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“Poetas y filósofos” por Lluís Foix (La Vanguardia, 18-12-2019)
Los que cambian el mundo de verdad no son los políticos o los financieros, mucho menos los periodistas, sino los filósofos y los poetas. También los místicos. Es una afirmación probablemente precipitada pero la habíamos comentado con dos almas de poeta con quien tuve el honor de tratar y trabajar. Lorenzo Gomis y Carlos Nadal conversaban en voz baja en aquella antigua redacción de la calle Pelayo, “La Vanguardia del siglo XX”, con quien quisiera escucharles, sin prisas, calibrando la dimensión literaria de la actualidad, pasando de la historia al derecho, de la ciencia al cinema. Eran dos humanistas.
Se fijaban en las personas y sus talantes. Se admiraban de cuanto ocurría. Los dos habían leído en abundancia. Gomis hablaba de la belleza, de la bondad, de las convicciones, de la elegancia humana y de la comprensión. Siempre con una sonrisa tímida y suave como quien busca la verdad entre las dudas, en las nieblas de una azarosa vida que conoció la guerra siendo niño y se inició en la poesía en los años áridos de la dictadura y la autarquía. De su boca no salió una maldición ni una crítica estúpida. Gomis tenía una mente independiente porque era hombre comprometido con la libertad de las ideas y con la fuerza de la sensibilidad en los detalles.
Gomis compartía con Carlos Nada, un europeísmo prepolítico en el sentido de que los dos rechazaban todas las fronteras física y mentales. De los dos fui becario, discípulo y en términos de la jerga del oficio también fui su jefe, según constaba durante años en la mancheta de este diario.
Carlos Nadal era un poeta oculto que conocía muy bien la geopolítica de la guerra fría y la historia moderna y contemporánea de Europa, de España y de Cataluña. Había transitado por miles de páginas de la generación del 98, hablaba de Baroja y de Unamuno como quien comenta la vida de un familiar próximo.
Fue en el ocaso de su vida cuando descubrimos su obra poética, intimista, sencilla y profunda. Al leer sus poemas advertí el sentido que tenían nuestras conversaciones, sus referencias literarias, su visión distante y suave de los acontecimientos. Nadal, como sus hermanos Eugenio, Santiago y Juan Manuel, venían de una dinastía de la burguesía rural leridana. Una sonrisa irónica distinguía a los tres hermanos que conocí. Eugenio murió muy joven y es el que dio nombre al premio Nadal, el más antiguo de la literatura española, el que ganó Carmen Laforet el 6 de enero de 1946. Nada llevaba por título.
Con los dos había hablado de la fuerza de la poesía y posiblemente habría salido aquella observación del poeta anglo-norteamericano T.S. Eliot, que escribió que cuando no sabemos algo bien del todo tendemos a sustituir las razones por las emociones. Son los sentimientos los que han ganado espacio a la racionalidad en la vida colectiva de nuestro tiempo.
Lo acabamos de comprobar en las recientes elecciones británicas y en el discurso que alimenta los populismos que están desvirtuando las democracias liberales que derivan hacia un nuevo tipo de autoritarismo que cabalga sobre los hombros de la posverdad o la mentira emotiva. Ganar y mentir descaradamente y sin escrúpulos son dos verbos que pueden ir de la mano sin que nadie se atreva a levantar la voz para decir que no son compatibles.
Habrá que gritarlo cada vez más fuerte, pase lo que pase y gane quien gane el relato imaginario, construido sobre mentiras perfectamente estudiadas y calculadas, que se apodera incluso de las mentes más cultivadas. Preservar el criterio propio, aun a riesgo de equivocarse, es uno de los retos más interesantes para combatir a la república de los tertulianos especialistas en primar las emociones sobre la racionalidad.
Será el lenguaje, la poesía y la filosofía lo que nos liberará de tanta estupidez inútil. En su diálogo con Antoine Spire, el gran crítico George Steiner, un judío escéptico y muy brillante, cuenta una historia extraída de una singular vivencia en la Rusia enjaulada en la extinta Unión Soviética.
Bajo Brézhnev, que no era lo peor, era grave pero no era Stalin, había una joven rusa en una universidad, especialista en literatura romántica inglesa. “La metieron en un calabozo, sin luz, sin papel ni lápiz, a causa de una delación idiota y completamente falsa, ni falta hace aclararlo. Conocía de memoria el Don Juan de Byron, con sus treinta mil versos o más. En la oscuridad lo tradujo mentalmente en rimas rusas. Sale de la prisión habiendo perdido la vista, dicta la traducción a una amiga y esa es ahora la gran traducción rusa de Byron. Ante ello, me digo varias cosas. En primer lugar, que la mente humana es totalmente indestructible. En segundo lugar, que la poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible”.
Las reflexiones sobre la actualidad política que lo invade todo s bueno también hacerlas desde la poesía, a Joan Margarit le digo a veces que çel es un metafísico, un místico laico, porque nos ayuda a pensar en el sentido que tienen las palabras que con tanta banalidad maltratamos.
Lluís Foix (La Vanguardia, 18-12-2019)
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“Poetas y filósofos” por Lluís Foix (La Vanguardia, 18-12-2019)
Los que cambian el mundo de verdad no son los políticos o los financieros, mucho menos los periodistas, sino los filósofos y los poetas. También los místicos. Es una afirmación probablemente precipitada pero la habíamos comentado con dos almas de poeta con quien tuve el honor de tratar y trabajar. Lorenzo Gomis y Carlos Nadal conversaban en voz baja en aquella antigua redacción de la calle Pelayo, “La Vanguardia del siglo XX”, con quien quisiera escucharles, sin prisas, calibrando la dimensión literaria de la actualidad, pasando de la historia al derecho, de la ciencia al cinema. Eran dos humanistas.
Se fijaban en las personas y sus talantes. Se admiraban de cuanto ocurría. Los dos habían leído en abundancia. Gomis hablaba de la belleza, de la bondad, de las convicciones, de la elegancia humana y de la comprensión. Siempre con una sonrisa tímida y suave como quien busca la verdad entre las dudas, en las nieblas de una azarosa vida que conoció la guerra siendo niño y se inició en la poesía en los años áridos de la dictadura y la autarquía. De su boca no salió una maldición ni una crítica estúpida. Gomis tenía una mente independiente porque era hombre comprometido con la libertad de las ideas y con la fuerza de la sensibilidad en los detalles.
Gomis compartía con Carlos Nada, un europeísmo prepolítico en el sentido de que los dos rechazaban todas las fronteras física y mentales. De los dos fui becario, discípulo y en términos de la jerga del oficio también fui su jefe, según constaba durante años en la mancheta de este diario.
Carlos Nadal era un poeta oculto que conocía muy bien la geopolítica de la guerra fría y la historia moderna y contemporánea de Europa, de España y de Cataluña. Había transitado por miles de páginas de la generación del 98, hablaba de Baroja y de Unamuno como quien comenta la vida de un familiar próximo.
Fue en el ocaso de su vida cuando descubrimos su obra poética, intimista, sencilla y profunda. Al leer sus poemas advertí el sentido que tenían nuestras conversaciones, sus referencias literarias, su visión distante y suave de los acontecimientos. Nadal, como sus hermanos Eugenio, Santiago y Juan Manuel, venían de una dinastía de la burguesía rural leridana. Una sonrisa irónica distinguía a los tres hermanos que conocí. Eugenio murió muy joven y es el que dio nombre al premio Nadal, el más antiguo de la literatura española, el que ganó Carmen Laforet el 6 de enero de 1946. Nada llevaba por título.
Con los dos había hablado de la fuerza de la poesía y posiblemente habría salido aquella observación del poeta anglo-norteamericano T.S. Eliot, que escribió que cuando no sabemos algo bien del todo tendemos a sustituir las razones por las emociones. Son los sentimientos los que han ganado espacio a la racionalidad en la vida colectiva de nuestro tiempo.
Lo acabamos de comprobar en las recientes elecciones británicas y en el discurso que alimenta los populismos que están desvirtuando las democracias liberales que derivan hacia un nuevo tipo de autoritarismo que cabalga sobre los hombros de la posverdad o la mentira emotiva. Ganar y mentir descaradamente y sin escrúpulos son dos verbos que pueden ir de la mano sin que nadie se atreva a levantar la voz para decir que no son compatibles.
Habrá que gritarlo cada vez más fuerte, pase lo que pase y gane quien gane el relato imaginario, construido sobre mentiras perfectamente estudiadas y calculadas, que se apodera incluso de las mentes más cultivadas. Preservar el criterio propio, aun a riesgo de equivocarse, es uno de los retos más interesantes para combatir a la república de los tertulianos especialistas en primar las emociones sobre la racionalidad.
Será el lenguaje, la poesía y la filosofía lo que nos liberará de tanta estupidez inútil. En su diálogo con Antoine Spire, el gran crítico George Steiner, un judío escéptico y muy brillante, cuenta una historia extraída de una singular vivencia en la Rusia enjaulada en la extinta Unión Soviética.
Bajo Brézhnev, que no era lo peor, era grave pero no era Stalin, había una joven rusa en una universidad, especialista en literatura romántica inglesa. “La metieron en un calabozo, sin luz, sin papel ni lápiz, a causa de una delación idiota y completamente falsa, ni falta hace aclararlo. Conocía de memoria el Don Juan de Byron, con sus treinta mil versos o más. En la oscuridad lo tradujo mentalmente en rimas rusas. Sale de la prisión habiendo perdido la vista, dicta la traducción a una amiga y esa es ahora la gran traducción rusa de Byron. Ante ello, me digo varias cosas. En primer lugar, que la mente humana es totalmente indestructible. En segundo lugar, que la poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible”.
Las reflexiones sobre la actualidad política que lo invade todo s bueno también hacerlas desde la poesía, a Joan Margarit le digo a veces que çel es un metafísico, un místico laico, porque nos ayuda a pensar en el sentido que tienen las palabras que con tanta banalidad maltratamos.
Lluís Foix (La Vanguardia, 18-12-2019)
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