Aires de Libertad

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    Rafael Santos Torroella (1914-2002)

    Pedro Casas Serra
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    Rafael Santos Torroella (1914-2002) Empty Rafael Santos Torroella (1914-2002)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 21 Mayo 2023, 14:34

    .


    Rafael Santos Torroella (Portbou, Gerona, 21 de enero de 1914-Barcelona, 29 de septiembre de 2002) fue un crítico y profesor de arte, traductor, poeta y dibujante español.

    Biografía

    Rafael Santos nació en la localidad gerundense de Portbou, el 21 de enero de 1914. Era el segundo hijo del matrimonio formado por Julián Santos Estévez, un inspector de Aduanas procedente de Salamanca y de Aurelia Torroella. Su hermana mayor Ángeles Santos sería una destacada y precoz pintora. En Portbou, a donde llegó destinado su padre, vivía su familia materna, ya que su abuelo, Rafael Torrella i Cardoner, era propietario de una agencia de Aduanas en este municipio fronterizo catalán.

    Los sucesivos destinos de su padre le hicieron recorrer gran parte de la geografía española. Durante sus primero años vivió Ripoll, La Junquera, Le Perthus y Portbou. Pasó posteriormente por Salamanca y Valladolid y San Sebastián.​

    En 1924, su padre fue nombrado administrador de la Aduana de Ayamonte, en la provincia de Huelva y su hermana Ángeles ingresó interna en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de Sevilla, donde se inició en el dibujo y la pintura. Allí recomendaron a sus padres que Ángeles se dedicara a la pintura, para la que había nacido.​ Dos años más tarde, cuando la familia se trasladó a Valladolid, Ángeles empezó a recibir clases de pintura de un veterano profesor italiano, Cellino Perotti, a las que también asistía Rafael. El impacto temprano de la pintura de su hermana le permitió mantener contacto desde muy joven con muchos de los intelectuales más destacados de esa época como Ramón Gómez de la Serna, Ernesto Giménez Caballero, Federico García Lorca, Jorge Guillén o Emilio Gómez Orbaneja.

    Por presión de su padre estudió Derecho en las universidades de Valladolid y Salamanca y simultáneamente se matriculó como alumno libre en el Seminario de Arte y Arqueología de la Facultad de Historia de la Universidad de Valladolid. Durante la guerra civil colaboró en la revista Juliol (Barcelona, 1936), y en 1938 ganó el premio de poesía Combatiente del Este (Valencia, 1938). Al terminar la guerra fue encarcelado y condenado por auxilio a la rebelión.​

    Fue profesor de la Facultad de Bellas Artes de San Jorge y autor de diversos libros sobre Joan Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí, entre otros, y contribuyó a renovar el panorama artístico catalán después de la guerra, lo que le hizo ser considerado una autoridad en el universo artístico. Sus estudios, especialmente los dedicados a Miró y Dalí, se pueden consultar en las bibliotecas de todo el mundo.

    En el campo literario, Santos publicó diversos volúmenes de poesía en español. Efectuó también muchas traducciones del inglés y el francés, especialmente de libros infantiles y estudios de arte; en ocasiones, firmaba como R.S.Torroella. Tradujo poesías de Fernando Pessoa y Carles Riba. Fue una de los descubridores del talento de Joan Brossa, del que realizó la primera traducción al español en 1951, y fue secretario de tres Congresos de Poesía celebrados en Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela (1952, 1953 y 1954).

    Fue distinguido con el premio Boscán en 1959, y con la Medalla de Oro de las Bellas Artes. También fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge.

    En el año 2014, el Ayuntamiento de Gerona adquirió la colección de arte «Rafael y María Teresa Santos Torroella» e ingresó en donación el Archivo y la Biblioteca «Rafael y María Teresa Santos Torroella».

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Rafael Santos Torroella:


    ¡QUÉ HABRÁ QUE NO CONSIGAN LAS PALABRAS?

    ¿Qué habrá que no consigan las palabras?
    Llamaron al amor, y el amor vino.
    Si dijeron ¡levántate!, una sombra
    -entre las sombras ya- saltó al camino.

    ¿Quién no ha visto tan sólo una palabra,
    y menos todavía, un solo grito,
    una sílaba apenas, dispararse,
    y caer un hombre por la muerte herido?




    De Ciudad perdida (1949):


    FUERTE COSA ES VIVIR

    Fuerte cosa es vivir y estar contando
    las horas, esas nubes, los latidos,
    vagar despiertos cuanto más dormidos,
    estar en vela y continuar soñando.

    Sumamos días, que nos van restando
    los plazos por el tiempo concedidos.
    Nos deja la alegría malheridos
    y a veces el pesar nos va curando.

    En este breve sueño, paradoja
    de tanta libertad nunca aprendida,
    la sonrisa es un ceño que se enoja,

    el amor como un llanto que se olvida,
    el vivir un otoño hoja tras hoja,
    la muerte un suma y sigue de la vida.



    A VECES COMO EL AIRE

    A veces se adelgaza como el aire,
    como frágil cristal, el corazón.
    Una tenue vasija,
    un coral quebradizo nos parece
    en medio de la noche cautivado.

    ¿Cómo saber, entonces, quién le aprieta
    quién quiere liberarle,
    con rabia o con amor, de su recinto?

    Tanto pueden quebrar sus breves muros
    la soledad en lágrimas acerbas,
    la congoja del niño que nos llama
    o una breve caricia apresurada.




    De Sombra infiel (1952):


    SOMBRA INFIEL

    ¿Quién camina en la sombra con nosotros?
    ¿Quién empuja esta sed hasta los labios?
    ¿Quién por la oscura noche y su latido
    nos obliga a buscar, tras de las cuerdas
    sonoras del silencio, las palabras?

    ¿Por qué ordenar la voz
    en las aspas de fuego del poema?
    ¿De quién es ese cuerpo que no olvida
    sus rastros en el  polvo,
    sus cabellos al viento,
    unas hebras tan sólo que pudieran
    dejarnos un indicio, unas señales
    de que estuvo un momento en nuestro abrazo?

    ¡Nocturna sombra infiel y necesaria!
    De ti nunca sabremos más que sabe
    de su listada majestad el tigre,
    ni más que sabe el prado
    de la estación que crece por sus venas,
    o que la alondra sabe de su vuelo
    cuando en los juncos se desnuda el alba.

    Mas volveremos siempre
    al incierto camino entre la niebla.
    Nombraremos las cosas, como el aire
    que su secreto ignora aunque las cerque.
    Y preguntando sin hallar respuest.
    siempre tarde será cuando lleguemos
    a la casa entrevista, que encontramos
    sin luces y desierta.



    NO TEMÁIS

    A Antonio Tovar

    No temáis, todavía
    cabe mucho dolor en cualquier hombre.
    No se enloquece así,
    tan fácilmente. No se rompe

    como vaso de vidrio el corazón,
    al primer golpe. Estamos sabiamente
    hechos para sufrir,
    con materiales duros, por la fuerte

    mano artesana que hizo cada cosa.
    Está tenso el cristal: por eso salta
    tras su límite exacto. Mas al hombre
    le quedarán sus gritos y sus lágrimas.

    Le quedarán los ojos incansables,
    las palabras, esa última tierra
    de su sangre y sus huesos,
    que tanto se resisten. Siempre queda
    más allá del dolor, la muerte misma
    prometiendo esperanzas,
    ejecutando a solas su tarea,
    enemiga de ayudas y llamadas.

    No temáis. Nuestra vida no es el vaso
    de vidrio que se rompe.
    Cabe mucho dolor –o mucho amor–
    en cualquier hombre.



    LOS RECUERDOS

    A R.S. de T.


    Fuimos creciendo así,
    como el arroyo que se vuelve río
    y que presiente el mar mientras empuja
    las hojas muertas, el oscuro limo,
    las lluvias y las nubes que en sus aguas
    como tristes memorias se han dormido.

    Pero tú no recuerdes, no me hables
    del tiempo desvalido,
    de la niñez lejana y compartida
    que hoy nos parece un dulce paraíso
    y era un soñar difícil, caminando
    por tu secreto tú, yo por el mío.

    Y era mayor el mundo. Nuestros padres,
    a su medida, altísimos.
    El mar, frente a la casa,
    como otro mundo él solo, muy distinto
    de este mar de los mapas que, más tarde,
    entre una guerra y otra conocimos.

    ¿Para qué recordar? Deja estas cosas
    en el rincón de todo lo perdido,
    de aquello que en la vida
    -casi sin advertirlo-
    se nos cayó en la calle o en el tiempo
    y está lleno de polvo y amarillo.

    Porque si tú me cuentas,
    no sé,,, de un torpe niño
    que el pájaro y la nube equivocaba,
    que creía de azúcar el rocío
    y de algodón la nieve ¿cómo puedo
    imaginar que me hablas de mí mismo?

    Deja este grave asunto
    de recorrer los rostros sucesivos,
    las sucesivas manos, las edades,
    los otros corazones que tuvimos.
    Te verías sin verte,
    más lejano de ti y más distinto.

    Estamos bien ahora, por estar
    como en otra posada del camino.
    Aquí, conoceremos caras nuevas,
    tal vez, nuevos amigos.
    Háblame de otras cosas... Los recuerdos
    duelen más que el olvido.




    De Nadie: poemas del avión (1954):


    NADIE

    A Joâo Cabral de Melo

    ¿Quién levantó ese muro?,
    ¿quién ha talado el árbol?,
    ¿quién horada la noche, o quién -decidme-
    ríe el llanto del niño o nuestro llanto ríe?

    ¿Quién hace de las madres,
    de las madres inermes de rescoldo en las sombras,
    tanta fría ceniza acumulando estratos
    en los grandes braseros de yerta pena oscura?

    ¿Quién nos quiebra la voz?
    ¿quién nos punza los ojos
    -estos ojos tan puros con la risa y el agua-
    con negros alfileres tan lentos y obstinados?,
    ¿quién enloda los besos
    nacidos para el fuego y en la llama?
    ¿quién -decidme-, quién escucha y olvida
    la palabra de Dios, su inédito lenguaje?

    ¿Visteis cómo en la casa,
    la de muchos hermanos y padres que no pueden
    ir atando la sangre por ellos desatada,
    cualquier objeto humilde que se quebró en silencio
    alza una espuma verde de insidiosas preguntas
    que ya no inquieren nada, que afirman solamente
    esa culpa de nadie por todos compartida
    en rencores ocultos airados de sí mismos?

    ¿No visteis los amantes furtivos o enconados
    odiarse en su lujuria quemándose por nadie,
    consumirse,
    tal hojas secas, troncos y ramas secos,
    que en lo hondo del bosque el leñador apila
    y enciende distraído, sacerdote en la niebla?

    ¿Quién luchará la bíblica pelea contra nadie?
    ¿quién podrá desangrar su ira contra nadie?
    ¿quién ahogará su sed en las manos de nadie?
    ¿quién logrará de nadie una sola respuesta,
    un sí que sólo afirme, un no que niegue sólo?

    Ha de ser ese alguien como el humo,
    como el agua más lenta del otoño y las hojas
    que desnudan el árbol y cubren a la tierra
    de voces quebradizas, crujientes, olvidadas,
    de voces para el sueño de nadie y sólo nadie.



    POÉTICA PARA CIERTOS DÍAS

    A Carlos Drummond de Andrade

    No cogeré el poema que se cayó en la calle
    ni adularé su forma o su intención propicias.
    Pero sí
    quiero olvidarme a veces de sus venas sutiles,
    inadvertir su dulces arroyos interiores,
    la savia musical que asciende hasta sus labios.
    Quiero olvidar que en su ordenado fuste
    hay una voz oculta que inventa las palabras,
    que las renace, tal vez, como en el pecho
    de su tristeza se descubre el hombre.
    Quiero olvidar que hay algo en el poema que se aparta,
    de pronto y con sorpresa,
    del río de la vida entre las sombras.
    Ciertos días
    quiero caer de bruces en el poema,
    verme de pronto en él
    como en el vaso de la sed imprevisora,
    como en cualquier rasguño los golpes de la calle,
    como cualquier suceso en las esquinas...
    Quiero decirme:
    hoy es un día más, como los otros,
    a pesar del poema.
    Quiero decirle al amigo
    que no nos entendemos, a pesar del poema.
    Decirle que ciertos días
    el poema ha de ser la piedra que rompa los cristales,
    ha de ser la palabra de no quedarse solo,
    la súbita alegría de perder la memoria,
    de morir más de prisa y colmado entre las cosas.

    Ciertos días,
    inciertos como todos,
    quisiera olvidarme en el poema,
    quedarme como el niño que se perdió en la calle
    entre voces confusas y pisadas
    de extrañísimos hombres.


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    Rafael Santos Torroella (1914-2002) Empty Re: Rafael Santos Torroella (1914-2002)

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 22 Mayo 2023, 06:23

    .


    De Cerrada noche (1959):


    ORIHUELA
    (Miguel Hernández)

    Te llamarás Miguel, aunque tu antiguo
    nombre sostenga la palabra escrita,
    aunque oro viejo en pátina marchito
    al verde tierno y montaraz resista.

    Miguel será la rama de tu olico,
    el recental que en tu costado trisca;
    Miguel la sal, el agua, los caminos,
    tu mano trabajada y campesina.

    Llamaremos Miguel a cada gota
    de tu sudor vertido y represado,
    al horneado pan de tu tahona,

    al aire de las voces por el llano.
    Sobre tu viejo nombre -tu memoria-,
    Miguel te llamarás, te estás llamando...



    FRENTE AL AMPURDÁN

    Al corazón aquí, donde ha empezado
    del tiempo a ser sospecha, rubias mieses
    esperan junto al mar;
    al corazón, que ya siente la mano
    como fruto de tierra y que se debe
    sólo a su gravedad.

    No engaña el viento libre ni ese duro
    cristal que se quisiera insobornable
    señor de algún destino:
    eco efímero son del más desnudo
    furor que hiere al llano y a la tarde,
    al tiempo y al olvido.

    Porque el tiempo está aquí, cierto y callado,
    y está el olvido aquí y no en el pecho
    que se oye murmurar.
    Es el verdor que se repite exacto,
    el ciprés de sí propio monumento,
    la inmensa soledad.

    ...El corazón aquí, en este llanao,
    oye final la tierra en el silencio,
    mientras las olas llegan,
    ávidas y febriles como labios,
    a morir en la playa y los recuerdos,
    a morir en su noche más abierta.




    Otros poemas:


    ¿QUIÉN HABLÓ DE EVASIONES?

    ¿Quién habló de evasiones? ¿Quién ha dicho
    que huye el que canta, no se sabe adónde?
    No; no hay huida, porque no hay camino
    que lleve al hombre más allá del hombre.

    Canta el poeta tan sólo cuanto ha sido:
    es el que nunca olvida, es el que pone
    en cada ausencia gotas de un rocío
    acerbo por el llanto de su noche;

    él es el hombre antiguo que descubre
    soterrado en el tiempo su presente;
    es el que gime más porque no huye

    y, gimiendo, su lágrima defiende...
    No; no hay huida, en tanto se sucumbe.
    No hay evasión, aunque cantemos siempre.



    AUTORRETRATO EN UNA FOTOGRAFÍA

    A Eduardo Cote

    Levemente inclinada la cabeza
    por el peso de alguna pesadumbre
    que tira desde dentro. La costumbre
    de esta tímida sombra de tristeza

    tenaz sobre los ojos; pero aguda
    la mirada tendida bajo el puente
    avanzado y estrecho de la frente,
    hecho más que a las cosas, a la duda.

    No innoble la nariz, pero excesiva.
    La boca escasa, como parco el don
    de la palabra en ella; por pasión,
    no por orgullo, en su silencio esquiva...

    Y poco más en el borroso espejo
    al que me asomo con desgana a veces.
    Si voy pagando lo que soy con creces,
    ni por ello me alabo ni me quejo.


    A CARLES RIBA

    més enllà del silenci


    No es un poema lo que quiero
    escribir. Y,sin embargo,
    ¿qué otra cosa podría ser
    que no fuera, entonces,
    la pequeña historia, la pequeña
    confesión amarga
    de todos y de nadie?
    Mue dijiste aquel día,
    oscuro día, tan cercano
    ya a tu final, como quien pide
    la más humilde ayuda al camarada
    de la misma galera,
    algo tan doloroso como esto:
    "Si hoy muriera, ni dinero, en casa,
    para enterrarme habría..."
    Bien lo recuerdo, pero es
    contra mi voluntad, porque todo,
    con inicuas distancias imposibles,
    amargamente vuelve en el recuerdo
    para quien vivo siente
    aquello que olvidar nunca consigue.
    ¿Olvidar?... Sí, ¿porque cómo, si no,
    podríamos seguir aquí,
    viviendo cada día
    en este mundo hostil e inhabitable,
    entre unas gentes que tu lengua hablan,
    que hasta adictas se fingen y que esconden
    siempre en la mano -cual dijera
    otro poeta heroicamente solo-
    la piedra hacia lo alto dirigida?
    Allí, en lo alto, ciertamente,
    estabas, estuviste tú,
    mi noble amigo; allí sigues estando,
    donde puede -nada sabemos nadie-
    que se oculte, "pura y dura, el agua
    -palabras tuyas son- de la poesía".
    Y a nosotros, que te sobrevivimos
    sin gusto por la vida apenas,
    nos queda, última luz
    entre las sombras, el silencio.
    Ese silencio más allá del cual
    te encuentras tú definitivamente
    en silencio, que es como el enorme
    vacío del alma, al fin, con
    ella a solas.

    En él te escucho ahora,
    te escucharemos siempre,
    mientras aquí seguimos,
    en alma viva tu recuerdo,
    repitiendo tu nombre, cual repite,
    eternamente solo,
    el hombre su palabra
    de exiliado en un mundo
    por sombras habitado,
    por sombras solamente...


    HACIA WALTER BENJAMIN
    MEDIODÍA EN EL CEMENTERIO DE GARRIGUELLA

    Caminante,
    si en el otoño te acercas
    a estos parajes del llano,
    y junto al cementerio
    de Garriguella acudes,
    sin temor ni recelo
    sus límites traspasa:
    no es un cementerio
    como los otros.

    Cuando mortecina, tal ahora,
    la tierra extiende la abierta mano
    que abandonaron el pámpano y la espiga,
    ella es el dulce oasis
    que sueña aún, mirando al cielo,
    en el agua lenta y pura
    de cuanto a lo que es vida más se acerca.

    Entra en él. Verás
    un paseo en el centro con unos bancos verdes
    de parque urbano que un alcalde
    previsor y filósofo hizo poner allí.
    Son para que a él acudan a pasar el rato
    aquellos vecinos a quienes, más que a los muertos, acosan
    los silencios que a los vivos nos tienen
    siempre la cita apalabrada.

    Siéntate un momento. Descansa
    junto al ciprés heleno y la egipcia
    palmera del desierto que,
    hermanados en Garriguella, evocan
    dioses olímpicos y dioses arquitectos.
    Unos dioses que, lejanos,
    se avienen con la cruz que, como ellos,
    la sombra hacia lo infinito
    alargada tiene.

    Piensa, si quieres, en cómo
    afán de cada día
    se nos vuelve el misterio que ya aquí se atisba
    alcanzable como cuanto nos rodea
    y que, sencillo, nos habla
    de lo humilde asequible en cada cosa
    o del dócil espejo en que se embebe el agua.

    Y, si un momento aún
    tuvieras, bien podrías
    asomarte al breve espacio donde yacen
    dos viejos garriguellenses,
    como aquí exiliados, los dos a solas.
    Fueron marido y mujer, masoveros
    de Recasens, nacidos y muertos casi a la par
    por los mismos años. Joan y Catalina
    se llamaban. Eran -las lápidas lo pregonan-
    librepensadores. Me son bisabuelo y bisabuela.

    Su hijo, Rafael,
    también de Garriguella, mi padrino,
    hizo poner, y respetar, estas piedras.
    Él duerme, sin embargo, en Port-Bou,
    junto al mar, donde Walter
    Benjamin lo acompaña.

    Alli me esperan todos: yo creo, como ellos,
    en algo más allá de las palabras.


    RAFAEL SANTOS TORROELLA. Obra poética, Visor 1996.


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