LA ENEIDA
LIBRO II.CONT.
Invaden la ciudad sepultada en el sueño y el vino;
son muertos los guardias, y abriendo las puertas reciben
a todos los compañeros y se reúnen los ejércitos cómplices.
»Era el tiempo en que llega el descanso primero a los hombres
cansados y se nos mete dentro, gratísimo regalo de los dioses.
En sueños, atiende, se me apareció tristísimo Héctor
ante mis ojos, derramando un llanto sin fin,
como cuando fue arrebatado por las bigas y negro
del polvo cruento y atravesados por una correa
sus pies tumefactos. ¡Ay de mí y cómo estaba!
¡Qué distinto del Héctor aquel que volvió revestido
de los despojos de Aquiles o que lanzaba los fuegos frigios
a las naves de los dánaos! En desorden la barba
y el cabello encostrado de sangre... y aquellas heridas,
que muchas recibió rodeando de la patria los muros. Entre mis propias
lágrimas
me veía llamando al héroe y expresarle estos tristes lamentos:
“¡Oh, luz de Dardania, de los teucros la más firme esperanza!
¿Qué ha podido retenerte? ¿De qué riberas vienes
Héctor ansiado? ¡Cómo te vemos, después de tantas muertes
de los tuyos, agotados por tantas fatigas de los hombres
y de nuestra ciudad! ¿Qué indigna causa tu rostro
sereno manchó? ¿Por qué esas heridas estoy contemplando?”
Nada repuso él a mis vanas preguntas, nada repuso
pero sacando un grave gemido de lo hondo del pecho,
“Ay, ¡huye, hijo de la diosa! -dijo-, líbrate de estas llamas.
Está el enemigo en los muros; Troya se derrumba desde lo más alto.
Bastante hemos dado a la patria y a Príamo. Si con tu diestra pudieras
salvar a Pérgamo, ya por la mía habría sido salvada.
Troya te encomienda sus objetos sagrados y sus Penates.
Tómalos; compañeros de tu suerte, surca el mar
y levanta para ellos unas dignas murallas.”
Dice así y saca del interior del templo las cintas
con sus manos, y Vesta poderosa, y el fuego eterno.
»Se llenan entretanto las murallas de duelos diversos,
y más y más, aunque estaba apartada la casa
de Anquises, mi padre, y los árboles la escondían,
claro se vuelve el sonido y se acerca el horror de las armas.
Salgo de mi sueño y llego subiendo
a lo más alto del tejado y me paro, atento el oído:
como cuando la llama por la ira del Austro
cae sobre el sembrado o el rápido torrente del río inunda
los campos, inunda los alegres sembrados y las labores
de los bueyes y arranca de cuajo los bosques; se queda de piedra,
ignorante, el pastor sobre el alto peñasco escuchando el bramido.
Entonces por fin quedó al descubierto su lealtad y se vieron las trampas
de los dánaos. Ya se derrumba por Vulcano vencida la casa
enorme de Deífobo, ya se incendia muy cerca
Ucalegonte; las anchas aguas del Sigeo relucen de fuego.
Se alza a la vez el clamor de los hombres y el clangor de las tubas.
Cojo, loco, mis armas; nada pienso con ellas sino que arde
mi pecho por reunir un grupo para el combate y con mis amigos
acudir al alcázar; el furor y la ira aceleran
mis ideas y me viene la imagen de una hermosa muerte con las armas.
CONT.
Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 04 Nov 2020, 03:43, editado 1 vez
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