CulpablesHe aquí que nosotros nos preguntamos si acaso
somos verdaderamente necesarios
en un mundo tal vez no del todo nacido de la necesidad y del
orden.
Henos caídos, levantados, henos inclinados a roer nuestra propia
felicidad,
a destruir nuestra propia verdad, a edificar en la ruina.
Henos asociados al error como a una verdad más pequeña,
girando en el desamparo como un planeta absolutamente
vacío,
en la redondez del espacio.
Henos acumulando día a día la pequeña fortuna de errores,
desgastados por la costumbre como una moneda cuya efigie
se borra.
Henos acostumbrados a nuestra culpabilidad como un remo
en el fango,
hechos de mitad de fango y mitad de madera pobrísima,
casi putrefacta, pero tal vez con recuerdos de bosque,
de verdísima luz, de senderos con luz conducida,
de flores fragantes, abiertas en mitad de la suave pradera.
Y el remo se alza en el aire como una bandera,
y sube en el aire y desea la luz,
y de nuevo cae con grave son, con profundo son, en la
sombra.
Y es vieja costumbre de renacernos…
como si nada hubiese pasado,
como si a cada hora amaneciese en nosotros una posibilidad,
algo en fin luminoso que nos incitase de lejos,
como una señal, hecha por alguien, de lejos,
borrosamente, no del todo explicable y lejano.
Es muy difícil no creernos seguros,
abrir los ojos a la realidad más sombría,
y aceptar con una resignación que acaso no podamos ni tan
siquiera soñar
eso tan cierto y tan sumiso que observamos todos los días a
nuestro alrededor obstinado,
hecho de silencio implacable tras el que creemos adivinar
un ir de pasos sutiles y un volver de los pies en lo oscuro.
Pero todo esto sólo podría sonar
en todo caso remotísimamente
tras el muro del silencio, ése sí, reducible al sentido,
como una madera de humilde contorno,
o una piedra de áspero peso y comprobación minuciosa.
Pero aquí nos hallamos frente a una mudez de tanto espesor
como ninguna puerta jamás tuvo,
y es inútil aplicar el oído para a su través escuchar
un ruido ligero,
el murmullo inconexo de una conversación en un sueño,
el caer de una piedra en el agua,
temblorosa un momento, extinguida después, como un ala
fugaz,
quieta después y tersa, como un ala fugaz, en una inmovilidad infinita.
Poder oculto
I
Poder oculto entre las sombras.
Se agita el viento entre unas ramas,
se escucha un mirlo entre unas hojas,
hay un amor bajo una acacia.
En el estanque de un jardín
los peces rojos se extasiaban
y el aire pálido extendía
sus vibraciones onduladas.
¿Hacia dónde? Todo tranquilo
comparece. No existe nada
que alarme al cauce que recorre
su camino de siempre. Nada.
Nada preside con torpeza
el espacio de puras nadas.
Nada insinúase sombrío
en el ámbito de la nada.
II
¿Qué hace aquí junto al agua fresca
este rostro que mira el agua,
esta mancha de miedo, en medio
de aquella atmósfera sin mancha?
En la llanura hay un molino,
campos de trigo y una casa.
Un muchacho que el amor toma
de los labios de una muchacha.
Unos árboles dan su sombra
y su frescura está habitada
por las aves y por los hombres
cuando las tardes son más largas.
En el invierno se recogen
al amor de la lumbre franca
cuando regresan del trabajo.
Silenciosas las horas pasan
y tan sólo su soplo puro
mueve un ramaje en la honda calma.
III
(Tras la muerte del molinero)
Un cementerio pueblerino,
cinco tumbas y cuatro tapias.
En un mármol hay unas flores
diminutas y perfumadas.
A la vera del cementerio
una niña pasando canta:
>>Soy la niña del molinero
que a la tarde molineaba>>.
Una nube gris la descubre
y un sol alegre la salvaba.
IV
Y otra vez la faena dura
y la inextinguible medalla.
Sigue el molino, sigue el aire,
sigue la noche, sigue el agua,
el cementerio con sus muertos,
el amor con su fiesta alada,
el arado tras unos bueyes,
los rumores de la mañana
y la dicha del niño aquel,
amador de la luz más alta,
que se alegra de haber nacido
como el verde frescor de un haya.
V
Acariciado por la brisa
y por la luna plateada,
sostenido en el cerrazón
tan real de materia cálida,
un hombre mira, sin embargo,
crujir la noche y cómo pasa
leve la sombra de una nube
por la planicie gris y blanca.
VI
Vuelve el ámbito a su silencio
como la mar vuelve a su playa,
tan delicadamente como
una ola que rompe blanda.
¿Qué hace este rostro contemplando
pasar tan leve hacia mañana
esa hora que por el cielo
surca sin ruido? Calla, calla.
Mira la noche y corresponde
con el silencio de sus alas.
VII
Poder oculto entre las sombras,
lívida siembra en estrelladas
inmensidades que no dicen
lo que los siglos dicen, callan.
Nadie escucha el sonido puro
de los vientos o el mar. La vasta
interrogación de la tarde,
la afirmación de la mañana,
la negativa de la sombra
son acaso lo mismo. ¿Nada?
Pero quizás tan sólo suena
para tu oído lo que nada
dice a los hombres que ya duermen
en el silencio de sus casas.
Tal vez termine en armonía
la canción que nació insensata
de unos labios que fueron sombra,
de una sombra que fue garganta.
VIII
Poder oculto y residido
donde la noche es la mañana.
¿Quién recoge lo que insinúas,
quién insinúa lo que callas?
¿Acaso el alba, la tristeza,
la amplitud de la tarde en calma,
la llanura desierta, el cierzo
que golpea en una ventana,
o esas cimas que allá se yerguen
solitarias y ensimismadas
donde crece la luz solemne
hacia las plumas de unas águilas?
¿Las suavidades de una sombra,
inclinaciones de unas cañas?
¿El campo hermoso hacia poniente
en las estepas soleadas?
¿La luz, el cielo, las estrellas,
la noche, el día, el aire, el alma…?
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