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Eugenio Montejo (Caracas, 19 de octubre de 1938 - Valencia, 5 de junio de 2008) fue un poeta y ensayista venezolano, fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas, y colaborador de una gran cantidad de revistas nacionales y extranjeras. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu.
Eugenio Montejo fue profesor universitario, gerente literario de la editorial Monte Ávila de Venezuela. Como diplomático trabajó en la embajada de Venezuela en Portugal en varias ocasiones.
El valor de su estimable obra poética y ensayística no ha parado de crecer en los últimos años, siendo una de las más importantes y originales de la última mitad del siglo XX.
En 2009, al año de su muerte, la revista de creación Palimpsesto (Carmona-Sevilla) dedicó íntegramente su número 24, como sentido homenaje, a la vida y la obra de Eugenio Montejo.
( Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de Eugenio Montejo:
De Élegos, 1967:
ACACIAS
Estremecidas como naves,
acacias emergidas de un paisaje antiguo
y no obstante batidas en su fuego
bajo la negra luz de atardecida.
Yo miro, yo asisto
a este mínimo esplendor tan denso.
yo palpo
la intermitencia de las arboladuras,
su fuego girante, delirante;
enmarcadas en un éxtasis grave
como desposeídas lanzadas al abismo,
así de grande,
en un follaje poblado de sombras agitadas,
las miro
frente a la piedad de mis ojos
bajo los huracanes de la Noche.
¿DE QUIÉN ES ESTA CASA QUE ESTÁ CAÍDA?
¿De quién es esta casa que está caída?
¿De quién eran sus alas atormentadas?
Hay una puerta con ojos de caballo
y flancos secos en la brida muerta
de su aldaba. El relojeante polvo
donde se palpa la usura del vacío
con sus patas de araña. Y el jinete de sombras
que traspuso en la ojiva su ser
de graves estandartes. Y al desmontar
erró por años confinado a un espacio
de geométrico frío hasta hacerse fantasma.
EN LOS BOSQUES DE MI ANTIGUA CASA
En los bosques de mi antigua casa
oigo el jazz de los muertos.
Arde en las pilas ese momento de café
donde todo se muda. Oréanse ropas
en las cuerdas de los góticos árboles.
Cae luz entre las piedras y se dobla
la sombra de mi vida en un reposo táctil.
Atisbo a la mudez del establo
la brida que lleve por la senda infalible.
Palpo la montura de ser y prosigo.
Cuando recorra todo llamaré ya sin nadie.
Los muertos andan bajo tierra a caballo.
De Muerte y memoria, 1972:
ORFEO
Orfeo, lo que de él queda (si queda),
lo que aún puede cantar en la tierra,
¿a qué piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en la noche, en esta noche
(su lira, su grabador, su cassette),
¿para quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),
la palabra de tanto destino,
¿quién la recibe ahora de rodillas?
Solo, con su perfil en mármol, pasa
por nuestro siglo tronchado y derruido
bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,
a todas las puertas. Aquí se queda,
aquí planta su casa y paga su condena
porque nosotros somos el Infierno.
SOBREMESA
A tientas, al fondo de la niebla
que cae de los remotos días,
volvemos a sentarnos
y hablamos ya sin vernos.
A tientas, al fondo de la niebla.
Sobre la mesa vuelve el aire
y el sueño atrae a los ausentes.
Panes donde invernaron musgos fríos
en el mantel ahora se despiertan.
Yerran vapores de café
y en el aroma, reavivados,
vemos flotar antiguos rostros
que empañan los espejos.
Rectas sillas vacías
aguardan a quienes, desde lejos,
retornarán más tarde. Comenzamos a hablar
sin vernos y sin tiempo.
A tientas, en la vaharada
que crece y nos envuelve,
charlamos horas sin saber
quién vive todavía, quién está muerto.
DOS LLAMAS
No es sueño esa hora extática
donde me veo ir de tu mano
a través de los árboles quietos
de la casa sin nadie.
No es sueño el diálogo que vuelve
a nuestras dos límpidas llamas,
hasta fundirnos en la noche
al fondo de una lámpara.
¿Cómo saber cuál de los pábilos
ha cortado la muerte? Uno de ambos
está soñando al otro,
pero en la luz que mezcla el tiempo
nos vemos y nos basta,
CABALLO REAL
Aquel caballo que mi padre era
y que después no fue, ¿por dónde se halla?
Aquellas altas crines de batalla
en donde galopé la tierra entera.
Aquel silencio puesto dondequiera
en sus flancos con tactos de muralla;
la silla en que me trajo, donde calla
la filiación fatal de su quimera.
Sé que vine en el trecho de su vida
al espoleado trote de la suerte
con sus alas de noche ya caída,
y aquí me desmontó de un salto fuerte,
hízose sombras y me dio la brida
para que llegue solo hasta la muerte.
CEMENTERIO DE VAUGIRARD
A Teófilo Tortolero
Los muertos que conmigo se fueron a Paris
vivían en el cementerio Vaugirard.
En el recodo de los fríos castaños
donde la nieve recoge las cartas
que el invierno ha lacrado,
recto lugar, gélidas tumbas, nadie nunca
sabrá leer sus epitafios.
Un alba en escarchas de mármol
y el helado aguaviento
soplando sobre amargas ráfagas,
Alba de Vaugirard, rincón donde la muerte
es una explosión interminable. Piedras, huesos, retama.
¿Quién oía el tintinear de sus pailas
a la sagrada hora del café
cuando son interminables sus chácharas?
¿Qué silencio tan hondo allí suplía
el cantar de uno solo de sus gallos?
Muertos de sol, de espacios, de sábanas,
muertos de estrellas, de pastos, de vacadas,
muertos bajo tierra a caballo.
¿Qué queda allí de esa memoria
ahora que la última luz se ha embalsamado?
¿Qué recordarán sus camaradas
de sus voces, de sus humildes hábitos?
Alba de Vaugirard, niebla compacta,
amistad con que la luna clavetea las lápidas,
¿qué quedó allí de aquellos huéspedes
agradecidos de tanta posada?
¿Qué noticias envían ahora lejanos
a los caídos, a los vencidos, a los suicidas olvidados?
Un alba en escarchas de mármol
y el helado aguaviento
soplando sobre amargas ráfagas.
Oscuro lugar donde la muerte
es una explosión interminable
sobre recuerdos, átomos, retama.
¿Qué permanece de tanta memoria?
¿Quién llega ahora a oír sus chácharas
cuando la nieve recoge las cartas
que el invierno ha lacrado? Nadie nunca
sabrá leer sus epitafios.
De Algunas palabras, 1976:
LOS ÁRBOLES
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.
Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.
PUEBLO EN EL POLVO
Estas calles oblicuas dan al polvo,
estas casas sin nadie se disuelven
en áspera intemperie
y piedras de sombra.
La luz derrumba las paredes
con bultos de esfuminos blancos.
Flotan remotos ecos
de veladas y restos de charlas.
Todas las puertas tienen ojos
y pestañas de adormideras.
Se repliegan al tacto
bajo el estruendo de los techos.
Por los solares juegan unos niños
en sus coros de ausencia.
Juegan a que están vivos todavía,
a que nunca se fueron.
ISLANDIA
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercala.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
PAISAJES
Los paisajes tatuados en mis ojos
que dan a un fondo de llanura
donde Dios (si hay un Dios) pasa a caballo,
se abren a cada sol más nítidos,
no los borran los años.
Hondos sus aires me circundan
hechos de ríos sentimentales,
de ásperas piedras y de voces
que nacen de sus pastos.
Son los paisajes que llevo a otras ciudades,
valijas leves, impalpables,
por largos caminos soleados,
donde los pueblos nacen de guitarras
y la vida está escrita
sobre las hojas de los plátanos.
Entro en ellos, alcanzo sus límites
cuando me desamparo en otras calles;
están a un paso de mi sombra,
a una sola palabra,
intactos en la tierra profunda
que me anochece al canto de sus gallos.
UCELLO, HOY 6 DE AGOSTO
En el cuadro de Uccello hay un caballo
que estuvo en Hiroshima.
Nadie lo ve cuando se ausenta,
cuando sus ojos beben sombra
sobre los cascos que se pulverizan.
Uccello dejó un mapa de la guerra
arcaico, con armas inocentes.
No dibujaba aviones ni torpedos,
desconocía los submarinos,
su muerte iba del gris al rojo, al verde.
Sólo el caballo en este 6 de agosto
está herrado con viejas cicatrices,
sólo sus patas llevan en la noche
a la desolación del extenninio.
Es un caballo torvo, atado a un árbol,
siempre listo en su silla,
Uccello lo cubrió con capas de pintura,
lo borró de su siglo,
y hoy aguarda en el fondo de la cuadra
con los jinetes del Apocalipsis.
De Terredad, 1978:
SETIEMBRE
Mira setiembre nada se ha perdido
con fiarnos de las hojas.
La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron.
El hermano al morir te quemó en llanto
pero el sol continúa.
La casa fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira setiembre con su pala al hombro
cómo arrastra hojas secas.
La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos preguntó para nacer,
¿qué sabían nuestros padres? ¿Los suyos qué supieron?
Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo
se mezclaron al tiempo terrestre.
Los árboles saben menos que nosotros
y aún no se vuelven.
La tierra va más sola ahora sin dioses
pero nunca blasfema.
Mira setiembre cómo te abre el bosque
y sobrepasa tu deseo.
Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes que una sola se te pierda.
DURACIÓN
ura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra;
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos que un pájaro,
que un pez fuera del agua;
casi no tiene tiempo de nacer;
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento.
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.
TERREDAD
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar la parte de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena,
aunque las migas sean amargas.
SOY ESTA VIDA
Soy esta vida y la que queda,
la que vendrá en otros días,
en otras vueltas de la tierra.
La que he vivido tal como fue escrita
hora tras hora
en el gran libro indescifrable;
la que me anda buscando en una calle,
desde un taxi
y sin haberme visto me recuerda.
Ya no sé cuándo llegará, qué la detiene;
no conozco su rostro, su cuerpo, su mirada;
no sé si llegará de otro país
-eN un tapiz volante-
o de otro continente.
Soy esta vida que he vivido o malvivido
pero más la que aguardo todavía
en las vueltas que la tierra me debe.
La que seré mañana cuando venga
en un amor, una palabra;
la que trato de asir cada segundo
sin saber si está aquí, si es ella la que escribe
llevándome la mano.
LA CASA
En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
................se construye la casa,
................entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
................leves andamios,
................imitar a las aves.
Especialmente cuando duerme
................y en el sueño sonríe
................-nivelar hacia el fondo,
................no despertarla;
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.
Sobre las dunas que cubren su sueño
................en convulso paisaje,
................hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
................años y años.
Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
................y atamos el caballo.
Al fondo de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
................ya no sabemos,
porque al entrar nunca se sale.
EL ESCLAVO
Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo.)
Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten,
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.
Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas.
en oro el barro humano.
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.
GÜIGÜE 1918
A Juan Liscano
Esta es la tierra de los míos, que duermen, que no duermen,
largo valle de cañas frente a un lago,
con campanas cubiertas de siglos y polvo
que repiten de noche los gallos fantasmas.
Estoy a veinte años de mi vida,
no voy a nacer ahora que hay peste en el pueblo,
las carretas se cargan de cuerpos y parten,
son pocas las zanjas abiertas;
las campanas cansadas de doblar
bajan y cavan.
Puedo aguardar, voy a nacer muy lejos de este lago,
de sus miasmas,
mi padre partirá con los que queden,
lo esperaré más adelante.
Ahora soy esta luz que duerme, que no duerme,
atisbo por el hueco de los muros,
los caballos se atascan en fango y prosiguen,
miro la tinta que anota los nombres,
la caligrafía salvaje que imita los pastos.
La peste pasará, los libros en el tiempo amarillo
seguirán tras las hojas de los árboles.
Palpo el temblor de llamas en las velas
cuando las procesiones recorren las calles.
No he de nacer aquí,
hay cruces de zábila en las puertas
que no quieren que nazca;
queda mucho dolor en las casas de barro.
Puedo aguardar, estoy a veinte años de mi vida,
soy el futuro que duerme, que no duerme;
la peste me privará de voces que son mías,
tendré que reinventar cada ademán, cada palabra.
Ahora soy esta luz al fondo de sus ojos;
ya naceré después, llevo escrita mi fecha;
estoy aquí con ellos hasta que se despidan;
sin que puedan mirarme me detengo:
quiero cerrarles suavemente los párpados.
NINGÚN AMOR CABE
EN UN CUERPO SOLAMENTE
Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,
aunque abarquen sus venas el tamaño del mundo;
siempre un deseo se queda fuera,
otro solloza pero falta.
Lo sabe el mar en su lamento solitario
y la tierra que busca los restos de su estatua;
no basta un solo cuerpo para albergar sus noches,
quedan estrellas fuera de la sangre.
Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,
aunque el alma se aparte y ceda espacio
y el tiempo nos entregue la hora que retiene.
Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra;
dos ojos ven apenas pocas nubes
pero no saben dónde van, de dónde vienen,
qué país musical las une y las dispersa.
Ningún amor, ni el más huidizo, el más fugaz,
nace en un cuerpo que está solo;
ninguno cabe en el tamaño de su muerte.
CREO EN LA VIDA
Creo en la vida bajo forma terrestre,
tangible, vagamente redonda,
menos esférica en sus polos,
por todas partes llena de horizontes.
Creo en las nubes, en sus páginas
nítidamente escritas,
y en los árboles, sobre todo en otoño.
(A veces creo que soy un árbol.)
Creo en la vida como terredad,
como gracia o desgracia.
-Mi mayor deseo fue nacer,
a cada vez aumenta.
Creo en la duda agónica de Dios,
es decir, creo que no creo,
aunque de noche, solo,
interrogo a las piedras,
pero no soy ateo de nada
salvo de la muerte.
LA TERREDAD DE UN PÁJARO
La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
-más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre;
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende,
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.
DEBO ESTAR LEJOS
Debo estar lejos
porque no oigo los pájaros.
Me ha extraviado la tarde en su vacío,
he recorrido esta ciudad
de voces extranjeras
sólo para advertir cuánto dependo
de sus cantos,
y cómo sus silbos gota a gota
se mezclan en mi sangre.
Dedo estar lejos
o los pájaros habrán enmudecido
tal vez adrede,
para que su silencio me regrese
y mis pasos remonten las piedras
en esta larga calle,
hasta que vuelva a oírlos en el viento
y el migratorio corazón se me adormezca
debajo de sus alas.
ARQUEOLOGÍAS
Donde estuvo Orfeo
y crecieron las náyades,
donde fue Tebas con sus siete puertas
y Manoa, la maléfica,
y la Atlántida de fastos sumergidos,
no es senda de pétrea arqueología
para olfato de sabios,
-sus sueños siguen a los hombres,
los continentes se desplazan.
Al oído del árbol
donde un ave susurre,
donde Orfeo sea una lira, una guitarra
y la sangre trasiegue sus infinitos cantos,
donde la vida abra sus signos
volverá lo que fue, lo que nunca perdimos,
mientras queden amantes en la noche
que abran las siete puertas del deseo
para que Tebas nazca.
LABOR
Para que Dios exista un poco más
-a pesar de sí mismo- los poetas
guardan el canto de la tierra.
Para que siempre esté al alcance
la cantidad de Dios
que cada uno niega diariamente
y puedan ser al fin ateos
los hombres, las nubes, las estrellas,
los poetas en vela hasta muy tarde
se aferran a viejos cuadernos.
Dios rota en sus eclipses
y se deja soñar desde muy lejos.
En medio de la noche
las sombras borran las ventanas
de rectos edificios.
Son poca las lumbres encendidas
que tiemblan a esa hora
en la intemperie,
son pocas, pero cuánto resisten
para inventar la cantidad de Dios
que cada uno pide en sueño.
Eugenio Montejo (Caracas, 19 de octubre de 1938 - Valencia, 5 de junio de 2008) fue un poeta y ensayista venezolano, fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas, y colaborador de una gran cantidad de revistas nacionales y extranjeras. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu.
Eugenio Montejo fue profesor universitario, gerente literario de la editorial Monte Ávila de Venezuela. Como diplomático trabajó en la embajada de Venezuela en Portugal en varias ocasiones.
El valor de su estimable obra poética y ensayística no ha parado de crecer en los últimos años, siendo una de las más importantes y originales de la última mitad del siglo XX.
En 2009, al año de su muerte, la revista de creación Palimpsesto (Carmona-Sevilla) dedicó íntegramente su número 24, como sentido homenaje, a la vida y la obra de Eugenio Montejo.
( Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Algunos poemas de Eugenio Montejo:
De Élegos, 1967:
ACACIAS
Estremecidas como naves,
acacias emergidas de un paisaje antiguo
y no obstante batidas en su fuego
bajo la negra luz de atardecida.
Yo miro, yo asisto
a este mínimo esplendor tan denso.
yo palpo
la intermitencia de las arboladuras,
su fuego girante, delirante;
enmarcadas en un éxtasis grave
como desposeídas lanzadas al abismo,
así de grande,
en un follaje poblado de sombras agitadas,
las miro
frente a la piedad de mis ojos
bajo los huracanes de la Noche.
¿DE QUIÉN ES ESTA CASA QUE ESTÁ CAÍDA?
¿De quién es esta casa que está caída?
¿De quién eran sus alas atormentadas?
Hay una puerta con ojos de caballo
y flancos secos en la brida muerta
de su aldaba. El relojeante polvo
donde se palpa la usura del vacío
con sus patas de araña. Y el jinete de sombras
que traspuso en la ojiva su ser
de graves estandartes. Y al desmontar
erró por años confinado a un espacio
de geométrico frío hasta hacerse fantasma.
EN LOS BOSQUES DE MI ANTIGUA CASA
En los bosques de mi antigua casa
oigo el jazz de los muertos.
Arde en las pilas ese momento de café
donde todo se muda. Oréanse ropas
en las cuerdas de los góticos árboles.
Cae luz entre las piedras y se dobla
la sombra de mi vida en un reposo táctil.
Atisbo a la mudez del establo
la brida que lleve por la senda infalible.
Palpo la montura de ser y prosigo.
Cuando recorra todo llamaré ya sin nadie.
Los muertos andan bajo tierra a caballo.
De Muerte y memoria, 1972:
ORFEO
Orfeo, lo que de él queda (si queda),
lo que aún puede cantar en la tierra,
¿a qué piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en la noche, en esta noche
(su lira, su grabador, su cassette),
¿para quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),
la palabra de tanto destino,
¿quién la recibe ahora de rodillas?
Solo, con su perfil en mármol, pasa
por nuestro siglo tronchado y derruido
bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,
a todas las puertas. Aquí se queda,
aquí planta su casa y paga su condena
porque nosotros somos el Infierno.
SOBREMESA
A tientas, al fondo de la niebla
que cae de los remotos días,
volvemos a sentarnos
y hablamos ya sin vernos.
A tientas, al fondo de la niebla.
Sobre la mesa vuelve el aire
y el sueño atrae a los ausentes.
Panes donde invernaron musgos fríos
en el mantel ahora se despiertan.
Yerran vapores de café
y en el aroma, reavivados,
vemos flotar antiguos rostros
que empañan los espejos.
Rectas sillas vacías
aguardan a quienes, desde lejos,
retornarán más tarde. Comenzamos a hablar
sin vernos y sin tiempo.
A tientas, en la vaharada
que crece y nos envuelve,
charlamos horas sin saber
quién vive todavía, quién está muerto.
DOS LLAMAS
No es sueño esa hora extática
donde me veo ir de tu mano
a través de los árboles quietos
de la casa sin nadie.
No es sueño el diálogo que vuelve
a nuestras dos límpidas llamas,
hasta fundirnos en la noche
al fondo de una lámpara.
¿Cómo saber cuál de los pábilos
ha cortado la muerte? Uno de ambos
está soñando al otro,
pero en la luz que mezcla el tiempo
nos vemos y nos basta,
CABALLO REAL
Aquel caballo que mi padre era
y que después no fue, ¿por dónde se halla?
Aquellas altas crines de batalla
en donde galopé la tierra entera.
Aquel silencio puesto dondequiera
en sus flancos con tactos de muralla;
la silla en que me trajo, donde calla
la filiación fatal de su quimera.
Sé que vine en el trecho de su vida
al espoleado trote de la suerte
con sus alas de noche ya caída,
y aquí me desmontó de un salto fuerte,
hízose sombras y me dio la brida
para que llegue solo hasta la muerte.
CEMENTERIO DE VAUGIRARD
A Teófilo Tortolero
Los muertos que conmigo se fueron a Paris
vivían en el cementerio Vaugirard.
En el recodo de los fríos castaños
donde la nieve recoge las cartas
que el invierno ha lacrado,
recto lugar, gélidas tumbas, nadie nunca
sabrá leer sus epitafios.
Un alba en escarchas de mármol
y el helado aguaviento
soplando sobre amargas ráfagas,
Alba de Vaugirard, rincón donde la muerte
es una explosión interminable. Piedras, huesos, retama.
¿Quién oía el tintinear de sus pailas
a la sagrada hora del café
cuando son interminables sus chácharas?
¿Qué silencio tan hondo allí suplía
el cantar de uno solo de sus gallos?
Muertos de sol, de espacios, de sábanas,
muertos de estrellas, de pastos, de vacadas,
muertos bajo tierra a caballo.
¿Qué queda allí de esa memoria
ahora que la última luz se ha embalsamado?
¿Qué recordarán sus camaradas
de sus voces, de sus humildes hábitos?
Alba de Vaugirard, niebla compacta,
amistad con que la luna clavetea las lápidas,
¿qué quedó allí de aquellos huéspedes
agradecidos de tanta posada?
¿Qué noticias envían ahora lejanos
a los caídos, a los vencidos, a los suicidas olvidados?
Un alba en escarchas de mármol
y el helado aguaviento
soplando sobre amargas ráfagas.
Oscuro lugar donde la muerte
es una explosión interminable
sobre recuerdos, átomos, retama.
¿Qué permanece de tanta memoria?
¿Quién llega ahora a oír sus chácharas
cuando la nieve recoge las cartas
que el invierno ha lacrado? Nadie nunca
sabrá leer sus epitafios.
De Algunas palabras, 1976:
LOS ÁRBOLES
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.
Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.
PUEBLO EN EL POLVO
Estas calles oblicuas dan al polvo,
estas casas sin nadie se disuelven
en áspera intemperie
y piedras de sombra.
La luz derrumba las paredes
con bultos de esfuminos blancos.
Flotan remotos ecos
de veladas y restos de charlas.
Todas las puertas tienen ojos
y pestañas de adormideras.
Se repliegan al tacto
bajo el estruendo de los techos.
Por los solares juegan unos niños
en sus coros de ausencia.
Juegan a que están vivos todavía,
a que nunca se fueron.
ISLANDIA
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercala.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
PAISAJES
Los paisajes tatuados en mis ojos
que dan a un fondo de llanura
donde Dios (si hay un Dios) pasa a caballo,
se abren a cada sol más nítidos,
no los borran los años.
Hondos sus aires me circundan
hechos de ríos sentimentales,
de ásperas piedras y de voces
que nacen de sus pastos.
Son los paisajes que llevo a otras ciudades,
valijas leves, impalpables,
por largos caminos soleados,
donde los pueblos nacen de guitarras
y la vida está escrita
sobre las hojas de los plátanos.
Entro en ellos, alcanzo sus límites
cuando me desamparo en otras calles;
están a un paso de mi sombra,
a una sola palabra,
intactos en la tierra profunda
que me anochece al canto de sus gallos.
UCELLO, HOY 6 DE AGOSTO
En el cuadro de Uccello hay un caballo
que estuvo en Hiroshima.
Nadie lo ve cuando se ausenta,
cuando sus ojos beben sombra
sobre los cascos que se pulverizan.
Uccello dejó un mapa de la guerra
arcaico, con armas inocentes.
No dibujaba aviones ni torpedos,
desconocía los submarinos,
su muerte iba del gris al rojo, al verde.
Sólo el caballo en este 6 de agosto
está herrado con viejas cicatrices,
sólo sus patas llevan en la noche
a la desolación del extenninio.
Es un caballo torvo, atado a un árbol,
siempre listo en su silla,
Uccello lo cubrió con capas de pintura,
lo borró de su siglo,
y hoy aguarda en el fondo de la cuadra
con los jinetes del Apocalipsis.
De Terredad, 1978:
SETIEMBRE
Mira setiembre nada se ha perdido
con fiarnos de las hojas.
La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron.
El hermano al morir te quemó en llanto
pero el sol continúa.
La casa fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira setiembre con su pala al hombro
cómo arrastra hojas secas.
La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos preguntó para nacer,
¿qué sabían nuestros padres? ¿Los suyos qué supieron?
Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo
se mezclaron al tiempo terrestre.
Los árboles saben menos que nosotros
y aún no se vuelven.
La tierra va más sola ahora sin dioses
pero nunca blasfema.
Mira setiembre cómo te abre el bosque
y sobrepasa tu deseo.
Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes que una sola se te pierda.
DURACIÓN
ura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra;
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos que un pájaro,
que un pez fuera del agua;
casi no tiene tiempo de nacer;
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento.
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.
TERREDAD
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar la parte de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena,
aunque las migas sean amargas.
SOY ESTA VIDA
Soy esta vida y la que queda,
la que vendrá en otros días,
en otras vueltas de la tierra.
La que he vivido tal como fue escrita
hora tras hora
en el gran libro indescifrable;
la que me anda buscando en una calle,
desde un taxi
y sin haberme visto me recuerda.
Ya no sé cuándo llegará, qué la detiene;
no conozco su rostro, su cuerpo, su mirada;
no sé si llegará de otro país
-eN un tapiz volante-
o de otro continente.
Soy esta vida que he vivido o malvivido
pero más la que aguardo todavía
en las vueltas que la tierra me debe.
La que seré mañana cuando venga
en un amor, una palabra;
la que trato de asir cada segundo
sin saber si está aquí, si es ella la que escribe
llevándome la mano.
LA CASA
En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
................se construye la casa,
................entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
................leves andamios,
................imitar a las aves.
Especialmente cuando duerme
................y en el sueño sonríe
................-nivelar hacia el fondo,
................no despertarla;
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.
Sobre las dunas que cubren su sueño
................en convulso paisaje,
................hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
................años y años.
Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
................y atamos el caballo.
Al fondo de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
................ya no sabemos,
porque al entrar nunca se sale.
EL ESCLAVO
Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo.)
Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten,
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.
Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas.
en oro el barro humano.
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.
GÜIGÜE 1918
A Juan Liscano
Esta es la tierra de los míos, que duermen, que no duermen,
largo valle de cañas frente a un lago,
con campanas cubiertas de siglos y polvo
que repiten de noche los gallos fantasmas.
Estoy a veinte años de mi vida,
no voy a nacer ahora que hay peste en el pueblo,
las carretas se cargan de cuerpos y parten,
son pocas las zanjas abiertas;
las campanas cansadas de doblar
bajan y cavan.
Puedo aguardar, voy a nacer muy lejos de este lago,
de sus miasmas,
mi padre partirá con los que queden,
lo esperaré más adelante.
Ahora soy esta luz que duerme, que no duerme,
atisbo por el hueco de los muros,
los caballos se atascan en fango y prosiguen,
miro la tinta que anota los nombres,
la caligrafía salvaje que imita los pastos.
La peste pasará, los libros en el tiempo amarillo
seguirán tras las hojas de los árboles.
Palpo el temblor de llamas en las velas
cuando las procesiones recorren las calles.
No he de nacer aquí,
hay cruces de zábila en las puertas
que no quieren que nazca;
queda mucho dolor en las casas de barro.
Puedo aguardar, estoy a veinte años de mi vida,
soy el futuro que duerme, que no duerme;
la peste me privará de voces que son mías,
tendré que reinventar cada ademán, cada palabra.
Ahora soy esta luz al fondo de sus ojos;
ya naceré después, llevo escrita mi fecha;
estoy aquí con ellos hasta que se despidan;
sin que puedan mirarme me detengo:
quiero cerrarles suavemente los párpados.
NINGÚN AMOR CABE
EN UN CUERPO SOLAMENTE
Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,
aunque abarquen sus venas el tamaño del mundo;
siempre un deseo se queda fuera,
otro solloza pero falta.
Lo sabe el mar en su lamento solitario
y la tierra que busca los restos de su estatua;
no basta un solo cuerpo para albergar sus noches,
quedan estrellas fuera de la sangre.
Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,
aunque el alma se aparte y ceda espacio
y el tiempo nos entregue la hora que retiene.
Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra;
dos ojos ven apenas pocas nubes
pero no saben dónde van, de dónde vienen,
qué país musical las une y las dispersa.
Ningún amor, ni el más huidizo, el más fugaz,
nace en un cuerpo que está solo;
ninguno cabe en el tamaño de su muerte.
CREO EN LA VIDA
Creo en la vida bajo forma terrestre,
tangible, vagamente redonda,
menos esférica en sus polos,
por todas partes llena de horizontes.
Creo en las nubes, en sus páginas
nítidamente escritas,
y en los árboles, sobre todo en otoño.
(A veces creo que soy un árbol.)
Creo en la vida como terredad,
como gracia o desgracia.
-Mi mayor deseo fue nacer,
a cada vez aumenta.
Creo en la duda agónica de Dios,
es decir, creo que no creo,
aunque de noche, solo,
interrogo a las piedras,
pero no soy ateo de nada
salvo de la muerte.
LA TERREDAD DE UN PÁJARO
La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
-más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre;
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende,
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.
DEBO ESTAR LEJOS
Debo estar lejos
porque no oigo los pájaros.
Me ha extraviado la tarde en su vacío,
he recorrido esta ciudad
de voces extranjeras
sólo para advertir cuánto dependo
de sus cantos,
y cómo sus silbos gota a gota
se mezclan en mi sangre.
Dedo estar lejos
o los pájaros habrán enmudecido
tal vez adrede,
para que su silencio me regrese
y mis pasos remonten las piedras
en esta larga calle,
hasta que vuelva a oírlos en el viento
y el migratorio corazón se me adormezca
debajo de sus alas.
ARQUEOLOGÍAS
Donde estuvo Orfeo
y crecieron las náyades,
donde fue Tebas con sus siete puertas
y Manoa, la maléfica,
y la Atlántida de fastos sumergidos,
no es senda de pétrea arqueología
para olfato de sabios,
-sus sueños siguen a los hombres,
los continentes se desplazan.
Al oído del árbol
donde un ave susurre,
donde Orfeo sea una lira, una guitarra
y la sangre trasiegue sus infinitos cantos,
donde la vida abra sus signos
volverá lo que fue, lo que nunca perdimos,
mientras queden amantes en la noche
que abran las siete puertas del deseo
para que Tebas nazca.
LABOR
Para que Dios exista un poco más
-a pesar de sí mismo- los poetas
guardan el canto de la tierra.
Para que siempre esté al alcance
la cantidad de Dios
que cada uno niega diariamente
y puedan ser al fin ateos
los hombres, las nubes, las estrellas,
los poetas en vela hasta muy tarde
se aferran a viejos cuadernos.
Dios rota en sus eclipses
y se deja soñar desde muy lejos.
En medio de la noche
las sombras borran las ventanas
de rectos edificios.
Son poca las lumbres encendidas
que tiemblan a esa hora
en la intemperie,
son pocas, pero cuánto resisten
para inventar la cantidad de Dios
que cada uno pide en sueño.
Hoy a las 16:33 por Pascual Lopez Sanchez
» NO A LA GUERRA 3
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