CARLOS BOUSOÑO
ODA EN LA CENIZA
II
ODA EN LA CENIZA
A Francisco Brines.
Una vez más. Las olas, los sucesos,
la menuda porfía que horada
la granítica realidad, el inmóvil
bloque donde los tiempo
giran como un águila
aciaga.
Cada minuto el mundo es otro,
otra la muerte,
otro el desdén, la diurna aparición del entusiasmo,
el radical sentido.
Perdemos suelo,
firme contacto, asidero de sombras. Dame
la mano, álzame, tocaría
acaso la sublime
agarradera sin ceniza, la elevada
roca, el alto asiento
del resplandor, la puerta que no gira
ni se abre, ni cierra, el último
fundamento del agua, de la sed, de los aires
diáfanos,
del barro mísero donde el ardor se quema
como un ascua. Oh tentación de ser
en la portentosa verdad,
en el irradiante espacio, estallido de veneración
más allá del respeto
sombrío. Oh calcinante
idealidad sagrada que no arde ni quema
en la deslumbradora indivisibilidad, en la increíble
fuerza del mundo. Oh témpano de oceánico ardor
donde el cansancio
puede brillar y la queja
abrasar y ser otra, y el hombre apetecer y saciarse
en el alimento continuo.
Oh desaliento
del desconocer, hambrear, consumirse,
centro del hambre.
Tú, mi compañero,
triste de acontecer,
tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y tienes
lo que acaso no sabes,
dame la mano en la desolación,
dame la mano en la incredulidad y en el viento,
dame la mano en el arruinado sollozo, en el lóbrego
cántico.
Dame la mano para creer, puesto que tú no sabes,
dame la mano para existir puesto que sombra
eres y ceniza,
dame la mano hacia arriba, hacia el vertical puerto,
hacia la cresta súbita.
Ayúdame a subir, puesto que no es posible la
llegada,
el arribo, el encuentro.
Ayúdame a subir puesto que caes, puesto que
acaso
todo es posible en la imposibilidad,
puesto que tal vez falta muy poco para alcanzar
la sed,
muy poco para coronar el abismo,
el talud hacia el trueno,
la pared vertical de la duda,
el terraplén del miedo.
Oh, dame
la mano porque falta muy poco
para saltar al regocijo,
muy poco para el absoluto reír y el descanso,
muy poco para la amistad sempiterna.
Dame la mano
Tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y
tienes lo que acaso no sabes,
dame la mano hacia la inmensa flor que gira en
la felicidad,
dame la mano hacia la felicidad olorosa
que embriaga,
dame la mano y no me dejes caer
como tú mismo,
como yo mismo,
en el hueco atroz de las sombras.
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