.
Circe Maia (Montevideo, 29 de junio de 1932) es una escritora, poeta, profesora y traductora uruguaya.
Biografía
Maia nació en Montevideo, Uruguay, en 1932. Sus padres eran María Magdalena Rodríguez y el escribano Julio Maia, ambos procedentes del norte de Uruguay.1 Fue su padre quien le publicó su primer libro de poesía, cuando Circe tenía 10 años (Plumitas, 1944). A sus 19 años sufrió la repentina muerte de su madre, que dejó una profunda huella en su primer libro de poesía madura, publicado cuando tenía 25 años (En el tiempo, 1958).
Se casó con Ariel Ferreira, médico, en 1957, y en 1962 la pareja se mudó a Tacuarembó con sus dos primeras niñas.
Cursó estudios de filosofía en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) y siguió estudiando filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República. Se dedicó al profesorado de filosofía en el liceo departamental y en el Instituto de Formación Docente de Tacuarembó.
Participó en la fundación del Centro de Estudiantes del Instituto de Profesores Artigas (CEIPA) y fue socia activa del Partido Socialista.
Los años de la dictadura cívico-militar en Uruguay fueron duros para su familia. Un día de 1972, los militares irrumpieron a las 3 de la madrugada en su casa para arrestar a Circe y Ariel, pero a ella le permitieron quedarse porque su hija menor tenía apenas 4 días. Su marido estuvo dos años preso por formar parte del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. En 1973, Maia fue destituida de su cargo como profesora de educación secundaria por el gobierno militar, pero logró continuar dando clases particulares de idiomas y seguir con sus estudios. En 1983 perdió a su hijo de 18 años en un accidente de tránsito. Esta tragedia añadida a las dificultades de escribir bajo la dictadura la llevó hacia un descanso en su trabajo poético. Con el regreso de la democracia en 1985, fue reintegrada a su cargo como profesora de educación secundaria. Sus publicaciones comenzaron de nuevo con Destrucciones (1987), un pequeño libro escrito en prosa, y Un viaje a Salto (1987), relato en prosa sobre el encarcelamiento de su marido.
La publicación de Superficies (1990) marcó su regreso a la poesía y fue seguida por otros libros de poesía y sus traducciones al inglés, griego y otros idiomas. Para el público lector la publicación más importante fue la recopilación de sus nueve libros de poesía Circe Maia: obra poética (2007 y 2010), un libro de más de 400 páginas.
Enseñó filosofía en secundaria hasta su jubilación en 2001, pero continúa enseñando literatura inglesa en un instituto privado, prepara grupos de teatro en Tacuarembó, además de escribir y traducir.
Poesía
En su primer libro adulto, En el tiempo (1958), Maia ya señalaba que la expresión adecuada de la poesía es «el lenguaje directo, sobrio, abierto, que no requiere cambio de tono en la conversación, pero que sea como una conversación con mayor calidez, mayor intensidad... La misión de este lenguaje es descubrir y no cubrir; descubrir los valores, los sentidos presentes en la existencia y no introducirnos en un mundo poético exclusivo y cerrado». A lo largo de toda su obra ha permanecido fiel a este arte poética. Los objetos, las personas, las muertes cercanas, la pintura y el tiempo son algunos de los temas elegidos para «descubrirse» y descubrir la trama humana. La propia experiencia se convierte en la posibilidad de auscultar lo humano y de establecer el diálogo con un tú siempre presente.
Circe Maia a lo largo de cincuenta años de trabajo poético se ha apartado de la literatura hermética que se vuelve monólogo. Como ella misma dice, ve «en la experiencia diaria, viva, una de las fuentes más auténticas de poesía». Su poesía se expresa a partir de la sensibilidad, sobre todo auditiva y visual.
Algunos de sus poemas han sido musicalizados por Daniel Viglietti, Jorge Lazaroff, Numa Moraes y Andrés Stagnaro, entre otros. Que su poesía estaba de acuerdo con el espíritu de la época se puede ver en el nombre del grupo del canto popular uruguayo Los que Iban Cantando, inspirado por un poema de En el tiempo (1958). Quizás el más significativo fue su poema Por detrás de mi voz que fue musicalizado por Daniel Viglietti en 1978 como Otra Voz Canta. Esta canción, que a veces se realiza en combinación con el poema Desaparecidos de Mario Benedetti, se convirtió en una denuncia de los regímenes militares latinoamericanos que cometieron desapariciones forzadas.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Circe_Maia )
*
Algunos poemas de Circe Maia:
De En el tiempo, 1958:
LOS VERSOS DE LLUVIA
I
Con un viento de lluvia
que vuela en rachas
que cae sobre el río
picando el agua
vamos volando:
la risa se nos moja
la cara, el canto.
Por la hojas brillantes
y sacudidas
por las ramas que quedan
negras y frías
voy resbalando.
Con el ala del agua
vamos volando.
II
Tiene el ruido de lluvia
tanta alegría
tanto blanco entusiasmo
de risa limpia
que nos levanta:
una tierra sedienta
parece el alma.
III
Y después, queda el monte
mojado.
Gotean
las hojas
y hay gotas colgando en el
aire frío
que muestran un mundo
brillante
diminuto y nítido:
una ventana
que da hacia un universo
de luz y agua.
IV
De las altas capas del aire
el granizo baja cantando.
Canta en sílabas frías y duras
la feroz alegría del agua
sobre verdes sembrados.
No te quiere el granizo,
hombre dormido.
Arroja piedras crueles
rompe tu sueño
alza tus párpados.
No te quiere el granizo,
vida del suelo
ramita niña, gajito verde
polen liviano.
V
Y por los troncos negros y
por los gajos vámonos
vámonos con el agua,
y abajo, abajo, a la
humedad oscura
de raíces y piedras
enterradas.
Siente subir de abajo un
ansia silenciosa:
alma de tierra y polvo
sediento se despierta
sube al ruido del agua
y asciende por los troncos,
hacia arriba, las hojas
las finas nervaduras...
Alma de tierra y polvo
sediento sube y tiembla
se estremece y se estira
hacia el viento de lluvia.
(A LAS TRES DE LA TARDE)
I
A las tres de la tarde anocheció de golpe.
Se le voló la luz, el piso, las agujas
del tejido, la lana verde, el cielo.
Ves qué fácil, que fácil:
un golpecito. un hilo
que se parte en silencio
a las tres de la tarde.
Y después ya no hay más. De nada vale
ahogarse en llanto, no entender, tratar
de despertarse.
Muerte, de pie, la muerte
altísima, de pie, sola, parada
sobre mayo deshecho.
II
Recordarte es borrar, empecinadamente
una vez y otra vez, esta sustancia oscura
que de ti me separa.
Cádaveres de días que no viste, te cubren.
Llueven sobre tu rostro gotas lentas, espesas
y de beber, amargas.
Y bebo a grandes sorbos, y dolorosamente
este tiempo que crece entre tú y yo, borrándote.
Una y otra vez, contra olas de plomo
contra de la corriente, partiendo el oleaje
-olas sombrías, noches que no viste, te cubren-
Como un nadador terrible, ahogándose
y ver tu rostro lejos, en una playa ajena
que no puede tocarse.
V
Hoy me puse a cantar canciones tuyas
cuando no había nadie.
Y venía tu voz, alzándose, venía
borrándome la ajena luz, volando
tu voz hacia la mía
como por otro aire.
Venía como niebla de cariño
-y como tan de lejos-
un ansia dolorosa
de querer acercarse
y aunque casi llegaba
-ya más cerca, más cerca-
no podía alcanzarme.
Porque tu voz volaba
ay, querida, querida
por otro aire.
VI
Me dicen: siempre sigue con nosotros.
Y yo pienso, de pronto, oscuramente
que este papel escrito por su mano
tiene ya algunas letras muy borrosas.
La palabra "domingo" está muy tenue,
es posible que pronto no se lea.
...Domingo, era verano, el reloj mostraba
alguna hora, mientras tú escribías.
Haría sol, quizá viento, pasaría
por la calle la gente, conversando,
la cabeza inclinada, la mirada
sobre el papel, el corazón tranquilo
y la querida mano describiendo
lentamente, los trazos: de, o, eme,
Domingo...
Ah, cómo siento así crecer la muerte.
Qué ganas de llorar, decir llorando:
-Todo se ha muerto, sí, todo se ha muerto
y nada se ha salvado, todo muerto,
las letras, el papel, la luz que daba
sobre el papel, el lápiz que corría
la hora aquella, sí, la hora, el aire
muertos como la mano que escribía.
VII
Para buscarte hay que cerrar los ojos
porque ya es demasiado azul, ya es demasiado
azul frío e intenso
y abrir los ojos es como embarcarse
y echarse a navegar por un azul violento.
Y yo no quiero.
Vuelan días contigo
y azules viejos.
Y cómo duele ahora la danza de colores
y me duele la blanca luz, y el amarillo
de la flor de retama.
Hay un ahogo, un grito
detrás de estas doradas
semanas reideras.
Que de días como estos se disfrazó la muerte
sobre días como estos pisó su enorme peso
quebrándolos, rompiéndolos.
IX
Hoy estamos rodeados de ceniza.
Vuela de altas hogueras, a donde no se sabe
qué días nuestros nos están quemando.
(Se quema el tiempo muerto, y la ceniza
vuela, y ahoga y vuela).
Ahora cae, despacio, con la lluvia
y cae fría luz nacida muerta
ceniza de algún gran temblor dorado:
un viejo mediodía, un fuego antiguo
que recién se ha apagado.
Vuela y ahoga y cae
despacio, con la lluvia.
Si se cierran los ojos
se empieza a descender grado por grado
una honda escalera
un laberinto circular, bajar, hundirse siempre
y dar vueltas y vueltas.
Es entonces que viene
en una tibia ráfaga
un trozo de canción que ella cantaba
y llueven como nunca y más que nunca
harapos de este día ceniciento.
X
En una hora así, con viento
blanco de agua, con campanas, cuando han salido todos
que no se puede imaginar que andas
por otros cuartos
que no hay nadie, y nadie conversa
y nadie canta,
cómo duele el silencio cuando es hecho de voces
ausentes, de palabras
que nadie dice:
risas de sombra, voces,
conversaciones muertas.
Cuando duele el vacío y es un filo de hierro
y pesa al corazón como un pájaro muerto.
Cuando la ausencia es dura presencia de la muerte,
dura presencia, muro para golpear llorando
y ensangrentar el puño y golpear todavía.
No abren, no se abre, no van a abrir más nunca.
LOS QUE IBAN CANTANDO
Los que iban cantando
tan de mañana,
¿iban al río?
Rato se oyó su canto
por el camino.
Los que dormían
no lo sintieron
pero el canto abrió puertas
ventanas, cielos
del corazón, cerrados.
Por entre el sueño
sólo era alegre y sola
voz en el viento.
De aquel confuso canto
-voces mezcladas-
no se pensó en las bocas
que lo cantaban:
Solo era un canto
por el camino
de madrugada
NO AQUELLA ETERNIDAD
No aquella eternidad de la dicha, ni aquella
eternidad del llanto.
No el continuo aletear de ala de cielo
ni la continua llama,
sino la eterna vida de estar, de haber estado
desde que todo fue por vez primera
y no morirse más, seguir con todos
y siempre fuéramos.
Porque no sé de dicha pura, sola
limpia, limpia y sin sombra
polvo ni arena
sino de aquel surgir de la alegría
como que amaneciera
como reír después de haber llorado
como luz sobre el agua y en la tierra.
No sé, en realidad no entiendo
pero sí que quisiera
mirar desde muy lejos sobre días y años
haber estado entonces
estar después que muera
conocer los que no han nacido ahora
-no sé de qué hablarán, ni sus vestidos-
pero seguramente habrá horas como ésta
el viento como ahora
noches como las nuestras
igual caer de luz y de agua triste
igual miedo de muerte
el mismo llanto y risa y la gran ansia
de vida para siempre.
De Presencia diaria, 1964:
LOS LÍMITES
Puedes dejar que caigan
en ti y se disuelvan
los blancos días quietos
los saludos, las cartas
el sabor previsible de las horas que quedan.
Cada mañana el viento
trae sonidos, pasos
conversaciones fáciles
conocidos reflejos:
en la luz de estos días podemos apoyarnos.
Pero qué hemos de hacer
—no puedes, no podemos—
recibir totalmente cierto infinito peso
la hondura desmedida
el golpe inesperado.
Por pedazos, pequeños fragmentos dolorosos
se reciben entonces
como la lluvia en gotas
como la hoguera en chispas
para no aniquilarnos.
ESTAS TARDES
Estas tardes de paz, de cielo liso
de gritos infantiles en las calles
y ladridos y juegos.
van navegando juntas siempre iguales
con sus mismo aire limpio
sus árboles sin viento
sus veredas de idénticas baldosas
y el lento oscurecerse de sus horas
de despacioso tiempo.
Y no es posible entrar dentro de ellas
—real, realmente dentro—
antes de haber pasado ya están hechas
de la misma sustancia del recuerdo.
TAREA INÚTIL
Hay un trabajo amargo
como de fatigados pescadores
arrojando sus redes
—ansia y desesperanza—
recogiendo sus peces
de aletas frías, muertos.
Así, a duros golpes
se cree traer vivos todavía
viejas escenas en fragmentos, restos
de diálogos, perdidos
brillos de las pupilas enterradas.
No quiero más, no quiero.
Porque sé que de un modo que no entiendo
de algún oscuro modo, está presente
en mí, total, entero
el sumergido mundo que no alcanzo
No quiero alzar pedazos, restos, sombras
ya fríos, en mi mano.
De El puente, 1970:
EL PUENTE
En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste eso sólo.
Aunque sea un instante, existe, existe.
Baste eso sólo.
PALABRAS
Tantos millones de bocas
tienen pasadas.
PEDRO SALINAS
En este cuarto me rodean muebles
que no conoces: tengo puesto ahora
este vestido que no has visto y miro
-¿hacia adentro, hacia afuera?- No lo sabes.
Pero ahora y aquí y mientras viva
tiendo palabras-puentes hacia otros.
Hacia otros ojos van y no son mías
no solamente mías:
las he tomado como he tomado el agua
como tomé la leche de otro pecho.
Vinieron de otras bocas
y aprenderlas fue un modo
de aprender a pisar, a sostenerse.
No es fácil, sin embargo.
Maderas frágiles, fibras delicadas
ya pronto crujen, ceden.
Duro oficio apoyarse sin quebrarlas
y caminar por invisible puente.
REGRESO
Estábamos tan acostumbrados
al ruido de los niños,
—gritos, cantos, peleas—
que este brusco silencio, de pronto...
Nada grave. Salieron.
Sin embargo
en pocos años será lo mismo
y no nos sentaremos a esperarlos.
Habrán salido de verdad.
Se saldrán del correr en escaleras.
¡No corran, niños! De sus cantos gritados
de su empujarse y su reir, habrán salido.
Volverán sólo en ráfagas-recuerdos,
en fotos alineadas.
Tiempo de mamaderas y pañales.
Tiempo de túnicas y de carteras.
Tiempo quedado atrás de alguna puerta
que no será posible abrir. Habrán salido.
Por eso toco y miro, como de gran distancia
este cuarto en silencio
con juguetes tirados por el piso
con camas destendidas.
Me siento regresando.
Como quien ya se iba y da vuelta.
Como alguien que olvidó despedirse.
Desde afuera, de lejos, he regresado
a la resbaladiza sustancia de la vida.
LA PENDIENTE
Gradualmente, de modo imperceptible
puede formarse un ritmo, una cadena
sutil, que arrastre y pese.
No podrás verla, pero estará. Los días
armados se alzarán y casi hechos.
Pisadas por veredas familiares.
-Buenos días, baldosas, plaza, cielo,
disciplinados árboles-.
La acogida de siempre. Sólo queda
soltarse, resbalarse
como por toboganes invisibles
hacia la noche.
No es noche, todavía. Sin embargo
va atardeciendo.
Tiempo del “todavía”:
"Todavía es posible” (¿Hay posibles?)
"Hay todavía tiempo”.
Y de pronto naufragan
los sin embargo, peros, todavías.
Algo se ha endurecido y angostado.
(¿Cómo ha ocurrido, cuándo?)
La plaza en sombra, la vereda en sombra.
Ha anochecido.
DESEO
No quisiera que abrieras el libro
y vieras palabras.
Quisiera
que oyeras sonidos
.........No música, escucha.
.........Sonidos
de cuyo entrelazarse están formados
del tiempo, los hilos.
Como ahora
en que escribo ante abierta ventana
y el rumor de la calle y pisadas
exclamaciones, saludos, despedidas,
noticias, comentarios
y lejanos llamados se mezclan
conmigo.
.........Sin embargo
no suben al papel y sólo quedan
negros trazos escritos.
TODAVÍA LA MUERTE
I
Afrontemos ahora
la posibilidad de estar ya muertos
—definitivamente, realmente—
un día de verano, como éste.
Resplandor que no toque la retina.
Humedad de la tierra en madrugadas.
El rocío en el pasto y no poder siquiera
quitarse los zapatos... Ya ves, ¿no es una lástima
no es una lástima
que ni zapatos ni pies tendremos?
Que ya al deshecho oído
no llegue del sonido ni la sombra
—ecos de risas, pájaros, reflejos
de amadas voces—.
Ni siquiera su falta:
el momentáneo, silencioso hueco.
Pensarlo fuertemente
y no prenderse a tibios,
acogedores, débiles apoyos.
Un día
un día no remoto
un día de tan sólida presencia
de peso tan real, igual a este.
II
Es posible
que lo que nos rodea y nos protege
nos sea, sí, quitado.
Despojados de ropa, casa, muebles,
y aún del propio cuerpo,
es posible
que un ser incomprensible, sólo alma
un inimaginable ver sin ojos
un lastimoso resto, sobreviva.
Tal vez, posible.
Qué miraremos, pues, así, hamacándonos
en transparentes hilos sostenidos?
Qué hacer, cómo vivir la sobrevida?
Hasta el mínimo gesto necesita
un apoyo de piel, algún pequeño
movimiento real... Pesada, opaca
y mil veces bendita, densa tierra
donde pisar seguro, mientras tengas
el hueso y los tejidos todavía
y todavía puedas.
De Cambios, permanencias, 1978:
NO HABRÁ
Construyendo los días uno a uno
bien puede ocurrir que nos falte una hora
-tal vez sólo una hora-
o más, muchas más, pero raro es que nos sobren.
Siempre faltan, nos faltan.
Quisiéramos robarlas a la noche
pero estamos cansados
nos pesan ya los párpados.
Nos dormimos así y la final imagen
-antes de zambullirnos en el sueño-
es para un día nuevo, de anchas horas
como llano estirado, como viento.
Lastimosa mentira.
No habrá días-burbuja imprevistos
sorprendentes, abiertos.
El zumo de este día transcurrido
se filtra por el borde de la madrugada
y ya la está royendo.
HOJA
Tan absolutamente única
(nervaduras, matices) ella sola
es solo ella, sola.
Hoja a quien la mirada
te separa del resto y te hace única.
(O te descubre única... ¿Lo eras?)
¿Eras, antes de verte, tú y más nadie?
Una hoja en la mano
no en follaje
no en viento
sino aquí, en este instante
la doble luz del sol y de los ojos
que te miran, te envuelven,
te recortan, te alzan…
La puerta al ser se abre.
Eres.
CANCIÓN DE MUERTE
Por sobre el río
dormida, te vas yendo
y una mano caída
rozando el agua.
Nadie en el río
navegando dormida
nadie contigo.
Caen del viento
hojas, flores azules
que no te siguen.
Tiemblan, se van quedando
atrás, naufragan.
Ni ellas te siguen.
Nadie contigo.
Navegando, dormida
sobre agua negra.
La mano abriendo al agua
largas heridas.
De Dos voces, 1981:
POEMAS DE CARAGUATÁ
(IMAGEN FINAL)
I
A la hora final
cada uno tendrá su pequeño paisaje
para borrar con él esa penumbra
de habitación de enfermo.
Este trozo de río no está mal, por ejemplo,
para guardarlo así: las costas verdes
rodeándolo, brillante, silencioso.
Y son dos movimientos:
mientras el bote avanza
sin ruido, hacia adelante,
la imagen, al contrario,
va hacia atrás, silenciosa,
abriendo el pensamiento
y ancla profundamente.
Cuando toque soltar amarras
de una vez para siempre
el viajero no habrá de ver los muros
–frascos, cama, remedios–
sino este río inmóvil
bajo la luz del sol, resplandeciente.
II
Pequeños paraísos imperfectos
y aún así, aún así, peradisíacos
instantes frágiles.
Rodeado a ciertas horas por extrañas
perfeccciones de corta duración, de imprevista
llegada, sorprendido
por un tono de luz inesperado
que alumbra el aire inmóvil.
(De los árboles sale olor de lluvia
un olor de humedad y de madera)
Suspendida en el aire
una hoja de sauce tiembla y gira.
Una tela de araña la sostiene.
La tela es invisible.
La hoja es como un signo
amarillo en el aire
y gira
III
Varios relojes invisibles miden
el pasaje de distintos tiempos.
Tiempo lento: las piedras
vueltas arena y cauce
del río.
Tiempo
de estiramientos:
despacioso, invisible
el reloj vegetal da la hora verde
la hora roja y dorada, la morada,
la cenicienta.
Todas acompasadas, silenciosas
o con un son oscuro, que no oímos.
Apoyado a la vez en roca y árbol
un ser de parpadeos y latidos
un ser hecho de polvo de memoria
está allí detenido.
Y quiere penetrar disimuladamente
en otro ritmo, en otro tiempo
ajeno.
IV
Cabeza y cola de un celeste
brillo metálico.
Cuerpo y alas finísimos.
Vuelan de a dos, sin ruido.
Las ramas cruen bajo el pie. Zumbidos
de otros insectos, gritos agudos de los pájaros
rumor del agua y del follaje, viento.
Aun cerrando los ojos, todo existe.
Es un ruido, un olor de tierra y agua
un frescor en la piel...
Solo ellas solas
se dan solo a los ojos, fugazmente.
Pequeño, fino vuelo silencioso
celestes rayas rápidas.
Aquí y ya no. Ahora y ya no más.
Libélulas.
V
Río y monte cubiertos de niebla
ingresan fácilmente en lo “ya visto”
se vuelcan sin conflicto en el recuerdo.
Vienen ya tan modestamente
descoloridos! Tan apenas
anuncian su presencia. Nada imponen.
Sugieren vagamente
sin mayor convicción, como si hablaran
–lenguaje de la niebla– a medio tono.
Claro que pueden despertar angustia
pero sólo al querer forzarlos, revelarlos.
Déjala así. Acepta esta luz blanda.
Deja a la venda húmeda que toque
el ojo herido.
Déjala.
VI
Nada alto, filoso ni blanco.
Solo estas verdes lomas, estos conos truncados
que parecen mostrar murallones y ruinas.
Se sube así nomás, no es una hazaña
trepar allí donde se ve en redondo
un horizonte circular remoto.
El verde fuerte asalta.
Atopella el azul. Estás parado
en el centro del día transparente.
Estás vestido de una luz redonda.
El aire te sostiene.
SALTAN LOS NÚMEROS
Supongamos que al nacer nos dan tres cifras
un capital fijo, que se va a ir gastando.
Supongamos que está todo anotado
matemáticamente:
número de latidos, una cifra.
Parpadeos totales, otra cifra.
Entradas
del aire en los pulmones, tercera cifra clave.
Entonces
a cada instante las tres cifras decrecen
-con pequeñísimo ruido inaudible-
las tres cifras se achican rapidísimamente
imperceptiblemente
a ritmo firme.
No importa lo que hagas.
Como en las estaciones de servicio
o como en los relojes electrónico
-te muevas o estés quieto-
¡imposible pararlas!
en su viaje hacia cero
saltan
saltan.
DISCREPANCIAS
Dice la voz de la lluvia:
-Soy la misma de hace mil años
y de aquí a otros mil, seré la misma.
Pero una gota, rota en la ventana,
no está de acuerdo.
Circe Maia (Montevideo, 29 de junio de 1932) es una escritora, poeta, profesora y traductora uruguaya.
Biografía
Maia nació en Montevideo, Uruguay, en 1932. Sus padres eran María Magdalena Rodríguez y el escribano Julio Maia, ambos procedentes del norte de Uruguay.1 Fue su padre quien le publicó su primer libro de poesía, cuando Circe tenía 10 años (Plumitas, 1944). A sus 19 años sufrió la repentina muerte de su madre, que dejó una profunda huella en su primer libro de poesía madura, publicado cuando tenía 25 años (En el tiempo, 1958).
Se casó con Ariel Ferreira, médico, en 1957, y en 1962 la pareja se mudó a Tacuarembó con sus dos primeras niñas.
Cursó estudios de filosofía en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) y siguió estudiando filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República. Se dedicó al profesorado de filosofía en el liceo departamental y en el Instituto de Formación Docente de Tacuarembó.
Participó en la fundación del Centro de Estudiantes del Instituto de Profesores Artigas (CEIPA) y fue socia activa del Partido Socialista.
Los años de la dictadura cívico-militar en Uruguay fueron duros para su familia. Un día de 1972, los militares irrumpieron a las 3 de la madrugada en su casa para arrestar a Circe y Ariel, pero a ella le permitieron quedarse porque su hija menor tenía apenas 4 días. Su marido estuvo dos años preso por formar parte del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. En 1973, Maia fue destituida de su cargo como profesora de educación secundaria por el gobierno militar, pero logró continuar dando clases particulares de idiomas y seguir con sus estudios. En 1983 perdió a su hijo de 18 años en un accidente de tránsito. Esta tragedia añadida a las dificultades de escribir bajo la dictadura la llevó hacia un descanso en su trabajo poético. Con el regreso de la democracia en 1985, fue reintegrada a su cargo como profesora de educación secundaria. Sus publicaciones comenzaron de nuevo con Destrucciones (1987), un pequeño libro escrito en prosa, y Un viaje a Salto (1987), relato en prosa sobre el encarcelamiento de su marido.
La publicación de Superficies (1990) marcó su regreso a la poesía y fue seguida por otros libros de poesía y sus traducciones al inglés, griego y otros idiomas. Para el público lector la publicación más importante fue la recopilación de sus nueve libros de poesía Circe Maia: obra poética (2007 y 2010), un libro de más de 400 páginas.
Enseñó filosofía en secundaria hasta su jubilación en 2001, pero continúa enseñando literatura inglesa en un instituto privado, prepara grupos de teatro en Tacuarembó, además de escribir y traducir.
Poesía
En su primer libro adulto, En el tiempo (1958), Maia ya señalaba que la expresión adecuada de la poesía es «el lenguaje directo, sobrio, abierto, que no requiere cambio de tono en la conversación, pero que sea como una conversación con mayor calidez, mayor intensidad... La misión de este lenguaje es descubrir y no cubrir; descubrir los valores, los sentidos presentes en la existencia y no introducirnos en un mundo poético exclusivo y cerrado». A lo largo de toda su obra ha permanecido fiel a este arte poética. Los objetos, las personas, las muertes cercanas, la pintura y el tiempo son algunos de los temas elegidos para «descubrirse» y descubrir la trama humana. La propia experiencia se convierte en la posibilidad de auscultar lo humano y de establecer el diálogo con un tú siempre presente.
Circe Maia a lo largo de cincuenta años de trabajo poético se ha apartado de la literatura hermética que se vuelve monólogo. Como ella misma dice, ve «en la experiencia diaria, viva, una de las fuentes más auténticas de poesía». Su poesía se expresa a partir de la sensibilidad, sobre todo auditiva y visual.
Algunos de sus poemas han sido musicalizados por Daniel Viglietti, Jorge Lazaroff, Numa Moraes y Andrés Stagnaro, entre otros. Que su poesía estaba de acuerdo con el espíritu de la época se puede ver en el nombre del grupo del canto popular uruguayo Los que Iban Cantando, inspirado por un poema de En el tiempo (1958). Quizás el más significativo fue su poema Por detrás de mi voz que fue musicalizado por Daniel Viglietti en 1978 como Otra Voz Canta. Esta canción, que a veces se realiza en combinación con el poema Desaparecidos de Mario Benedetti, se convirtió en una denuncia de los regímenes militares latinoamericanos que cometieron desapariciones forzadas.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Circe_Maia )
*
Algunos poemas de Circe Maia:
De En el tiempo, 1958:
LOS VERSOS DE LLUVIA
I
Con un viento de lluvia
que vuela en rachas
que cae sobre el río
picando el agua
vamos volando:
la risa se nos moja
la cara, el canto.
Por la hojas brillantes
y sacudidas
por las ramas que quedan
negras y frías
voy resbalando.
Con el ala del agua
vamos volando.
II
Tiene el ruido de lluvia
tanta alegría
tanto blanco entusiasmo
de risa limpia
que nos levanta:
una tierra sedienta
parece el alma.
III
Y después, queda el monte
mojado.
Gotean
las hojas
y hay gotas colgando en el
aire frío
que muestran un mundo
brillante
diminuto y nítido:
una ventana
que da hacia un universo
de luz y agua.
IV
De las altas capas del aire
el granizo baja cantando.
Canta en sílabas frías y duras
la feroz alegría del agua
sobre verdes sembrados.
No te quiere el granizo,
hombre dormido.
Arroja piedras crueles
rompe tu sueño
alza tus párpados.
No te quiere el granizo,
vida del suelo
ramita niña, gajito verde
polen liviano.
V
Y por los troncos negros y
por los gajos vámonos
vámonos con el agua,
y abajo, abajo, a la
humedad oscura
de raíces y piedras
enterradas.
Siente subir de abajo un
ansia silenciosa:
alma de tierra y polvo
sediento se despierta
sube al ruido del agua
y asciende por los troncos,
hacia arriba, las hojas
las finas nervaduras...
Alma de tierra y polvo
sediento sube y tiembla
se estremece y se estira
hacia el viento de lluvia.
(A LAS TRES DE LA TARDE)
I
A las tres de la tarde anocheció de golpe.
Se le voló la luz, el piso, las agujas
del tejido, la lana verde, el cielo.
Ves qué fácil, que fácil:
un golpecito. un hilo
que se parte en silencio
a las tres de la tarde.
Y después ya no hay más. De nada vale
ahogarse en llanto, no entender, tratar
de despertarse.
Muerte, de pie, la muerte
altísima, de pie, sola, parada
sobre mayo deshecho.
II
Recordarte es borrar, empecinadamente
una vez y otra vez, esta sustancia oscura
que de ti me separa.
Cádaveres de días que no viste, te cubren.
Llueven sobre tu rostro gotas lentas, espesas
y de beber, amargas.
Y bebo a grandes sorbos, y dolorosamente
este tiempo que crece entre tú y yo, borrándote.
Una y otra vez, contra olas de plomo
contra de la corriente, partiendo el oleaje
-olas sombrías, noches que no viste, te cubren-
Como un nadador terrible, ahogándose
y ver tu rostro lejos, en una playa ajena
que no puede tocarse.
V
Hoy me puse a cantar canciones tuyas
cuando no había nadie.
Y venía tu voz, alzándose, venía
borrándome la ajena luz, volando
tu voz hacia la mía
como por otro aire.
Venía como niebla de cariño
-y como tan de lejos-
un ansia dolorosa
de querer acercarse
y aunque casi llegaba
-ya más cerca, más cerca-
no podía alcanzarme.
Porque tu voz volaba
ay, querida, querida
por otro aire.
VI
Me dicen: siempre sigue con nosotros.
Y yo pienso, de pronto, oscuramente
que este papel escrito por su mano
tiene ya algunas letras muy borrosas.
La palabra "domingo" está muy tenue,
es posible que pronto no se lea.
...Domingo, era verano, el reloj mostraba
alguna hora, mientras tú escribías.
Haría sol, quizá viento, pasaría
por la calle la gente, conversando,
la cabeza inclinada, la mirada
sobre el papel, el corazón tranquilo
y la querida mano describiendo
lentamente, los trazos: de, o, eme,
Domingo...
Ah, cómo siento así crecer la muerte.
Qué ganas de llorar, decir llorando:
-Todo se ha muerto, sí, todo se ha muerto
y nada se ha salvado, todo muerto,
las letras, el papel, la luz que daba
sobre el papel, el lápiz que corría
la hora aquella, sí, la hora, el aire
muertos como la mano que escribía.
VII
Para buscarte hay que cerrar los ojos
porque ya es demasiado azul, ya es demasiado
azul frío e intenso
y abrir los ojos es como embarcarse
y echarse a navegar por un azul violento.
Y yo no quiero.
Vuelan días contigo
y azules viejos.
Y cómo duele ahora la danza de colores
y me duele la blanca luz, y el amarillo
de la flor de retama.
Hay un ahogo, un grito
detrás de estas doradas
semanas reideras.
Que de días como estos se disfrazó la muerte
sobre días como estos pisó su enorme peso
quebrándolos, rompiéndolos.
IX
Hoy estamos rodeados de ceniza.
Vuela de altas hogueras, a donde no se sabe
qué días nuestros nos están quemando.
(Se quema el tiempo muerto, y la ceniza
vuela, y ahoga y vuela).
Ahora cae, despacio, con la lluvia
y cae fría luz nacida muerta
ceniza de algún gran temblor dorado:
un viejo mediodía, un fuego antiguo
que recién se ha apagado.
Vuela y ahoga y cae
despacio, con la lluvia.
Si se cierran los ojos
se empieza a descender grado por grado
una honda escalera
un laberinto circular, bajar, hundirse siempre
y dar vueltas y vueltas.
Es entonces que viene
en una tibia ráfaga
un trozo de canción que ella cantaba
y llueven como nunca y más que nunca
harapos de este día ceniciento.
X
En una hora así, con viento
blanco de agua, con campanas, cuando han salido todos
que no se puede imaginar que andas
por otros cuartos
que no hay nadie, y nadie conversa
y nadie canta,
cómo duele el silencio cuando es hecho de voces
ausentes, de palabras
que nadie dice:
risas de sombra, voces,
conversaciones muertas.
Cuando duele el vacío y es un filo de hierro
y pesa al corazón como un pájaro muerto.
Cuando la ausencia es dura presencia de la muerte,
dura presencia, muro para golpear llorando
y ensangrentar el puño y golpear todavía.
No abren, no se abre, no van a abrir más nunca.
LOS QUE IBAN CANTANDO
Los que iban cantando
tan de mañana,
¿iban al río?
Rato se oyó su canto
por el camino.
Los que dormían
no lo sintieron
pero el canto abrió puertas
ventanas, cielos
del corazón, cerrados.
Por entre el sueño
sólo era alegre y sola
voz en el viento.
De aquel confuso canto
-voces mezcladas-
no se pensó en las bocas
que lo cantaban:
Solo era un canto
por el camino
de madrugada
NO AQUELLA ETERNIDAD
No aquella eternidad de la dicha, ni aquella
eternidad del llanto.
No el continuo aletear de ala de cielo
ni la continua llama,
sino la eterna vida de estar, de haber estado
desde que todo fue por vez primera
y no morirse más, seguir con todos
y siempre fuéramos.
Porque no sé de dicha pura, sola
limpia, limpia y sin sombra
polvo ni arena
sino de aquel surgir de la alegría
como que amaneciera
como reír después de haber llorado
como luz sobre el agua y en la tierra.
No sé, en realidad no entiendo
pero sí que quisiera
mirar desde muy lejos sobre días y años
haber estado entonces
estar después que muera
conocer los que no han nacido ahora
-no sé de qué hablarán, ni sus vestidos-
pero seguramente habrá horas como ésta
el viento como ahora
noches como las nuestras
igual caer de luz y de agua triste
igual miedo de muerte
el mismo llanto y risa y la gran ansia
de vida para siempre.
De Presencia diaria, 1964:
LOS LÍMITES
Puedes dejar que caigan
en ti y se disuelvan
los blancos días quietos
los saludos, las cartas
el sabor previsible de las horas que quedan.
Cada mañana el viento
trae sonidos, pasos
conversaciones fáciles
conocidos reflejos:
en la luz de estos días podemos apoyarnos.
Pero qué hemos de hacer
—no puedes, no podemos—
recibir totalmente cierto infinito peso
la hondura desmedida
el golpe inesperado.
Por pedazos, pequeños fragmentos dolorosos
se reciben entonces
como la lluvia en gotas
como la hoguera en chispas
para no aniquilarnos.
ESTAS TARDES
Estas tardes de paz, de cielo liso
de gritos infantiles en las calles
y ladridos y juegos.
van navegando juntas siempre iguales
con sus mismo aire limpio
sus árboles sin viento
sus veredas de idénticas baldosas
y el lento oscurecerse de sus horas
de despacioso tiempo.
Y no es posible entrar dentro de ellas
—real, realmente dentro—
antes de haber pasado ya están hechas
de la misma sustancia del recuerdo.
TAREA INÚTIL
Hay un trabajo amargo
como de fatigados pescadores
arrojando sus redes
—ansia y desesperanza—
recogiendo sus peces
de aletas frías, muertos.
Así, a duros golpes
se cree traer vivos todavía
viejas escenas en fragmentos, restos
de diálogos, perdidos
brillos de las pupilas enterradas.
No quiero más, no quiero.
Porque sé que de un modo que no entiendo
de algún oscuro modo, está presente
en mí, total, entero
el sumergido mundo que no alcanzo
No quiero alzar pedazos, restos, sombras
ya fríos, en mi mano.
De El puente, 1970:
EL PUENTE
En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste eso sólo.
Aunque sea un instante, existe, existe.
Baste eso sólo.
PALABRAS
Tantos millones de bocas
tienen pasadas.
PEDRO SALINAS
En este cuarto me rodean muebles
que no conoces: tengo puesto ahora
este vestido que no has visto y miro
-¿hacia adentro, hacia afuera?- No lo sabes.
Pero ahora y aquí y mientras viva
tiendo palabras-puentes hacia otros.
Hacia otros ojos van y no son mías
no solamente mías:
las he tomado como he tomado el agua
como tomé la leche de otro pecho.
Vinieron de otras bocas
y aprenderlas fue un modo
de aprender a pisar, a sostenerse.
No es fácil, sin embargo.
Maderas frágiles, fibras delicadas
ya pronto crujen, ceden.
Duro oficio apoyarse sin quebrarlas
y caminar por invisible puente.
REGRESO
Estábamos tan acostumbrados
al ruido de los niños,
—gritos, cantos, peleas—
que este brusco silencio, de pronto...
Nada grave. Salieron.
Sin embargo
en pocos años será lo mismo
y no nos sentaremos a esperarlos.
Habrán salido de verdad.
Se saldrán del correr en escaleras.
¡No corran, niños! De sus cantos gritados
de su empujarse y su reir, habrán salido.
Volverán sólo en ráfagas-recuerdos,
en fotos alineadas.
Tiempo de mamaderas y pañales.
Tiempo de túnicas y de carteras.
Tiempo quedado atrás de alguna puerta
que no será posible abrir. Habrán salido.
Por eso toco y miro, como de gran distancia
este cuarto en silencio
con juguetes tirados por el piso
con camas destendidas.
Me siento regresando.
Como quien ya se iba y da vuelta.
Como alguien que olvidó despedirse.
Desde afuera, de lejos, he regresado
a la resbaladiza sustancia de la vida.
LA PENDIENTE
Gradualmente, de modo imperceptible
puede formarse un ritmo, una cadena
sutil, que arrastre y pese.
No podrás verla, pero estará. Los días
armados se alzarán y casi hechos.
Pisadas por veredas familiares.
-Buenos días, baldosas, plaza, cielo,
disciplinados árboles-.
La acogida de siempre. Sólo queda
soltarse, resbalarse
como por toboganes invisibles
hacia la noche.
No es noche, todavía. Sin embargo
va atardeciendo.
Tiempo del “todavía”:
"Todavía es posible” (¿Hay posibles?)
"Hay todavía tiempo”.
Y de pronto naufragan
los sin embargo, peros, todavías.
Algo se ha endurecido y angostado.
(¿Cómo ha ocurrido, cuándo?)
La plaza en sombra, la vereda en sombra.
Ha anochecido.
DESEO
No quisiera que abrieras el libro
y vieras palabras.
Quisiera
que oyeras sonidos
.........No música, escucha.
.........Sonidos
de cuyo entrelazarse están formados
del tiempo, los hilos.
Como ahora
en que escribo ante abierta ventana
y el rumor de la calle y pisadas
exclamaciones, saludos, despedidas,
noticias, comentarios
y lejanos llamados se mezclan
conmigo.
.........Sin embargo
no suben al papel y sólo quedan
negros trazos escritos.
TODAVÍA LA MUERTE
I
Afrontemos ahora
la posibilidad de estar ya muertos
—definitivamente, realmente—
un día de verano, como éste.
Resplandor que no toque la retina.
Humedad de la tierra en madrugadas.
El rocío en el pasto y no poder siquiera
quitarse los zapatos... Ya ves, ¿no es una lástima
no es una lástima
que ni zapatos ni pies tendremos?
Que ya al deshecho oído
no llegue del sonido ni la sombra
—ecos de risas, pájaros, reflejos
de amadas voces—.
Ni siquiera su falta:
el momentáneo, silencioso hueco.
Pensarlo fuertemente
y no prenderse a tibios,
acogedores, débiles apoyos.
Un día
un día no remoto
un día de tan sólida presencia
de peso tan real, igual a este.
II
Es posible
que lo que nos rodea y nos protege
nos sea, sí, quitado.
Despojados de ropa, casa, muebles,
y aún del propio cuerpo,
es posible
que un ser incomprensible, sólo alma
un inimaginable ver sin ojos
un lastimoso resto, sobreviva.
Tal vez, posible.
Qué miraremos, pues, así, hamacándonos
en transparentes hilos sostenidos?
Qué hacer, cómo vivir la sobrevida?
Hasta el mínimo gesto necesita
un apoyo de piel, algún pequeño
movimiento real... Pesada, opaca
y mil veces bendita, densa tierra
donde pisar seguro, mientras tengas
el hueso y los tejidos todavía
y todavía puedas.
De Cambios, permanencias, 1978:
NO HABRÁ
Construyendo los días uno a uno
bien puede ocurrir que nos falte una hora
-tal vez sólo una hora-
o más, muchas más, pero raro es que nos sobren.
Siempre faltan, nos faltan.
Quisiéramos robarlas a la noche
pero estamos cansados
nos pesan ya los párpados.
Nos dormimos así y la final imagen
-antes de zambullirnos en el sueño-
es para un día nuevo, de anchas horas
como llano estirado, como viento.
Lastimosa mentira.
No habrá días-burbuja imprevistos
sorprendentes, abiertos.
El zumo de este día transcurrido
se filtra por el borde de la madrugada
y ya la está royendo.
HOJA
Tan absolutamente única
(nervaduras, matices) ella sola
es solo ella, sola.
Hoja a quien la mirada
te separa del resto y te hace única.
(O te descubre única... ¿Lo eras?)
¿Eras, antes de verte, tú y más nadie?
Una hoja en la mano
no en follaje
no en viento
sino aquí, en este instante
la doble luz del sol y de los ojos
que te miran, te envuelven,
te recortan, te alzan…
La puerta al ser se abre.
Eres.
CANCIÓN DE MUERTE
Por sobre el río
dormida, te vas yendo
y una mano caída
rozando el agua.
Nadie en el río
navegando dormida
nadie contigo.
Caen del viento
hojas, flores azules
que no te siguen.
Tiemblan, se van quedando
atrás, naufragan.
Ni ellas te siguen.
Nadie contigo.
Navegando, dormida
sobre agua negra.
La mano abriendo al agua
largas heridas.
De Dos voces, 1981:
POEMAS DE CARAGUATÁ
(IMAGEN FINAL)
I
A la hora final
cada uno tendrá su pequeño paisaje
para borrar con él esa penumbra
de habitación de enfermo.
Este trozo de río no está mal, por ejemplo,
para guardarlo así: las costas verdes
rodeándolo, brillante, silencioso.
Y son dos movimientos:
mientras el bote avanza
sin ruido, hacia adelante,
la imagen, al contrario,
va hacia atrás, silenciosa,
abriendo el pensamiento
y ancla profundamente.
Cuando toque soltar amarras
de una vez para siempre
el viajero no habrá de ver los muros
–frascos, cama, remedios–
sino este río inmóvil
bajo la luz del sol, resplandeciente.
II
Pequeños paraísos imperfectos
y aún así, aún así, peradisíacos
instantes frágiles.
Rodeado a ciertas horas por extrañas
perfeccciones de corta duración, de imprevista
llegada, sorprendido
por un tono de luz inesperado
que alumbra el aire inmóvil.
(De los árboles sale olor de lluvia
un olor de humedad y de madera)
Suspendida en el aire
una hoja de sauce tiembla y gira.
Una tela de araña la sostiene.
La tela es invisible.
La hoja es como un signo
amarillo en el aire
y gira
III
Varios relojes invisibles miden
el pasaje de distintos tiempos.
Tiempo lento: las piedras
vueltas arena y cauce
del río.
Tiempo
de estiramientos:
despacioso, invisible
el reloj vegetal da la hora verde
la hora roja y dorada, la morada,
la cenicienta.
Todas acompasadas, silenciosas
o con un son oscuro, que no oímos.
Apoyado a la vez en roca y árbol
un ser de parpadeos y latidos
un ser hecho de polvo de memoria
está allí detenido.
Y quiere penetrar disimuladamente
en otro ritmo, en otro tiempo
ajeno.
IV
Cabeza y cola de un celeste
brillo metálico.
Cuerpo y alas finísimos.
Vuelan de a dos, sin ruido.
Las ramas cruen bajo el pie. Zumbidos
de otros insectos, gritos agudos de los pájaros
rumor del agua y del follaje, viento.
Aun cerrando los ojos, todo existe.
Es un ruido, un olor de tierra y agua
un frescor en la piel...
Solo ellas solas
se dan solo a los ojos, fugazmente.
Pequeño, fino vuelo silencioso
celestes rayas rápidas.
Aquí y ya no. Ahora y ya no más.
Libélulas.
V
Río y monte cubiertos de niebla
ingresan fácilmente en lo “ya visto”
se vuelcan sin conflicto en el recuerdo.
Vienen ya tan modestamente
descoloridos! Tan apenas
anuncian su presencia. Nada imponen.
Sugieren vagamente
sin mayor convicción, como si hablaran
–lenguaje de la niebla– a medio tono.
Claro que pueden despertar angustia
pero sólo al querer forzarlos, revelarlos.
Déjala así. Acepta esta luz blanda.
Deja a la venda húmeda que toque
el ojo herido.
Déjala.
VI
Nada alto, filoso ni blanco.
Solo estas verdes lomas, estos conos truncados
que parecen mostrar murallones y ruinas.
Se sube así nomás, no es una hazaña
trepar allí donde se ve en redondo
un horizonte circular remoto.
El verde fuerte asalta.
Atopella el azul. Estás parado
en el centro del día transparente.
Estás vestido de una luz redonda.
El aire te sostiene.
SALTAN LOS NÚMEROS
Supongamos que al nacer nos dan tres cifras
un capital fijo, que se va a ir gastando.
Supongamos que está todo anotado
matemáticamente:
número de latidos, una cifra.
Parpadeos totales, otra cifra.
Entradas
del aire en los pulmones, tercera cifra clave.
Entonces
a cada instante las tres cifras decrecen
-con pequeñísimo ruido inaudible-
las tres cifras se achican rapidísimamente
imperceptiblemente
a ritmo firme.
No importa lo que hagas.
Como en las estaciones de servicio
o como en los relojes electrónico
-te muevas o estés quieto-
¡imposible pararlas!
en su viaje hacia cero
saltan
saltan.
DISCREPANCIAS
Dice la voz de la lluvia:
-Soy la misma de hace mil años
y de aquí a otros mil, seré la misma.
Pero una gota, rota en la ventana,
no está de acuerdo.
Hoy a las 08:43 por Maria Lua
» Rabindranath Tagore (1861-1941)
Hoy a las 08:37 por Maria Lua
» Khalil Gibran (1883-1931)
Hoy a las 08:33 por Maria Lua
» Yalal ad-Din Muhammad Rumi (1207-1273)
Hoy a las 08:28 por Maria Lua
» FRANCESCO PETRARCA (1304-1374)
Hoy a las 08:21 por Maria Lua
» MAIAKOVSKY Y OTROS POETAS RUSOS Y SOVIÉTICOS, 3
Hoy a las 06:50 por Pascual Lopez Sanchez
» NO A LA GUERRA 3
Hoy a las 03:52 por Pedro Casas Serra
» 2021-08-17 a 2021-11-24 APOCALIPSIS, 21: 8: EL GENERAL MORAGUES
Hoy a las 03:44 por Pedro Casas Serra
» 2021-08-17 a 2021-11-24 APOCALIPSIS, 21: 8: GRATINIANA BUSTAMANTE, GITANA
Hoy a las 03:34 por Pedro Casas Serra
» Poetas murcianos
Hoy a las 01:46 por Pascual Lopez Sanchez