TODAVÍA ESTAS PALABRAS.
II. CENTROAMÉRICA NUESTRA
9. HONDURAS CLANDESTINA
Honduras, dulce Honduras,
calladamente nuestra,
hermana clandestina,
tus hermanas te llaman.
Todas las caracolas,
todas las garzas libres,
todos los muertos fieles
te llaman al abrazo.
(¡Centroamérica unida, Morazán,
«nuestro amor que no muere»!
¡Por amor de tu vida,
Centroamérica nuestra,
no callaremos más
hasta que rompa
la aurora en tu mirada,
hasta que estalle el sol de la Justicia
en mitad de tu pecho!).
Lempira, yergue el duro
pedernal de tu rostro
contra los invasores.
(Los traidores, Lempira, tú lo sabes,
cabalgan en la grupa del imperio).
Sea otra vez consigna
el Peñón de Cerquín.
Convoca en la unidad
a todos los rebeldes.
Sobre tu paz, Honduras,
la orquídea morada
oficia un prolongado Viernes Santo.
La sangre de Pavón y Landaverde
chorrea de tu boca, reciente de martirios.
Chorrea de tu cuerpo
mucha sangre sin nombre,
Honduras desangrada.
(Las malas Compañías
te han desangrado siempre).
Las bases del imperio, como clavos,
hierran tu pobre carne,
Honduras ocupada, Palmerola,
¡corazón ocupado de América Latina!
... Y, sin embargo, Honduras,
limpias bajan tus aguas
como el alma del Pueblo.
Duros, como verdades, perseveran
los guijarros desnudos, en tu cauce.
La niebla, como un código,
protege tus pinares
y el ritmo cauteloso
de tus hijos mejores.
Cimarrones alzados,
montaraces del día,
en las minas de Olancho
los esclavos despiertan
Los mártires de Olancho
vibran al sol sus palmas.
Tercos de rebeldía,
los huesos de Zelaya
levantan su trinchera.
Guadalupe, el testigo,
ha escrito en muchos ojos
sus huellas solidarias.
Llamas de Dios, unidas,
ocotes de la Iglesia,
crecen tus campesinos.
La Palabra germina en sus silencios.
Forjan los sindicatos
los brazos del futuro.
Campesinos y obreros
entrelazan sus pasos,
«taulabés» de la Historia,
«acortando el camino».
Hondureños, hermanos, ¡sed vosotros!
Grabad en cada piedra
de todos vuestros montes y quebradas
esta sola palabra: Dignidad.
Ponte de pie, en la noche,
y urge la madrugada,
Honduras clandestina.
Sean tuyos los montes,
limpios de mercenarios.
Tuyo sea el maíz,
libre de Compañías.
Sea tuya la vida, liberada.
Sobre tu boca, rota
de miseria y de espanto,
el Padre de los pobres
pondrá un guacal de Pascua,
leche y miel de alegría.
Cosecharás cantando
tu siembra de dolores.
No dirán más de ti «la que no es Pueblo».
La Virgen pequeñita de Suyapa
ha recorrido como una paloma
toda la patria herida, y con su vuelo
ha suscitado un aire de promesas.
¡En el Nombre de Dios,
contra todos los dioses,
amanece en tus cerros la esperanza!
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