Ján Ondruš (11 de marzo de 1932, Nová Vieska - 7 de noviembre de 2000, Stupaya) fue un poeta y traductor eslovaco.
Curriculum vitae
Nació en la familia de un funcionario llamado Ján Ondrus y recibió su educación en Nová Vieska, Nový Zámky y Nitra, donde estudió en el Gimnasio Pedagógico en 1948-1951. Posteriormente continuó sus estudios en la Universidad de Ciencias Políticas y Económicas (no los terminó por motivos de salud). Trabajó como contable en las minas de carbón de Nováky, más tarde en varias bibliotecas (Tmava, Modrý Kamen y otros lugares), desde 1958 como trabajador organizativo en el Teatro Jozef Tajovský de Banská Bystrica. Tras un grave deterioro de su salud, desde 1961 recibió una pensión de invalidez . Posteriormente vivió en una residencia de ancianos en Stupava, donde murió en 2000.
Es uno de los representantes más destacados de la poesía eslovaca moderna, cuya imaginación poética alcanza las alturas del simbolismo metafísico, fue incluido entre los poetas-concretistas del llamado del grupo Trnava, que programáticamente priorizó el predominio de una metáfora específica en la representación poética de la realidad. En el manuscrito dejó un poemario Buenos días todas las mañanas y versos para niños "Dibujo un caballo". Autor de la traducción del poema Večne neviditelná de Vaska Popu (1966).
Creación
Publicó sus primeros trabajos en 1956 en la revista Mladá vorba y debutó como autor de libro en 1965 con la colección de poemas Luna loca. Su poesía se basa en el análisis de estados internos y contradicciones y sigue las tradiciones del surrealismo. En sus obras escribe sobre sentimientos internos, sobre estados contradictorios del ser (vida y muerte), sobre la relación del hombre con la realidad, pero también se centra en escribir poesía satírica e intentó escribir un libro para niños, que no se publicó hasta 2020.
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Algunos poemas de Ján Ondruš, de su libro Primera luna (1965), en traducción de Alejandro Hermida de Blas, La Poesía, señor hidalgo, 2009:
LA HOJITA
1
Va el violinista a comprar botones,
trae unos pendientes de oro.
Va por la calle y no tiene frío,
no empuja a ancianos ni a niños chicos,
no cojea,
no da saltos.
Enciende el poema, lo deja arder del todo
y de la frágil hojita que queda
recorta azules
y seca siluetas.
2
-La flor en las manos,
un lugar para tu rostro.
-Tengo una estrella entre la uña y el dedo.
-Pasaré mi cabeza de una mano a otra.
-Se ha hecho de noche, tengo los ojos
atados con el nudo de la luna.
EL FUEGO DE AUSCHWITZ
La llama se puso en pie, vaciló,
dio dos o tres pasos.
Con cuántas lenguas se puso a pedir.
Con cuántas manos gesticuló.
Con cuántos pies caminó en el sitio.
Quizá era posible mirar por la ventana.
La ventana ardiente.
O golpear la puerta.
La puerta ardiente.
O sentarse a la mesa.
La mesa ardiente.
Era tan exaltado, tan vivo, tan humano,
tenía hondura y lecho igual que un pozo;
puedes alcanzarlo con la mano,
echarle un barquito de papel que dance en la ola,
cortarlo con un cuchillo, y se volverá a cerrar.
Lo miraron como a ojos transparentes,
vieron el otro lado,
había ahí raíces, maduraba
y dejaba arrancarse una a una las llamas
y arrojarlas a un platillo que
bajo el peso de la llama no descendía.
CENIZA DE AUSCHWITZ
La ceniza es algo propio, vivirás la ceniza.
en tu propia huella te tumbarás entero.
A cada suspiro te mueves y en el fondo
luce la chispa que erraba por el cerebro.
Después de años entraron,
hubo quien esparció,
hubo quien llenó hasta arriba,
hubo quien antes que ellos caminó a pie descalzo,
traed luz.
Escarbaron con los dedos,
encontraron un botón,
una moneda, una hebilla,
encontraron un diente.
La uña se inflamó como magnesio.
La cicatriz quedó entera,
las articulaciones se ennegrecieron, pero aún crujían,
arrodilladas,
el ancla en la muñeca
no ardió,
el rostro de mujer sobre el pecho
se convirtió en ceniza,
pararon,
levantaron y recogieron,
lloraron,
la ceniza es algo propio, vivirás en la ceniza,
en tu propia huella te tumbarás entero.
Al final,
lo cogieron con los dedos,
la arruga,
en la palma de la mano la estiraron, la enderezaron,
la dejaron en la cara,
así que
la vida siguió.
A cada suspiro se mueve y, enfrente,
luce la chispa que yerra por el cerebro.
REGISTRO DE LOS ALEMANES 1944
1
Entró en nuestra casa, llegó con el fusil por delante,
el dedo en el gatillo como en una manecilla de reloj.
Los miramos.
Digamos la sonrisa, la silla,
acerquemos a los huéspedes sobre el tiempo,
sequemos sobre la salud, el frío, la guerra,
demos la bienvenida sobre la lluvia y el viento,
se cayó un sombrero
y el cigarrillo en el mantel
sigue encendido, tintineó una cazuela,
el reloj se paró,
levantemos,
apaguemos,
acerquemos,
pongámonos en marcha,
mientras nadie se pone en pie y las caras
las tenemos como guardadas por los bolsillos:
de una oscuridad a otra.
2
Un golpe como de viento
en la puerta otoñal,
los miramos irse.
Nos despedimos sobre la visita
con frío y decimos de ella hielo
y charco y nos despedimos con barro,
decimos plato, contraventana, blusa,
pelota roja a flores,
cayó un tizón,
la ventana se abrió,
crujió el armario,
tintineó una cuchara,
levantaremos,
cerraremos,
suspiraremos,
nos sentaremos,
caminaremos por el cuarto,
miramos
por la ventana, tras haber apagado encima de las nubes:
de una oscuridad a otra.
3
Como cuando descolgamos un cuadro,
solían ser entonces las caras
más blancas que la cal de la pared.
Como cuando alzamos un ladrillo,
solían ser las huellas de las botas
húmedas y llenas de gusanos.
En la ladera, donde una triple fila se erguía,
está fermentada la tierra, y dentro de ella
circunvoluciones de vasos comunicantes, cuerpos humanos.
Corriendo a través de ellos, brotando del pie de la ladera,
como de un recipiente inclinado
sale sangre y agua.
EL POZO
El pozo es pesado, no lo arrancarás,
tiene raíces, es como un roble.
Agua verde y estancada,
agua obvia, por sí misma.
Bajaron una escala, pasaron la pierna,
tenían poco espacio,
gritaron desde abajo,
miraron hacia arriba, vieron las estrellas.
Tres veces cogieron agua,
encontraron una cadenita,
encontraron una taza azul,
encontraron una aguja.
Sacaron una manzana que flotaba.
Sacaron una pelota llena de agua
que salpicaba como una naranja.
Sacaron un reloj parado por el barro
como de un sombrero de mago.
Subían en silencio, el pozo
no se movía, fuerte y de edad avanzada.
Sacaron después
la rana que obstruía,
un casco,
lo pincharon, lo arrojaron con una horquilla,
lo llevaron delante como un trofeo.
El agua les seguía, se agitaba,
y era obvia, por sí misma.
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