***
Mitia se estremeció, poco le faltó para ponerse en pie, pero siguió sentado.
Después comenzó a hablar alto, rápido, nervioso, gesticulando, con evidente
excitación. Se notaba que era un hombre que había llegado al límite, que estaba
destruido y buscaba una última salida; si fracasaba, estaba dispuesto a arrojarse al
agua de inmediato. Probablemente el viejo Samsónov lo había comprendido al
instante, aunque su rostro permanecía inmutable y frío como una estatua.
—El honorabilísimo Kuzmá Kuzmich probablemente haya oído hablar más de una
vez de mis discrepancias con mi padre, Fiódor Pávlovich Karamázov, que me ha
despojado de mi herencia después de que mi madre… como toda la ciudad se
calienta la boca hablando de eso… porque aquí todos hablan de lo que no deben… Y,
además, ha podido enterarse por Grúhenka… perdón, por Agrafiona Aleksándrovna…
a la que tanto respeto y venero… —Así empezó Mitia, atascándose desde la primera
palabra. Pero no vamos a reproducir aquí su discurso palabra por palabra, sino que
ofreceremos solo un resumen. El asunto consistía en que tres meses antes había
consultado premeditadamente (dijo «premeditadamente» y no «expresamente») a un
abogado de la capital, «seguramente Kuzmá Kuzmich haya tenido el placer de conocer
a ese famoso abogado, Pável Pávlovich Korneplódov… De frente despejada, talento
casi de estadista… él también le conoce a usted… dijo maravillas de usted…», y aquí
se lió de nuevo. Pero estas interrupciones no lo detenían, enseguida las superaba y
proseguía. Este Korneplódov le había dicho, tras interrogarlo minuciosamente y
examinar los documentos que pudo mostrarle (Mitia habló con poca claridad y especial
precipitación de aquellos documentos), que era posible entablar una demanda por la
aldea de Chermashniá, pues en efecto debía pertenecerle a él, por herencia materna, y
de esa manera dejar desconcertado a ese viejo bribón… «porque no todas la puertas
están cerradas y la justicia conoce bien todos los resquicios». En una palabra, había
esperanzas de que Fiódor Pávlovich le pagara otros seis mil, incluso siete, puesto que
Chermashniá valía no menos de veinticinco mil, es decir, seguro que veintiocho,
«treinta, treinta, Kuzmá Kuzmich, mientras que yo, figúrese, ¡ni diecisiete he sacado de
ese hombre despiadado! Así que yo, —decía Mitia—, dejé ese asunto porque no
entiendo de leyes, pero al llegar aquí me quedé petrificado con una demanda en mi
contra —aquí Mitia volvió a embrollarse y de nuevo saltó bruscamente a otra cosa—:
así que —dijo—, si usted deseara, honorabilísimo Kuzmá Kuzmich, adquirir mis
derechos contra ese monstruo, dándome a mí solo tres mil… En ningún caso saldría
usted perdiendo, se lo juro por mi honor, todo lo contrario, puede hacerse con unos
seis o siete mil en lugar de esos tres… Pero lo más importante es que todo quede
zanjado “hoy mismo”. Puede ser ante notario, si le parece… o como usted vea… En
una palabra, estoy dispuesto a todo, le entregaré todos los documentos que exija,
firmaré lo que haga falta… y ese papel lo formalizaríamos enseguida, a ser posible, a
poco que fuera posible, esta misma mañana… Usted me entregaría esos tres mil…
aparte de usted, quién tiene tanto capital en esta ciudad… y así me salvaría de… en
una palabra, salvaría mi pobre cabeza para una acción noble, una acción muy noble,
podría decirse… puesto que profeso los más nobles sentimientos por cierta persona
que usted conoce bien y por la que vela como un padre
cont
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Mitia se estremeció, poco le faltó para ponerse en pie, pero siguió sentado.
Después comenzó a hablar alto, rápido, nervioso, gesticulando, con evidente
excitación. Se notaba que era un hombre que había llegado al límite, que estaba
destruido y buscaba una última salida; si fracasaba, estaba dispuesto a arrojarse al
agua de inmediato. Probablemente el viejo Samsónov lo había comprendido al
instante, aunque su rostro permanecía inmutable y frío como una estatua.
—El honorabilísimo Kuzmá Kuzmich probablemente haya oído hablar más de una
vez de mis discrepancias con mi padre, Fiódor Pávlovich Karamázov, que me ha
despojado de mi herencia después de que mi madre… como toda la ciudad se
calienta la boca hablando de eso… porque aquí todos hablan de lo que no deben… Y,
además, ha podido enterarse por Grúhenka… perdón, por Agrafiona Aleksándrovna…
a la que tanto respeto y venero… —Así empezó Mitia, atascándose desde la primera
palabra. Pero no vamos a reproducir aquí su discurso palabra por palabra, sino que
ofreceremos solo un resumen. El asunto consistía en que tres meses antes había
consultado premeditadamente (dijo «premeditadamente» y no «expresamente») a un
abogado de la capital, «seguramente Kuzmá Kuzmich haya tenido el placer de conocer
a ese famoso abogado, Pável Pávlovich Korneplódov… De frente despejada, talento
casi de estadista… él también le conoce a usted… dijo maravillas de usted…», y aquí
se lió de nuevo. Pero estas interrupciones no lo detenían, enseguida las superaba y
proseguía. Este Korneplódov le había dicho, tras interrogarlo minuciosamente y
examinar los documentos que pudo mostrarle (Mitia habló con poca claridad y especial
precipitación de aquellos documentos), que era posible entablar una demanda por la
aldea de Chermashniá, pues en efecto debía pertenecerle a él, por herencia materna, y
de esa manera dejar desconcertado a ese viejo bribón… «porque no todas la puertas
están cerradas y la justicia conoce bien todos los resquicios». En una palabra, había
esperanzas de que Fiódor Pávlovich le pagara otros seis mil, incluso siete, puesto que
Chermashniá valía no menos de veinticinco mil, es decir, seguro que veintiocho,
«treinta, treinta, Kuzmá Kuzmich, mientras que yo, figúrese, ¡ni diecisiete he sacado de
ese hombre despiadado! Así que yo, —decía Mitia—, dejé ese asunto porque no
entiendo de leyes, pero al llegar aquí me quedé petrificado con una demanda en mi
contra —aquí Mitia volvió a embrollarse y de nuevo saltó bruscamente a otra cosa—:
así que —dijo—, si usted deseara, honorabilísimo Kuzmá Kuzmich, adquirir mis
derechos contra ese monstruo, dándome a mí solo tres mil… En ningún caso saldría
usted perdiendo, se lo juro por mi honor, todo lo contrario, puede hacerse con unos
seis o siete mil en lugar de esos tres… Pero lo más importante es que todo quede
zanjado “hoy mismo”. Puede ser ante notario, si le parece… o como usted vea… En
una palabra, estoy dispuesto a todo, le entregaré todos los documentos que exija,
firmaré lo que haga falta… y ese papel lo formalizaríamos enseguida, a ser posible, a
poco que fuera posible, esta misma mañana… Usted me entregaría esos tres mil…
aparte de usted, quién tiene tanto capital en esta ciudad… y así me salvaría de… en
una palabra, salvaría mi pobre cabeza para una acción noble, una acción muy noble,
podría decirse… puesto que profeso los más nobles sentimientos por cierta persona
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