Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 08:34

    ***
    Mitia se estremeció, poco le faltó para ponerse en pie, pero siguió sentado.
    Después comenzó a hablar alto, rápido, nervioso, gesticulando, con evidente
    excitación. Se notaba que era un hombre que había llegado al límite, que estaba
    destruido y buscaba una última salida; si fracasaba, estaba dispuesto a arrojarse al
    agua de inmediato. Probablemente el viejo Samsónov lo había comprendido al
    instante, aunque su rostro permanecía inmutable y frío como una estatua.
    —El honorabilísimo Kuzmá Kuzmich probablemente haya oído hablar más de una
    vez de mis discrepancias con mi padre, Fiódor Pávlovich Karamázov, que me ha
    despojado de mi herencia después de que mi madre… como toda la ciudad se
    calienta la boca hablando de eso… porque aquí todos hablan de lo que no deben… Y,
    además, ha podido enterarse por Grúhenka… perdón, por Agrafiona Aleksándrovna…
    a la que tanto respeto y venero… —Así empezó Mitia, atascándose desde la primera
    palabra. Pero no vamos a reproducir aquí su discurso palabra por palabra, sino que
    ofreceremos solo un resumen. El asunto consistía en que tres meses antes había
    consultado premeditadamente (dijo «premeditadamente» y no «expresamente») a un
    abogado de la capital, «seguramente Kuzmá Kuzmich haya tenido el placer de conocer
    a ese famoso abogado, Pável Pávlovich Korneplódov… De frente despejada, talento
    casi de estadista… él también le conoce a usted… dijo maravillas de usted…», y aquí
    se lió de nuevo. Pero estas interrupciones no lo detenían, enseguida las superaba y
    proseguía. Este Korneplódov le había dicho, tras interrogarlo minuciosamente y
    examinar los documentos que pudo mostrarle (Mitia habló con poca claridad y especial
    precipitación de aquellos documentos), que era posible entablar una demanda por la
    aldea de Chermashniá, pues en efecto debía pertenecerle a él, por herencia materna, y
    de esa manera dejar desconcertado a ese viejo bribón… «porque no todas la puertas
    están cerradas y la justicia conoce bien todos los resquicios». En una palabra, había
    esperanzas de que Fiódor Pávlovich le pagara otros seis mil, incluso siete, puesto que
    Chermashniá valía no menos de veinticinco mil, es decir, seguro que veintiocho,
    «treinta, treinta, Kuzmá Kuzmich, mientras que yo, figúrese, ¡ni diecisiete he sacado de
    ese hombre despiadado! Así que yo, —decía Mitia—, dejé ese asunto porque no
    entiendo de leyes, pero al llegar aquí me quedé petrificado con una demanda en mi
    contra —aquí Mitia volvió a embrollarse y de nuevo saltó bruscamente a otra cosa—:
    así que —dijo—, si usted deseara, honorabilísimo Kuzmá Kuzmich, adquirir mis
    derechos contra ese monstruo, dándome a mí solo tres mil… En ningún caso saldría
    usted perdiendo, se lo juro por mi honor, todo lo contrario, puede hacerse con unos
    seis o siete mil en lugar de esos tres… Pero lo más importante es que todo quede
    zanjado “hoy mismo”. Puede ser ante notario, si le parece… o como usted vea… En
    una palabra, estoy dispuesto a todo, le entregaré todos los documentos que exija,
    firmaré lo que haga falta… y ese papel lo formalizaríamos enseguida, a ser posible, a
    poco que fuera posible, esta misma mañana… Usted me entregaría esos tres mil…
    aparte de usted, quién tiene tanto capital en esta ciudad… y así me salvaría de… en
    una palabra, salvaría mi pobre cabeza para una acción noble, una acción muy noble,
    podría decirse… puesto que profeso los más nobles sentimientos por cierta persona
    que usted conoce bien y por la que vela como un padre





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     DOSTOYEVSKI - Página 33 Empty Re: DOSTOYEVSKI

    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 08:36

    ***

    De otro modo no habría
    venido, si no fuera como un padre. Y, si usted quiere, aquí hemos chocado tres frentes,
    pues el destino es algo terrible, Kuzmá Kuzmich. ¡Realismo, Kuzmá Kuzmich, realismo!
    Y, dado que usted hace ya tiempo que debería haber sido excluido, quedan dos
    frentes, quizá no me haya expresado con habilidad, pero no soy un hombre de letras.
    Así pues, una frente es la mía y la otra la de ese monstruo. Elija, entonces, o el
    monstruo o yo. Ahora depende de usted, tres destinos y dos opciones… Disculpe, me
    he liado, pero usted me entiende… En sus venerables ojos veo que me ha
    entendido… Si no me ha entendido, hoy mismo me arrojo al agua, ¡eso es!».
    Mitia concluyó su disparatado discurso con este «¡eso es!» y, habiéndose levantado
    bruscamente, aguardaba la respuesta a su estúpida propuesta. En su última frase tuvo
    la repentina y desesperada sensación de que había fracasado y, sobre todo, de que no
    había dicho más que sandeces. «¡Qué extraño! De camino parecía buena idea, pero
    ¡qué de sandeces!», pensó por un momento, presa de la desesperación. Mientras
    estuvo hablando, el viejo no se había movido y no había dejado de observarlo con una
    expresión glacial en la mirada. Lo hizo esperar un momento y por fin Kuzmá Kuzmich
    dijo con tono decidido y desolador:
    —Disculpe, señor, pero nosotros no nos dedicamos a esa clase de negocios.
    Mitia notó que le temblaban las piernas.
    —¿Y qué hago yo ahora, Kuzmá Kuzmich? —balbuceó sonriendo lívido—. Estoy
    perdido, sabe usted.
    —Disculpe, señor…
    Mitia seguía de pie, mirándolo fijamente, cuando de pronto percibió que algo se
    movía en la cara del viejo. Se estremeció.
    —Mire usted, esos negocios no nos convienen —dijo lentamente el viejo—, ir a
    juicio, abogados, ¡es una auténtica carga! Pero, si quiere, hay una persona, puede
    dirigirse a ella…
    —¡Dios mío! ¿Quién es?… Me devuelve usted la vida, Kuzmá Kuzmich —balbuceó
    Mitia.
    —No es de aquí y tampoco está en la ciudad, es un campesino que comercia con
    madera, le llaman Liagavy. Lleva ya un año en tratos con Fiódor Pávlovich por ese
    bosquecillo suyo de Chermashniá, quizá haya oído decir que tienen diferencias sobre
    el precio. Precisamente ahora ha vuelto y está en casa del pope Ilinski, a unas doce
    verstas de la posta de Volovia, en la aldea de Ilínskoie. Me ha escrito por ese negocio,
    es decir, a propósito del bosquecillo, pidiéndome consejo. El propio Fiódor Pávlovich
    quiere ir a verlo. Si usted se adelantara a Fiódor Pávlovich y le propusiera a Liagavy lo
    mismo que a mí, quizá él…








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    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 08:37

    ***
    él! Está regateando, le piden un precio demasiado alto, y en éstas le muestra nada
    menos que un documento de propiedad, ¡ja, ja, ja! —Mitia, de repente, soltó una
    risotada corta y seca, tan inesperada que incluso a Samsónov le tembló la cabeza—.
    No sé cómo agradecérselo, Kuzmá Kuzmich. —A Mitia le bullía la sangre.
    —No hay de qué. —Samsónov inclinó la cabeza.
    —Pero no sabe usted… me ha salvado, ay, un presentimiento me trajo hasta
    usted… En fin, ¡a ver al pope!
    —No tiene que agradecérmelo.
    —Me voy ya mismo. He abusado de su salud. Nunca lo olvidaré, se lo dice un
    hombre ruso, Kuzmá Kuzmich, ¡un hombre rrruso!
    —Claro, claro.
    Mitia estuvo a punto de darle un apretón de manos al viejo, pero un destello
    maligno apareció fugazmente en su mirada. Mitia apartó la mano, aunque al mismo
    tiempo se reprochó su recelo. «Tiene que estar cansado…», pensó por un momento.
    —¡Por ella! ¡Es por ella, Kuzmá Kuzmich! Comprende usted que todo es por ella —
    bramó de repente, con voz que retumbó por toda la sala, hizo una reverencia, se giró
    bruscamente y con los mismos pasos rápidos y largos de antes se dirigió a la salida sin
    volverse. Temblaba de emoción. «Todo estaba perdido y he aquí que un ángel de la
    guarda me ha salvado —le vino a la cabeza—. Y, si un comerciante como este anciano
    (un anciano nobilísimo, y ¡qué presencia!) me ha indicado este camino, está claro
    que… el camino ya está ganado. Ahora a correr. Regresaré antes de que anochezca,
    esta noche regresaré, pero la victoria es mía. ¿O es que el viejo se ha burlado de mí?»
    Eso exclamaba Mitia de camino a casa y, claro está, no podía imaginarse otra cosa, es
    decir, o se trataba de un consejo sensato (de un hombre de negocios como él), de
    alguien que conocía el asunto, que conocía al tal Liagavy (¡qué apellido tan raro!), o…
    ¡o el viejo se estaba burlando de él! ¡Ay!, este último pensamiento era el único cierto.
    Más tarde, mucho tiempo después, cuando ya había ocurrido toda la catástrofe, el
    propio Samsónov reconoció riéndose que había estado divirtiéndose a costa del
    «capitán». Era un hombre malvado, frío y malicioso, y con antipatías enfermizas por
    añadidura. No sé qué fue exactamente lo que movió entonces al viejo, si fue el
    entusiasmo evidente del capitán, la estúpida convicción de ese «manirroto y
    derrochador» de que Samsónov podía dejarse enredar en un «plan» que era un
    enorme disparate, o sus celos por Grúshenka, en cuyo nombre «ese golfo» había ido a
    pedirle dinero con semejante despropósito… pero el caso es que, mientras tenía
    delante a Mitia, quien sentía que le fallaban las piernas y exclamaba absurdamente
    que estaba perdido, en ese momento el viejo lo miró con rabia infinita y buscó la
    forma de burlarse de él. Una vez que Mitia hubo salido, Kuzmá Kuzmich, pálido de ira,
    se dirigió a su hijo y le ordenó que se tomaran medidas para en lo sucesivo no volver a
    ver el pelo a semejante desharrapado y para que no se le permitiera la entrada; de lo
    contrario…
    No llegó a terminar su amenaza, pero incluso su hijo, que lo veía furioso a menudo,
    se echó a temblar de miedo. Una hora más tarde, el viejo aún tiritaba de rabia. Al
    anochecer, enfermó y mandó buscar al «galeno».







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    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 08:45

    ***

    II. Liagavy




    Así pues, tocaba «galopar», pero no tenía ni un kopek para los caballos, bueno, tenía
    dos grivny, pero nada más, ¡lo único que le quedaba de tantos años de bienestar! En
    casa tenía un viejo reloj de plata parado desde hacía mucho. Lo cogió y lo llevó a un
    relojero judío que tenía un tenderete en el mercado. Le dio seis rublos. «¡Esto no me lo
    esperaba!», exclamó Mitia entusiasmado (seguía estando entusiasmado), cogió los seis
    rublos y corrió a casa. En casa completó la cantidad cogiendo prestados tres rublos a
    los caseros, que se los dieron gustosos a pesar de que era su último dinero, hasta ese
    punto lo querían. En su estado de entusiasmo, Mitia les reveló enseguida que su
    destino se estaba decidiendo y les contó, claro que con muchísima prisa, casi todo el
    «plan» que acababa de exponer a Samsónov, después, la decisión de Samsónov, sus
    futuras esperanzas y demás. Ya antes les había confiado a los caseros muchos de sus
    secretos: por eso lo miraban como a uno de los suyos y no como a un señor orgulloso.
    Habiendo reunido de este modo nueve rublos, mandó buscar caballos de posta para ir
    a Volovia. Sin embargo, de esta forma, quedó registrado y señalado el hecho de que
    «la víspera de cierto suceso, a mediodía, Mitia no tenía ni un kopek y, para conseguir
    dinero, vendió un reloj y tomó prestados tres rublos a los caseros, y todo ello en
    presencia de testigos».
    Señalo este hecho de antemano, después quedará claro por qué lo hago.
    Tras partir al galope hacia la posta de Volovia, Mitia, aunque se regocijaba con el
    presentimiento de que al fin terminarían «todos estos asuntos» y les daría solución,
    temblaba de miedo: ¿qué pasaría con Grúshenka en su ausencia? ¿Y si precisamente
    se decidía a ir a ver a Fiódor Pávlovich ese mismo día? Por eso se había ido sin
    decírselo y había pedido a los caseros que por nada del mundo revelaran dónde se
    había metido si alguien preguntaba por él. «Es imprescindible, imprescindible, que
    esté de regreso antes de la noche —se repetía mientras iba dando bandazos en la
    telega—, y lo mejor sería traerme a ese Liagavy… para cerrar la operación»; así, con el
    alma en vilo, iba soñando Mitia, pero ¡ay!, no estaba escrito, ni mucho menos, que sus
    sueños fueran a cumplirse de acuerdo con su «plan».
    En primer lugar, sufrió un retraso al tomar por un camino vecinal a partir de la posta
    de Volovia. Por este camino eran dieciocho verstas, no doce. En segundo lugar, no
    encontró en casa al pope Ilinski, pues se había acercado un momento a una aldea
    vecina. Mientras lo buscaba allí, y habiendo ido hasta esta otra aldea con los mismos
    caballos, ya agotados, se le hizo casi de noche. El pope, un hombre de aspecto tímido
    y afectuoso, enseguida le explicó que el tal Liagavy, que en un principio se había
    hospedado en su casa, estaba ahora en Sujói Posiólok e iba a pasar la noche en la isba
    del guardabosque, porque también allí comerciaba con madera. Ante los reiterados
    ruegos de Mitia de que lo llevara a ver a Liagavy inmediatamente, para «de ese modo,
    por así decirlo, salvarlo», el pope terminó por acceder, aunque al principio había
    titubeado, pues parece que le producía curiosidad acompañarlo a Sujói Posiólok; pero,
    por desgracia, aconsejó que fueran «a pata», puesto que solo sería una versta «y
    poquito más». Mitia, claro está, accedió y echó a andar con sus largas zancadas, por lo
    que el pobre pope casi tuvo que correr tras él. Era un hombrecillo aún joven y muy
    precavido. Enseguida Mitia empezó a hablarle de sus planes con viveza y nerviosismo y
    a pedirle consejo respecto a Liagavy, y así fue todo el camino. El pope le escuchaba
    con atención, pero le aconsejó poco. A





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    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 08:46

    ***


    . A las preguntas de Mitia respondía con evasivas:
    «No sé, huy, no sé, cómo quiere que lo sepa», y cosas así. Cuando Mitia empezó a
    hablar de sus discrepancias con su padre a cuenta de la herencia, el pope hasta se
    asustó, porque su relación con Fiódor Pávlovich era de cierta dependencia. De todos
    modos, le preguntó sorprendido por qué llamaba Liagavy a Gorstkin, ese campesino
    que se dedicaba al comercio, y le aclaró cumplidamente a Mitia que, aunque en
    realidad era Liagavy, tampoco lo era del todo, porque se ofendía muchísimo con ese
    nombre y había que llamarlo obligatoriamente Gorstkin, «de lo contrario no tendrá
    nada que hacer, ni siquiera le escuchará», concluyó el pope. Mitia se asombró un poco
    y enseguida explicó que Samsónov lo había llamado con ese nombre. Al conocer esa
    circunstancia, el pope cambió rápidamente de tema, aunque habría hecho bien si le
    hubiera explicado a Dmitri Fiódorovich lo que acababa de sospechar: si el propio
    Samsónov lo había enviado a ese hombre, y le había dicho que se llamaba Liagavy,
    ¿no lo estaría haciendo, por la razón que fuera, para burlarse? Y ¿no veía nada extraño
    en todo eso? Pero Mitia no tenía tiempo de detenerse «en esos detalles». Caminaba
    de prisa y solo al llegar a Sujói Posiólok intuyó que habían recorrido no una versta ni
    versta y media, sino seguramente tres; esto lo enojó, pero se dominó. Entraron en la
    isba. El guardabosque, conocido del pope, ocupaba una mitad; en la otra mitad, la
    estancia principal, separada por el zaguán, se había instalado Gorstkin. Entraron en esa
    estancia principal y prendieron una vela de sebo. La isba estaba bien caldeada. En una
    mesa de pino había un samovar apagado, una bandeja con tazas, una botella vacía de
    ron, un shtof de vodka sin terminar y unos restos de pan blanco. El forastero estaba
    tendido sobre el banco, con la ropa de abrigo doblada bajo la cabeza a modo de
    almohada, y roncaba profundamente. Mitia se quedó perplejo. «Tengo que
    despertarlo, este asunto es demasiado importante, con la prisa que me he dado; tengo
    que apresurarme y volver hoy mismo», empezaba a inquietarse; pero el pope y el
    guarda estaban callados sin dar su opinión. Mitia se acercó e intentó despertar a
    Gorstkin, lo hizo con energía, pero el durmiente no reaccionaba. «Está borracho —
    impaciencia terrible, empezó a tirarle de los brazos, de las piernas, a sacudirle la
    cabeza y a intentar incorporarlo para sentarlo en el banco. Aun así, después de
    grandes esfuerzos solo consiguió que empezara a gruñir y a maldecir con fuerza,
    aunque pronunciando con poca claridad.
    —Será mejor que le dé algo de tiempo —dijo por fin el pope—; a lo que parece,
    no está en condiciones.
    —Ha estado todo el día bebiendo —comentó el guarda.
    —¡Dios mío! —gritó Mitia—, ¡si supieran lo importante que es para mí! ¡Lo
    desesperado que estoy!
    —Sería mejor esperar a mañana —insistió el pope.
    —¿A mañana? Por el amor de Dios, ¡eso es imposible! —Y en su desesperación a
    punto estuvo de lanzarse otra vez a despertar al borracho, pero desistió al comprender
    la inutilidad del esfuerzo. El pope callaba, el guarda, soñoliento, tenía un aire
    sombrío—. ¡Qué tragedias tan terribles origina en la gente el realismo! —dijo
    completamente desesperado. El sudor le corría por la cara.
    Aprovechando la ocasión, el pope le expuso muy razonablemente que, aun
    suponiendo que consiguiera despertar al borracho, éste no iba a estar en condiciones
    de tener una conversación, tan bebido, «y, tratándose de un asunto tan importante,
    sería mejor que lo dejara para mañana…». Mitia abrió los brazos, desesperado, y
    accedió.
    —Me quedaré aquí con una vela, bátiushka, para aprovechar la menor oportunidad.
    En cuanto se despierte, yo empezaré con lo mío… Te pagaré la vela —se dirigió al
    guarda—, también el cobijo, no olvidarás a Dmitri Karamázov. Solo que con usted,
    bátiushka, no sé qué hacer, ¿dónde se va a acostar?
    —No, no, yo me voy a casa. En su yegua. —Señaló al guarda—. Y, con esto, me
    despido de usted. Le deseo éxito.
    Así lo hicieron. El pope partió en la yegua contento de haberse librado al fin, pero
    seguía negando con la cabeza y dándole vueltas a si no sería mejor anticiparse e
    informar al día siguiente de este curioso caso a su protector Fiódor Pávlovich, «de lo
    contrario, puede enterarse en cualquier momento, enojarse y retirarme su favor». El
    guarda, rascándose, se dirigió en silencio a la otra parte de la isba y Mitia se sentó en
    el banco dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad, como había explicado. Una
    profunda angustia envolvía su alma como una bruma densa. ¡Una angustia profunda,
    terrible! Por más que cavilaba, no lograba llegar a ninguna conclusión. La vela se
    consumía, un grillo cantaba, en la habitación caldeada se hacía imposible respirar. De
    repente se imaginó un huerto, la entrada trasera de ese huerto, la puerta de la casa de
    su padre que se abre misteriosamente y Grúshenka que entra corriendo por esa
    puerta… Se levantó de un salto del banco.


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