Leopoldo de Luis (Córdoba, 11 de mayo de 1918-Madrid, 20 de noviembre de 2005) fue un poeta y crítico español.
Biografía
Nació en Córdoba el 11 de mayo de 1918. Hijo de Alejandro Urrutia Cabezón (un cordobés nacido en La Coruña, abogado e intelectual del grupo modernista, poeta, republicano y amigo entre otros de Julio Romero de Torres) y de Vicenta Luis Cea, con cuyo apellido firmó su poesía tras la Guerra Civil por ser Urrutia un apellido no grato para los sublevados vencedores. Al año de nacer, su familia se trasladó a Valladolid, donde el futuro poeta vivió hasta los 17 años, cuando marchó a Madrid para acabar el bachillerato en el Liceo Francés, viviendo en la sección de menores de la Residencia de Estudiantes. La ruina familiar lo obligó a trabajar, mientras empezaba unos nunca concluidos estudios de letras, en un puesto burocrático de la empresa privada.
Fue padre del también poeta, profesor y ensayista Jorge Urrutia y tío de la traductora María Teresa Gallego Urrutia. Su padre tuvo un hijo ilegítimo, el escritor Francisco Umbral.
Trayectoria
Al estallar la Guerra Civil, se alistó en el Batallón Pasionaria del Quinto Regimiento del ejército republicano y profundizó su amistad con Miguel Hernández, a quien había conocido ya en 1935, así como a Germán Bleiberg, a Rafael Múgica (luego Gabriel Celaya) y a otros. También trató a León Felipe. En 1937 colaboró en Nuestra Bandera de Alicante y en La Hoja del Lunes de Madrid, y publicó un pequeño libro que antologaba poemas suyos de guerra junto a algunos de Miguel Hernández y de otro poeta combatiente, Gabriel Baldrich. En 1938 apareció el libro Romance siempre con su nombre real, Leopoldo Urrutia. Sin embargo, debe considerarse su primer libro la obra titulada Alba del hijo, editada en 1946 con el apellido materno (Luis), que adoptó para evitar represalias de los vencedores. Terminada la guerra como capitán del estado mayor del general Escobar, en el frente de Extremadura, pasó por la cautividad en la posguerra (plaza de toros de Ciudad Real y penal de Ocaña), así como por los batallones de trabajadores del Franquismo en el Campo de Gibraltar; así estuvo entre 1939 y 1940, en que fue liberado. Recuperado su trabajo en una compañía de seguros, de la que al fin de su vida laboral llegó a ser director, comenzó a publicar poemas en revistas como Garcilaso y Espadaña, pero también en Cántico de Córdoba. La mayoría de las revistas poéticas de la época y otras más amplias como Papeles de son Armadans o Revista de Occidente acogieron sus colaboraciones asiduas. Por entonces consolidó su larga amistad de cuarenta años con Vicente Aleixandre. Como crítico fue asiduo especialmente de las revistas Ínsula y Poesía Española de Madrid, además de las ya citadas. Escribió más de treinta libros de poesía, entre los que destacan especialmente Teatro real (1957) y su muy galardonado Igual que guantes grises (1979), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura; el diario El País entendió que premiar a de Luis en poesía y a Fernández Santos, en novela, significaba ya que el cambio político había llegado a la cultura ese año. Su poesía, siempre influida por el existencialismo, fue haciéndose cada vez más filosófica hasta su último libro, Cuaderno de San Bernardo, que toma su nombre de la calle madrileña donde estaba situado el sanatorio en el que murió su mujer.
También es autor de biografías, como las dedicadas a Antonio Machado y su gran amigo Vicente Aleixandre, y distintos estudios críticos sobre Miguel Hernández o autores de la Generación del 98, la Generación del 27, la Generación del 36 y sus coetáneos. Fue muy importante su antología de la poesía social española contemporánea.
Está considerado como uno de los principales representantes de la poesía de la postguerra española. En febrero de 1988 recibió un homenaje de sus amigos, por sus 40 años de labor literaria. En el año 2004 fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía y se le concedió la Medalla de Oro de Córdoba, su ciudad natal, después de obtener el Premio Nacional de las Letras Españolas y otros reconocimientos a la totalidad de su obra, como la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes, de Madrid. Murió el 20 de noviembre de 2005. El Ayuntamiento de Madrid, para recordarlo, puso una placa en la fachada de la casa donde vivió (en la calle Pamplona), dio su nombre a una plaza próxima y le dedicó un pequeño monumento en los jardines de la biblioteca Vázquez Montalbán. Su biblioteca constituye hoy el "Fondo Leopoldo de Luis" de la biblioteca de Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid (campus de Getafe). El Instituto Cervantes le dedicó una exposición en su sede central al año 2018.
Empezó escribiendo una poesía de la condición humana, de fuerte contenido existencialista (leyó profundamente a Jean Paul Sartre y a Albert Camus) y social; a lo largo de su obra se fue afirmando una aguda conciencia del tiempo y la muerte y una posición esencialmente humanista.
Premios
Premio Nacional de las Letras Españolas (2003)
Premio Nacional de Poesía, por Igual que guantes grises (1979)
Premio Francisco de Quevedo del Ayuntamiento de Madrid (1979) por Entre cañones me miro
Premio Ausias March (1968) por De aquí no se va nadie
Premio Pablo Menassa de Lucía (1999) por Generación del 98
Premio Pedro Salinas del Ateneo Español de México (1952)
Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández
Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes
Medalla de Oro de la ciudad de Córdoba
Premio "León Felipe" a los valores humanos
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Algunos poemas de Leopoldo de Luis:
De Alba del hijo (1946):
ALBA DEL HIJO
Alba del hijo en los paisajes
de enamorada geografía.
El corazón, que es también niño,
a tu claror se precipita:
quiere arrancarse de lo oscuro,
ir a la luz que te avecina.
Alba del hijo. Un azul nuevo
traspasa todo hacia tu día,
multiplicado de esperanzas,
y de zozobras y alegrías.
Un azul nuevo tiñe el aire
que la emoción nueva respira.
Alba del hijo. El alma quiere
como olvidarse de sí misma
y reencontrarse en los espejos
verdes del tiempo renacida.
Y en el piano del ensueño
brota con claras notas íntimas,
en nuevas formas de ternura,
una ancestral música antigua.
Alba del hijo. Ella te espera
con un temblor de emoción viva
porque sus ríos riegan dulces
de un nuevo cuerpo ya la arcilla,
la enredadera que se abraza
al árbol joven de su vida.
Alba del hijo. Y yo te espero
con la emoción más sorprendida.
SERÁ SENCILLAMENTE
¿Cómo decirte cómo? Será como las flores
que nievan de blancura un corazón de ramas.
Como el sol de la tarde, que madura colores
y matiza la sierra de doradas escamas.
Será con esa dulce sencillez de las cosas
que anima la espontánea sucesión de los días.
Será cual los rosales se iluminan de rosas
y las tardes se mueren en guedejas sombrías.
Será con ese arte de la vida diaria,
con esa poesía que hay en lo cotidiano,
esa oscura armonía del alma solitaria,
esa sorda belleza del primer artesano.
Será sencillamente: sin palabras vacías
ni artificios inútiles: como mana la fuente.
Señor, ¡es tan hermoso amar sencillamente!
Como vuelan los pájaros, como pasan los días...
De Huésped de un tiempo sombrío (1948):
HUÉSPED DE UN TIEMPO SOMBRÍO
Vivir es morir un día
sobre la tierra desnuda,
dejar bajo la luz cruda
la luna del pecho, fría.
Vivir es esta agonía
de querer ser como un río
y ser un cauce vacío,
alas de barro sin vuelo.
Habitar, brasas en hielo,
huésped de un tiempo sombrío.
Vivir es ancla en la arena
de amargo mar, cementerio
de la rosa y cautiverio
de ensangrentada azucena.
La luna desencadena
su pasión sobre las olas.
Verdes y níveas corolas
de espumas el pecho abrazan.
No navega: lo atenazan
las tristes algas, a solas.
La vida: triste alga oscura,
collar, dogal para el vuelo
de un albatros ya sin cielo,
abatido por la altura.
Solo la roca clausura
este paisaje desnudo:
un mar de sangre, hosco y mudo,
las rotas alas enreda,
alto, triste y frío rueda
Selene su rojo escudo.
Oh roca que el dulce viento
desgarra con la caricia.
Eso eres: roca propicia
a todo desgarramiento.
Vida: luminoso aliento
de rosas. Mas si en la piedra
solo se aferra la yedra
¿Dónde hincar uñas, raíces?
¿Dónde, flor que simbolices
vida, sin morir te arredra?
Oh paisaje desolado,
inhóspita y negra playa.
La luna su esquife encalla
de muerto metal varado.
Mísero espectro abrazado
a la humana costra impura,
habita, isla de amargura,
huésped de un tiempo sombrío.
Amar fue un sueño baldío.
Solo la lágrima es pura.
GÁNDARA
Estéril, pobre tierra sobre la que el sol pasa
dejando solamente su huella abrasadora.
Costado que la líquida lanzada no traspasa.
Hembra que el largo impulso del sembrador ignora.
Cómo me duele, tierra, recorrerte desnuda.
mujer desnuda, carne estéril y marchita
no de amor muerta, muerta de soledad y muda
bajo el cielo en que un astro, implacable, gravita.
Oh matriz imposible de vegetales gracias,
ciega ternura inútil, seca fuente de vida.
Soñar rumor de mieses, medir torres de acacias
sobre la carne o tierra a la piedra ceñida.
Estil sombra oscurece la morenez rugosa:
entrañas que no sienten la voz de las raíces.
Amor que prestas vida al hijo o a la rosa
y esta tierra, este vientre, de sequedad maldices.
Altos pechos de arena se amustian lentamente
sin tener labios de agua, de amor, para su fuego.
En orillas de sangre la arena lame ardiente.
Juato al erial oscuro el hombre pasa, ciego.
De Los imposibles pájaros (1949):
ABRIL PONE SU CLARO...
Todo lo que perdí
volverá con las aves.
JORGE GUILLÉN
Abril pone su claro
milagro en el paisaje,
su adolescente rosa
de luz sobre la tarde.
La flor y la pureza,
el tibio amor del aire
todo vuelve en las alas
de pájaros fugaces.
Pero ayer yo era otro
por este mismo parque
de lo que perdí, nada
volverá con las aves.
La cigüeña celeste,
blanca cruz en el aire.
La golondrina negra
llena de claridades,
pájaros que devuelven
pubertad al paisaje.
Pero lo que he perdido
nunca lo traen las aves.
Aquel niño no tiene
hoy su mirada de antes.
El corazón vestirse
de almendros ya no sabe.
¡Abril!, ¡Abril!, gritaba
Pero si Octubre abate
con sus manos oscuras
los verdes alminares …
Lo que se pierde, ¿siempre
retorna con las aves?
¿Cómo al rosal la rosa?
¿Cómo la brisa al sauce?
Pájaros imposibles
de anidar en mi sangre.
Oh plumas que no logran
sostenerse en mi aire.
Pájaros imposibles.
Lo que he perdido nunca
volverá con las aves.
MUNDO AMADO
(Se ama lo que se teme peder.)
Amo este breve sol que aún da tibieza,
que aún pone puro fuego en los paisajes
fríos de la tristeza.
Amo sus encendidos oleajes.
Esta vaga esperanza, rosa leve
que llevo entre mis manos todavía
y tan sutil que casi no se atreve
a perfumar del todo la alegría.
Esta dulce ternura que aún ignora
cómo, aunque débil, es roble de mi alma.
Bajo sus ramas infantiles mora
mi corazón y encuentra calma.
Amo esta juventud, pájaro triste
que se regaza en mí, nido de arcilla.
Su esperanza -sus alas- aun insiste
sobre esta heredad seca y amarilla.
Acaso más que nunca te amo ahora,
juventud siempre atónita y oscura,
porque siempre quisiste ser de sol, ser de aurora
y sólo has sido tierra de amargura.
SOLEDAD
Los hombres no se alivia,
no se amparan.
GABRIEL MIRÓ
El hombre sufre siempre solo.
No hay amor. No hay amor. El hombre apenas
hermano de su igual se reconoce,
y el triste solo con su angustia yerra.
Qué inmensamente solo está el que llora
en medio de la fría, oscura tierra.
Apenas lo más bajo, lo que anima
la humana forma externa,
da su instinto animal que une la carne
y el toro turbio de los odios frena.
Cuando bajo el silencio de los astros
al hombre y la mujer solos se encuentran
frente a la eternidad , en la alta noche,
nada más que un designio sordo en huellas
de estremecida carne los asiste,
solo un primario instinto los acerca.
Pero el que sufre, sufre siempre solo.
Inmensamente solo está el que llora
bajo la imperturbable luz de las estrellas.
DOS ORILLAS
La muerte es como un río: dos orillas limitan
el discurrir continuo de su espejo.
En aquélla invisibles, como en la sombra el llanto,
como brisa perdida, cual apagados besos,
en carne inaprensible, sin dolor ni memoria
sin peso ya y sin sombra, habitan los que fueron.
Desconocida margen que la muerte acaricia
con su gélida lengua de silencio,
con sus manos desnudas de esperanza,
con sus ojos eternos.
Ignota tierra o paraíso.
Inacabable mundo de los muertos.
Enfrente, en esta margen,
los hombres, altos cedros
proyectando sus sombras de amargura
como escolta de oscuro llanto espeso
sobre unos campos de pasión, de odio,
sobre una tierra de destierro.
Entre las dos orillas va la muerte
como un río o espada de silencio
que surge de los ojos de Dios mismo
y va a morir de Dios al vasto pecho.
ETERNA VOZ
Y vendrán otras gentes y otros días
y enterrarán mi voz.
................................Irán sus pasos
sobre la negra arena que recubra
mi cuerpo, y el silencio, como un pájaro,
anidará en mi casa. Las cenizas
de mis palabras aventaran largos
dedos grises del viento. En otras bocas
como un milagro
se encenderán las mismas voces mías.
Pero no seré yo. (Cruza los prados
un dí y otro el mismo río,
mas nunca torna el agua que ha pasado.)
También una amargura
-cuchillo, espina, dardo-
herirá la ternura de las almas,
pero no será ésta. (Cada año
traen rosas los rosales, mas la espina
que una vez nos hirió, nunca ha tornado.)
Como un río es la voz, como una espina
es la amargura.
.........................En pálidos
panoramas del sueño he visto un día
mi voz y mi tormento reflejados
en otras nuevas gentes
y a través de cien años.
Cuando yo esté ya muerto. Mi amargura
y mi voz han de ser como un legado.
Ni aun esta voz es mía, es una herencia.
Yo no soy yo. Fui aquel. He sido. Acaso
hay un oculto río y una escondida espina
que eternamente va atravesándonos.
Última edición por Pedro Casas Serra el Lun 27 Mar 2023, 06:09, editado 2 veces
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