestido negro ropaje,
con una espada en la mano,
roja hasta los gavilanes.
El cual, en el mismo punto,
sorprendido de encontrarse
bañado de luz, esconde
la faz en su embozo, y parte;
aunque no como el culpado
que se fuga por salvarse,
sino como el que inocente,
mueve tranquilo el pie y grave.
Al andar, sus choquezuelas
forman ruïdo notable,
como el que forman los dados
al confundirse y mezclarse.
Rumor de poca importancia
en la escena lamentable,
mas de tan mágico efecto,
y de un influjo tan grande
en la vieja que asomaba
el rostro y luz a la calle,
que, cual si oyera el silbido
de venenosa ceraste,
o crujir las negras alas
del precipitado arcángel,
grita en espantoso aullido,
«¡Virgen de los Reyes, valme!»
Suelta el candil, que en las piedras
se apaga y aceite esparce,
y cerrando la ventana
de un golpe, que la deshace,
bajo su mísero lecho
corre a tientas a ocultarse,
tan acongojada y yerta,
que apenas sus pulsos laten.
Por sorda y ciega haber sido
aquellos breves instantes,
la mitad diera gustosa
de sus días miserables,
y hubiera dado los días
de amor y dulces afanes
de su juventud, y dado
las caricias de sus padres,
los encantos de la cuna,
y..., en fin, hasta lo que nadie
enajena, la esperanza,
bien solo de los mortales;
pues lo que ha visto la abruma,
y la aterra lo que sabe,
que hay vistas que son peligros,
y aciertos que muerte valen.
ROMANCERO DEL DESTIERRO – Miguel de Unamuno (1865-1937)
Cuando el alba me despierta
los recuerdos de otras albas
me renacen en el pecho
las que fueron esperanzas.
Quiero olvidar la miseria
que te abate, pobre España,
la fatal pordiosería
del desierto de tu casa.
Por un mendrugo mohoso
vendéis, hermanos, la entraña
de sangre cocida en siesta
que os hace las veces de alma.
"Hay que vivir", estribillo
de la santísima gana,
vuestra perra vida sueño
en bostezo siempre acaba.
"Mañana será otro día"
y el porvenir se os pasa,
ni se os viene la muerte
que no habéis vivido nada.
Cuando se os viene encima
la libertad "¡Dios me valga!"
y Dios en vil servidumbre,
pues no os valéis, os chapa.
Mirando pasar la vida
no vivís y al acabarla
aun hay quien sueña ¡cuitado!
que de la vida descansa.
Cuando el alba me despierta
los recuerdos de otras albas,
me renacen en el pecho
las que fueron esperanzas.
Y espero que al torbellino
de mi seno España nazca,
que los hermanos que sueño
con mis sueños hagan patria.
Puebla mi sueño tu pueblo,
que es sólo mi sueño, España,
y sueño que me hago eterno
en un eterno mañana.
HE ANDADO MUCHOS CAMINOS – Antonio Machado ((1875-1938)
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
YO NO VOLVERÉ – Juan Ramón Jiménez (1881-19589
Yo no volveré. Y la noche
tibia, serena y callada,
dormirá el mundo, a los rayos
de su luna solitaria.
Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca,
preguntando por mi alma.
No sé si habrá quien me aguarde
de mi doble ausencia larga,
o quien bese mi recuerdo,
entre caricias y lágrimas.
Pero habrá estrellas y flores
y suspiros y esperanzas,
y amor en las avenidas,
a la sombra de las ramas.
Y sonará ese piano
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche
pensativo, en mi ventana.
ROMANCE DE LA LUNA – Federico García Lorca (1899-1936)
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
(continuará)
.
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