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Lluvia Abril, Pascual Lopez Sanchez


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Nov 19, 2020 4:57 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO X. CONT.

    Tengo una noble casa, allí hay talentos enterrados
    de plata labrada; tengo gran cantidad de oro trabajado
    y sin trabajar. No depende de mí la victoria
    de los teucros ni determinará resultado tan grande una sola vida.»
    Dijo, y Eneas le devolvió estas palabras:
    «Guarda para tus hijos todos esos talentos de oro
    y de plata que dices. Turno ha acabado ya con esos
    negocios de guerra al dar muerte a Palante.
    Así lo sienten los Manes de mi padre Anquises y así Julo.»
    Dicho esto agarra el yelmo con la izquierda y le clava
    la espada hasta la empuñadura alzando la cabeza del suplicante.
    Y no lejos Hemónides, sacerdote de Febo y de Trivia
    a quien ceñía las sienes la ínfula con la banda sagrada,
    todo brillante con la ropa y las insignias blancas.
    Le sale al encuentro en el campo, y, según cae, se le pone
    encima y lo mata, y lo cubre con una gran sombra; se carga
    Seresto al hombro las armas mejores, trofeo para ti, rey Gradivo.
    Abren un nuevo frente el nacido de la estirpe de Vulcano,
    Céculo, y Umbrón llegado de los montes de los marsos.
    Se enfurece con ellos el Dardánida: izquierda de Ánxur
    y toda la orla del escudo le había cercenado con la espada
    (había dicho aquél algo grande y había puesto su fuerza
    en su palabra y quizá lanzaba su ánimo al cielo
    y se había prometido las canas y unos largos años);
    Tárquito, exultante en su contra con armas relucientes,
    a quien la ninfa Dríope había parido para el silvícola Fauno,
    salió al encuentro del enfurecido; éste, blandiendo su lanza,
    atraviesa a la vez la loriga y la enorme mole del escudo,
    y lanza por tierra la cabeza que en vano suplicaba
    y mucho se aprestaba a decir, y el tibio tronco
    haciendo rodar así dice con pecho enemigo:
    «Ahí, temeroso, quédate ahora. No te pondrá en el suelo
    tu madre piadosa ni tapará tus miembros con un sepulcro en la patria:
    serás abandonado a las aladas fieras, o habrán de tragarte las aguas
    con su remolino y peces hambrientos lamerán tus heridas.»
    Persigue después a Anteo y a Luca, línea primera de Turno,
    y al valeroso Numa y al rubio Camerte,
    el hijo del magnánimo Volcente, el más rico en tierras
    de los Ausónidas que reinó en la Amiclas silenciosa.
    Cual Egeón, de quien dicen que cien brazos tenía
    con sus cien manos y que echaba fuego por sus cincuenta
    bocas y pechos, cuando contra los rayos de Jove
    se agitaba con tantos escudos iguales, tantas espadas blandía;
    así lanzó su furia Eneas victorioso por toda la llanura
    luego que calentó su filo. Y mira cómo va contra los caballos
    de la cuadriga de Nifeo y el pecho que se le enfrenta.
    Y ellos, cuando le vieron acercarse gritando
    horriblemente, se volvieron de miedo y, retrocediendo,
    derriban al auriga y hacen volar su carro hacia la costa.
    De pronto se interponen Lúcago y Líger, su hermano,
    sobre una blanca biga; el hermano gobierna los caballos
    con las riendas, Lúcago voltea fiero la espada desnuda.
    No aguantó Eneas a quienes con hervor tan grande se enfurecían;
    llegó corriendo y enorme se mostró con la lanza dispuesta.
    A él Líger:
    «No son los que ves caballos de Diomedes ni el carro de Aquiles
    o los llanos de Frigia: ahora el fin de la guerra y de tus años
    se cumplirá en estas tierras.» Vuelan a lo ancho tales
    palabras del vesánico Líger. Mas no prepara el héroe troyano
    palabras en su contra, que una lanza blande contra sus enemigos.
    Cuando Lúcago echado sobre las riendas con su espada
    azuzó a los caballos y se apresta al combate
    con el pie izquierdo adelantado, llega la lanza por debajo del borde
    del refulgente escudo y le perfora la ingle izquierda;
    rueda, cayendo del carro, moribundo por el suelo.
    Y el piadoso Eneas le habla con palabras amargas:
    «Lúcago, no traicionó a tu carro la vergonzosa huida
    de tus caballos, ni vanas sombras lo alejaron del enemigo.
    Tú mismo has dejado tu yugo saltando de sus ruedas.» Así dijo
    y sujetó a los animales; en el suelo las palmas inertes
    tendía su hermano infeliz, derribado del carro:
    «Por ti, por los padres que tal te engendraron,
    héroe de Troya, perdona esta vida y compadécete del suplicante.»
    Aún implorando Eneas: «No decías cosas como éstas
    hace poco. Muere y que no deje el hermano al hermano.»
    Entonces abre con su filo el pecho, los escondites del alma.
    Así llenaba de muerte los campos el caudillo
    dardanio, loco a la manera de un torrente de agua
    o de negro turbión. Rompen la línea por fin y salen del campo
    el niño Ascanio y la juventud en vano asediada.
    A Juno entre tanto increpa Júpiter de pronto:
    «¡Oh, hermana y a la vez gratísima esposa mía!
    Como pensabas, Venus (y no te engañó tu idea)
    sustenta a las fuerzas troyanas, ni vigorosa en la guerra
    está la diestra de los hombres ni su ánimo fiero y dispuesto al peligro.»
    Y Juno, sumisa: «¿Por qué, mi bellísimo esposo,
    atormentas a la que afligida teme tristes palabras de tu parte?
    Si la fuerza de tu amor estuviera conmigo como lo estuvo un día
    y así conviene, no me dirías en esto que no,
    tú que todo lo puedes, y podría sacar a Turno de la lucha
    y rescatarlo incólume para Dauno, su padre.
    Ahora, que muera y sufra castigo de los teucros con sangre piadosa.

    CONT.


    _________________
    "LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS" 


    NETANYAHU ASESINO


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Nov 19, 2020 4:59 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO X. CONT.

    Y, sin embargo, él recibió su nombre de nuestra estirpe
    y es Pilumno su cuarto padre, y con mano generosa
    y muchos presentes colmó a menudo tus umbrales.»
    Brevemente le dice así el rey del etéreo Olimpo:
    «Si me estás suplicando un retraso en la muerte que acecha
    y una tregua para el joven que ha de caer y quieres que así lo determine,
    dispón la huida de Turno y líbralo de la hora presente:
    hasta aquí me es posible ceder. Pero si bajo estas plegarias
    se esconde una venia más alta y piensas todo
    remover y alterar la guerra, vana esperanza alimentas.»
    Y Juno, llorando: «¿Y qué si lo que de palabra te pesa
    lo concedieras en tu corazón y se otorgase esta vida a Turno?
    Ahora le aguarda, inocente, un grave fin, o yo me engaño
    sobre la verdad. Porque ¡ojalá sea yo burlada por un falso
    temor y cambies tus planes, tú que puedes, para bien!»
    Luego que pronunció estas palabras se lanzó de inmediato
    desde el alto cielo envuelta en una nube y trayendo por los aires la tormenta,
    y se encaminó al frente de Ilión y al campo laurente.
    Luego la diosa con una vana nube una tenue sombra sin fuerzas
    a semejanza de Eneas (prodigio de ver maravilloso)
    adorna con las armas dardanias y el escudo y los penachos
    simula de la divina cabeza, le pone palabras inanes,
    le da una voz sin sentido y finge al andar sus pasos,
    como al llegar la muerte es fama que vuelan las sombras,
    o los sueños que engañan a los sentidos adormecidos.
    Y salta la imagen dispuesta a las primeras líneas
    a retar al héroe con sus dardos y con voces provocarlo.
    Turno la persigue y arroja una lanza estridente
    de lejos; ella vuelve la espalda y cambia sus pasos.
    Fue entonces cuando Turno pensó que Eneas huía
    y apuntó en su ánimo resuelto una vana esperanza:
    «¿A dónde huyes, Eneas? No abandones el lecho prometido;
    mi diestra te dará la tierra que has buscado por los mares.»
    Vociferando así le sigue y hace brillar su espada
    desenvainada y no ve que los vientos se llevan su alegría.
    Había casualmente un barco atado al pico de una roca
    con sus escalas dispuestas y el puente preparado,
    con el que había llegado el rey Osinio de las costas de Clusio.
    Aquí se metió rauda la imagen de Eneas que escapaba
    para esconderse, y Turno la sigue no menos valiente
    y vence los obstáculos y logra saltar los altos puentes.
    Apenas había alcanzado la proa, rompe amarras la hija de Saturno
    y se lleva por mares en reflujo la nave liberada.
    Y al otro en su ausencia Eneas lo reta al combate
    y manda a la muerte a muchos hombres que le hacen frente.
    Luego la imagen leve no busca ya más escondites,
    sino que vuela a lo alto y con una negra nube se confunde,
    mientras un turbión hacia alta mar se lleva entretanto a Turno.
    Mira hacia atrás ignorante de todo y sin agradecer la salvación
    y tiende a las estrellas su voz y sus dos manos:
    «Padre todopoderoso, ¿de tan grande infamia
    me has creído digno y has querido que tal castigo sufriera?
    ¿Adónde voy? ¿De dónde he salido? ¿Qué fuga me lleva y cómo?
    ¿Volveré a ver de nuevo las murallas y el campo laurente?
    ¿Qué será de aquel puñado de hombres que me han seguido y a mis armas?
    ¿A todos los dejé (¡qué vergüenza!) en una muerte infanda
    y ahora los veo dispersos y escucho los gemidos
    de los que caen? ¿Qué pretendo? ¿Hasta dónde podrá abrirse
    la tierra para tragarme? ¡Compadeceos al menos vosotros, vientos!
    Contra las rocas y el acantilado (gustoso Turno os lo pide)
    estrellad la nave, y clavad las sirtes en los bancos crueles,
    que no me sigan los rútulos ni la fama que todo lo sabe.»
    Esto diciendo en su ánimo vacila de un lado para otro,
    loco dé vergüenza tan grande, si ha de clavarse
    la espada y sacar por las costillas el filo desnudo
    o si se arrojará en medio de las olas y ganará a nado
    el curvo litoral y volverá de nuevo contra las armas de los teucros.
    Tres veces probó una y otra vía, tres veces Juno soberana
    lo detuvo y compadecida de ánimo sujetó al joven.
    Se desliza cortando las aguas con olas y marea propicias
    y llega a la antigua ciudad de Dauno su padre.
    Y entretanto Mecencio exaltado por obra de Jove
    le sucede en la lucha y arremete contra los teucros triunfantes.
    Acuden las tropas tirrenas y a él con todos sus odios,
    a ese hombre solo y con innúmeros disparos le atacan.
    Él (como roca inmensa que avanza hacia el ponto
    frente a la furia de los vientos y expuesta a las aguas,
    toda la fuerza y ataques soporta, y en mar y cielo
    firme permanece inamovible) a Hebro, prole de Dolicaon,
    tumba en el suelo y con él a Látago y a Palmo fugitivo;
    pero a Látago con una roca y un gran pedazo de monte
    le alcanza en la boca y la cara de frente, a Palmo le hace
    caer como un cobarde con los tendones cortados, y a Lauso concede
    llevar en sus hombros las armas y poner en su casco los penachos.
    Y lo mismo con Evante el frigio y Mimante, de Paris
    compañero e igual, a quien Teano dio a luz siendo su padre
    Amico la misma noche que, preñada de una tea,
    la reina Ciseida a Paris; Paris en la ciudad de sus padres
    yace, tiene a un desconocido Mimante la costa laurente.
    Y como el jabalí arrojado de las cumbres del monte
    por el mordisco de los perros, a quien el Vésulo cubierto de pinos
    defendió muchos años y muchos los pantanos laurentes
    lo alimentaron con su bosque de cañas; luego que cayó en las redes,
    se detiene y gruñe feroz y eriza el espinazo
    y nadie se atreve a irritarlo o a acercarse más,
    sino que le atacan de lejos con lanzas y gritos seguros.
    No de otro modo, de los que dirigen su justa ira contra Mecencio
    ninguno osa enfrentársele con las armasen la mano,
    y de lejos le retan con sus disparos y con gran griterío.
    Mas él, impávido, hacia todas partes vacila
    rechinando los dientes y sacude las lanzas de su escudo.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Nov 19, 2020 5:02 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO X. CONT.

    Acrón había venido de las antiguas tierras de Córito,
    hombre griego, dejando en su huida sin cumplir una boda.
    Cuando lo vio a lo lejos perturbando el centro de la línea,
    rojo en las plumas y en la púrpura de la esposa pactada,
    como el león hambriento que merodea a menudo entre altos apriscos
    (pues se lo pide su vesánica hambre), si llega a ver una cabra
    fugitiva o un ciervo que asoma con sus cuernos,
    gozoso abre su enorme boca y eriza las crines y se clava
    en las vísceras cayendo de lo alto; baña la boca feroz la negra sangre;
    así cayó raudo Mecencio en lo más denso del enemigo.
    Acrón, infeliz, cae abatido y al morir golpea la negra tierra
    con sus talones y llena de sangre las armas quebradas.
    Y no creyó Mecencio oportuno matar a Orodes
    cuando huía ni hacerle con su lanza ciega herida;
    salió corriendo a su encuentro y, de hombre a hombre,
    le hizo frente mejor que con engaños con armas valerosas.
    Le derribó entonces y apoyando encima su lanza y su pie:
    «Parte no despreciable de la guerra, soldados, yace el alto Orodes.»
    Gritan con él sus compañeros siguiendo sus voces de triunfo,
    y el otro a su vez, muriendo: «Vencedor seas quien seas,
    no te alegrarás mucho sin que sea yo vengado; hados iguales
    te están aguardando y ocuparás pronto este mismo suelo.»
    Y a él Mecencio, con sonrisa mezclada de ira:
    «Muere tú de momento. En cuanto a mí, el rey padre
    de dioses y hombres verá.» Esto diciendo arrancó la lanza de su cuerpo.
    Un duro descanso cayó sobre los ojos de Orodes y un sueño
    de hierro, se apaga su luz para una noche eterna.
    Cédico a Alcátoo mata, Sacrátor a Hidaspes
    y Rapón a Partensio y a Orses durísimo de fuerzas,
    Mesapo a Clonio y a Eriquetes Licaonio,
    a uno cuando en tierra yacía arrojado de su caballo sin freno,
    y al otro a pie. A pie también se había adelantado
    Agis el licio, a quien derriba sin embargo Válero lleno del valor
    de sus mayores, y a Tronio Salio y a Salio Nealces
    con ardides, con la lanza y la flecha que sorprende de lejos.
    Ya un grave Marte el duelo igualaba y las muertes
    de todos; iguales mataban y caían iguales
    vencedores y vencidos y ni unos ni otros conocían la huida.
    Los dioses en la mansión de Jove lamentan ira tan vana
    de ambos y que sufrieran los mortales fatigas tan grandes;
    a un lado Venus y al contrario mira Juno Saturnia.
    Pálida Tisífone se enfurece en medio de tantos millares.
    Mecencio, por fin, blandiendo su enorme lanza,
    avanza por el campo como un torbellino. Grande como Orión
    cuando anda abriéndose camino por las aguas
    sin fondo de Nereo y saca el hombro de las olas
    o con añoso tronco que cogió en lo alto de los montes
    avanza por tierra ocultando su cabeza entre las nubes;
    tal se presenta Mecencio con vastas armas.
    En su contra se dispone a marchar Eneas, que de lejos
    lo ha visto en la formación. El otro impertérrito se planta
    aguardando al magnánimo enemigo y en pie con su gran mole,
    y luego que midió con la vista el alcance que la lanza precisaba:
    « ¡Mi diestra, mi único dios, y el dardo que a lanzar me dispongo
    me asistan ahora! Voto hacer de ti, Lauso, un trofeo
    revistiéndote con los despojos que arranque de Eneas,
    del ladrón.» Dijo, y de lejos disparó su lanza
    estridente. Ella, volando, rebotó en el escudo y, lejos,
    se fue a clavar entre el costado y los ijares del egregio Antor,
    de Antor el compañero de Hércules que enviado por Argos
    se había unido a Evandro y en la ciudad ítala se había instalado.
    Cae el desgraciado por la herida de otro y al cielo
    mira y recuerda la dulce Argos mientras se muere.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Nov 19, 2020 5:04 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO X. CONT.

    Lanza entonces su dardo el piadoso Eneas, que atraviesa
    el cavo círculo de triple bronce, las capas de lino y el trabajo
    tejido de tres pieles de toro y en lo profundo se asienta
    de la ingle, mas no se llevó sus fuerzas. Rápido saca
    Eneas del muslo la espada gozoso al ver la sangre
    del tirreno y persigue decidido al que se tambalea.
    Gimió profundamente por amor a su padre querido
    cuando lo vio Lauso, y las lágrimas rodaron por su cara
    (aquí la desgracia de una dura muerte y tus gloriosas gestas,
    si el tiempo ha de otorgar confianza a empresa tan grande,
    no he de callar en verdad ni a ti, joven digno de memoria);
    aquél retrocediendo inútil y trabado se retiraba
    y trataba de arrancar de su escudo la lanza enemiga.
    Se lanzó el joven y se interpuso entre las armas
    y, cuando alzaba ya su diestra y el golpe asestaba,
    se metió bajo el filo de Eneas y lo aguantó,
    retrasándole; le secundan los compañeros con gran griterío
    mientras escapa el padre bajo el pequeño escudo del hijo,
    y arrojan sus flechas y entorpecen de lejos al enemigo
    con sus dardos. Eneas se enfurece y se mantiene a cubierto.
    Y como cuando descargan las nubes con granizo
    abundante y todo el que ara huye por los campos
    y todo campesino y en seguro refugio se esconde el caminante
    o en las orillas del río o bajo el arco de un alto peñasco,
    mientras llueve en las tierras, para poder con el regreso del sol
    aprovechar el día: así por todas partes rodeado de dardos
    aguanta Eneas la nube de la guerra mientras todo
    descarga, y a Lauso increpa y a Lauso amenaza:
    «¿A dónde corres a morir, osando más de lo que puedes?
    Tu amor te engaña, incauto..» Y no menos él
    salta enloquecido y sube más alto la ira
    cruel del caudillo dardanio, y recogen las Parcas
    los cabos de los hilos de Lauso. Pues clava su fuerte espada
    Eneas y al joven atraviesa y la oculta del todo,
    y pasó la hoja el escudo, arma ligera de un valiente,
    y la túnica que su madre había bordado con blando oro,
    y la sangre llenó sus pliegues; entonces la vida por las auras
    se retiró afligida a los Manes y dejó su cuerpo.
    Mas cuando vio la mirada y el rostro del que moría,
    el rostro asombrosamente pálido, el hijo de Anquises
    gimió con grave compasión y le tendió su diestra
    y a su mente acudió la imagen piadosa de su padre.
    «¿Qué te dará ahora, pobre muchacho, por tus hazañas,
    qué darte puede el piadoso Eneas adecuado a tan gran alma?
    Quédate con tus armas, de las que te alegrabas, y te envío
    a los Manes y a la ceniza de tus padres, si eso te preocupa.
    Con esto aliviarás, infeliz, tu muerte desgraciada:
    caes por la diestra del gran Eneas.» Llama al punto
    a los vacilantes compañeros y alza del suelo a Lauso,
    manchados de sangre sus bien peinados cabellos.
    Entretanto su padre junto a las aguas del río Tiberino
    restañaba con el líquido sus heridas y aliviaba su cuerpo
    apoyado en el tronco de un árbol. Su yelmo de bronce
    cuelga, lejos, de una rama y en el prado descansan las armas más pesadas.
    Le rodean en pie jóvenes escogidos; él mismo herido, jadeante,
    da reposo a su cuello, desparramada por el pecho la larga barba;
    mucho pregunta sobre Lauso y a muchos envía
    a buscarle, que le lleven los recados de su afligido padre.
    Mas a Lauso traían sus compañeros sin vida sobre las armas
    llorando, inmenso y vencido por inmensa herida.
    De lejos reconoció el lamento el corazón que presagia los males.
    Ensucia sus canas con mucho polvo y al cielo
    alza ambas palmas y se abraza a su cuerpo:
    «¿Deseo tan grande de vivir, hijo mío, de mí se ha apoderado
    como para sufrir que ocupe mi puesto ante la diestra enemiga
    aquél al que engendré? ¿Por tus heridas va a salvarse tu padre
    viviendo por tu muerte? ¡Ay, que al fin ahora siento, desgraciado
    la desgracia infortunada, al fin la herida recibida en lo más hondo!
    También yo, hijo mío, mancillé con mis crímenes tu nombre,
    expulsado por odio del trono y del cetro paterno.
    Un castigo debía a mi patria y al rencor de los míos,
    ¡lo hubiera yo pagado con mil muertes de mi vida culpable!
    Ahora estoyvivo y no abandono aún la luz y a los hombres.
    Pero lo haré.» Al tiempo que esto dice se levanta sobre el muslo
    dolorido, y aunque le faltan las fuerzas por la profunda herida,
    sin flaquear ordena que le traigan el caballo. Éste era su gloria,
    éste su consuelo, con él victorioso salía de todos
    los combates. Se dirige al mohíno y así comienza:
    «Largo tiempo, Rebo, si algo de los mortales dura largo tiempo,
    hemos vivido. O traerás hoy victorioso aquellos despojos
    ensangrentados y la cabeza de Eneas, y serás conmigo
    vengador de los dolores de Lauso, o, si ninguna fuerza nos abre camino,
    caerás a la vez; pues en verdad no creo, valiente,
    que sufras órdenes de otro ni a los teucros de amos.»
    Dijo, y sentado a la grupa acomodó los miembros
    como solía y cargó sus manos de dardos agudos,
    brillando de bronce su cabeza y erizada su cresta equina.
    Así avanzó raudo hacia el centro. Hierven en el mismo pecho
    una gran vergüenza y la locura con el dolor mezclada.
    Y entonces con gran grito a Eneas gritó por tres veces.
    Eneas le reconoció al punto y alegre suplica:
    «¡Así lo quiera el padre de los dioses, así el alto Apolo!
    ¡Empieza de una vez a pelear!»
    Sólo esto dijo y sale al encuentro del asta enemiga.
    Y el otro: «¿Crees asustarme cuando a mi hijo me has robado,
    más que cruel? Éste era el único camino para perderme:
    ni a la muerte tememos ni respetamos a ninguno de los dioses.
    Déjalo, pues vengo a morir y te traigo primero
    estos presentes.» Dijo y disparó su dardo contra el enemigo;
    luego le lanza otro y otro más que van volando
    en gran giro, pero aguanta firme el escudo de oro.
    Tres vueltas cabalgó a su alrededor hacia la izquierda
    lanzando dardos con la mano, tres veces gira sobre sí el héroe de Troya
    aguantando en su cubierta de bronce un bosque inmenso.
    Luego de resistir largo tiempo, de arrancar cansado
    tantas puntas y apurado por sostener un desigual combate,
    tras planear muchas cosas en su pecho salta por fin y entre
    las cavas sienes del caballo guerrero clava su lanza.
    Se alza sobre sus patas el cuadrúpedo y con los cascos
    sacude el aire, y cayendo sobre el jinete derribado
    lo traba y se le viene encima de cabeza con una pata rota.
    Con sus gritos alcanzan el cielo latinos y troyanos.
    Vuela Eneas hacia allí y desenvaina la espada
    y, desde arriba: «¿Dónde está ahora el agrio Mecencio
    y la fiereza aquella de tu corazón?» Por respuesta, el etrusco,
    cuando mirando al cielo se bebió las auras y recobró el sentido:
    «Amargo enemigo, ¿por qué me gritas y amenazas de muerte?
    No hay delito en matarme, ni así llegué al combate,
    ni mi Lauso me hizo este pacto contigo.
    Sólo esto te pido, si algo puede pedir el enemigo derrotado:
    que permitas que la tierra cubra mi cuerpo. Sé que acechan
    odios amargos de los míos: aléjame de ese furor, te ruego,
    y entrégame, compañero de mi hijo, al sepulcro.»
    Así habla, y a sabiendas recibe la espada en su garganta
    y vierte la vida sobre las armas entre olas de sangre.

    FIN DEL LIBRO X.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 4:56 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI
    Entretanto la Aurora naciente abandonó el Océano.
    Eneas, aunque su cuidado le inclina a dar un tiempo para enterrar
    a los compañeros y su corazón está turbado por la muerte,
    rendía sus votos a los dioses, victorioso, al despuntar el día.
    Una enorme encina bien pelada de ramas
    levantó sobre el túmulo y la vistió con armas relucientes,
    despojos del caudillo Mecencio, un trofeo para ti,
    gran señor de la guerra; cuelga los penachos chorreando sangre
    y los dardos arrancados del héroe y la coraza golpeada
    y perforada por doce sitios, y ata a la izquierda el escudo
    de bronce, y cuelga del cuello la espada de marfil.
    Luego, así comienza a arengar a sus compañeros
    que le aclamaban (pues apretado le rodeaba el grupo de los jefes):
    «Hemos logrado algo grande, soldados; dejad todo temor
    en cuanto a lo que resta. Éstos son los despojos y las primicias
    de un rey orgulloso, y éste es Mecencio, por mis manos.
    Ahora, el camino hacia el rey y los muros latinos nos espera.
    Disponed las armas, animosos aguardad la guerra;
    que ningún retraso nos sorprenda cuando quieran los dioses
    que alcemos las enseñas y saquemos a los jóvenes del campamento,
    ni nos retrase con el miedo una opinión cobarde.
    Confiemos entretanto a la tierra los cuerpos insepultos
    de nuestros camaradas, única honra en el Aqueronte profundo.
    «Id -dice-. Adornad con los tributos postreros a esas almas
    egregias que con su sangre nos han deparado
    esta patria, y el primero a la afligida ciudad de Evandro
    sea enviado Palante, a quien no falto de valor
    se llevó el negro día y lo sepultó en una muerte amarga.»
    Así dice lleno de lágrimas y encamina sus pasos al umbral
    donde el cuerpo expuesto sin vida de Palante velaba
    el anciano Acetes, quien primero llevara las armas al parrasio
    Evandro y fue asignado luego como acompañante
    de su amado pupilo, con auspicios no igualmente felices.
    Alrededor todo el grupo de siervos y la turba troyana
    y las mujeres de Ilión con el triste pelo suelto según la costumbre.
    En cuanto Eneas cruzó las altas puertas,
    un profundo gemido con golpes de pecho lanzaron
    a los astros y resonó el lugar de triste duelo.
    Él mismo, cuando vio la cabeza abatida del níveo Palante
    y su cara y la herida de la lanza ausonia abierta
    y el delicado pecho, así dice rompiendo a llorar:
    «¿Te me ha arrebatado Fortuna, desgraciado muchacho,
    cuando empezaba a sernos favorable, a fin de que no vieras
    nuestros reinos ni fueras conducido en triunfo a la sede paterna?
    No había yo hecho esta promesa sobre ti a Evandro,
    tu padre, al partir cuando, abrazándome, me dejó
    marchar hacia un gran imperio y temeroso me advertía
    que eran hombres difíciles, combates con un duro pueblo.
    Y ahora él quizá, llevado de una vana esperanza,
    hasta hace sus votos y colma de presentes los altares.
    Nosotros, a un joven sin vida que nada debe a ninguno
    de los dioses acompañamos, tristes, con vana pompa.
    ¡Infeliz, que has de ver la muerte cruel del hijo!
    ¿Es éste el regreso y los triunfos que se esperaban de nosotros?
    ¿Es éste el valor de mi palabra? Mas no de vergonzosas
    heridas manchado la verás. Evandro, ni, como padre suyo,
    habrás de desear una muerte cruel para el hijo que huye. ¡Ay de mí,
    qué baluarte pierdes, Ausonia, y tú también, Julo!»
    Luego que así lloró, ordena levantar el cuerpo
    miserable y envía a mil soldados escogidos de todo
    el ejército a que le acompañen en los honores postreros
    y asistan a las lágrimas del padre, pequeño consuelo
    en un gran duelo, aunque debido a un padre infortunado.
    Otros, solícitos, tejen con varas de madroño
    y ramas de encina el entramado de un blando féretro, y dan sombra
    con techo de hojas al lecho así formado.
    Colocan entonces al joven en lo alto de la agreste cama;
    como la flor tronchada por el pulgar de una doncella,
    ya de la blanda violeta, ya del jacinto lánguido,
    a la que no dejaron aún ni su fulgor ni su belleza
    y no la alimenta ya la madre tierra ni fuerzas le brinda.
    Luego sacó Eneas dos vestidos de púrpura y oro
    recamados, que un día, contenta de sus labores,
    le había hecho con sus manos la sidonia Dido
    y había bordado las telas con hilo de oro.
    Con uno de ellos viste, entristecido, al joven, postrero
    honor, y cubre con un manto el cabello destinado a la pira,
    y muchos premios además de la batalla laurente
    amontona y ordena que sea llevado el botín en larga fila.
    Añade caballos y armas de los despojos del enemigo.
    Había atado también a la espalda las manos de los que mandaba
    como ofrenda a las sombras, para regar las llamas con sangre,
    y ordena que, vestidos de las armas enemigas,
    porten troncos los jefes y se claven los nombres de sus rivales.
    Llevan al infeliz Acetes, vencido por los años,
    ya hiriéndose el pecho con los puños, ya con las uñas la cara;
    se derrumba y cae al suelo con todo su cuerpo.
    Llevan también los carros manchados de sangre rútula.
    Detrás Etón, el caballo de guerra, privado de sus insignias,
    avanza llorando y baña su hocico con grandes lágrimas.
    Otros portan su lanza y su yelmo, pues Turno el resto
    lo tiene como su vencedor. Siguen luego los teucros, triste falange,
    y todos los etruscos y los arcadios con las armas vueltas.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 4:57 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    Después que había pasado gran parte del cortejo,
    Eneas lo detuvo y esto añadió con profundo suspiro:
    «A otras lágrimas nos llama desde ahora el mismo destino
    horrendo de esta guerra. Salve, noble Palante, para siempre,
    y para siempre adiós.» Y sin más decir a los altos
    muros se encaminaba y dirigía sus pasos al campamento.
    Y ya se habían presentado embajadores de la ciudad latina
    cubiertos con ramos de olivo a pedir una tregua:
    los cuerpos que el hierro había esparcido por los campos,
    que los entregara y permitiera enterrarlos bajo un túmulo,
    que ninguno era el pleito con los vencidos y privados del aire,
    que perdonase a los que un día trató de huéspedes y suegros.
    El bondadoso Eneas a los que súplicas no despreciables hacían
    responde con su venia y añade además estas palabras:
    «¿Qué inmerecida fortuna os enredó, latinos,
    en guerra tan grande, y os hace evitar nuestra amistad?
    ¿La paz me pedís para los que, sin vida, perecieron
    por azares de Marte? En verdad, quisiera concertarla también con los vivos.
    He venido porque los hados me asignaron el lugar y la sede
    y no hago la guerra con el pueblo; vuestro rey rompió
    nuestra hospitalidad y decidió acogerse a las armas de Turno.
    Mejor habría sido que Turno se hubiera enfrentado a esta muerte;
    si se dispone a acabar la guerra por la fuerza, si a expulsar
    a los teucros, debiera enfrentarse con estas armas mías:
    vivirá aquél a quien la vida le concedieran el dios o su diestra.
    Partid ahora y entregad al fuego a vuestros pobres ciudadanos.»
    Había dicho Eneas. Ellos, atónitos y en silencio,
    se cambiaban miradas sin atreverse a hablar.
    Entonces, anciano y siempre enemigo con odio
    y acusaciones del joven Turno, Drances inició así a su vez
    la respuesta: «Oh, grande por tu fama y mayor por tus armas,
    héroe troyano. ¿Con qué alabanzas te igualaré al cielo?
    ¿He de admirar primero tu justicia o tus gestas guerreras?
    Agradecidos llevaremos estas palabras a la ciudad de nuestros padres,
    y a ti, si Fortuna nos deja algún camino, con el rey Latino
    te uniremos. Que se busque Turno sus propios pactos.
    Y con gusto, además, levantaremos los sillares del destino
    y acarrearemos sobre nuestros hombros las piedras troyanas.»
    Así había dicho y todos gritaban lo mismo con una sola voz.
    Pactaron dos veces seis días y en el pacífico intervalo
    teucros y latinos vagaron sin peligro mezclados
    por bosques y colinas. Cruje el alto fresno bajo el hacha
    de hierro, abaten pinos que los astros tocaban,
    y no cesan de abrir con las cuñas el oloroso cedro
    y los robles ni de arrastrar en gimientes carretas los olmos.
    Y ya la Fama voladora, llevando por delante un dolor tan grande,
    colma a Evandro y de Evandro las casas y los muros,
    ella, que poco ha decía de Palante vencedor en el Lacio.
    Los arcadios corrieron a las puertas y según la antigua costumbre
    empuñaron antorchas funerales; reluce el camino con larga
    hilera de llamas que parte los campos en dos.
    La turba de frigios que viene a su encuentro alcanza
    al doliente ejército. Cuando las madres vieron que entraban
    en las casas, encienden con sus gritos la afligida ciudad.
    Y ninguna fuerza es capaz de sujetar a Evandro
    que se lanza a buscarle. Depositado el féretro,
    se arrojó sobre Palante y le abraza llorando y gimiendo,
    y apenas abrió por fin el dolor camino a las palabras:
    «No era ésta, Palante, la promesa que hiciste a tu padre
    de que con cuidado te habrías de entregar a un Marte cruel.
    Y no desconocía yo cuánto una nueva gloria puede
    en las armas y las mieles del triunfo en el primer combate.
    ¡Míseras primicias de un joven y en la guerra cercana
    dura iniciación yvotos y preces mías que ninguno
    de los dioses ha escuchado! Y tú, oh, santísima esposa,
    ¡feliz en tu muerte que no has llegado a este dolor!
    Yo, por el contrario, viviendo vencí a mi destino, para más durar
    siendo su padre. ¡Ojalá me hubieran abatido los dardos
    rútulos siguiendo las armas de Troya! Habría dado yo mi vida
    y a mí y no a Palante habría traído hasta casa este cortejo.
    Y no os he de culpar, teucros, ni a los pactos ni a las diestras
    que unimos en señal de hospitalidad; para mi vejez estaba preparada
    una suerte tan mala. Si prematura aguardaba
    la muerte a mi hijo, me servirá de consuelo que haya caído
    entre miles de volscos muertos, conduciendo a los teucros al Lacio.
    Y no podría yo honrarte, hijo mío, con funeral mejor
    que el piadoso Eneas y que los nobles frigios
    y que los jefes etruscos, que todo el ejército etrusco.
    Portan grandes trofeos de los que tu diestra ha enviado a la muerte;
    te alzarías ahora tú también como tronco imponente en los campos,
    si igual fuera su edad y la misma la fuerza de los años,
    Turno. Mas, ¿por qué, desdichado, demoro a los teucros lejos de sus armas?
    Id y llevad al rey en la memoria este recado:
    de que soporte una vida odiosa, muerto Palante,
    tu diestra es la causa, que ves nos debe a Turno
    al hijo y al padre. Sólo este mérito te falta
    y esta ocasión a tu suerte. No lo demando -no sería lícitocomo
    alegría de mi vida, sino para mi hijo en los Manes profundos.»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 4:59 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    La Aurora entretanto había sacado para los pobres mortales
    la luz de la vida, trayéndoles de nuevo afanes y fatigas.
    Levantaron las piras ya el padre Eneas, ya Tarconte
    en el curvo litoral. Aquí cada cual el cuerpo llevó de los suyos
    según la costumbre de sus padres, y prendiéndoles negro fuego
    ocultan el alto cielo con la calígine de la tiniebla.
    Tres vueltas dieron corriendo ceñidos de las brillantes armas
    en torno a las piras encendidas, tres veces recorrieron
    a caballo el triste fuego funeral y arrancaron alaridos de su boca.
    La tierra se cubre de lágrimas, se cubren las armas,
    llega al cielo el clamor de los hombres y el clangor de las tubas.
    Aquí unos arrojan al fuego los despojos arrebatados
    a los latinos muertos, los yelmos y las labradas espadas
    y los frenos y las ruedas ardientes; otros las conocidas ofrendas,
    los escudos de los suyos y las poco felices armas.
    Sacrifican por allí muchos cuerpos de bueyes a la Muerte
    y cerdos erizados y degüellan sobre las llamas muchas
    ovejas robadas de todos los campos. Luego por toda la playa
    ven arder a sus compañeros y guardan las piras
    medio apagadas sin poder retirarse hasta que la húmeda noche
    da vuelta al cielo tachonado de estrellas encendidas.
    Y también, muy lejos de allí, los míseros latinos
    erigieron innúmeras piras y entierran por un lado
    muchos cuerpos de soldados y por otro los toman
    y los llevan a los campos vecinos y a la ciudad los devuelven.
    El resto, un enorme montón de confusa matanza,
    sin número ni honores lo queman; brillan entonces por doquier
    las vastas llanuras con frecuentes hogueras.
    La luz tercera había retirado del cielo la gélida sombra;
    afligidos retiraban de las piras la alta ceniza y los huesos
    mezclados y los cubrían con una tibia capa de tierra.
    Ya dentro de las casas, en la ciudad del muy rico Latino,
    un sentido lamento y la parte mayor de un largo duelo.
    Aquí las madres y las pobres nueras, aquí los pechos queridos
    de las afligidas hermanas y los niños privados de sus padres
    maldicen una guerra cruel y los himeneos de Turno;
    que él mismo piden se enfrente con las armas y él con el hierro
    ya que reinar reclama en Italia y honores principales.
    Agrava esto implacable Drances y declara que sólo él
    es requerido, que llama a Turno solo al combate.
    En su contra se alzan con diversos argumentos muchas opiniones
    en favor de Turno, y lo ampara el peso del nombre de la reina,
    sustenta al héroe la fama inmensa de sus merecidos trofeos.
    En medio de todo esto, cuando más ardoroso era el tumulto,
    he aquí que llegan sombríos mensajeros de la gran ciudad
    de Diomedes con su respuesta: nada se ha logrado
    con gastos tan enormes, de nada han valido ni regalos
    ni oro ni grandes preces; otras armas han de buscar
    los latinos o pedir la paz al rey troyano.
    Se dejó vencer el propio rey Latino por una gran tristeza.
    De que a Eneas lo trae el destino por voluntad divina
    le advierten la ira de los dioses y los recientes túmulos que ve.
    Así que una gran asamblea y a los primeros de los suyos
    por su poder convocados reúne en los altos umbrales.
    Ellos acudieron y fluyen al palacio del rey
    llenando los caminos. Toma asiento en el centro, el mayor en edad
    y primero por su cetro, con ceño poco alegre Latino.
    Y entonces a los mensajeros llegados de la ciudad etolia
    manda contar lo que traen y exige las respuestas
    todas por orden. Guardaron así silencio las lenguas
    y Vénulo, obediente al mandato, comienza de este modo:
    «Hemos visto, ciudadanos, a Diomedes y el campamento argivo
    y hemos superado en nuestro camino todos los avatares,
    y llegamos a tocar la mano por la que cayó de Ilión la tierra.
    Él estaba fundando victorioso la ciudad de Argiripa,
    con el nombre de su raza patria, en los campos del Gárgano yápige.
    Luego que se nos introdujo y hablar pudimos con libertad
    delante de todos, ofrecemos los regalos, decimos el nombre y la patria,
    quiénes habían iniciado la guerra, qué motivos a Arpos nos llevaban.
    Con plácida boca así repuso él a cuanto oía:
    “Pueblos afortunados, oh, reinos de Saturno,
    ausonios venerables. ¿Qué fortuna os solicita
    en vuestra paz y os persuade a emprender guerras desconocidas?
    Cuantos violamos los campos de Ilión con el hierro
    (omito todo lo que realizamos guerreando al pie del alto muro
    y los héroes que arrastra aquel Simunte) hemos pagado todos
    infandos suplicios por el mundo y los castigos del crimen nuestro,
    grupo que hasta a Príamo daría pena; lo sabe el triste astro
    de Minerva y los escollos de Eubea y el vengador Cafereo.
    De aquella milicia, arrojados a distintas playas,
    Menelao el Atrida pasa su exilio en las columnas
    de Proteo y ha visto Ulises a los Ciclopes del Etna.
    ¿He de hablar del reino de Neoptólemo y los Penates arrasados
    de Idomeneo? ¿De los locros, hoy habitantes de la costa libia?
    El propio micénico, el general de los grandes aqueos
    cayó a la puerta de su casa a manos de su esposa
    maldita: a la vencida Asia acechaba un adúltero.
    ¿Y cómo no quisieron los dioses que, de regreso a las aras de la patria,
    pudiera yo vera mi anhelada esposa y la bella Calidón?
    Aún hoy continúan de horrible visión los portentos
    y los amigos desaparecidos buscaron el éter con sus plumas
    y vagan como aves de los ríos (¡ay, suplicios crueles
    de los míos!) y llenan los escollos de voces lastimeras.
    Esto debí esperármelo yo desde aquel día
    en que, loco de mí, ataqué con mi espada el cuerpo
    de la diosa y profané con una herida la diestra de Venus.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:01 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    o, en verdad, no me arrastréis a tales combates.
    Ni volveré a entrar en guerra con los teucros tras la caída
    de Pérgamo ni me acuerdo ni me alegro de viejos males.
    Los presentes que me ofrecéis de vuestras costas patrias,
    llevádselos a Eneas. Nos enfrentamos como armas enhiestas
    y hemos llegado a las manos; creed a quien conoce
    cuánto se yergue sobre su escudo, con qué remolino blande la lanza.
    Si la tierra del Ida hubiese alumbrado a otros dos hombres
    de su talla, hasta las ciudades de Ínaco habría venido
    el dárdano y lloraría Grecia con hados contrarios.
    Cuanto nos demoramos bajo los muros de la dura Troya,
    la victoria de los griegos se detuvo por la mano de Héctor
    y de Eneas, y arrastró sus pasos hasta el décimo año.
    Ambos insignes de coraje, ambos por la fuerza de sus armas,
    y éste mayor por su piedad. Que se unan las diestras en el pacto
    que se os propone, pero, ¡cuidado!, no se enfrenten armas con armas!”
    Y al tiempo has escuchado, óptimo rey, del cuál es
    la respuesta y cuál su parecer sobre esta gran guerra.»
    Apenas así los mensajeros, y un variado murmullo corrió
    por las turbadas bocas de los ausonios, como cuando detienen
    las rocas la rápida corriente, se forma un rumor en el remolino
    encerrado y tiemblan las orillas vecinas con las aguas que crepitan.
    En cuanto se aplacaron los ánimos y se calmaron las bocas temblorosas,
    tras hablar a los dioses comienza el rey desde su alto escaño:
    «Habría querido decidir antes sobre la suerte del reino,
    latinos, y mejor habría sido y no en tal circunstancia
    convocar la asamblea, cuando el enemigo está a las puertas.
    Libramos una guerra adversa, ciudadanos, contra una estirpe
    de dioses y unos hombres indómitos, a quienes ninguna batalla
    rinde y ni vencidos pueden abandonar su espada.
    Si habíais abrigado alguna esperanza de conseguir las armas etolias,
    deponedla. Cada cual es su propia esperanza. Pero veis cuán exigua
    es la nuestra. Cómo yace todo abatido en ruinas,
    a la vista está y al alcance de vuestras manos.
    Y no acuso a nadie. Cuanto valor pudo darse,
    se dio; se ha combatido con todas las fuerzas del reino.
    Ahora, por último, os expondré qué opinión alberga
    un corazón vacilante y (prestad atención) os lo diré con pocas palabras.
    Tengo de antiguo un campo cercano al río etrusco
    que se extiende hacia el ocaso hasta el territorio de los sicanos;
    lo siembran auruncos y rútulos y con su arado trabajan
    los duros collados y tienen en lo más áspero sus pastos.
    Toda esta región y la zona de pinos sobre el monte alto
    pase a la amistad de los teucros y justas cláusulas
    de un tratado pactemos y llamémosles aliados del reino.
    Establézcanse, si tanto lo desean, y funden su muralla.
    Pero si es su intención apoderarse de otros territorios
    y de otro pueblo y pueden abandonar nuestro suelo,
    construyamos con ítala madera dos veces diez naves,
    o, si más pueden llenar, madera hay suficiente
    junto a las aguas; que ellos mismos nos indiquen la forma
    y el número de barcos y les daremos el bronce, las manos y el astillero.
    Es más, para llevar mis palabras y firmar los pactos
    decreto que hayan cien parlamentarios de las mejores
    familias latinas y tiendan en su mano los ramos de la paz
    cargados de presentes, talentos de oro y marfil,
    y la silla y la trábea, insignias de nuestro reino.
    Deliberad entre vosotros y acudid en ayuda de una situación nada fácil.»
    Entonces Drances, siempre hostil y agitado
    con torcida envidia y amargos estímulos por la gloria de Turno,
    largo de medios y mejor de lengua, pero con diestra fría
    para la guerra, tenido por consejero no fútil,
    poderoso en los enfrentamientos (la nobleza de su madre
    le confería estirpe orgullosa, incierta por parte de padre),
    se levanta y carga y hace subir la ira con estas palabras:
    «Sometes a nuestra consideración, oh buen rey, un asunto
    para nadie oscuro que no precisa de palabras: todos saber confiesan
    qué está pidiendo la suerte del pueblo, mas decirlo no osan.
    Que dé libertad para hablar y deje libres las palabras
    aquel por cuyo infausto auspicio y costumbres siniestras
    (lo diré claramente, aunque me amenace con armas y muerte)
    cayeron las vidas de tantos jefes y vemos que se ha cubierto
    la ciudad entera de luto, mientras provoca al campo
    troyano confiando en la huida al tiempo que asusta al cielo con sus armas.
    Sólo uno has de añadir, oh el mejor de los reyes, un solo presente
    a esos que en gran cantidad ordenas sean enviados y asignados
    a los Dardánidas, y que no pueda vencerte la violencia
    de nadie al dar tu hija a un yerno egregio y a un digno
    himeneo y sellar esta paz con un pacto eterno.
    Pero si terror tan grande se ha apoderado de pechos y mentes,
    citémosle a él mismo y solicitemos de él mismo la venia:
    que consienta y devuelva al rey y a la patria su propio derecho.
    ¿Por qué tantas veces lanzas a estos pobres ciudadanos
    a riesgos manifiestos, oh para el Lacio causa y cabeza de los males presentes?
    No hay salvación en la guerra, todos la paz te reclamamos,
    Turno, y, a la vez, de la paz la única prenda inviolable.
    Yo el primero, a quien te imaginas tu enemigo (y nada
    me preocupa si lo soy), aquí vengo a suplicarte. Ten piedad
    de los tuyos, depón tu actitud y, derrotado, vete. Dispersados
    hemos visto ya bastantes muertes y despoblado grandes campos.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:03 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    O bien, si la fama te mueve, si coraje tan grande abrigas
    en tu pecho y si tanto ansías la real dote,
    sé valiente y ofrece, cara a cara, al enemigo tu pecho confiado.
    ¡Bien está que para que a Turno corresponda la real esposa,
    nosotros, almas viles, turba sin sepultura y sin lágrimas,
    nos amontonemos por los campos! Tú eres más bien, si fuerzas te quedan,
    si tienes algo del Marte de la patria, quien desafiar debe al que te reclama.»
    Con tales palabras se encendió la violencia de Turno.
    Gime y prorrumpe con estas voces de lo profundo del pecho:
    «Larga ocasión de hablar tienes siempre, Drances,
    justo cuando las guerras brazos reclaman, y acudes el primero
    si se convoca a los padres. Pero no hay que llenar la curia de palabras
    que vuelan grandiosas estando tú a cubierto mientras el valladar de los muros
    detiene al enemigo y no se inundan de sangre las fosas.
    Continúa tronando con tu discurso (como sueles) y acúsame
    de tener miedo tú, Drances, ya que tan gran montón de teucros
    muertos ha dejado tu diestra y todos los campos señalados
    de trofeos. De cuánto es capaz un valor vigoroso
    nos cabe experimentar, y está claro que no hay que buscar
    muy lejos al enemigo; rodean los muros por todas partes.
    Vayamos a su encuentro, ¿por qué dudas? ¿Es que siempre
    tendrás a Marte en el flato de tu lengua y en esos
    pies tuyos prestos a correr?
    ¿Yo, derrotado? ¿Me dirá alguien con razón derrotado,
    más que oprobioso, si puede ver el Tíber crecer henchido
    de la sangre troyana y cómo ha caído con su estirpe
    la casa entera de Evandro y a los arcadios privados de sus armas?
    No así me han conocido Bitias y Pándaro el grande
    y los mil que vencedor mandé al Tártaro en un día,
    encerrado en sus muros y atrapado por el terraplén del enemigo.
    ¿No hay salvación en la guerra? Ve a cantar así, loco,
    a la cabeza de los dárdanos y a tus propios asuntos. No ceses
    de turbarlo todo con gran miedo y de ensalzar a los hombres
    de un pueblo dos veces derrotado y de humillar, por contra, las armas de
    Latino.
    Ahora hasta los jefes de los mirmídones tiemblan ante las armas frigias,
    ahora hasta el hijo de Tideo y Aquiles de Larisa,
    y huye, y retrocede el río Áufido perseguido por las ondas adriáticas.
    Y simula estar asustado de mis enconos
    y exacerba su acusación y su impostura con miedo fingido.
    Nunca un alma de esa calaña (no temas) bajo esta diestra
    habrás de perder; que viva contigo y permanezca en este pecho.
    Me dirijo ahora, padre, a ti y a tu importante decreto.
    Si no depositas ya confianza alguna en nuestras armas,
    si tan dejados estamos y por un contratiempo del ejército
    hemos caído del todo y no puede regresar nuestra suerte,
    pidamos la paz y tendamos unas diestras incapaces.
    Pero, ¡ay si quedase algo de nuestro antiguo valor!
    Afortunado en los afanes es para mí antes que los otros
    y de egregio corazón aquel que, por no ver estas cosas,
    cayó muriendo y mordió una vez el polvo con su boca.
    Mas si tenemos recursos e intacta nuestra juventud
    y nos queda aún la ayuda de las ciudades ítalas y sus pueblos,
    y si tanta sangre ha costado a los troyanos
    su gloria (tienen también sus muertos e igual para todos
    es la tormenta), ¿por qué flojeamos sin vergüenza
    en el primer umbral? ¿Por qué temblamos antes de que suene la tuba?
    Muchas cosas el día y el mudable trabajo del tiempo diverso
    han vuelto mejores, con muchos jugó la Fortuna
    regresando cambiada ylos puso de nuevo en seguro.
    No tendremos la ayuda del etolio y de Arpos, sea;
    pero estará Mesapo y el feliz Tolumnio y los caudillos
    que tantos pueblos enviaron, y gloria no pequeña
    seguirá a cuantos reclutamos por el Lacio y los campos laurentes.
    También está Camila, del pueblo ilustre de los volscos,
    al frente de tropas a caballo y batallones que relucen de bronce.
    Pero si es a mí a quien retan los teucros en singular combate
    y así os parece y tanto estorbo al interés común,
    no escapó la Victoria de estas manos ni las odia de tal modo
    que rehúse yo arriesgar algo a cambio de esperanza tan grande.
    Le haré frente animoso incluso si supera al gran Aquiles,
    incluso si, como él, lleva en sus manos las armas
    de Vulcano. Yo, Turno, que no estoy por debajo de nadie
    en el valor de nuestros padres, os he ofrecido mi vida a vosotros
    y a Latino, mi suegro. ¿Que sólo a mí reclama Eneas?
    Que me reclame, lo pido. Si es esto ira de dioses, que no lo pague
    Drances con su muerte; ni lo recoja, si esto es valor y gloria.»
    Ellos se dedicaban a discutir agriamente sobre lo dificil
    de la situación; Eneas levantaba el campamento y sus tropas.
    Hete aquí que, en medio de gran tumulto, la noticia
    se cuela en la mansión real y llena de terrores la ciudad:
    los teucros en formación de combate y las tropas tirrenas
    descendían del río Tíber llenando todo el valle.
    Al punto se turbaron los ánimos y se agitaron del pueblo
    los corazones y aumentó su cólera con duro acicate.
    Se agarran nerviosos a las armas, « ¡armas!», gritan los jóvenes,
    los padres lloran y murmuran afligidos. Entonces de todos lados
    se alza al aire un gran clamor de opiniones enfrentadas,
    no de otro modo que cuando las bandadas de aves
    se posan en lo hondo del bosque o en la corriente del Padusa,
    rica en peces, cantan por los locuaces estanques los roncos cisnes.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:05 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    «Muy bien, ciudadanos -aprovecha Turno la ocasión-,
    seguid reunidos y alabad, sentados, la paz;
    ellos corren en armas contra el reino.» Y sin más decir
    se levantó y salió de la alta mansión presuroso.
    «Tú, Vóluso, ordena a los manípulos de los volscos armarse.
    Guía -dice- también a los rútulos. Desplegad Mesapo y Coras, tú,
    con tu hermano en armas la caballería a lo ancho del campo.
    Refuercen unos las entradas de la ciudad y ocupen las torres;
    el resto del ejército, que tome sus armas y me siga.»
    Al punto de toda la ciudad se corre a los muros.
    El mismo padre Latino abandona sus grandes planes
    y la asamblea, y, turbado por la triste circunstancia, los pospone
    y mucho se reprocha el no haber antes aceptado
    al dardanio Eneas y no haberlo traído por yerno a la ciudad.
    Otros cavan delante de las puertas o acarrean piedras
    y estacas. Cruenta señal da la ronca bocina
    de guerra. Entonces en abigarrada corona ciñeron
    los muros madres y niños, que a todos reclama la labor postrera.
    Y acude también al templo y a la elevada fortaleza
    de Palas la reina con gran séquito de mujeres,
    llevando ofrendas, y le acompaña a su lado la virgen Lavinia,
    causa de mal tan grande, bajos los ojos pudorosos.
    Les siguen las mujeres y el templo llenan de humo de incienso
    y dejan escapar voces afligidas desde el alto umbral:
    «Señora de las armas, guía en la guerra, virgen Tritonia:
    rompe con tu mano las flechas del pirata frigio y túmbalo
    boca abajo en el suelo y derríbalo al pie de las altas puertas.»
    El propio Turno, loco de excitación, se apresta al combate.
    Y ya revestido de la rutilante coraza estaba erizado
    de escamas de bronce y había encerrado en oro sus piernas,
    desnudo aún de sienes, y habíase ceñido la espada al costado,
    y resplandecía en oro al descender corriendo de la alta ciudadela
    y exulta de ánimos y en su esperanza se apodera ya del enemigo;
    cual el caballo cuando, rompiendo sus cadenas, escapa
    libre al fin del establo y dueño del campo abierto
    busca los pastos y la manada de yeguas,
    o acostumbrado a bañarse en conocida corriente de agua,
    brinca y relincha con la cerviz enhiesta al aire,
    gozoso, y le juegan las crines por el cuello, por el lomo.
    A su encuentro corrió, seguida del ejército de volscos,
    Camila y descendió la reina del caballo en la misma
    puerta y toda la cohorte la imitó dejando los caballos
    y echaron pie a tierra; entonces dice así:
    «Turno, si alguna confianza merece el valiente tenerse,
    oso y prometo enfrentarme a los escuadrones de Enéadas
    y, sola, salir al encuentro de los jinetes tirrenos.
    Déjame probar la primera con mis tropas los riesgos de la guerra.
    Tú quedate junto a las murallas con la infantería y guarda las defensas.»
    Turno a esto, con los ojos clavados en la joven temible:
    «Oh, virgen, gloria de Italia, ¿qué gracias podré darte
    y ofrecerte a cambio? Mas de momento, ya que ese valor tuyo
    está por encima de todo, comparte conmigo el trabajo.
    Eneas, según cuentan noticias fidedignas y los exploradores
    enviados, ha mandado por delante con intención aviesa las armas
    ligeras de caballería a batir los campos; él, a su vez, por la cima
    desierta del monte avanza sobre la ciudad las cumbres superando.
    Preparo un ardid de guerra en un curvo sendero del bosque
    para bloquear con hombres armados las dos salidas del camino.
    Tú debes tomar posiciones y aguantar a la caballería tirrena;
    a tu lado estará el fiero Mesapo con los escuadrones latinos
    y las tropas de Tiburto, y asume tú el papel de comandante.»
    Así dice, y con palabras iguales exhorta a Mesapo
    al combate y a los jefes aliados y marcha contra el enemigo.
    Hay un valle de curvos rodeos, apropiados para las tretas
    y los engaños de las armas, que ve cubierto de densos bosques
    sus negros costados, a donde conduce un estrecho sendero
    y abren paso cerradas gargantas y difícil acceso.
    Sobre él, como atalaya y en lo más alto del monte,
    se extiende una escondida planicie y un abrigo seguro,
    bien si quieres correr al combate por derecha e izquierda,
    bien atacar desde lo alto y hacer rodar enormes peñascos.
    Hacia aquí se dirige el joven por caminos conocidos
    y ocupó este lugar y acampó en los bosques inicuos.
    A la rápida Opis mientras tanto en las celestes regiones,
    una de sus vírgenes compañeras y de su sagrada tropa,
    llamaba la hija de Latona y estas tristes palabras
    le daba de su boca: «A una guerra cruel marcha Camila,
    doncella mía, y en vano ciñe nuestras armas,
    aunque la quiero más que a todas. Pues no es que le haya venido
    a Diana un nuevo amor y movido su corazón con dulzor repentino.
    Expulsado del reino por odio a su poder orgulloso,
    Métabo, al salir de la antigua ciudad de Priverno,
    se llevó a su niña entre los avatares de la guerra
    como compañera de exilio, y la llamó Camila
    cambiando en parte el nombre de su madre Casmila.
    Él mismo la llevaba ante sí en el regazo por los largos collados
    de los bosques solitarios; dardos crueles le asediaban por doquier
    y revoloteaban alrededor los volscos desplegando su tropa,
    y hete aquí que, a mitad de su fuga, había crecido el Amaseno
    con abundante espuma, tan gran tormenta había descargado
    de las nubes. Él, dispuesto a nadar, por amor a la niña
    se retrasa y teme por su carga querida. Esta decisión dura
    tomó de pronto mientras todo revolvía en su interior:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:06 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    una maza enorme que por suerte en la robusta mano llevaba
    como arma de guerra, llena de nudos y de madera adusta,
    encerrando en ella a su hija con el corcho de la silvestre corteza
    la envuelve y la ata con cuidado al centro de la lanza.
    Y blandiéndola con diestra poderosa así dice al éter:
    “Tú que habitas los bosques, a ti, benigna virgen Latonia,
    yo, su padre, te la consagro como sierva; con tus armas primeras
    en las manos escapa, suplicante, del enemigo por los aires. Acógela
    como tuya, te lo ruego, diosa, ahora que la encomiendo a vientos inciertos.”
    Dijo, y lanzando hacia atrás el brazo blande con fuerza
    el astil; resonaron las ondas, sobre la rápida corriente
    escapa la pobre Camila en la lanza estridente.
    Y Métabo, cuando ya encima se le echaba la gran caterva,
    se arroja al río y vencedor la lanza con la niña,
    regalo de la Trivia, arranca del tapiz de hierba.
    Ninguna casa lo acogió, ni las murallas de ninguna
    ciudad (y él nunca, con su bravura, se habría rendido),
    y llevó una vida de pastores en los montes solitarios.
    Aquí criaba a su hija entre zarzas y por caminos
    erizados con las mamas de una yegua y leche de animales,
    exprimiendo sus ubres sobre los labios tiernos.
    Y cuando la niña había dejado las primeras huellas
    de las plantas de sus pies, armó sus manos de aguda jabalina
    y colgó de sus pequeños hombros el arco y las flechas.
    En vez de oro en el pelo, en vez de largo manto que la cubra,
    cuelga de su cabeza por la espalda una piel de tigre.
    Ya entonces disparó dardos infantiles con tierna mano
    y volteó en torno a su cabeza la honda de pulida correa.
    Y abatió una grulla estrimonia o un blanco cisne.
    Muchas madres de las ciudades etruscas la quisieron
    en vano por nuera; sola, con Diana se conforma
    y sin mancha cultiva un amor eterno por los dardos
    y la virginidad. ¡Ya me gustaría que no se hubiese dejado ganar
    para un servicio tal, tratando de hostigar a los teucros!
    Me sería ahora muy querida y una de mis compañeras.
    Pero, ea, puesto que hados acerbos la están acechando,
    desciende, Ninfa, del cielo y visita los territorios latinos,
    donde un triste combate se libra con infausto presagio.
    Toma esto y saca de la aljaba una flecha vengadora;
    con ella me pague, quienquiera que profane con su herida
    el cuerpo sagrado, ítalo o troyano, igual castigo con su sangre.
    Luego yo misma en el hueco de una nube llevaré al sepulcro
    el cuerpo de la infortunada y sus armas intactas y la devolveré a la patria.»
    Dijo, y Opis, dejándose caer por las auras ligeras del cielo,
    resonó con su cuerpo envuelto en negro remolino.
    Se acercan entretanto las fuerzas troyanas a los muros,
    y los jefes etruscos y todo el ejército de jinetes
    agrupados por número en escuadrones. Suenan por toda la llanura
    los caballos de sonoros cascos que brincan y luchan con los frenos
    por volverse a uno y otro lado; el campo de hierro aparece
    [erizado de lanzas en gran extensión y arden los llanos con las armas
    enhiestas.
    Y asoman contra ellos Mesapo y los veloces latinos
    y Coras con su hermano y el ala de la virgen Camila,
    haciéndoles frente en el llano y con las diestras tendidas
    ofrecen de lejos sus lanzas y hacen vibrar los dardos,
    y se inflama la llegada de los hombres y el relinchar de los caballos.
    Y ya, luego que estuvieron a tiro de flecha, unos y otros
    se habían detenido; de pronto rompen a gritar y espolean
    los fieros caballos. De todas partes salen a la vez dardos
    espesos como copos de nieve que cubren el cielo con su sombra.
    Al punto se atacan empujando sus lanzas enfrentadas
    Tirreno y el bravo Acónteo y provocan el choque primero
    con gran estrépito y rompen y quiebran los pechos
    con los pechos de sus cuadrúpedos; Acónteo, despedido
    a la manera de un rayo o de la bala sacudida por la catapulta,
    cae a lo lejos y esparce la vida por los aires.
    Se confunden al instante los frentes y se retiran los latinos
    echando hacia atrás los escudos y vuelven los caballos hacia la muralla;
    empujan los troyanos y Asilas, al frente, conduce las tropas.
    Y ya llegaban a las puertas y de nuevo los latinos
    alzan su grito y hacen volver los blandos cuellos
    y huyen los otros y retroceden largo trecho a rienda suelta.
    Como el mar cuando avanzando con alterno flujo
    ya rola hacia tierra y baña por encima los escollos
    con su ola de espuma y llega a tragarse el final de la arena,
    ya regresa raudo hacia atrás empapando al recoger las olas
    las rocas y deja en la playa efímero vado:
    dos veces los etruscos llevaron a los rútulos hasta la muralla;
    dos veces, rechazados, miran hacia atrás guardándose las espaldas con los
    escudos.
    Pero luego que se enfrentaron por tercera vez,
    todas las líneas se enzarzaron y elige al hombre el hombre,
    así que finalmente se escucha el gemir de los que mueren
    y cuerpos y armas bañados en sangre y se revuelcan los caballos
    sin vida entre los hombres muertos, se hace feroz el combate.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:09 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    Orsíloco clavó su lanza en el caballo de Rémulo,
    que miedo le daba atacarle, y dejó el hierro bajo la oreja;
    enloquece el alto animal con el golpe, y, sin soportar el dolor,
    se pone de patas levantando el pecho
    y rueda aquél despedido por el suelo. Cátilo a Yolas
    derriba y a Herminio, grande de corazón,
    grande de cuerpo y de armas, cuya desnuda cabeza cubre
    rubia melena; desnudos van sus hombros y no teme las heridas:
    así de grado se ofrece a las armas. En su ancha espalda le vibra
    la lanza arrojada y, atravesando al héroe, le dobla de dolor.
    Por todas partes corre negra la sangre; siembran la ruina
    con su espada peleando y buscan una hermosa muerte entre las heridas.
    Entre tan gran matanza exulta la Amazona,
    un pecho descubierto para el combate, Camila con su aljaba,
    y bien multiplica flexibles astiles lanzándolos con la mano,
    bien incansable empuña con la diestra la pesada segur;
    suena el arco de oro en su hombro y las armas de Diana.
    Ella asimismo, si a veces volvía la espalda rechazada,
    apunta con el arco hacia atrás dardos fugitivos.
    Y con ella compañeras escogidas, la virgen Larina
    y Tula y Tarpeya que blande la segur de bronce,
    hijas de Italia a quienes eligió como ornato propio la divina
    Camila, buenas asistentes en la paz y en la guerra:
    igual que las tracias Amazonas cuando recorren las riberas
    del Termodonte y luchan con sus armas pintadas,
    bien junto a Hipólita, bien cuando vuelve en su carro,
    marcial, Pentesilea, y entre gran tumulto de alaridos
    exultan los ejércitos de mujeres con sus peltas lunadas.
    Virgen fiera, ¿a quién tumbas primero con tu dardo
    y a quién después? ¿O cuántos cuerpos moribundos por tierra?
    Euneo, en primer lugar, el hijo de Clitio; al hacerle frente
    le atraviesa con una larga lanza su pecho descubierto.
    Él cae vomitando ríos de sangre y muerde
    cruento el polvo y rueda al morir sobre su propia herida.
    Vienen después Liris y Págaso, uno mientras recoge las riendas
    derribado del caballo herido y el otro
    por acercarse y ofrecer al caído una diestra inerme,
    a la vez ambos caen de cabeza. Añade a éstos Amastro
    Hipótades y persigue, acosándolos de lejos con su lanza,
    a Téreo y a Harpálico, a Demofonte y a Cromis,
    y cuantos dardos salieron volando de la mano de la virgen,
    tantos guerreros frigios cayeron. Lejos cabalga con armas
    desconocidas órnito, cazador en su caballo Yápige,
    cuyas anchas espaldas cubre una piel arrancada
    a un novillo mientras combate, y la cabeza le protege la enorme
    boca abierta y las mandíbulas de un lobo con sus blancos dientes,
    y arma sus manos agreste maza; él se mueve
    entre las tropas y saca por encima su cabeza.
    Ella, sorprendiéndolo (no fue difícil al volverse la columna),
    lo atraviesa, y le dice además con pecho enemigo:
    «¿Creíste, tirreno, que con fieras andabas por el bosque?
    El día ha llegado que conteste a vuestras palabras
    con armas de mujer; sin embargo, te llevarás a los Manes
    de tus padres gloria no pequeña: haber caído a manos de Camila.»
    A continuación, a Orsffoco y Butes, dos grandes cuerpos
    entre los teucros. A Butes, de espaldas, le clavó la lanza
    entre el yelmo y la loriga por donde asoma el cuello
    según ya sentado y cuelga del brazo izquierdo el escudo;
    burla a Orsíloco dando en su huida una gran vuelta
    y, en giro más pequeño, persigue al perseguidor.
    Entonces, alzándose más, por las armas del soldado y por sus huesos
    redobla la pesada segur, aunque le implora y le suplica
    muchas cosas; riega la herida su cara con el tibio cerebro.
    Cayó sobre ella y, de pronto asustado por su visión, se detuvo
    el hijo guerrero de Auno, habitante del Apenino,
    no el último de los lígures mientras el hado mentir le dejaba.
    Y él, cuando comprende que con ninguna carrera
    puede escapar ni alejarse de la reina que le acosaba,
    comenzando a tender sus lazos con ingenio y astucia,
    dice así: «¿Qué hay de glorioso si, aunque mujer, te confías
    a un valiente caballo? Deja de huir y el cuerpo a cuerpo
    busca conmigo en suelo llano y combate pie a tierra.
    Ya verás a quién causa daño una gloria vana.»
    Dijo y entonces ella, furiosa y encendida por agrio dolor,
    pasa el caballo a una compañera y se planta con armas iguales,
    a pie, con la espada desnuda, valiente con su escudo sin insignias.
    Mas el joven, pensando que ha salido bien su engaño, escapa volando
    (sin tardanza) y se aleja fugitivo volviendo grupas
    y espolea al rápido cuadrúpedo con su talón de hierro.
    «Lígur embustero y en vano engreído en tu ánimo soberbio,
    has intentado inútilmente, falaz, las artes patrias,
    y tu truco no habrá de devolverte incólume al mentiroso Auno.»
    Así dice la virgen y hecha fuego con sus rápidas plantas
    adelanta corriendo al caballo y agarra de frente sus bridas,
    lo asalta y toma venganza de la sangre enemiga:
    con igual facilidad el gavilán, ave sagrada, de lo alto de una roca
    se lanza con sus alas sobre la paloma que asoma altísima en las nubes
    y la tiene agarrada y la destripa con sus curvas garras;
    caen entonces del cielo la sangre y las plumas arrancadas.
    Mas el sembrador de dioses y hombres no está sentado, excelso,
    en el supremo Olimpo sin observar con mil ojos estas cosas.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:10 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    El padre incita al etrusco Tarconte a una lucha
    sin cuartel y con no blando estímulo provoca su encono.
    Así que llega Tarconte a caballo entre los muertos y las tropas
    que se retiran y con voces diversas instiga a las alas
    llamando a cada cual por su nombre y a los rechazados devuelve al combate.
    «¿Qué miedo, tirrenos que todo lo aguantáis, como siempre
    indolentes, qué cobardía tan grande se ha colado en vuestros corazones?
    ¡Una mujer os pone en fuga y rompe vuestras líneas!
    ¿Para qué el hierro empuñamos o estos dardos inútiles?
    Mas no sois perezosos para Venus y las batallas nocturnas
    o cuando la curva flauta invita a las danzas de Baco.
    ¡Esperad las viandas y las copas de una mesa repleta
    (ésa es vuestra pasión y vuestro celo) mientras anuncia el arúspice
    propicio el sacrificio y una pingüe víctima os llama a los bosques profundos!»
    Esto dicho, espolea él mismo su caballo hacia el centro,
    dispuesto a morir, y como un torbellino se pone frente a Vénulo
    y agarra con la diestra al enemigo al tiempo que lo arroja del caballo
    y a galope tendido lo lleva en sus brazos con gran violencia.
    Se alza al cielo el clamor y todos los latinos
    volvieron a él sus ojos. Vuela fogoso Tarconte por la llanura
    llevando las armas y al guerrero; entonces de la punta de la lanza del otro
    arranca el hierro y busca las partes descubiertas
    por donde infligir la herida mortal; él, a su vez, resistiéndose,
    sujeta la diestra lejos del cuello y esquiva la fuerza con la fuerza.
    Como cuando el águila leonada se lleva volando a lo alto
    una serpiente y la agarró con sus patas y le clavó las garras,
    mas la culebra, herida, hace girar su cuerpo sinuoso
    y yergue sus escamas erizadas y silba con la boca
    lanzándose hacia arriba; ella no ataca menos con su curvo
    pico a la que se resiste y a la vez azota el aire con las alas.
    No de otro modo saca en triunfo Tarconte su presa
    de las líneas tiburtinas. En pos del éxito y el ejemplo de su jefe
    atacan los meónidas. Entonces Arrunte, deuda del destino,
    mejor con la jabalina y su gran pericia, a la veloz Camila
    rodeó y busca por dónde probar mejor fortuna.
    Allá donde en medio del combate se lanza Camila fiera,
    allá acude Arrunte, y sigilosamente sigue sus pasos;
    por donde, vencedora, regresa ella y se aleja del enemigo,
    por ahí el joven a escondidas dirige sus rápidas riendas.
    Y éstos y los otros lugares y todos sus movimientos
    sigue por doquier y blande con intención aviesa su lanza certera.
    Por caso Cloreo, un día sacerdote consagrado al Cíbelo,
    brillaba destacado a lo lejos entre las armas frigias
    y espoleaba a su espúmeo caballo a quien cubría
    una piel de escamas de bronce como plumas cosida en oro.
    Él también, reluciente de exótica púrpura parda,
    disparaba flechas de Gortina con el arco licio;
    de oro colgaba el arco de sus hombros y de oro el yelmo
    del vate; había recogido además en un nudo la clámide
    azafrán y los pliegues de lino, crepitantes de oro amarillo,
    bordada con aguja su túnica y la bárbara ropa de las piernas.
    A éste la virgen, bien por clavar en los templos armas
    troyanas; bien por vestirse en sus cacerías con el oro
    apresado, sólo a él de cuantos andaban enfrentados
    perseguía, ciega y desprevenida a lo largo de toda la línea
    ardía con un ansia de mujer por el botín y los despojos,
    cuando Arrunte, por fin llegada la ocasión, desde su escondite
    lanza su dardo e invoca a los dioses de esta manera:
    «El mejor de los dioses, Apolo guardián del santo Soracte,
    a quien veneramos los primeros y por quien alimentamos en los bosques
    la llama de pino y, confiados en la piedad, entre el fuego
    caminamos tus adoradores sobre muchas ascuas;
    dame, padre, terminar con esta deshonra de nuestras armas,
    todopoderoso. No busco el botín o el trofeo
    de la virgen derrotada, ni despojo alguno; otras hazañas
    me darán la fama. Que caiga derribada por la herida
    esta peste terrible y volveré sin gloria a las ciudades de mi patria.»
    Lo escuchó Febo y acordó en su corazón concederle
    parte de su voto y parte dispersó en el aire volátil.
    Concedió al suplicante derribar a Camila sorprendida
    por repentina muerte; mas que su alta patria regresar le viera
    no se lo dio, y las ráfagas se llevaron su voz a los Notos.
    Así que cuando escapada de la mano silbó la lanza por las auras,
    los volscos le prestaron toda su atención y todos pusieron
    sus ojos en la reina. Mas nada advirtió ella
    del silbido, del aire o del dardo que venía del éter,
    hasta que la lanza se clavó con fuerza bajo el pecho
    descubierto y en lo profundo bebió la sangre de la virgen.
    Acuden presurosas sus compañeras y abrazan a su dueña
    que se desploma. Arrunte huye más asustado que nadie
    con una mezcla de miedo y alegría y no se atreve ya a confiar
    en su lanza o a enfrentarse a los dardos de la virgen.
    Y como el lobo aquel, tras matar a un pastor o a un gran novillo
    y antes que le persigan los dardos enemigos, se esconde
    al punto y se pierde en lo profundo del monte,
    consciente de su atrevida acción, y doblando la cola
    temblorosa la mete bajo el vientre y se encamina a los bosques;
    no de otro modo Arrunte, raudo, se apartó de la vista
    y contento con escapar se metió entre las armas.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Nov 20, 2020 5:12 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XI. CONT.

    Ella se muere e intenta arrancar el dardo con su mano, mas entre los huesos,
    hasta las costillas llega en profunda herida la punta de hierro.
    Se apaga exangüe, se apagan sus ojos mortalmente
    helados, el color de púrpura un día abandona su cara.
    Entonces así se dirige moribunda a Acca sola
    de sus iguales, que era fiel más que todas a Camila
    y con ella compartía las cuitas, y así le dice:
    «Hasta aquí, Acca hermana mía, he podido: amarga herida me vence
    ahora y todo alrededor se oscurece de tinieblas.
    Escapa y lleva a Turno mis últimos recados:
    que entre en combate y aleje a los troyanos de la ciudad.
    Y ahora, adiós.» Con estas frases al tiempo dejaba las riendas
    cayendo a tierra sin quererlo; poco a poco se fue quedando
    helada por todo el cuerpo, y posó el cuello
    lánguido y la cabeza vencida por la muerte, dejando las armas,
    y se le escapa la vida con un gemido, doliente, a las sombras.
    Entonces se alza un inmenso clamor que hiere los astros
    de oro; muerta Camila se recrudece el combate,
    atacan a la vez en apretada formación toda la tropa de los teucros
    y los jefes etruscos y los escuadrones arcadios de Evandro.
    Mas, alta, sentada está hace tiempo en la cumbre de los montes
    Opis, guardiana de Trivia, y sin miedo contempla los combates.
    Y en cuanto, a lo lejos, entre el clamor de jóvenes furiosos
    vio a Camila abatida de triste muerte,
    gimió y sacó de lo hondo del pecho estas palabras:
    «¡Ay! ¡Demasiado, virgen, demasiado cruel
    castigo has pagado porque osaste hostigar a los teucros!
    Y no te ha valido el haber honrado a Diana a solas
    entre las zarzas, ni el haber llevado al hombro nuestra aljaba.
    Sin embargo, no te ha abandonado tu reina sin gloria
    en esta hora final de la muerte, ni sin fama quedará tu fin
    por los pueblos, ni sufrirás la infamia de no ser vengada.
    Pues quienquiera que ha profanado tu cuerpo con la herida
    lo pagará con merecida muerte.» Al pie de un alto monte se alzaba,
    enorme, la tumba de Derceno, antiguo rey laurente,
    bajo un montón de tierra cubierta por umbrosa encina;
    aquí se posa primero la bellísima diosa en rauda
    maniobra y de lo alto del túmulo vigila a Arrunte.
    Cuando lo vio con las armas brillando y henchido en vano:
    «¿Por qué -dice- te marchas a otra parte? Dirige aquí tus pasos,
    ven a morir aquí, de modo que recibas una digna recompensa
    de Camila. ¿No morirás tú por las flechas de Diana?»
    Dijo y sacó veloz saeta la tracia
    de la aljaba de oro y la tensó amenazante en el arco
    y mucho lo dobló hasta que se tocaron
    los curvos extremos y quedaban las manos a la misma altura,
    la izquierda en la punta de hierro, la derecha en la cuerda y el seno.
    Al punto escuchó Arrunte el estridor del dardo, y, a la vez,
    el aire silbando, y se clavó el hierro en su cuerpo.
    De él, moribundo y suspirando por última vez, se olvidaron
    los compañeros y lo dejaron en el ignoto polvo de los campos.
    Opis se deja llevar por sus alas al etéreo Olimpo.
    Al perder a su reina, huye el primero el escuadrón ligero de Camila,
    asustados huyen los rútulos, huye el bravo Atinas
    y los dispersos caudillos y los manípulos abandonados
    buscan lo seguro, y, retirándose, huyen a caballo a las murallas.
    Y nadie hay ya capaz de enfrentarse a los teucros que acosan
    y les llevan la muerte, con flechas o cuerpo a cuerpo;
    llevan en los lánguidos hombros arcos flojos,
    y el casco de los cuadrúpedos bate a la carrera el llano polvoriento.
    Llega a los muros una negra nube de polvo
    removido y desde las torres las madres se golpean el pecho
    y lanzan a los astros del cielo un clamor de mujeres.
    Quienes, corriendo, irrumpieron los primeros por las puertas abiertas,
    a ésos les acosa la turba enemiga en formación confusa
    y no escapan de una muerte desgraciada, y en el mismo umbral,
    en las murallas de la patria junto al refugio de sus casas,
    entregan la vida, acribillados. Otros cerraron las puertas
    y no se atreven a abrir paso a sus amigos ni en las murallas
    a recibir a los que suplicaban, y se produce penosísima matanza
    de quienes defendían con armas los accesos y quienes contra las armas se
    lanzaban. Rechazados ante los propios ojos de sus padres llenos de lágrimas,
    caen unos rodando de cabeza en los fosos empujados
    por la aglomeración; otros, ciegos, a galope tendido
    se lanzan contra las puertas y los duros postes atrancados.
    Las propias madres en desesperado intento desde los muros
    (así se lo señala el verdadero amor a la patria, al ver a Camila)
    arrojan temblando dardos con sus manos y remedan el hierro
    con troncos de dura madera y palos afilados al fuego
    y se arrojan, y arden por ser las primeras en morir por su muralla.
    Entretanto la crudelísima noticia alcanza a Turno
    en los bosques y refiere Acca al joven el enorme desastre:
    deshechas las tropas de los volscos, muerta Camila,
    los enemigos se les echaban encima y con la ayuda de Marte
    con todo acababan y llevaban ya el miedo a las murallas.
    Él, fuera de sí (y así lo demanda la voluntad cruel de Júpiter),
    abandona el asedio de los montes, deja los ásperos bosques.
    Apenas había salido de su atalaya y ocupaba la llanura,
    cuando el padre Eneas entró en los desfiladeros libres
    y franquea las alturas y sale de la umbrosa selva.
    Ambos, así, se dirigen rápidamente a los muros
    con todo su ejército y no se llevan mucha ventaja;
    y a la vez Eneas vio a lo lejos el hervor
    del polvo de los campos y el ejército laurente,
    y al terrible Eneas reconoció Turno entre sus armas
    y escuchó el ruido de los pasos y el relinchar de los caballos.
    Y al punto entraran en combate e intentaran la lucha,
    si no bañase ya el purpúreo Febo sus cansados caballos
    en el agua de Hiberia, y, al pasar el día, trajese la noche.
    Plantan ante la ciudad sus campamentos y atrincheran las murallas.

    FIN DEL LIBRO XI


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 5:55 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA


    LIBRO XII

    Turno, aun cuando ve que ceden los latinos quebrantados
    por un Marte adverso, que se le exigen ahora las promesas,
    que a él se dirigen todos los ojos, arde implacable aún más
    y levanta su ánimo. Como el león aquel en los campos de Cartago
    que, tocado en el pecho por una grave herida de los cazadores,
    lanza entonces sus armas al ataque y se goza sacudiendo
    la abultada melena en su cerviz e impávido quiebra
    el dardo clavado del mercenario y ruge con la boca ensangrentada.
    No de otro modo crece la violencia en el fogoso Turno.
    Se dirige entonces así al rey y comienza sombrío de esta manera:
    «No hay duda ninguna en Turno, ni razón para que los Enéadas
    cobardes retiren su desafío o rechacen lo pactado.
    Parto para el combate. Cumple el rito, padre, y prepara la tregua.
    O con esta diestra mía enviaré al Tártaro al dardanio
    desertor de Asia (que se sienten y lo vean los latinos)
    y yo solo responderé con mi espada a la común ofensa,
    o que nos someta a su poder y reciba a Lavinia por esposa.»
    A él le respondió Latino con ánimo sosegado:
    «Oh, joven de valeroso corazón, cuanto tú destacas
    por tu fiereza, tanto más justo es que yo
    delibere y sopese, prudente, todas las salidas.
    Tienes los reinos de tu padre Dauno, tienes muchas ciudades
    tomadas por la fuerza y tiene además Latino oro y coraje;
    hay en el Lacio otras muchas sin casar y en los campos laurentes,
    que no desmerecen por su linaje. Deja que cosas no fáciles de decir
    descubra sin engaños y graba ala vez esto en tu corazón:
    no me estaba permitido unir a mi hija con ninguno de los antiguos
    pretendientes, y así lo anunciaban todos los dioses y los hombres.
    Vencido por tu amor, vencido por la sangre emparentada
    y por las lágrimas de mi afligida esposa, rompí todos los vínculos;
    dejé a mi yerno sin su prometida, empuñé armas impías.
    Ves por ello, Turno, qué azares a mí me persiguen
    y qué guerras, cuántas fatigas eres el primero en sufrir.
    Dos veces vencidos en un gran combate, defendemos apenas en la ciudad
    las esperanzas ítalas; se calientan de nuevo las aguas del Tíber
    con nuestra sangre y blanquean de huesos las grandes llanuras.
    ¿A dónde me dejo llevar una y otra vez? ¿Qué locura me hace cambiar de
    idea?
    Si, desaparecido Turno, dispuesto estoy a aceptarlos por aliados,
    ¿por qué no evito mejor el combate cuando aún vive?
    ¿Qué dirán mis parientes rútulos, qué el resto
    de Italia si a la muerte (¡la fortuna desmienta mis palabras!)
    te entrego, pretendiente de mi hija y de nuestra boda?
    Estudia las alternativas de la guerra, ten piedad de tu anciano
    padre a quien hoy, afligido, separa de ti la lejana
    patria Árdea.» En modo alguno se abate la violencia de Turno
    con estas palabras; aumenta más aún y se agrava con la medicina.
    En cuanto pudo hablar, insistió de esta manera:
    «Todo ese afán de protegerme, te suplico, óptimo padre, ese afán
    depón y déjame sufrir la muerte a cambio de la gloria.
    También nosotros, oh padre, dardos y hierro no flojo lanzamos
    con la diestra, y de sus heridas mana igualmente la sangre.
    Él tendrá lejos a su divina madre, sin que cubrir pueda
    su huida con nube mujeril y ocultarse en sombras vanas.»
    Mas la reina, asustada de la nueva suerte del combate,
    lloraba y dispuesta a morir sujetaba al yerno ardiente:
    «Turno, yo a ti por estas lágrimas, por el nombre de Amata
    si es que te importa algo. Tú eres ahora su única esperanza,
    tú el descanso de su mísera vejez, en tus manos la honra y el poder
    de Latino, en ti se apoya toda mi casa vacilante.
    Esto sólo te pido: no acudas al combate con los teucros.
    Sea cual sea el resultado que te aguarda en ese duelo,
    también a mí, Turno, me aguarda; al tiempo dejaré
    esta odiada luz y no veré, cautiva, a Eneas de yerno.»
    Escuchó Lavinia las palabras de su madre entre lágrimas
    que regaban sus mejillas encendidas; un intenso rubor
    las hizo arder y corrió por su rostro caliente.
    Como si alguno mancha con púrpura de sangre
    el marfil de la India o como enrojecen los blancos lirios
    al mezclarse con muchas rosas, tal color presentaba el rostro de la muchacha.
    A él lo turba el amor y clava su mirada en la muchacha;
    arde más por las armas y con pocas palabras dice a Amata:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 5:57 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA


    LIBRO XII. CONT.

    «No, te ruego, no me persigas con lágrimas ni con agüero
    tan fatal cuando me lanzo al encuentro del duro Marte,
    madre mía; pues Turno no puede demorar libremente su muerte.
    Tú, Idmón, sé mi mensajero y lleva al tirano frigio estas
    palabras mías que no han de placerle. Llevada en sus ruedas de púrpura
    en cuanto enrojezca en el cielo la Aurora de mañana,
    que no lleve a los teucros contra los rútulos; descansen las armas de rútulos
    y teucros, decidamos esta guerra con nuestra sangre
    y conquiste a su esposa Lavinia en aquel llano.»
    Luego que dijo esto y rápido se retiró a su tienda,
    pide sus caballos y goza viéndolos relinchar ante él;
    la propia Oritía los entregó como premio a Pilumno
    y ganaban a la nieve en blancura y en rapidez al viento.
    Los rodean sus atentos aurigas y con la palma de la mano
    acarician y palmean sus pechos y les peinan las crines del cuello.
    Él mismo después rodea sus hombros con la loriga
    rígida de oro y blanco oricalco y a la vez coloca en su sitio
    la espada y el escudo y las puntas de su roja cresta,
    la espada que el mismo dios señor del fuego había forjado
    para su padre Dauno metiéndola al rojo en las aguas estigias.
    Luego, ase con fuerza la pesada lanza que se alzaba
    apoyada a una columna en el centro de la sala,
    despojo del aurunco Áctor, y blandiéndola la hace vibrar
    al tiempo que grita: «Ahora, lanza mía que nunca has defraudado
    mis ruegos, ahora es el momento; antes el grandísimo Áctor
    y ahora te lleva de Turno la diestra; concédeme abatir su cuerpo
    y arrancar y destrozar con fuerte mano la loriga
    del frigio afeminado y manchar en el polvo sus cabellos
    rizados con el hierro caliente y empapados de mirra.»
    Con tal furia se agita y de toda la cara le saltan
    chispas encendidas, brilla el fuego en sus ojos salvajes,
    como lanza el toro al inicio de la lucha mugidos
    terribles o trata de llevar la ira a sus cuernos
    sacudiendo el tronco de un árbol y a los vientos desafía
    con sus embestidas o se prepara para pelear barriendo la arena.
    Entretanto no menos terrible con las armas de su madre
    aguza Eneas su Marte y se inflama de ira,
    satisfecho de dirimir la guerra con el pacto propuesto.
    Conforta entonces a sus compañeros y el miedo del afligido Julo
    haciéndoles ver el destino, y ordena llevar respuesta cierta
    al rey Latino y que los mensajeros le presenten condiciones de paz.
    Nació el día siguiente y apenas regaba con su luz
    las cumbres de los montes, cuando primero se alzan del profundo abismo
    los caballos del Sol y luz respiran por las narices abiertas.
    Bajo las murallas de la gran ciudad midiendo el campo
    para el duelo los rútulos y los hombres de Troya disponían
    hogares en el centro, y para los dioses comunes altares
    de hierba. Otros portaban agua y fuego cubiertos con la falda
    de franjas de púrpura y ceñidas las sienes de verbena.
    Avanza la legión de los ausónidas y a puertas llenas
    se derraman los escuadrones armados. Acude luego todo
    el ejército troyano y el tirreno con armas diversas,
    cubiertos de hierro no de otro modo que si les convocase
    la fiera cita de Marte. Y entre tantos miles dan vueltas
    los propios caudillos, soberbios de púrpura y oro:
    Mnesteo del linaje de Asáraco y el fuerte Asilas
    y Mesapo domador de caballos, prole de Neptuno.
    Y cuando, al darse la señal, cada cual ocupó su sitio,
    clavan en tierra las lanzas y apoyan los escudos.
    Entonces acudieron con ansia las madres y el pueblo inerme
    y los ancianos sin fuerzas ocuparon las torres y las azoteas
    de las casas; otros se colocan en lo alto de las puertas.
    Mas Juno (¡ay!) desde lo alto de un monte (que hoy Albano
    se llama: no tenía entonces ni nombre, ni culto, ni fama)
    vigilaba observando la llanura y ambas
    líneas de laurentes y troyanos y la ciudad de Latino.
    Al punto así habló a la hermana de Turno,
    una diosa a otra diosa, que preside los pantanos y los ríos
    sonoros (a ella Júpiter, el alto rey del éter,
    le concedió este honor al arrancarle la virginidad):
    «Ninfa, gloria de los ríos, gratísima a nuestro corazón,
    sabes cómo a ti sola entre todas las latinas cuantas
    subieron al ingrato lecho del generoso Júpiter
    te he preferido y te he dado con gusto un lugar en el cielo.
    Aprende, Yuturna, y no me acuses, tu propio dolor.
    Hasta donde Fortuna parecía consentir y las Parcas dejaban
    que las cosas fueran bien para el Lacio, he protegido a Turno y tus murallas.
    Ahora veo que el joven se enfrenta a hados desiguales
    y se acerca el día de las Parcas y la fuerza enemiga.
    No puedo contemplar este duelo con mis ojos, ni el pacto.
    Tú, si te atreves a algo más eficaz por tu hermano,
    adelante, puedes hacerlo. Quizá días mejores aguardan a los desgraciados.»
    Apenas acabó cuando Yuturna se deshizo en lágrimas
    y tres y cuatro veces golpeó su hermoso pecho con la mano.
    «No es hora ésta de lágrimas -dice Juno Saturnia-.
    Date prisa y, si hay algún medio, salva a tu hermano de la muerte;
    o provoca tú misma la guerra y rompe el pacto conseguido.
    Inspiro yo tu atrevimiento.» Exhortándola así la deja
    indecisa y con el ánimo turbado por triste herida.
    Llegan entretanto los reyes y Latino sobre su carro
    de cuatro caballos impresionante (le ciñen
    las sienes brillantes doce rayos de oro,
    emblema del Sol, su abuelo), va Turno sobre su biga blanca,
    agitando con la mano dos astiles de ancho hierro.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:02 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    Luego el padre Eneas, origen de la estirpe romana,
    ardiente con su escudo de estrellas y sus armas celestes
    y Ascanio a su lado, segunda esperanza de la gran Roma,
    salen del campamento, y el sacerdote vestido de blanco puro
    llevó una cría de la erizada cerda y una oveja
    intonsa y acercó los animales a los altares encendidos.
    Aquéllos, con los ojos vueltos hacia el sol naciente,
    ofrecen harina salada con las manos y marcan con el hierro
    las sienes de los animales, y liban con las páteras los altares.
    Entonces Eneas piadoso reza de este modo con la espada enhiesta:
    «Sé ahora, Sol, mi testigo en esta invocación junto con la tierra
    por la que soportar he podido tantas fatigas,
    y el padre todopoderoso y tú, su Saturnia esposa
    (más favorable ya por fin, te suplico), y tú, ínclito Marte,
    que toda guerra pliegas, padre, a tu voluntad;
    a las fuentes y a los ríos invoco y a todas las divinidades
    del alto éter y a todos los poderes divinos del mar cerúleo:
    si acaso la victoria cae del lado del ausonio Turno,
    acordado queda que los vencidos se retiren a la ciudad de Evandro,
    Julo dejará los campos y nunca más empuñarán sus armas,
    rebeldes, los Enéadas ni desafiarán a estos reinos con la espada.
    Si, por el contrario, sonríe la Victoria a nuestro Marte
    (como creo mejor y mejor con su numen lo confirmen los dioses),
    no haré yo que los ítalos obedezcan a los teucros
    ni pido el reino para mí: ambos pueblos, invictos,
    se pongan bajo leyes iguales en eterno pacto.
    Ritos y dioses les daré; tenga sus armas Latino, mi suegro,
    y su dominio soberano mi suegro: para mí levantarán
    los teucros murallas y Lavinia dará su nombre a la ciudad.»
    Así Eneas el primero, así le sigue después Latino
    mirando hacia el cielo y tiende su diestra a las estrellas:
    «Yo por lo mismo juro, Eneas, por la tierra, el mar, las estrellas
    y la doble estirpe de Latona y Jano bifronte,
    y el poder de los dioses infernales y los sagrarios del severo Dite;
    escuche esto el padre que con su rayo sanciona los pactos.
    Toco los altares y llamo entre vosotros por testigos a fuegos y dioses:
    ningún día habrá de romper a los ítalos esta paz y este pacto,
    salgan como salgan las cosas; ni a mí, que así lo quiero, me moverá
    fuerza alguna, no, aunque por medio de un diluvio pueda
    confundir la tierra con las aguas y hacer que caiga el cielo hasta el Tártaro,
    igual que este cetro (pues por caso llevaba el cetro en la diestra)
    nunca echará ramas de leve fronda ni sombras,
    puesto que fue arrancado un día en las selvas desde la raíz
    y carece de madre y perdió por el hierro su cabello y sus brazos;
    árbol un tiempo, hoy la mano del orfebre lo encerró entre adornos
    de bronce y lo entregó a los padres latinos para que lo llevasen.»
    Con tales palabras confirmaban entre ellos su pacto
    ante la general contemplación de los próceres. Luego, según el rito
    consagradas degüellan ante el fuego las víctimas y vivas les arrancan
    las vísceras, y colman los altares de fuentes rebosantes.
    Pero a los rútulos ese duelo desigual les parecía
    ya y sentimientos diversos se mezclaban en sus pechos,
    y más aún cuando les ven llegar no iguales en fuerzas.
    A ello contribuye el caminar con paso callado de Turno
    venerando suplicante el altar con los ojos bajos,
    así como sus juveniles mejillas y la palidez del cuerpo del joven.
    En cuanto su hermana Yuturna vio que se extendían
    los murmullos y que cambiaba el lábil parecer del pueblo.
    entre los soldados simulando el aspecto de Camerte,
    que desde los antepasados tenía una estirpe gloriosa y era famoso
    el renombre del valor de su padre, valerosísimo él también con las armas,
    se mete entre los soldados, sabedora de las condiciones,
    y siembra rumores diversos, y dice de este modo:
    «¿No os da vergüenza, rútulos, ofrecer una sola vida
    a cambio de tantas tan valiosas? ¿Es que no somos iguales
    en número o fuerzas? Vaya, no son más que arcadios y troyanos
    y el escuadrón del destino, la Etruria hostil a Turno:
    apenas tenemos enemigos, si combatimos uno a uno.
    Él en verdad seguirá a los dioses, ante cuyós altares
    se ofrece, en fama, y vivo andará de boca en boca;
    nosotros perderemos la patria y a obedecer a amos orgullosos
    nos veremos obligados, ya que ahora nos sentamos tranquilos por los
    campos.»
    Se encendió la opinión de los jóvenes con tales palabras
    más y más aún y serpea la agitación entre los soldados;
    los mismos laurentes cambiaron y los mismos latinos.
    Quienes ya ansiaban el descanso en el combate y de la patria
    la salvación quieren ahora armas, y piden que se rompa
    el pacto y lamentan la inicua suerte de Turno.
    Otra cosa aún mayor añade a esto Yuturna, y envía
    del alto cielo una señal, la más eficaz en turbar
    el corazón de los ítalos y en engañarles con su visión.
    Pues surcando el rojo cielo, el águila leonada de Jove
    perseguía a las aves de la ribera y a la ruidosa turba
    del alígero ejército, cuando, de pronto, cae hasta las olas
    y se lleva feroz en sus garras un bellísimo cisne.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:04 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    Concentraron su atención los ítalos, y todos los pájaros
    abandonan entre graznidos su huida (asombrosa visión)
    y oscurecen el éter con sus alas y acosan por las auras
    a su enemigo formando una nube, hasta que se rindió vencida
    por la fuerza y el peso de la carga y dejó escapar el águila la presa
    de sus garras al río y a lo lejos se perdió entre las nubes.
    Saludan entonces los rútulos con gritos el augurio
    y aprestan sus brazos y el primero el augur Tolumnio
    dice: «Esto era, esto, lo que yo tantas veces he pedido.
    Siento y reconozco a los dioses; bajo mi guía, desgraciados,
    corred a las armas, que un extranjero feroz con la guerra
    os espanta como a débiles aves, y por la fuerza arrasa
    vuestras costas. Escapará él también y llevará sus velas
    bien lejos. Vosotros, cerrad filas como un solo hombre
    y defended peleando al rey que se os ha arrebatado.»
    Dijo, y abalanzándose disparó su dardo contra los enemigos
    que tenía enfrente; lanza el cornejo su estridente silbido
    y corta certero el aire. Al punto sigue a esto un gran clamor,
    y todas las filas se agitaron y se inflamaron los corazones con el tumulto.
    Enfrente justo se encontraban los bellísimos cuerpos
    de nueve hermanos, tantos cuantos leal esposa
    tirrena diera, ella sola, al arcadio Galipo. Vuela la lanza
    y atraviesa a uno de ellos por donde se pega al vientre
    el cosido cinturón y muerde la fíbula las correas del costado,
    al joven de hermosa figura y relucientes armas
    le traspasa las costillas y lo tumba en la rubia arena.
    Y sus hermanos, falange ya animosa ahora de dolor inflamada,
    empuñan unos las espadas y otros el hierro volador
    arrebatan y ciegos se lanzan. Acuden a su encuentro
    las tropas de laurentes y en seguida se desbordan apretados
    los troyanos y los agilinos y los arcadios de pintadas armas;
    así, igual ansia se apodera de todos por decidir con el hierro.
    Saquearon los altares, vuela por todo el cielo agitada
    tempestad de dardos y estalla una tormenta de hierro,
    retiran las crateras y los fuegos. Huye el propio Latino
    llevándose de nuevo los dioses ofendidos por la ruptura del pacto.
    Preparan otros los carros o ponen sus cuerpos de un salto
    sobre los caballos y aparecen con las espadas enhiestas.
    Mesapo, ansioso por desbaratar el pacto, al rey tirreno
    Aulestes, que portaba su insignia de rey,
    aterra enfrentándosele a caballo; cae éste al retirarse
    y rueda, desgraciado, de cabeza y hombros con las aras
    que tenía a la espalda. Mas enardecido vuela hasta él con su lanza
    Mesapo y con ella, como una viga, lo hiere gravemente
    desde lo alto del caballo, aunque mucho suplicaba, y así dice:
    « ¡Ya lo tiene! Es ésta la mejor víctima ofrecida a los grandes dioses.»
    Acuden los ítalos y despojan los miembros calientes.
    Al ataque, arranca Corineo del ara un tizón quemado
    y a Ebiso que corría preparando su golpe
    le llena la cara de llamas: prendió su barba enorme
    y olió al arder. Le sigue aún aquél
    y agarra con la izquierda la cabellera del turbado enemigo
    y le hace morder el polvo poniéndole encuna la rodilla;
    de esta guisa hiere con la rígida espada el costado. Podalirio a Also,
    un pastor que irrumpía en primera fila entre los dardos,
    persiguiéndole le da alcance con la espada desnuda. Mas él, blandiendo
    la segur, abre por la mitad la frente y el mentón del adversario
    y riega en gran extensión las armas con la sangre esparcida.
    Un duro descanso cayó sobre sus ojos y un sueño
    de hierro, se oculta su luz para una noche eterna.
    El piadoso Eneas, por su parte, tendía su diestra inerme
    con la cabeza descubierta y llamaba a gritos a los suyos:
    «¿A dónde corréis? ¿De dónde nace esta repentina discordia? ¡
    Reprimid, ay, vuestra ira! Acordado está ya el pacto
    y fijadas todas sus leyes. Mío sólo es el derecho a combatir,
    dejadme y alejad el miedo. Yo firmaré pactos
    firmes con mi mano; estas víctimas me deben ya a Turno.»
    En medio de estas palabras, entre razones tales,
    he aquí que hasta el héroe se escapó una flecha de alas estridentes
    sin que se sepa qué mano la lanzó, con qué impulso voló,
    quién brindó a los rútulos, si un dios o el azar,
    gloria tan grande; en secreto quedó la fama de la hazaña
    y nadie se jactó de la herida de Eneas.
    Turno, al ver que Eneas se retiraba de la formación
    y a sus jefes turbados, arde inflamado por súbita esperanza;
    reclama sus caballos y a la vez las armas, y sube orgulloso
    de un salto al carro y sacude con las manos las riendas.
    Pensando en muchas cosas entrega a la muerte a valientes guerreros.
    Arrolla a muchos, medio muertos: o devora las filas
    con su carro o arroja a los que huyen lanzas robadas.
    Cual sanguinario Marte cuando junto a las aguas
    del gélido Hebro, agitado, golpea su escudo y los salvajes
    caballos lanza al galope, a guerra tocando, y ellos a campo abierto
    vuelan más que los Notos y el Céfiro, gimen los confines
    de Tracia bajo el golpe de sus cascos y alrededor se agitan
    los fantasmas del negro Terror, de la Ira y la Insidia, séquito del dios:
    así azuza Turno, impetuoso, en medio del combate
    sus caballos humeantes de sudor, saltando sobre los enemigos
    muertos sin piedad; el rápido casco salpica rocíos
    de sangre y pisa una arena ensangrentada.
    Y entregó ya a la muerte a Esténelo y a Támiro y a Folo,
    a éste de cerca y a éste, al otro de lejos; de lejos a ambos
    Imbrásidas, a Glauco y a Lades, a los que Ímbraso mismo
    había criado en Licia y había adornado con armas iguales
    para llegar a las manos o para ganar a caballo a los vientos.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:05 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    En parte distinta se mete en el centro del combate Eumedes,
    prole preclara en la guerra del antiguo Dolón
    que llevaba al abuelo en el nombre y al padre en el arrojo y las manos;
    éste un día como llegara a espiar al campamento de los dánaos,
    osó reclamar para sí en recompensa el carro del Pelida,
    y le pagó el Tidida con premio bien distinto
    por tal hazaña y no aspira ya a los caballos de Aquiles.
    Cuando Turno lo divisó a lo lejos en campo abierto,
    persiguiéndole antes con la lanza ligera largo trecho,
    detiene su pareja de caballos y salta del carro y se lanza
    sobre él, caído ya sin aliento, y pisándole el cuello con el pie
    le arranca la espada de la diestra y le clava su brillo
    hasta el fondo en la garganta y añade además:
    «¡Aquí tienes, troyano, los campos y la Hesperia que buscaste
    con la guerra! ¡Mídelos con tu cuerpo! Estos premios reciben
    quienes osan probarme con la espada. Así levantan sus murallas.»
    Con la punta de su lanza hace que le acompañe Asbistes,
    y Clóreo y Síbaris y Dares y Tersíloco
    y, resbalando del lomo de su caballo montaraz, Timetes.
    Y como el aliento del Bóreas edonio cuando silba
    en lo profundo del Egeo y persigue a las olas hasta la playa;
    por donde cayeron los vientos se escapan las nubes al cielo:
    así ante Turno, allí donde se abre camino, ceden los escuadrones,
    corren revueltas las filas; su propio ímpetu lo lleva
    y al correr del carro agita la brisa su penacho volador.
    No aguantó Fegeo sus amenazas ni el rugir de su ánimo
    y se lanzó contra el carro y torció con la diestra los hocicos
    espumantes por los frenos de los caballos lanzados al galope.
    Mientras lo arrastran y cuelga del yugo, indefenso, lo alcanza
    una ancha lanza que se clava y desgarra la loriga
    de doble malla y llega a probar el cuerpo con una herida.
    Él, sin embargo, iba vuelto hacia el enemigo cubierto
    con su escudo y trata de defenderse sacando la espada
    cuando una rueda y el eje lanzado a la carrera lo empujaron
    y lo lanzaron de cabeza al suelo y Turno, alcanzándole
    entre el final del casco y el borde superior de la coraza,
    la cabeza le quitó con la espada y dejó su tronco en la arena.
    Y mientras, vencedor, tanta muerte causa Turno por los campos,
    Mnesteo entretanto y el fiel Acates y Ascanio
    con ellos se llevaron al campamento ensangrentado a Eneas,
    que cada dos pasos se apoyaba en su larga lanza.
    Su enfurece y se empeña en arrancar el dardo
    de la caña quebrada y pide como remedio el camino más rápido,
    que corten la herida con la hoja de la espada y abran del todo
    el escondite de la flecha y lo manden de nuevo al combate.
    Y estaba ya a su lado aquel que Febo amaba más que a los demás,
    el Yásida Yápige, a quien un día, cautivo de violento amor,
    Apolo mismo, satisfecho, sus propias artes y sus atributos
    le ofrecía, el augurio, la cítara y las rápidas flechas.
    Él, para prolongar la vida del padre moribundo,
    prefirió conocer los poderes de las hierbas y su uso
    para curar y practicar sin gloria un arte callado.
    Estaba Eneas de pie gritando amargamente apoyado en enorme
    lanza, en presencia de muchos jóvenes y de Julo
    afligido, inmóvil a las lágrimas. El viejo, ceñido,
    con el manto recogido a la manera peonia,
    con el poder de su mano y la fuerza de las hierbas de Febo
    mucho se afana en vano, en vano mueve el dardo
    con la diestra y agarra el hierro con tenaz pinza.
    Ninguna Fortuna gobierna su camino, en nada le asiste Apolo
    su protector y un cruel espanto se hace más y más intenso
    en la llanura y más se acerca la desgracia. Ya ven que se forma
    en el cielo una nube de polvo: están llegando los jinetes y una lluvia de dardos
    cae en el corazón del campamento. Sube al éter un triste clamor
    de jóvenes combatientes que caen bajo un Marte severo.
    Venus entonces, conmovida como madre por el indigno dolor
    de su hijo, recoge el díctamo en el Ida cretense,
    el tallo de hojas rugosas que en una flor acaba
    de púrpura; no desconocen esta hierba las cabras
    agrestes cuando se clavan en su lomo las flechas voladoras.
    Venus, con la figura escondida en una oscura nube,
    lo trajo y con él tiñe el agua vertida en un brillante
    cuenco, curando en secreto, y la riega con los jugos
    de la salutífera ambrosía y con la pánace olorosa.
    Fomenta con este brebaje la herida el longevo Yápige,
    sin saberlo, y de pronto escapa de su cuerpo
    todo dolor, dejó de manar sangre la herida profunda.
    Y salió al fin la flecha siguiendo sin que nadie la forzase
    la mano y volvieron de nuevo a su sitio las antiguas fuerzas.
    «Rápido, las armas del héroe. ¿Por qué estáis parados?» exclama
    Yápige y enciende el primero los ánimos contra el enemigo.
    «No salen estas cosas de humanos recursos ni de un arte
    magistral, y no es mía, Eneas, la mano que te cura.
    Alguien mayor lo hace y un dios, de nuevo, te envía a empresas mayores.»
    Él, ávido de combate, había encerrado en oro sus piernas
    por una y otra parte, y detesta el retraso y vibra su lanza.
    Luego que ajusta el escudo al costado y la loriga a la espalda,
    abraza a Ascanio rodeado por completo de armas
    y besándole suavemente a través del yelmo, le dice:

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:07 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    «Aprende de mí, muchacho, el valor y el esfuerzo verdadero,
    y de otros la fortuna. Ahora mi diestra te dará
    protección en la guerra y te conducirá entre grandes trofeos.
    Tú, en cuanto haya madurado tu edad, procura
    recordarlo y, repitiéndote en el corazón los ejemplos de los tuyos,
    te inciten tu padre Eneas y Héctor, tu tío.»
    Después de pronunciar estas palabras, se lanzó enorme por la puerta
    blandiendo en su mano pesada lanza; a la vez en apretadas filas
    corren Anteo y Mnesteo y toda la turba sale
    del campamento abandonado. Se cubre entonces el llano
    de un polvo cegador y tiembla la tierra sacudida por sus pasos.
    Los vio Turno llegar desde el opuesto terraplén,
    lo vieron los ausonios y corrió por dentro de sus huesos
    helado temblor; antes que ninguno de los latinos Yuturna
    escuchó y reconoció el alboroto y huyó despavorida.
    Vuela Eneas y arrastra negra columna en campo abierto.
    Cual la nube cuando, desatada la tormenta, avanza
    por el mar hacia tierra (los corazones, ay, de los desgraciados campesinos
    lo presienten de lejos y se estremecen: abatirá sus árboles
    y arrasará sus sembrados, todo arramblará en gran extensión);
    vuelan por delante y llevan su bramido a la playa los vientos.
    Tal conduce su ejército el caudillo reteo
    contra el enemigo y todos se agrupan en apretadas
    cuñas. Hiere Timbreo con la espada al grande Osiris,
    Mnesteo mata a Arcetio y a Epulón Acates
    y a Ufente Gías; cae también Tolumnio el augur,
    el primero que lanzara su dardo contra los enemigos.
    Álzase el clamor hasta el cielo y a su vez rechazados
    por los campos los rútulos dan la espalda en polvorienta fuga,
    y Eneas no se digna en abatir de muerte a los que huyen
    ni a quienes le hacen frente a pie firme ataca ni a los que lanzan
    sus dardos: dando vueltas por la densa calígine
    busca sólo a Turno, sólo a él le exige el duelo.
    Agitada por esta inquietud en su corazón, la virago Yuturna
    a Metisco, el auriga de Turno, en medio de sus riendas,
    lo lanza fuera, y apartado del timón lo deja lejos;
    se pone ella misma y lleva en sus manos las ondulantes correas
    todo simulando, la voz, el cuerpo y las armas de Metisco.
    Como cuando por las grandes salas de un rico señor
    vuela y con sus alas recorre los patios profundos la negra golondrina,
    capturando pequeñas presas y alimento para los gárrulos nidos,
    y ya por los pórticos vacíos, ya alrededor de los estanques
    húmedos suena: así Yuturna entre los enemigos
    avanza con sus caballos y a todo se enfrenta volando en el rápido carro
    y aquí y allá deja ver a su hermano en triunfo
    sin permitirle combatir, y vuela lejos sin rumbo definido.
    Eneas, no menos, recorre en su persecución las torcidas vueltas
    y persigue al héroe y entre las formaciones deshechas con gran
    voz le llama. Cuantas veces echó la vista al enemigo
    e intentó a la carrera la fuga de los alados caballos,
    tantas veces Yuturna dio la vuelta y cambió la dirección del carro.
    ¡Ay! ¿Qué puede hacer? En vano fluctúa en olas cambiantes
    y diversos afanes su atención reclaman a partes distintas.
    Y así Mesapo, veloz en la carrera, que en la izquierda
    llevaba por caso dos pesadas lanzas de punta de hierro,
    blandiendo una de ellas se la arrojó con golpe certero.
    Se detuvo Eneas, y, poniéndose de rodillas,
    se protegió con sus armas; mas la lanza veloz aún le arrancó
    la punta del yelmo y lo dejó sin los penachos más altos.
    Crecen entonces las iras y, empujado por las trampas
    cuando advirtió que se alejaban los caballos y se llevaban el carro,
    invocando profundamente a Júpiter y las aras del pacto violado,
    se lanza ya por fin al centro y con Marte propicio
    provoca terrible espantosa matanza sin distinción
    alguna y libera todas las riendas de su enojo.
    ¿Qué dios podrá ahora explicarme con versos tanta desgracia?
    ¿Quién las diversas matanzas y la muerte de los jefes a quienes por uno
    y otro lado en toda la llanura persigue ya Turno, ya el héroe
    troyano? ¿Te plugo que se enfrentaran con tan gran tumulto,
    Júpiter, pueblos que debían vivir bajo una paz eterna?
    Eneas al rútulo Sucrón (primer encuentro que detuvo
    en su lugar a los teucros que huían) sin gran resistencia
    lo ataca de costado, y, por donde más veloces son los hados, la espada
    cruel le traspasó las costillas y la reja del pecho.
    Turno a Amico, caído del caballo, y a su hermano Diores,
    haciéndoles frente a pie, a uno según venía con la larga punta
    y al otro con la espada les hiere, y cuelga del carro
    las dos cabezas cortadas y las lleva chorreando sangre.
    Eneas envía a la muerte á Talos y Tanais y al fuerte Cetego
    los tres en un solo encuentro, y al triste Onites,
    nombre equionio, del linaje de su madre Peridía.
    El otro a los hermanos llegados de Licia y de los campos de Apolo
    y a Menetes, el joven que en vano odió las guerras,
    arcadio, que tenía su trabajo junto a las aguas de Lerna
    rica en peces y su humilde morada sin conocer los deberes
    de los poderosos, y sembraba su padre una tierra arrendada.
    Y como fuegos encendidos por partes diversas
    en una selva árida o en crepitantes ramas de laurel,
    o cuando en rápida carrera de lo alto de los montes
    caen resonando espúmeos torrentes y corren al mar
    y arrasa cada uno su camino: así de impetuosos
    ambos, Turno y Eneas, se lanzan al combate; ya, ya
    arde la ira por dentro y estallan los pechos que no conocen
    la derrota, ya se busca la herida con todas las fuerzas.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:09 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    Éste a Murrano, orgulloso de sus mayores y de los nombres
    antiguos de sus abuelos y de su estirpe, que toda bajaba de los reyes latinos,
    lo lanza de cabeza con una piedra y el torbellino
    de una enorme roca y lo tumba en el suelo; lo arrollaron las ruedas
    entre los yugos y las correas, y con repetida pisada le golpea
    encima el casco veloz de los caballos, olvidados de su dueño.
    El otro sale al encuentro de Hilo que se le echaba encima
    gritando a grandes voces y apunta su tiro a las sienes doradas;
    la lanza se le quedó clavada en el cerebro a través del casco.
    Y a ti tampoco, Créteo, el más valiente de los griegos, tu diestra
    te libró de Turno, ni protegieron sus dioses a Cupenco
    de la llegada de Eneas; colocó su pecho en el camino
    de hierro y de nada le valió al pobre su escudo de bronce.
    A ti también, Éolo, te vieron las llanuras laurentes
    sucumbir y cubrir mucho suelo con tu espalda.
    Caes, y no pudieron las falanges argivas tumbarte
    ni el que acabó con los reinos de Príamo, Aquiles;
    aquí estaba la meta de tu muerte: tu alta casa al pie del Ida,
    de Lirneso tu alta casa, en el suelo laurente tu sepulcro.
    Todas las líneas se enfrentaron ya y todos los latinos,
    todos los Dardánidas, Mnesteo y el fiero Seresto
    y Mesapo domador de caballos y el fuerte Asilas
    y la falange de los etruscos y los escuadrones arcadios de Evandro;
    se empeñan por sí cada uno los soldados en el supremo esfuerzo,
    sin dilación ni reposo contienden en vasto combate.
    En este punto su bellísima madre inspiró a Eneas el pensamiento
    de ir hacia los muros y dirigir a la ciudad su ejército
    con rapidez y golpear a los latinos con repentina derrota.
    Él según va siguiendo a Turno entre tropas diversas
    aquí y allá dando vueltas al campo, ve la ciudad
    inmune ante guerra tan grande e impunemente tranquila.
    Al momento le encendió la imagen de una guerra mayor:
    llama a Mnesteo y a Sergesto y al fiero Seresto,
    sus jefes, y toma un altozano a donde acude el resto
    de la legión de los teucros, codo con codo, sin deponer las armas
    ni los escudos. De pie en el centro, en lo alto del montículo habla:
    «No haya retraso alguno tras mis palabras, Júpiter está de nuestro lado:
    así que nadie me vaya más lento por lo repentino de la acción.
    Hoy la ciudad causa de la guerra, corazón del reino de Latino,
    a menos que acepten recibir el yugo y someterse vencidos,
    la voy a destruir y pondré a ras de suelo sus tejados humeantes.
    ¿Acaso he de esperar que le venga bien a Turno
    batirse conmigo y quiera, aun vencido, atacar de nuevo?
    Ésta es la cabeza, ciudadanos, éste el eje de una guerra nefanda.
    A las antorchas, rápido. Vamos a vindicar el pacto con fuego.»
    Había dicho, y todos con igual ánimo por combatir
    forman una cuña y como densa mole se dirigen a los muros;
    aparecieron de pronto las escalas y repentinamente el fuego.
    Corren unos a las puertas y matan a los primeros,
    otros disparan sus armas y oscurecen el cielo de flechas.
    Eneas también, entre los primeros, al pie de los muros tiende
    su diestra y acusa a grandes voces a Latino
    y reclama el testimonio de los dioses de verse de nuevo forzado a combatir,
    dos veces ya los ítalos enemigos, segunda vez que rompen el pacto.
    Nace la discordia entre los atribulados ciudadanos;
    abrir la ciudad ordenan unos y ofrecer las puertas abiertas
    a los Dardánidas y hay quien trae al propio rey hasta los muros.
    Otros empuñan las armas y prosiguen la defensa de la muralla,
    encerrados como cuando a las abejas azuzó el pastor en la toba
    llena de escondrijos y la llenó de humo insoportable;
    ellas dentro, nerviosas por su suerte, por su campamento de cera
    discurren y encienden su encono con gran estruendo;
    se agita el negro olor por el lugar y resuenan entonces
    las piedras por dentro en ciego murmullo, escapa el humo al aire libre.
    Acaeció, además, a los latinos exhaustos esta desgracia,
    que sacudió con el duelo desde su base a la ciudad entera.
    La reina cuando vio al enemigo llegando a las casas,
    que escalaban los muros, que el fuego volaba a los tejados
    sin que tropa alguna de los rútulos les saliera al paso, ni de Turno,
    pensó la infeliz que el joven, en algún avatar del combate,
    había sucumbido y turbada de pronto su mente por el dolor
    grita que ella es la causa, la culpa y el origen de estos males,
    y tras decir muchas locuras, fuera de sí de pena,
    resuelta a morir con su mano rasga el manto purpúreo
    y ata en una alta viga el nudo de una muerte infame.
    Luego que las desgraciadas latinas se enteraron de este desastre,
    se ensañó la primera la hija Lavinia con sus cabellos de oro
    y sus mejillas de oro y enloqueció en su torno
    todo el resto del grupo, resuenan los alaridos por toda la casa.
    De aquí se extiende por toda la ciudad funesta la noticia;
    se abaten los ánimos, va Latino con las vestiduras rasgadas,
    atónito ante el sino de su esposa y la ruina de su ciudad,
    manchando de sucio polvo sus canas desatadas.
    Alejado entretanto en el campo de batalla el belicoso Turno
    persigue, ya menos confiado, a unos cuantos dispersos,
    menos contento cada vez del trotar de sus caballos.
    La brisa le llevó todos estos gritos confundidos
    con ciegos terrores y llegó hasta sus tensos oídos
    el sonido de una ciudad convulsionada y el siniestro murmullo.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:11 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    «¡Ay de mí! ¿Qué duelo tan grande sacude las murallas?
    ¿Por qué esos gritos de todos los rincones de la ciudad?»
    Así dice y se detiene, fuera de sí, tirando de las riendas.
    Y su hermana, según iba transformada en el auriga
    Metisco y gobernaba parro, caballos y riendas,
    se le dirige con estas palabras: «Sigamos por aquí, Turno,
    a los de Troya, por donde ya se nos abren las puertas de la victoria;
    otros hay que pueden defender con su brazo las casas.
    Eneas ataca a los ítalos y traba combates,
    inflijamos también nosotros con mano cruel muertes a los teucros.
    Ni saldrás del combate con menos víctimas ni con menos gloria.»
    Turno a eso:
    «¡Ay, hermana! Hace tiempo te reconocí, cuando con tus mañas
    costurbaste la primera el pacto y te entregaste a esta guerra,
    y en vano pretendes ahora no ser una diosa. Mas, ¿quién del Olimpo
    sacándote quiso que soportaras fatigas tan grandes?
    ¿Tal vez para que vieras la muerte cruel de tu pobre hermano?
    ¿Qué me queda, pues, o qué Fortuna puede ya salvarme?
    He visto ante mis propios ojos llamarme con su voz
    a Murrano -y nadie para mí más querido que él-,
    cómo inmenso caía vencido por inmensa herida.
    Cayó el desgraciado Ufente para no ser testigo
    de nuestro deshonor; son los teucros señores de su cuerpo y armas.
    ¿He de tolerar que arrasen las casas (lo único ya
    que nos faltaba) sin desmentir con mi diestra las palabras de Drances?
    ¿Volveré la espalda y ha de ver esta tierra cómo huye Turno?
    ¿Hasta ese punto es morir una desgracia? Sedme propicios,
    Manes míos, que se me han vuelto en contra los dioses del cielo.
    Alma pura descenderé hasta vosotros sin conocer esa culpa,
    jamás indigno de la grandeza de mis antepasados.»
    Apenas había acabado de hablar: he aquí que vuela entre los enemigos
    Saces sobre espumante caballo herido de frente
    en la cara por una flecha y cae implorando a Turno por su nombre:
    «Turno, en ti la última esperanza, ten piedad de los tuyos.
    Nos fulmina Eneas con sus armas y con abatir amenaza
    las fortalezas más altas de los ítalos y exterminarlos,
    y ya vuelan las teas a los tejados. Hacia ti los latinos dirigen
    sus rostros, hacia ti sus ojos; duda hasta el rey Latino
    a quién llamar yerno o a qué pacto plegarse.
    Y además la reina, quien más en ti confiaba, con su propia
    mano se ha dado muerte y ha huido asustada de la luz.
    Solos ante las puertas Mesapo y el fiero Atinas
    resisten el asalto. En su torno de uno y otro lado falanges
    se alzan apretadas y se eriza un campo de espigas de hierro
    con los filos de punta, y tú dando vueltas por la hierba desierta con tu carro.»
    Quedóse Turno atónito confundido por la imagen varia
    de los acontecimientos y se quedó, fija la mirada, en silencio;
    una gran vergüenza y la locura que se mezcla con el duelo arden en un solo
    corazón
    y un amor sacudido por la furia y un valor consciente.
    En cuanto se apartaron las sombras y la luz volvió a su cabeza,
    dirigió a las murallas los círculos ardientes de sus ojos,
    agitado, y contempló la gran ciudad desde su carro.
    Y hete aquí que ondeaba en el cielo un remolino de llamas
    agitándose entre los tablones y envolviendo la torre,
    esa torre que él mismo había levantado de compacto armazón,
    y le había puesto ruedas por debajo y altos puentes por arriba.
    «Ya hermana, ya me vence mi destino; deja de entretenerme.
    Marchemos a donde el dios me llama y la Fortuna fiera.
    Establecido está que me bata con Eneas; lo está, aunque amargo sea,
    que me conforme con la muerte y no me verás, hermana, por más tiempo
    sin gloria. Déjame antes, te ruego, desfogar mi furia.»
    Dijo, y rápido dio un salto del carro al campo
    y entre los enemigos se lanza y los dardos y a su hermana afligida
    deja y rompe el centro de las líneas con rápida carrera.
    Y como una roca cuando se precipita de la cima del monte
    y cae arrancada por el viento o un temporal de lluvia
    la arrastró o la dejó caer el peso de sus años;
    avanza por el abismo el terrible monte con gran impulso
    y salta en el suelo, bosque, ganados y hombres
    arrastrando consigo: por las filas deshechas así corre
    Turno hacia los muros de la ciudad donde copiosa la tierra
    está empapada de la sangre vertida y rechina el aire de flechas,
    y hace una señal con la mano y dice a la vez a grandes voces:
    «Dejadlo ya, rútulos, y contened vosotros vuestros dardos, latinos.
    Sea cual sea la fortuna, mía es; más justo es que yo sólo
    cumpla el pacto por vosotros ylo resuelva con mi espada.»
    Todos se apartaron y le hicieron un sitio en el centro.
    Mas el padre Eneas, al escuchar el nombre de Turno,
    deja los muros y las altas fortalezas deja
    y acaba con toda demora, interrumpe todos sus planes
    exultante de alegría y espantosas hace sonar sus armas:
    como el Atos, o el Érice, o con sus crujientes encinas
    cuando brama el propio padre Apenino o se goza
    alzándose hasta el cielo con su cumbre nevada.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:13 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    Y ya entonces los rútulos a porfía y los troyanos y todos
    los ítalos habían vuelto sus ojos, quienes estaban en lo alto
    de la muralla y quienes con el ariete atacaban la base de los muros,
    y soltaron las armas de sus hombros. Asombrado contempla Latino
    cómo dos grandes hombres, nacidos en partes bien distintas
    del orbe, habían llegado a enfrentarse y deciden su suerte con la espada.
    Y ellos, cuando quedó libre el campo con sitio suficiente,
    tras lanzarse de lejos en rápido asalto las lanzas,
    comienzan el duelo con los escudos y el bronce sonoro.
    Se escapa de la tierra un gemido; entonces con repetidos golpes de espada
    se atacan, el azar y el valor se confunden en uno.
    Y como en el gran Sila o en las cumbres del Taburno
    cuando dos toros en áspero combate con la testuz
    gacha se atacan, se apartaron asustados los pastores,
    asiste el rebaño todo mudo de miedo, y dudan las novillas
    quién será el amo del bosque, a quién ha de seguir entera la manada;
    ellos cambian golpes con gran violencia
    y enredan topándose los cuernos y con ríos de sangre
    lavan sus cuellos y lomos, muge gimiendo todo el bosque.
    No de otro modo el troyano Eneas y el héroe Daunio
    chocan con sus escudos; un intenso fragor llena el aire.
    El mismo Júpiter sostiene los dos platillos de la balanza
    en equilibrio y coloca encima el sino distinto de ambos,
    a quién condena el duelo, hacia dónde se inclina el peso de la muerte.
    Salta aquí Turno creyéndose a salvo, y se alza con todo
    su cuerpo levantando en alto la espada
    y golpea: gritan los troyanos y los temblorosos latinos,
    y atentas están las dos filas. Pero la pérfida espada
    se quiebra y abandona al ardiente en mitad del golpe,
    si no acude en su ayuda la huida. Huye más veloz que el Euro
    en cuanto vio la empuñadura desconocida y su diestra inerme.
    Es fama que, cuando montaba en los caballos uncidos
    para el inicio del combate, había nervioso cogido
    la espada de su auriga Metisco, dejándole la de su padre;
    y ésa, mientras los teucros huían en desbandada, fue largo rato
    suficiente. Cuando hubo de enfrentarse a las divinas armas de Vulcano,
    la mortal lama se disolvió con el golpe como hielo
    quebradizo, brillan sus pedazos en la rubia arena.
    Así que enloquecido escapa Turno por partes diversas del llano,
    y ahora aquí y luego allá trenza círculos inciertos;
    pues le encerraron por doquier los teucros en densa corona
    y por un lado vasta laguna le rodea y por otro las escarpadas murallas.
    Y no menos Eneas, aunque a veces le estorban las rodillas
    que la flecha entorpeció y le impiden correr,
    le persigue y enardecido acosa con su pie el pie del fugitivo:
    como a veces el perro de caza tras atrapar a un ciervo
    encerrado por el río y cercado por el miedo
    a las rojas plumas, lo acosa con su carrera y sus ladridos,
    y el otro por su parte, asustado por las trampas y la profunda ribera,
    huye y huye otra vez por mil caminos, mas el umbro fogoso
    se le pega con la boca abierta y casi ya lo tiene y como si así fuera
    apretó las mandíbulas y le engañó el mordisco inane;
    se levanta entonces un clamor y las riberas y la laguna
    alrededor responden y truena todo el cielo con el tumulto.
    Turno huye a la vez y a la vez increpa a los rútulos todos
    por su nombre llamando a cada cual y reclama la espada que bien conocía.
    Eneas al contrario amenaza con la muerte y un final
    inmediato a quien le asista y espanta a los temblorosos
    jurando que arrasará su ciudad, y, aun herido, sigue adelante.
    Cinco vueltas completan corriendo y otras tantas repiten
    de acá para allá, y no están en juego premios pequeños
    o de competición, sino que pelean por la vida y la sangre de Turno.
    Un acebuche de amargas hojas consagrado a Fauno
    allí se había alzado, venerable leño un día para los marineros
    donde solían, salvados de las aguas, colgar sus ofrendas
    al dios laurente y dejar el exvoto de sus vestiduras;
    pero los teucros sin atención alguna el tronco sagrado
    habían arrancado para poder atacar con campo libre.
    En ella estaba la lanza de Eneas, ahí su impulso
    la había dejado clavada y en terco abrazo la retenía.
    Se apoyó y quiso arrancar el asta con su mano
    el Dardánida y perseguir con su disparo a quien corriendo
    no podía alcanzar. Y entonces Turno, loco de miedo:
    «Fauno, te suplico. Ten piedad -dice- y sujeta tú el hierro,
    óptima Tierra, si siempre cumplí con vuestros honores,
    los que, por el contrario, han profanado con la guerra los Enéadas.»
    Dijo, yla ayuda del dios invocó con votos no vanos.
    Pues mucho lo intentó y se entretuvo en el tronco tenaz
    sin poder abrir con fuerza alguna Eneas
    el mordisco de la madera. Mientras se empeña fiero e insiste,
    de nuevo convertida en la figura del auriga Metisco
    corre la diosa Daunia y entrega la espada a su hermano.
    Venus, indignada por esta licencia de la Ninfa audaz,
    intervino y arrancó el arma de la raíz profunda.
    Ya los dos enardecidos con sus armas y con el ánimo repuesto,
    uno fiado en su espada, el otro fiero y erguido con su lanza,
    se ponen frente a frente anhelando los encuentros de Marte.
    Entretanto a Juno el rey del todopoderoso Olimpo,
    como de una rubia nube seguía el combate, le dice:
    «¿Cuál será ya el final, esposa mía? ¿Qué es lo que queda ya?
    Sabes bien, y así lo reconoces, que al cielo se debe Eneas
    como dios tutelar de la patria, y que a las estrellas lo han de alzar los hados.

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:18 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    ¿Qué estás
    tramando o con qué esperanza te agarras a las nubes heladas?
    ¿Fue justo mancillar a un dios con herida mortal?
    ¿Y la espada (pues qué podría Yuturna sin ti),
    entregársela a Turno y acrecentar la fuerza del vencido?
    Déjalo ya por fin y pliégate a mis ruegos,
    que no te devore en silencio un dolor tan grande ni me lleguen
    de tu dulce boca con tanta frecuencia amargos reproches.
    Hemos llegado al final. Has podido sacudir a los troyanos
    por tierra y por mar, encender una guerra nefanda,
    destrozar una casa y cubrir de luto un himeneo:
    que vayas más allá, te lo prohibo.» Así comenzó Júpiter;
    así le contestó la diosa Saturnia con la mirada baja:
    «Porque sabía bien que era ésa tu voluntad, gran Júpiter,
    he abandonado muy a mi pesar a Turno y sus tierras;
    y no me verías tú ahora, sola en mi sede del aire
    aguantando lo que debo y lo que no: estaría junto a las filas
    revestida de llamas y arrastraría a los teucros a acerbos combates.
    Persuadí (lo confieso) de que ayudase a su pobre hermano
    a Yuturna y vi bien que por su vida intentase empresas mayores,
    aunque no, sin embargo, que el arco tensara y las flechas;
    lo juro por las fuentes implacables del río estigio,
    el solo temor religioso que se asignó a los dioses del cielo.
    Y ahora me aparto en verdad y abandono los odiados combates.
    Sólo esto, que no está fijado por ley alguna del destino,
    te pido por el Lacio, por la grandeza de los tuyos:
    puesto que ya preparan la paz con felices (así sea)
    matrimonios, puesto que ya firman leyes y pactos,
    no permitas que cambien los naturales del Lacio
    su antiguo nombre o se hagan troyanos y se les llame teucros,
    o que cambien su lengua esos hombres o alteren de vestir su forma.
    Que sea el Lacio, que por los siglos sean los reyes albanos,
    sea por el valor de los ítalos poderosa la estirpe romana.
    Sucumbió, y deja que así sea, Troya junto con su nombre.»
    Sonriéndole, el autor de los hombres y de las cosas:
    «Eres la hermana de Jove y el segundo vástago de Saturno.
    Agitas en tu pecho olas tan grandes de enojo…
    Pero, ea, deja ese furor que en vano concebiste:
    te concedo lo que quieres y me rindo, vencido y satisfecho.
    Conservarán los ausonios su lengua y las costumbres de su patria
    y como es será su nombre; mezclados sólo de sangre,
    los teucros se les agregarán. Costumbres y ritos sagrados
    les daré y a todos haré latinos con una sola lengua.
    La estirpe que de aquí nacerá, mezclada con la sangre ausonia,
    verás que supera en piedad a los hombres y a los dioses,
    y ningún pueblo te rendirá culto como ellos.»
    Asintió a esto Juno y, satisfecha, cambió sus deseos;
    en ese momento abandona el cielo y deja la nube.
    Hecho esto, da vueltas el padre en su interior a otra cosa,
    y se dispone a apartar a Yuturna de las armas de su hermano.
    Hay dos pestes gemelas, llamadas Furias;
    a ellas y a la tartárea Megera las tuvo la noche oscura
    en uno y el mismo parto, y las ciñó de iguales
    anillos de serpientes y las dotó del viento de sus alas.
    Éstas se muestran junto al trono de Júpiter y en el umbral del rey
    implacable y aguijan el terror de los sufridos mortales
    si alguna vez el rey de los dioses dispone la horrífica muerte
    y las enfermedades, o estremece con la guerra a las ciudades culpables.
    A una de ellas la envió rápida de las cumbres del cielo
    Júpiter y le ordenó servir de presagio a Yuturna.
    Vuela aquélla y en rápido torbellino se dirige a la tierra.
    No de otro modo la flecha que la cuerda lanza a través de las nubes
    cuando, armada de la hiel del cruel veneno, el parto,
    el parto o el cidonio, la disparó dardo incurable,
    y silbando atraviesa sin que nadie la vea las rápidas sombras:
    así se lanzó la hija de la Noche y se encaminó a las tierras.
    Cuando divisa los ejércitos de Ilión y las tropas de Turno,
    tomando de pronto la figura de la pequeña ave
    que a veces en las tumbas o en los tejados desiertos
    posada canta hasta tarde en la noche, lúgubre entre las sombras;
    con tal figura se presenta la peste ante los ojos
    de Turno y revuela gimiendo y golpea el escudo con sus alas.
    Una extraña torpeza aflojó sus miembros de miedo,
    y de horror se le erizó el cabello y clavada se quedó la voz en su garganta.
    pero de lejos cuando el estridor reconoció y las alas de la Furia,
    se mesa la infeliz Yuturna los sueltos cabellos,
    se hiere la hermana el rostro con las uñas y el pecho con los puños:
    «¿Cómo puede ahora, Turno, ayudarte tu hermana?
    ¿Qué me queda, pobre de mí? ¿Con qué artimañas podría
    prolongarte la vida? ¿Es que puedo enfrentarme a un monstruo tal?
    Ya, ya abandono las filas. No me espantéis, que ya estoy asustada,
    pájaros horribles: reconozco el azote de vuestras alas
    y el sonido letal, y no se me ocultan las órdenes altivas
    del magnánimo Jove. ¿Así me paga por mi virginidad?
    ¿Para qué me dio una vida eterna? ¿Por qué de la muerte
    me quitó la condición? ¡Podría acabar con penas tan grandes
    ahora mismo, y acompañar a mi pobre hermano entre las sombras!
    ¿Yo, inmortal? ¿Podría haber algo dulce para mí
    sin ti, hermano mío? ¡Ay! ¿Qué profundo abismo lo suficiente
    se me abrirá para llevar a una diosa junto a los Manes profundos?»

    CONT.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 6:26 am

    VIRGILIO. (70 AC - 19 AC)

    LA ENEIDA

    LIBRO XII. CONT.

    Sólo esto dijo y se tapó la cabeza con su manto glauco
    entre muchos gemidos, y se ocultó la diosa en el fondo del río.
    Eneas sigue atacando y hace brillar su lanza
    grande como un árbol, y así habla con pecho terrible:
    «¿Qué es lo que ahora te entretiene? ¿Por qué te retrasas, Turno?
    No a la carrera; debemos pelear de cerca con armas terribles.
    Conviértete en todo lo que gustes y reúne cuanto puedas
    de valor y de trucos; toca con tus alas, si quieres,
    los astros altísimos y ocúltate encerrado en los abismos de la tierra.»
    El otro, sacudiendo la cabeza: «No me asustan tus fogosas palabras,
    arrogante; los dioses me asustan y Júpiter de enemigo.»
    Y sin más decir pone sus ojos en una piedra enorme,
    una antigua y enorme piedra que estaba tirada en el llano,
    puesta como marca en el campo para evitar querellas por los sembrados.
    Apenas podrían aguantarla sobre la cerviz doce hombres escogidos,
    musculosos como hoy los produce nuestra tierra;
    él la alzó con mano temblorosa y la blandía contra su enemigo
    irguiéndose más aún el héroe y lanzado a la carrera.
    Mas ni se reconoció al correr ni al avanzar
    o al tomar la enorme piedra en sus manos y vibrarla;
    vacilan sus rodillas, un escalofrío le cuajó la gélida sangre.
    Y además la roca lanzada al vacío por el guerrero
    ni recorrió toda su distancia ni cumplió el golpe.
    Y como en sueños, cuando de noche lánguido reposo
    nos cierra los ojos; en vano nos parece que queremos emprender
    ansiosas carreras y en medio del intento sucumbimos
    extenuados; no puede la lengua, no nos bastan las conocidas
    fuerzas del cuerpo y no salen voces ni palabras.
    Así a Turno, por donde su valor le lleva a buscar una salida,
    la diosa cruel le niega el camino. Dan vueltas entonces en su pecho
    variados sentimientos; contempla a los rútulos y la ciudad
    y vacila de miedo y le estremece buscar la muerte,
    ni cómo escapar o con qué fuerza atacar al enemigo
    ve, ni siquiera su carro ni a su hermana la auriga.
    Contra sus dudas blande Eneas el dardo fatal,
    calculando la fortuna con los ojos, y con todo su cuerpo
    lo dispara de lejos. Nunca tiemblan así las piedras que arroja
    la máquina mural ni con rayo tan terrible
    estallan los truenos. Vuela como negro torbellino
    el asta llevando un cruel final y desgarra los bordes
    de la coraza y el último cerco del séptuplo escudo;
    silbando le atraviesa el muslo. Cae golpeado
    cuan grande es Turno al suelo doblando la rodilla.
    Se alzan los rútulos en un gemido y resuena todo
    el monte alrededor y los bosques profundos devuelven el eco.
    Él, desde el suelo suplicante, los ojos y la diestra implorante
    le tiende, y dice: «Lo he merecido en verdad, y no me arrepiento;
    aprovecha tu suerte. Si el pensamiento de un padre
    desgraciado puede conmoverte, te ruego (también tú tuviste
    a tu padre Anquises), ten piedad de la vejez de Dauno
    y devuélveme a los míos, aunque sea mi cuerpo
    despojado de la luz. Has ganado y los ausonios me han visto
    vencido tender las palmas; tuya es Lavinia por esposa,
    no vayas con tu odio más allá.» Se detuvo fiero en sus armas
    Eneas volviendo los ojos y frenó el golpe de su diestra;
    estas palabras habían empezado a inclinar sus dudas
    cada vez más, cuando apareció en lo alto de su hombro
    el desgraciado tahalí y relucieron las correas con los conocidos bullones
    del muchacho, de Palante, a quien Turno abatiera vencido
    por su herida, y llevaba en sus hombros el trofeo enemigo.
    Él, cuando se le fijó en los ojos el recuerdo
    del cruel dolor y su botín, encendido de furia y con ira
    terrible: «¡A ti te gustaría escapar ahora revestido
    con los despojos de los míos! Palante te inmola con este golpe,
    y Palante se cobra el castigo con una sangre criminal.»
    Así diciendo le hunde furioso en pleno pecho
    la espada; a él se le desatan los miembros de frío
    y se le escapa la vida con un gemido, doliente, a las sombras.

    FIN DEL LIBRO XII

    FIN DE LA ENEIDA

    TENEMOS ALGUNA OBRA MÁS DE VIRGILIO PARA EXPONER. SIN EMBARGO ESPERAREMOS UN TIEMPO PRUDENCIAL POR SI ALGUIEN ESTUVIERA SIGUIENDO LA ENEIDA Y PRECISARA ESE TIEMPO PARA CONCLUIRLA.

    GRACIAS A TODOS.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb Nov 21, 2020 7:01 am

    Pues me parece muy bien, porque ando con retraso y me enganché a "La Eneida"
    ¡Magistral!
    Gracias, Pascual.


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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Nov 21, 2020 10:43 am

    VALE, AMIGA, MÍA. TENGO BASTANTES MÁS OBRAS DE VIRGILIO. PERO ESPERO HASTA PRIMEROS DE DICIEMBRE. EFECTIVAMENTE, LA ENEIDA ENGANCHA.

    BESOS.


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    VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.) - Página 5 Empty Re: VIRGILIO (70 a.C.-19 a.C.)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar Dic 01, 2020 6:38 am

    PUBLIO VIRGILIO MARON

    LAS BUCÓLICAS

    Traducidas en verso castellano
    por

    JOAQUIN D. CASASUS,


    ÉGLOGA I.

    MELIBEO Y TÍTIRO

    -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

    MELIBEO.

    Bajo una haya coposa recostado,
    Rústicos sones con tu avena ensayas;
    Mas los fértiles campos hoy nosotros
    Dejamos desterrados de la Patria;
    Y Amarilis decir, al bosque enseñas
    Tú, feliz á la sombra de las ramas.

    TÍTIRO.

    Melibeo, tal ocio un dios me ha dado,
    Que un dios ha de ser siempre para mi alma.
    La sangre de un cordero de mi aprisco,
    Harto frecuente, bañará sus aras,
    Que por el errar pueden mis ganados
    Y yo mismo tocar mi agreste flauta.

    MELIBEO.

    En verdad no te envidio; mas tu dicha
    Del campo todo en la inquietud me pasma.
    Llevo enfermo, mis cabras á lo lejos,
    Y á ésta conduzco, Títiro, con ansia,
    Porque parió entre aquellos avellanos,
    Gemelos, de mis greyes la esperanza,
    Que dejo abandonados en las piedras.
    Recuerdo, si mi juicio no me engaña,
    Que heridas las encinas por el rayo,
    Con frecuencia anunciaron la desgracia,
    Y del roble en el hueco, la corneja.
    ¡Oh Títiro! ese dios ¿cómo se llama?

    TÍTIRO.

    Á esa que dicen Roma, Melibeo,
    Necio, juzguéla igual á nuestra Mantua,
    Do vendemos las crías del rebaño.
    Como igual el cabrito es á la cabra,
    Y el cachorro al mastín, así en mi mente,
    Lo pequeño á lo grande comparaba;
    Pero Roma, entre todas, la cabeza,
    Como el ciprés entre los juncos, alza.


    MELIBEO.

    ¿Y cuál la causa fué de ver á Roma?

    TÍTIRO.

    La libertad: que hoy torna sus miradas,
    Aunque tarde, hacia mí, cuando ya viejo
    Mi barba cae, al afeitarme, blanca;
    Después de que Amarilis me tenía
    Y mi amor Galatea desdeñara.
    Cuando amé á Galatea, de ser libre,
    De rico ser, perdí las esperanzas;
    Que aunque víctimas diera de mi aprisco,
    Y queso pingüe á la Ciudad ingrata,
    Jamás traje á mi choza, á mi regreso,
    En las manos el oro en abundancia.

    MELIBEO.

    Amarilis, ya sé por qué los frutos
    Guardaste tú en el árbol, é invocabas
    Á los dioses; Títiro estaba ausente;
    Fuentes, pinos y arbustos lo llamaban.

    CONT.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér Dic 02, 2020 6:36 pm, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar Dic 01, 2020 7:11 am

    PUBLIO VIRGILIO MARON

    LAS BUCÓLICAS.

    ÉGLOGA I. CONT.

    MELIBEO Y TÍTIRO

    -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.


    TÍTIRO.

    ¿Qué hiciera yo? Jamás posible fuera
    Dejar de ser esclavo en la comarca,
    Ni dioses encontrar tan favorables.
    Allí conocí á César; nuestras aras
    Todos los meses en su honor humean;
    Y él le dió esta respuesta á mi demanda;
    Dejad crecer los toros, y como antes
    Apacentad, esclavos, vuestras vacas.»

    MELIBEO.

    Feliz anciano, tu heredad retienes,
    Para ti grande asaz, aunque las aguas
    Cubran sus pastos ó desnudas piedras.
    No enfermarán á tus preñadas cabras
    Los pastos desudados, las paridas
    No habrán de ser por otras contagiadas.
    Tú aquí fresco hallarás bajo los bosques,
    Junto á los ríos y á las fuentes sacras;
    En las cercas vecinas, las abejas
    Que del sauce en la flor sus mieles sacan,
    Te adormirán zumbando; entre las rocas
    Dará su canto el podador al aura,
    Y palomas y tórtolas, tu encanto,
    De un olmo gemirán entre las ramas.

    TÍTIRO.

    Antes en la agua vivirán los ciervos
    Y el mar los peces echará á la playa;
    Antes los Partos del Arar bebieran
    Ó del Tigris los hijos de Germania,
    Entrambos la distancia recorriendo,
    Que de César el rostro olvide mi alma.

    MELIBEO.

    Mas nosotros los unos á la Escitia
    Nos iremos, los otros hasta el Africa;
    Unos á Creta, donde el Oaxes corre;
    Y otros lejos del mundo á la Bretaña,
    ¿Veré otra vez de mi tugurio el techo,
    Cuando vuelva más tarde á la comarca?
    ¿Veré en mi reino con asombro espigas?
    ¿Disfrutará mis tierras barbechadas
    Un soldado, y un bárbaro mis mieses?
    ¡Mirad el mal que la discordia entraña!
    ¡Ved para quién sembramos nuestros campos!
    Las peras ingertad, plantad las parras.
    Id ¡oh cabras! felices otro tiempo,
    Y a tendido en la gruta tapizada
    De verde césped, no os verán mis ojos
    Colgadas de las rocas. ¡Oh mis cabras!
    Ya no cantaré más, y ya el citiso
    No paceréis, ni del sauz las ramas.

    TÍTIRO.

    Tú conmigo entre tanto aquesta noche
    Puedes dormir sobre la verde grama.
    Yo aquí tengo castañas, queso y frutas;
    Ya, á lo lejos, columnas de humo blancas
    Se elevan de los techos de la aldea,
    Y espesas sombras de los montes bajan.

    FIN DE ÉGLOGA I


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér Dic 02, 2020 6:38 pm, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Dic 02, 2020 4:32 am

    PUBLIO VIRGILIO MARON

    LAS BUCÓLICAS.

    ÉGLOGA II.

    A L E XI S

    -.-.-.-.-.-.-.-.-.

    ALEXIS

    Ardía Coridón sin esperanza
    Por Alexis, delicia de su dueño;
    Y de unas hayas bajo el techo umbroso
    Venía con frecuencia, y sus lamentos
    Daba á los montes y á la selva á solas:
    Alexis cruel, ¿te ablandarán mis ruegos?
    ¿No oyes mis cantos? á morir me obligas.
    Ya buscan los ganados sombra y fresco,
    Ya en el zarzal se ocultan los lagartos,
    Y a hierbas olorosas, ajo y serpol,
    Para los fatigados segadores,
    Testilis maja, y en el bosque espeso
    Conmigo cantan roncas las cigarras
    Mientras al sol tus huellas voy siguiendo
    ¿Mejor no hubiera sido de Amarilis
    Las ¡ras soportar y los desprecios?
    ¿Aun cuando tú eres blanco, yo á Menalcas
    No debí preferir, aunque es moreno?
    No del color te fíes; se abandonan
    Ligustros blancos por jacintos negros.
    Tú me desprecias y saber no quieres
    Si en quesos soy y en greyes opulento:
    Mil cabras mías en Sicilia pacen,
    Tengo leche en estío y en invierno;
    Canto como cantaba en Aracinto,
    Su grey al recoger, Anfión Dirceo;
    No soy deforme, que en la playa víme,
    Plácido estando el mar y en calma el viento,
    Y siendo tú mi juez, no temo á Dafnis,
    Si no engaña la imagen de ese espejo.
    ¡Si tú, en los campos, habitar quisieras
    Mi humilde choza, perseguir los ciervos,
    Guiar la grey al malvavisco verde,
    En las selvas de Pan fueras el émulo,
    Que él cuida de pastores y de ovejas
    Y l a s cañas con cera unió el primero!

    No en la flauta ensayar temas tu labio;
    ¡Cuánto Amintas no hiciera por saberlo!

    CONT.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér Dic 02, 2020 6:40 pm, editado 1 vez


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