Les Murray (Nabiac, 17 de octubre de 1938-Taree, 29 de abril de 2019), fue un poeta, antólogo y crítico australiano.
Biografía
Su carrera abarca más de cuarenta años, y publicó cerca de 30 libros de poesía, así como dos novelas verso y colecciones de sus escritos en prosa. Su poesía ganó numerosos premios y era considerado como "el poeta australiano líder de su generación". También estuvo involucrado en varias controversias sobre su carrera y fue calificado por el Fideicomiso Nacional de Australia como uno de los 100 tesoros vivientes australianos.
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Algunos poemas de Les Murray:
De The ilex tree (1965):
CRUZANDO ALDEAS DE ASERRADEROS
1
En estas tierras altas y frías,
bajando de las nubes,
por una carretera con pendiente
hacia un valle lejano,
desciendes sin prisa. Tu parabrisas divide el bosque,
se columpia y parpadea, y el brillo del mediodía
atrapado y prieto se agacha en los claros.
Es entonces cuando te cruzas con ellas:
aldeas desnudas de aserraderos, hechas con tablones,
quizá un colmado,
quizá un puente en los alrededores
y algún riachuelo, a un lado, de guijarros vivos.
2
Serrerías con techos de hierro, sin muros:
las escudriñas al pasar y ves hombres flexibles que trabajan,
el viraje brusco del cabestrante,
el sombrío destello de la sierra que avanza
a través del tronco que la cinta arrastra
hasta que se hunde, partido en dos,
en un montón de tablas y listones.
Los hombres te observan al pasar:
cuando detienes el coche y les preguntas por algún sitio,
jóvenes altos apartan la mirada -
son los mayores quienes acuden
en camiseta azul de tiras y hablan contigo bajando la voz.
Al lado de las serrerías, los montículos de ceniza
y serrín gotean humo.
3
En silencio atraviesas la aldea,
los guardabarros húmedos de nubes.
Las casas, recatadas, se cubren con verandas.
Todo el día, desde cocinas con almanaques,
las mujeres están pendientes
de coches en la carretera,
de niños perdidos en el boscaje,
de un grito en el aserradero, de una pisada -
nada ocurre, sin embargo.
En la radio oída a medias
suena una canción de aceras.
de vez en cuando, una mujer que barre el rellano
o una esposa joven y de facciones rudas
que va a por agua con un cubo de cinc
se vuelve para mirar ensimismada las montañas
buscando cualquier ciudad.
4
Los atardeceres son apacibles. El bosque
está ahí, alrededor.
Al caer la noche, las casas se miran unas a otras:
algo significa que una luz se apague en la ventana.
Cuando cruzas veloz las tierras altas,
deslumbras aldeas a tu paso, brillas en el bosque
y a lo lejos, en los cerros, la bañas de luz.
En las noches de verano
cantan a intervalos los grillos, musita la lluvia en los techos de hojalata
y se quejan en el viento canalones pasmados de agua.
Acabada la cena, los hombres descansan
cerca de la estufa. Mientras las esposas hablan,
ellos acarician entre sus dedos un fósforo quemado
pensando en el futuro.
De The weatherboard cathedral (1969):
UN ARCO IRIS NADA ESPECIAL
Corre la voz por Repins,
corre el rumor por Lorenzinis,
en Tattersalls, los hombres levantan los ojos de las páginas de cifras,
en Bolsa los pizarreros olvidan sus manos manchadas de tiza
y del Club Griego salen hombres con pan en los bolsillos:
un tipo llora en Martin Place. No pueden pararlo.
El tráfico en Geroge Street se amontona media milla
y pierde el movimiento. La multitud habla con desazón
y cada vez acude más gente. Muchos corren por calles secundarias
que hasta hace poco eran céntricas y bulliciosas diciendo:
Allí abajo hay un tipo que llora. Nadie puede pararlo.
El hombre al que rodeamos, el hombre al que nadie se acerca
simplemente llora, y no lo esconde, llora
no como un niño, ni como el viento, sino como un hombre
y no clama, ni se golpea el pecho, ni siquiera
solloza muy fuerte, sin embargo, la dignidad de su llanto
nos mantiene a distancia de su espacio, del hueco que forma
a su alrededor en la luz del mediodía, en su pentagrama de dolor,
y por detrás los uniformes, entre la muchedumbre, que antes trataron de detenerle
se quedan mirándole fijamente y sienten con asombro que sus mentes
suspiran por unas lágrimas como los niños por el arco iris.
Algunos dirán, en años venideros, que un halo
o energía lo envolvían. No es así.
Algunos dirán que se escandalizaron y que hubieran querido impedirlo,
pero no habrán estado allí. El de más fiera hombría,
el más inflexible receloso, el más agudo superficial de entre nosotros,
se estremece en silencio y arden en inesperados
pensamientos de paz. Algunos que se creían felices
vociferan en medio del gentío. Solamente los más pequeños
y las criaturas que observan desde el cielo acuden a él
y se sientan a sus pies, con perros y palomas polvorientas.
Ridículo, dice un hombre a mi lado, y se tapa
la boca con sus manos, como si fuera a vomitar,
y veo a una mujer, radiante, que alarga la mano
y tiembla al recibir el don del llanto;
y a todos cuantos la imitan también les es dado
y muchos lloran con absoluta aceptación, pero los más
rehúsan llorar por temor de aceptarlo,
pero el hombre del llanto, igual que la tierra, no pide nada,
el hombre que llora nos ignora y grita
con su rostro atormentado y su aspecto nada especial
no palabras sino pena, no mensajes sino dolor
duro como la tierra, tan absoluto y presente como el mar -
y cuando al fin cesa, simplemente camina entre nosotros
limpiándose la cara con la dignidad de un
hombre que ha llorado y ahora ha terminado.
Evitando a los creyentes, se marcha aprisa por Pitt Street.
De Lunch and counter lunch (1974):
FOLCLORE
¿Qué cosas de interés hay en nuestro pueblo?
Pues bien, hay ese esqueleto que cuelgan
algunas noches en La Posada
y gente que murmura aguantándose la risa
-una vez, la camarera no pudo más y estalló.
Un cordón llega a través del techo
hasta el somier de la inmensa
y blanca cama de la suite nupcial,
y cuando los huesos tan sólo tintinean
comienza el bullicio (en una ocasión, hubo incluso riña)
y después, cuando traquetean, se arma la marimorena
y hay quienes abandonan indignados el sitio,
y cuando bailotean ya del todo -¡jo, cuando bailotean!:
él conoce cada melodía de la flauta
nupcial, ese tipejo de las caderas huecas.
Siempre hay algunos, claro, que siguen bebiendo
sin prestar atención. Bebedores empedernidos.
Y por encima del pub, hay un cielo
colmado de estrellas, en el que yo reflexiono
fuera, mientras guío el curso de mis
pensamientos. Algunos dicen que una cuerda
más gruesa sube hasta él, pero yo lo dudo
porque, claro,
yo no soy ningún bailarín.
Y además, hay mataderos y minas.
De Ethnic radio (1977):
LOS MITCHELL
Esto es lo que estoy viendo: dos hombres sentados en un poste
para el que han cavado un agujero; después de cenar lo levantarán,
creo yo, para una alambrada. El agua hierve en una lata de almíbar.
Las abejas zuban en su turno entre la niebla persistente de blanca
bursaria en flor, bajo un mediodía de mimosas.
Los hombres comen bocadillos de carne que sacan de una fiambrera
de forexpan con mango. Uno escucha por casualidad:
Cuánta sequía aquel año. Sí. Igual que sembrar las calles.
Si preguntaras al primero quién es, diría Soy uno de los Mitchell.
El otro, con la mirada extraviada y hojas secas en su mano,
levantaría los ojos y con dolor e ironía contenida
diría Soy uno de los Mitchell. De los dos, uno ha sido rico
pero nunca dejó de llevar su sombrero de fieltro con manchas de aceite. Casi todo
lo que dicen sigue un ritual establecido. Algunas veces el escenario es una carretera.
VIAJE DE EMIGRANTES
Mi esposa llegó con el Goya
a mitad de nuestro siglo.
En la niebla de aquel invierno
cientos de barcos hacían sonar las sirenas;
los campos de Personas Desplazadas fueron empujados al mar.
Los restos de guetos y bombardeos
lentamente se acercaban a Israel,
Brasil, África y América.
En barcos que los disgregaban
iban rumbo a las ciudades del refugio
construidas para la era del progreso.
Avanzando con el casco sumergido y con la luz torrencial
los graneros, las catedrales
alejaban a las antiguas castas.
***
Su infancia bombardeada siguiendo un plan,
húngaros convertidos en suizos,
los hijos oían de sus padres:
¿Argentina? ¿O Australia?
Menos política, en Australia...
Sombría Alemania, escarchas de hielo
y la espera de muchas semanas,
después una pequeña nave de guerra reconvertida
bajo la luna, virando hacia el sur.
Bastante más allá de la primera estrella
y después del cabo Finisterre,
peces y pájaros eran alimentados
con los desechos como ofrenda.
***
El Goya era lo mismo que un cuartel:
una larga cola para el rancho, reflectores, una torre
navegando por el mar Mediterráneo.
Bajo el hechizo de la luz azul
que toda la noche ardía en los dormitorios,
las literas unas encima de otras estaban desveladas
por tos, demonios y territorio.
En el mar del Sudor, el mar Rojo,
el calor sofocante derretía incluso
la minada deferencia de las víctimas.
Los nórdicos y los eslavos
pagaban día y noche el impuesto de la sal
al ser absueltos de Europa,
Pero por el Portal de las Lágrimas
el cuartel se convertía en una aldea
con acordeones y bailes
(Señorita, ¿conoce usted mi ritmo?),
mientras se acercaba a las estrellas del Sur.
***
Los que dijeron Europa
ha caído en manos proletarias,
más todos los que dijeron
nosotros nos vamos por los hijos,
los nuevos pobres
y los obreros dichosos en mangas de camisa,
los muchachos, los que pensaban
"no smoking" significa los hombres
no deben vestirse de etiqueta,
los que cargaban ilusiones
y todos aquellos que sabían
que sacrificaban sus vidas
se iban transformando en la gente
que más tarde, en los años
en que hablasen inglés, manifestarían con honra:
nosotros llegamos con el Goya.
***
Por fin, el perfil bajo de la costa,
antiguo terror de capitanes holandeses.
Y detrás, aún por conocer,
granjas resquemadas, árboles extraños, bromas familiares
y todas las clases posibles de igualdad.
Mientras la costa desaparecía hacia el norte
hubo una última semana para cantar,
para soñar desde la borda,
para decir palabras amadas, sin sentido.
A punto de tocar Port Phillip,
en la luz borrosa del estío,
la aldea se disolvía en forma
de figuras lastradas sosteniendo el equipaje;
esta vez ellos, igual que los tercos
australianos que veían debajo, estaban frente al encuentro
cara a cara con lo Foráneo,
donde las sutilezas no sirven para nada.
***
Todos aquellos que con grandes esfuerzos,
con disimulo, en silencio, habían sobrevivido
a la Estrella de la Muerte en implosión,
los que le habían arrancado a sus familias,
los mutilados por aquella fuerza gravitatoria,
inesperada y pavorosamente
fueron cargados en remolques:
Ellos dicen, otro campo -
no hemos hecho el viaje para eso -
Mientras todos los barcos transformados
estaban fondeados, rezumando aceite, en la bahía,
espectros airados y tenues
acompañaron a los camiones a su paso por Melbourne,
resignación, comprensión
que poco después la alegre velocidad disipaba.
Aquel primer día, cruzando el norte
por la brillante sabana,
no eran aún personas, sino sólo números.
Población. Antepasados.
***
Boneguilla, Nelson Bay,
barcos de tierra seca y de alambradas de espino
de los que algunos nunca desembarcarían.
En ellos, mientras sus padres
aprendían la música del Empezar de Nuevo
-médicos claveteando cajones de embalaje,
abogados barriendo tranvías-
los niños tuvieron unas últimas
y ambiguas vacaciones de verano.
Frente a ellos había
el Extremo profundo del patio de la escuela,
las pruebas tribales, los refrescos tribales,
y aprender el inglés a toda prisa,
la lengua del Guau, Guau.
Frente a ellos, refinamientos:
los pulgares asidos fuerte a los cinturones
para reprimir la gesticulación;
frente a ellos, epítetos:
charnego, refugiado, rojo nazi,
cosas que pueden olvidarse
pero que antes tienen que ser dichas.
Y frente a ellos, pero más lejos,
en los años de la Revolución del Café
y del auge de la Industria Chacinera,
los funerales prematuros:
los obreros en trabajos inadecuados, los inadaptados,
y todos los que fueron marcados por el Abismo,
amigos que llegaron con el Goya
a mitad de nuestro siglo.
Última edición por Pedro Casas Serra el Mar 08 Ago 2023, 15:32, editado 1 vez
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