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    Robert Lowell (1917-1977) Empty Robert Lowell (1917-1977)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 25 Ago 2022, 04:00

    .


    Robert Lowell (Boston, 1 de marzo de 1917-Nueva York, 12 de septiembre de 1977) fue un poeta estadounidense. Nació en el seno de una familia perteneciente a la alta sociedad de Boston, una "casta" denominada satíricamente brahmines de Boston, de la cual se pueden rastrear los orígenes hasta el Mayflower. Tanto el pasado como el presente de su familia fueron temas importantes en su poesía. Crecer en Boston fue también uno de los temas que dio forma a su obra, a menudo emplazada en la región de Boston y Nueva Inglaterra.​ La académica literaria Paula Hayes sostiene que Lowell mitificó New England, particularmente en sus primeras obras.

    En palabras suyas, «[l]os poetas que más directamente influyeron en mí [...] fueron Allen Tate, Elizabeth Bishop, y William Carlos Williams. ¡Una combinación improbable! [...] pero puedes ver que Bishop es una suerte de puente entre el formalismo de Tate y el arte informal de Williams». Escribió poesía en verso y en verso libre; en ocasiones, como en Life Studies y Notebook, algunos de sus poemas caen en una clasificación intermedia entre ambas métricas.

    Tras la publicación de su libro Life Studies (1959), que le hizo ganador del National Book Award de 1960 y del que se dijo que constituyó «un nuevo énfasis en la discusión intensa y desinhibida sobre los conflictos personales, familiares y psicológicos», Lowell fue considerado como una parte importante del movimiento de poesía confesional.​ Sin embargo, gran parte de la obra de Lowell, que a menudo mezcla lo público con lo personal, no se ajusta al modelo típico de este movimiento poético. En su lugar, Lowell trabajó numerosas formas distintivas y maneras estilísticas a lo largo de su carrera.

    Fue designado como el sexto Poeta Laureado Consultor de Poesía para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en la que sirvió desde 1947 hasta 1948.​ Además de ganar el Premio Nacional del Libro, también obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía en 1947 y 1974, el Premio del Círculo Nacional de Críticos de Libros en 1977, y el Premio del Instituto Nacional de Artes y Letras en 1947. Es «considerado ampliamente como uno de los más importantes poetas estadounidenses de la post-guerra». Su biógrafo Paul Mariani le llamó «el historiador-poeta de nuestra época [y] el último de los poetas públicos influyentes [de Estados Unidos]».​

    Biografía

    Historia familiar

    Los padres de Lowell fueron el comandante Robert Traill Spence Lowell III y Charlotte Winslow. Nació en Boston, Massachusetts. Como familia pertenecían al Boston Brahmin, que entre sus filas tuvo a los poetas Amy Lowell y James Russell Lowell; a los clérigos Charles Russel Lowell Senior y Robert Traill Spence Lowell; al general de la Guerra Civil y héroe de guerra Charles Russell Lowell III (de quien Lowell escribió su poema "Charles Russel Lowell: 1835-1864"); y al juez federal John Lowell.

    Su madre fue descendiente de William Samuel Johnson, uno de los firmantes de la Constitución de los Estados Unidos; de Jonathan Edwards, el teólogo calvinista (de quien Lowell escribió los poemas "Mr. Edwards y la Araña", "Jonathan Edwards y Massachusetts Oeste", "Tras las sorpresivas Conversiones", y "El Peor Pecador"); de Anne Hutchinson, el sanador y predicador puritano; de Robert Livingston (quien a su vez fue ancestro de Lowell por el lado paterno); de Thomas Dudley, el segundo gobernador de Massachusetts; y de los pasajeros del Mayflower James Chilton y su hija Mary Chilton. Los padres de Lowell compartían una descendencia en común a partir de Philip Livingston, el segundo hijo de Robert Livingston, lo que quiere decir que fueron primos en sexto grado.​

    Junto con la historia familiar relacionada con el Protestantismo, Lowell también tuvo ancestros judíos notables por ambas partes de su familia,​ lo cual discute en Parte II ("91 Revere Street") de Life Studies. Por la parte paterna, Lowell era tátara tátara nieto del comandante Mordecai Myers (padre de Theodorus Bailey Myers, tío abuelo segundo de Lowell), soldado de la Guerra de 1812 y posteriormente alcalde en Kinderhook y Schenectady;​ por parte materna, fue descendiente de la familia Mordecai de Raleigh, Carolina del Norte, quienes fueron personas prominente en asuntos de estado.

    Primeros años

    De joven, Lowell sintió gusto por la violencia y el maltrato de otros niños.​ Al escribir de sí mismo como un niño de 8 años y medio en la pieza en prosa "91 Revere Street", Lowell se describe como «gracioso, narcisista, bruto».​ Siendo un adolescente, sus amigos le pusieron el sobrenombre "Cal" a partir tanto del personaje Shakespereano Calibán como del emperador y tirano romano Calígula. El sobrenombre lo acompañaría el resto de su vida, haciendo el mismo Lowell una referencia sobre él en su poema "Calígula", publicado por primera vez en su libro For The Union Dead y posteriormente republicado en una versión en soneto revisada para su libro Notebook 1969-1968.

    Lowell recibió su educación secundaria en el St. Mark's School, una famosa preparatoria de Southborough, Massachusetts. Ahí conoció y fue influido por el poeta Richard Eberhart, profesor del colegio. En ese periodo decidió convertirse en poeta. En el St. Mark's School trabó con Frank Parker una amistad que duraría toda la vida. Parker fue el artista que creó la portada de la mayoría de los libros de Lowell.

    Asistió al Harvard College durante dos años. Siendo aún un recién llegado en Harvard, visitó a Robert Frost en Cambridge para pedirle su opinión respecto a un poema largo que había escrito sobre las Cruzadas; Frost le sugirió que trabajara su poder de síntesis. En una entrevista, Lowell recordaba: "Tenía un poema gigantesco en verso blanco sobre la Primera Cruzada y se lo llevé escrito en mi indescifrable letra manuscrita, y él leyó un poco y dijo, 'Sigue y sigue un buen rato, ¿no?' Entonces, me leyó la obertura del Hyperion de Keats, la primera versión, y pensé que todo aquello era sublime."

    Al cabo de dos años en Harvard, Lowell se sentía infeliz. ​Su psiquiatra, Merril Moore, quien también era poeta, le sugirió que se tomara un permiso para ausentarse de Harvard para alejarse de sus padres y estudiar con el amigo de Moore, el profesor y poeta Allen Tate, que por esos días estaba viviendo en Nashville y enseñando en Vanderbit. Lowell viajó a Nashville con Moore, la que lo llevó hasta la casa de Tate. Una vez ahí, Lowell le preguntó a Tate si podía vivir con él y su esposa. Tate bromeó diciéndole que podía poner una tienda de campaña en su patio, tras lo cual Lowell fue a Sears, Roebuck, compró una tienda de campaña y la instaló en el patio de Tate, viviendo ahí durante dos meses.​ Lowell definió la situación como "un terrible acto de insensibilidad de juventud".

    Después de pasar algún tiempo con los Tates en Nashville (y de asistir a algunas clases dictadas por John Crowe Ransom en Vanderbilt), Lowell decidió retirarse de Harvard. Cuando Tate y John Crowe Ransom se fueron de Vanderbilt al Kenyon College en Ohio, Lowell los siguió, terminando sus estudios en esa institución en la carrera de Estudios Clásicos. Se estableció con sus compañeros estudiantes Peter Taylor, Robie Macauley y Randall Jarrell en la así llamada "casa del escritor" (una residencia universitaria que recibió su apodo tras acoger a varios jóvenes y ambiciosos escritores).

    En parte como forma de rebelión en contra de sus padres, Lowell se convirtió del Episcopalismo al Catolicismo; no obstante, a finales de los años cuarenta, dejaría la Iglesia Católica. Después de graduarse de Kenyon en 1940 con un título en Clásicos, se dedicó a obtener un máster en literatura inglesa en la Universidad Estatal de Luisiana. Impartió clases introductorias de inglés durante año antes de que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial.

    Compromiso político

    Lowell fue un objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial,​ cumpliendo varios meses de condena en la Prisión Estatal de Danbury, Connecticut. Explicó su decisión de no servir en la Segunda Guerra Mundial en una carta dirigida al presidente Franklin Roosevelt con fecha del 7 de septiembre de 1943. En ella escribió: «Estimado Sr. Presidente: siento mucho tener que rechazar la oportunidad que me ofreció en su comunicado del 6 de agosto de 1943 llamándome a servir a las fuerzas armadas». Explicó que tras el bombardeo de Pearl Harbor, estaba preparado para pelear en la guerra hasta que leyó los términos de rendición incondicional que, temía, conducirían a la «destrucción permanente de Alemanía y Japón».​ Antes de que fuera transferido a la prisión de Connecticut, se le mantuvo en una prisión en la Ciudad de Nueva York de la que más tarde escribiría el poema "Memories of West Street and Lepke" en su libro Life Studies.

    Sus cartas al presidente fueron su primer acto político importante de protesta, pero no sería el último. Desde mediados hasta finales de la década del 60, Lowell se opuso activamente a la Guerra de Vietnam.​ En respuesta a los ataques aéreos de los Estados Unidos a Vietnam en 1965, Lowell rechazó a través de una carta que más tarde publicaría en el New York Times una invitación al Festival de las Artes de la Casa Blanca enviada por el presidente Lyndon Johnson, declarando que "Peligramos convertirnos imperceptiblemente en una nación explosiva y súbitamente chovinista, e incluso adentrarnos en el camino hacia la ruina nuclear definitiva."​ Ian Hamilton destaca que "a través de todo ese tiempo [1967], se le pidió [a Lowell] que fuera un vocero y firmante de la petición [en contra de la guerra]. Se encontraba vehementemente en contra de la guerra, pero indeciso con respecto a ser identificado demasiado de cerca con el 'movimiento pacifista': en él veía muchas visiones de los 'peaceniks' que no compartía, y no estaba en su naturaleza unirse a movimientos que no deseaba liderar."​ Sin embargo, participó en la Marcha frente al Pentágono de octubre de 1967 en Washington D. C. en contra de la guerra, siendo uno de los voceros del evento.​ Norman Mailer, también vocero en la marcha, presentó a Lowell ante la multitud de protestantes. Mailer describió al movimiento pacifista y sus impresiones de Lowell de ese día en las primeras secciones de su "novela de no-ficción" Los Ejércitos de la Noche.​ Lowell también firmó el manifiesto anti-guerra "Un llamado a resistir la autoridad ilegítima", hecho circular por los miembros del colectivo intelectual radical RESIST.

    En 1968, Lowell respaldo públicamente al senador de Minnesota Eugene McCarthy en su campaña por la nominación demócrata a presidente en una primaria a tres bandas contra Robert F. Kennedy y Hubert Humphrey. Habló en numerosas recaudaciones de fondos para McCarthy en Nueva York ese año, pero "[su] corazón se salió de la competencia" tras el asesinato de Robert Kennedy.

    Trabajo como profesor

    Lowell impartió clases en el reputado Taller Literario de Iowa en la Universidad de Iowa entre 1950 y 1953, donde también daban clases Paul Engle y Robie Macauley.​ Más tarde, Donald James Winslow contrató a Lowell para que diera clases en la Universidad de Boston, donde tuvo entre sus alumnos a Sylvia Plath y Anne Sexton. ​Con el pasar de los años, impartió clases en varias otras universidades, incluyendo la Universidad de Cincinnati, la Yale University, Harvard University y la Nueva Escuela para Investigaciones Sociales. Varios poetas, críticos y académicos, entre los que se cuenta Kathleen Spivack, James Atlas, Helen Vendler y Dudley Young han escrito ensayos sobre el estilo de enseñanza de Lowell y/o sobre su influencia en sus vidas.​ Spivack publicó un libro en 2012, With Robert Lowell and His Circle, acerca de su experiencia al estudiar con Lowell en la Universidad de Boston en 1959. Entre 1963 y 1970, Lowell alternaba entre su casa de la Ciudad de Nueva York y Boston para dar clases en Harvard.​

    La académica Helen Vendler asistió a una de los cursos de poesía de Lowell y escribió que una de las mejores características del estilo de enseñanza informal de Lowell era que hablaba de los poetas estudiados en clase como si "los poetas fueran amigos o allegados". Hamilton citó a estudiantes que declararon que Lowell "enseñaba 'casi con falsedad', 'convertía cada poeta en una versión de sí mismo', y 'contaba historias [sobre la vida de los poetas] como si fueran las noticias más recientes'"

    Trayectoria

    Estudió en la Universidad de Harvard y fue transferido al Colegio Kenyon en Gambier, Ohio, donde se graduó, para estudiar bajo el gran crítico estadounidense John Crowe Ransom.

    Empezó a publicar en 1944, con Land of Unlikeness. Destaca por Life Studies, de 1959, For the Union Dead, de 1964, o Near the Ocean, de 1967. Es considerado uno de los poetas más significativos de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX.

    Ejerció gran influencia en la poesía de las décadas de 1950 y 1960, especialmente en Anne Sexton y Sylvia Plath. Fue amigo de Elizabeth Bishop y de la novelista y crítica Mary McCarthy, con quien compartió varias causas civiles en los cincuenta.

    El final de su vida fue muy doloroso. El alcohol dañó sus energías, y fue hospitalizado numerosas veces por sus trastornos mentales. Ganó el Premio Pulitzer de poesía.

    Lowell está enterrado en el cementerio Stark, Centro Durbarton, Nueva Hampshire.

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Robert Lowell, de su obra Día a día, 1977, publicada por Losada, 2003, en traducción de Luis Javier Moreno:


    ULISES Y CIRCE

    I

    Diez años antes de Troya y dies años antes de Circe,
    suplantaron los nombres a las cosas,
    los nombres que él, Ulises, les pusiera,
    perdidos, por entonces, nombres suyos:
    mirmidones, espartanos, un soldado de Ulise el temido...
    ¿Por qué he de renovar su infame sufrimiento?
    Él ya ha obtenido su porción de gloria,
    cuando se le ocurrió hacer un caballo
    de madera, a tamaño mayor que el de una casa,
    poniendo fin así a diez años de guerra.
    "A causa del engaño", él asegura:
    "Yo llevé a cabo lo que ni Diomedes,
    ni Aquiles, hijo de Tetis él, ni nadie entre los griegos,
    con su innúmera flota lograr pudo:
    Destruir Troya tal y como lo hice".

    II

    ¿Acaso hay aún quien dude
    que lo mejor para una esposa sea
    despertarse a las cinco, con el sol, y para ella
    disponer de tres horas al día, suyas, propias?
    Él ve cómo transcurre, entre azul y marrón,
    su río cotidiano, deslizándose
    por su antebrazo joven, estirado
    y entrecruzarse luego...
    Como una hoguera roja el sol se eleva,
    débil chisporrotea por las ramas más bajas
    devorando las hojas (como hace la langosta)
    dejando intacto y sin quemar el árbol.
    En quizá diez minutos,
    o en el mismo intervalo al de su despertar,
    el sol se pondrá blanco, como suele,
    cambista indiferente que trueca noche en día,
    el inmutable, él mismo, tanto en paz como en guerra...
    Alternando producen las persianas líneas de sol y sombra,
    aunque las de la sombra prevalezcan
    sobre la honestidad de su cómodo lecho regalado.
    A su lado acostada yace Circe,
    como tibia madera soñolienta y gustosa...
    Ella dice: "Me están contando tantas maravillas
    y soy tan dormilona,
    que me siento incapaz de dar respuesta".

    III

    ¡Ojala que sin día llegase la mañana!
    Él continúa acostado y teme a los sirvientes,
    sus conductas al uso, sus palabras
    insistentes, salvajes. Se le va de las manos...
    Su exótico palacio, de travesía imposible,
    ha sido concebido de tal modo
    que ningún griego sobrio pueda bien navegarlo.
    Tiene miedo al chillido de los cerdos
    que bajo su ventana entierran carne,
    el que esos animales
    grasientos sean humanos y que exijan
    su lugar preferente en el banquete.
    Su propio corazón se le atraganta,
    pero solo es un mal imaginario,
    luz del alba que llega con la aurora...
    "Por qué he llegado a ser mi propio fugitivo,
    por qué me ha trastornado la belleza de Circe
    hasta hacerme sentir distinto de otros hombres?"

    IV

    Ella abandona el lecho y su cabello
    está lo mismo que su corazón: intrincado y revuelto.
    Hablan como dos huéspedes
    que esperan que sea el otro el que abandone la casa...
    Esa armonía bastarda de lo irreconciliable.

    Su decisión de abandonar a Circe
    se hace necesidad.
    Compasión es terror y ningún cisma
    puede ya quebrantar, de su lábil carácter,
    las inmisericordes decisiones.
    Sus ojos se convierten en un pozo de llanto,
    en el que, hipnotizados,
    caen sus seguidores, idiotas animales.
    Imposible les es la vigilancia;
    como degenerados,
    siguen al ritmo de ella en sus impusos,
    consumiendo sus dias y sudando después
    con sumisión histérica.

    De joven tomó Ulises decisiones
    sobre comprometidas estrategias;
    mas en su edad madura ha decidido
    asumir su futuro lleno de incertidumbres;
    él morirá, como otros, por designio de dioses,
    haciendo que naufrague su tripulación última
    en un ignoto océano, a la busca
    de un mundo despoblado aun más allá del sol,
    perdido en los clamores más groseros
    de un vendaval ruidoso.

    En la isla de Circe diminuta,
    se le amplió la forma de contemplar el mundo
    (tras leves mezquindades, se ennobleció a sí mismo
    hasta dar con el modo de regresar a casa).
    Todo le disgustaba
    en su mítica vida empobrecida.

    Nostalgia le da el loto por el irremediable
    dolor que él ya detesta... Ella está donde está.
    Su discurso salpica
    con los coloquialismos ya caducos
    de una generación más joven que la suya
    (dialecto de moda en esta isla).
    Ella lleva consigo su magnífico tiempo...
    Las bellísimas chicas que la siguen
    son aún para Circe sus mejores amigas,
    pese a que su reputación esté dañada
    más que lo estuvo nunca la de Helena,
    pero a Helena salvaba su graciosa apostura.

    Circe apenas si llega
    a cortadora de retales míseros
    (los desperdicios de sus cortes yacen
    desperdigados todos por los suelos:
    no usados, mal usados, chaquetones e insignias,
    la bestia degollada).

    A ella le va el desorden de su casa
    (llaves ocultas para cerraduras
    ya incontrables,
    anónimos retratos, cosas muertas
    envueltas en papel color de polvo...),
    la oleada del vino anterior a la lucha.

    Leves placeres dejan quemaduras eternas
    (el aire se calienta por altas galerías
    y miles de termitas acaban con las bigas);
    este es un pensamiento de mediados de otoño:
    el momento en que mueren los insectos
    de una forma instantánea,
    como quisiera uno que lo hiciese un amigo.

    De camino hacia el barco, a un árbol solitario
    se le caen de repente la mitad de sus hojas,
    sobre la tierra permanecen verdes.
    Resisten otros árboles.
    Después de uno o dos días,
    a ellos también le dejarán sus hojas,
    teñidas por la duda,
    mustias antes de tiempo.

    V

    "Durante mucho tiempo yo empapado
    y a menudo también tocando fondo
    por el verde, gran mar, de los semáforos
    que autorizaban nuestra navegación,
    hallé que mi fatiga era la luz del mundo.

    La tierra no es la tierra si yo tengo
    mis ojos en la luna, en su imagen captada
    en un único instante de vacío
    (duplicidad infiel ofrecida a los hombres).
    ¿tras de tantos milenios,
    no estás cansada, Circe,
    de transformar cochinos en cochinos?

    ¿Cómo podré agradarte, si yo no soy un hombre?

    Por mi supervivencia conseguí que mis huesos
    perdieran su color
    (yo, que era el que esperaba abandonar la tierra
    mucho más joven que cuando llegué a ella).

    Nuestra edad se ha tornado en porquería
    inarrancable ya de su sucia bayeta.

    La edad que cruza nuestros rostros
    hacia el final del túnel
    (si es posible la fe en las creencias)
    tornará más ligera nuestra carne".

    VI

    Penélope

    Ulises anda siempre dando vueltas,
    ni la fragilidad de su hijo
    ni la pasión por su mujer
    (¡cuánto la hubiese eso confortado!)
    le detuvieron nunca. Ella no encuentra hazañas
    ni en su marcha a la guerra ni en su regreso de ella.
    (¡Diez años para ir y diez para volver!)
    Desde el muelle a su casa,
    a pie y ante la vista de todos él camina.
    No ha podido ninguno reconocerle en Ítaca,
    aunque todos conozcan las azañas de Ulises.
    Corren más sus rodillas que sus pies
    y su boca apretada se hincha de aire,
    su vista se ha habituado a bienvenidas.
    Él busca alguna cosa que le oriente...
    Cuanto le fue una vez intensamente blanco,
    una señal y referencia antes,
    solamente es ahora un estacionamiento de navíos.
    Qué pálida y sin suerte parecía su cara
    veinte años atrás, hasta incluso la víspera
    de su embarque triunfal y carnaval de gloria,
    cuando dejó a Penelope hechizada
    hasta desvanecerse ella en sus brazos
    a causa de la danza. El riesgo fue su oficio.
    Su polvorienta ruta a mediodía es ahora su casa;
    él imagina
    que ella sale en su busca velozmente,
    vistiendo una amplia túnica de tubo
    impregnada de todos los deseos,
    la que ya se había puesto
    en el último mes de su embarazo.
    Entonces, sin todavía necesitar gafas,
    los ojos de ella estrellas parecían,
    conejo acorralado... Es hoy su casa
    más tolerante y más condescendiente;
    ella sigue en su hogar, confortable en su entorno
    con su hijo, los amigos de su hijo,
    todos sus pretendientes
    (el caos habitual de quienes viven bien),
    con salud y riqueza contrapuestas
    en sus indumentarias...
    (Solo el dolor podría justificar la fealdad.)
    Él ha visto ya el mundo conocido,
    lo mejor y peor de los humanos;
    el enorme entusiasmo de su peregrinaje
    asume el peso y la gravitación
    del estar vivo. Ulises entra en casa,
    los ojos muy cerrados y la boca muy suelta...
    El lecho conyugal le queda a un paso,
    pero confunde a la hija con la madre.
    No es de extrañar. Los varones le expulsan
    (un animal idiota, mas perverso).
    Ya está afuera;
    sus no deseadas manos están asperas,
    dicen te quiero desde la otra parte
    del ventanal cerrado.
    A sus cuarenta años, todavía,
    ella es el mejor busto de todas las presentes.
    Él la mira y ella ve que la mira idiotizado;
    ella se vuelve entonces
    hacia sus pretendientes conociendo
    que el arte mentiroso de la diosa Minerva
    no devolverá a Ulises
    la invencibilidad que tuvo ni tampoco
    la juventud que entonces poseyera...

    ¡Media vuelta -Volte face-!
    (Él gira al modo de los tiburones,
    haciéndose visible detrás de la ventana.)
    Orgulloso de su cuerpo, doloridos los ojos
    y satisfecho por sus cicatrices,
    Ulises, instintivo asesino
    en el machismo de su senilidad,
    saborea de antemano el apogeo de la lucha
    quebrantando las aguas por destruir su huella.
    Él ha sobrepasado su tamaño.
    Es uno más entre los pretendientes,
    sus agallas están plegadas y en su sitio,
    antinaturales rejillas de ventilación,
    que con un botoncillo podrían ser cerradas,
    como lo son las celdas de una cárcel...
    Diez años de pasada y otros diez de futuro.



    VUELTA A CASA

    Lo que antes fue, sucede ahora de  nuevo...
    Desde 1930 sucede... Aquellos chicos
    de mi antigua pandilla
    son ahora unos empresarios avezados
    que, al nacer, comenzaron como los pajarillos
    a picar en la cáscara del huevo
    y han logrado llegar a su jubilación,
    tras toda una carrera pletórica de triunfos.

    Ante el altar de los pronunciamientos
    y en el momento de la credulidad,
    di yo contigo...
    ¡Hacia los veinte años qué evidente
    se hizo para nosotros tu desgracia!
    En el casino, decorado al estilo recargado
    del pastel de jengibre,
    qué noches inocentes fabricamos
    con martinis Vesubio, y sin vermut,
    pero con mucha vodka que endulzase
    la extrema sequedad de la seca ginebra...
    Ese fue el latigazo en medio de mi cara,
    latigazo adorado por la noche...
    Muy pronto cada noche y todas ellas,
    hasta que transformamos y quisimos
    nuestras dulces costumbres.

    No es la fertilidad ningún progreso
    ni nada hermoso a que precipitarse...
    El verano recubre los pasados errores
    con sus hojas doradas.

    Alguna vez sorprendo yo a mi mente,
    con mirada brillante, dando vueltas...,
    a mi perdido amor que atrapar quiere
    tu rostro ya perdido.

    Verano tras verano se marchitan,
    en su propio fulgor todos los álamos...
    Se trata de un espacio para la juventud:
    el sitio en que ellos mismos se destrozan
    contra el borde espumoso de las olas.

    Los perros desconocen el olor de mi cuerpo.



    UNIVERSIDAD DE LUISIANA EN 1940

    Para Robert Penn Warren

    Las lámparas prendidas toda la noche entera
    han extinguido ya su combustible,
    (¡oh Baton Rouge!) sobre aquellas propuestas
    ilimitadas y escolares de nuestra facultad:
    ratas tan grandes como mi antebrazo
    se dirigen en grupo hacia la porquería,
    purgándose en abiertos albañales...
    la humedad favorece la aparición del musgo
    que verdea en el aula de nuestro seminario
    en donde sesteamos, mientras Robert Penn Warren
    disertaba durante tres horas sobre Maquiavelo;
    sobre el tiranicidio de los príncipes,
    César Borgia, Huey Long, citando
    innumerables fuentes inglesas e italianas...
    Nuestros asilvestrados días de jauría
    en la América aislacionista, trasegando
    insensatas estrategias de Stalin, como si tuviésemos
    capacidad moral para ser imparciales.

    ¿Será acaso posieel derrotar a un país
    en el que los chavales, a los doce años,
    saben ya cómo reparar sus motos?
    Rojo-Robert-Penn-Warren,
    puedes hacerte amigo de cualquiera:
    de criminales e incluso de los fatuos
    escritores más grandes a quienes destazaste
    cruelmente en alguna reseña de revista...
    ¡Ay, esas simplificaciones peligrosas,
    argumentaciones ad hominem que hago...!
    Tus reminiscencias para mí
    tienen más apariencia que sustancia,
    pero, como a diferencia tuya, yo no soy
    novelista ni crítico, elijo tu poesía:
    Terror, Pursuit, Brother to Dragons
    y algunas otras de tus obras líricas.
    ¿Acaso la poesía puede matar impunemente?
    ¿Puede su terror secuestrar la imaginación
    ajena a nuestro terco bienestar común?
    Esta capacidad de corromper
    que la poesía tiene, es la más genuina
    voluntad de su voz, nunca perdida,
    mas llena de fantasmas, la voz que sobrevive
    de forzar resistencias,
    descontrolada por la inspiración;
    uno no puede quitársela de encima sin quebranto
    ni apaciguarla con ingeniosas tretas...
    La musa, "la que crujiendo su muleta puede
    hacer brotar de ella
    un pequeño capullo, quizá blanco..."
    Todavía tú eres el antiguo maestro
    que atrae al deslumbrado
    discípulo que yo soy todavía.



    PARA JOHN BERRYMAN

    (Después de haber leído su última Dream Song)

    En estos años últimos tan solo
    nos hemos encontrado (¡pocas veces!)
    mientras ibas, errante y sin asiento,
    de acá hacia allá leyendo tu noqueante Dream:
    tan contundente, resonante y sorda...
    En este y otro mundo, entonces como ahora.
    Para no propender a tu elegía
    necesitaba yo encontrarme vivo...
    Aunque realmente ambos hayamos compartido
    la misma vida: esa que, parecida,
    a nuestra generación le fue otorgada
    (Les Maudits, ese mote gracioso
    que los americanos nos ponemos,
    cuando llega el momento,
    como un rito de paso y por peaje):
    primero de estudiantes, después de profesores,
    era nuestra galaxia la de los grands maîtres;
    nos concedieron becas en los años cincuenta
    para irnos a París, Florencia, Roma...
    Éramos veteranos pero no de la Guerra
    (sí de la Guerra Fría, que es distinto).
    El mejor privilegio que la vida concede.
    Nuestra diaria aspiración de entonces
    era la de beber a media tarde,
    aguardando ansiosos el fuego sobre hielo
    hasta sentir el tacto del vaso congelado,
    como si se tratase de una chica.
    Si hubieses tú esperado...
    Nos obsesionamos tanto con la escritura...
    Al fin lo conseguimos y así nos fue con ella.
    ¿Te despiertas tú acaso, como yo, tan perplejo,
    encontrando las gafas olvidadas
    dentro de uno de los dos zapatos?
    Algo fuerte me encoge el corazón...
    Allí (también aquí) los días fueron felices:
    estabamos sentados y charlando, a la orilla
    de uno de los lagos gélidos que hay en el Maine,
    sobre el Cuento de Invierno y de los celos
    de Leontes, de Shakespeare, en su abrupta sintaxis.
    Tú conseguiste el éxito primero...
    El otro día mismo di con aquello que nos diferencia:
    solamente el humor...
    Incluso en tu última Dream Song
    te burlas del sigilo de tu huida
    de tu casa y las clases
    para lanzarte al agua desde el puente.

    Las chicas en la escarcha no hurgarán de tu tumba.

    Para sorpresa mía, amigo John,
    te diré que no rezo por ti, porque te rezo a ti,
    que pienso en ti, no en mí,
    y que sonrío antes de dormirme.



    DESDE 1939

    Nosotros nos perdimos la declaración de guerra...
    Íbamos disfrutando en tren hacia el oeste,
    a celebrar allí nuestra luna de miel.
    Pasábamos las hojas, en los Poemas de Auden,
    de los revolucionarios años treinta,
    hasta que nos dormíamos mecidos
    por aquel confortable trote arrítmico
    de lo obsoleto... Ahora,
    cuando soy más consciente de todos mis errores,
    echo de menos demasiadas cosas.
    Veo que una muchacha está leyendo
    el último libro que Auden ha publicado...
    Debe ser esta chica muy moderna,
    lo está diseccionando en el pretérito.

    Auden es tan histórico, como lo es ahora Múnich,
    y hasta puede que amase
    la podredumbre del capitalismo.

    Vivimos todavía con el mismo demonio
    de sus errores y equivocaciones,
    de las que debió él desear
    desprenderse, sin más, con triquiñuelas pícaras,
    muy propias de estos tiempos.

    En nuestra aún pendiente revolución,
    todo parece terminar ahora,
    sin que haya nunca nada comenzado...
    Sobrevive el demonio a su vacío,
    y cojeando y maldiciendo
    camina a su extinción una masa moral,
    que en ninguna balanza registraría peso...
    Eruptos como manchas sobre el tono
    amarillento claro de la anémona.

    Bastante han resistido Inglaterra y América
    como para temer a su pasado: esas rutinas
    que, tal si fuera cera, las moldean...
    Lo prospero, la alegre, la acidez de su furia...

    Hace casi una década,
    los caballeros africanos negros
    abarrotaron su diminuto cementerio inglés,
    y al basurero echaron estatuas mortuorias,
    Victorias, Kitcheners, mercenarios de Belfast
    arruinados por jefes,
    que les habían hecho a su medida
    como si fuesen de jabón... Engañados
    con barajas trucadas que les hacían perder
    sus salarios ahorrados para sobrevivir
    a una ruina tan falsamente libre.

    ¿Tal vez han maquillado a los soldados
    con idénticas cremas que a las grandes actrices
    para que en sus ensayos salgan favorecidos?
    ¿Pensarían quizá que seguirían con vida
    si mantenían su espíritu?

    Sentimos que la máquina se nos va de las manos,
    como si alguien desconocido
    nos fuese arrebatando su manejo...
    Si vemos una luz hacia el final del túnel,
    son los faros del tren que se nos echa encima.



    MUERTE DE CRÍTICO

    I

    Tediosos, antipáticos y a punto de extinguirse
    veía yo a los viejos...
    El preferido blanco de mis burlas,
    hasta que el tiempo, que lo cura todo,
    me hizo como a ellos.

    En la vieja New York convencidos decíamos
    "Si la vida pudiese escribir algo
    escribiría lo mismo que nosotros".
    Ahora hemos perdido aquellas energías,
    como si fuésemos mecheros desechables,
    en los que el resplandor de cilindro traslúcido
    mengua su rojo vivo...
    Reina de las ciudades, estrella matutina.

    Todavía aquel tiempo arde dentro de mí.

    El sendero se limpia cada año
    y se hace necesario cada año volver a desbrozarlo.
    De año en año lo estrechan los arbustos...
    La naturaleza colabora con nosotros,
    pero nosotros ya no deseamos
    colaborar con ella.

    II

    La pantalla verde-mar de la tele
    es deseada y amada más que lo es
    ningún humano rostro...
    En la isla de mi cuarto
    puedo hablar mejor conmigo mismo.
    Convalezco.
    No puedo disfrutar polemizando
    con mis viejos estudiantes...
    Apoyado en los brazos de mi butaca
    he cruzado un tablero
    para poder, a máquina, despachar mi correo,
    pues mis cartas se abrasan
    por miedo a mis microbios.

    Como las golondrinas, los discípulos
    venían de Brasil, o de Londres por aire
    en forma de reseñas.
    En las noches insomnes, cuando entretiene
    mi tragedia a los pájaros del alba
    que no quieren marcharse, me pregunto
    dónde estarán sus no anunciadas caras familiares
    que no podría yo reconocer ahora.

    Los estudiantes,
    cuyo entusiasmo, ardiendo, penetraba
    en lo que era transitorio, se han graduado e ido
    como si nunca hubiesen existido.
    Carece de sentido que yo desee que ellos
    regresen a la vida, solo iban a tener
    el entusiasmo loco de un fantasma
    sin reconocimiento ni ganancias,
    sin trabajo.

    Ahora, cuando mi cuerpo es tres partes de hielo,
    contemplo el resplandor rosado de la estufa...
    En los momentos cálidos me imagino
    que hermoso fue el verano
    que convirtió a Long Island en un trópico.
    Desde los noventa hasta Nixon,
    idéntica muchacha, el mismo busto
    tan voluntariamente liso todavía.
    Sobre mi pantalla, su mezquino patrono
    me la ofrece una noche tras de otra
    como si se tratase de su hija.

    ¿Fue su pánico acaso lo que me hizo infalibre?
    ¿O mi integridad el único criterio
    para yo condenar todas aquellas cosas?

    ¿Gesualdo, el músico Gesualdo,
    asesinó a su esposa
    para heredar su voz de ruiseñor?

    Sobrevive mi crítica a sus víctimas,
    que tienen su sepulcro en la Little Magazines,
    la que nos ensalzaba, simultáneamente
    a la barracuda y a sus presas.
    Mis virginales reseñas eran en su momento
    el equivalente verbal de los asesinatos,
    ahora son un montón pequeñito,
    compacto, tan viejo como yo.
    Ellas se desintegran amarillas
    y sus rígidas páginas
    se hacen añicos como las hojas secas,
    escapando del árbol que les diera la vida.

    Detras de esas fachadas de celdilla
    que tiene Nueva York,
    revestidas de vidrios desdeñosos,
    me empequeñezco... No soy ya dinamita.
    Me deseo una muerte natural y espontánea,
    sin dientes por el suelo, sin sangre alrededor...
    No es la muerte lo que temo,
    sino al indefinido dolor interminable.



    REALIDADES

    ¿Quién puede asegurar que desee la vida
    que al mismo día de hoy
    el plus del de mañana se le añada?

    Yo distinguía de joven los sonidos
    diversos de las noches del verano,
    el canto de los pájaros al alba,
    el ruido poderoso de los descapotables
    y aquellos que conciernen
    al sexo y le son propios
    al acto mismo de reproducirse.

    ¡Qué poco nos costaba conseguir esas cosas!
    A cuántos sometimos a nuestro sufrimiento,
    y a nuestro gozo ecuánime hasta llegar aquí...
    Todo esto ahora se ha consolidado
    porque lo hemos logrado y hecho firme,
    como una consecuencia natural de ello mismo.

    Sus caras, no demasiado largas,
    ilustran bien la época dorada
    de la fotografía, meditando en su otoño,
    como hacemos nosotros, el otoño del mundo.

    Sus viviendas con ellos han crecido,
    del mismo modo que en su forma aumenta
    una gran caracola:
    la concha en espiral, tan laboriosa,
    que a izquierdas calcifica en los jardines
    donde sus hijos se multiplicaban...
    Casi no puedo reconocerme en ellos:
    son mucho más escépticos mis hijos
    de lo que fui yo mismo, están en desacuerdo
    con aquello que no comprenden bien...
    Confían en tomar el poder con una uña.

    ¿Si se me concediese comenzar de nuevo
    la senda de los días que ya he andado,
    podría convertir un fino alambre
    en una barra gruesa de acero consistente?
    Sería, estoy seguro, como cualquier muchacho:
    un chico extraviado en las irrealidades
    y en el aturdimiento de la música.



    A MI MADRE

    He venido por tercera vez
    a vivir a tu Boston, lujoso y engreído;
    a punto he estado casi
    de coger el teléfono y llamarte,
    olvidando que no tienes teléfono.
    Tu humor exagerado, contrario al disimulo,
    contrario a lo gracioso para un hijo,
    es ahora un rasgo mío...
    tu sangre bulliciosa, tu cara avejentada,
    la ondulación,
    involuntariamente dramática,
    que tenía tu voz.

    Tú eras
    Josephine Beauharnais, la femme militaire.

    Las jorobas que tienen los bordillos
    en las aceras típicas de Harvard
    (como si por su edad les fuese permitido)
    me lastiman los pies con toda su potencia...
    Toda esa gente que, mientras yo fui estudiante,
    andaban y tragaban con dificultad,
    ahora chillan con furia, como viejas ardillas,
    teniendo alrededor de sus orejas
    como un vendaje de cabello cano...
    Veo mi propio cambio en la manera
    de cambiar que han tenido mis amigos.
    (Ojalá que viviese yo más tiempo
    sin batir marca alguna.)

    En el tiempo en que fuimos haciéndonos adultos,
    en proporción inversa,
    perdíamos también el gusto por la infancia.
    Una asquerosa planta
    puede alegrar también el centro de una sala
    (aunque nunca tus plantas fuesen tan despreciables),
    la mata, el bulbo, el tallo seductor,
    el lirio que levanta un momento su enseña
    haciéndose redondo entre las piedras
    blancas de una maceta más blanca todavía.
    Tu sala era un reproche...
    Ojalá que estuviera allí contigo,
    sin contar los minutos, pero no para siempre
    (con el índice dentro de un guante blanco y limpio,
    solías arrastrar, por la repisa de la chimenea
    y el pasamanos de la barandilla,
    tu dedo para ver si había polvo).

    "¿Por qué continuamos esperando
    que la vida sea fácil,
    cuando sabemos que no lo va a ser nunca?

    Yo me regodeaba, según me iba enterando,
    de aquello escandaloso que de ti se decía.
    Mucho de cuanto oí me llegó por los otros,
    los que decían ser
    amigos tuyos desde el instituto,
    ellos mismos también vueltos ceniza.
    Desde tu muerte me ha llevado tiempo
    el descubrir que tú, como yo mismo,
    eras también humana...,
    si es que yo soy humano.



    PARA SHERIDAN

    Solamente vivimos
    entre aquello que somos y aquello que seremos.

    Tú existes en el negativo
    perdido de una foto,
    en una sonrisa, en una cifra,
    en un rostro pasado ya de moda,
    con un viejo sombrero muy a la antigua.

    Tres vidas en un flash: el mismo niño,
    la misma foto, él, yo, tú,
    todos amontonados en un único sello
    como el de la vajilla de plata de la madre
    (gnomo, pez
    fuerza a la vez angelical y bruta).

    Pudimos ver con claridad
    todos las mismas cosas
    antes que nuestra vista se dañara.

    Pasados los cincuenta, con sorpresa,
    con un cierto sentido de absolución suicida,
    nos hemos enterado que aquello que intentamos,
    y en lo que fracasamos,
    podría no haber nunca sucedido...
    O que, de cualquier forma,
    debió de haber estado mejor hecho.



    SAN MARCOS, 1933

    Allí, a los quince años, estudié cuarto curso...
    En nuestro comedor medían las mesas
    6 por 4, capaces los asientos
    para seis estudiantes, lado a lado.
    Presidía la mía mister Prendie, el Marmoto
    (era el mote), indiferente al mundo circundante,
    nada le distraía de su ensimismamiento;
    y en el extremo opuesto se sentaba otro chico...
    Hacia media comida, mis caros compañeros
    comenzaban feroces a humillarme insultándome.
    "Oye, ¿y este por qué se mete el dedo en la nariz?"
    "Porque sus napias son la mina de los mocos
    y le gusta con ellos hacer albondiguillas".
    "Eate Cal es un memo, idiota extraordinario..."
    "En su primera ducha con nosotros
    se empalmó, el gilipollas".
    "Solo una vez por curso plancha sus pantalones".
    "¡No exageres! ¡Una cada dos cursos!"
    Y un tercero remacha: "Ni eso, no plancha nunca".
    A lo largo del curso fui perdiendo
    toda capacidad de sorprenderme,
    de deslumbrarme incluso ante esa jerga,
    fatuamente ingeniosa que, por abuso nuestro,
    casi había llegado a ser perfecta.
    "Inservible-bombilla". "Comido-por-la-niebla".
    "Patalón-asqueroso." "Memo del Medio-Oeste".
    "Cal es un sorbesopas". "Sorbesopas-pedorro",
    que se pee en la bañera, donde puede tragarse
    enteras las burbujas de sus pedos".

    ¿Qué decían de mi cara?
    Tiene ese color gris (me describían)
    de perla parecido a las bolas de mierda:
    las grises pelotillas que se crían
    entre los dedos sucios de los pies...
    Decían que apestaba,
    como mis calcetines de deporte,
    que me ponía la semana entera.
    Uno de los chavales de mi banco
    olisqueó mis zapatos y aparatosamente
    se tiró del asiento como si se asfixiara.

    "A Cal no le gustamos, ni Cal nos gusta a nadie".
    "¡Cal, soplapolas!
    ¿Quién es en esta mesa tu mejor camarada?"
    "Lo-w-ell, Lo-w-ell"
    (cantando, todos juntos, con la música
    del villancico, a coro: Na-vi-dá, Na-vi-dá).

    Así fue siempre todo... Puede ser que exagere...
    Durante el curso entero me había preocupado
    de ir seleccionando, uno por uno,
    y convenientemente,
    a mis más destacados compañeros de clase,
    para hacerles oír y recordar
    miserias y defectos de todos sus compinches.
    Les echaba en mis planes, destrozándoles,
    a unos contra otros... ¿Mas quién era capaz
    de realizar tal gesta: solo yo contra todos?
    ¡Eran tantos..., ricos, pijos, queridos!

    Tenía quince años
    y habían conseguido que yo llorase en público...
    ¿Un cobarde gallina?
    Quizá tenían motivos... Ahora incluso,
    mi insensible inconsciente, encallecido,
    me lleva a torturar a mi amigo más íntimo.

    Huic ergo parce, Deus.



    VISITANTES

    Sin ningún buen propósito
    cruzan corriendo por mi dormitorio
    dos líneas negras, largas, verticales,
    que muy rápidamente se convierten en cuatro:
    se trata de los chóferes
    de la ambulancia, con su uniforme azul,
    o quizá policías haciendo doble turno.
    Registran nuestro cuarto, desordenado e íntimo,
    escrutan mis cuadernos de trabajo,
    a los que mis continuas correcciones
    han tornado ilegibles,
    y los desechan en ese recorrido
    por nuestra habitación, como si fuesen
    dueños de nuestro dormitorio.
    Eso es lo que ellos hacen.
    Me atosigan primero y después se dispersan...
    ¿Inspeccionan, quizá, buscando pruebas,
    mi esparcida ropa por el suelo?
    Están ellos más gordos
    de lo que sus deberes les exige...
    Con cortesía burlona ellos se ríen
    de todo cuanto digo:
    "Ayer tenía yo treinta y dos años,
    una amenaza para la autoridad
    al ser todavía joven". La aburrida sargenta
    se entretiene mirando el samurai risueño
    de colmillos de tigre,
    que muestra la pintura japonesa colgada
    de la pared del cuarto... "¿Cuánto costará esto?
    ¿Dónde podría yo conseguir otra?"
    Si la luna ilumina la oscuridad, yo puedo
    ver a través de ella...,
    ver una hermosa plaza londinense en donde
    uniformadas vacas negras mugen,
    rumian con la monotonía de las motosierras...
    Mis visitantes son una buena carne
    de res para banquetes,
    hacen que falsamente uno perciba
    que está la tierra bien fundamentada,
    mientras secretamente se dan prisa
    a telefonear desde sus ambulancias.
    Click, ckick, click, hacen las luces
    azules, blancas, rojas, mientras brillan
    con una negligencia aristocrática...
    ¡Cuantísimo trabajo!
    Cuando a mi habitación vuelven todos juntos,
    estoy seguro de que su mirada
    no se ha apartado ni por un segundo
    de sus propios relojes.
    "Con cuidado, señor, más despacio, señor".
    "Señor, el doctor Brown
    estará aquí dentro de diez minutos".
    Mas en lugar de eso
    una silla metálica se despliega en camilla.
    Estoy tumbado en ella y bien atado,
    pero no así mi mente que va de idea a idea.
    Ellos siguen moviéndose.
    "En el sitio al que vamos, Profesor, a llevarle
    no va a necesitar ninguna obra de Dante".
    ¿Qué necesitaré entonces en tal sitio?
    ¿Son quizá las esposas ese ruido
    que escucho en sus bolsillos?
    Sigo con atención el modo del traslado,
    rígido, incluso agradecido, pero sin sentimientos.
    ¿por qué ha enmudecido mi charlatana lengua,
    tan amiga de bromas?
    Alguien debe pagar por alienarme
    y mañana será peor que ahora,
    el cielo y el infierno me parecen lo mismo...
    Debo esperar premonitoriamente,
    sin sacar beneficio de este drama...,
    suponiendo, lo mismo antes que ahora,
    que esto no me ha ocurrido...
    Es mi porción de eternidad pequeña.



    ADVERTENCIA

    El médico de prácticas
    me dice contundente al recibirme:
    "Carecemos de ideas y de imaginación,
    y de entusiasmo no nos queda nada...
    ¿Podemos atenderle a usted en algo?"
    A su tosquedá ignara contesto preguntando:
    ¿Podría usted indicarme el mejor modo
    para aprovechar bien estos días?
    ¿Me ayudarán ustedes a entender
    lo que no tiene arreglo ni remedio.
    en esta temporada de escritura poética y de alivio
    para mi depresión que pasaremos juntos?

    He olvidado a ese médico,
    me importaba lo mismo que el nombre de soltera
    de la querida esposa de un amigo.
    Tengo la libertad de viajar estrujado,
    en un tren a hora punta y de copiar
    en el reverso blanco de una carta,
    como si yo estuviese solo, las siguientes palabras:
    "Cuando cierran los árboles sus ramas
    y enrojecen sus hojas con el calor de otoño,
    su invernal esqueleto apenas se percibe..."
    Y saber que, a unos treinta kilómetros de la ciudad,
    concluido mi encierro, la tan cacareada primavera
    está al fin con nosotros y puedo yo espetarle:
    "¿A esto llamas tú flores?"
    Vuelvo después a casa
    (a donde puedo ir con los ojos vendados),
    más sé bien que debemos reconocer, sin dudas,
    que hemos sido creados para no durar mucho.



    MIRADA PESIMISTA

    Durante estos dos últimos minutos,
    el monarca abdicante de la luna más llena
    ve desdeñosamente cómo inicia
    desde arriba un gorrión su primer canto...
    No hay nada más hermoso
    que despertar y ver que junto a mí, en mi cama,
    otro cuerpo respira... El brillo de la sombra,
    sobre ese cuerpo medio destapado,
    con ropa cotidiana, como la mía propia,
    lo tengo entre mis brazos.

    El pasado verano no pudo impedir nada
    que el gozoso fluido del cuerpo en mil arroyos
    serpenteara sin ningún esfuerzo,
    aunque sin intenciones definidas...
    Precauciones para un vecino próximo.

    Ahora mi visión pesimista... Pesimista,
    es aspaviento inútil, nada que mereciese
    una línea, una foto, en el serio periódico
    que pronto leeremos,
    curiosa antología de este mundo irredento
    que sobrepasa el genio de la prosa,
    que es acumulativo y otros rasgos...
    ¡Siendo este un día tan romo,
    cómo agudiza nuestras percepciones!
    Si no se acierta el tiro, nos es indiferente
    quedar a dos centímetros del blanco,
    que a kilómetro y medio,
    y más cuando se arriesga uno conduciendo
    por carretera estrecha y de dirección doble.
    No nos sirve de nada y hasta es impertinente
    preguntar a alguien señas,
    fijamente mirando a derecha e izquierda,
    en medio de este tráfico en ambas direcciones.

    No existe nada tan gratificante,
    para recuperar antiguas alegrías,
    que volver al pasado
    los días en que todo lo vemos negro intenso.

    ¡Ah querida! Ya habías sido amada
    antes que yo te hubiese conocido;
    otros también se habían extraviado,
    como yo mismo estuve, mas ellos superaron
    esa inseguridad y obtuvieron el premio
    de ganar un delfín de las profundidades
    acuáticas, sonoras de esa música.
    Cuántas veces me han hecho errar mis payasadas,
    insoportable lengua transgresora...
    ¡Hasta la cárcel misma me ha costado!
    Y a mentir..., a ponerme de rodillas...,
    también a levantarme.


    EPÍLOGO

    ¿Por qué ya no me sirven las bienaventuradas
    estructuras y tramas y las rimas, ahora,
    cuando deseo escribir, no de lo que recuerdo,
    sino de aquello nuevo que imagino?
    Oigo el sonido de mi propia voz:
    "El ojo del pintor no es una lente,
    tiembla cuando a las luces acaricia".

    Pero a veces me ocurre que todo lo que escribo,
    con el arte cansado de mi vista cansada,
    parece una instantánea llamativa,
    rápida, exagerada, tomada de la vida,
    pero inmovilizada por los hechos...
    La concurrencia de lo irreconciliable.
    Mas... ¿Por qué no contar lo que ha ocurrido?
    Agradezcamos ese don exacto
    que Vermeer otorgó a la luz del día
    para cruzar un mapa, como hace la marea,
    hasta alcanzar, segura en su añoranza,
    a la chica ofrecida por su cuadro.
    Somos pobres acciones transitorias
    y por ello advertimos
    de que a cada figura de la foto
    debemos otorgarle su nombre verdadero.


    ROBERT LOWELL, Día a día, Losada, 2003, en traducción de Luis Javier Moreno.



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    Robert Lowell (1917-1977) Empty Re: Robert Lowell (1917-1977)

    Mensaje por cecilia gargantini Sáb 03 Sep 2022, 15:41

    Otro autor que me gustó conocer!!!!!!!!
    El poema "A mi madre" me impactó realmente.
    Y también el final de "Muerte de crítico"...

    Detrás de esas fachadas de celdilla
    que tiene Nueva York,
    revestidas de vidrios desdeñosos,
    me empequeñezco... No soy ya dinamita.
    Me deseo una muerte natural y espontánea,
    sin dientes por el suelo, sin sangre alrededor...
    No es la muerte lo que temo,
    sino al indefinido dolor interminable.

    Gracias Pedro!!!!!!!!!!!! Besossssssssssss
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    Robert Lowell (1917-1977) Empty Re: Robert Lowell (1917-1977)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 04 Sep 2022, 03:47

    Agradezco mucho tu interés, Cecilia. La poesía norteamericana es muy interesante, pues trata temas muy del día a día con un lenguaje llano, sin tender a la ampulosidad y transcendencia como a menudo ocurre en otras poesías.

    Un abrazo.
    Pedro


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