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Miquel Martí I Pol:
Poeta y ensayista catalán nacido en Roda de Ter en 1929.
fallecido en 2003
Carta
Ahora que estoy muy solo y es de noche afuera
te escribo apenas para decirte que las cosas
nada han cambiado desde que nos dejamos,
que los árboles mueren lentamente, como siempre,
y el río sigue su curso de cada día.
Te escribo en el Pueblo y me crecen líquenes
en las manos, las palabras me resuenan
silencio adentro, entre libros y sueños.
Estoy tan solo que ni oso moverme.
El tiempo se me va entre el estorbo
que soy, si miro hacia atrás,
y el horizonte de ti que se me aleja.
Todo ahora es reposado, tal vez
porque el riesgo es mayor y me maravilla
saber que me lo juego a una palabra.
Siempre hay un gesto profundo que no se mide
ni con las manos ni con la voz, un gesto que nos deja
tan enfrente de nosotros que se diría
que hemos vuelto a nacer. Podría yo
llenar de presencias este silencio enorme
y, poco a poco, hacerlo el centro;
podría decirte cosas más concretas
para convertir en arena la soledad
y arraigarme en ella, pero entonces
un viento salado me heriría los labios
y amo más el ocio de hablarte.
He aquí pues: te escribo y es de noche afuera.
¿Qué más podría hacer por retenerte
si el tiempo nada puede ya contra la espera
que me he impuesto de ti, si no me llega
rumor alguno de la noche y estoy inmóvil
porque el silencio eres tú y temo perderte?
Cada palabra es una mano que se abre
para acoger a otra mano. Soy todo palabras
y me entrego entero porque crecer
no mancha ya mi piel ni me desconcierta.
Sé esto desde que cada cosa
se me hace presente, insólita y precisa,
al cerrar los ojos, desde que me golpea
la nostalgia como una pesadilla y vivo siempre
hacia mí mismo. Hay días -créeme-
en que me niego a pensar en ti. No quisiera
separarte del silencio ni someterte
a la medida del deseo, y en cambio
te me muestras tan clara que parece
que tengo la sangre llena de vidrios.
Ahora te escribo, ya ves, para decirte apenas
que todo es como antes, que nada cambia
en el fondo si no lo tocamos nosotros,
que sólo nos atañe este silencio
compartido, y el riesgo de creer y crecer
como árboles aislados que une, a ratos,
un mismo viento o una misma lluvia.
De "Quince poemas"
5. Hay un remolino de agua donde las palabras se hacen dulces,
donde las palabras se hacen lentas y claras
como profundidades.
Hay un lugar en el espacio donde la voz os resuena,
donde la voz os rodea y seduce
como si gritárais en una cueva.
Si esto os digo es para sinceraros
con vosotros mismos .
No queráis descubrir qué fuerzas os mueven.
Hay la vida y la muerte, inmutables.
Lo demás son palabras.
Amaos, hermanos, por lo que os duele y os hechiza.
* * *
6. Aquellos a quienes no he amado,
aquellos a quienes ni siquiera he conocido,
conservarán la parte más pura de mí.
Vosotros, solitarios, que diréis mi nombre
y hallaréis la paz leyendo mis poemas.
Para vosotros escribo
con el afecto de un abrazo de hermano.
No me améis por el esfuerzo que entraña.
Escribir para vosotros
es como repetirse lentamente
los versos de un poema querido.
Cuando leáis mis libros
oiréis en ellos vuestra propia voz;
el vacío elemental de vuestra vida
que os llena las manos de viento.
No queráis penetrar su sentido.
Apartaos a jardines íntimos
o a cuartos silenciosos
y rogad con mis palabras -las vuestras-
maravillosamente vivas y actuales.
Yo, entonces, me haré visible en todas las cosas.
* * *
8. No os guardan del fuego
el espacio ni la nostalgia.
Normas sutiles hay
detrás de las palabras
y el temor al vacío
que os atrae y espanta.
En balde camináis
por la cresta del agua,
probáis frutos amargos
que las hojas amparan
y os enredáis al viento
hacia las rutas altas.
Tarde o temprano la noche
cortará las amarras
de este bajel que sois
y os lanzará por claras
sendas de soledad
al centro de las llamas.
En el fuego hallaréis
lo que os llenaba.
* * *
12. Sólo nos aislamos en las cosas pequeñas,
en la mínima y frágil libertad
de las cosas pequeñas
y nos cuesta en verdad dejarlas,
porque al abrigo de los inútiles objetos
inevitablemente cotidianos
existe todo un mundo no sabido de ternura.
Sólo nos aislamos,
sólo crecemos en las cosas pequeñas:
aquel pañuelo que llevamos siempre
doblado con tanto cuidado en el bolsillo,
la canción que recordamos de pronto,
un libro ya olvidado,
el gesto repetido tantas veces,
o la cosa más íntima
que nadie podría amar
como nosotros la amamos.
Se trata, bien mirado, de una constante
evasión hacia nosotros mismos,
hacia la más pura e íntima parte
de nosotros mismos,
convertida al fin y al cabo
-y nos sorprende siempre constatarlo-
en lo que más nos acerca al yo profundo
que vive adentro nuestro,
y sobre todo en lo que más intensamente
nos alienta a vivir.
* * *
15. ¿No sentirá cuando-huyas
la rama que te sostiene
un vacío de añoranza?
Cómo te diría que tu canto
me llena las manos de agua-luz,
y que soy tan puro como la voz de un niño
y tan grave y ligero como la tarde.
Si yo te tuviera, pájaro,
tendría el secreto de las cosas,
porque todo ahora es tu canto
y tu presencia,
frágil,
sobre la rama.
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