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    "Charles Baudelaire, el primer contracultural" por Mario Campaña, y "Audacia y tradición" por Pere Rovira (La Vanguardia, 22-03-2021)

    Pedro Casas Serra
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 30 Mar 2021, 13:33

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    "Charles Baudelaire, el primer contracultural" por Mario Campaña (La Vanguardia, 22-03-2021)

    "La posteridad me concierne" escribió Baudelaire a sus 24 años, cuando apenas había publicado un poema y un artículo. Tenía un destino que se iba a cumplir "de modo glorioso", creyó, antes de haber publicado ni un solo libro. Rafael Chirbes evocó en una de sus novelas a Baudelaire como el icono de la contracultura de los sesenta y los setenta. "El primer vidente", "un verdadero Dios", lo llamó Rimbaud. Era el "pater familias" para Roberto Bolaño. Al artista que descubrió la función de la poesía en la era moderna, la posteridad le había reservado un sitio en el único altar que permanece: el de las figuras que acompañan a quienes se empeñan en vivir, en no dimitir de la vida.

    El poeta bohemio que se bate en las calles con una escopeta de dos cañones y una cartuchera al cinto suscita una fascinación que se torna en estremecimiento por la grandeza o el horror de sus versos: "¡Oh, Satán, ten piedad de mi larga miseria". Era un muchacho elegantísimo, enamorado de la belleza y llamado al triunfo que se opone a su época pero se entrega fervorosamente a ella, se convierte en el primer poeta de Francia y muere alcoholizado, opiómano, sifilítico, pobre, hemipléjico y afásico. Vapuleado; derrotado. Y alcanza la alta posteridad en el capitalismo triunfante.

    Nacido en París el 9 de abril de 1821, Baudelaire murió 46 años después, el 31 de agosto de 1867, en su ciudad natal. Procedente de una clase civil privilegiada, relacionada con la nobleza, se negó rotundamente a asistir a la universidad y a comprometerse en cualquier profesión, oficio o trabajo útil: con una soberanía sin límites, dedicó su vida laboral a leer y escribir solo lo que le pidiera su insaciable curiosidad. "Baudelaire escribía sobre lo que le daba la gana", anotó Téophile Gautier.

    Después de las frustraciones políticas y de la afrenta que sufrió su libro Las flores del mal, decomisado y expurgado por la policía francesa, militó contra el progreso, el progresismo y "la estúpida burguesía", apuntando a la cabeza de Víctor Hugo. En sus últimos años se convirtió en un solitario profeta que predicaba la santidad de la cólera y una especie de teología feroz.

    Autoexiliado en Bruselas desde 1864, fue atacado por vómitos, vértigos, convulsiones y desvanecimientos que a menudo lo obligan a permanecer en su hotel, en cama. Lo invadió la apoplejía y finalmente la afasia. Pasó el último año de su vida en una clínica de París; guardaba con celo una maleta, desafortunadamente perdida, con nuevos poemas para la edición definitiva de Las flores del mal.

    Activista
    Cuando Baudelaire llega a la mayoría de edad, Francia llevaba décadas en combustión; no cesaba el estruendo de 1789. El fantasma del comunismo recorría Europa, según Marx, que en 1843 se instaló en París, donde vivía Proudhon, Fourier y Blanqui. Baudelaire admiraba a Marat y Robespierre y leía a Michelet, frecuentaba círculos socialistas y periódicos de vanguardia, asistía a reuniones políticas, dirigía cartas a Proudhon y se inscribía en la Sociedad Republicana de Auguste Blanqui. En la insurrección popular de febrero de 1948 que proclamó la Segunda República, Baudelaire, entre el anarquismo y el socialismo utópico, no dudó en exponer su vida, empuñar una escopeta y parapetarse en las barricadas del Barrio Latino, fundar un periódico revolucionario, Le Salut Public, y salir a las calles a venderlo envuelto en una blanca bata de obrero. En la huelga y el alzamiento popular de junio del mismo año volvió a las barricadas a batirse contra la orientación conservadora que la Asamblea Nacional daba a la Segunda República socialista, que había abolido la pena de muerte, reducido la jornada laboral, decretado la libertad de prensa e instaurado el sufragio universal. Aunque lleno de deudas, caminando por los bulevares "en camisa y sin sombrero" y viviendo en "una indigencia completa", en 1851 asistió al banquete de celebración del tercer aniversario de la República y, cuando Luis Napoleón Bonaparte dio el golpe de estado, se lanzó nuevamente a las calles y a las barricadas en defensa de la revolución.

    Pero mediante plebiscito Francia respaldó el golpe de Luis Napoleón y la instauración del II Imperio, que enterró las esperanzas republicanas en medio de la algarabía popular. Esa traición de los obreros a la Segunda República afectó profundamente a Baudelaire y provocó un giro radical en su vida y principios.

    Nuevas ideas y valores
    Napoleón III lideró el capitalismo y la transformación de Francia; París se convirtió en una gran metrópoli. El progreso material daba forma definitiva a la civilización basada en el comercio, la industria, el capital financiero, la expansión colonial y la remodelación urbana; en el confort. Baudelaire reniega de todo ello, de la civilización, la democracia y los trabajadores. La lección que ha deducido es amarga.

    Las transformaciones tienen como consecuencia la pérdida de la realidad, que se vuelve mera alegoría. La vida misma desaparece. A cambio del progreso material los hombres se degradan, renuncian a su dignidad, se solazan en el vicio; el progreso los hunde en el pecado. La humanidad ha olvidado que está afectada por el pecado original. El único progreso valioso es el moral, propio de una verdadera civilización, que nos aleja de la caída, del mal. De ahí que Baudelaire tenga a las comunidades originarias en la más alta estima: "Si se compara al hombre de una nación tenida por civilizada con el de una nación tenida por salvaje, ¿quién no verá que todo el honor corresponde al salvaje?". "¿Vamos a comparar nuestros ojos perezosos y nuestros oídos aturdidos con aquellas miradas capaces de taladrar la bruma y aquellos oídos que oyen crecer la hierba?".

    Entendámonos: cuando Baudelaire habla del pecado original se refiere al mal, esa fuerza indeterminada que impele al género humano -y no solo a una clase social, una raza o un tipo de persona- a la perversión, la injusticia, el crimen; y a su condición congénita, natural en el ser humano. Una constitución que se expresa en todos los órdenes de su vida. Todo está orientado al vicio. ¿La política, la democracia, las elecciones? "Es Satán Trismegisto/ quien mece largamente nuestro espíritu encantado"; "Es el diablo quien maneja los hilos que nos mueven". Por eso Baudelaire se opone a la democracia, al progreso material y los progresistas, al hedonismo y a todo lo que se funda en la falacia de la bondad humana. A ello le opone la ebriedad, la mística, la virtud; los resortes de la dignidad del individuo; su heroísmo. Es un antimoderno.

    Esteta
    No nos equivoquemos: Baudelaire no cerró los ojos a la belleza y energía del mundo transformado, un mundo épico cuyos héroes bregan como el hermoso luchador en el azar de las batallas. El individuo de la época de las multitudes tiene para Baudelaiure el estatus lustroso del héroe antiguo.

    En el magma moderno, en el que una realidad sin sustancia se presenta como un fantasmagórico campo de batalla y el ciudadano se recrea en la vida heroica, Baudelaire descubre una energía y una belleza nuevas, ya no radicadas en lo oficial, lo público o lo político, sino en lo privado, particular e íntimo, en lo transitorio y fugaz. Ello le permite proclamar la estética de la modernidad. Lo bello, piensa, tiene una composición doble: junto a lo perdurable, lo universal y lo eterno, en que tradicionalmente ha estribado la belleza, necesariamente convive, de modo esencial, lo transitorio, lo particular, lo fugaz. Que la poesía moderna debe descubrir lo universal en lo particular, lo infinito en lo finito, fue uno de los hallazgos de Baudelaire, que reclama del artista, del pintor y el poeta una suprema atención al presente. No era un voto por el realismo, la didáctica o la moral. Para él la imaginación es la primera de las facultades del artista, y de todos, porque permite la configuración del mundo, la proyeccción de nuestro ser y la realización de las acciones y las obras en que consiste la vida.

    En la vida moderna quien desee alcanzar una capacidad visual favorable a la creación debe entrar en un estado de exaltación y enajenación. Hay que estar siempre ebrio, predica Baudelaire. De vino, virtud o poesía, pero siempre ebrio.

    Mario Campaña (La Vanguardia, 22-03-2021).


    *


    "Audacia y tradición. Algunas consideraciones sobre Las flores del mal por Pere Rovira, autor de la nueva versión al catalán que publica Edicions Proa" (La Vanguardia, 27-03-2021)

    Según Baudelaire, Las flores del mal es un diccionario de crímenes, vicios y melancolías, pero también, y no siempre se recuerda, de generosidad y compasión. Para Joan Sales, era "el quinto evangelio", y Marcel Proust escribió que nadie había hablado de los pobres con más ternura que el dandi Baudelaire. El cual incorporó a su poesía personajes que raramente habían alcanzado la categoría poética y los convirtió en protagonistas trágicos en un escenario urbano: traperos, delincuentes, prostitutas, obreros, borrachos, conspiradores... y, acompañándolos, el poeta solitario, residuo también de la sociedad.

    La modernidad de Las flores del mal surge de combinar esas novedades, la audacia expresiva y la tradición literaria: Baudelaire dice cosas que no se habían dicho y las dice de una manera nueva, pero sirviéndose muy personalmente de los modelos del verso francés clásico. Por dura o violenta que resulte la temática de un poema nos llega a través de una música verbal embriagadora y de una intención artística implacable, porque, para Baudelaire, la voluntad de perfección es la clave de la dignidad del poeta.

    Para traducir Las flores del mal hay que tener en cuenta lo que acabo de decir. Por tanto, mi punto de partida fue tomarme en serio la forma de los poemas originales. A la vez, me propuse que el resultado de la traducción fuese un poema en catalán que se pudiese leer sin tener que pensar que era una traducción. Siguiendo estas dos orientaciones, traduje los poemas atendiéndome a sus moldes estróficos, en verso y con rima, y buscando la equivalencia poética con el original, sabiendo que es difícil de obtener, pero intentándolo. Hay traductores que rechazan la rima consonante; a mí me gusta, porque exige más paciencia al traductor, y un poco más de oficio. Otra cosa que he tenido presente es que la literalidad no siempre supone fidelidad; a veces, puede ejemplificar la famoso traición que se atribuye a los traductores.

    Añadiré, por último, que en mi traducción he respetado los propósitos de Baudelaire y no he incluido en ella poemas que él no quería que estuviesen (una obviedad que no se suele cumplir). No he respetado, en cambio, la condena judicial que en 1857 prohibió seis poemas de la obra. Entre otras razones, porque hace 92 años que se produjo la rehabilitación de Las flores del mal. Ya es hora de que esos grandes poemas puedan leerse en el lugar del libro que les asignó su autor; no agrupados absurdamente bajo el rótulo condenatorio que la tozudez académica se obstina en mantener.

    Pere Rovira (La Vanguardia, 27-03-2021)




    PARA LEER POEMAS DE BAUDELAIRE: https://www.airesdelibertad.com/t28523-charles-baudelaire?highlight=Charles+Baudelaire


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